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¡Esa No Porque Me Hiere!: Retacitos De Recuerdos
¡Esa No Porque Me Hiere!: Retacitos De Recuerdos
¡Esa No Porque Me Hiere!: Retacitos De Recuerdos
Libro electrónico504 páginas5 horas

¡Esa No Porque Me Hiere!: Retacitos De Recuerdos

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Esa no, porque me hiere!

Cuntas veces en una reunin, en un restaurante, en una cafetera, durante un paseo, y a veces cuando estamos viendo la televisin en la comodidad de nuestra casa o, en el mejor momento de una fiesta, hemos dicho al escuchar los acordes de una meloda: Esa no porque me hiere!

La msica, esa maravillosa expresin del sentimiento humano es asociada casi de manera automtica a las experiencias vividas en un tiempo determinado, a veces con placer, con dolor, con nostalgia, tiempos que se evocan al escuchar una composicin musical de cualquier gnero, ya sea una balada, un bolero, una sinfona, un concierto, un danzn, un paso doble o tango, salsa, una guaracha, un arrullo, un cntico religioso, una ranchera, hasta la msica de banda o la grupera, suelen instalarnos en el sentimiento o en la emocin que vivimos alguna vez, o bien en los que experimentamos en la actualidad.

Este es el motivo que inspira esta humilde obra, compartir algunos recuerdos de mi persona y de mis familiares cercanos, algunas de las memorias de la convivencia con mis queridas amigas y compaeras, a ms de rendir un modesto tributo, a los autores e intrpretes que me han acompaado en diferentes momentos de mi vida.

El ttulo lo utilizo como un genrico, pues no todas las canciones o melodas que se refieren estn asociadas con experiencias dolorosas, algunas atraen gratos momentos, bellos instantes, importantes horas de nuestra vida y de nuestra historia personal.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 may 2018
ISBN9781506511054
¡Esa No Porque Me Hiere!: Retacitos De Recuerdos

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    ¡Esa No Porque Me Hiere! - Azul de Abril

    Copyright © 2018 por Azul de Abril.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2018905168

    ISBN:               Tapa Dura                                 978-1-5065-1096-5

                              Tapa Blanda                             978-1-5065-1104-7

                              Libro Electrónico                    978-1-5065-1105-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Algunos nombres de personas, lugares, instituciones, etc, y sus datos de identificación han sido cambiados para proteger la privacidad de los individuos.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 04/05/2018

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    CONTENTS

    ¡Esa No, Porque Me Hiere!

    PRIMERA PARTE

    Mi Infancia Y Mi Familia

    Papá Elefante / La Piñata

    Invocación Plegaria / La Primera Comunión

    Trisagio / El Abuelo Rafael

    La Feria De Las Flores / Mi Abuela Maurita

    Redención / El Peso De La Culpa

    Variaciones Sobre Un Tema De Paganini / Mi Papá (la mudanza)

    Espinita / Concierto

    Y / La Generala (Mi Mamá)

    Amor Eterno / Incidente En El Cumpleaños

    La Mujer (Se Va La Vida, Compañera) / Alejandra

    Cita Con Ángeles - La Leyenda De Los Dos Amantes / Antonio

    Noche De Paz / Alonsín

    Año Viejo / Mi Tío Rafael

    Un Viejo Amor / ¡Silencio!, Papá Duerme

    Amigo / La Visita Del Papa

    SEGUNDA PARTE

    Descubriendo El Amor

    Macondo / Amaranta

    El Triste / Violeta

    La Boda De Vecindad / La Vecindad

    Lady Madona / Ilusión De Amor

    Cuando Me Vaya / México 68

    Clavelitos - Las Cintas De Mi Capa / La Comunidad Cristiana De Jóvenes

    Osito De Felpa / Fernando

    El Sinaloense / Señales Ambiguas

    Mi Ranchito / La Manda

    Pobre De Mí / Amor De Lejos, Amor De Pen…Sarse

    Déjenme Llorar / ¡Hasta Aquí Mi Amor Te Quiso!

    Mi Niña / Inocencia No Es Ignorancia

    TERCERA PARTE

    ¿Es Eterno El Amor?

