¿De qué color es el cielo?
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Jessica Vera Ruiz
Jessica Vera Ruiz nació en Salamanca, Guanajuato, un 25 de noviembre de 1982. Licenciada en Comercio Internacional, desde hace ocho años labora para una empresa de Logística. Es una mujer altamente emprendedora y multifacética: se ha desarrollado como docente, yogui, maratonista, crossfitera y actriz, entre muchas otras actividades. El estudio es su fascinación, le encanta continuar aprendiendo y estar en constante desarrollo personal y profesional. ¿De qué color es el Cielo? es su primera obra. Su acercamiento con la escritura se dio en su juventud, con algunos poemas sin publicación. No fue hasta tener el alma rota por la partida de su padre que decidió cambiar ese dolor por la escritura, como parte de su terapia y alivio.
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¿De qué color es el cielo? - Jessica Vera Ruiz
Primera edición, 2018
© 2018, Jessica Vera Ruiz.
© 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.
Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,
Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.
www.par-tres.com
direccioneditorial@par-tres.com
ISBN de la obra 978-607-8656-00-4
Diseño de portada
© 2018, Diana Pesquera Sánchez.
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
Impreso en México • Printed in Mexico
Jessica Vera Ruiz nació en Salamanca, Guanajuato, un 25 de noviembre de 1982. Licenciada en Comercio Internacional, desde hace ocho años labora para una empresa de Logística. Es una mujer altamente emprendedora y multifacética: se ha desarrollado como docente, yogui, maratonista, crossfitera y actriz, entre muchas otras actividades.
El estudio es su fascinación, le encanta continuar aprendiendo y estar en constante desarrollo personal y profesional. ¿De qué color es el Cielo? es su primera obra. Su acercamiento con la escritura se dio en su juventud, con algunos poemas sin publicación. No fue hasta tener el alma rota por la partida de su padre que decidió cambiar ese dolor por la escritura, como parte de su terapia y alivio.
Para mi padre y mi hijo,
que no pudieron coincidir en este mundo, en el mismo tiempo y espacio.
Papá,
te siento y te entiendo más que nunca.
De esta vida hasta la otra seguiremos
unidos hasta el momento en que
te vuelva a encontrar.
Soñamos despiertos, soñamos dormidos.
Soñamos de día y de noche, pero nunca dejamos de soñar.
Capítulo I
No era cualquier día. Un recién llegado mes de julio. Un verano inolvidable. Se pudiera pensar que era el día más brillante que se haya visto jamás. La alegría, emoción y nerviosismo inundaba a todos los miembros de la familia. Pequeño Leo estaba a minutos de llegar. Rodeado de toda la emoción, había alguien por ahí, callado, más nervioso que todos y más emocionado por verle. Ése era el abuelo Angu. Había pedido a su hija y a la vida por Pequeño Leo tantas veces que no podía creer que por fin estuviera a punto de cargarlo. Su hija le había regalado su gran anhelo: un nieto con quién jugar, compartir historias y, sobre todo, amar como lo había hecho con sus hijos cuando eran pequeños. Ahora, lo sabía bien, podría disfrutar y dar el tiempo que no había tenido oportunidad de entregar antes.
Aquel día de madrugada, todos habían salido rumbo al hospital. La brisa de la mañana se podía sentir a flor de piel. El llamado había sido tan temprano que nadie había podido dormir y descansar. La necesidad de verle y tenerle ya era tan grande que los había mantenido despiertos toda la noche. Sí, sólo unos minutos los separaban de conocer a Pequeño Leo.
En la recepción del hospital, se encontraba toda la familia reunida como pocas veces pasaba en el año: Angu, Abu Teo, Abu Mar, Tío Antonio, Papá y Mamá. Por supuesto que Mamá estaba muy nerviosa, como nunca; su nerviosismo era tal que bromeaba con querer salir corriendo a tierras lejanas. Ese nerviosismo únicamente se calmaba con la emoción de poder conocer a Pequeño Leo, el hijo que estaba por nacerle, y ver su carita por primera vez.
En determinado momento, una enfermera salió de la puerta principal con una silla de ruedas y llamó a Mamá a sentarse en ella. Antes de eso, quien daría a luz a Pequeño Leo, se despidió de su familia y le dio un beso a cada uno.
