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En pos de la flama: La lucha de un hombre para salvar el mundo
En pos de la flama: La lucha de un hombre para salvar el mundo
En pos de la flama: La lucha de un hombre para salvar el mundo
Libro electrónico1097 páginas20 horas

En pos de la flama: La lucha de un hombre para salvar el mundo

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La muerte del carismático comisionado de los derechos humanos, Sergio Vieira de Mello, en un ataque suicida en Bagdad en 2003, representó, al mismo tiempo, la culminación trágica de un idealista que dedicó su vida a luchar contra la guerra, y el inicio de una serie de desventuras para los representantes de la ONU en Irak. En esta interesante biografía, la ganadora del premio Pulitzer Samantha Power sigue a Vieira a través de su carrera, explica su condición de exiliado, habla de sus aportaciones a la construcción de la paz y recuerda las trasgresiones a las prácticas burocráticas de la ONU que lo llevaron a convertirse en una de las figuras centrales de la diplomacia internacional durante las décadas finales del siglo XX.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2013
ISBN9786071613721
En pos de la flama: La lucha de un hombre para salvar el mundo
Autor

Samantha Power

Samantha Power is a Professor of Practice at the Harvard Kennedy School and Harvard Law School. From 2013-2017, Power served as the U.S. Ambassador to the United Nations and a member of President Obama’s cabinet. From 2009-2013, Power served on the National Security Council as Special Assistant to the President for Multilateral Affairs and Human Rights. Power began her career as a journalist, reporting from places such as Bosnia, East Timor, Kosovo, Rwanda, Sudan, and Zimbabwe, and she was the founding executive director of the Carr Center for Human Rights Policy at the Kennedy School.  Power’s book, “A Problem from Hell”: America and the Age of Genocide won the Pulitzer Prize in 2003. She is also the author of the New York Times bestsellers Chasing the Flame: One Man’s Fight to Save the World (2008) and The Education of an Idealist: A Memoir (2019), which was named one of the best books of 2019 by the New York Times, Washington Post, Economist, NPR, and TIME. Power earned a B.A. from Yale University and a J.D. from Harvard Law School. 

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    En pos de la flama - Samantha Power

    personas.

    PRIMERA PARTE

    I. DESPLAZADO

    LA JUVENTUD de Sérgio Vieira de Mello lo dejó con la impresión de que la política perturba las vidas en lugar de mejorarlas. En marzo de 1964, cuando iba a cumplir 16 años, un grupo de militares decidió derrocar al presidente de Brasil, João Goulart, democráticamente elegido; bajo su régimen, los campesinos pobres comenzaron a apoderarse de tierras de cultivo y los pobres de las ciudades organizaron disturbios pidiendo alimentos. Los militares acusaron a Goulart de permitir que los comunistas se apoderaran del país. Apenas cinco años después de la victoria comunista en Cuba, al presidente estadunidense Lyndon Johnson le preocupaba que algo similar sucediera en Brasil. El embajador de los Estados Unidos advirtió que si Washington no actuaba contra los revolucionarios radicales de izquierda de Brasil, el país se convertiría en la China de los años sesenta.¹ En la operación llamada en código Brother Sam, cuatro buques cisterna de la Marina estadunidense y un portaaviones salieron rumbo a la costa brasileña por si los militares necesitaban ayuda.²

    No la necesitaron. El presidente Goulart tuvo algo de apoyo en el campo, pero la mayoría del pueblo estaba cansada de él. El 29 de marzo los titulares del periódico Correio da Manhã decían ¡BASTA! y al siguiente día declaraban ¡FUERA!³ Un grupo de 10 000 brasileños amotinados marchó del estado de Minas Gerais hacia Rio de Janeiro. Goulart ordenó a su infantería reprimir la revuelta, pero el ejército se unió a ésta en el golpe de Estado. Goulart, su esposa y sus dos hijos huyeron a Uruguay.

    El joven Sérgio no era más político que la mayoría de los adolescentes. Se concentraba en adelantar sus estudios (fue el primero de su clase en el bachillerato), en seguir al equipo de futbol Botafogo (que ese año compartiría el prestigioso campeonato Rio-São Paulo) y en perseguir chicas en la playa de Ipanema, a sólo dos cuadras de su casa. Sin embargo, sus familiares y maestros le habían hecho creer que el comunismo sería nocivo para Brasil y que se podía confiar en los militares para restaurar el orden. La fuerza castrense había estado en el poder en Brasil en 1945, 1954 y 1961, gobernando cada vez más en forma benigna y breve; puesto que los jefes del golpe prometieron celebrar elecciones al año siguiente, Vieira de Mello se unió a la celebración inicial, junto con su familia y amigos, al subir al poder los militares.

    SU TRANQUILIDAD SE HA DESINTEGRADO

    Arnaldo Vieira de Mello, el padre de Sérgio, había crecido en el seno de una familia de campesinos en el interior de Bahía, provincia del noreste de Brasil.⁴ Arnaldo y sus cuatro hermanos fueron enviados a estudiar a un internado jesuita de Salvador, la capital provincial. Después de asistir a la universidad en Rio de Janeiro, Arnaldo trabajó como editor y corresponsal de guerra en A Noite, uno de los diarios más importantes de la época, y estaba resuelto a pasar los exámenes para trabajar en el servicio exterior brasileño, lo que logró en 1941. Arnaldo era tan pobre que no podía comprar libros ni cuadernos; todas sus lecturas las hizo en la biblioteca pública de Rio de Janeiro y tomaba notas en papeles del tamaño de la palma de la mano, como los formatos para pedir los libros. Llevaba de un lado a otro bolsas de plástico llenas de montones de esos papeles y los ordenaba de acuerdo con los temas.

    En 1935, Arnaldo conoció a Gilda dos Santos, una belleza de Rio de Janeiro de 17 años, y en poco tiempo hizo amistad con la madre de ésta, Isabelle Dacosta Santos, consumada pintora, y con su padre, Miguel Antonio dos Santos, hombre de muchos talentos, conocido en Rio de Janeiro como argumentista de teatro musical, traductor del francés, del alemán y poeta que regenteaba una joyería junto con sus hermanos.

    —Arnaldo se va a comprometer con mi padre —bromeaba Gilda—. La joven pareja se casó en 1940 en Rio de Janeiro, y Gilda dio a luz a una niña, Sonia, en 1943, y luego a Sérgio el 15 de marzo de 1948.

    Los Vieira de Mello vivieron la típica existencia peripatética de las familias de diplomáticos. En 1950, a los 36 años, Arnaldo se mudó con su esposa y sus dos hijos de Argentina (donde el pequeño Sérgio pasó sus dos primeros años) a Génova, Italia. En 1952, Arnaldo fue enviado de nuevo a Brasil, donde Sérgio vivió hasta cumplir casi seis años; su padre fue enviado de regreso a Italia para trabajar en el consulado de Milán; allí Sonia y Sérgio fueron inscritos en la escuela francesa local. En 1956, año de la crisis del Canal de Suez, la familia vivía en Beirut, y en 1958 finalmente se estableció en Roma, donde vivió durante cuatro años, uno de los periodos más largos que pasaría Sérgio en una sola ciudad durante toda su vida.

    Arnaldo Vieira de Mello era un hombre muy culto y carismático.

    —La audacia es el don de los ganadores —solía decir e insistirle a su hijo en que fuera atrevido en sus objetivos intelectuales y personales.

    No obstante, su propia carrera se estancó porque nunca alcanzó el rango de embajador, y frustrado por este revés profesional se volvió cada vez más bebedor de whisky. Cuando llevó a su familia de regreso a Rio de Janeiro en 1962, se hizo cliente habitual del circuito de clubes nocturnos, manteniéndose a la última moda y socializando hasta muy tarde. Durante las noches que se quedaba en casa desaparecía en su estudio para sumergirse en un mundo de libros y mapas. Al tiempo que mantenía su trabajo de diplomático durante el día, escribió una historia de la política exterior de Brasil en el siglo XIX, publicada en 1963, que formaría parte del plan de estudios de quienes aspiraban a ser servidores públicos en Brasil. También se embarcó en una ambiciosa historia naval latinoamericana.⁵ Gilda fue quien se ocupó de cuidar los estudios de Sérgio, prometiéndole recompensas a cambio de altas calificaciones: lo llevaba de compras el mismo día que las recibía.

