El verdugo de Sevilla
Por Pedro Muñoz Seca
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El verdugo de Sevilla - Pedro Muñoz Seca
Saga
El verdugo de Sevilla
Pedro Muñoz Seca
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1916, 2020 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726508369
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Esta obra es propiedad de sus autores, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan celebrado, o se celebren en adelante, tratados internacionales de propiedad literaria.
Los autores se reservan el derecho de traducción.
Los comisionados y representantes de la Socíedad de Autores Españoles, son los encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.
_______
Droits de representation, de traduction et de repro duc tion reservés pour tous les pays, y compris la Sue de, la Norvege ét la Hollande.
_______
Queda hecho el depósito que marca la ley.
Para Anselmo González (Alejandro Miquis) con la admiración y el cariño de
Los Autores.
REPARTO
PERSONAJES ARTISTAS
NIEVES Sra . Cortés .
MADAME PERRIN Srta. Carboné .
ROSARIO Sra. Muñoz .
PRESENTACIÓN Villa .
ANTONIA Srta. León .
MODESTA Pacello .
BONILLA Sr. Bonafé .
ISMAEL Asquerino .
SANSONI Zorrilla .
SINAPISMO Pereda .
TALMILLA González .
VALENZUELA Espantaleón .
TRESSOLLS Delgado .
FRASQUITO Moreno .
HAMES Espantaleón .
COTORRA Riquelme .
PEDRO LUIS Valle .
RIVERITA Granja .
DON ROSENDO Gascó .
CORVINA Insúa .
JACOBO Valle .
UJIER Insúa .
___________
PRÓLOGO
A
El verdugo de Sevilla
Reir nos enoja, reir nos desfigura el rostro, reir no es elegante; he aquí la fórmula consagrada por ese pseudo-elegante snobismo que convierte a los autores más finos en maniquíes gesticulantes por el resorte de la pose y a los críticos más austeros en majaderos impenitentes... Flota en el ambiente esa fórmula; se va propagando por ahí como una consigna. Y así, cuando entrais en un Teatro, en noche de estreno, veis a los personajes de la sala, no del escenario, adoptando una actitud sustancialmente falsa: la actitud de hombres graves, disciplentes y superiores. Quien frecuente los teatros de Madrid podrá observarlo; la actitud de los espectadores es en la mayoría de los casos más histriónica que la de los figurantes. Vedles enfáticos, retrepados en su butaca, afectados en sus gestos, pretendiendo juzgar dogmática e inapelablemente de la obra estrenada. Se sientan en la butaca con la gravedad doctoral conque ocuparían una cátedra de Cánones. El público de los estrenos es el más recusable de todos; el éxito o el fracaso de una obra se decide al día siguiente de su estreno. La mitad de ese público está compuesto de hombres de letras y de prensa, enemigos mordaces del autor, que desearían desollarle vivo, y la otra mitad de profesionales del estreno... (Advierto a los lectores que no lo sepan que yo no he estrenado jamás, ni aún llevo rumbos de estrenar; mis frases no pueden ser hijas del despecho.)
Hay dos clases de espectadores indeseables: aquellos que creen que el pago de la butaca les da derecho a la protesta ruidosa, pedestre o abucheadora (como si el pago, no de una butaca, sino de doscientas butacas, diera ningún derecho a exteriorizar la mala educación), y aquellos otros solapados e hipócritas que ríen, ríen, durante una o dos horas, gozan al parecer con la obra cómica y luego incurren en el burdo sofisma de decir, despectivos: ¡Qué estupidez! ¡Qué gansada!
