Obras morales y de costumbre II
Por Plutarco
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Plutarco
Plutarco nació en Queronea (Beocia), en la Grecia central, y vivió y desarrolló su actividad literaria y pedagógica entre los siglos I y II d. C., cuando Grecia era una provincia del Imperio romano. Se educó en Atenas y visitó, entre otros lugares, Egipto y Roma, relacionándose con gran número de intelectuales y políticos de su tiempo. Ocupó cargos en la Administración de su ciudad, donde fundó una Academia de inspiración platónica, y fue sacerdote en el santuario de Delfos.
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Obras morales y de costumbre II - Plutarco
II
OBRAS MORALES Y DE COSTUMBRES II
SOBRE CÓMO SE DEBE ESCUCHAR
INTRODUCCIÓN
La gran importancia que la paideía griega concedió al hecho de escuchar las grandes producciones literarias, la encontramos recogida, en parte, en esta obra de Plutarco. El ejemplo está reducido, sin embargo, aquí a los discursos de los filósofos. Es bien conocido el carácter principalmente oral que, sobre todo hasta la época clásica, tuvo toda la educación griega, basada igualmente en unos textos transmitidos, en su gran mayoría, de una forma oral. De esta tradición, sin duda, y en una época en la que suponemos que la utilización del libro es ya un hecho en los círculos de las personas que tenían acceso a la educación, parte la preocupación de Plutarco porque el joven conozca las ventajas o desventajas de una buena o una mala audición. Ante todo, se destaca que siempre es más provechoso oír que hablar, siendo el silencio una de las virtudes que mayor adorno pueden proporcionar a un joven. Luego se dirá que para que un discurso pueda ser beneficioso al joven que lo oye, éste deberá escucharlo sin envidia, reconociendo sus valores, incluso si en él se dice algo que no le agrada, alabándolo y tomándolo como modelo para intentar hacer él algo parecido; igualmente, será bueno que el joven se examine y se pregunte a sí mismo, tras la audición, si ha sacado algún provecho de la misma y si su alma ha salido enriquecida en la virtud y el bien.
Después podrá, incluso, alegrarse con la forma material del discurso, pero esto deberá ponerlo siempre en segundo lugar; el joven deberá mantener siempre independiente su espíritu crítico, para no dejarse arrastrar, quizá, por los aplausos de los demás, por las bellezas del estilo sin tener en cuenta el valor aceptable o rechazable del contenido de lo que está oyendo. La compostura debida, el saber mezclar las alabanzas con los reproches, así como el saber dirigir las preguntas oportunas en el momento adecuado al orador de turno, son normas importantes para Plutarco de una audición provechosa.
Por lo demás, el joven debe saber que uno no debe esperar recibirlo todo de los demás, sino que se debe esforzar, con los conocimientos que adquiere a través de los discursos que oye, en fomentar su propia inventiva.
Las fuentes de este tratado, dedicado a un joven de nombre Nicandro, han sido estudiadas por Brokate (cf. Bibliografía), que ha señalado la confluencia de varias de ellas en el mismo. Según este autor, tendríamos aquí las huellas de Teofrasto y Jenócrates, pero, sobre todo, de Aristón de Quíos y Jerónimo de Rodas, autores citados en 42B y 48B, respectivamente, y que se habrían ocupado, en sus escritos, de este tema pedagógico.
Para Brokate, además, los capítulos 4 al 9, 10 al 12 y el 14 habrían sido tomados de las fuentes arriba citadas, mientras que en los restantes capítulos Plutarco habría añadido doctrina propia, que se encuentra en otros de sus libros, como en el
Cómo
distinguir a un adulador de un amigo
, que habría sido escrito anteriormente. Diremos para terminar, que el mismo autor busca y señala, en su afán de situar cronológicamente algunos de los tratados de Plutarco, relaciones entre este tratado, otros de las Obras Morales y algunos de las Vidas, situando la composición del mismo en una edad ya avanzada de Plutarco. K. Ziegler (cf. Bibliografía) pone reparos a estas conclusiones de Brokate y piensa que sus argumentos no son convincentes y podrían ser esgrimidos para defender lo contrario.
