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Terrorismo y deporte
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Terrorismo y deporte

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El atentado ocurrido durante los Juegos Olímpicos de Múnich en el año 1972 acabó de forma traumática con la inocencia del deporte y puso de manifiesto que un ataque a un gran evento deportivo proporcionaba la visibilidad internacional que cualquier agrupación terrorista desea para su causa. Desde entonces, decenas de ataques se han producido durante el transcurso de competiciones de interés mundial, convirtiendo el deporte en un rehén más del terrorismo. Atlanta’96, la Eurocopa de Fútbol de Inglaterra, la semifinal de la Champions League de 2002, la maratón de Boston en 2013… son solo algunos de los blancos y escenarios que han sido objetivo de atentados terroristas durante el último medio siglo. Carlos Igualada analiza los objetivos y el impacto de todos estos ataques y también la repercusión que tuvo del 11-S en las medidas de seguridad de estos macroeventos para concluir que el deporte no solo representa una atractiva diana para los que siembran el terror, sino también una herramienta fundamental para prevenir el radicalismo violento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jul 2021
ISBN9788413522777
Terrorismo y deporte
Autor

Carlos Igualada

Carlos Igualada es licenciado en Historia, máster en Relaciones Internacionales y doctor en Filosofía y Letras. Es director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET) y de la revista académica RIET (Revista Internacional de Estudios sobre Terrorismo). Es miembro investigador de la Comisión Europea en su programa Global Facility on Money Laundering and Terrorism Financing. Su área de estudio se centra en el terrorismo de carácter yihadista y sus trabajos han sido publicados en revistas científicas nacionales e internacionales. Colabora con distintos medios de comunicación y forma parte de varios comités académicos.

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    Terrorismo y deporte - Carlos Igualada

    Prefacio

    El viernes 13 de noviembre de 2015 me encontraba en el estadio José Rico Pérez de Alicante asistiendo al partido amistoso de fútbol entre las selecciones de España e Inglaterra. El encuentro finalizó con un 2-0 favorable para el conjunto español, aunque eso es lo de menos. Durante el descanso de dicho partido, escuché que algunas personas a mi alrededor realizaban comentarios sobre otro encuentro que se disputaba a la misma hora en París entre las selecciones de Francia y Alemania. Comentarios a los que, en un principio, no di mayor importancia. Pensé que un partido de ese nivel, por muy amistoso que fuera, también atraería la atención de los entendidos del fútbol.

    Una vez finalizado el entretenido encuentro al que había asistido, me dispuse a buscar mi coche para volver a casa. Siempre me ha gustado la radio deportiva y lo primero que hice al entrar en el vehículo fue sintonizar la cadena COPE para conocer la opinión de Paco González y compañía en relación al partido de fútbol que acababa de presenciar en directo. Pero mi interés se tornó en sorpresa e incredulidad cuando en lugar de entrevistas con los futbolistas y análisis pospartido, los periodistas de la radio hablaban de atentados terroristas, tiroteos y bombas por diversos puntos de la capital francesa, incluyendo los exteriores del Estadio de Francia. Lo que ocurrió durante aquellas horas es de sobra conocido por todos.

    ¿Qué tienen en común acontecimientos tan dispares como son el gol de Iniesta durante la final de la Copa del Mundo de Su­­dáfrica 2010 y los atentados del 11-S como para que la mayoría de nosotros sepamos ubicar casi de forma exacta el momento y el lugar en el que nos encontrábamos en aquellos instantes? No sé si los azares del destino han querido que mi primer libro se centre en buscar la intersección entre deporte y terrorismo. Lo que sí es cierto es que, paradójicamente, algunos de los escasos pero valiosos recuerdos que atesoro de mi infancia y adolescencia guardan relación con estos dos temas.

