La Loca Del Loco… Y Otros Relatos
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La Loca Del Loco… Y Otros Relatos - Joseph Sévérant Tchinele
La loca del loco…
Y otros relatos
J. S. Tchinele
Copyright © 2020 por J. S. Tchinele.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2020908981
ISBN: Tapa Blanda 978-1-5065-3254-7
Libro Electrónico 978-1-5065-3253-0
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Información de la imprenta disponible en la última página.
Fecha de revisión: 04/08/2020
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
814114
Índice
Introducción
La ex diosa Nausi
Mbogne, el de la moto blanca
La loca del loco
En busca del nasárá perdido
El catedrático de Fadila
Mañana me muero
Testigo
El río de los espíritus
Nasara y Dada
La gruta maldita
El internado
Adiós, good bye y aurevoir
El genio enterrado
La trampa y el profesor
Tu hijo de dolores
Introducción
El español, lengua literaria en Camerún:
de la anomalía a la homilía
La literatura camerunesa en lengua española ya pierde paulatinamente su carácter anómalo. En 1985, podía parecer una anomalía. Cuando se publica El hijo barón de Germain Metanmo, el cuestionamiento sobre una literatura en lengua española que brotaba así, según se pensaba, de la nada, podía hacerse. Dicha novela corta venía publicada, además, por una casa editorial ¡camerunesa! por un escritor radicado en Camerún. Y bien se conocía la situación lingüística de Camerún, país bañado por un sinnúmero de lenguas bantúes, sudanesas, etc, asociadas a las oficializadas lenguas coloniales: el francés y el inglés. Ya se sabía que las relaciones, los contactos históricos entre España y Camerún podían vagamente rastrearse y se limitaban a unas cuantas frases como río de los camarones
, nombre que se dio al río Wuri. Si el explorador Fernando Poo, al bautizar este río lleno de cangrejos y de camarones en 1472 lo hizo en portugués, rio dos camaroes
, la apelación pasa al español cuando Portugal se vuelve parte de la Monarquía Hispánica bajo el mismo soberano de la Casa de Austria de 1580 a 1640. De modo que el país, Camerún, le debe su nombre, en alguna medida, al español camarones
(claro que a la palabra portuguesa camaroes
, en primer lugar). Pero la relación allí se para. Contactos socioculturales o lingüísticos difíciles pueden rastrearse entre ambos pueblos antes de las colonización e independencia de Camerún.
Sin embargo, la lengua española entró en Camerún también por vías coloniales. Fue la colonización francesa la que llevó a Cervantes a los cameruneses mediante su sistema educativo desde 1951. En aquel entonces, podía claramente ser una anomalía el aprendizaje y el uso del español en Camerún: ¿por qué enseñar la lengua española a unos nativos africanos sin ningún lazo fronterizo, diplomático o histórico
con España? La razón puede ser simple: hacer de los nativos africanos verdaderos franceses. La colonización de tipo asimilacionista llevada por Francia tenía como meta crear a «negros europeos», negros franceses.
Con los estudios hispánicos que ganarán terreno, llegando al nivel universitario en 1963, el español da visado a unos cuantos cameruneses para descubrir al país de Cervantes y García Lorca y para sumergirse en una sociedad hispana. Muchos de ellos se enamoran tanto de la lengua que deciden expresarle su cariño a través de la pluma. Germain Metanmo forma parte de esos. Será seguido por Inongo-Vi-Makome, Johlio, Mbol Nang, Magneche Nde, Nana Tadoum, Mahop Ma Mahop, Alain Lawo-Sukam para mencionar a algunos. La comunidad de hispanohablantes de Camerún, gracias al empeño de sus padres fundadores, los primeros docentes de la lengua española en dicho país, irá aunando adeptos, aficionados, miembros decididos no sólo en aprender la lengua y la cultura españolas para fines humanísticos, de apertura cultural, sino también para fines de realización artística.
No todos los escritores en lengua española habrán ido a España para aprender la lengua. El autor del presente texto es muestra de ello. Forma parte de los cada vez más numerosos cameruneses que piensan que una lengua como el español en contexto camerunés no sirve únicamente de vehículo de comunicación para negocios, medicina y ciencias tecnológicas. Sirve también para promocionar una cultura. Si los primeros intelectuales africanos se fueron a Europa para aprender a ser europeos
y enseñárselo a sus compatriotas, la lengua extranjera debería, hoy en día, servir para permanecer africano y hablarle mejor al otro de nosotros, en su idioma. La lengua española para los autores cameruneses deja, de este modo, de ser una lengua colonial (dado que, como dijimos, el español llegó en los maletines del colono francés) para convertirse en simple medio de retro-colonización
del otro por medio de su propia lengua. Una forma de africanización del europeo por su lengua. Una africanización del español y del mundo hispánico por un arma más eficaz: la lengua del mundo hispánico.
Si queda claro que las lenguas africanas deben convertirse en lenguas literarias, también es verdad que el mejor modo de [con]vencer a uno es hablarle en su lengua materna. Así tuvieron que hacer los colonos mediante curas y sacerdotes al llegar a África. Usaron las lenguas locales para domar
a las almas de los nativos. Pues así considero yo la lengua española: un arma cultural para dar a conocer el mundo artístico camerunés, para vender la cultura camerunesa a una parte del mundo que sí goza de más de ¡cuatrocientos millones de almas!
