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Llegando a Kylee: Uno Libro de Kellam High
Llegando a Kylee: Uno Libro de Kellam High
Llegando a Kylee: Uno Libro de Kellam High
Libro electrónico510 páginas7 horas

Llegando a Kylee: Uno Libro de Kellam High

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Información de este libro electrónico

Fue la madre de Price Hudson quien murió, pero Price se siente como si hubiera sido él.

Todo lo que solía disfrutar —béisbol, cómics, incluso chicas— parece insignificante e inútil ahora. No quiere nada más que olvidar su antigua vida y comenzar de nuevo en un nuevo sitio, donde nadie lo conozca y nadie espere nada de él. Así que cuando su padre decide que se mudarán al campo, él recibe el cambio, incluso si esto quiere decir vacas y caminos de tierra y vecinos dementes.

No espera terminar tan involucrado en el misterio detrás de la desaparición de la hija de sus vecinos, que descubrir qué le sucedió consuma su vida. La chica de al lado definitivamente no es lo que él pensó que era.

IdiomaEspañol
EditorialTamark Books
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781071565964
Llegando a Kylee: Uno Libro de Kellam High
Autor

Tamara Hart Heiner

I live in beautiful northwest Arkansas in a big blue castle with two princesses and a two princes, a devoted knight, and several loyal cats (and one dog). I fill my days with slaying dragons at traffic lights, earning stars at Starbucks, and sparring with the dishes. I also enter the amazing magical kingdom of my mind to pull out stories of wizards, goddesses, high school, angels, and first kisses. Sigh. I'm the author of several young adult stories, kids books, romance novels, and even one nonfiction. You can find me outside enjoying a cup of iced tea or in my closet snuggling with my cat. But if you can't make the trip to Arkansas, I'm also hanging out on Facebook, TikTok, and Instagram. I looked forward to connecting with you!

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    Llegando a Kylee - Tamara Hart Heiner

    CAPÍTULO UNO

    Price Hudson estaba de pie en la entrada de su recámara y miraba las paredes desnudas. Habían rellenado los agujeros de los clavos, pero él todavía veía su habitación como lucía hacía un mes: posters de sus jugadores de béisbol favoritos en un lado, comics apilados en un rincón, y un librero recargado contra la pared del fondo con más fotos y recuerdos que libros.

    En cuestión de semanas, toda su vida había cambiado.

    ¿Price? Su padre apareció dando vuelta en la esquina del pasillo y se unió a él. Echó un vistazo a la habitación, luego posó una mano en el hombro de Price. Vamos, hijo. La camioneta de la mudanza está cargada. Y tus amigos están aquí.

    Price asintió, con un sabor amargo al final de su garganta. Ya no tenía amigos. La gente que pensaba que eran sus amigos estaban tan ansiosos por que se fuera como su padre lo estaba por salir.

    Pasaron por la habitación de huéspedes cerrada en su camino hacia la puerta principal, y Price se detuvo en seco. Saldré enseguida.

    Su padre echó un vistazo a la habitación y simplemente asintió.

    Price respiró hondo antes de empujar la puerta para abrirla. La habitación tenía un olor limpio y estéril, ligeramente acídico con el aroma de limpiador antiséptico. Price entró por completo, mientras sus ojos recorrían los rincones de la habitación, inhalando profundamente. Sus dedos tocaron el áspero yeso de la pared.

    Mamá, susurró él.

    Nada. Permaneció de pie por unos momentos más, pero no quedaba nada de ella en esta habitación donde había pasado sus últimas semanas. Sus ojos ardían, y sus dedos se enroscaron en puños. Mamá, dijo otra vez, con la voz quebrándose.

    Se lanzó fuera de la habitación, cerrando de un portazo detrás suyo, luego permaneció de pie en el pasillo, recuperando el aliente. Era por esto por lo que estaban mudándose. Cada pulgada de esta casa provocaba algún recuerdo, alguna añoranza de su madre. Y, sin embargo, todo estaba tan hueco. Cuando ella se había ido, se había llevado cada pizca de alegría con ella.

    Jaló su gorra de béisbol hacia abajo sobre sus ojos mientras salía. Su padre estaba hablando con los hombres de la mudanza, mientras firmaba unos papeles en un portapapeles. Su hermana menor, Lisa, tiraba de Sisko, su gran golden retriever, intentando llevarlo de regreso a la parte trasera del BMW negro. Los labios de Price se curvearon con una sonrisa; el pobre perro probablemente pensaba que iba a ir al veterinario.

    ¡Price!.

    Él giró la cabeza hacia la calle. Rebecca lo saludaba con la mano, así como la mayoría de sus compañeros del equipo de béisbol.

    La oleada de alivio lo sorprendió. Pensaba que ya no le importaba. O tal vez había temido que le importara. Caminó por el camino de entrada para unirse a ellos. La mayoría de sus amigos vivían en su calle, o a la vuelta de la esquina. Todos habían crecido juntos.

    Hola, le dijo a Rebecca, metiendo sus manos en sus bolsillos. Ella sonrió y asintió. Tres meses atrás él hubiera tomado su mano; ella se habría reído y lo hubiera apartado, y luego lo hubiera dejado besarla. Tres meses atrás él estaba contemplando qué venía después de besarse.