    La Incondicional / Artemisa

    Concierto Emperador / Thor

    Ramito De Azahar / Un Amor Inolvidable

    ¿Qué Será De Ti? / La Distancia / Presentimiento

    Sonata Claro De Luna / Las Manos Vacías

    Simplemente Amor / La Segunda Oportunidad

    Ángel Para Un Final / El Regalo De Alicia

    Te Doy Una Canción / ¡Terremoto!

    El Amor Acaba / La Pasión Desbordada

    Que Perdone Tu Señora / Amparo Y Tania

    Divina Ilusión / Dafne

    Cuando Agosto Era 21 / Decisión Personal

    Veracruz / Vilma

    Como Yo Te Ame / Débora

    Todo Y Nada / Triple Traición

    Mi Corazón Abrió La Puerta / Claudia

    Virgencita De Talpa / ¡Ey Familia!, Danzón Dedicado A…

    Ahora Que Soy Libre / Apego

    A Puro Dolor / ¿Buscando La Libertad?

    Love Of My Life - Amor De Mi Vida / Tomando Conciencia

    Cómo Han Pasado Los Años / Bodas De Diamante

    CUARTA PARTE

    Hablando De Educadores

    Aquarela Do Brasil / El Jardín De Niños

    El Cascanueces / Trascender

    Palabras De Mujer / Una Deuda Pendiente

    Ojos De Juventud / Una Lección De Humildad

    Vals Recuerdo / El Carrillón

    Silverio / Cena De Graduación

    Mis Blancas Mariposas / ¡Jubiladas!

    QUINTA PARTE

    Los Tesoros Que Más Aprecio

    Duerme Negrito / Iván Raymundo

    Cuando Tú Nazcas / Ángel Rodolfo

    Nensun Dorma / José Carlos

    La Llamarada / Uri Miguel

    El Casamiento De Los Palomos - Lunada / Alejandro

    Cantares / Las Promotoras

    Corralero / La Internacional / Rebeca

    Te Quiero / Carmelita

    Mía / Liz

    Diario De María / Luzma

    Mi Primer Vuelo

    El Vía Crucis

    Glosario De Términos, Expresiones Populares Y Refranes

    DEDICATORIAS

    Doy gracias a Dios por haber permitido que realizara este sueño que forjé desde mi adolescencia, ¡Escribir una obra para compartir mis experiencias! Y lo dedico:

    A mis padres, a mis hermanos y familiares, con amor y gratitud por su apoyo a lo largo de mi vida.

    A mis hijos, Iván Raymundo, Ángel Rodolfo, José Carlos y Uri Miguel, quienes son mi orgullo, mi reto, y uno de los motivos primordiales para seguir en la lucha por la vida a pesar de todos los pesares, con toda mi ternura e infinito amor.

    Con afecto filial a mis amigas-hermanas: Elizabeth, Carmen y Rebeca, por su inapreciable compañía, ejemplo y solidaridad en los momentos buenos, malos y peores, trascendentes o cotidianos, felices o amargos, en la calma y en la desesperación, por su impulso, sus regaños y por ser las causantes directas de que me hubiese decidido a compartir estas anécdotas.

    A todos los que colaboraron de manera directa e indirecta a la realización de esta obra.

    ¡ESA NO, PORQUE ME HIERE!

    Cuántas veces en una reunión, en un restaurante, en una cafetería, durante un paseo, y a veces cuando estamos viendo la televisión en la comodidad de nuestra casa o, en el mejor momento de una fiesta, hemos dicho al escuchar los acordes de una melodía: ¡Esa no porque me hiere!

    La música, esa maravillosa expresión del sentimiento humano es asociada casi de manera automática a las experiencias vividas en un tiempo determinado, a veces con placer, con dolor, con nostalgia…tiempos que se evocan al escuchar una composición musical de cualquier género, ya sea una balada, un bolero, una sinfonía, un concierto, un danzón, un paso doble o tango, salsa, una guaracha, un arrullo, un cántico religioso, una ranchera, hasta la música de banda o la grupera, suelen instalarnos en el sentimiento o en la emoción que vivimos alguna vez, o bien en los que experimentamos en la actualidad.