    Cuando le asignaron a Arnaldo el consulado de Brasil en Nápoles, a finales de 1963, Gilda, que había aprendido a llevar una vida que giraba más en torno de sus hijos que de su esposo, pensó que sería mejor permanecer en Brasil. Su hija Sonia se había casado y estaba esperando un bebé, mientras que Sérgio estudiaba en el liceo franco-brasileño en Rio de Janeiro, escuela popular entre los hijos de diplomáticos. Arnaldo tenía miedo a los aviones y puesto que el viaje en barco desde Europa duraba más de una semana, regresaba a Brasil sólo una vez al año.

    Los militares brasileños que continuaron dirigiendo el país hasta 1985, gobernaron en forma más benigna que otros regímenes castrenses latinoamericanos; sin embargo, pusieron mordaza a la prensa, suspendieron las garantías individuales básicas y, a fin de cuentas, mataron a más de 3 000 personas.⁶ El régimen militar no fue tan benigno ni tan breve como los brasileños lo habían esperado.

    Algunos de los generales resultaron particularmente implacables. En 1965, un año después del golpe, se impuso un grupo de disidentes, de la línea dura. Sérgio tenía entonces 17 años, y pasó varias tardes de cada semana como voluntario en las oficinas centrales en Rio de Janeiro de Carlos Lacerda, un carismático gobernante local que hacía campaña contra la corrupción y esperaba ser el presidente de Brasil en las siguientes elecciones. Sin embargo, los militares acometieron en su contra, le prohibieron el ejercicio de toda actividad política y disolvieron los principales partidos políticos. El tío de Sérgio, Tarcilo, hermano menor de Arnaldo, era un destacado miembro del parlamento y orador que había cobrado fama al encabezar la propuesta de legalizar el divorcio; cuando los militares apretaron el puño, Tarcilo hizo un llamado a diversos personajes de la política, incluyendo a Lacerda y al depuesto presidente Goulart, para unir fuerzas en el Frente Ampla (frente amplio), tendiente a terminar el régimen militar y restaurar la democracia; pero, después de que se postuló sin éxito para gobernador de Bahía en 1967, abandonó la política y los militares continuaron en el poder.

    Sérgio había estudiado filosofía en el bachillerato, y en un ensayo escrito en su último año reflexionó sobre las bases de un mundo justo, el cual, argumentaba, no estaba arraigado en la moral religiosa, sino en las más objetivas nociones de justicia y respeto. La política internacional no era diferente de la interacción social, escribió, ya que la clave de unos lazos cordiales era lo que él llamaba autoestima individual y colectiva; sólo así se podía construir la estabilidad con paz y comprensión y no bajo el terror.

    Más tarde, ese mismo año, se inscribió en la Facultad de Filosofía de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, plagada por huelgas de maestros; después de un frustrante semestre en las aulas, le preguntó a su padre (que había dejado Nápoles para ser el cónsul general de Brasil en Stuttgart, Alemania) si podía viajar a Europa para recibir una adecuada educación universitaria. Arnaldo accedió a la petición de su hijo y Gilda viajó con Sérgio en barco por el Atlántico para ayudarlo a instalarse allá. En Suiza se encontró con Flavio da Silveira, un amigo de la niñez que vivía con su familia en Ginebra. Los dos amigos se matricularon en la Universidad de Friburgo, en la pintoresca ciudad medieval que se encuentra a pocas horas de Ginebra, y pasaron un año estudiando la obra de Sartre, Camus, Aristóteles y Kant, con un cuerpo docente en su mayoría compuesto por frailes dominicos; su apetito de conocimiento se estimuló y solicitaron admisión a la Sorbona, en París. Sérgio, que había sido educado en escuelas francesas, fue admitido, pero no así Silveira, quien se fue a estudiar a la Universidad de París en Nanterre. En la Sorbona estudió Sérgio con el legendario filósofo moral Vladimir Jankélévitch, de quien recibió una introducción profunda a Marx y Hegel, después de lo cual se proclamaría estudiante revolucionario.

    En mayo de 1968, Sérgio fue uno de los casi 20 000 estudiantes que tomaron las calles para protestar contra el gobierno de De Gaulle, solicitando mayor participación en el sistema universitario nacional y pidiendo abolir el establecimiento capitalista. En el peor enfrentamiento de París desde 1945, la policía antimotines disolvió las barricadas de estudiantes con gas lacrimógeno, cañones de agua y macanas, y arrestó a Vieira de Mello y a casi 600 estudiantes más. La herida que Sérgio recibió sobre el ojo derecho fue tan profunda que necesitó cirugía plástica 35 años después. Arnaldo fue a París en auto con placas oficiales, desde el consulado de Brasil en Stuttgart, para ver a su hijo. Cuando Sérgio se enteró de que su padre había estacionado su auto en el Barrio Latino, exclamó:

    —¡Regresa corriendo allá y cambia de lugar el coche! ¡Los estudiantes van a incendiar hoy todos los coches allí!

    El enfrentamiento fue tan violento que el rector de la Sorbona cerró la universidad por primera vez en sus 700 años de historia.

    Después de algunas semanas, los franceses comenzaron a dar la espalda a quienes protestaban, y muchos obreros que se habían unido a los estudiantes regresaron a sus labores por temor a perder sus empleos. Al terminar la revuelta estudiantil, Sérgio escribió una larga carta al director del diario izquierdista francés Combat para quejarse de que la facción dominante de la prensa se deleitaba denigrando la revuelta. En su primer escrito publicado elogiaba la violencia como saludable, observando que si los estudiantes sólo hubieran escenificado concentraciones pacíficas, el público francés habría desviado la mirada. Los enfrentamientos callejeros habían sido necesarios para atraer la atención de un público indiferente.

    —Sólo se puede despertar a las masas de su letargo con el sonido de una lucha animal —escribió.

    No obstante, a menos que la lucha fuera global, irreversible y permanente y produjera la desaparición del pensamiento fosilizado, argumentó, los estudiantes quedarían en los anales históricos franceses como los organizadores de un gran y risible bazar folclórico. Su carta terminaba con una violenta crítica contra la vieja escoria. Déjenlos lamentarse sobre su pasado repugnante, déjenlos adorar su mezquindad, déjenlos engordar a gusto, escribió. Una cosa es hoy cierta: su tranquilidad ha desaparecido. Quizá podamos dirigirnos hacia nuestro fracaso más resonante pero su victoria también será su infierno.¹⁰ Sérgio quedó tan orgulloso de su airado debut que envió copias de su artículo a sus amigos. Aunque no pudo habérselo imaginado entonces, mayo de 1968 sería la cúspide de su activismo contra el orden establecido.

    La noticia de su colaboración en Combat pronto llegó a su familia en Brasil. Su hermana Sonia descubrió un artículo de un periódico de Rio de Janeiro que describía a un estudiante brasileño involucrado en los disturbios de París y que de regreso a su casa fue secuestrado y asesinado, presuntamente por el régimen militar. Presa del pánico, envió el artículo a un amigo que iba a Europa; cuando Arnaldo lo vio, dijo a su hijo que no se arriesgara a regresar a Brasil muy pronto. El gobierno francés concedió amnistía a los estudiantes extranjeros arrestados en los disturbios, pero les exigió que se presentaran a la policía cada semana; esto pareció un precio bajo por continuar en la Sorbona, y Sérgio volvió a clases en el otoño de 1968, con la esperanza de combinar los créditos obtenidos en Rio de Janeiro, Friburgo y París para graduarse en 1969.