    Y luego llegó el diagnóstico, y Price no estaba seguro de si él se había alejado o si lo había hecho ella, pero ahora se sentía como un extraño cerca de ella. Cerca de todos ellos.

    Esto apesta, dijo Tim. Eras nuestro jugador estrella. ¿Qué vamos a hacer sin ti?.

    Price se encogió de hombros. Esperar que alguien igual de genial se mude aquí y tome mi lugar.

    Alec gruñó. Vi a la vieja pareja que miraba tu casa. Lo único que va a tomar tu lugar serán una silla de ruedas y una bacinilla.

    Todos rieron, pero Price no le encontró la gracia. Se había vuelto bastante bueno empujando una silla de ruedas, y no le habría importado en lo más mínimo tener que cambiar una bacinilla.

    Alec dejó de reír, como si de pronto se hubiera dado cuenta de lo que había dicho. Oye, hombre, lo siento. No pretendía faltar al respeto.

    Lo sé, dijo Price. Pero no se rio, y no pudo forzarse a decir que estaba bien. No lo estaba, y recordó por qué ya no pasaba tiempo con sus amigos.

    La incomodidad había regresado.

    Bueno. Rebecca la quebró primero, dando un paso al frente y poniendo sus brazos alrededor de su cuello. Te extrañaremos. Ten un gran, gran año.

    Tim dio un paso adelante a continuación, dándole a Price una efusiva palmada en la espalda. Tan pronto como tengas tu licencia, ven a visitarnos. Virginia Beach está a tan sólo una hora. Asegúrate de traer el auto de tu papá. Todos giraron para admirar el BMW negro.

    Price asintió, agotado de intentar actuar normal. Sí. Claro.

    Se despidió del resto del equipo. Rebecca estaba sollozando, y él sintió como si debiera decirle algo más, ofrecerle algo. ¿Condolencias? ¿Por qué?

    Bueno. Pateó la calle pavimentada con la punta de su pie. Ha sido genial.

    Price, lo llamó su padre. Hora de irnos.

    Price sacudió la cabeza en señal de reconocimiento. Ya voy. Los encaró a todos una última vez, con una sensación pesada en el pecho. Adiós.

    Adiós, repitieron ellos.

    Él se alejó, preguntándose si eso se había sentido tan vacío para ellos como para él. Estos eran los chicos con quienes había pedido dulce o truco, con quienes había ido a acampar, con quienes había arrojado huevos a las casas, incluso con quienes había fumado su primer cigarrillo. Y era como si no los conociera. O, más bien, como si ellos no lo conocieran.

    Miró la casa hasta que el auto dio vuelta en la esquina, y luego exhaló ruidosamente. El Price Hudson de Chesapeake Bay ya no existía. Cualquiera que fuera su vida ahora, era una persona diferente.

    Espera a que veas la casa, dijo su padre con voz animada y alegre, si no un poco forzada. Es enorme, más grande que nuestra casa en la bahía. Tiene dos pisos.

    He visto fotos, papá, interrumpió Price. Miraba la interestatal mientras pasaba volando, deseando que se alejaran todavía más. Virginia Beach estaba demasiado cerca. Habían estado ahí como familia demasiadas veces. Al menos Pungo estaba a veinte minutos de ahí, en los páramos. La casa había estado en el mercado por años, y su padre estaba desesperado por salir de la había. Rápido. Así todavía podría desplazarse hasta el trabajo, pero todo lo demás cambiaría.

    Bueno, lo sé, dijo el señor Hudson, con un tono ligeramente turbado. Pero ver fotos y ver la casa son dos cosas diferentes.

    Price no hizo ningún comentario. Entendía la diferencia. También sabía que no le importaría de cualquier forma. Podrían dormir en una tienda a partir de ahora y a él no le importaría.

    ¿Puedo tener un columpio?, preguntó Lisa. Le había roto el corazón que dejaran el suyo atrás, pero estaba tan viejo y oxidado que cuando Price y el señor Hudson habían intentado levantarlo se había desbaratado.

    Por supuesto, cariño, dijo el señor Hudson.

    Price volteó la vista hacia ella, acuñada en el asiento trasero con el perro. ¿Para qué necesitas un columpio? Sólo salta sobre Sisko y haz que te lleve.

    Ella sonrió, enterrando su rostro en el pelaje dorado de modo que sólo sus ojos se asomaran hacia él. A él no le gusta eso.

    Lo dijo con toda la confianza de alguien que ya lo había intentado, y Price rio. Aunque la muerte de su madre había afectado a Lisa, él había hecho todo lo que estaba en sus manos para proteger a su hermana de seis años de la demoledora devastación que él sentía. Se había encargado de ser el alegre cuidador atento cuando ninguno de sus padres podía. La había rodeado con amigos imaginarios y actividades infantiles cuandoquiera que ella comenzaba a sentirse abandonada.

    Mientras ella siguiera sonriendo, Price sentía algo de luz en su corazón.

