En el vasto campo de la biología, uno de los desafíos más ambiciosos al que nos enfrentamos, junto a la comprensión del genoma, consiste en completar el diagrama del conectoma, el detallado mapa de las 100 billones de conexiones sinápticas de nuestras neuronas.
Sin embargo, esto solo es el principio, pues nuestro organismo es tan complejo que también comprende otros «-omas», tales como el proteoma, el exoma, el epigenoma, el metaboloma o el microbioma. Por si fuera poco, todos estos «-omas» interactúan entre sí de un modo que aún ignoramos.
El hecho de asumir esta tarea es una hazaña similar a la de Hércules enfrentándose a la Hidra de Lerna, una criatura mítica cuyas cabezas se duplicaban cada vez que una era cortada. Cada vez que nos hallamos en el camino de decodificar y entender uno de estos «-omas» (sufijo griego que significa «conjunto, aglomeración o estructura biológica»), parece que surgen dos más que necesitan ser explorados y comprendidos.
Por si no fuera suficiente, la divulgadora de ciencia Sally Adee ha querido invocar y explorar otro «-oma» de la sinfonía biológica, acaso uno de los menos conocidos hasta ahora por el gran público: el electroma.
LA CHISPA BIOLÓGICA. Los primeros humanos observaron y se maravillaron ante los fenómenos eléctricos naturales como el relámpago y la electricidad estática. Sin embargo, no fue hasta los siglos XVIII y XIX cuando comenzamos a entender y controlar verdaderamente la electricidad.
Uno de los hitos más importantes a este respecto fue el trabajo de Luigi Galvani, un médico