    Aunque le entusiasmaba el rigor académico de la Sorbona, Sérgio estaba solo en París y sentía nostalgia por Rio de Janeiro. La gente no existe aquí. Paso el tiempo con mis libros, escribió a una amiga en Ginebra en marzo de 1969.¹¹ La profunda tristeza de sus cartas se acentuaba, y escribió: durante dos años nada ha cambiado, excepto yo. Se quejaba de las multitudes, de los coches, del ruido y de una masa informe de la que estoy cansado; escribió que echaba de menos los días en que podía caminar solo cerca de las aves marinas.¹²

    Pero en Brasil la dictadura militar se estaba haciendo más represiva. Fuerzas paramilitares rondaban por el país, arrestaban y con frecuencia torturaban a los sospechosos de actividades subversivas. Diplomáticos brasileños muy conocidos como Vinicius de Moraes, que en su tiempo libre había ayudado a lanzar el bossa nova escribiendo la letra de canciones como La chica de Ipanema, fueron destituidos del servicio exterior. En la primavera de 1969, cinco años después del comienzo del golpe militar, mientras estaba sentado a la mesa desayunando en su residencia de Stuttgart, Arnaldo Vieira de Mello (que no era ni muy conocido ni muy crítico del régimen militar) estaba tomando café, leyendo los periódicos de la mañana y hojeando el boletín diplomático de Brasil. Cuando echó un vistazo a la lista de servidores públicos a los que el régimen militar había obligado a jubilarse, de pronto sus ojos se quedaron fijos sobre un nombre que no esperaba encontrar: el suyo. El gobierno al que sirvió durante 28 años lo había despedido.

    Sérgio estaba en París cuando se enteró de la noticia; se enfureció contra el gobierno militar de Brasil por dañar a su familia y supuso que su padre había sido despedido por sus ideas políticas. Sin embargo, los colegas y familiares de Arnaldo creyeron que su acentuado alcoholismo también podía ser un factor. El gobierno militar no ofreció explicación alguna.

    Cuando Arnaldo hizo sus maletas, dijo a su hijo que no podría pagar ya sus estudios de posgrado en la Sorbona. En mayo, justo dos meses antes de su graduación, Sérgio le escribió de nuevo a la joven con la que había estado saliendo en Ginebra; se le oía deprimido y confuso con respecto a su futuro; le informó que su padre había sido despedido. La dictadura es una realidad. A partir de agosto, me veré obligado a ganarme el pan, escribió. Trataría de encontrar trabajo, pero no tenía idea de dónde. Mi futuro está más que en el aire.¹³

    En junio le escribió a la muchacha que esperaba recibir buenas calificaciones en sus exámenes de filosofía. (De hecho, deslumbró al profesorado de la Sorbona al terminar en primer lugar entre 198 candidatos en metafísica.) ¿Pero para qué?, escribió sarcástico. Si en cambio hubiera estudiado economía o mercadotecnia, alguna compañía estadunidense me aseguraría un futuro ‘feliz’ con un montón de dólares. Nunca se vendería, afirmó, sólo si estuviera a punto de morirme de hambre; nunca abandonaría la filosofía. El filósofo, escribió, podía convertirse en el hombre más justo o en el más radical de los bandidos. De cualquier manera, insistió: para hacer filosofía hay que tenerla en la sangre y hacer lo que muy pocos harían: ser al mismo tiempo un hombre y pensar por doquier y siempre.¹⁴

    Después de tratar brevemente de encontrar empleo como profesor de filosofía, Sérgio se dirigió a Ginebra, donde el hogar de los Da Silveira se había convertido en su base en Europa; decidió buscar trabajo en una de las muchas organizaciones internacionales allí situadas. Conociendo el don de Sérgio para los idiomas (ya podía hablar impecablemente portugués, español, italiano y francés), un conocido de su padre lo puso en contacto con Jean Halpérin, el director suizo, de 48 años, del departamento de idiomas de las Naciones Unidas. Halpérin había dudado en darle una cita porque no sabía de empleos vacantes; sin embargo, al conocerlo, quedó prendado de la pasión que el joven tenía por la filosofía y le ofreció llamar a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que con frecuencia necesitaba asistentes para las grandes conferencias sobre la conservación de monumentos culturales.

    —Muchas gracias —le dijo Sérgio, sonriendo cortésmente—; conozco la UNESCO y no es mi tipo de organización. Me parece que se trata de mucho blabla-bla.

    Sorprendido de que un desempleado fuera tan exigente, Halpérin le dijo que sus antecedentes académicos no le dejaban muchas opciones dentro de la ONU:

    —Lo siento mucho, Sérgio, pero la ONU se encarga de todo tipo de cosas en el mundo, excepto de filosofía.

    Pocos días después, Halpérin recibió la llamada de un colega de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que buscaba un editor en francés. La ACNUR se dedicaba a dos tareas principales: les daba a los refugiados políticos la asistencia material necesaria para sobrevivir en el exilio y trataba de que no se obligara a los desplazados a regresar a los países de los que habían sido expulsados. Las Naciones Unidas ponían como requisito que se hablara perfecto inglés y dos años de experiencia profesional. Sérgio hablaba poco inglés y nunca había tenido un trabajo de tiempo completo, pero en la entrevista le fue mejor que a todos los demás candidatos y obtuvo un contrato temporal. Comenzó su carrera en la ACNUR en noviembre de 1969, y pasaría los siguientes 34 años trabajando bajo la bandera de la ONU.

    ¿QUÉ HARÍA JAMIE?

    Casi en cuanto tomó posesión de su puesto en la ACNUR, Sérgio comenzó a escuchar relatos de un hombre que en todo sentido era su contrario. Vieira de Mello era un brasileño multilingüe de 21 años, educado en la Sorbona, de complexión delgada y con una sonrisa de actor de cine. Thomas Jamieson, el director de operaciones de la ACNUR, era un escocés pálido, voluminoso y casi calvo, con gafas, de 58 años, que nunca pasó de la secundaria y que, aun habiendo vivido con frecuencia en países francófonos desde la segunda Guerra Mundial, se enorgullecía de no haberse preocupado nunca por dominar el francés. A pesar de todas estas diferencias superficiales, Vieira de Mello encontró con rapidez un mentor en el hombre conocido como Jamie.

    Jamieson se unió a la ACNUR en 1959 después de trabajar en la ONU y en organizaciones no gubernamentales para el reasentamiento de refugiados de guerra de Alemania, Corea y Palestina. Vieira de Mello lo buscaba con frecuencia y lo bombardeaba con preguntas sobre sus experiencias. Cálido y muy accesible para quienes le simpatizaban, Jamieson no era intelectual como el padre de Vieira de Mello, pero recalcaba de manera similar la importancia de ser audaz y habría compartido con Arnaldo su gusto por el whisky. Los que visitaban por primera vez la casa de Jamieson cerca de Ginebra sabían que habían llegado a su destino al ver botes de basura llenos de botellas vacías de whisky; ya fuera en su oficina de la ACNUR en Ginebra, o recorriendo algún puesto polvoriento en Nigeria, Jamieson siempre invitaba a sus colegas, al acabar sus actividades, a reunirse y brindar con Johnnie Walker Red Label. A más de 8 000 kilómetros de su familia y sin poder volver a Brasil, a Vieira de Mello le agradó este nuevo vínculo.

    Jamieson explicaba que su más alto objetivo, y el de la ONU, era sencillo: Los niños deben tener una vida mejor y más feliz que la de sus padres. Condenaba los campos de refugiados que llenaban el continente europeo después de la segunda Guerra Mundial.

    —Si existe una manera de evitar establecer un campamento, encuéntrala —solía decir—. Si hay alguna manera de cerrar un campamento, hazlo.

