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El secreto de la vida (traducido)
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El secreto de la vida (traducido)
Libro electrónico175 páginas2 horas

El secreto de la vida (traducido)

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- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.

¿Enfermedad? Es el desequilibrio oscilante de las células, que proviene de causas externas. Y, en particular, la lucha de la radiación microbiana contra la radiación celular. Porque el microbio, un ser unicelular, actúa igualmente por su propia radiación. Si la radiación microbiana triunfa, es la enfermedad y, al final de la resistencia vital, la muerte. Si la radiación celular la supera, es la vuelta a la salud.
El interés de mi teoría parece tanto más real cuanto más se confirma por los recientes experimentos que, con la curación de las plantas cancerosas, parecen abrir el camino a una nueva terapia para el cáncer, esta terrible enfermedad que se ha intentado combatir en vano. Las aplicaciones de mi teoría, que permiten devolver a las células toda la actividad vital de su radiación, darán, en mi opinión, un tratamiento específico del cáncer, en particular, y de las enfermedades debidas a la vejez en general. En este momento no se puede establecer ningún límite por adelantado a estos notables avances que mi teoría nos permite considerar. Espero que el futuro me dé la razón.
Aparte de estas aplicaciones prácticas inmediatas, mi teoría permite explicar, gracias a la función de la radiación penetrante, el proceso del origen de la vida, la diferenciación de las células y de las especies vivas, el problema de la herencia, en una palabra, todos los graves problemas que constituyen en conjunto la ciencia biológica.
IdiomaEspañol
EditorialAnna Ruggieri
Fecha de lanzamiento19 jul 2021
ISBN9788892864702
El secreto de la vida (traducido)

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    El secreto de la vida (traducido) - Georges Lakhovsky

    PREFACIO

    - ¿En qué estás pensando, Faraday?

    - Si te lo dijera, mi querido Deville, me tratarías como a un alucinado.

    Así es la leyenda.

    Más seguro que Faraday, el Sr. Lakhovsky compartió conmigo sus ideas sobre la radiación y los seres vivos. Pensó, con razón, que no podían molestar a un experimentador que, desde hace treinta y cinco años, estudia la acción de las ondas hertzianas de todas las longitudes sobre los animales y los microbios.

    En cuanto a la investigación científica, es bueno fomentar las ideas que parecen más descabelladas.

    Viví en la intimidad de dos maestros: Claude Bernard y Brown-Sequard, que ciertamente no se privaron de ello. Esto, sin duda, no fue un obstáculo para su éxito.

    Los fisiólogos conocen desde hace tiempo los fenómenos de resonancia. ¿Quién no conoce los resonadores acústicos del órgano de Corti, los resonadores

    desde el famoso trabajo de Helmholtz? ¿Y en tiempos más cercanos a nosotros, los resonadores biológicos de Charles Henry? Lapicque, Latzareff, etc... y yo mismo, hemos invocado, en mil ocasiones, los fenómenos de resonancia celular para explicar la acción del agente nervioso u otros agentes físicos en los seres vivos.

    Hace tiempo que estoy convencido de que el espacio está surcado por fuerzas desconocidas para nosotros, que los seres vivos emiten radiaciones o efluvios a los que no somos sensibles, pero que impresionan a algunos de ellos. Todo es posible. Pero no es necesario admitir que lo que se demuestra experimentalmente. Las ideas de un loco no se diferencian de las concepciones de un hombre de genio sino por el experimento que infirma las primeras y confirma las segundas.

    El Sr. Lakhovsky, animado por su trabajo y los resultados obtenidos, se preocupa sobre todo de que sus teorías despierten la curiosidad y los experimentos de los buscadores independientes. Constituyen lo que Claude Bernard llamó hipótesis de trabajo.

    En esta obra sólo examina las ondas electromagnéticas, las ondas penetrantes y las ondas desconocidas.

    Sin duda, hay muchas otras formas de transmitir energía que las que nos revelaron Newton y Fresnel. Y es precisamente estudiando a los seres vivos como más posibilidades tenemos de descubrirlos.

    Por lo tanto, experimentemos con ellos utilizando los métodos de los físicos y químicos e intentemos encontrar el detector especial mencionado en la conclusión de este libro.

    INTRODUCCIÓN

    Quisiera indicar aquí lo que es, en cierto modo, la filosofía de mi nueva teoría, cuya exposición hace el objeto de este libro.

    ¿De qué sirve exponer una nueva teoría de la vida? ¿Acaso la filosofía y la ciencia no han pretendido mil veces darnos una explicación desde el origen del mundo? ¿Y qué queda de estos generosos esfuerzos?

    No intentaré demostrar al filósofo, y en particular al metafísico, la utilidad de una nueva concepción. Ellos saben mejor que yo con qué avidez acogemos cualquier esperanza de una explicación mejor, la esperanza de un progreso en el conocimiento de lo absoluto. La satisfacción del deseo humano es suficiente para justificar la novedad de la hipótesis.

