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Obras, II: Dramaturgia y teoría escénica
Obras, II: Dramaturgia y teoría escénica
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Libro electrónico697 páginas8 horas

Obras, II: Dramaturgia y teoría escénica

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En este segundo volumen se incluyen ensayos sobre teoría escénica, crítica literaria, así como reflexiones sobre la cultura y los medios de comunicación, temas vistos con singular agudeza por una personalidad que dejó su marca persona en la época que vivió, y su legado a la cultura mexicana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071624604
Obras, II: Dramaturgia y teoría escénica

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    Obras, II - Héctor Azar

    Mexico

    II. VERSIONES Y PARÁFRASIS

     (TEATRO DIDÁCTICO) 

    Doña Endrina

    POEMAS DE JUAN RUIZ, ARCIPRESTE DE HITA

     [1955] 


    DOÑA ENDRINA

    DON MELÓN

    ARCIPRESTE

    TROTACONVENTOS


    Del fondo entran el Arcipreste y Trotaconventos; por derecha, doña Endrina seguida de don Melón.

    DON MELÓN.—

    ¡Ay, cuán fermosa viene doña Endrina por la plaza.

    Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza.

    Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buenandanza.

    Con saetas de amor fiere cuando los sus ojos alza.

    Pero tal lugar non vale para fablar en amores:

    a mí luego se me vienen munchos miedos e temblores,

    los mis pies e las mis manos non siento de mí, señores;

    pierdo seso, pierdo fuerza, múdanse los mis colores.

    Unas palabras tenía pensadas por le decir;

    el miedo de las compañas me facen ál departir.

    Apenas si me conozco nin sé por do debo ir,

    con mi voluntad mis dichos juntos no pueden seguir.

    ARCIPRESTE.—

    Fablar con mujer en plaza es cosa muy descobierta:

    A veces hay mal atado un perro tras de la puerta.

    Bueno es jugar fermoso, echar alguna cobierta:

    Ado es lugar seguro, es bien fablar cosa cierta.

    DON MELÓN.—

    Señora, la mi sobrina, que en Toledo seía,

    se vos encomienda mucho, mil saludos vos envía,

    si ovíes lugar e tiempo, por cuanto de vos oía,

    deseavos mucho ver e conocervos querría.

    Querían mis parientes casarme esta sazón

    con una doncella rica, la fija de don Pepión,

    a todos di por respuesta que non la quería, non;

    ¡D’aquélla será mi cuerpo, que tiene mi corazón!

    ARCIPRESTE.—

    Abaxó más la palabra y díxole que en juego hablaba,

    porque toda aquella gente de la plaza los miraba;

    desque vio que eran idos, que ome non fincaba,

    comenzol’ decir la quexa del amor que l’afincaba.

    DON MELÓN.—

    Otro non sepa la fabla, desto juramento hagamos;

    do se celan los amigos son más fieles entreamos.

    En el mundo non es cosa que yo ame a par de vos;

    y tiempo es ya pasado de los años más de dos

    que por vuestr’amor me pena: amo a vos más que a Dios.

    Non oso poner persona que lo fable entre nos.

    Con la gran pena que paso, vengo a deciros mi quexa,

    vuestro amor e mi deseo que m’afinca e m’aquexa, non me

       tira, non me parte, non me suelta, non me dexa:

    tanto me da la muerte, cuanto más se me alexa.

    Recelo que non oídes esto que vos he fablado:

    Fablar muncho con el sordo es mal seso, mal recabdo;

    creed que vos amo tanto, que non ey mayor cuidado:

    esto sobre todas las cosas me tralle más afincado.

    Señora, yo non me atrevo a deciros más razones,

    fasta que me respondades a estos pocos sermones,

    decidme vuestro talante, veremos los corazones.

    ARCIPRESTE.—

    Ella dijo:

    DOÑA ENDRINA.—

    Vuestros dichos non los precio dos piñones.