    El mensaje esencial que comunicaba a todos los que lo conocían era que, la ACNUR debe esforzarse por eliminarse a sí misma.¹⁵ Durante largos almuerzos, en Ginebra, le advertía a Vieira de Mello que las empresas caritativas pronto pueden preocuparse más por su propia existencia que por ayudar a los necesitados. Jamieson le insistía en que debía estar seguro de distinguir entre los intereses de la ONU, su lugar de empleo y los intereses de los refugiados, la razón de su trabajo.

    En general, Jamieson dirigía operaciones de campo desde lejos y pasaba la mayor parte del tiempo en las oficinas centrales de la ACNUR en Ginebra. No obstante, cuando se arriesgaba a viajar al exterior, le sacaba el máximo provecho a su salida y regresaba, según las palabras de un colega, con el polvo rojo del Sahara todavía en su traje de safari. Organizaba reuniones con diapositivas y hacía conmovedores recuentos sobre el sufrimiento de los refugiados, para dar algo de color a las salas estériles e impersonales del Palais des Nations, donde se reunían el personal de la ONU y los embajadores de los países donantes. Con frecuencia, Jamieson parecía despreciar a los diplomáticos:

    —Todos ustedes están aquí cómodamente sentados —decía al llegar de un viaje—. Yo vengo ahora del mundo real donde están la acción y las respuestas.

    Nunca vacilaba en manifestar su impaciencia ante la excesiva minuciosidad legal, los trámites de la ONU o la pomposidad diplomática; aborrecía la incesante e interminable serie de reuniones que su trabajo requería. No era raro que entrara con toda tranquilidad con 15 minutos de retraso a una reunión de coordinación que él iba a presidir.

    —Ah, sí. Veo que tenemos una reunión. Qué bonito —diría—. Si hay algo que me gusta en el mundo son las reuniones. Escuchen lo que vamos a hacer: les diré lo que haya decidido, y entonces la reunión podrá durar todo lo que ustedes quieran.

    Jamieson no era democrático en su enfoque y aprovechaba su relación personal con el príncipe Sadruddin Aga Khan, el poderoso y visionario alto comisionado de la ACNUR.* Aunque Jamieson fuera difícil de tratar para Sadruddin, éste sabía apreciar su habilidad (en palabras de un colega) de patear a los burócratas con tanta fineza. Mientras que Vieira de Mello no estaba dispuesto como Jamieson a hacerse enemigos, compartía con él su desagrado por la burocracia.

    Vieira de Mello se unió a la ACNUR en un momento electrizante. Bajo el liderazgo de Sadruddin, la ACNUR había puesto su interés en Europa, donde la atención durante las décadas de 1940 y 1950 había sido para los refugiados de la segunda Guerra Mundial y de la Unión Soviética, y en Asia y África, donde las guerras de descolonización habían producido nuevos flujos de refugiados en las décadas de 1960 y 1970. Entre todos los organismos de la ONU, la ACNUR tenía la mejor reputación entre los prestadores de ayuda y los países donantes. La rivalidad entre la Unión Soviética y los Estados Unidos había paralizado al Consejo de Seguridad, pero la ACNUR tenía su propio comité rector y había logrado progresar. Ya había ganado un Premio Nobel en 1954, por el reasentamiento de refugiados europeos después de la segunda Guerra Mundial, y estuvo a punto de obtener otro en 1981, por lograr la salida de refugiados del sudeste de Asia. Con la expansión de su trabajo de Europa a Latinoamérica, Asia y África, la ACNUR dio empleo a colaboradores que hablaran diversas lenguas o procedieran de países en desarrollo. Vieira de Mello era el miembro más joven del personal profesional de la ACNUR cuando ingresó a los 21 años, y ascendió con más rapidez que la mayor parte de sus compañeros.

    Sus ideales izquierdistas todavía afloraban; aunque no estaba de acuerdo con el comunismo como se practicaba en la Unión Soviética, China o Cuba, sí criticaba a los Estados Unidos por su guerra en Vietnam y su apoyo a regímenes represivos derechistas como el de Brasil. Si al caminar por las calles de Ginebra con amigos veía un automóvil fabricado en los Estados Unidos, se agachaba como para recoger una piedra y hacía el movimiento de lanzarla al vehículo que pasaba.

    —¡Imperialistas! —gritaba.

    También en los restaurantes, al oír un acento estadunidense, ocasionalmente hacía como si fuera a apartarse para no oír:

    —Se puede oír en sus voces el capitalismo —decía con desdén.

    Aunque dejó de asistir a clases en la Sorbona después de recibir su primer título universitario en filosofía, en 1969, continuó trabajando desde lejos para obtener su maestría, leyendo y escribiendo sobre todo en las noches y los fines de semana. En 1979, aprovechó sus vacaciones en la ONU para preparar sus exámenes orales, y obtuvo una maestría de la Sorbona en ética. Todavía consideraba temporal su empleo en la ONU. A pesar de que Jamieson se había ganado su simpatía, no así los procedimientos bizantinos de los requisitos de la ONU; en julio de 1970 le escribió a su antigua novia que la ONU no había cambiado: Del fango de las alcantarillas sólo he podido aprender una cosa: lo inútil de una vida llena de formas de un contenido imaginario.¹⁶

    Jamieson nunca preguntó por las búsquedas filosóficas de su protegido, que le parecían demasiado abstractas, pero a Vieira de Mello eso no le preocupó. Se reía siempre que Jamieson comparaba su carrera, hecha gracias a sus propios esfuerzos, con la de sus privilegiados colegas con exceso de credenciales.

    —Si hubiera recibido una educación formal —le gustaba decir a Jamieson con picardía—, no estaría trabajando en esta oficina, ¡sería primer ministro de Inglaterra!

    Algunos de los colegas de Vieira de Mello lo consideraban demasiado indulgente con las bromas de Jamieson.

    —Jamieson era amigable —recuerda uno—, pero su amabilidad era como la de un señor colonial al tratar a su mayordomo de la India.

    Jamieson se parecía a muchos visitantes occidentales en África cuando hablaba con admiración de su pueblo, y escribió en un boletín informativo sobre su gran sentido del humor y espíritu feliz aun en grandes dificultades.¹⁷ Esas tendencias coloniales le parecían a Vieira de Mello consecuencias perdonables de la edad y educación de Jamieson.

    En 1971, dos años después de su llegada a la ACNUR, la primera misión de campo de Vieira de Mello lo transformó. La organización se enfrentaba a su mayor reto hasta entonces: controlar toda la urgente respuesta de la ONU a la pavorosa llegada de alrededor de 10 millones de bengalíes a la India. Pakistán los obligó a abandonar sus hogares en la parte oriental del país, que poco después se convertiría en Bangladesh. El presupuesto global de la ACNUR era entonces de sólo siete millones de dólares, pero el alto comisionado Sadruddin lo aumentó a casi 200 millones para contribuir a una operación que costaría más de 430 millones.¹⁸

    Bajo una fortísima presión, Jamieson llevó a su personal favorito para trabajar en un operativo en la región, primero a la India, para encargarse de la llegada de refugiados, y luego a la recién independizada Bangladesh, para ayudar a sentar las bases de un regreso masivo. Iba de un lado a otro de la región como si le perteneciera, y llegó a llamar mi querida niña a la primera ministra de la India, Indira Gandhi. La base de operaciones de Vieira de Mello, entonces de sólo 23 años, fue Dhaka, Bangladesh, donde ayudó a organizar la distribución de la ayuda de alimentos y cobijo para los bengalíes al regresar a casa. Cuando Vieira de Mello estaba en desacuerdo con su jefe, Jamieson le decía:

    —Mi querido muchacho, estás total y completamente equivocado.

    Por primera vez en su vida, Vieira de Mello sintió que estaba haciendo algo práctico con su compromiso filosófico de elevar la autoestima individual y colectiva. El sufrimiento humano: la hambruna, la enfermedad y el desplazamiento no serían ya problema para él.

    —Bangladesh fue una revelación para Sérgio —recuerda su amigo brasileño Da Silveira—; al estar en el campo reconoció una parte de él que nunca había visto: comprendió que era hombre de acción, que estaba hecho para eso.