    Es al hombre en general, y especialmente al hombre de ciencia, a quien quiero convencer. El conocimiento humano positivo no está constituido simplemente, como algunos tienden a creer, por la acumulación de hechos experimentales. Estos hechos, en sí mismos, no son nada sin la idea que los cimienta, que los ordena, que los clasifica. El futuro de la ciencia radica esencialmente, en su estado de poder en cierta medida, en el desarrollo de estas ideas rectoras: en la hipótesis científica, para hablar claro.

    Cada ciencia en particular es un campo de experiencia, cuyas relaciones con los campos vecinos, es decir, con otras ciencias, son más o menos raras y difíciles. La medicina, la biología y las ciencias naturales tienen relaciones íntimas cuyas ramificaciones llegan hasta la química. Por otra parte, todavía parecen estar separadas, a veces como compartimentos estancos, de las ciencias físicas, especialmente de la electricidad y la radioelectricidad.

    Cada avance en el camino ascendente del conocimiento nos revela un nuevo punto de vista, nos permite explorar mejor la extensión de las diferentes ciencias, reconocer su estado de avance, constatar sus relaciones mutuas y la ayuda que pueden prestarse unas a otras.

    Los descubrimientos más recientes de la física han permitido volver a unir los múltiples fenómenos que pretende analizar mediante el estudio de todas las radiaciones. Este nuevo campo de acción es singularmente fructífero, si se tiene en cuenta que todas las nuevas adquisiciones de la física, y por tanto de las ciencias aplicadas, pertenecen al dominio de las radiaciones; estudio iónico, electrónico y atomístico de las radiaciones electromagnéticas habituales; radioelectricidad, telegrafía y telefonía sin hilos, teleautografía, telemecánica.

    Hasta ahora, esta noción original de radiación, que parece estar en la base de todo conocimiento positivo, sólo ha salido del ámbito de las ciencias físicas para ir al de la industria, sin hacer ninguna aportación importante a las ciencias naturales, cuyo desarrollo parece limitarse principalmente al de la química orgánica.

    Creo que ha llegado el momento de ampliar el campo y los medios de acción de la biología, dotándola de nuevos instrumentos tomados de los últimos avances de las ciencias físicas. Mi teoría del origen de la vida, que es el tema de este trabajo, debe ser esta nueva idea que une dos dominios de la ciencia que hasta ahora han sido ignorados.

    Se han sugerido numerosas hipótesis, en las que no insistiremos, para explicar el origen de la vida y los fenómenos biológicos. Sólo señalamos que los más recientes imaginan simplificar el problema reconduciendo estos complejos fenómenos a los puramente químicos o mecánicos. En efecto, en relación con el desarrollo sin precedentes de las nuevas adquisiciones tan fructíferas en física, las últimas hipótesis biológicas parecen un tanto simplistas. Y por último, el criterio supremo, no dan ninguna explicación satisfactoria de ciertos fenómenos primordiales, que mi teoría consigue explicar.

    Echemos un vistazo a estos oscuros puntos de la biología, sobre los que deseamos arrojar luz.

    Entre los hechos más estudiados por los naturalistas y entomólogos se encuentran todos los que se refieren al problema del instinto o sentido especialmente de los animales; a pesar de la acumulación de estos hechos experimentales precisos e indiscutibles, no se ha dado ninguna explicación clara. Mi teoría de la radiación de los seres vivos, confirmada por la experiencia afirmativa, concuerda con estos hechos, de los que descubre el sentido oculto.

    Del mismo modo, la orientación del vuelo de los pájaros, los problemas de la migración encuentran su explicación en los fenómenos de autoelección de los seres animados.

    ¿Cuál es entonces la radiación universal de los seres vivos? Mi teoría simplemente expone sus principios fundamentales y revela su naturaleza. Apoyándose en los descubrimientos más recientes de la ciencia en el ámbito de las radiaciones, demuestra, con la ayuda de analogías muy elementales, que la célula, organismo esencial de todo ser vivo, no es más que un resonador electromagnético, capaz de emitir y absorber radiaciones de muy alta frecuencia.

    Estos principios fundamentales abarcan toda la biología.

    ¿La vida? Es el desequilibrio dinámico de las células, la armonía de estas múltiples radiaciones que reaccionan entre sí.

    ¿La enfermedad? Es el desequilibrio oscilante de las células, procedente de causas externas. Y, en particular, la lucha de la radiación microbiana contra la radiación celular. Ya que el microbio, un ser unicelular, actúa igualmente por su radiación. Si la radiación microbiana triunfa, es la enfermedad y, al final de la resistencia vital, la muerte. Si la radiación celular la gana, es la vuelta a la salud.

    El interés de mi teoría parece tanto más real cuanto más se confirma por los recientes experimentos que, al curar las plantas cancerosas, parecen abrir el camino a una nueva terapia del cáncer, esta terrible enfermedad, que se ha intentado combatir en vano. Las aplicaciones de mi teoría, que permiten devolver a las células toda la actividad vital de su radiación, darán, en mi opinión, un tratamiento específico del cáncer, particularmente, y de las enfermedades debidas a la vejez en general. No sería posible en este momento fijar de antemano ningún límite a estos notables avances que mi teoría nos permite considerar. Espero que el futuro me dé la razón.