Si observais su facies, grave y dogmática, y el aire de suficiencia conque profieren estas frases, considerando la obra como cosa ligera y de poco momento, creeríaseles hombres doctos, versados en letras humanas y aun divinas, duchos en la experiencia del arte escénico y capaces de componer, si a ello se pusieran, el Hamlet Prince of Denmark o el Hernani, de Víctor Hugo; obras que marquen una época en la historia del teatro, obras revolucionarias e innovadoras. Pues no hay tal, mis amigos; son pobres diablos, muy honorables por lo demás, emanados de humildes y laboriosas clases mercantiles o de profesiones liberales que no tienen que ver con el teatro y son incapaces, no ya de concertar una escena teatral, sino aun de sacarse de la cabeza un retruécano cien veces inferior al nivel de los que esmaltan la obra. No habría sino hacer la prueba; cuando salen del teatro, sonriendo despectivamente de los autores, de su obra y hasta de todo el género teatral a que pertenece, debiera el autor surgir de una butaca como por ensalmo e invitarles amablemente a pergeñar una sola escena de una comedia futura.. «Ahora usted se va a casita (debiera decirles el autor) satisfecho por haber pasado bien el rato, pero convencido de que el autor es un ganso incapaz de nada serio; ¿por qué no prueba cualquiera de ustedes, en la soledad de su gabinete, a preparar una obrita que les pueda dar, si no honra, porque ya verá usted cómo le despellejan y torturan, a lo menos provecho, que es lo que a ustedes más puede interesarles...? Digo esto porque si yo visitara una fábrica de harinas de su propiedad o revisara los géneros de su almacén de coloniales, no se me ocurriría decir: Yo he pasado un buen rato admirando todas las maravillas de la industria y del comercio, pero ¡qué porquería todo lo que ahí hay! ¡Esas máquinas las monto yo mejor y esos géneros están todos averiados!...»
Ya hace tiempo que hice esta observación, pero la he confirmado en estos días con motivo del estreno de El Verdugo de Sevilla en el teatro de la Comedia. La obra es sencillamente un modelo del género cómico; una obra donde toda la comicidad brota de la situación misma—lo que es el secreto y el ideal del género cómico.—Los actores no necesitan hacer cabriolas ni piruetas, ni hay un viejo general que salta por un montante para delicia de unas muchachitas, ni una cocinera que brinca en paños menores para delicia de los muchachitos... como en otras obras pseudo-cómicas.
Los personajes se producen discreta y sobriamente; son todos directamente arrancados de la realidad; la patrona (Papel que desempeña discretamente la señora Cortés) es una clásica patrona madrileña con sus dos o tres historias indispensables; el usurero es un usurero como hay tantos, trazado en cuatro rasgos; Talmilla (tan sentido y tan bien interpretado por el señor González) es el cómico de provincias, afectado y envidioso; y Bonilla—del que el colosal Bonafé ha hecho una de sus más indiscutibles creaciones—es un tipo definitivo de «pobre diablo.» La acción no puede ser más verosímil; nada hay en ella forzado ni fantástico; un pobre hombre, un inventor ilusorio, una especie de Silvestre Paradox en el teatro, viviendo de fantasías industriales y de crédito amatorio que le otorga noblemente D.a Nieves, un pobre hombre mísero y bonachón como vemos mil en las calles de toda gran ciudad, a quien un usurero que quiere cobrarle «aquel piquillo» (y que por cierto se lo recuerda muy oportunamente, y definiendo su tipo, al final del primer acto) le vende el favor de gestionarle una credencial; esta credencial pertenece (¿habrá quien diga que es inverosímil que haya credenciales en Gracia y Justicia?) al ramo de Gracia y Justicia y tiene por misión la de ser ejecutor de la última en Sevilla. ¿No tiene que desempeñar alguien la plaza de «ejecutor de la justicia?»... ¿Y no es muy verosímil, dentro de la ironía, con que la Providencia ha dispuesto las cosas, que se dé en la realidad, no ya en la escena, el caso de un pobre hombre bondadoso, de instintos tan poco sanguinarios como Bonilla, que sea obligado a aceptar este papel tan ingrato por atender a su sustento?
Luego hay en la obra de los Sres. García Alvarez y Muñoz Seca algo que no ha visto crítico alguno; una enseñanza ética que «va por dentro», que se desliza