    El señor Hudson salió de la interestatal, y Price supo que debían estar cerca. Miró las casas apartarse más y más hasta que millas de tierras de cultivo separaban los pequeños cúmulos de viviendas. Dieron vuelta fuera del camino pavimentado hacia una calle de gravilla, y Price se enderezó en su asiento.

    Dime que no vivimos en esta calle, exigió.

    ¿Qué? No está tan mal.

    ¡Papá!, gruñó él, y se dejó caer en su asiento. ¡No puedo conducir mi bicicleta en esto!.

    Su padre le dirigió una mirada exasperada. Simplemente tendrás que conseguir neumáticos para tierra.

    Como, ayer, pensó Price. Pudo ver tan sólo cinco casas en el camino antes de que se curvara fuera de vista.

    Aquí, dijo el señor Hudson con un suspiro, estacionándose junto a la camioneta de mudanza que permanecía ociosa en el largo camino de entrada. Una cerca de riel dividido abrazaba el patio, con un espacio a la izquierda para la puerta eléctrica. La puerta estaba abierta frente al camino de entrada, esperando la llegada de su auto. Al final del camino de entrada había una gran casa de dos pisos estilo plantación, junto con postigos, pilares y—

    ¡Tiene un columpio!. Lisa había salido por la puerta y corría hacia el pórtico, donde un columpio blanco colgaba de cadenas.

    La casa y su cerca de madera eran en verdad idílicas, pero eso no fue lo que llamó la atención de Price. Papá, dijo, mirando la ruinosa casa de al lado, ¿cómo podemos vivir aquí?.

    Su padre salió del auto y Price lo siguió, con los ojos fijos en el patio cubierto de vegetación que amenazaba con tragarse el pórtico caído de su vecino.

    No los juzgues, Price, dijo el señor Hudson, presionando los labios. No sabes qué está pasando en sus vidas.

    Price gruñó. Seguro. Sabía que o no tenían una podadora de césped o no les gustaba usarla. Papá, tienen gallinas. Podía ver el gallinero desde ahí.

    Estamos en el campo ahora. Verás muchos animales.

    Como para probar su punto, un fuerte viento sopló en su dirección, llevando consigo el inconfundible hedor penetrante de desechos animales. Price se apartó, demasiado disgustado para quejarse siquiera.

    ¡Empecemos a mover las cajas a la casa!, exclamó su padre hacia él.

    Tengo que ir a reclamar mi habitación primero, replicó él. Cualquier cosa para alejarse de ese olor.

    Lisa ya no estaba en el columpio del pórtico, así que Price asumió que había entrado. ¿Lisa?, exclamó al entrar en la casa. La cocina estaba a la derecha cuando entró. Siguió avanzando, y encontró una gran sala de estar con vigas expuestas en el elevado techo. Una escalera conducía a un rellano, y podía ver dos puertas ahí arriba.

    ¿Lisa?, su voz resonaba de manera extraña en la casa vacía.

    ¡Aquí!. Ella apareció en una entrada a la izquierda de la sala de estar con una gran sonrisa en el rostro. ¡Encontré mi habitación!.

    Él la siguió a un pasillo con dos recámaras. La recámara más grande tenía un gran baño adjunto. Lisa pasó corriendo junto a ella y se sentó en la alfombra de la habitación más pequeña.

    Puedes quedarte la otra habitación, ofreció.

    Gracias, dijo él. Voy a explorar arriba.

    Está bien. Ella no se movió. Tal vez tenía miedo de que Price intentara tomar su habitación.

    Él se dirigió arriba. El interior de la casa lucía como una cabaña, todo de madera y pino. Aparentemente alguien no había estado seguro de si quería un estilo colonial o del oeste. O sureño. ¿Qué sabía Price? No era un arquitecto.

    La primera puerta que abrió era un baño. Simple, con una regadera, un inodoro, y un lavabo. Siguió caminando por el pasillo y abrió una recámara. Entró. Una ventana a su izquierda miraba hacia el patio y la calle. Acercándose más a ella, podía ver mejor el tejado caído de la casa de los vecinos. Sacudió la cabeza. Una buena tormenta derrumbaría ese lugar.

    Dio vuelta y abrió las puertas de acordeón sobre el armario. Esto funcionaría.

    Bajó las escaleras en tropel. Tomaré la habitación de arriba, le dijo a su padre, esquivando a los hombres de la mudanza mientras cargaban un sofá por los escalones del pórtico.

    Genial. El señor Hudson giró ligeramente, y Price vio que no estaba hablando con un hombre de la mudanza, sino con un muchacho, aproximadamente de su edad. Price, éste es Michael. Vive calle abajo.

    Hola, dijo Michael, saludando con la mano. Sacudió la cabeza, su liso cabello rubio desteñido cayó de regreso hacia sus ojos. Incluso sus pies estaban bronceados con sus chancletas. Dime cuáles son tus cajas, te ayudaré a mudarte.

    Oh—está bien. Tomado por sorpresa, y no lo suficientemente rápido para pensar en una excusa, Price subió a la camioneta y buscó algo suyo. Al encontrar una caja, la empujó hacia Michael mientras él tomaba otra.

    Esto es pesado, gruñó Michael. Siguió a Price escaleras arriba.

    Lo siento, dijo Price. Casi estamos ahí.