    Bien así engañan munchos a otras munchas Endrinas:

    El ome es engañoso e engaña a sus vecinas:

    non cuidedes que so loca por oír vuestras parlinas;

    vuscat a quien engañedes con vuestras falsas espinas.

    ARCIPRESTE.—

    Él le dixe:

    DON MELÓN.—

    Ya, sañuda, anden fermosos trebejos! Son los dedos en las

        manos, pero non todos parejos;

    todos los omes non somos d’unos fechos nin consejos:

    la peña tiene blancos, prietos, pero todos son conejos.

    A las vegadas pagan justos por pecadores,

    a munchos empeecen los añejos errores,

    el yerro que otro fizo a mí non faga mal;

    tened por bien que vos fable bajo de aquel portal:

    non vos vean aquí todos los que andan por la cal,

    aquí vos fablé una cosa, allí vos fablaré ál.

    ARCIPRESTE.—

    Paso a paso doña Endrina bajo el portal es entrada,

    bien lozana e orgullosa, bien mansa e sosegada,

    los ojos baxó por tierra, en el poyo asentada;

    él tornó a la su fabla, que tenía comenzada.

    DON MELÓN.—

    Escúcheme, señora, la vuestra cortesía,

    un poquillo que vos diga del amor y muerte mía;

    cuidades que vos fablo en engaño e folía,

    e non sé qué facer contra vuestra porfía.

    A Dios juro, señora, e por aquesta tierra,

    que cuanto vos he dicho, de la verdat non yerra;

    estades enfriada más que nief de la sierra,

    e sodes a tan moza, que esto me atierra.

    Daos cuenta, señora, que en la placentería

    se usa en tales juegos edat de mancebía;

    la vejez en el seso lleva la mejoría;

    a entender bien las cosas el gran tiempo nos guía.

    Ve y retorna a la fabla otro día por mesura,

    pues que hoy non me creedes o non es mi ventura;

    ve y retorna a la fabla: tu creencia tan dura

    usando oír mi pena entenderá mi quejura.

    ARCIPRESTE.—

    Esto dixo doña Endrina, esta dueña de prestar:

    DOÑA ENDRINA.—

    Honra e non deshonra es cuerdamente hablar;

    las dueñas e mujeres deben su respuesta dar

    a quien con ellas fable e con quien razonar.

    ¿Estar sola con vos solo? Esto yo non lo faría:

    Non debe mujer ser sola en tamaña compañía:

    nace dende mala fama e mi deshonra sería:

    ante testigos, que veyan, fablarvos he algún día.

    DON MELÓN.—

    Señora, por la mesura que agora prometedes

    non sé gracias que valan cuantas vos merecedes:

    pero yo fío de Dios que aún tiempo verná

    que quien es buen amigo sus obras mostrará;

    quisiera deciros algo, mas temo que os pesará.

    DOÑA ENDRINA.—

    Pues decildo e veré qué tal será.

    DON MELÓN.—

    Señora, que prometades de lo que de amor queremos

    si hubiera lugar e tiempo, cuando en uno estemos,

    según que yo deseo, vos e yo nos abracemos:

    para vos non pido muncho, con esto la pasaremos.

    DOÑA ENDRINA.—

    Es cosa muy probada

    que por sus besos la dueña se ha quedado engañada,

    pues tal incendio nace al abrazar la amada

    que se vence la mujer desque esta joya es dada.

    Esto yo non vos otorgo, salvo platicar de mano;

    mi madre vendrá de misa, quiérome ir de aquí temprano,

    non sospeche contra mí que ando ya con seso vano;

    fablaremos algún día, tiempo habrá este verano. (Vase.)

    ARCIPRESTE.—

    Fuese la su señora de la fabla ese día.

    Desque él fue nacido nunca vio mejor día.

    Solaz tan placentero e tan grande alegría:

    quísole Dios bien guiar e la ventura mía.