    Este es el motivo que inspira esta humilde obra, compartir algunos recuerdos de mi persona y de mis familiares cercanos, algunas de las memorias de la convivencia con mis queridas amigas y compañeras, a más de rendir un modesto tributo, a los autores e intérpretes que me han acompañado en diferentes momentos de mi vida.

    El título lo utilizo como un genérico, pues no todas las canciones o melodías que se refieren están asociadas con experiencias dolorosas, algunas atraen gratos momentos, bellos instantes, importantes horas de nuestra vida y de nuestra historia personal.

    Yo no lo sé con certeza, aunque espero que algunas historias serán identificadas por sus protagonistas, a pesar de que algunos de sus nombres o de los lugares en que sucedieron hayan sido cambiados, por razones que se comprenden por obviedad.

    Mi humilde, aunque vanidosa pretensión, es que estás anécdotas ofrezcan un pretexto para recuperar de la memoria lejana o cercana, las sensaciones que se imprimieron en algún momento de nuestra historia: la inocencia infantil, los pininos en el amor, las ilusiones juveniles, el descubrimiento del erotismo, la pasión desbordada, los anhelos secretos, el amor prohibido, el vacío ante la ausencia del ser querido, la desesperación del fracaso amoroso, la pérdida irreparable de la muerte del bien amado, la importancia de la amistad y otras diversas experiencias, que se quedaron en el alma o guardadas calladamente en el recuerdo, para que no interfieran en nuestra situación actual, puesto que cada relato sucedió realmente.

    Deseo manifestar mi agradecimiento a las personas que me autorizaron a escribir sus historias y a las maravillosas amigas que me impulsaron a realizar esta obra.

    Solamente me resta pedir su comprensión, pues las historias que narro son predominantemente femeninas, entre mujeres crecí, me desarrollé y trabajé, por lo que nuestro punto de vista prevalece a lo largo de las anécdotas.

    ¡Que lo disfruten!

    PRIMERA PARTE

    Mi infancia y mi familia

    PAPÁ ELEFANTE

    Autor e intérprete: Francisco Gabilondo Soler (Cri-Cri)

    Tempranito a comer llegó papá Elefante,

    Aflojó su cinturón, se soltó los dos tirantes.

    Y papá elefante, contento y barrigón,

    Se sirvió su sopa con el cucharón…

    LA PIÑATA

    Uno de los recuerdos más gratos de mi infancia es, sin duda, la sorpresa que mi papá me tenía reservada para mi quinto cumpleaños.

    Vivíamos entonces en un pequeñísimo apartamento, en el tercer piso del número 56 de la calle de Copa de Oro, en Ciudad Jardín, colonia ubicada al sur de la Ciudad de México, tranquila y bien cuidada, con calles que tenían nombres de flores y estaba habitada por familias de clase media.

    Fue el primer hogar familiar en el que llegamos a habitar en la Ciudad de México, al decidir mamá que ya era tiempo de que viviéramos con mi papá, antes mi mamá vivía con mi hermana y conmigo en Morelia, Michoacán, en la casa de mis abuelos y mis tías, mientras que mi papá, se vino a la capital del país a buscar empleo, una de sus ambiciones era trabajar como ruletero (taxista) en el D.F., afortunadamente, lo consiguió.

    Recuerdo con cariño aquel modesto y confortable lugar.

    Papá era ruletero y mi mamá cosía ajeno y era muy diestra para diseñar vestidos; la comadre Soco y sus hermanas, Doña Elisa Alejandre, y otras señoras encopetadas eran sus clientas, pero sobre todo, Amparito, la esposa del Lic. Osorio y sus hijas que recurrían a ella con frecuencia, pues les complacía estrenar en cada compromiso social al que asistían y que eran muchos, por fortuna para nosotros.

    No era común, en aquellos entonces -1955- tener televisores, pero contábamos con un tocadiscos portátil, no me acuerdo de los discos que tocaban mis papás, pero sí del que mi mamá nos ponía por las tardes, en tanto ella tejía o cosía a máquina, en la Singer que todavía conserva, un acetato de 45 revoluciones de Cri - Cri, el Grillito Cantor, aún evoco cuanto gustábamos de escuchar las cuatro canciones que contenía: El comal y la olla, El Ratón Vaquero, Jorobita y Papá elefante.