Claro, el español, lengua literaria en Camerún, deja de ser anomalía para ser también una homilía dirigida no sólo a los mismos cameruneses que leen más allá de las lenguas, sino también al ancho y ajeno mundo hispánico. Una homilía que predica lo humano, lo rico, lo bello, lo especial de la cultura camerunesa y africana en general.
El proyecto La loca del loco nace hace catorce años, cuando yo era estudiante en la Universidad de Yaundé I. El descubrimiento de la literatura hispanoamericana y sus estrechas similitudes contextuales, expresivas y estilísticas con las literaturas africanas me fascinaron y me llevaron a ensayarme en el ejercicio de creación. El Centro Cultural Español de Yaundé me brindó la oportunidad de dejar riendas sueltas a mi imaginación en los distintos certámenes que organizó y en los que participé de 2001 a 2006. Durante dichos años, varios de los textos aquí integrados fueron galardonados.
La loca del loco narra varias aventuras de personajes trastornados por la locura y la cordura, la duda agónica y la verdad, los vivos y los espíritus, lo real y lo maravilloso. Pinta amores locos y profundos, sueños reales y oníricos. Destaca los trastornos del alma humana ante la certidumbre de la muerte, el poder de las tradiciones africanas, las realidades sociales de un pueblo africano. Explora problemas contemporáneos del joven africano como el paro, la pobreza, la miseria, la inmigración, la educación. Temas más universales como el terrorismo y la guerra aparecen también en algunos relatos mientras otros son diálogos con otros textos españoles universales como El Quijote. La loca del loco es, a fin de cuentas, un discurso loco sobre las locuras y las maravillas africanas y universales.
A ti, Ernestine, Nesta
Palabra mágica
Que hace realidad
Los sueños olvidados
Que me acosan y me escapan.
La ex diosa Nausi
Mbemu miraba a su mujer en los ojillos negritos. En las olas de aquellos ojos, siempre se había perdido. Perdía su fuerza, su bravura, su valentía. Se arrodillaba cuando los ojos le echaban esas flechas rosas que le ardían las venas, el corazón, el cuerpo entero y le hacían el efecto que sólo lograban imitar cuatro botellas vacías de export. En estos ojos avellana, podía leer toda su vida con su mujer, su primer encuentro en la plaza del mercado, cuando entre el alboroto de personas que se codeaban, se golpeaban, se helaban, se despedían, se encontraban, se reían, el tiempo se había parado. Y había aparecido en la muchedumbre paralizada, la silueta divina de su diosa negra, como la llamó desde entonces. Sí, Nausi era su diosa, la que le había puesto el corazón en su lugar, este pedacito de carne roja que ya se le había roto por tanto esperar a la mujer perfecta, por tanto fiar en las chicas panteras, por tanto confiar en la honestidad de Asual, Mirina, Seka o Mana. En La’ssa, se conocía su amor ciego por la diosa Nausi, la hija de Maku, décima tercera mujer de Soh, el temible notable del jefe.
Maku le había transmitido a su hija su altura de princesa de las montañas de So’o, pueblo protegido por altas montañas en el oeste del país. Nausi era alta, esbelta, con la nariz que llevaba bien un anillo de oro. Su dentadura de líneas perfectas le daba una sonrisa de retratos davincianos. Su voz era lo que le había puesto el corazón en su lugar a Mbemu. Cuando la había visto llegar, con un cubo verde de cacahuetes sobre la cabeza y que reducía a cambio de algunos CFA, Mbemu había dejado caer sus llaves de las manos soñolientas que contemplaban la escena divina. La chica se había acercado, se había agachado y mientras cogía las llaves, para entregárselas, el joven atontado se había agachado para lo mismo. Ambos ojos se encontraron camino de arriba y abajo y se pararon un instante que duró una eternidad. Después de este rato eterno, la voz flauta de Nausi había susurrado: Sus llaves, señor…
. Ella se las había entregado y él le tomó las manos con las llaves, enderezándose los dos paulatinamente, sin apartarse la mirada. Eso recordaba Mbemu como si fuera ayer. Pero, con dolor, borró rápido este recuerdo lejano y caduco. Ante él, ya no se trataba de la diosa Nausi, sino de la diabla Nausi. La joven princesa de sus días de vacas gordas se había convertido en un demonio, una mujer repugnante, una chacala. Su belleza angélica de antaño ya era diabólica, fatal y demoniaca. Su machete afilado temblándole entre los dedos arrugados y llenos de cicatrices de la mano izquierda, y unas cartas mal redactadas sobre viejo papel pálido yaciendo en la mesita de mimbre, Mbemu tenía los ojos rojos de ira, la frente mojada y la boca amarga. Las venas del cuello señalaban el grado de cólera que le sumergía en estos instantes que le parecieron tan largos como los del diez de diciembre, cuando había descubierto a su amada.
-¿Quién es el padre del hijo ése?, gritó fuera de sí el hombre huesudo, señalando con el dedo índice al inocente chiquillo que dejó de dibujar su familia en el cuaderno de hojas rasgadas. Los seis años que Mbemu había gastado en la cárcel de Bone le habían carcomido la carne y le tiraron sobre los huesos una piel desgastada, maltratada, bronceada por las tiras de los látigos, por los robustos bastones de los grandes brazos guardias de la prisión y por el acoso de los compañeros de celda. Las cárceles leolandesas eran verdaderos purgatorios de los que raras veces se salía indemne. La comida era veneno infecto, las celdas, porquerías abandonadas, los guardias, auténticas sanguijuelas. Mbemu aún recordaba qué destino reservaban a los pocos regalos que recibía de los escasos