    Si no la sigue, non uso, el amor se perderá:

    si ella veye que la olvida, ella a otro amará:

    el amor con uso crece; desusado menguará,

    do la mujer olvidares, ella a ti te olvidará.

    Do añadieres la leña, crece sin dubda el fuego;

    si la leña se tirare, el fuego menguará luego:

    el amor e bien querencia crece con usar el juego;

    si la mujer olvidares, poco preciará tu ruego.

    Munchas veces la ventura con su fuerza e poder

    a muchos omes non dexa su propósito facer,

    por esto anda el mundo en levantar e caer;

    sólo Dios e el trabajo grande pueden los hados vencer.

    Hermano nin sobrino non quiere por ayuda:

    el amor con su fuego, todo corazón muda,

    uno a otro non guarda lealtat nin la menuda

    amistat, debdo e sangre, todo la mujer muda.

    El cuerdo con un buen seso pensar debe las cosas:

    escoger las mijores e dexar las dañosas;

    para mensajerías personas sospechosas

    nuinca son a los omes buenas nin provechosas.

    Busca Trotaconventos, cual lo manda el amor,

    de todas las maestras escoge la mijor;

    ¡Dios e la su ventura que le fueron guiador!,

    acertó en la tienda del sabio corredor.

    Falló una tal vieja cual avía menester,

    artera e maestra e de muncho saber:

    doña Venus por Pánfilo non pudo más facer

    de cuanto fizo ésta por le facer placer.

    Sale Trotaconventos.

    Era vieja búhona de las que venden joyas:

    éstas echan el lazo, éstas cavan las foyas;

    non hay tales maestras como estas viejas troyas:

    éstas dan la mazada: si as orejas oyas,

    como lo han de uso estas viejas búhonas

    andan de casa en casa vendiendo munchas donas;

    no se resguardan dellas, están con las personas

    y facen con buen viento andar las atahonas.

    Desque fuera a la casa desta vieja sabida, díxole:

    DON MELÓN.—

    Madre, señora, también seades vivida:

    en vuestras manos pongo mi salud e mi vida;

    si vos non me acorredes, mi vida es perdida.

    Oí decir de vos mucho bien e aguisado,

    de ¡cuántos bienes faces al que os viene cuitado!,

    cómo ha bien e ayuda quien de vos es ayudado:

    por vuestra buena fama fasta vos he llegado.

    Quiero fablar convusco bien como en penitencia:

    toda cosa que vos diga oilda en paciencia;

    si non vos, otro non sepa mi dolencia.

    ARCIPRESTE.—

    Diz la vieja:

    TROTACONVENTOS.—

    Pues decildo y ten en mí creencia,

    conmigo seguramente vuestro corazón soltat

    faré por vos cuanto pueda, guardarvos he lealtat;

    oficio de correderas es de muncha seriedat,

    más encobiertas cobrimos que mesón de vecindat.

    Si a cuntos desta villa nos vendemos las alhajas

    sopiesen de vos e de otros, munchas fueran las barajas,

    munchas bodas ayuntamos que vienen a repintajas

    y munchos panderos vendemos que no suenan las sonajas.

    DON MELÓN.—

    Amo una dueña sobre cuantas nunca vi;

    ella, si me non engaña, parece que me ama a mí:

    por escusar mil peligros fasta hoy la encobrí:

    toda cosa deste mundo temo e mucho más temí.

    Vive cerca, es mi vecina, ruégovos que a ella vayades,

    e fablad entre vos ambas lo mejor que entendades;

    encobrid aqueste pleito lo más muncho que podades,

    acertad el fecho todo: veredes las voluntades.

    TROTACONVENTOS.—

    Yo iré a la su casa de esa vuestra vecina

    e le diré tal escanto e le daré tal atalvina

    que haré que esa vuestra llaga la cure mi melecina.

    Decidme, ¿quién es la dueña?

    DON MELÓN.—

    Doña Endrina.

    TROTACONVENTOS.—

    Alafé, que aquesta dueña es muy bien mi conocienta.