    Subidas en una silla para alcanzar el fregadero, ayudábamos a mamá a lavar los trastes, a preparar la comida y a disolver las gelatinas, o a hacer atole de avena cada tarde… y los domingos por la tarde nos daban permiso de ir a casa del Señor Marín, el vecino de enfrente, para ver en su televisor, los cuentos clásicos, que adaptaba para el Teatro Fantástico, Cachirulo (Enrique Alonso).

    Entre semana, escuchábamos las radionovelas de la XEW y la hora de Cri-Cri, El Grillito Cantor, con Don Francisco Gabilondo Soler, que no solo interpretaba sus bellas composiciones, sino que además daba consejos a los niños y niñas, para quienes escribió tantas hermosas melodías, sus canciones me parecían cuentos con música y siguen siendo de mis favoritas.

    Mi hermanita Alejandra tenía tres años recién cumplidos, yo, en ese día cumplía mis cinco primaveras, al despertar, recé las oraciones como era y es mi costumbre, desde que tengo memoria.

    Al despertar mi papá me pidió, con gesto de travesura, que le pasara su bata, yo sabía que la colgaba detrás de la puerta del closet, me acerque para abrir, papá se encontraba a espaldas mías, jale de la manija y… ¡Oh sorpresa inolvidable!

    Una piñata de barro y cartón forrados con papa de china, con forma de elefante, colorida y enorme, comparada con mi estatura, estaba pendiente de la alcayata de la puerta, sobre la bata.

    No creo que le haya entregado la bata a mi papá, puesto que me puse a brincar y a gritar en derredor de mi padre ¡Un papá elefante! ¡Un papá elefante! Abracé mi piñata y le canté su canción.

    Con que pequeños detalles, pueden ser felices los niños, un obsequio pensado y entregado con amor, les proporciona una experiencia que ni el tiempo ni la distancia consiguen borrar.

    INVOCACIÓN PLEGARIA

    (Nombre del compositor de la de la letra y música desconocido para la escritora)

    Jesús, mi dulce bien, llegaste a mí

    Para inundarme de tu amor.

    Mi Dios, bella ilusión que tantos sueños

    Ha despertado en mi corazón.

    LA PRIMERA COMUNIÓN

    Mi nombre, por su extensión, ha dado pie para que llamen por una infinidad de apodos, apócopes, motes y apelativos. Por si fuera poco llamarme Luz María de la Salud Mendoza Mendoza, me han nombrado a lo largo de mi vida con diversas ocurrencias de la familia y conocidos o compañeros: Lu, Lucy, Lucero, Lucifer, sombra, obscuridad, Mary, Maru, Marilú, Saluca, enfermedad, estornudo, achú, Mendoza bis, Mendoza al cuadrado, Luzmi, etc. A mí me gusta más que me digan Luzma.

    En mi familia, cuando era pequeña me decían reinita, a los dos años y con el consabido lenguaje limitado de esa edad, cuando me preguntaban mi nombre yo contestaba Neynita, que derivó en Ney cuando fui creciendo; hasta la fecha, a mis más de sesenta años, sigo siendo en las reuniones o conversaciones familiares, Ney o Neycita.

    Después de trabajar por más de treinta años doblando turno, para poder sostener la economía familiar–primero en la casa paterna y posteriormente la de mi propia familia-una vez jubilada y recientemente separada de mi marido, pude al fin dedicar parte de mi tiempo para cuidar de mí misma y realizar algunas de las actividades que me eran recreativas y placenteras como: visitar museos con mis amigas, bordar, tejer, aprender baile de salón, (reconozco que quise retomar el baile folclórico regional mexicano que de joven practique por años, y que tantas satisfacciones me proporcionó, pero, el peso, la edad, la falta de práctica y la agilidad perdida, me obligaron a desistir rotundamente) y a lo que más me gusta, leer.

