Matthew: La dimensión en la que te encuentro
Por Mivi Sf
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Dedico este libro a todas las que leyeron “Cuando el sol desaparece” y “Mike, luna de vino tinto.” Al equipo de trabajo, a mi esposo, familia y amigos.
Desde que era niña me gustaban las novelas y los libros románticos. Aunque mi pasión era escribirlas, jamás pens&eacu
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Matthew - Mivi Sf
Legales
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Publicado por Ibukku
www.ibukku.com
Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico
Copyright © 2018 MIVISF
ISBN Paperback: 978-1-64086-293-7
ISBN eBook: 978-1-64086-294-4
Legales
Dedicatoria
Capítulo 1
El Planeta Rojo
Diez años después
Capítulo 2
Capítulo 3
La Tierra
Capítulo 4
Entre Pociones
Pensamientos de Matthew
El miedo
Capítulo 5
El Pasado o el Presente
Capítulo 6
Memorias
Pensamientos de Matthew
La Verdad
Pensamientos de Matthew
Los personajes
Las reglas de los juegos
Capítulo 7
Amigos o enemigos
Pensamientos de Matthew
Abril
Capítulo 8
Fingiendo ser un desconocido
Pensamientos de Matthew
Capítulo 9
Justo después de las doce
Pensamientos de Matthew
Pensamientos Matthew
Capítulo 10
La verdad
Pensamientos de Matthew
La Ansiedad
Pensamientos de Matthew
Capítulo 11
Sábanas negras y un perfume dulce, dulce
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
Capítulo 12
Hoy vas a recordarme
El invierno
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
En tu vida real
Pensamientos de Matthew
Capítulo 13
La Fantasía
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
El lugar donde te encuentro
Capítulo 14
Intentando ser escritor para ti
Capítulo 15
Elizabeth
Segunda parte
Capítulo 16
La imaginación
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
Pensamientos de Matthew
Capítulo 17
Fonograma
Capítulo 18
Secuencia de emociones
Capítulo 19
Cierra tus ojos
Pensamientos de Matthew
Capítulo 20
Autógrafo
¿Recuerdas cuando te dije que no te enamoraras de una mente, pues los cuerpos se olvidaban con mayor facilidad?
Dedicatoria
Dedico este libro a todas las que leyeron Cuando el sol desaparece
y Mike, luna de vino tinto.
Al equipo de trabajo, a mi esposo, familia y amigos. Desde que era niña me gustaban las novelas y los libros románticos. Aunque mi pasión era escribirlas, jamás pensé que algún día me atrevería a compartir mis historias con el mundo. Una tarde cualquiera estaba en el patio de mi casa, cuando los cuervos volaron hasta posarse en un árbol seco que se encontraba ahí desde que nos mudamos. Me llamó la atención que los cuervos repetían la misma escena todos los días, justo cuando el sol se ocultaba. Aquello me convirtió en una fanática de los cuervos y me gustó mucho la idea de que formaran parte de mi inspiración.
Continuación de Mike, Luna de vino Tinto.
Capítulo 1
El Planeta Rojo
Volamos hasta llegar al otro extremo de la calle, me bajé corriendo del carro al ver que Mike y Sofía se habían caído por el barranco; pronto el fuego me dijo que los habíamos perdido para siempre. Mi padre abrió la nave y me pedía a gritos que subiera al carro, mientras que Betty se ponía las manos en la cara. Ya no podía con otra pérdida, se había ilusionado con Mike y también lo había perdido; por otra parte estaba la pérdida de su mejor amiga, que siempre había actuado como una hermana. Elizabeth no decía nada, las palabras ya no podían expresar todo el dolor, sólo queríamos huir para siempre y no volver jamás. Ya no teníamos nada en la Tierra. Así que la nave partió justo cuando el sol se estaba ocultando. Poco después llegamos al Planeta rojo y tal como Sofi alguna vez lo describió, todo seguía como siempre. Para ser honesto no parecían humanos, más bien robots. Mi padre era el encargado de controlar a los locos, que ahora pretendían ser cuerdos. Pronto nos ofreció la cura para todos nuestros males, la poción que borraba todas nuestras memorias, pero ya sabíamos que aquello no era la solución, nos quedaríamos perdidos en una dimensión donde las identidades no existen, y éste era el precio de ser humanos: nuestras memorias.