    DON MELÓN.—

    Por Dios, amiga, te ruego cuida de alguna imprudencia.

    TROTACONVENTOS.—

    Ya fue casada una vez, creed que ella consienta

    que no hay mula de alabarda que tal silla non consienta:

    Amigo, non vos durmades, que la dueña que decides,

    otro quier casar con ella e pide lo que pedides:

    es ome de buen linaje, viene donde vos venides;

    vayan antes vuestros ruegos, que los ajenos convides.

    Esta dueña que decides, muncho es en mi poder:

    si non es por mí, non la puede ome del mundo haber:

    Yo sé toda su facienda e cuanto quiere facer

    por mi consejo lo face, más que por el su querer.

    Non vos diré más razones, que asaz ya vos he fablado;

    de aqueste oficio yo vivo, non he de otro cuidado.

    Munchas veces entristezco por en el tiempo pasado,

    porque non me es gradecido nin me es galardonado.

    Si me diéredes ayuda de que pase un poquillo,

    yo faré por vos mi escanto, que venga paso a pasillo.

    DON MELÓN.—

    Madre, señora, yo vos quiero bien pagar;

    el mi algo e mi casa en vuestro mandar:

    de mano tomad pellote; it, non le dedes vagar.

    Pero ante que vayades, quiero vos encomendar:

    porque todo vuestro cuidado sea en aqueste fecho,

    trabajat en tal manera porque hallades

    provecho:

    de todo vuestro trabajo tenrás ayuda e pecho,

    pensat bien lo que fablaredes con seso e con derecho.

    Se va don Melón y la Trotaconventos se dirige a la casa de doña

    Endrina.

    ARCIPRESTE.—

    La búhona con arnero va taniendo cascabeles,

    menando de sus joyas sortijas et alfileles

    diciéndoles a las gentes:

    TROTACONVENTOS.—

    Compradme aquestos manteles.

    ARCIPRESTE.—

    Oyérala doña Endrina.

    DOÑA ENDRINA.—

    Entrades, no receledes.

    ARCIPRESTE.—

    Entra la vieja en su casa.

    TROTACONVENTOS.—

    ¡Señora del alma, fija!

    ¡Para esa mano bendita aquí traigo esta sortija!,

    y si non me la descubres, yo vos diré una pastija

    que pensara aquesta noche.

    ARCIPRESTE.—

    Poco a poco se la aguija.

    TROTACONVENTOS.—

    Fija, ¿por qué estades en la casa siempre tan ensimismada?

    Sola aquí tú te envejeces, estades tan encerrada...

    ¡Salid e andad por la plaza! Beldat ansí de loada

    entre aquestos paredones non vos dará nada, nada.

    En aquesta villa mora muy fermosa mancebía:

    mancebillos apostados e de muncha lozanía,

    en la mijores costumbres van creciendo día con día,

    e nunca puede ver ome alguno a tan buena compañía.

    Muy bien me reciben todos en esta mi pobledat,

    el mijor, el más noble de linaje e de beldat

    es don Melón de la Huerta, mancebillo de verdat:

    a todos los otros sobra en fermosura e beldat.

    Todos cuantos en su tiempo en esta tierra nacieron,

    en costumbres y en riqueza tanto como él no crecieron,

    con los locos face el loco, los cuerdos de él bien dixeron,

    manso más que un cordero, nunca pelear lo vieron,

    con los cuerdos estar cuerdo, con los locos estar loco:

    yo lo pienso en mi pandero munchas veces que lo toco.

    Mancebillo en la villa a tal non se fallará:

    Non estraga lo que gana: mas ante lo guardará.

    Creo bien que tal fijo al padre semejará.

    En el becerrillo vemos lo que de buey rendirá.

    Ome de buena vida es bien acostumbrado;

    creo que casará el con vusco de muy buen grado.

    Agora, mi señora, decit vuestro corazón

    esto que vos he fablado si vos place o si non.