    La literatura me apasiona, así que en cuanto organicé mis actividades cotidianas en el hogar, me inscribí en las clases de baile de salón, en el Cine-debate y en el Club de Lectura en voz alta de los centros comunitarios más cercanos a mi domicilio; retomé la lectura de mis obras favoritas, muchas de ellas habían sido leídas a trompicones, en los transportes públicos que utilizaba en el traslado cotidiano.

    Desde que era joven adquirí el hábito de leer durante los largos espacios de tiempo que no podía perder ociosamente, las horas para ir a la escuela y al trabajo; ya de casada seguí aprovechando los recorridos de mi casa a la guardería de mis hijos pequeños, de ahí a la primaria de nuestro hijo mayor, después a la oficina y por la tarde, la ruta inversa. ¡Bastante tiempo para leer!

    Por otra parte, siempre, llevo un libro conmigo, puedo salir sin aretes o sin maquillar, pero no puedo hacerlo sin un libro, aunque algunas personas se burlen de mí, pues me regreso a casa por algo que leer, si acaso me olvide de llevar un libro.

    Compré libros usados y nuevos para completar las colecciones de mis autores favoritos: Michael Ende, Julio Verne, Calderón de la Barca, Víctor Hugo, Paolo Coelho, Gabriel García Márquez, Taylor Caldwell, J. J. Benítez, B. Gallegos, J.R.R. Tolkien, y tantos otros. Mis amigas me obsequiaron libros que ellas no pensaban volver a leer, adquirí además, ejemplares de autores que me recomendaron, cuya lectura también me complació.

    Era refrescante no tener que leer por obligación y siempre acerca los mismos temas, necesarios para la preparación, actualización y desarrollo de mi trabajo.

    Al verme en la necesidad de reorganizar mis libreros, seleccioné los libros que ya no pensaba volver a leer para donarlos, organicé las colecciones, reacomodé por géneros literarios y durante esa tarea de limpieza, me topé con un viejo y querido amigo: un libro que había comprado a las puertas del café de la Hostería del Bohemio, en un puesto ambulante, lo vi y lo tomé del piso, a pesar de que el nombre de la autora (Sara Batiza) me era desconocido, el título me llamó la atención: Eso que se llama un niño.

    Pensando que era una obra de psicología, comencé a leerlo en el tren Metropolitano, mejor conocido como el Metro de la Ciudad de México, y me encontré con que no era un tratado de psicología o pedagogía, sino una novela costumbrista, del periodo post-revolucionario, conmovedora por su ternura, amena de leer por su sencillez, con una descripción tan pulcra, que ubicaba al lector dentro de cada escena, ¡y qué decir de los protagonistas o del vocabulario de cada personaje!

    En cada oportunidad que tenía para leer, lo retomaba, y si bien no era una joya de la literatura, era una de las novelas más atrapadoras ¿O debería decir cautivadoras? que había caído en mis manos.

    Era una delicia acompañar en sus experiencias al niño Renato, con su inseparable Nana Petra, la indígena sabia y dicharachera, que daba el toque de humor y sana picardía a la narración.

    Un capítulo me estremeció de manera particular, el 21°, en el cual evoca la nana Petra el día de su Primera Comunión.

    Mientras leía el hermoso relato, a pesar de la enorme diferencia entre los escenarios, me recordé a mí misma, cuando aún no sabía mi nombre completo y era tan solo Ney.

    Y así me vi, como si la pequeña que fui, fuese una persona distinta a la de hoy, y reviví entonces el recuerdo de mi atesorada vivencia, mi anhelo por recibir a Jesús en mi corazón, la insistencia por recibir mi Primera Comunión el 12 de diciembre, en aquella rústica capillita, que tenía por techo dos láminas de cartón enchapopotado, que yo, con inocencia infantil, creía que era el portal de Belén, por su parecido a los portales que venden para los Nacimientos en la época decembrina.

    Esa capilla humilde que, en la primera celebración de la Pascua de Resurrección que se celebró en nuestra comunidad, recibió la bendición de que oficiara de Fray José de Guadalupe Mojica, OFM, aquel tenor que triunfó en la ópera y filmó en Hollywood, México, Argentina y Perú, para después de la muerte de su madre, consagrar su vida al sacerdocio.