    A día de hoy sigo preguntándome cómo es posible que acumulase en mi memoria acontecimientos relacionados con el terrorismo, ocurridos en mi niñez, ya que durante aquellos años de crecimiento mi capacidad de comprensión en relación a este tema tan complejo como sensible, así como mi interés por ello, era prácticamente nulo. Un ejemplo significativo es el asesinato de Miguel Ángel Blanco el 13 de julio de 1997, suceso que supuso la repulsa de la sociedad española en su conjunto hacia el terrorismo y que marcó el principio del fin de ETA. En mi mente tengo amontonados numerosos recuerdos de los días anteriores y posteriores a su asesinato, tales como las multitudinarias manifestaciones con decenas de miles de manos pintadas de blanco, las plazas iluminadas por centenares de velas, la canción Libertad sin ira del grupo Jarcha o el crespón negro junto al logo de las cadenas de televisión. El hecho de que todo ello quedase guardado en la cabeza de un niño de 7 años, considero que es un claro indicador del impacto que tuvo este acontecimiento en el seno de la sociedad.

    Algo similar me ocurriría el 11 de septiembre de 2001. Aquel día, mientras comía tras volver del colegio, las cámaras de los informativos de Antena 3 enfocaban un gran edificio del que salía humo en su parte superior. En aquel preciso momento, una bola inmensa de hollín y fuego comenzó a expandirse, a una altura similar, hacia otra torre que parecía exactamente igual. Lo único que las diferenciaba desde mi perspectiva era una especie de antena que una de ellas tenía ubicada en su azotea. ¡La otra torre, Ricardo, la otra torre!, dijo atónito el periodista Matías Prats, encargado de conducir aquellos informativos que pasarían a la historia. El desconcierto provocado por las imágenes de las Torres Gemelas en llamas sin saberse el motivo de ello dio paso al horror tras ver cómo esa segunda explosión fue ocasionada por un avión que chocó contra el edificio.

    Recuerdo que esas imágenes las veía sin demasiado asombro, como si se tratara de una película de ficción, quedando mi capacidad de aquel entonces muy lejos de comprender que ese acontecimiento iba a cambiar el mundo en todos los sentidos. Ese mismo día, poco después de comer, tuve entrenamiento con mi equipo de fútbol del barrio. Más tarde, mi padre me diría que esos dos edificios se habían derrumbado.

    En agosto de 2002, mientras me encontraba en un campamento de verano durante la primera quincena de agosto, ETA puso dos bombas, con escasos cinco días de diferencia, en las localidades alicantinas de Torrevieja y Santa Pola. A aquel campamento acudían niños y adolescentes de toda la provincia de Alicante, y desconozco si alguno de ellos provenía de esos dos municipios. Recuerdo que me enteré de la noticia por una de las portadas de los periódicos que algún adulto había dejado en una mesa. En el atentado mediante coche bomba ocurrido en Santa Pola fueron asesinadas dos personas: un hombre de 57 años y una niña de 6 llamada Silvia, hija de un guardia civil. Según datos del Ministerio del Interior, Silvia fue el último menor asesinado por ETA. Antes que ella, otros 20 niños habían perdido la vida como consecuencia de la actividad terrorista de esta organización, todos ellos entre los años 1980 y 2002¹.

    Transcurridos poco más de dos años y medio de aquel verano, comenzaba un nuevo día en mi vida como un estudiante adolescente más. Mi madre me despertaba cada mañana antes de irse a trabajar. Yo solo deseaba que su despertador no funcionase y no sonara el temido ruido de la persiana, signo inequívoco de que a los quince minutos era yo el que tendría que apearse de la cama. Aquel 11 de marzo de 2004, su alarma funcionó, no fallaba nunca, y recuerdo que una de las primeras cosas que dijo al acercarse a mí fue: Han puesto una bomba en Madrid. Seguro que ha sido ETA. Poco tiempo después, y pese a los intentos de un sector político español de seguir manteniendo la hipótesis de que ETA era el grupo responsable de haber perpetrado la matanza, se supo que realmente había sido obra del terrorismo yihadista.