    ARCIPRESTE.—

    Respóndele la dueña con mesura e con bien.

    DOÑA ENDRINA.—

    Buena mujer, decit ¿cuál es o quién

    que vos tanto loades? ¿Cuántos de bienes tien?,

    yo pensaré en ello si para mí convién.

    TROTACONVENTOS.—

    ¿Cuál es? Fija, señora.

    Es aparejo bueno que Dios vos traxo agora,

    mancebillo quisado que en vuestro barrio mora

    ¡don Melón de la Huerta, queredlo en buena hora!

    DOÑA ENDRINA.—

    ¡Callad ese predicar

    que ya ese parlero cuidó de me engañar!;

    munchas otras veces me vino a retentar;

    mas de mí non vos podedes él nin vos alabar

    la mujer que vos cree mentiras tales parlando

    e se cree de los hombres con amores jurando,

    sus manos se contuerce, del corazón trabando:

    ¡Mal se lava la cara con lágrimas llorando

    dejatme de roído, yo tengo otros cuidados,

    de muchos que me tienen los mis algos forzados!;

    non me vienen en miente esos malos recabdos,

    bien te cumple agora decirme esos mandados.

    TROTACONVENTOS.—

    Alafé, desde vos veyen viuda,

    sola, sin compañero, non sodes ya temida:

    es la viuda tan sola, más que vaca corrida;

    por ende aquel buen ome vos tendría defendida.

    Éste vos tirará todos esos pelmazos

    de pleitos e de fuerzas, de vergüenzas e plazos.

    Dios bendixo la casa do el buen hombre cría:

    siempre anda gasajado, con placer e alegría:

    por ende el mancebillo para vos yo querría;

    ante de munchos días veríedes mejoría.

    DOÑA ENDRINA.—

    Non me estaría bien

    casar ante del año, que a viuda non convien

    casarse fasta que pase el año de los lutos que tien

    ya que el luto con esta carga vien.

    TROTACONVENTOS.—

    Fija, el año ya es pasado:

    tomad este marido por ome e por velado;

    andémoslo, fablémoslo, tengámoslo celado:

    hado bueno vos tienen vuestros hados ha dado.

    DOÑA ENDRINA.—

    Dejat, non osaría

    facer lo que decides nin lo que él querría;

    non me digas agora más de esa letanía

    y non me afinques tanto luego al primero día.

    Yo non quise fasta agora muncho buen casamiento

    de cuantos me rogaron sabes tú más de ciento.

    TROTACONVENTOS.—

    Jergas por mal señor, burel por mal marido

    a caballeros y dueños es provecho vestido.

    (A don Melón, que entra en escena.)

    Fijo, el mejor cobro de cuantos vos habedes

    es olvidar las cosas que haber non podedes:

    lo que non puede ser nunca lo porfiedes:

    lo que facer se puede, por ello trabajedes.

    DON MELÓN.—

    ¡Ay de mí, con qué cobro tan malo me venistes!,

    que nuevas a tan malas, tan tristes me trojistes.

    ¡Ay vieja matamigos!, ¿por qué me lo dijistes?

    ARCIPRESTE.—

    ¡Ah viejas pitofleras, mala presa seades!,

    el mundo revolviendo a todos engañades

    mintiendo, aponiendo, diciendo vanidades

    a los necios facedes las mentiras verdades.

    DON MELÓN.—

    ¡Ay, corazón quejoso, cosa desaguisada!

    ¿Por qué matas el cuerpo do tienes tu morada?

    ¿Por qué amas la dueña que non te precia nada?

    Corazón, por tu culpa vivirás vida penada.

    ARCIPRESTE.—

    ¡Ay, que todos sus miembros comienzan a tremer;

    su fuerza e su seso e todo su saber,

    su salud e su vida e todo su entender

    por esperanza vana todo se va a perder!

    DON MELÓN.—

    ¡Ay ojos, los mis ojos vos fuistes a poner

    en dueña que non quiere nin vos catar nin ver!