    Vi con ojos de niña, despreocupados y felices aquellos años, cuando mi familia era tan pobre, que vivíamos en una construcción de un solo cuarto que hacía las veces de sala, recámara, cocina y comedor.

    El pie de casa estaba ubicado en un amplio terreno de los ejidos del pueblo de San Pablo Tepetlapa, en el que sobrevivían aún la fauna y la flora propios de los pedregales que fueron producto de la erupción del Volcán el Xitle, a más de las hortalizas y árboles frutales que sembraron mis padres, existía una espontánea floración de girasoles y de mirasoles blancos, lilas y morados que, admirada desde lejos me hacían pensar en un altar lleno de flores.

    Evoqué el paisaje que podía observar cada mañana, al amanecer desde mi ventana, o por las tardes en que, sentadas en pequeñas sillas de las llamadas costureras, bordaba servilletas acompañada por mi madre y mi hermana: los imponentes volcanes Ixtaccihuatl y Popocatepetl.

    Hace tanto tiempo que las construcciones vecinas, se elevaron hasta tres o cuatro pisos, hacia los cuatro puntos cardinales, que me impiden disfrutar del alba y del ocaso. Mi vivienda, la más alta en una época, ahora la siento empequeñecida, en comparación con las de mis vecinos, y me hace sentir presa en un pozo. La resignación había empañado esos los recuerdos.

    Cerré el libro con los ojos húmedos y sonreí al recordar mi primera confesión.

    Tenía seis años y acudía a la doctrina como los vecinitos, al solar destinado para la construcción del templo, como aún no habían construido la iglesia nos sentábamos en el suelo, o sobre piedras para recibir la instrucción catequética, como se usaba en aquellos entonces, de memoria, sin reflexión ni comprensión, como periquitos repetíamos a coro las preguntas y las respuestas del catecismo del Padre ¿Ripalda o Gasparri?, uno de los dos, pero sólo Dios sabe cuál.

    Sonreí divertida al rescatar el recuerdo de la tonadilla con que recitábamos:

    - ¿Quién te creó?

    - Me creó Dios

    - ¿Qué entiendes por el nombre de Dios?

    - Por el nombre de Dios entiendo un espíritu purísimo, infinito en toda perfección, que hizo el cielo, la tierra y todas las cosas creadas…

    ¿Entiendo?, ¿Espíritu purísimo?, ¿infinito?, ¿perfección?, ¿Cielo?, pero… ¿De verdad creían las catequistas, los padres de familia o los sacerdotes, que los niños entendíamos esas palabras a los seis años? Dudé.

    Sin embargo, a pesar de mi corta edad, yo me sabía el catecismo de memoria, por lo que no existía algún obstáculo oficial para que cumpliera con el sacramento, en aquellos tiempos, no se consideraba necesario tomar en consideración el desarrollo del pensamiento infantil, así que mi madre, en cuanto le dieron el consentimiento las catequistas, compró en un botadero de los almacenes del centro de la ciudad, un retazo de organza, la tela necesaria para confeccionar un humilde y sencillo vestido blanco para la ceremonia.

    Como es costumbre, que los días previos a las ceremonias de las primeras comuniones, los niños han de confesarse, citaron a los aspirantes en la iglesia de San Antonio de Padua, en la colonia Xotepingo. Llegué a la hora señalada con puntualidad inglesa, acompañada de mi abuelito materno, me senté en una banca para esperar mi turno; cuando el padre me llamó, me acerqué muy segura e inicié el rito:

    El padre Ricardo con su grave voz dijo:

    - Ave María Purísima. Contesté tal y como me había adoctrinado mi catequista:

    - Sin pecado concebida.

    - ¿Hace cuánto que no te confiesas.

    - Yo no me he confesado nunca.

    - ¿Es la primera vez que te confiesas?

    - Si padre.

    - Dime tus pecados.

    - Yo no tengo pecados.

    - ¿Cómo que no tienes pecados?

    - No padre, yo no tengo pecados.

    El padre Ricardo se levantó de su asiento y miró inquisitivo hacia los adultos que habían acompañado a los pequeños, casi gritó: ¿Quién viene con esta niña?

    Mi abuelito Rafael se acercó cohibido y tímidamente dijo –yo, Padre.