    Llegaron a la habitación en el rincón, y Michael dejó caer su caja en el piso. ¿Qué hay aquí, de todos modos?.

    Price se encogió de hombros. Sin preguntar, Michael se agachó y la abrió. Sus ojos se iluminaron al ver los comics. ¡Tienes toneladas!.

    Puedo prestarte algunos. Price se sentó en el piso al otro lado de la caja. ¿En qué grado estás?.

    Soy estudiante de segundo año. La escuela comenzó esta semana, por cierto. Ya te perdiste cuatro días.

    Sí, simplemente resultó así. Yo también soy estudiante de segundo año.

    Asombroso. Tal vez tendremos algunas clases juntos. Michael apartó dos comics. ¿Practicas algún deporte?.

    Los hombros de Price se tensaron, y se obligó a sí mismo a relajarse. No. La palabra salió de su boca demasiado rápido, y dio un respingo. Me gusta andar en bicicleta, añadió, intentando suavizar la respuesta negativa.

    Eso es genial. Realmente nunca me ha gustado andar en bicicleta.

    El sonido de un ruidoso amortiguador roto estalló afuera, y Michael se puso de pie para mirar por la ventana. Probablemente quieras mantener esto cerrado por la noche. Los escucharás gritar.

    Price se unió a él, y ambos miraron hacia abajo hacia el apaleado auto verde que se estacionó en una parcela de hierba frente a la vieja casa. ¿Gritar?.

    Sí. A veces estoy afuera tarde y los oigo. O pasamos por ahí y vemos a los policías. Siempre están peleando.

    Era de imaginarse. Price puso los ojos en blanco. Lo único que pudo ver desde ahí fue la parte superior de la cabeza del hombre mientras subía las escaleras y desparecía en el interior.

    Price se recordó a sí mismo que era mejor estar ahí que en Chesapeake Bay. Aquí, nadie lo conocía. No tenía que revivir los últimos meses una y otra vez cada vez que alguien lo miraba con ojos compasivos. Entonces, ¿cuál es su problema, de todos modos?.

    En realidad no lo sé. Michael se acomodó en el alféizar de la ventana. Todos nos mantenemos lejos de ellos. Tenían una hija, Kylee. Fue a la escuela con nosotros por unos años antes de desertar.

    ¿Desertó?. Price nunca había conocido a un desertor.

    Sí. Hace más o menos un año. Y luego—. Se encogió de hombros.

    Luego, ¿qué?, preguntó Price, fascinado a su pesar.

    Desapareció. Hace quizá dos meses.

    Sus ojos se entrecerraron. ¿Qué quieres decir con que desapareció? Como, ¿simplemente no volviste a verla afuera, o dejó de pasar tiempo con todos?.

    Bueno, en realidad nunca pasó tiempo con nosotros. Pero sí, se desvaneció. Estuvo en las noticias. El bolsillo de Michael zumbó, y él sacó un teléfono. Será mejor que me vaya. Mi mamá está enviando mensajes. Sólo hace eso cuando está enfadada. ¿Te veo mañana?.

    . Price se encogió de hombros. Estaré en la escuela.

    Genial. Bueno, fue un placer conocerte.

    Michael dijo que nuestros vecinos pelean mucho. Price empujaba los fideos chiclosos del spaghetti en su plato, deseando que su papá dejara de intentar cocinar y simplemente ordenara comida. Supongo que veremos a los policías por aquí. La silla de acampar en la que estaba sentado no llegaba totalmente a la mesa, y se tambaleaba cada vez que se inclinaba hacia adelante. Pero al menos no estaban en el piso.

    Hm. Eso es malo. ¿Están listos para la escuela mañana?.

    Estoy tan emocionada, dijo Lisa, con sus ojos iluminándose. Tenía el mismo cabello castaño que tenía Price, pero tenía los ojos azules de su padre. ¡Primer grado!.

    Has crecido tanto, dijo el señor Hudson con una sonrisa afectuosa.

    Tanto que creo que puedes empezar a encargarte de los platos, dijo Price. Empezando esta noche. Empujó su plato hacia ella y arqueó una ceja.

    Ella miró hacia su padre con incertidumbre. No estoy segura de poder llegar tan alto aún.

    No es verdad, dijo Price. Te he visto ponerte creativa cuando quieres un bocadillo.

    Sí, pero....

    Price sólo estaba bromeando. Todavía tiene el deber de encargarse de los platos.

    Bla bla bla. Price tomó el plato de papel y lo arrojó en una gran bolsa de basura que colgaba de una de las puertas cafés del gabinete. Al menos esta noche es fácil. Miró a su padre, cruzando los brazos frente a su pecho. ¿Vamos a tomar el autobús mañana?.

    Déjame ver. El señor Hudson sacó unos anteojos de su bolsillo, luego buscó en su teléfono. Sí. Llega a las siete diez y se detiene al final de la calle. Estarán en el mismo autobús.

    Él miró a su hermana menor. Y luego ¿qué? ¿La acompaño a clase?.

    No, mañana estarás por tu cuenta. Yo llevaré a Lisa a la escuela.

    No tienes que hacerlo, dijo ella, sorbiendo sus fideos. Lo recuerdo por la orientación.