    ¡Ojos, por vuestra vista vos quisistes perder;

    penaredes mis ojos, penar e amortecer!

    ARCIPRESTE.—

    Ay lengua sin ventura ¿por qué quieres decir?,

    ¿por qué quieres fablar?, ¿qué quieres departir

    con dueña que non quiere nin escuchar nin oír?

    ¡Ay cuerpo tan penado, cómo vas a morir!

    DON MELÓN.—

    Pues que la señora con otro sea casada

    la vida deste mundo yo non la precio nada;

    mi vida e mi muerte están ya señaladas:

    pues que haber non la puedo, mi muerte es llegada.

    ARCIPRESTE.—

    Mujeres alevosas de corazón traidor

    que non habedes miedo, mesura nin pavor

    de mudar do queredes el vuestro falso amor.

    ¡Ay, muertas vos veades de rabia e de dolor!

    DON MELÓN.—

    Mi vida e mi muerte están ya señaladas;

    pues que haber non la puedo, mi muerte es llegada.

    TROTACONVENTOS.—

    ¡Loco! ¿Qué habedes que tanto vos quexades?

    Por ese quexo vano vos nada ganades;

    templad con el buen seso el pesar que tengades,

    alimpiad vuestras lágrimas e pensad que fagades.

    DON MELÓN.—

    ¿Cuál arte, cuál trabajo e sentido

    sanará tan gran golpe de tal dolor venido?

    Pues que la mi señora pronto tendrá marido

    mi esperanza perece e me siento perdido.

    TROTACONVENTOS.—

    Después de muchas lluvias viene la buena oriella;

    después de los grandes nublos, gran sol e gran sombriella.

    Viene salud e vida después de gran dolencia

    e vienen los placeres después de la tristencia.

    Tranquílate, mi amigo, tened buena creencia,

    cerca están grandes gozos de la vuestra querencia.

    Doña Endrina es nuestra e fará mi mandado:

    non quiere ella casar con otro ome nado,

    todo el su deseo en vos está fincado.

    Si muncho vos la amades, más vos tiene ella amado.

    DON MELÓN.—

    Señora, madre vieja, ¿qué decides agora?,

    facedes como madre cuando el mozuelo llora,

    que le dice falagos porque calle esa hora:

    Por esto me decides que es mía mi señora.

    TROTACONVENTOS.—

    Siempre acontecerá tal así al amador:

    como al ave que sale de uñas del azor,

    en cada lugar teme que esté el cazador,

    y que quiera llevarla; siempre tiene temor.

    Todo nuestro trabajo e la nuestra esperanza

    está en aventura e está en la balanza.

    A veces vien la cosa, aunque faga tardanza.

    DON MELÓN.—

    Madre ¿vos non podedes conocer o asmar

    si me ama la dueña o si me querrá amar?

    Que, quien amores tiene non los puede negar

    en gestos o en suspiros o en color o en fablar.

    TROTACONVENTOS.—

    Amigo, en la dueña muy claro que lo veo,

    que vos quiere e vos ama e tien de vos deseo:

    cuando de vos le fablo, yo muy bien que la oteo,

    y todo se le demuda el color e el aseo,

    los labros de la boca le tiemblan un poquillo,

    el color se le muda de bermejo amarillo,

    el corazón le salta ansí de menudillo

    e apriétame mis dedos con los suyos quedillo.

    Cada que vuestro nombre yo se lo estoy diciendo,

    otéame, sospira e se está comediendo,

    aviva más el ojo, está toda bullendo.

    DON MELÓN.—

    Señora, madre vieja, la mi placentería,

    por vos la esperanza siente ya mejoría.

    TROTACONVENTOS.—

    Amigo, según creo, por mí tendrás consorte

    mas yo de vos non tengo sinon este pellote:

    si buen manjar queredes, pagad bien el escote

    que a veces non facemos todo lo que decimos

    e cuanto prometemos, quizá non lo cumplimos.