    Esta niña dice que no tiene pecados, y se volteó para señalarme.

    Mi abuelo con cara adusta, preocupado porque tal vez no le dieran la absolución a su nieta, me fulminaba con la mirada.

    Yo, con los ojos muy abiertos, pero serena, los veía sin entender, entonces el cura se inclinó para preguntarme ¿Sabes lo que es un pecado?

    ¡Claro! – Respondí-es cuando uno no obedece a los mandamientos de Dios, y yo siempre los obedezco.

    El presbítero y el abuelo respiraron tranquilos, los otros niños no nos quitaban la vista de encima, como era de esperarse los demás estaban atentos a lo que sucedía, el cura se dio cuenta y dijo para que todos escucharan:

    - Esta niña no tiene pecados, así es que mañana recibirá su Primera Comunión.

    La noche anterior, apenas dormí, por la inquietud y por haber tenido que acostarme con la cabeza llena de cacahuates (rulos hechos de papel periódico enrollados en cintas de tela para que se ondulara el pelo y así formar el peinado de caireles que me hacía mi madre en los días de fiesta).

    En la ceremonia, mientras recibía la Primera Comunión de manos de mi querido padre Fray Gabriel Sánchez OFM, escuchaba las dulces voces de las monjitas que entonaban bellas melodías.

    Mentiría si digo que recuerdo sus títulos, sin embargo cuarenta años más tarde, un día mientras ensayábamos para cantar en misa, la maestra Águeda Pecina nos enseñó una melodía compuesta por su padre: la Invocación-Plegaria, no pude menos que asociar la hermosa letra al momento maravilloso en el que recibí por primera vez a Jesús, en el Sacramento de su amor en mi corazón: Jesús, mi dulce bien, llegaste a mí para inundarme de tu amor, mi Dios, bella ilusión que tantos sueños ha despertado en mi corazón. Señor, que sea mi vida siempre blanca como es hoy, que crezca cual azucena que te brinda su pudor, y guárdala Señor. Ven Jesús a mi alma y queda en ella por siempre Señor. Desde entonces, cada vez que la escucho, recuerdo esa maravillosa sensación. El milagro del amor de Dios que se quedó para nosotros en la Eucaristía.

    Era tan feliz, que nada significó que aquel día tan importante para mí, sólo pudiéramos desayunar un jarro de atole de masa y un trozo de panela de piloncillo para celebrar.

    Al terminar de ensoñar, regresé a la realidad, sequé mis ojos, sonreí de nuevo, abrí la novela y proseguí con su lectura.

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    12 de diciembre de 1957. Mi primera Comunión, (la tercera después del sacerdote)

    TRISAGIO

    Himno religioso del dominio popular derivado de la visión del profeta Isaías

    ¡Santo, Santo, Santo!

    Señor Dios, Señor Dios, Señor Dios de los ejércitos,

    Llenos están, los cielos y la tierra de vuestra gloria.

    Gloria al padre, Gloria al hijo, Gloria al Espíritu Santo.

    EL ABUELO RAFAEL

    Mi abuelo, Don Rafael Mendoza Rojas, era muy particular, cumplido y honrado, pero no era cariñoso, ni expresivo. El rasgo que más lo caracterizaba era una obsesión religiosa que se manifestaba a todas horas.

    Por la mañana, asistía a misa de 6 a.m., se quedaba a la de 7 a.m., y algunas veces, a la de las 8 a. m. Por la tarde, era devoto asiduo del rosario y por la noche rezaba por una lista interminable de intenciones: por los enfermos, por los moribundos, por los países en guerra, por los miembros de su familia (por todos y cada uno), por el Papa, por los sacerdotes, por los que nacerían ese día, por los que no tenían que comer, por los moribundos, por las misiones y por un larguísimo etcétera.

    Sus hijos y nietos le queríamos mucho, pero le temíamos más. Tenía entre la familia, la fama de golpear a su esposa y a sus hijos, con motivo o sin él, agarraba parejo y daba golpizas a diestra y siniestra con lo que estaba a la mano, ya fuera el chicote o el fuete para los caballos, una tabla, una vara o su cinturón. Los nietos, advertidos por sus madres, se cuidaban de no hacer algo que le disgustara.