    De la misma forma que guardo de forma inexplicable en mi mente recuerdos de la infancia y pubertad vinculados con atentados terroristas, lo mismo me ocurre con el mundo del deporte. Durante gran parte de mis años de instituto tenía muy claro que quería dedicarme al periodismo deportivo, aunque el azar del destino me depararía otros derroteros. Desde temprana edad me ha gustado el fútbol, tanto verlo como practicarlo, y era uno de esos niños que comentaba los partidos mientras jugaba al FIFA, como si de un locutor de radio se tratase. Mi primer recuerdo con este deporte se remonta al Mundial de Francia del año 1998, concretamente al partido que enfrentaba a España contra Nigeria, y que se saldó con un resultado negativo de 3-2 para los intereses españoles, siendo aquella derrota la que acabó por confirmar un nuevo fracaso de nuestra selección en un gran evento futbolístico. Desde entonces, y de forma paradójica, apilo muchos acontecimientos de mi vida a través de una relación directa o indirecta con momentos deportivos, tales como los lugares exactos en los que me encontraba cuando se producía un evento en concreto o la gente que me rodeaba en aquellos momentos. Algunos ejemplos de ello son la final de la Eurocopa del año 2000 entre Francia e Italia en casa de mis abuelos, el madrugón del verano de 2002 para ver cómo Corea eliminaba en cuartos de final por penaltis a España antes de ir a hacer la compra de los sábados con mi madre, o la emoción frente al televisor de casa a finales de septiembre de 2005 cuando Fernando Alonso hizo historia al convertirse en el primer piloto español que lograba un campeonato mundial en la Fórmula 1. Más recientes tengo los logros de la Selección española de fútbol entre 2008 y 2012, años en los que las alegrías del deporte eran el único salvoconducto para olvidar por algunas horas la dramática situación de miles de familias debido a la fuerte crisis económica que sufría nuestro país.

    Hablando de eventos deportivos, si hay uno de ellos por excelencia, sin duda alguna esos son los Juegos Olímpicos. Siempre me ha asombrado la idea de que se reúnan en un país concreto miles de deportistas de decenas de disciplinas y que acuden en representación de más de un centenar de estados para competir durante varias semanas por una medalla tras años de dedicación y esfuerzo. Probablemente, las Olimpiadas sean el único acontecimiento mundial en el que, durante los días en los que se prolonga este acontecimiento, la concordia y respeto entre distintas naciones está por encima de todo. Además, la magnitud global que este evento adquiere en todos los sentidos ha sido tradicionalmente un foco de atención para que distintas organizaciones terroristas pongan su punto de mira en él con el fin de exponer al mundo sus reivindicaciones políticas, como veremos posteriormente en alguno de los capítulos.

    Y es que el fenómeno del terrorismo se ha manifestado de múltiples formas durante las últimas décadas, llegando a tener una implicación directa sobre el mundo del deporte. Aunque en un principio no pueda parecerlo, la relación entre terrorismo y deporte es más estrecha de lo que nos podemos imaginar. Los grandes actos deportivos, por una serie de motivos que se irán comentando, son un escenario idóneo para que los grupos terroristas hagan acto de presencia. Así ha quedado de manifiesto durante el último medio siglo, periodo de estudio que abarca este libro. Como adelanto de esta relación entre deporte y terrorismo: desde los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 hasta día de hoy se han producido más de 200 ataques terroristas relacionados con acontecimientos deportivos².

