Cielo desnudo
Por Emily Dickinson
4.5/5
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Emily Dickinson
Emily Dickinson (1830–1886) was an American poet. Born in Amherst, Massachusetts, to a successful family with strong community ties, she lived a mostly introverted and reclusive life, but today is considered to be one of the most influential poets in American history.
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Comentarios para Cielo desnudo
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Emily , poco reconocida en su época
pero sus versos son eternos, son como si sin querer este allí con uno.
Vista previa del libro
Cielo desnudo - Emily Dickinson
II
I
45
Hay algo más tranquilo aún que el sueño en esta habitación de dentro.
Una ramita lleva sobre el pecho — y no dirá su nombre.
Hay quien lo toca, y quien lo besa — hay quien aprieta su mano impasible —
Posee una sencilla gravedad que me resulta incomprensible. No lloraría yo si fuera ellos —
¡Es de maleducados sollozar! Podrían asustar a la serena hada, hacer que vuelva a su bosque natal. Mientras las gentes de corazón simple hablan de «Prematuros muertos» —
nosotros — que apreciamos la perífrasis, decimos que los Pájaros partieron.
50
Aún no se lo he dicho a mi jardín — no vaya a ser que convencerme pueda.
Tampoco tengo fuerza suficiente para comunicárselo a la Abeja —
No lo diré en la calle, pues las tiendas me mirarían, fijamente, a mí —
Que alguien tan poca cosa — e ignorante tenga la valentía de morir.
No quiero que lo sepan las laderas — por las que tanto paseé —
ni decirles a los amados bosques el día en que me iré —
No lo susurraré en la mesa — ni por descuido se me escapará que hoy dentro del Enigma alguien caminará —
87
Un miedo súbito — ostentación — y lágrima — un despertar en la mañana
para encontrar la causa de nuestro despertar respirando una aurora diferente.
113
Nuestra parte de noche soportar — nuestra parte de alba —
Nuestro hueco de dicha completar, nuestro hueco de escarnio —
Aquí una estrella, allí una estrella,
¡hay quienes se extravían!
Aquí una niebla, allí una niebla, y por último — el Día.
115
¿Qué extraña Fonda es esta donde a pasar la noche llega un Viajero peculiar?
¿Quién es el Posadero?
¿Y dónde las doncellas?
¡Mirad qué habitaciones!
Sin rubicundos fuegos en el lar ni Jarras rebosantes que circulen —
¡Nigromante! ¡Señor de la Posada!
¿Quiénes son esos de allá abajo?
144
Lo llevó puesto hasta que finas venas se trazaron azules en su mano —
y, suplicando, en sus tranquilos ojos se detuvieron Lápices de púrpura.
Hasta que los Narcisos en incontables veces se fueron y vinieron,
y entonces dejó ella de llevarlo — para ocupar su asiento entre las Santas.
Ya nunca más veremos su paciente silueta tan suave de encontrar en el crepúsculo —
Ya nunca más su sombrerito tímido en las calles del pueblo —
sino que en su lugar habrá Coronas, Cortesanos, en torno a su belleza,
¿no es suyo el rostro asustadizo — e inmortal del que hablamos aquí entre susurros?
182
Si no estuviera viva cuando los Petirrojos vengan,
a ese de Corbata Carmesí dale una miga en mi Memoria.
Y si no te pudiera dar las gracias por estar muy dormida,
has de saber que lo estaré intentando con labios de Granito.
241
Me gusta cómo luce la Agonía, pues sé que es verdadera —
Los hombres no simulan el Dolor, ni fingen un Espasmo —
Se vidrian nuestros Ojos — es la Muerte —
No hay forma de imitar esas Perlas que enhebra
en nuestra frente la cotidiana Angustia.
255
Morir — lleva muy poco tiempo — Se dice que no duele —
Tan sólo es un desmayo — por etapas — queda después — fuera de vista —
Un Lazo más oscuro — por un Día — Apenas un Crespón en el