    Pero quiero hacerlo, dijo el señor Hudson, dándole palmadas en la cabeza. Miró a Price. Puedo tomarme el día libre. Asegurarme de que encuentres tus clases.

    No era la primera impresión que quería causar. Estoy seguro de que encontraré el camino. Price sintió las primeras agitaciones de emoción al pensar en la escuela, una extraña mezcla de curiosidad, esperanza, y temor. Una nueva preparatoria. No era uno de los chicos geniales aquí. No era nada. Supongo que será mejor que vaya a la cama entonces.

    Entró a su habitación y se sobresaltó por una breve sensación de deja vu. Los hombres de la mudanza habían subido su cama doble y la habían colocado contra la pared, justo como la tenía en su antigua casa. El escritorio de su computadora estaba junto a la ventana, junto a la puerta de la habitación. El librero, todavía vacío, estaba junto al armario. Si las paredes no estuvieran desnudas, casi habría pensado que era la misma habitación. No era de extrañarse que estuviera atraído hacia ella.

    El aire aquí arriba era sofocante, y Price se preguntó si su padre ya había encendido el aire acondicionado. Cruzó hasta la ventana y la deslizó para abrirla. La brisa de la tarde de agosto sopló contra su rostro. Él se inclinó hacia ella, inhalando. Aquí olía diferente.

    Una luz debajo llamó su atención, y Price presionó su rostro contra la rejilla. Provenía de una habitación en la casa de al lado. Curioso, Price retiró la rejilla y sacó su cabeza. Había alguien ahí. No podía estar seguro desde ahí, pero la sombra parecía una niña. Eso era lo único que podía ver. Entonces la luz se apagó, y no vio nada.

    Bueno, si la niña se había desvanecido, parecía que ahora estaba de regreso. Price metió la cabeza de nuevo y colapsó sobre su colchón sin arreglar, repentinamente exhausto.

    CAPÍTULO DOS

    ––––––––

    El gallo que cacareaba despertó a Price con un sobresalto antes de que sonara su alarma. Él enterró su cabeza contra la almohada, pero fue inútil. Se quitó las mantas y comenzó su rutina matutina: ducha, cereal, mochila.

    Excepto que ahora era diferente, porque, cuando su padre se iba a trabajar, sólo eran Price y Lisa.

    Hoy, al menos, no tenía que preocuparse por su hermana menor. Al ver a Michael a través de la ventana de la cocina, puso el cerrojo a la casa y se apresuró por el camino de entrada. Un grillo chirriaba en algún lugar cercano, y el sol naciente lanzaba listones rojos y anaranjados a través del cielo que se iluminaba.

    ¡Michael!, exclamó.

    El otro muchacho se dio vuelta, arrojando su cabeza de modo que su cabello rubio volara lejos de sus ojos. Hola. ¿Tu papá hace que tomes el autobús en tu primer día de escuela?.

    Ya se fue al trabajo. Todavía tiene su trabajo en Chesapeake. Llevó a mi hermana, pero estoy bien.

    Yo te ayudaré. ¿Tienes tu horario?.

    . Pasaron por la casa espeluznante, y Price luchó contra el impulso de mirarla. El auto verde se había ido, pero, por lo demás, no había señales de vida. Completamente oscura y silenciosa. Lo imprimí anoche. Sacó la arrugada hoja de papel de su mochila.

    Hola, Michael, dijo una voz femenina, y Price levantó la vista. Llegaron a la cima de la colina y se unieron a otros tres chicos que esperaban el autobús, todos de diferentes edades. Una chica bonita con cabello castaño que caía en suaves curvas alrededor de sus hombros los saludó con la mano. Tiró de las correas de su mochila y miró a Price, con la cabeza ladeada.

    Hola, Amy, dijo Michael, empujando el pie de la chica con el suyo. Éste es Price. Se mudó junto a la vieja casa de Kylee.

    Gusto en conocerte. Lo evaluó, sus ojos fueron de sus zapatos a su cabello. ¿Qué te trae a Pungo?.

    Price se encogió de hombros. Eso realmente no era asunto suyo.

    Llegó el autobús, los frenos chirriaron cuando se detuvo. Price siguió a Michael y se sentó junto a él. Amy se dejó caer frente a ellos y se dio vuelta, recargando su barbilla en su antebrazo.

    Déjame ver tu horario, dijo Michael, extendiendo una mano. Price obedeció. De acuerdo, los lunes, miércoles y viernes tienes historia mundial, oratoria, béisbol, programación computacional avanzada, y geometría. Los martes y los jueves tienes francés avanzado, salud, y apreciación artística.

    Sí, lo sé, dijo Price. Ya lo leí.

    Apreciación artística, rio Amy.

    Tienes francés conmigo y con Amy. Michael levantó la vista. Sólo hay una clase de francés avanzado para los estudiantes de segundo año. Los de primero y los de último año tienen que tomar AP.

    Price asintió. No mencionó que su madre era francesa y que había pasado tres meses en Francia hacía algunos años. No había sido capaz de dejar ir su amor por el idioma, a pesar de que cada vocal nasalizada y palabra cantarina le recordaba a ella.