—No quiero eso papá —le dije.
—Pero hijo, ¿estás seguro? Esto hará que todo sea más fácil.
—Lo fácil nunca me ha gustado —contesté.
Por otra parte, Betty y Elizabeth tampoco querían borrar sus memorias, habían aprendido a vivir con todos los recuerdos y hasta cierto punto coincidíamos en que el dolor era necesario para seguir. Así que nos dieron unos números a casi todos, pero en cambio a mí no me dieron nada, ya que esos números eran para enviarnos a nuestras casas rojas. A mí me tocaba seguir a mi padre como de costumbre. Así que caminé entre los locos y todo lucía demasiado limpio y perfecto. Los árboles eran artificiales y rojos, no se aceptaba otro color que perturbara la memoria. Mi padre era un genio. Alto, cabello castaño oscuro y un poco canoso, cejas pobladas, ojos grises y siempre vestía de rojo. En uno de sus estudios confirmó que los colores nos llevan a lugares que están guardados en nuestra memoria. Así que él se encargó de que el Planeta rojo fuera precisamente de ese color, de punta a punta.
Cuando era pequeño le decía a mi padre que cuando fuera grande quería ser como él, pero con los años me di cuenta de que ser como otra persona era demasiado aburrido. Como vivir en ese planeta que me aburría hasta los huesos. Guardaron mi carro y lo pintaron de rojo, no me dejaban manejar nada, sólo podía caminar; la música estaba prohibida, incluso cantar, escribir, expresar algún sentimiento, hablar de alguna memoria era motivo de observación y te enviaban al laboratorio como si fueras una rata. Así que, como nosotros, Betty, Elizabeth y yo éramos los únicos que teníamos memoria, mi padre y mi madre también, prometimos que jamás hablaríamos de aquello con nadie. Aunque con el tiempo, conocí a un amigo que se llamaba Frank, alto, moreno, de ojos cafés, con muy buen humor. Con él solía pasar mis tardes y muchas veces le contaba una que otra memoria.
Diez años después
El tiempo puede ser un aliado perfecto para que las memorias se pierdan en una dimensión a la cual yo he llamado, desconocida. Encerrado en una habitación tratando de abrazarme a los recuerdos, era lo único que tenía de ella. Me acuesto en la cama y cierro los ojos, entonces ella vuelve, no me deja ser feliz, quiere molestarme y en eso era la mejor, nadie podía ganarle. Es que ella lo hacía como si en verdad fuera parte de su arte.
—¿Te has creído ese cuento? —decía.
—¿De qué hablas? Déjame dormir, estoy cansado.
—¿De qué estás cansado? Si todo lo que haces es sentarte a ver cómo tu padre analiza a los cuervos, brujas y ninfas del bosque.
—¿Tú qué sabes de mi nueva vida? Además, se supone que no deberíamos hablar nunca más, estás muerta y los muertos no hablan con los vivos.
—Creo que tienes que ir al doctor, porque eres tú el único que intenta creer que yo soy un recuerdo y no una realidad, entiende que nunca seré tu pasado.
—No. ¿Me vas a dejar dormir?
—Supongo que no.
Todos los días en cuanto veía un poco de luz, me levantaba de la cama y salía a correr por todo el Planeta rojo. Los relojes estaban prohibidos, así que la hora era lo de menos, pero no podía descuidarme; lo único que me ayudaba a sentirme más joven y vital era el ejercicio. Después, como parte de la rutina, regreso a casa y desayuno, tenemos un robot que hace el mejor jugo de naranja y aunque todo sabe artificial, me había acostumbrado. Si algo hace el tiempo es precisamente eso, nos ayuda a lidiar con las cosas que no nos agradaban al principio. Tenía un nuevo amigo, lo llamaba Frank, y aquella tarde las cosas comenzaron a cambiar justo cuando ya había decidido casarme con Elizabeth en el Planeta rojo y tener nuestra familia, dedicarme a botar la basura y a investigar a todos los locos que mi padre traía de la Tierra. Llegó una noticia a mis oídos que lo cambió todo.