    Por la época en que Vieira de Mello cayó bajo el hechizo de Jamieson, conoció a Annie Personnaz, una secretaria francesa en la ACNUR. Comenzaron a salir juntos y, así como Arnaldo lo había hecho con la familia de Gilda, Vieira de Mello desarrolló una estrecha relación con los padres de Annie, propietarios de un hotel familiar y balneario en Thonon, Francia.

    En mayo de 1972, Jamieson, de 60 años, se jubiló de acuerdo con los estatutos de la ONU; estaba con el ánimo por los suelos y no despegaba la mirada de los periódicos, en busca de una oportunidad de volver a trabajar. Cuando el gobierno de Sudán firmó un acuerdo de paz con los rebeldes del sur, al parecer para terminar una guerra civil de 17 años y allanar el camino para el regreso de casi 650 000 refugiados sudaneses y personas desplazadas, Jamieson vio su oportunidad y persuadió al alto comisionado de no pedirle su retiro para encabezar esa tarea. Precisamente cuando el noviazgo de Vieira con Annie se intensificaba, Jamieson le solicitó unirse al pequeño equipo que ayudaría a organizar el regreso de los refugiados sudaneses. El brasileño escribió cartas a Annie mientras estaba en el sur de Sudán e incluso ella lo visitó en la capital, Juba. La propuesta de matrimonio no tardó en llegar y la boda se programó para el 2 de junio de 1973. Flavio da Silveira sería su padrino.

    La misión al Sudán le dio a Vieira de Mello la oportunidad de trabajar más cerca que nunca con Jamieson; viajando de Ginebra a Jartum y a Juba, ayudó a su mentor a establecer un puente aéreo para transportar alimentos, medicinas y aperos de labranza, y a los refugiados que regresaban. Jamieson resolvía con ingenio toda clase de problemas: cuando vio que una anticuada barca era el único medio para realizar el tráfico comercial por el río Nilo, declaró:

    —Si vamos a llevar a esta gente a su casa, necesitamos un puente.

    Pero la ACNUR distribuía alimentos, no construía puentes, por lo que Jamieson comenzó a hacer llamados a los países de Occidente. Cuando planteó el caso exclusivamente por motivos caritativos, no llegó a ningún lado; pero durante unas discusiones con el gobierno neerlandés, encontró un argumento efectivo:

    —Esto será como un ejercicio de entrenamiento —dijo Jamieson—. Los ingenieros militares neerlandeses pueden aprovecharlo como ejercicio para ver con qué rapidez pueden construir un puente en circunstancias difíciles.

    Al principio, el plan de Jamieson parecía condenado al fracaso porque los sudaneses se negaron a aceptar la presencia de soldados occidentales y los militares neerlandeses se negaban a realizar la tarea sin sus uniformes; Jamieson, no obstante, pronto ideó una fórmula según la cual los neerlandeses usarían sus uniformes pero sin insignias holandesas. El puente de acero Bailey se completó en la primavera de 1974 y abrió el sur de Sudán a Kenia y a Uganda, con lo que se incrementó enormemente la llegada de personas y bienes al área.

    Vieira de Mello observó cómo Jamieson tomaba lo que había en el campo y lo convertía en argumento para la recaudación de fondos en las oficinas centrales. En una conferencia de prensa en Ginebra en julio de 1972, con traje, corbata, pañuelo y mancuernillas llamativas que hacían juego, Jamieson argumentó que lo que los sudaneses querían no era ayuda de emergencia, sino asistencia para el desarrollo.

    —Me parece que tienen más interés en ver que se haga algo que beneficie a sus hijos a la larga, que en alimentos —dijo—. Es extraño. Me gustaría vernos en circunstancias similares. Yo primero pediría papas fritas con pescado y luego hablaría de educación.¹⁹

    Vieira de Mello observó que aunque la ACNUR había adquirido experiencia al alimentar a la gente que huía, los gobiernos estaban mucho menos dispuestos a prevenir crisis, en primer lugar, o a reconstruir sociedades después de las emergencias, para que fueran autosuficientes.

    En el camino, Jamieson no abandonaba su afición por el whisky, y Vieira de Mello se le unía con entusiasmo.

    —No te preocupes por las tabletas contra la malaria —le dijo Jamieson al joven colega iraní Jamshid Anvar—, el whisky es la mejor vacuna contra todo.

    Sin embargo, la bebida le cobró un precio; la piel de Jamieson se volvió rojiza y en mayo de 1973 sufrió un ligero ataque al corazón. El doctor le dijo que redujera su carga de trabajo.

    Vieira de Mello hacía juegos malabares con sus propias tareas en Sudán y los preparativos de su boda en la campiña francesa; había invitado a sus padres a la ceremonia, pero Arnaldo declinó asistir. De regreso en Brasil, sin empleo, se había encerrado más en sí mismo; su embriaguez había aumentado, y su salud se había deteriorado; su depresión se hizo más profunda en 1970, cuando un automóvil mató a su hermano menor, Tarcilo, al bajar de un taxi en Rio de Janeiro. Gilda insistió a su marido en que reconsiderara la invitación de su hijo a la boda, pero Arnaldo dijo que sólo iba a la mitad de su segundo libro y que necesitaba terminarlo. Gilda se sintió desilusionada:

    —¿Cómo asistiré sola a la boda de mi hijo? —se preguntó—. Quiero ir con mi esposo, no como viuda.

    Pero Arnaldo insistió en que con su modesta pensión no podía comprarse nuevos trajes para las ceremonias religiosa y civil, y que no podía asistir a las dos con el mismo traje; lo más probable era que no se sintiera bien para el viaje.

    Gilda, Sonia y André, el hijo de seis años de Sonia, ahijado de Vieira de Mello, volaron a Francia para la boda. El 12 de junio de 1973, 10 días después de la boda, Sonia, que había ido a Roma, recibió la llamada de una amiga en Rio de Janeiro: Arnaldo, de 59 años, había sufrido un derrame cerebral y un edema pulmonar, y falleció. Gilda, quien se quedó en Londres, estaba desconsolada. Vieira de Mello y Annie se habían ido, atravesando Europa, a Grecia; la pareja acababa de llegar a su hotel para comenzar su luna de miel cuando recibió la noticia. La salud de su padre había preocupado a Vieira de Mello durante años y no se sorprendió, pero se entristeció profundamente. Puso su equipaje de nuevo en el coche, regresó a Francia y voló solo a Brasil, a donde llegó a tiempo para el funeral. En 1992, después de años de tratar de encontrar a un editor que publicara el manuscrito inconcluso de su padre, Sérgio pagó de su propio bolsillo su publicación en Brasil.²⁰

    La repentina muerte de su padre hizo que Vieira de Mello se acercara a su madre. Durante el resto de su vida, en cualquier parte del mundo en que estuviera, se propuso llamar a su madre al menos una vez (pero casi siempre varias veces), a la semana. Ella también se convirtió en su servicio personal de monitoreo y recorte de artículos de los periódicos brasileños que hablaran de los lugares en que trabajara su hijo. Los lazos entre Vieira de Mello y Jamieson también se estrecharon. Jamieson había aprendido la lección de su infarto: el trabajo era una bendición y necesitaba volver a él. Siempre había desdeñado todos los riesgos físicos; cuando dos de sus colegas fueron gravemente heridos en un ataque en Etiopía, el alto comisionado Sadruddin consideró retirar el personal de la ONU, pero a Jamieson le pareció una idea ridícula:

    —Mira, príncipe —dijo—, si no quieres correr ningún riesgo, te puedes ir a vender helados.