    DON MELÓN.—

    Madre, vos non temades que en mentira vos ande,

    ya que engañar al pobre es pecado muy grande:

    non vos engañaría, ¡nin Dios aquesto mande!

    Si yo a vos engañare, Él a mí me lo demande.

    TROTACONVENTOS.—

    Esto, fijo querido, bien se dice fermoso;

    mas el pueblo pequeño siempre está temeroso

    en que, sobrado el rico que es tan poderoso:

    por chica razón pierde el pobre e el cuitoso.

    Lo que me prometistes, póngolo en aventura,

    lo que yo vos prometí, creed y habed folgura;

    quiérome ir a la dueña, rogarle por mesura

    que vos abra su casa, e a vos fable segura.

    Si por ventura solos vos pudiese yuntar,

    ruégovos que seades ome de buen hogar.

    Vase don Melón y la Trotaconventos regresa a casa de doña Endrina.

    ARCIPRESTE.—

    Desque dijera esto la quisquillosa vieja

    dexólo con la duda e fuese a la calleja.

    Comenzó la búhona decir otra conseja.

    A la razón primera cambióle la pelleja.

    TROTACONVENTOS.—

    Pues qué, señora, fija; ¿cómo está aquella cosa?

    Veovos bien lozana, bien gordilla e fermosa

    ARCIPRESTE.—

    Preguntóle la dueña:

    DOÑA ENDRINA.—

    Pues ¿qué nuevas de aquél?

    TROTACONVENTOS.—

    ¿Qué nuevas de aquél?, ¿qué sé yo qué es de él?

    ¡Mezquino e magrillo non hay más carne en él

    que en un pollo invernizo después de san Miguel!

    El gran fuego non puede encobrir la su llama.

    DOÑA ENDRINA.—

    Ni el gran amador puede encobrir lo que ama.

    TROTACONVENTOS.—

    Ya la vuestra manera entiéndela mi alma.

    DOÑA ENDRINA.—

    Mi corazón con duelo sus lágrimas derrama.

    TROTACONVENTOS.—

    Porque veo e conozco en vos cada vegada,

    que sodes de aquel ome tan locamente amada.

    ¡Su color amariello, la su faz demudada!

    En todos los sus fechos vos tralle antojada

    si anda o si se queda, en vos está pensando,

    los ojos faz a tierra se queda sospirando,

    apretando sus dedos, en su cabo fablando:

    ¡Rabiosa vos veades!, ¿doledes fasta cuándo?;

    primero por la calle él fue de vos pagado.

    Después de vuestra fabla fue muncho engañado:

    por aquestas dos cosas él está enamorado.

    Desque con él fablastes más muerto le traedes

    y es mijor que calledes, tan bien como él ardedes:

    descobrid vuestra llaga, si non ansí morredes

    el fuego encobierto vos mata: ¡penaredes!

    DOÑA ENDRINA.—

    Sí, el gran amor me mata, el su fuego parejo,

    a la quexa grande, non le fago consejo.

    TROTACONVENTOS.—

    Fija, perdet el miedo que se toma sin razón

    en casarvos en uno aquí no hay traición:

    éste es su deseo, tal es su corazón

    de casarse con vusco a ley e con bendición.

    DOÑA ENDRINA.—

    Lo que tú me demandas, yo muncho lo codicio.

    Si mi madre quisiera otorgar el permisio

    yo muncho mas faría por el amor del de Hita,

    mas guárdame mi madre, de mí nunca se quita.

    TROTACONVENTOS.—

    ¡Ah!, ¡la vieja pepita!

    Ya la cruz la llevase con el agua bendita.

    DOÑA ENDRINA.—

    Mi corazón te he dicho, mi razón e mi llaga;

    pues mi voluntad ves, conséjame qué faga.

    ARCIPRESTE.—

    ¡Ay Dios, corazón de amador!,

    en cuántas priesas se vuelve con miedo e con temor.

