La frescura de Lafuente
Por Pedro Muñoz Seca
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La frescura de Lafuente - Pedro Muñoz Seca
La frescura de Lafuente
Pedro Muñoz Seca
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Copyright © 1915, 2020 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726508208
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Droits de representation, de traduction et de repro duction réservés pour tous les pays, y compris la Sué de, la Norvège et la Hȏllande.
_____
A El Mentidero
, el periódico más gracioso de España.
Los Autores
REPARTO
PERSONAJES ACTORES
AMBROSIA sra. Alba.
CONCHA Roca.
BENITA Rios.
LUISA Srta. Calvo.
ANGELINA Segura.
AMADEO LAFUENTE Sr. Simó-raso.
GUNDEMARO LARREA Aguirre.
ZACATECA Marchaste.
CABEZÓN Molinero.
LUCAS Meskguer.
FRIAS Perchicot.
MATÍAS Guillot.
VENANCIO Hidalgo.
PELAEZ Cara.
POLANCO Sapela.
DONOSO Hidalgo.
VICARIO Sapela.
VICTORIANO Valle.
SINFOROSO Guillot.
ATILANO Perchicot.
RODRÍGUEZ Vico.
MARCELINO García.
__________
ACTO PRIMERO
Especie de plazoleta en el jardín de un cementerio. En el fondo, espeso arbolado y alguna que otra lujosa estatua. En el lateral derecha y ocupando el segundo term í no, un trozo de la verja que circunda un panteón que no se ve. En el lateral izquierda, un macizo o verja que simula dar acceso a otro mausoleo que tampoco se ve. En escena, dos bancos rústicos. Es de d í a. La acción en Madrid. Epoca actual y en el mes de Mayo por más señas.
____
(Al levantarse el telón, venancio, oficial de marmolista, en traje de faena, tumbado en el suelo, duerme ante el mausoleo de la derecha. matias, de igual oficio que Venancio, entra en escena desperezándose y bostezando. )
Mat. (Dando con el pie a Venancio v despertándole. ) ¡Venancio!... ¡Venancio!...
Ven. (Incorporándose. ) ¿Qué pasa? (Bosteza. )
Mat. Pero hombre, ¿te has dormido, con lo que tenemos que trabajar?
Ven. (Desperezándose. ) ¿Qué hora es, Matías?
Mat. (Sacando su reloj. ) ¿Quieres hora exacta?
Ven. Natural.
Mat. Pues verás: yo tengo las once y cuarenta y dos; de modo que son... (Piensa un instante. ) Las cinco y catorce.
Ven. ¿Oye, ese reloj es Longines, por un casual?
Mat. NO es Longines, pero por treinta céntimos que me costó, no querrás que me diesen el meridiano de París.
Ven. También es verdad.
Mat. Vamos anda, hombre, que todavía nos queda tarea.
Ven. ¡Voy. hombre, voy, que no lo dejais a uno ni tomar una bocaná dʼoxigeno!
Mat. ¡Cuidao que eres vago, Venancio!
Ven. Lo mismo me decía mi abuela y lo mismo me dirán mis nietos. Mira, yo leí en una hoja dʼalmanaque la siguiente tontería: «Cuanto menos trabajes, menos te cansarás.» Santa Bartola, Virgen y madre Abadesa.
Mat. No, si a ti, chirigoteo y vagancia no te faltarán.
Ven. Y oye ahora que no hacemos na y muchos años dure. ¿Tú sabes por qué estamos haciendo cisco el ornamento de este mausoleo?
Mat. ES toda una historia.
Ven. Caray, cuenta, hombre: y si no te sirve de molestia, hazme un cigarro.
Mat. A ver si viene el maestro y nos coge mano sobre mano.
Ven. Déjate de ñoñadas y relata.
Mat. (Haciéndole un cigarro a Venancio. ) Pues verás.
En este magnífico panteón yacían hace meses, los restos mortales de una señora, que, cómo sería de bonita, que había oztenido cinco premios de belleza en Copenhague, Budapest, Berlin, London y Alcázar de San Juan. (Dándole el cigarro sin pegar. ) Engoma.
Ven. Se agradece.
Mat. Pues como te digo, la aludida, que era una señora del vivir festivo y placentero, se alió con este don Pancho Zacatecas, que ya conoces y que es un mejicano que empieza a tirarte billetes de banco y antes de que se le acaben tiene la muñeca dislocada.
Ven. ¡Qué bruto!
Mat. Pues durante catorce años vivieron en una felicidad terrenal y observó la socia una conducta, que don Pancho enajenao de placer ideó casarse, pero de pronto y hallándose entrambos en Madriz, ¡zás! sucumbe la futura esposa y él, traspasao de pena, le erigió este monumento necrológico que le pasó de los veinte mil duros.
Ven. ¡Qué dolor!
Mat. Fin de la primera parte.
Ven. Continúa que eso es más interesante que los cinco antifaces de los cuarenta asesinos misteriosos.
Mat. Pues ahora verás. El tal don Pancho Zacatecas, pa mitigar su dolo, flota un yate, se hace a la mar, recorre el mundo, se detiene en San Francisco de California donde había conocido a aquella miniatura y se informa de que Nina Petterson, como reza esa lápida y como la tal decía denominarse, ni se llamaba Nina Petterson, ni había nacido en Escocia, como ella aseguraba, ni era hija de Petterson, el rey del bacalao, sino que se llamaba Paca Fe, y había nacido en Puerto Rico.
Ven. Me dejas como una estalactita
Mat. Y ahora viene lo gordo. Sospechando que la portorriqueña le había tomado el cuero capilar, se traslada el señor Zacatecas a su casa de Méjico, indaga, requisa, olfatea, rompe un secreter de ébano que tenía un secreto y se encuentra con un manojo de cartas amorosas dirigidas a Nina por un tal Equis y en las que ponía a don Pancho como para cogerlo con unos alicates.
Ven. ¡Chavó!
Mat. Bueno, pues don Pancho se vino a Madriz como pudo, porque él no sé qué cargo político ha tenido en Méjico. Trasladó a Puerto Rico los restos de Nina, buscó al señor Frías, nuestro maestro, le contó la historia que yo acabo de referirte y le dijo: «En muy pocos días tiene que quedar ese mausoleo cambiao por completo y en condiciones de que guarde algún día las cenizas de este cuerpo simple.
Ven. ¡Pobre hombre!
Mat. Y por eso estamos nosotros trabajando en la destrucción alegórica.
POLANCO (Guarda del cementerio, que ha entrado en escena por la izquierda.