    Jamieson mantenía un ritmo infatigable desdeñando las órdenes de su médico de evitar el abrasador sol ecuatorial; con frecuencia, al lado de Vieira de Mello, cruzó de un lado a otro el vasto Sudán para visitar personalmente los campamentos y las aldeas con objeto de asegurarse de que los refugiados que regresaban tuvieran el agua y la tierra fértil que necesitaban para sobrevivir. A finales de 1973, estando Jamieson de visita en un campamento de refugiados en el oriente del país, se desplomó y fue llevado en aeroplano a Jartum. Los médicos le dijeron que su corazón estaba grave, pero lo dejaron salir a pasar la noche en su habitación del Hotel Hilton; Vieira de Mello, atemorizado, organizó el traslado médico a Ginebra, y se ofreció a quedarse al lado del lecho de Jamieson durante la noche.

    Anvar, el funcionario iraní de la ACNUR que había estado con Jamieson cuando éste se desplomó, al saber que Vieira de Mello estaba en el hotel, dijo:

    —Sérgio, debes estar loco si quieres pasar toda la noche con él.

    —Puede necesitar ayuda —replicó Vieira de Mello.

    —Él no está en peligro —contestó Anvar—; el hospital no lo habría dejado salir si corriera algún riesgo.

    —No podría dormir —dijo Vieira de Mello—; además, de todos modos no confío en los médicos.

    —No te entiendo —replicó Anvar—. Jamie trata con aire condescendiente a cualquiera que no sea británico; él es todo lo que tú no eres, y tú eres todo lo que él no es. ¿Qué ves en él que yo no veo?

    —Él es como un padre para mí —dijo sencillamente Vieira de Mello—. Le tengo un gran cariño a ese hombre.

    Al siguiente día, Vieira de Mello voló con Jamieson de regreso a Ginebra. Jamieson sobrevivió, pero nunca regresó al campo ni recobró la salud. Murió en diciembre de 1974 a la edad de 63 años.

    Vieira de Mello volvió a desarrollar sus teorías filosóficas, que habían dado un giro práctico. Cuando regresó de Bangladesh a Ginebra, hizo amistad con Robert Misrahi, un profesor de filosofía de la Sorbona con quien había estudiado antes, especializado en Spinoza.

    —Era un estudiante joven que estaba formalizando sus ideas filosóficas —recuerda Misrahi—. Era muy inteligente y dinámico pero no tenía una doctrina; impulsado por experiencias personales dolorosas, como el despido de su padre, su propio exilio y lo que había presenciado en Bangladesh, quería ser un hombre de acción generosa o un hombre de generosidad activa.²¹

    Bajo la supervisión de Misrahi, Vieira de Mello completó en 1974 una tesis doctoral de 250 páginas, titulada El papel de la filosofía en la sociedad contemporánea; para terminarla pidió una licencia especial de varios meses sin paga, con el apoyo del salario de Annie en la ACNUR; comprendiendo los invariables hábitos de trabajo de su esposo, colaboró en el proceso mecanografiando el manuscrito para su entrega.

    La tesis se concentró en la filosofía misma, la cual Vieira de Mello consideró demasiado apolítica y abstracta para moldear los asuntos humanos: No sólo la historia ha dejado de nutrir a la filosofía —escribió— sino que también la filosofía ha cesado de nutrir la historia; le daba crédito al marxismo por ser la insólita teoría que intentaba desempeñar un papel en mejorar la verdadera vida del ser humano. En el marxismo, la definición de los contornos de una utopía social, argumentaba Vieira de Mello, por lo menos sentaba marcos de referencia que podían inspirar la acción política. Aunque pidiendo una filosofía más pertinente y política, Vieira de Mello escribió en el estilo denso y saturado de la jerga de París en la década de 1970. Sostuvo que el principio filosófico básico que debía regir las relaciones humanas y entre los Estados era el de intersubjetividad o la capacidad de ponerse en los zapatos de otros, aun cuando fueran los zapatos de malhechores. Si los filósofos pudieran ayudar a aumentar la capacidad de cada individuo para adoptar la perspectiva de otro, podrían dar pie a lo que Misrahi llamaba conversión.²²

    La ACNUR continuó asignándole tareas afines a su apetito de aventura y conocimiento. En 1974, con sólo 26 años, ayudó a la distribución de ayuda a los chipriotas desplazados en la guerra entre Grecia y Turquía.

    —Déjame toda la logística a mí —le dijo el joven a Ghassan Arnaout, el supervisor sirio en Ginebra—. Tú concéntrate en el marco político y estratégico, y yo me encargo de los víveres.

    Vieira de Mello ya parecía considerar la asistencia o repartición de víveres que la ACNUR daba a los refugiados, como una rutina de tarea doméstica. Tenía mucho que aprender en cuanto a proteger y alimentar a refugiados, pero si continuaba en el sistema de la ONU, le dijo a Arnaout, con el tiempo esperaba intervenir en negociaciones políticas de altos vuelos.

    Annie y él vivían en un departamento cerca de la casa de los padres de ella en el poblado francés de Thonon. Después de algunos años construyeron su casa permanente en el pueblo francés de Massongy, a 20 minutos de Thonon y a media hora de su lugar de trabajo en Ginebra. En 1975 se fueron a Mozambique, a unirse al personal de la ACNUR que se encargaba de cuidar a 26 000 refugiados que habían huido del gobierno de supremacía blanca y de la guerra civil en la vecina Rodesia, hoy Zimbabue. Vieira llegó con el nombramiento de subdirector de la oficina, pero debido a la ausencia del jefe, en realidad terminó haciéndose cargo de la misión: enorme responsabilidad para un joven de tan sólo 28 años. Al principio, la novedad de la tarea y de la región le interesaron; en particular, le agradó conocer a los luchadores por la independencia de Rodesia, Sudáfrica y Timor Oriental, la pequeña ex colonia portuguesa que Indonesia se había anexado recientemente con brutalidad. No obstante, después de un año en el trabajo, comenzó a enviar largas y desazonadas cartas a sus colegas de mayor rango en la ONU de Ginebra, preguntándoles por otros destinos donde ir a trabajar. Era como si apenas establecido en una rutina de ayudar a alojar y alimentar a refugiados, sintiera la necesidad de cambiar a otra cosa. Cuando la noticia de estas ambiciones comenzó a circular por las oficinas centrales de la ACNUR, Franz-Josef Homann-Herimberg, funcionario austriaco de la ONU, a quien Vieira solía acercarse para pedirle orientación profesional, le advirtió:

    —Sérgio, tienes que calmarte, es natural que no quieras esperar hasta que se te ofrezcan trabajos, pero estás comenzando a ganarte la reputación de alguien que se pasa el tiempo planeando su siguiente paso.

    En 1978, Vieira de Mello regresó con Annie a Francia, donde ella dio a luz a su hijo Laurent. Después se fueron a Perú, donde Vieira de Mello fue designado representante regional de la ACNUR para el norte de Sudamérica, con el objetivo de ayudar a quienes buscaban asilo huyendo de las dictaduras militares latinoamericanas. Esta misión lo acercó a su hogar en Brasil, permitiéndole pasar allí más tiempo que en el decenio anterior. En 1980, él y Annie tuvieron a su segundo hijo, Adrien.

    Vieira de Mello mantenía una dotación permanente de Johnnie Walker Black Label (un ascenso sobre la Red Label de Jamieson) en el cajón de su escritorio en la oficina de la ACNUR o en su maleta, cuando iba de viaje. También conservaba una foto enmarcada de su mentor sobre su escritorio de la ACNUR; la llevaba con él a la mayoría de sus misiones de campo y algunas veces la colocaba en su mesa de noche de los hoteles en viajes cortos al extranjero. Aproximadamente un decenio después de la muerte de Jamieson, Vieira de Mello llamó a Maria Therese Emery, durante largo tiempo secretaria de Jamieson, y disculpándose le preguntó si le podía enviar otra fotografía de Jamieson:

    —He estado en demasiados lugares calurosos —le dijo—; la foto que tengo se ha decolorado con el sol.

    ¹ Embajador Lincoln Gordon, cable de seguridad máxima, Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, , 29 de marzo de 1964.