—Matthew ¿Tienes un momento? —dijo Frank.
—Claro que sí, amigo, ¿ahora qué ha pasado, se ha escapado otra ninfa?
—No, creo que debo contarte algo y no sé por dónde comenzar —contestó Frank.
—Puedes comenzar por el principio, estoy en una crisis existencial.
—¿A qué te refieres con eso?
—Siguen los sueños, ella se ha propuesto joderme la vida, en pocas palabras.
—Pues quizás después de esta noticia, sí que podría acabar contigo.
—¿Qué te traes entre manos, Frank?
—Tu padre me envió a la Tierra a investigar a David.
—Sí, eso ya me lo habías contado.
—Pero no te había contado lo que encontré en la mansión.
—¿Otra poción? ¿Más brujas? Por favor, de locos estoy hasta el cuello.
—No, encontré a una chica.
—Te has enamorado en la Tierra, nada nuevo.
—Déjame terminar. Espié a David y siempre está con una chica y un chico, pero para mi sorpresa el nombre de ellos es Mike y Sofía. Entonces recordé que habías hablado mucho conmigo de esas personas.
—Eso es imposible amigo, yo mismo los vi caer en un hueco y explotar con todo y moto.
—¿Por qué no vas tú mismo y lo compruebas? A tu padre casi le da un infarto.
Pensamientos de Matthew.
Salí corriendo, el aire se sintió tan frio y diferente, miré al cielo y aquella señal de humo me había devuelto la sonrisa de loco y las ganas de pelear con alguien. Entré en el laboratorio e interrumpí a mi padre. El seguía con su bata blanca perfecta, pero al mirarme, no necesité preguntarle nada, porque si alguien me conocía, era él.
—Ni lo menciones Matthew —dijo mirándome a los ojos.
—Escúchame bien: ¡quiero ir! y si lo sabías ¿por qué no me habías dicho nada?
—No eres un niño Matthew, pero eres mi hijo y no puedes ir a la Tierra.
—¿Y quién me lo va a impedir? ¿El doctor o el perfecto padre que tengo?
—Para, ahora.
—Marcus, nunca vas a entender por qué sufro tanto por Mike y Sofía. Porque ellos estaban aquí, cuando tú sólo insistías en encontrar una cura para los cuervos y tu hijo también necesitaba una poción; se llama amor, pero como soy un hombre, no me verás llorar.
—Si te vas, no vas a volver. Ellos están trabajando para David y no recuerdan nada, él les borro la memoria y ahora creen que son sus hijos ¿Sabes lo que eso significa?
—Sí. Significa que van a matarme. ¿Sabes cuál es la peor muerte? La que se vive todos los días y ya no puedo vivir en este planeta, ni un minuto más.
—Matarás de un infarto a tu madre, deja de actuar como un niño pequeño que necesita atención.
Me di la vuelta, ya no soportaba ni un segundo más el control y la rabia. Diez años pensando que Sofía había muerto, pensando que estaba loco, intentado olvidarla con Elizabeth. ¿Por qué nunca intenté buscarla tan siquiera? No quería hablar con nadie, estaba sordo, ciego y casi mudo. ¿Cómo robar la nave? ¿Cómo volver? Preguntas sin respuestas otra vez. Caminé, después corrí como un loco, tratando de no demostrar ninguna emoción extraña que llamara la atención y después por fin encontré a Betty, quien estaba saliendo de su casa.
—Sígueme —le dije.
—¿Qué pasa, Matthew?
— ¡Están vivos! —dije directo y sin rodeos.
—¿Quiénes están vivos? —me preguntó mirándome a los ojos con aquella sonrisa de medio lado, a punto de abrazarme.
—Mike y Sofía, están juntos y viven con David. Parece que él hizo que ellos tomaran la poción y les borró la memoria.
—Lo sabía, era un presentimiento, no estaba loca.
—No estábamos locos, Betty.
—¿Y ahora qué le vas a decir a Elizabeth? Está feliz por la boda.