    Y béisbol. Michael le devolvió el horario. ¿Estás en el equipo?.

    Voy a dejar esa clase. Guardó su horario en su mochila.

    ¿Por qué?.

    Es un error. Yo no juego.

    Oh. Los labios de Michael se curvearon hacia abajo. Qué mal. Yo estoy en el equipo. ¿Qué vas a tomar para tu requisito de educación física?.

    Price levantó un hombro. Se preocuparía por eso después.

    Intentó no sentirse abrumado por su primer vistazo de la preparatoria. La moderna instalación circular abarcaba varios acres. Edificios exteriores más pequeños decoraban el perímetro.

    Somos la primera clase que llega a este edificio, dijo Michael. Bueno, nosotros y todos los demás que asisten. Acaban de terminar la remodelación este año.

    Es bonito, dijo Price, esperando no perderse sin esperanza.

    Logró encontrar su primera clase sin demasiada dificultad. Sucedió exactamente como esperaba: la profesora lo presentó, todos murmuraron ‘hola’, y luego ella continuó una letanía de historia que era sólo remotamente interesante. Price intentó prestar atención. Ahora que había terminado con los deportes, necesitaba que sus notas lo llevaran hasta la universidad.

    Era difícil hacer que le interesara algo que era tan lejano.

    Amy lo encontró vagando por el pasillo después de la primera hora y lo arrastró hasta su clase de oratoria, una buena excursión de siete minutos de un ala a la otra.

    Gracias, dijo Price, avergonzado. Espero que no te metas en problemas por llegar tarde.

    Ella se rio, mientras sus dedos rozaban su antebrazo. Soy buena para salir de los problemas. Le dirigió una sonrisa que lo dejó ligeramente cohibido, luego se deslizó por el pasillo.

    La campana tardía sonó justo antes de que entrara, pero el retraso de la entrada de Price fue olvidado a la vista de otro estudiante que llegó corriendo después de él, golpeando su asiento con tanta fuerza que el escritorio se recorrió hacia adelante con un chirrido. Price se sentó en silencio y sin llamar la atención mientras los demás chicos se reían del muchacho, que le sonrió con descaro a la profesora.

    Christopher, dijo ella sin parpadear. Es tu tercer retardo esta semana. ¿Quieres detención?.

    ¡Ah, señorita Allan!, dijo él, con las cejas arqueadas hacia arriba. Es la primera semana de clases. Todavía estoy intentando acostumbrarme a cuánto tiempo toma llegar hasta aquí. Prometo que lo haré mejor la próxima semana. ¿Por favor?.

    Las chicas detrás de él se rieron, y Price puso los ojos en blanco. Este idiota pensaba que gobernaba la escuela. Algunos comentarios halagadores y sonrisas cuidadosamente colocadas, y el mundo haría cualquier cosa que él dijera. Podía tener lo que quisiera.

    Hasta que su madre tuviera cáncer, y sin importar cuánto argumentara, engatusara, rogara, y rezara, nada que él hiciera lo cambiaría.

    Price se sacudió esos pensamientos. Christopher podía ser quien Price era hacía un año, pero Price había cambiado. Nunca sería ese muchacho otra vez.

    Price no se molestó en salir a los campos de béisbol. ¿Desde cuándo béisbol era una clase, de todos modos? Era un deporte. En cambio, fue a la oficina.

    Hm, dijo la recepcionista, frunciendo los labios detrás de la pantalla de su computadora. ¿Estás seguro? Estoy viendo aquí que tu escuela envió tus registros, y entraste al equipo por defecto. Eras uno de los jugadores en tu antigua escuela.

    Él apretó la mandíbula y movió los pies, intentando no enojarse. No era culpa de esta mujer. Sí, bueno, decidí que ya no quiero jugar. Quiero concentrarme en otras cosas. Tal vez intentar un nuevo pasatiempo.

    Ella lo miró a los ojos por encima de la pantalla de la computadora. Si cambio tu horario, no podrás jugar con el equipo en primavera. Esta clase es un requisito previo para todos los miembros que se transfieren.

    No quiero jugar, estalló él, perdiendo la paciencia. ¡Me harté del béisbol!. Exhaló lentamente cuando se dio cuenta de que sus manos estaban apretadas y sus brazos temblaban. Ya no quiero jugar, dijo otra vez con un tono más suave.

    De acuerdo. Sus dedos golpetearon en el teclado. Si cambias de opinión, habla con el entrenador. Él podría arreglar algo para ti.

    Gracias, murmuró Price.

    La impresora se encendió y expulsó un nuevo horario para él. Él lo tomó y miró la clase de reemplazo. Oceanografía. Bueno, al menos sacaría sus clases principales del camino.

    Le había dicho a su padre que había terminado con el béisbol. Lo enfurecía que no hubiera escuchado.

    Tras diez minutos en su clase de programación computacional avanzada, Price ya podía adivinar que sería muy fácil. Como un hacker autodidacta, podía leer código computacional como la mayoría de la gente leía el alfabeto. Pretendió que era nuevo para él, o sabía por experiencia que el profesor encontraría trabajo más difícil para él.