    ² Brazil: The Military Republic, 1964-85, en Rex A. Hudson (comp.), Brazil: A Country Study, División de Investigación Federal, Biblioteca del Congreso, Washington, 1988, p. 80.

    ³ The Post-Vargas Republic, 1954-64, ibid., p. 78.

    ⁴ Bahía sería después el hogar de celebridades culturales de Brasil como los cantantes Caetano Veloso, Gilberto Gil y el novelista Jorge Amado. Tenía una de las poblaciones con mayor diversidad racial y uno de los suelos más fértiles de Brasil.

    ⁵ Arnaldo Vieira de Mello, Bolívar, o Brasil e os nossos vizinhos do Prata (Bolívar, Brasil y nuestros vecinos del Cono Sur), Rio de Janeiro, 1963.

    ⁶ El número de muertos fue mucho menor en Brasil que en Argentina, donde desaparecieron más de 30 000 personas.

    ⁷ Cuando Tarcilo dejó el Parlamento, el diario Jornal do Brasil lo llamó el más grande parlamentario brasileño desde 1930. Perfis parlamentares 29, Camara dos Deputados, Centro de Documentação e Informação, Coordenação de Publicações, Brasilia, 1985, pp. 55-58.

    ⁸ Sérgio Vieira de Mello (en adelante SVDM), Sentido da Palavra Fraternidade [Sentido de la palabra fraternidad], en Pensamiento e Memória [Pensamiento y memoria], Editora da Universidade de São Paulo, São Paulo, 2004, pp. 231-232.

    ⁹ SVDM, Un chaos salutaire [Un caos saludable], Combat, 18-19 de mayo de 1968.

    ¹⁰ Ibid.

    ¹¹ SVDM a una amiga que prefiere permanecer en el anonimato, 2 de marzo de 1969.

    ¹² SVDM a anónima, 12 de marzo de 1969.

    ¹³ SVDM a anónima, 19 de mayo de 1969.

    ¹⁴ SVDM a anónima, 23 de junio de 1969.

    ¹⁵ ‘Jamie’: A Man of Action, UNHCR núm. 1, marzo de 1974.

    * El príncipe Sadruddin era el segundo hijo del sultán Mohamed Shah Aga Kahn III, imán de los chiitas ismaelitas. Pasó gran parte de su juventud en la India, pero tenía las nacionalidades francesa, iraní y suiza. Fue educado en Harvard y se convirtió en el director de la Paris Review a principios del decenio de 1950. Después se unió a la ONU como funcionario público. Fue designado alto comisionado de la ONU para los Refugiados en 1965 a la edad de 32 años, puesto que ocupó hasta 1977.

    ¹⁶ SVDM a anónima, 11 de julio de 1970.

    ¹⁷ ‘Jamie’: A Man of Action, UNHCR, núm. 1, marzo de 1974.

    ¹⁸ Ibid., Gil Loescher, The UNHCR and World Politics: A Perilous Path, Oxford University Press, Nueva York, 2002, p. 157. Bangladesh declaró su independencia en marzo de 1971 y Pakistán la reconoció en diciembre.

    ¹⁹ Quotes from the Press Conference, UNHCR núm. 1, julio de 1972. La conferencia de prensa tuvo lugar el 6 de julio de 1972, en el Palacio de las Naciones.

    ²⁰ Arnaldo Vieira de Mello, Os Corsários na guerras do Brasil e o dramático batismo de fogo de Garibaldi [Los corsarios en las guerras de Brasil y el dramático bautismo de fuego de Garibaldi], Sialul, 1992.

    ²¹ Robert Misrahi, entrevista con Michael Thieren, 7 de junio de 2007.

    ²² SVDM, La rôle de la philosophie dans la société contemporaine [El papel de la filosofía en la sociedad contemporánea], Panthéon-Sorbonne, 1974.

    II. NUNCA VOLVERÉ A DECIR INACEPTABLE

    LA PRIMERA vez que Vieira de Mello presenció el terrorismo fue en Líbano. Aunque sabía que en el Oriente Medio muchas carreras prometedoras se frustraban, lo que más le atraía de esa zona eran precisamente las características que la arruinaban más: su disputada geografía, su agitada política y su extremismo religioso. Las tareas que había desempeñado hasta 1981 en la ACNUR durante 12 años fueron puramente humanitarias, y sentía que sus posibilidades de aprendizaje se habían estancado. Cuando un colega le dijo que la ONU ofrecía un puesto en Líbano, que le pareció la misión de mayor desafío para las Naciones Unidas, envió su curriculum vitae y fue seleccionado para trabajar como asesor político del comandante de las fuerzas de mantenimiento de la paz en la Fuerza Interina de la ONU en Líbano (UNIFIL). Apenas con 33 años, solicitó autorización a la ACNUR (el organismo base para el que trabajaba) con la fuerte convicción del indispensable papel de la ONU para actuar como agente honrado en las áreas de conflicto. Sin embargo, durante los 18 meses siguientes, por primera vez vería lo poco que puede significar la bandera de la ONU para quienes se guardan sus propias quejas y temores. Líbano fue el lugar en que el absolutismo juvenil de Vieira de Mello comenzó a ceder el paso al pragmatismo por el cual más tarde sería conocido.

    UNA SERIE DE CLIENTES DIFÍCILES Y A VECES HOMICIDAS

    En 1978, después de que un ataque terrorista palestino en la carretera del norte de Tel Aviv mató a 36 israelíes, unos 25 000 miembros de las fuerzas armadas de Israel invadieron el sur de Líbano. Los dirigentes israelíes dijeron que la invasión tenía como objetivo erradicar bastiones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que efectuaban ataques cada vez más mortíferos en la zona fronteriza entre el sur de Líbano y el norte de Israel para obligar a los israelíes a poner fin a la ocupación de territorios palestinos en el límite occidental y en la Franja de Gaza. En una ofensiva de una semana, Israel se adueñó de una franja de 24 km del interior del territorio libanés.¹

    Sólo la gran ciudad costera de Tiro y un fragmento de cinco por 19 kilómetros del territorio al norte del río Litani quedaron en manos palestinas. Aunque los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban de acuerdo en muy pocas cosas en el Consejo de Seguridad de la ONU, sí coincidieron en que las fuerzas israelíes debían salir de Líbano y en que debían enviarse las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU para supervisar su salida.*² En un editorial que reflejó lo que sería un optimismo pasajero sobre la ONU, The Washington Post aclamó la decisión de enviar cascos azules: El mantenimiento de la paz es la única actividad en el Oriente medio—indicaban los directivos de periódico—, que el organismo mundial ha aprendido a hacer bien

    El mantenimiento de la paz, por entonces, se definía en términos generales como la interposición de fuerzas multinacionales neutrales, ligeramente armadas, entre facciones en guerra que habían acordado una tregua o un convenio político. Se trataba de una práctica un tanto reciente, iniciada en 1956 por Lester Pearson, ministro de Relaciones Exteriores de Canadá, quien ayudó a organizar el despliegue de las tropas internacionales que supervisaban la retirada de tropas británicas, francesas e israelíes de la región de Suez en Egipto.⁴ Poco después, el Consejo de Seguridad envió cerca de 20 000 integrantes de las fuerzas de paz al Congo, donde entre 1960 y 1964 supervisaron la retirada de fuerzas coloniales belgas e intentaron (sin éxito) estabilizar el país recién independizado. A esto siguieron misiones menores de la ONU a Nueva Guinea Occidental, Yemen, Chipre, República Dominicana e India-Pakistán.⁵ La misión de la UNIFIL en el sur de Líbano recibió un presupuesto anual de cerca de 180 millones de dólares; sus tropas se incrementaron de 4000 a 6000 y se convirtió en la mayor misión en la existencia de la ONU.⁶

    Durante los tres años y medio transcurridos desde el despliegue inicial de la UNIFIL en 1978, los israelíes habían rechazado las peticiones internacionales de su retiro y cedieron sus posiciones a fuerzas de apoyo, mientras que las tropas palestinas no se habían desarmado. La resolución que establecía la misión dio a los guerrilleros de la OLP el derecho de quedarse donde estaban;* así, los errores de la misión de la ONU se hicieron obvios. Las mayores potencias del Consejo de Seguridad no estaban dispuestas a tratar los complicados asuntos causados por la invasión israelí: los palestinos despojados y la inseguridad israelí. Además, el Consejo no dio instrucciones a las fuerzas de paz sobre qué hacer en caso de que los dos bandos continuaran atacándose, tal como inevitablemente sucedería.