El llamado «Catálogo de Lamprías» recoge este tratado con el número 102.
SOBRE CÓMO SE DEBE ESCUCHAR
1
El tratado que yo elaboré sobre la forma de escuchar, amigo Nicandro [1] , te lo envío al terminar de escribirlo, para que sepas escuchar correctamente al que te aconseje, cuando te has separado de tus preceptores por haber tomado la vestidura varonil. En efecto, la anarquía [2] , a la que algunos jóvenes consideran libertad por falta de formación, impone a las pasiones, como recién liberadas de sus cadenas, unos amos más terribles que aquellos maestros y pedagogos de la niñez; y así como dice Heródoto [3] que las mujeres se despojan del pudor al mismo tiempo que del vestido, de la misma manera algunos jóvenes, junto con la acción de desprenderse de las ropas de la niñez, se desprenden a la vez del respeto y temor, y habiéndose liberado del ropaje que los revestía se llenan al punto de malos hábitos. Tú, en cambio, que has oído muchas veces que el seguir a la divinidad y el obedecer a la razón son una misma cosa, considera que el paso de niños a hombres no es para personas sensatas una liberación de la autoridad, sino un cambio de quien ejerce la autoridad; en lugar de una persona a sueldo o conseguida con dinero, aceptan, como guía divino de su vida, a la razón, a cuyos seguidores sólo es justo considerar libres. Pues únicamente aquellos que han aprendido a desear lo que deben, viven como quieren; pero en los impulsos y actuaciones desenfrenadas e irracionales hay algo innoble y en el arrepentirse muchas veces la libre decisión es pequeña.
2
Pues, así como de los que se inscriben como ciudadanos, los nacidos fuera y los extranjeros enteramente hacen muchos reproches y se sienten incómodos con lo establecido, y en cambio, los que son hijos de residentes extranjeros y están familiarizados con nuestras leyes aceptan sin dificultad lo que les sucede y lo aman, del mismo modo es preciso que tú, instruido durante mucho tiempo en la filosofía y acostumbrado desde el principio a tratar todo tipo de aprendizaje e instrucción de los niños, mezclada con el razonamiento filosófico, llegues bien dispuesto y familiarizado a la filosofía, la cual ella sola proporciona a los jóvenes el adorno varonil y verdaderamente perfecto que procede de la razón; yo creo que tú no sin gusto escucharías una disertación sobre el sentido del oído, el cual dice
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Teofrasto [4]
que es el más sensible de todos los sentidos. Pues ni la vista ni el gusto ni el tacto producen sobresaltos, perturbaciones y emociones tales como las que se apoderan del alma al sobrevenirle al oído golpes, estrépitos y ruidos. Pues es mucho más racional que sensible. En efecto al mal muchos lugares y partes del cuerpo le permiten, introduciéndose a través de ellos, apoderarse del alma, en cambio para la virtud la única entrada posible son los oídos de los jóvene s [5] , en el caso de que sean puros e inquebrantables a la adulación y se mantengan desde el principio no tocados por discursos vacíos.
Por eso, también Jenócrate s [6]
mandaba poner a los niños, antes que a
los atletas, fundas a las orejas, pues éstos se deformaban las orejas con los B
golpes y aquéllos, en cambio, sus caracteres con los discursos, y no porque pretendieran para ellos torpeza de oído o sordera, sino porque les aconsejaba que se protegieran de los malos discursos, hasta que otros provechosos, como guardianes de su manera de ser alimentados por la filosofía, ocuparan aquel lugar suyo más sensible y más fácil de persuadir.
También Bía s [7] , el antiguo sabio, recibida la orden de enviar a Amasis [8] el pedazo de carne más digno y más vil de una víctima, después de cortarle la lengua, se la envió, en la idea de que el hablar produce los mayores daños y los mayores provechos.
La mayoría de la gente, al besar dulcemente a los niños pequeños, ellos C
mismos les cogen las orejas y ordenan que aquéllos hagan lo mismo, dando a entender con el juego que es preciso querer, sobre todo, a los que nos resultan beneficiosos por las orejas, ya que es evidente que el joven alejado de toda audición y que no gusta de ningún discurso no sólo