    Aparte de estas aplicaciones prácticas inmediatas, mi teoría permite explicar, gracias a la función de las radiaciones penetrantes, el proceso del origen de la vida, la diferenciación de las células y de las especies vivas, el problema de la herencia, en una palabra, todos los graves problemas que constituyen en conjunto la ciencia biológica.

    He dado intencionadamente a esta exposición una forma muy sencilla para que sea accesible a todos aquellos que deseen penetrar más en los secretos de la ciencia. He desterrado toda la fraseología inútil, así como la mayoría de los términos técnicos especiales tan numerosos en el vocabulario de las ciencias biológicas y eléctricas.

    Del vocabulario especial de la física, y en particular de las ciencias de la radiación, sólo he tomado prestadas algunas palabras, bien conocidas en este momento por todos los aficionados a la radiofonía, y que son legión. Estas palabras son: autoinductancia, que caracteriza la inducción electromagnética de un circuito; capacitancia, que caracteriza su inducción electrostática; resistencia eléctrica, que caracteriza la oposición del circuito al paso de la corriente; longitud de onda y frecuencia, magnitudes inversas que caracterizan la naturaleza de la radiación. Las fórmulas matemáticas se han descartado por completo. Las explicaciones científicas útiles se ofrecen en notas a pie de página y no son indispensables para la comprensión de la obra.

    Mi única ambición es, de hecho, que mi obra pueda ser entendida por todos, incluso por aquellos que no están familiarizados con la lectura de obras científicas. Sería demasiado feliz si pudiera satisfacerlo.

    La segunda edición de El origen de la vida es un espejo fiel de la evolución, desde hace tres años, de mi teoría de la oscilación de los seres vivos.

    Por un lado, he transportado esta hipótesis en el orden puramente teórico, ampliando este principio para que se convierta en el de la radiación universal. La esencia de esta radiación universal, es la universalidad, es decir, la promotoría espacial esparcida por el océano cósmico, es la generalización de la noción demasiado confusa del éter de los físicos.

    En una obra que lleva precisamente este título de la Universión, una concepción que reconduce el universo cósmico a las dos nociones esenciales del ion y de la onda, he mostrado cómo este medio ideal, que defino con precisión, permite explicar tanto los fenómenos eléctricos y magnéticos, la propagación de las radiaciones sobre todo alrededor de la tierra, como la emisión y la recepción de las ondas, del calor y de la luz, las radiaciones interstrales. También he demostrado la relatividad de los fenómenos a la luz del Universo y he indicado cómo este medio se presenta necesariamente como soporte de la vida y del pensamiento.

    Por otra parte, he continuado, desde la primera edición de El origen de la vida, los experimentos que debían ser la contrapartida lógica de estas teorías, y he tenido la satisfacción de reconocer que, en la medida en que se han recogido resultados positivos hasta el presente, la observación de los hechos experimentales corrobora plenamente las hipótesis formuladas.

    Estos ensayos en el ámbito de la práctica son, en cambio, de naturaleza muy diferente.

    En primer lugar, he demostrado la influencia de las manchas solares en la vida y la salud y, de forma más general, en la biología. En particular, cómo los años notables de buenas cosechas coinciden con el período de mayor actividad de las manchas solares, lo que ya implica, en el orden físico, perturbaciones de carácter eléctrico, magnético y electromagnético.

    Más tarde amplié el campo de mis investigaciones hacia el tratamiento del cáncer, del que la primera edición de El origen de la vida narraba mis primeras experiencias sobre el Pelargonium inoculado con Bacterium tumefaciens y curado con éxito mediante circuitos oscilantes.

    Al estudiar la distribución geográfica del cáncer según las estadísticas oficiales, pude comprobar que la densidad de las manifestaciones cancerosas estaba estrechamente relacionada con la naturaleza geológica del suelo. He mostrado cuál era la relación de causa y efecto entre este último fenómeno y el primero, revelando la función de las ondas cósmicas, cuyo campo en la superficie del suelo es modificado por la naturaleza del mismo, según sea aislante o conductor de la electricidad.

    He podido deducir un método racional del equilibrio oscilatorio de los seres vivos, mediante la aplicación de circuitos oscilantes que representan la parte de filtros y reguladores de las ondas cósmicas.

    El conjunto de mis trabajos sobre la influencia del suelo en la carcinosis, en relación con la alteración de las radiaciones cósmicas, fue publicado en mi folleto: Contribution à l'Etiologie du Cancer, que el profesor d'Arsonval presentó a la Academia de Ciencias el 4 de julio de 1927.

    Teniendo en cuenta los nuevos resultados sobre el conocimiento de las radiaciones cósmicas, así como sobre las influencias que ejercen sobre los seres vivos, pude dar un desarrollo considerable a mis primeros experimentos de cura del cáncer, ya relatados en la primera edición de L'Origine de la Vie.

    Se han llevado a cabo numerosas investigaciones clínicas, tanto en

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