    Cuando Vieira de Mello llegó al sur de Líbano, el mando de las tropas de la UNIFIL había pasado a un segundo comandante de la fuerza de la ONU: William Callaghan, general de tres estrellas, irlandés de 63 años que había estado en campañas de la ONU en el Congo, Chipre e Israel. La tarea principal de Vieira de Mello era mostrar a Callaghan la configuración política de la región. Como Vieira de Mello había vivido de niño casi dos años en Beirut, desde hacía tiempo seguía de cerca los acontecimientos de esa zona, y cuando se trasladó a Beirut, además de comenzar a relacionarse con los funcionarios de los círculos diplomáticos oficiales libaneses, israelíes y de todo Occidente, también entró en contacto con los diversos grupos clandestinos de milicianos en la región.

    Compartía su oficina con Timur Goksel, portavoz turco, de 38 años que había estado en la misión desde su comienzo. Goksel gravitaba hacia lo que llamaba las zonas grises.

    —Tienes que llegar a los que tienen las armas en la mano —le dijo Goksel a su nuevo colega—; aprenderemos mucho más en los cafés y en las mezquitas que de los gobiernos.

    Llevó consigo a Vieira de Mello a sus reuniones extraoficiales.

    —Sólo tengo un requisito —le dijo—; tienes que quitarte el maldito saco y la corbata.

    Vieira de Mello llegó a entender lo esencial para conocer a los grupos armados, como la milicia Amal chiita, que se había fortalecido desde el principio de la década de 1980 y que luego sería casi sustituida por Hezbolá y las facciones disidentes de la OLP, como el Frente Popular de Liberación Palestina, que con frecuencia abría fuego contra las fuerzas de paz. Vieira prefería las reuniones informales a las de los funcionarios oficiales; le dijo, maravillado, a Goksel:

    —La ONU es un organismo de Estado; si jugáramos según sus reglas, no tendríamos ningún informe de lo que está tramando la gente con poder y armas.

    Vieira de Mello se asombró por la falta de respeto a la ONU en que concordaban todos los bandos. La UNIFIL había instalado puestos de observación y de control en toda el área de la misión con la esperanza de evitar que los combatientes de la OLP se acercaran más a Israel; empero, ellos simplemente se mantenían fuera de las carreteras principales y utilizaban veredas para transportar hombres y armas; y dado que las autoridades libanesas centrales no tenían control en el sur de Líbano, cuando la UNIFIL detectaba a algún infiltrado de la OLP, no existía una administración local civil libanesa para hacer los cargos debidos. Los desmoralizados soldados de la ONU simplemente escoltaban a los combatientes palestinos fuera del área fronteriza y los liberaban; algunos arrestaban a los mismos infiltrados una y otra vez.⁷ Si las fuerzas de la paz desafiaban a palestinos armados, casi siempre se les tomaba como rehenes. El 30 de noviembre de 1981, poco después de que Vieira de Mello llegó a Líbano, combatientes de la OLP detuvieron a dos funcionarios de la ONU, les dispararon a los pies y se burlaron de ellos diciendo que eran espías de Israel.

    Los israelíes eran igualmente descarados, no hacían ningún intento de ocultar los rastros de su presencia: ponían minas, ocupaban puestos de control, construían caminos de asfalto, transportaban provisiones y construían puestos del lado libanés de la frontera.⁸ A pesar de esto, los funcionarios de la ONU no querían ofender a la fuerza militar más poderosa de la región y optaron por no referirse al control del área por Israel como anexión u ocupación y en cambio se quejaban de violaciones permanentes a la frontera.⁹

    Las autoridades israelíes no devolvían el favor; amenazaban a las fuerzas de mantenimiento de la paz y con regularidad la denigraban.¹⁰ En 1975, el público de Israel se había vuelto contra la ONU cuando la Asamblea General, el único organismo de la ONU que daba igual número de votos a todos los países (ricos, pobres, grandes y pequeños), aprobó una resolución en la que equiparaba el sionismo con el racismo.* Callaghan y Vieira de Mello pidieron a sus interlocutores israelíes cesar la propaganda en contra de la ONU argumentando que ponía en peligro la vida de los cascos azules de la ONU, de los cuales más de 70 ya habían sido asesinados.

    Israel había entregado muchas de sus posiciones a fuerzas libanesas que lo apoyaban encabezadas por el renegado cristiano llamado mayor Saad Haddad, quien se regocijaba enviando a Callaghan exigencias insolentes.**

    —Hago de su conocimiento que mañana a las 10:00 a.m. pienso enviar una patrulla —escribió, en un típico mensaje—. Solicito una respuesta positiva.¹¹

    Cada vez que alguna de las fuerzas de paz de la ONU se interponía en su camino, Haddad simplemente bloqueaba las carreteras de la zona para impedir el movimiento del personal y los vehículos de la ONU; cuando se robaba equipo de la ONU (lo cual ocurría con frecuencia) ni Callaghan ni Vieira de Mello lograban recuperarlo.

    La OLP había acumulado un arsenal de armas de largo alcance y continuamente lo utilizaba para atacar a Israel; el ejército israelí y sus aliados cristianos contraatacaban los campamentos y las bases de la OLP en el sur de Líbano. Las cartas y protestas personales de Vieira de Mello durante los siguientes 18 meses expresaban sorpresa, consternación y condena e insistían en que no se toleraría el mal comportamiento de los israelíes, de las fuerzas representantes de los cristianos ni de los palestinos, y les recordaba a todos estos grupos que sus transgresiones se llevarían al Consejo de Seguridad. Pero como las fuerzas de paz no tenían recompensas ni castigos, en general sus protestas eran pasadas por alto. Vieira de Mello pronto dedujo que el Consejo de Seguridad había colocado las fuerzas para el mantenimiento de la paz en un ambiente en el que no había verdadera paz que mantener. Como había sido común durante la Guerra Fría, los gobiernos influyentes parecían estar más interesados en congelar el conflicto que en resolverlo. Mientras los israelíes y los palestinos no resolvieran sus diferencias o los países poderosos en la ONU no decidieran imponer la paz, una pequeña fuerza de mantenimiento de la paz poco podría hacer.

    Incapaz de impedir la violencia, Vieira de Mello trató de concentrarse en lo que mejor podía hacer: aprender. Cuando niño, había estado obsesionado por las batallas navales y abrigó sueños de unirse a las fuerzas armadas brasileñas:

    —Si no me hubiera convertido en servidor humanitario —le gustaba decir—, hubiera sido almirante.

    Aunque detestaba al régimen militar de Brasil, nunca menospreció lo militar como institución, lo cual con frecuencia sorprendía a sus colegas progresistas y antibelicistas en Ginebra. Durante sus primeros meses en Líbano, pasaba casi tanto tiempo haciendo preguntas al general Callaghan sobre temas militares, como dando consejos sobre política:

    —Necesitó un poco de tiempo para orientarse respecto a los matices relativos a lo militar —recuerda Callaghan—. Tuvo que informarse sobre los grados, las estructuras, el equipo, los despliegues, los sistemas de comunicación y la camaradería que surge en un trabajo militar.

    El brasileño instaba a Callaghan que le hablara de misiones anteriores para el mantenimiento de la paz, y Callaghan, irlandés vivaz a quien le gustaba narrar historias, con agrado complacía al joven impaciente.

    —Quería hacer el trabajo aquí y ahora —recuerda Callaghan—. No se

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