    El contenido de este libro ha quedado estructurado en función de seis capítulos en los que se abordará la vinculación existente entre terrorismo y deporte. El primero de ellos tiene un componente esencialmente académico, ya que establece el marco teórico del que ha partido esta investigación. En él se trata de buscar la confluencia y la intersección entre ambos fenómenos, entendidos como líneas tangentes con puntos de unión. Los capítulos 2, 3 y 4 plasman de forma cronológica la implicación que ha tenido el terrorismo en el deporte, comenzando por lo acaecido en los ya mencionados Juegos Olímpicos de Múnich y su implicación en posteriores competiciones deportivas, seguido de la era pos-11-S en la que el ámbito del deporte, igual que tantos otros, se vio afectado por nuevas medidas de seguridad a la hora de celebrar macroeventos. Así, se llegará hasta un presente en el que el terrorismo, especialmente el de carácter yihadista, ha golpeado en distintas ocasiones durante la celebración de actos deportivos alrededor del mundo. En el quinto capítulo se abordará la implicación que ha tenido el terrorismo en el deporte desde la perspectiva del caso español, siendo nuestro país un buen ejemplo a la hora de conocer la interrelación entre ambos fenómenos, dado que durante las últimas décadas han sido distintos los espacios deportivos, inmersos en la celebración de grandes eventos tanto nacionales como internacionales, los que se han convertido en escenario de atentados o de intentos de ello. En el sexto capítulo contaremos la existencia de distintos proyectos nacionales e internacionales en los que el deporte se ha convertido en una herramienta de gran utilidad para prevenir el radicalismo y el extremismo violento, y narraremos los casos de algunos deportistas cuya vida, de alguna forma, ha estado marcada por el terrorismo. Para finalizar, y tras el apartado de las conclusiones, se expondrá un anexo en el que se recogen a modo de tabla los principales atentados e incidentes relacionados con el terrorismo que se han producido en contextos deportivos.

    Capítulo 1

    Buscando la intersección

    entre deporte y terrorismo

    Los Juegos Olímpicos de Múnich 72, la Eurocopa de Fútbol de Inglaterra, los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, la semifinal de la Champions League de 2002, la selección nacional de cricket de Sri Lanka en 2009, la selección de fútbol de Togo en 2010, la maratón de Boston en 2013 o una peña madridista en Irak en 2016. Estos son solo algunos de los blancos y escenarios que han sido objetivo significativo de atentados terroristas durante el desarrollo de competiciones deportivas en el último medio siglo. A raíz de ello, cabe preguntarse: ¿por qué el terrorismo golpea al deporte? ¿Qué fin persiguen aquellos que introducen el terror en una celebración de este tipo? ¿Es esta la forma que tienen de mostrar su rechazo hacia la práctica del deporte? ¿En qué casos estos ataques han resultado ser contraproducentes para los propósitos de los terroristas? En este primer capítulo se tratará de dar respuesta a todo ello.

    Definiendo terrorismo

    Es importante que, desde un primer momento, se defina a grandes rasgos aquello que entendemos por terrorismo. El estudio de este fenómeno desde una óptica puramente conceptual ha presentado durante las últimas décadas, y sigue presentando diariamente, distintas complejidades a la hora de acuñar una definición sobre la cual exista un amplio consenso en cuanto a la exactitud del término y su contenido. En este sentido, son varias las definiciones aceptadas generalmente por expertos y especialistas en la materia, aunque existan matices que las hagan diferenciarse entre sí. Teniendo en cuenta todo ello, y como bien afirma Juan Avilés, en la actualidad, la comunidad internacional no ha consensuado una definición precisa y las que aparecen en las legislaciones de distintos países no coinciden³.

    Tomemos el caso de distintos ejemplos para ilustrar esta realidad. El Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo, firmado en el año 1999, plasmaba una definición de terrorismo que fue adoptada posteriormente por otras instituciones como la ONU. Bajo esta interpretación se entendía como terrorismo todo aquello que tuviese la intencionalidad de

    causar muerte o lesiones corporales graves a civiles u otras personas que no participen activamente en las hostilidades durante un conflicto armado […] con el propósito de intimidar a una población u obligar a un Gobierno o a una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo.

    Una definición más completa, dado que aborda el término desde una perspectiva más amplia, es la planteada por los informes del Global Terrorism Index, refiriéndose a terrorismo como empleo o amenaza de la fuerza ilegal o la violencia por parte de un actor no estatal con el fin de alcanzar un objetivo político, económico, religioso o social, mediante el miedo, la coerción o la intimidación. Esta definición tiene en cuenta algo tan importante como son los objetivos, entendiéndose intrínsecamente a partir de ello que todo acto de terrorismo debe de estar premeditado y planificado. Dicha interpretación se puede vincular con la aportación realizada por el sociólogo francés Raymond Aron, quien considera que el terrorismo incorporaría aquellas agresiones deliberadas que generasen consecuencias psicológicas desproporcionadas en relación a los daños ocasionados⁴. En esta misma línea, en la que se hace mención a los aspectos psicológicos, se expresa Luis de la Corte, quien afirma que terrorismo sería

    una sucesión premeditada de actos violentos e intimidatorios ejercidos sobre población no combatiente y diseñados para influir psicológicamente sobre un número de personas muy superior al que suman sus víctimas directas y para alcanzar así algún objetivo, casi siempre de tipo político⁵.

