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Obras morales y de costumbre III
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Libro electrónico63 páginas45 minutos

Obras morales y de costumbre III

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Este volumen reúne una serie de escritos plutarqueos emparentados por una intención ejemplarizante vehiculada mediante casos extraídos de la historia. Por «Máximas de reyes y generales» desfilan hechos y sentencias emblemáticos y aleccionadores de grandes estadistas griegos, persas, escitas, siracusanos, macedonios y sirios; Alejandro Magno se lleva la palma con treinta y cuatro menciones, pero también asoman a estas páginas Pisístrato, Licurgo, Alcibíades y Pericles, entre otros muchos. «Máximas de romanos» es un apéndice al anterior tratado que ofrece una panorámica histórica desde el siglo III a. C., y constituye una excelente invitación para leer las Vidas paralelas, pues el lector entra en contacto con Fabio Máximo, Escipión el Mayor, Catón el Viejo, Escipión el Joven, Cicerón y Gayo César, que protagonizan algunas de las biografías de esta serie. «Máximas de espartanos» aplica el mismo tratamiento a personalidades lacedemonias, y expresa la admiración que el autor siente por el pueblo de Esparta, su constitución política y su tipo de vida, así como por su proverbial carácter austero. «Antiguas costumbres de los espartanos» recopila anécdotas de la vida cotidiana lacónica en las que Plutarco expresa de nuevo su querencia por Esparta, pero no a través de sus personajes encumbrados, sino de referencias precisas a su alimentación, educación y demás elementos constitutivos, sacadas de los tres grandes historiadores griegos: Heródoto, Tucídides y Jenofonte.
«Virtudes de mujeres», dirigida a Clea, amiga de Plutarco y sacerdotisa del templo de Delfos, es un texto singular por su carácter antimisogínico, puesto que incluye casos históricos donde relucen las virtudes de mujeres reales definidas por su nobleza y no por su procedencia: troyanas, focenses, quiotas y demás se distinguen por el coraje, la audacia, la bondad, la honradez y la inteligencia. Como ya demostrara en «Deberes del matrimonio» (volumen II de los Moralia), Plutarco siente un hondo respeto por la mujer y cree posible la felicidad duradera en el matrimonio, que él experimentó en su propia vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2021
ISBN9791259715128
Obras morales y de costumbre III
Autor

Plutarco

Plutarco nació en Queronea (Beocia), en la Grecia central, y vivió y desarrolló su actividad literaria y pedagógica entre los siglos I y II d. C., cuando Grecia era una provincia del Imperio romano. Se educó en Atenas y visitó, entre otros lugares, Egipto y Roma, relacionándose con gran número de intelectuales y políticos de su tiempo. Ocupó cargos en la Administración de su ciudad, donde fundó una Academia de inspiración platónica, y fue sacerdote en el santuario de Delfos.

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    Obras morales y de costumbre III - Plutarco

    III

    OBRAS MORALES Y DE COSTUMBRES III

    CÓMO PERCIBIR LOS PROPIOS PROGRESOS EN LA VIRTUD

    INTRODUCCIÓN

    El término griego prokopé que emplea aquí Plutarco para indicar «progreso» es el que los filósofos estoicos empleaban para significar el progreso moral. Contra esta escuela filosófica escribe Plutarco este tratado, sobre todo contra su doctrina de que sólo el hombre sabio es virtuoso y que la virtud es una adquisición que no admite grados previos, por lo que si un hombre no es perfecto importa poco el estado de su imperfección y si sus defectos son grandes o pequeños. Se trata, pues, de demostrar a su amigo romano Sosio Senecio, por dos veces cónsul en la época de Trajano, que el progreso en la virtud es gradual y que uno puede ser consciente del mismo.

    Comienza Plutarco atacando a los estoicos porque intentan que los hechos se ajusten a sus doctrinas en lugar de hacer que éstas se adapten a aquéllos. En la maldad, como en la perfección, continúa, existen estadios. Por ejemplo, la injusticia de Arístides no es la misma que la de Fálaris, ni la arrogancia de Platón la misma que la de Meleto. Uno puede luchar contra el mal, y, a la vez, ir viendo sus progresos en la virtud y el camino que le queda por recorrer. De este camino y de los progresos que uno va haciendo existen una serie de señales e indicios que podemos resumir así: si uno siente dejar los estudios de filosofía por otras ocupaciones; si no se deprime y duda muy a menudo en los comienzos de estos estudios; si se mantiene firme a los ataques y las burlas de enemigos y amigos por los propios defectos; si se siente atraído por la moral; si no se deja llevar por la ira; si se conforma con la propia conciencia del bien realizado; si incluso busca la censura de los propios defectos; si sabe dominar las emociones; si desea imitar y ponerse como ejemplo a los mejores; si desea comunicar sus progresos en la virtud a los demás, familiares y amigos, y, por último, si no se descuida en lo que pueden parecer pequeños detalles, sino que desea construir su vida con los materiales más nobles. Si todo esto es así, entonces estaremos haciendo progresos en la virtud.

    Brokate (cf. Bibliografía), tras un análisis de los 17 capítulos en que está dividido el tratado, llega a la conclusión de que los capítulos 3, 4, 5, 6, 7 y 10 los ha tomado Plutarco de otros autores, mientras los demás son obra suya. Así, entre los capítulos 10 y 14 no hay relación alguna, y en los capítulos 14 y siguientes se encuentran una serie de frases que no se corresponden entre sí. A su vez, Siefert (cf. Bibliografía) demuestra que de los capítulos 11 al 13 y del 14 en adelante hay muchas cosas que Plutarco tomó de otros libros suyos, por lo que lo habría escrito después de De tranquilitate animi, De virtute et vitio y De virtute morali, mientras G. Hein (cf. Bibliografía) piensa que el tratado es anterior, también, a De audiendo y a De se ipsum cifra invidiam laudando.

    En el llamado «Catálogo de Lamprías» este tratado está recogido con el número

    87.

    CÓMO PERCIBIR LOS PROPIOS PROGRESOS EN LA VIRTUD

    1

    ¿Qué clase de razonamiento, querido Sosio Senecio [1] , conservará la sensación de que uno va mejorando con respecto a la virtud, si los progresos no producen ninguna disminución de nuestra ignorancia, sino que el vicio, ciñéndose a todas las cosas con el mismo peso,

    Como una bola de plomo tira hacia abajo la red [2]

    ?

    Pues en música y gramática uno no se daría cuenta de que está haciendo progresos, si con el aprendizaje no agota las fuerzas de la ignorancia en estas cosas, sino que le acompaña siempre la misma inexperiencia. Ni la medicina, que no produce de algún modo al enfermo mejoría ni alivio, mientras la enfermedad va cediendo y debilitándose, le permitirá sentir la diferencia, hasta que el estado opuesto no se haya hecho manifiesto, después que el cuerpo haya recuperado totalmente su fuerza. Pero, así como en estas cosas no hay ningún progreso, si los que progresan con la disminución de la pesada carga, transportados como sobre un carro hacia lo contrario, no se dan cuenta del cambio, de la misma manera en el filosofar no puede percibirse ningún progreso ni sensación de progreso, si el alma no abandona ni se purifica de la necedad, sino que, hasta que haya alcanzado el bien más elevado y perfecto, hace uso del mal absoluto. Pues también el sabio, cambiando en un momento desde la mayor ignorancia posible hacia un estado de virtud inmejorable, escapó de repente y de una vez de todo su vicio, del cual no había conseguido expulsar una pequeña parte durante

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