    Miró su teléfono descansando sobre su pierna, pero estaba en silencio. Nadie de casa se había molestado en contactarlo. Tal vez estaban tan aliviados de que se hubiera ido como él lo estaba de haberse ido.

    Los niños de la escuela primaria ya estaban en el autobús cuando los estudiantes de preparatoria subieron. Lisa estaba ahí, y mantuvo una charla tan constante sobre su primer día que él no tuvo que hablar en absoluto, para alivio suyo. Ella no se detuvo hasta que Price abrió la puerta principal, liberando a un Sisko muy emocionado.

    Escucha, Lisa, dijo, interrumpiendo su monólogo. Voy a hervir algo de agua para cenar. ¿Qué quieres hoy? ¿Hot dogs o ramen?.

    Macarrones con queso, replicó ella, enterrando su rostro en el pelaje de Sisko.

    Um, no es una de las opciones. Price colocó la llave de su casa en el aro justo al entrar por la puerta. ¿Recuerdas qué pasó la última vez que intenté eso?. El recuerdo de fideos pastosos todavía estaba fresco en su mente.

    Entonces ramen.

    De acuerdo. Quédate cerca de la casa. Miró hacia la casa de los vecinos, pero el auto verde todavía no había llegado.

    Price no podía encontrar las sartenes. Halló todos los tenedores y cucharas en la primera caja que abrió, y luego un tazón para mezclar y una panificadora en la siguiente. Cerró esta caja de nuevo y la empujó hacia un rincón. Material para venta de garaje. Nadie que conociera iba a usar eso.

    La siguiente caja tenía alimentos enlatados y comida en caja, que Price procedió a desempacar y meter en la despensa. Y otra tenía platos y tazones.

    Para cuando Price terminó de desempacar esa, había pasado una hora, y todavía no tenía sartenes. Dándose por vencido, arrojó algunos hot dogs en un plato y los metió en el horno de microondas.

    Lisa entró otra vez, con sudor goteando de su frente y Sisko pisándole los talones. Abrió el lavabo e inclinó su cabeza debajo del chorro de agua.

    Oh, toma, dijo Price mientras abría otra caja. Tengo vasos.

    Gracias, dijo ella, tomando uno. ¿Hielo?.

    Oye, oye. No seas quisquillosa. Él revisó la máquina de hielo. Oh, tienes suerte.

    Ella bebió su agua y echó un vistazo hacia la estufa parándose de puntillas. ¿Dónde está el ramen? No lo huelo.

    Ligero cambio de planes para cenar. Él abrió el horno de microondas y sacó los hot dogs partidos. Mejorará.

    Está bien. Ella escogió un hot dog y le dio un mordisco, sin lucir muy emocionada.

    La casa comenzó a vibrar, y Price miró a su alrededor. ¿Esto era un terremoto?

    ¿Qué es eso?, preguntó Lisa, y luego el ronroneo de un auto llenó el ambiente. ¡Papi!, exclamó ella, dejando caer su hot dog y corriendo hacia la puerta del garaje.

    ¡Hola, princesa!, exclamó el señor Hudson, abrazándola al entrar a la casa. Medio la cargó, medio la arrastró hasta la cocina. Hola, Price.

    Price agitó su hot dog. Hola.

    ¿Cómo estuvo la escuela?.

    Price se encogió de hombros, y Lisa se lanzó a su discurso del Primer día de escuela, Toma dos.

    Traje la cena, la interrumpió el señor Hudson lo suficiente para colocar dos cajas de comida china comprada sobre la mesa.

    Los ánimos de Price se elevaron de inmediato. Comida real.

    Entonces, quiero saber sobre tu día, Price, dijo su padre mientras servía fideos y arroz en un plato. ¿Qué te pareció la preparatoria?.

    Es grande. Es nueva. Muchos chicos. Se mordió la lengua para refrenarse de gritarle a su padre por inscribirlo en béisbol. Crearía una discusión. Y Price no quería una.

    ¿Qué tal tus clases?.

    ¿Por qué me inscribiste en béisbol?. Las palabras salieron disparadas contra su voluntad, como si ni siquiera su lengua pudiera creer el ultraje.

    Su padre detuvo el tenedor que iba hacia su boca, sus párpados vibraron por un momento antes de que se sentara en su silla. Eres tan bueno en eso. Has sido campeón estelar por siete años. No pensé que quisieras renunciar a eso.

    Ya hablamos sobre esto, dijo Price, mientras su pecho se levantaba. Te dije que se acabó. Ya no quiero.

    Simplemente pensé que podrías cambiar de opinión una vez que estuviéramos aquí.

    Su padre estaba demasiado calmado con respecto a esto, y eso sólo enfurecía más a Price. ¡No tenías derecho!.

    Finalmente, una chispa se encendió en los ojos de su padre. Soy tu padre, Price. Sí tengo ese derecho.

    ¡No puedes obligarme a jugar!.

    El señor Hudson exhaló y sacudió la cabeza. No te obligaré a jugar. Pero no entiendo por qué no quieres. Amas el béisbol, Price. Estabas ahí afuera todos los días con tu mamá, atrapando la pelota, practicando tu—, se interrumpió a sí mismo.