    Por su parte, Louise Richardson enfatiza que la característica más importante del terrorismo, siendo aquello que lo diferencia de otras formas de violencia política, es el ataque premeditado e indiscriminado hacia objetivos civiles⁶.

    Otros tantos académicos hacen hincapié en el aspecto comunicativo del terrorismo, algo en lo que se profundizará en este mismo capítulo. En este sentido, Bruce Hoffman afirma que el terrorismo debe verse como un acto violento, el cual es entendido específicamente como medio para atraer la atención, para más tarde, mediante la publicidad generada, comunicar un mensaje⁷. En esa misma línea se expresa Marc Sageman, quien asegura que los actos terroristas tienen una función comunicativa porque son un acto de propaganda que inspira a una audiencia especialmente joven que decide imitar esos actos y cometer atentados terroristas en sus propios países⁸.

    Un último ejemplo de la complejidad y las dificultades que existen a la hora de precisar este término quedó de manifiesto tras un trabajo publicado por Alex Schmid y Albert Jongman en 2005, quienes plasmaron una nueva definición tras pedir a más de un centenar de colegas que cada uno describiese el fenómeno a partir de sus conocimientos. El resultado de todo ello fue la obtención de 109 enunciados distintos, de los cuales se extrajeron 22 elementos comunes definitorios. La conclusión a la que llegaron los autores de dicha investigación es la siguiente:

    El terrorismo es un método inspirado en la ansiedad producida por las acciones violentas repetidas empleadas por individuos, grupos o actores no estatales (semi) clandestinos, por motivos idiosincráticos, criminales o políticos, por lo que, en contraste con el asesinato, los objetivos directos de la violencia no son los principales objetivos. Las víctimas humanas inmediatas de la violencia se eligen generalmente al azar o selectivamente a partir de una población objetivo, y sirven como generadores de mensajes. Los procesos de comunicación basados en amenaza y violencia entre terroristas, víctimas y los principales objetivos se utilizan para manipular el principal objetivo o audiencia, convirtiéndolo en un objetivo de terror, de demandas o de atención, dependiendo de si se busca principalmente la intimidación, la coerción o la propaganda⁹.

    Como se puede ver, el estudio del terrorismo presenta una gran complejidad, partiendo de la dificultad existente en su propia definición. A lo largo de la historia reciente han sido múltiples las formas a partir de las cuales se ha manifestado este fenómeno en base a una serie de ideologías que poco o nada tienen que ver entre unas y otras. Asimismo, este término también ha sido tergiversado en constantes ocasiones, siendo utilizado e instrumentalizado por aquellos que con fines esencialmente políticos han hecho uso de él para deslegitimar a un adversario. Pese a todo ello, es importante destacar que, en la actualidad, tanto la comunidad internacional como los propios estados condenan el uso del terrorismo como fin para conseguir unos determinados propósitos, independientemente de su ideología o de las motivaciones que conlleven a su ejercicio.

    El deporte como rehén del terrorismo

    No hay ninguna duda a la hora de reconocer a las organizaciones terroristas como uno de los actores no estatales tanto a nivel nacional como internacional con mayor capacidad para influir en las decisiones adoptadas por las esferas políticas. El terrorismo siempre ha ido acompañado de una naturaleza política motivadora de sus actos violentos. Si a ello se le añade el carácter transnacional adquirido durante las últimas décadas, tenemos como resultado un combo en el que cualquier gran evento, independientemente del lugar en el que se desarrolle, puede ser objetivo de un ataque. Además, el atentar durante la celebración de importantes competiciones deportivas contiene un atractivo añadido para las organizaciones terroristas por una serie de motivos que se comentarán a

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