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La cartera del muerto
La cartera del muerto
La cartera del muerto
Libro electrónico79 páginas57 minutos

La cartera del muerto

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La cartera del muerto es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a la visita de un médico rural a una población llena de pintorescos pacientes. Lo que el doctor no sabe es que le espera toda una sorpresa a lo largo de su visita.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento21 dic 2020
ISBN9788726508277
La cartera del muerto

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    La cartera del muerto - Pedro Muñoz Seca

    La cartera del muerto

    Pedro Muñoz Seca

    Cover image: Shutterstock

    Copyright © 1920, 2020 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726508277

    1. e-book edition, 2020

    Format: EPUB 3.0

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

    PERSONAJES

    AMPARO. - LUISA. - ELENA. - BENIGNA. - IGNACIA. - DÁMASA. - DON ANSELMO.

    EMILIO. - FERNANDO. - GIL. - PABLO. - ORTIGUILLA. - BARTOLO. - CABRERA.

    ACTO PRIMERO

    Antedespacho en casa del doctor don Anselmo Aguilares. Puerta de entrada a la izquierda primer término. En este mismo lateral y en chaflán un balcón. En el lateral derecha dos puertas, que conducen: la primera al despacho de donAnselmo,y la segunda a restantes departamentos de la casa. Ante la primera puerta un pequeño biombo. Hay en el centro de la escena un gran sofá y ante él una pequeña mesa con libros y periódicos. Entre la puerta de la izquierda y el balcón un elegante banco de madera. En el foro un hermoso armario, y entre las dos puertas de la derecha un secretaire de señora, cerrado. Varios sillones y sillas volantes completan la decoración. Es de día. Epoca actual. La acción en Miracampos, pueblo que se supone en cualquier provincia de Castilla.

    (Al levantarse el telón están en escena Benigna, Dámasa y Ortiguilla. Ortiguilla y Benigna, que visten pobremente y que son marido y mujer, están sentados en el banco de la izquierda. Dámasa, señora de manto y mantón, ocupa el sofá.)

    BEN.—(A Dámasa.) Entonces, quiere decir que usted no es de aquí de Miracampos.

    DAM.—No, señora; yo soy de Molinares, y vengo cada quince días a que me vea don Anselmo, porque desde que me puse en sus manos estoy muchísimo mejor.

    ORT.—Como que es un médico que tiene una vista que Dios se la conserve. Dice polmunía, y polmunía; dice asnemia, y asnemia. ¡Es mucho hombre! Yo si hubiera hecho tó lo que él m’ha dicho ya estaría bueno. ¡Anda! Hace un rato grande; pero no siempre puede uno hacer lo que el médico aconseja.

    BEN.—Que eres un rebelde, Melanio; parece mentira que con el talento que tienes seas asina.

    ORT.—Pero, Benigna, ¿cómo voy a pasarme dos meses sin comer?

    BEN.—¿Sin comer, y te zampas un cuartillo de leche cá dos horas?

    ORT.—¿Y eso es comer?

    BEN.—No es comer, pero es alimentarse.

    ORT.—¡Que te lo crees tú! La leche no alimenta.

    BEN.—Pues los chicos bien gordos que se crían.

    ORT.—Los chicos son una cosa y los adúlteros somos otra, Benigna. Pa mí, tó lo que no sea mascar es perder el tiempo.

    DAM.—¿Padece del estómago?

    BEN.—Sí, señora; por una apuesta con un hermano mío se comió un día quínientas veintisiete aceitunas, y por poco se muere.

    DAM.—¡ Jesús! ¡Con lo indigestas que son las aceitunas!

    ORT.—No; si a mí las aceitunas no me hicieron daño; los que me hicieron daño fueron los huesos.

    DAM.—¡Ah! ¿Pero se las comió usted con huesos?

    ORT.—Toma; esa era la apuesta. Sin huesos me trago yo dos millares y no me pasa nada.

    DAM.—¡Jesús, María y José!

    BEN.—(Levantándose y mirando hacia la primera puerta de la derecha.) ¿Salen ya?

    ORT.—No. (Vuelve a sentarse Benigna.) Tién pa rato. Están curando al chaufer de ayer.

    DAM.—Esa joven que ayuda a don Anselmo es su hermana, ¿no?

    BEN.—Sí, señora; la señorita Amparo. Una santa del cielo. Y con unas manos, que la venda a usted una herida y cuasi que no lo siente usted.

    ORT.—Ayer tarde se hartó de vendar. Hubo ahí al lao un vuelco de artomóvil y se lisiaron tres.

    DAM.—¡Qué horror! ¿Y cómo fué?

    ORT.—Que venían a ochenta por hora...

    BEN.—¿A ochenta qué?

    ORT.—A ochenta atropellos...

    BEN.—¡Ah!

    ORT.—Se les reventó una de esas gomas que ellos llaman reumáticos y allá fueron pegando volteretas.

    DAM.—¡Qué atrocidad!

    ORT.—¡Llevamos una semanita!... Porque del asesinato del jueves ya habrá tenido usted conocimiento.

    DAM.—No.

    BEN.—¿Eh? ¿No ha llegao a Molinares la noticia con lo cerquísima que está?

    DAM.—Yo al menos, no había oído nada.

    ORT.—Pues lo han traído hasta los diarios de Madrid.

    DAM.—¿Y qué ha sido?

    ORT.—¡Casi ná! Don Julio Marcén, el más rico de Miracampos, que amaneció ahí en los Chopales, muerto de una puñalada en semejante sitio. (Señala el costado derecho.)

    DAM.—¡Qué espanto! ¿Y se sabe quién fué el asesino?

    ORT.—Se sabe y no se sabe.

    BEN.—El juez ha metido en la cárcel a don Pablo Aldaya, un labrador de aquí, que tuvo aquella noche en el Casino una cuestión con el muerto.

    ORT.—Sí. pero don

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