    Price empujó su silla hacia atrás. Voy a mi habitación.

    Price. Su padre presionó su mano sobre sus ojos. Ella no querría que renunciaras.

    Supongo que debió quedarse entonces. Empujó la silla hacia la encimera y escapó a su habitación.

    La afirmación fue injusta. Ella no había querido morir. Pero algunas veces él simplemente se molestaba tanto, y no había nadie a quien culpar.

    Se dejó caer en su cama y miró el techo, resistiendo la necesidad de encontrar una pelota de béisbol que pudiera arrojar arriba y abajo.

    Nadie mencionó el comportamiento de Price en el desayuno el domingo por la mañana.

    Contraté una mucama, dijo su padre alegremente mientras masticaban su cereal. Vendrá cada viernes para limpiar la casa, lavar la ropa, todo eso. Pero faltan seis días para eso, así que necesito que me ayuden a desempacar y organizarnos hoy.

    Claro, dijo Price, contento de que la conversación de ayer se hubiera descartado.

    Pasó la mañana llevando cajas con sus cosas a su habitación. Encontró la mayoría de su ropa y tomó algo de tiempo para colgarla antes de guardar el resto en los cajones del ropero. Odiaba admitir lo feliz que estaba de tener sábanas y una manta otra vez. Puso la caja de comics en su librero.

    Vas a colocar tus trofeos, ¿cierto?, dijo su padre, que subía otra caja.

    Price no lo tenía planeado. Pero, si eso mantenía la paz, lo haría. Claro.

    Su padre puso la caja debajo de la repisa antes de salir de la habitación, y Price comenzó a desempacarla. Trofeos de deportes que había probado y abandonado a lo largo de los años se mezclaban con la plétora de trofeos de béisbol. El béisbol había sido su vida. Nada había sido tan importante para él como el estúpido deporte. Se había perdido de tanto porque siempre había estado practicando o en un juego.

    En el fondo de la caja, encontró su caja de zapatos con recuerdos. Dudó con sus manos sobre la tapa, luego la deslizó lentamente para abrirla.

    El rostro sonriente de ella fue lo primero que vio, y Price cerró la tapa de golpe. Guardó la caja debajo de su cama y exhaló lentamente.

    Papá, dijo mientras bajaba las escaleras con paso pesado, voy a llevar a Sisko a caminar.

    Ten cuidado y no vayas lejos.

    No lo haré.

    El herboso jardín trasero se extendía cerca de quince pies antes de ser tragado por el denso bosque. Su casa en Chesapeake estaba en un vecindario suburbano, todo era cercas y pequeños patios y casas idénticas. Los gruesos árboles con enredaderas reptantes eran algo nuevo para Price. El perro se acomodó a su lado, con la lengua colgando, bastante contento de salir a dar un paseo.

    La luz solar casi había desaparecido detrás de las hojas cuando Price puso pie debajo del follaje de los árboles. Los sonidos habían cambiado también, con aves que gorjeaban, hojas que crujían, ramas que se quebraban debajo de sus pies.

    ¿Qué tan lejos va esto?, murmuró. Hacia cualquiera de sus costados, el borde continuaba tan lejos como podía ver.

    Llevó a Sisko más adentro, pero la densa maleza hacía difícil viajar con el perro. Espinas y arbustos seguían enganchándose en el pelaje dorado, y Price se rindió. Exploraría por su cuenta en alguna ocasión.

    Regresemos al frente, amigo.

    Sisko gimoteó alegremente y trotó mientras regresaban al jardín delantero. Price abrió la reja que separaba la parte trasera de la delantera.

    ¡Oye, Price!. La voz de su padre provenía de la camioneta de mudanza en el camino de entrada, y Price se dirigió hacia ella. Sisko salió disparado, ondeando entre las piernas de Price y casi derribando a Lisa, que sólo rio.

    ¿Sí?, dijo Price.

    Toma. Su padre le entregó otra caja. Ésa dice ‘equipo deportivo’. Dejaré que tú resuelvas qué hacer con ella.

    Price frunció el ceño y casi se dejó llevar cuando su padre dejó escapar: Esto se siente como otro fregadero.

    Bueno, invertimos mucho en ti.

    La reprimenda quedó ahí, y Price levantó más la caja para tener un mejor agarre. Hizo una pausa cuando un frío viento susurró por su cuello, tan ártico como una ráfaga de aire acondicionado. Se giró sorprendido, buscando la fuente.

    Una chica estaba de pie al otro lado de la cerca, inclinándose sobre la barandilla superior. Una salpicadura de pecas decoraba su piel de porcelana, sus ojos azules miraban por debajo de oscuras pestañas. Su cabello rubio estaba recogido de su frente en una cola de caballo, y unos pocos mechones ondulados enmarcaban su rostro.

    Él se congeló, mientras todo pensamiento racional escapaba. Ella le sonrió cuando la vio, y a él se le puso la piel de gallina en los brazos en respuesta.

    Hola, dijo ella. Soy Kylee.

    Price dio un paso atrás, luego otro. Kylee. ¿No era ése el nombre de la chica desaparecida? Se giró hacia la camioneta. Voy a llevar esto adentro, papá. Miró

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