Llueve en la taza
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Como señala Juan Marqués en el prólogo a esta edición: «Si hablamos de intimidad, ficción y talento, entramos ya de lleno en territorio de Henrik Nordbrandt, cuya estatura poética es tan inmensa como discreta: es un talento que no atropella, un talento que llega muy alto sin dejar de hacer sonreír. Uno se siente bien mientras lee a Nordbrandt, se tiene la sensación de estar siendo invitado a participar de un discurso civilizador y pacífico, de una poesía que resulta amable incluso cuando quiere ser dura, de unas palabras justas».
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Llueve en la taza - Henrik Nordbrandt
Henrik Nordbrandt
LLUEVE EN
LA TAZA
Ilustraciones de
Kike de la Rubia
Traducción de
Francisco J. Uriz
Prólogo de
Juan Marqués
019LA LLUVIA EN EL CAFÉ
La poesía es, muy probablemente, el territorio de la realidad en el que existen más formas de tener razón. Y no hablo solo de formas muy diferentes, sino incluso rotundamente incompatibles. La poesía es hoy un modo alternativo de conocimiento, que en el origen debió de ser el que despertó todos los demás, pues la mirada poética y curiosa sobre la realidad fue la que dio lugar a la filosofía, y a la ciencia, y a la religión, y a las artes… y sigue siendo, en fin, la manifestación más habitual de la necesidad instintiva de explicar lo que vemos o lo que somos. Pero la poesía ha de ser radicalmente subjetiva: lo raro es que se hayan impuesto escuelas, tendencias, dogmas, epígonos…, ya que lo sano y lo deseable es entender que siempre habrá variedad de perspectivas, de miradas, de tonos y de voces. Debería haber tantas formas de hacer poesía como poetas. «¡A cada cual su realismo!», clamaba en un poema Pasolini: todo poeta que quiera ser considerado como tal debería ser totalmente distinto al resto, no por afán de distinguirse sino de un modo espontáneo, irreflexivo, inevitable.
Si me gustan tantísimo los poetas nórdicos es porque pienso que, en la época contemporánea, son los que más claro han tenido todo eso, y quienes más naturalmente lo han transmitido. Y eso es así incluso cuando hay una nítida «melodía» general que emparenta a casi todos los poetas de por allá arriba. La frondosidad de la poesía nórdica no pelea con la sencillez, por aquellas latitudes tienen el don de la concisión rebosante, o de la intensidad lacónica: dicen mucho con poco, son maestros en la sugerencia, saben explicar o al menos insinuar fenómenos o sentimientos muy complejos sin afectación, saben encender las palabras sin incendiarlas (quiero decir: sin ponerse estupendos), saben recurrir al humor sin renunciar a la mayor seriedad de fondo, funden la ironía con la melancolía de un modo definitivo.
Y los poetas nórdicos son, sin duda, los que mejor han conseguido expresar su intimidad a través de la ficción, quienes mejor han entendido ese juego, tan eficaz si se hace con talento.
Si hablamos de intimidad, ficción y talento, entramos ya de lleno en territorio de Henrik Nordbrandt, cuya estatura poética es tan inmensa como discreta: es un talento que no atropella, un talento que llega muy alto sin dejar de hacer sonreír. Uno se siente bien mientras lee a Nordbrandt, se tiene la sensación de estar siendo invitado a participar de un discurso civilizador y pacífico, de una poesía que resulta amable incluso cuando quiere ser dura, de unas palabras justas. La poesía de Nordbrandt busca la complicidad del lector; apela a su ética secreta, casi inconsciente (y que esa ética pueda tener su punto de hedonismo no hace sino fortalecerla);