    Entre los recuerdos recurrentes de mi madre, está uno particularmente doloroso, el de una ocasión en que el abuelo se enojó porque mi abuelita había hecho un arreglo para San José, con pequeñas flores enceradas, pequeñas rosas y bellas azucenas elaboradas por ella misma con gran primor, según describía mamá, y que el abuelo, al ver el adorno, que no fue de su agrado, golpeó en los brazos a su madre con un bozalillo. Mamá llora aun cuando nos explica a sus hijos y nietos, el dolor que experimentó al ver los puntitos de sangre que manaban de cada poro del brazo de su madre, al ser pinchados por las finas púas de crines de caballo del bozalillo.

    Mi madre y sus hermanas decían que, cuando era joven, su padre fue muy trabajador. En una de las haciendas que el vizconde de la Barrera y su familia poseían en Michoacán, empezó, siendo aún niño, como mozo de canasta, poco a poco fue ascendiendo, primero pasó a ser mozo de estribo y después de ser arriero, por su esfuerzo y honradez, finalmente llegó a lo más difícil, al puesto más codiciado: fue el administrador de la Hacienda y los 42 ranchos del rico terrateniente. Fue en uno de los ranchos en donde, por un conflicto entre vecinos, recibió el rozón de un balazo en la cabeza, que lo forzó a dejar de trabajar y se trasladó con su familia a otra parte.

    Los nietos, sin embargo, por nuestra corta edad y poca convivencia con él, jamás lo habíamos visto trabajar, sino como mandadero y ayudante en el taller de costura, tejido y bordado que mis tías tenían instalado en Morelia, como fuente de ingresos.

    Solía pasar cortas temporadas en los hogares de sus hijas casadas, una vivía en la hacienda de Íxtaro, pues se casó con uno de los nietos del vizconde, otra estaba en Santa Clara del Cobre (que hoy se llama Villa Escalante del cobre) y la mayor, mi madre, residía en el Distrito Federal.

    La llegada del abuelo, era el coco de los nietos que conocíamos sus manías, todas las mañanas nos obligaba a ir a misa y, cada tarde, nos ponía de rodillas, en fila delante de él para rezar un eterno rosario. Los más pequeños se cansaban pronto y se sentaban en cuclillas, los mayorcitos cerrábamos los ojos, pues ya conocíamos el castigo: un golpe seco en las piernas con una vara de membrillo, de las chirrioneras. Mientras se rezaba la letanía todos debíamos poner los brazos en cruz y en pocas ocasiones, se libraba alguno del varazo castigador por no resistir en tan incómoda postura.

    La mayoría de los nietos, quedaron vacunados contra la religiosidad y cuando crecieron se alejaron de la piedad ¿Cómo no con tales antecedentes?

    Todos los días, a las doce en punto rezaba el Ángelus (piadosa costumbre que evoca la Encarnación del Divino Verbo), y en los días primeros de cada mes, era primordial el rezo y los cantos del Trisagio, en honor de la Santísima Trinidad, para que nos socorriera con su Divina Providencia.

    Al entonar el Trisagio, incomprensiblemente, el abuelo se transformaba, su rostro se beatificaba y su voz era dulce y entonada.

    Esa devoción sí era aceptada la mayor parte de las hijas, por los nietos y perdura en algunas de las nietas que aún la practican. Una de ellas, soy yo, que sigo rezando el Ángelus siempre que me doy cuenta de el momento preciso del medio día y en los días primero de algunos meses, organizó mis actividades para escapar unas horas y voy hasta la Parroquia de San Fernando, uno de los pocos templos en que todavía se reza mensualmente el Trisagio, a las 12 en punto. Y con devoción rezo y entono: ¡Santo, Santo, Santo!…

    LA FERIA DE LAS FLORES

    Autor: Chucho Monge

    Intérprete: Jorge Negrete

    …Me gusta cantar al viento

    porque vuelan mis cantares

    y digo lo que yo siento

    en toditos los lugares….

    MI ABUELA MAURITA

    Siempre que escucho La feria de las flores, sonrío al pensar cuánto le gustaba oírla y cantarla

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