—Yo le voy a cumplir, pero tenemos que volver a la Tierra, no puedo abandonarles.
—¿No puedes abandonarles, o todavía sientes algo por Sofi?
—¿Cómo puedo sentir algo por una persona que no veo hace diez años?
—Tienes razón, sería una locura, pero somos amigos y es nuestro deber ayudarles.
—Nos vamos a robar la nave de mi padre. Habla con Elizabeth, encárgate de explicarle todo, yo no quiero dar explicaciones ¿me entiendes?
—Tranquilo, yo me encargo y ¿dónde nos vemos?
—En el laboratorio, cuando la luz se convierta en oscuridad.
Sabía que podía contar con Frank, también con Betty y Elizabeth, quien, durante todo el tiempo de ausencia, siempre me había acompañado. Justo cuando el último rayo de luz se escondía, nos encontramos. Mi carro estaba dentro de la nave, Frank se había encargado de todo; también era el mejor reclutando locos, así que nos llevamos a un equipo completo, de vuelta a la Tierra. Suponía que mi padre se había quedado totalmente dormido con las píldoras que le pusimos en su bebida de todas las noches, y conmigo me traje uno de sus tesoros: mi madre. Ella ya no quería vivir en el planeta rojo, se había aburrido lo suficiente como para querer escaparse con su hijo; también sabía que mi padre no lo soportaría y pronto se uniría a nosotros. En la nave hablamos de todas las estrategias que teníamos para poder acabar con David y sus pociones. La información que teníamos era que él se dedicaba a venderles la poción a los más ricos, ya que la misma costaba una fortuna. Algunos de ellos se encargaban de manipular a los empleados de las empresas, dándoles la poción y otros la consumían para sí mismos, sobre todo aquellos que no podían lidiar con su propia conciencia.
—¿Entonces, eso es todo lo que sabemos? —dijo Elizabeth.
—Él está utilizando a Mike y a Sofía haciéndoles creer que son sus hijos. —dijo Frank.
—Son Diez años ¿Cómo le haremos ver la realidad? —dijo Betty.
—Ese será todo un reto —contesté.
—Hijo, tengo algunas ideas —dijo mi madre.
—Te escuchamos, mamá.
—Necesitamos dinero, podemos comprar una propiedad cerca y hacernos pasar por una familia de buena posición, interesados en el negocio de las pociones.
—Mamá, tú como siempre tan inteligente.
—¿Y de dónde sacaremos el dinero? —dijo Elizabeth.
—Creo que ya se olvidaron del secreto que tenemos —contesté.
— ¡Claro! —dijo Betty, quien ya se había acordado de que hace años, dejamos nuestro tesoro en las tumbas sagradas.
Capítulo 2
El cielo despejado y azul. Pronto bajamos y la nave partió, dejándonos solos en el bosque con mi carro. Éramos doce, así que ellos tendrían que esperar por mí, hasta que yo regresara. Mi madre sube al auto, también Elizabeth, Betty y Frank, mi amigo el moreno; no podía solo, así que él en esta aventura de vuelta a la Tierra, me sería indispensable.
—¿Por dónde empezamos, mamá? —pregunté.
—Por el dinero, necesitamos inventarnos una vida para acabar con David.
—Matthew, ¿no estarás pensando en robar el tesoro? —dijo Betty.
—¿Acaso los cuervos roban? —dije mientras aceleraba a toda velocidad.
Minutos más tardes habíamos entrado en el cementerio. Frank cuidaba desde el auto, donde también se había quedado mi madre, mientras Betty, Elizabeth y yo abríamos las tumbas tratando de recordar cuál era la que guardaba el tesoro y al mismo tiempo, teníamos miedo de que el mismo ya no estuviera. Por fin Betty gritó:
—Por aquí chicos, miren lo que he encontrado.
Abrimos la puerta y de inmediato recordé aquel día en el que dejamos la brújula escondida, así que sin dudarlo bajamos las escaleras y justo debajo de la antorcha, seguía ella. La tomé en mis brazos y tratando de disimular lo que sentía, la abrí.
Pronto todo cambió de color y cientos de colores