–No se preocupen, todo estará bien. Pronto podrán tener y abrazar a Pequeño Leo. Yo estaré bien.
Los minutos en la sala de espera pasaban; minutos que se convirtieron en horas. Angu miraba al infinito a través de una ventana del hospital. Era el día de verano más brillante que había visto jamás.
Ya en el quirófano, Pequeño Leo estaba anunciando su llegada. Papá se encontraba dentro apoyando a Mamá durante el proceso. Ella estaba tan nerviosa, nerviosa como nunca se había sentido, a pesar de ser una mujer fuerte; su más grande temor siempre habían sido las operaciones, pero Papá estaba ahí para apoyarla, tomándole su mano y diciéndole cuánto la amaba y admiraba por estar ahí y darle su más grande regalo en la vida. La tranquilizaba con un beso en la frente y le susurraba al oído cuánto la quería por, precisamente, ese gran regalo:
–Tranquila amor. Todo saldrá bien. Aquí estoy, siempre a tu lado. Pronto conoceremos a nuestro más grande tesoro.
Y el momento mágico sucedió: Mamá, a pesar de sus nervios, vio cómo su hijo respiraba nuestro aire por primera vez. Tan sólo observarlo de lejos, sintió cómo su corazón se hizo más grande de amor: era tan frágil, tan hermoso, como nunca había visto a alguien.
Los doctores entregaron a Pequeño Leo a Papá para que lo cargara. Él lo llevó hacia Mamá, y en ese momento sublime los papás de Pequeño Leo lloraron al tenerlo entre sus brazos. Papá dio un beso en la frente a Mamá y sonrieron de felicidad.
Mientras tanto, en la sala de espera, pasaron casi dos horas de gran angustia, Angu se encontraba muy nervioso; sabía que todo puede cambiar en un momento y, tanto él como toda la familia rezaba para que Pequeño Leo y Mamá estuvieran pronto con bien.
Pequeño Leo fue revisado por los doctores. Estaba en perfecto estado de salud y era un bebé muy hermoso con ésos sus cachetes regordetes. Fue llevado a los cuneros a donde toda la familia iba a poder pasar a visitarlo.
Mamá se encontraba en recuperación. Estaba ya muy tranquila pero ansiosa de abrazar a Pequeño Leo. Los doctores pasaron por Mamá para llevarla a su cuarto y por fin poder tenerle, ella, entre sus brazos. Una vez en el piso que le correspondía, caminó junto a la zona de cuneros y ahí vio que toda la familia reunida estaba conociendo a Pequeño Leo a través de la ventana. Abu Teo, Abu Mar, Angu, Tío Antonio y Papá estaban allí.
–¡Ay! ¡Qué hermoso!
–¡Mira qué bello está!
–¡Se parece a su papá!
Decían todos.
Mas una voz resonó especial:
–¡Mi nietecito lindo! –y eso lo dijo Abu Angu.
Mamá, al pasar por ahí y escuchar los comentarios de todos, alegró su corazón. Sabía que Pequeño Leo se encontraba en perfecto estado de salud y que todos estaban encantados con su llegada; en especial Angu.
La mamá de Pequeño Leo por fin pudo llegar a su habitación; con todo el cansancio y dolor que le causaba la operación no quería más que ver a su bebé nuevamente. En tan sólo minutos, ya se encontraba acompañada de toda la familia y, el momento ocurrió. La enfermera entró por la puerta cargando a esa hermosa personita. Dormido, tranquilo y con ese olor tan característico a nueva vida, a alegría y esperanza. La enfermera entregó a Pequeño Leo a los brazos de Mamá. Ésta lloró y besó en la frente a su hijo.
Después de unos minutos entre sus brazos, Pequeño Leo pasó al cunero que estaba a un costado de la cama de su mamá. En ese momento empezó toda la familia a desfilar para conocerlo. El último fue Angu. Se paró del sillón en donde todos esperaban sentados, respiró profundo y con el semblante emocionado se acercó por primera vez a su nieto. Todo lo que había esperado, por fin estaba frente a él;