    Aca a allá lo trexna el su quexoso amor:

    e de los munchos peligros non sabe cuál es mayor.

    TROTACONVENTOS.—

    Por ende, fija, señora, id a la mi casa a veces;

    jugaremos, folgaremos, darvos he muy ricas nueces;

    nunca está la mi tienda sin frutas de las lozanas:

    munchas peras e duraznos, qué sidras e qué manzanas,

    qué castanas, qué piñones e que munchas avellanas.

    Las que vos queredes más, ésas vos serán más sanas;

    idos tan seguramente conmigo a la mi tienda

    como a la vuestra casa a tomar la merienda.

    Iremos calla callando por que otro non lo entienda.

    ARCIPRESTE.—

    Mujer e liebre seguida, muncho seguida conquista,

    pierde el entendimiento, se ciega e pierde la vista.

    Otorgóle Doña Endrina de ir con ella a folgar

    e comer de la su fruta e a la pellota jugar.

    Vínole Trotaconventos alegre con el mandado.

    TROTACONVENTOS.—

    (A don Melón, que entra.) Amigo, di cómo estades y ve perdiendo cuidado. (Vase don Melón.)

    ARCIPRESTE.—

    Después fue de Santiago otro día siguiente

    a hora de mediodía, cuando yanta la gente

    vínose doña Endrina con la mi vieja sabiente;

    entró con ella’n su casa bien asodegadamente.

    (Entra doña Endrina en casa de los Trotaconventos.)

    Como la vijisuela lo había apercibido

    non se detuvo mucho y para allá fue ido.

    Falló la puerta cerrada mas la vieja bien lo vido.

    Don Melón trata de entrar en la casa de la Trotaconventos.

    TROTACONVENTOS.—

    ¡Yuy! ¿Qué es aquello que face aquel roído?

    ¿Es ome o es viento? ¡Creo que es ome, non miento!

    ¿Vedes, vedes cómo otea el pecado carboniento?

    ¿Es aquél, non es aquél? ¡Se semeja, lo siento!

    ¡Alafé, es don Melón! ¡Yo lo conozco, lo viento!

    ¡Aquella es la su cara e su ojo de becerro!

    ¡Catat, catat cómo asecha, barrúntanos como perro!

    ¡Allí rabiará agora, non puede tirar el fierro!

    ¿Es que quebrará las puertas? ¡Las menea como cencerro!

    ¡Cierto, aquí quiere entrar! ¡Mas!, ¿por qué yo non le fablo?

    ¡Don Melón, tiradvos dende! ¿Tróxovos aquí el diablo?

    Non queblantedes mis puertas! ¡Que del abad de san Pablo

    las ove ganado! ¡Non posistes vos un cablo!

    Yo vos abriré la puerta, esperad, non la quebredes

    e con bien e con sosiego decid si algo queredes.

    La Trotaconventos abre la puerta a don Melón, que entra.

    DON MELÓN.—

    ¡Señora doña Endrina, vos la mi enamorada!

    Vieja, ¿por qué teníades a mí la puerta cerrada?

    ¡Tan buen día es hoy éste, que fallé a tal celada!

    Dios e la mi ventura me la tuvieron guardada.

    Trata de abarzar a doña Endrina, que se resiste un poco.

    TROTACONVENTOS.—

    Fija, a daño fecho haber ruego e pecho

    y haced como la picasa mejor que la codorniz

    pues todos los omes facen como don Melón Ortiz.

    ARCIPRESTE.—

    ¡Ay viejas perdidas, a las mujeres traedes engañadas e vendidas!

    Ayer mil cobros le dábades, mil artes e mil salidas;

    y cuando son escarnidas, todas son fallecidas.

    Si las aves pudiesen bien saber e entender

    cuántos lazos las tienden, non las podrían prender;

    cuando el lazo veyen, ya las llevan a vender.

    Mueren por el poco seso, non se pueden defender.

    Y a los peces de las aguas, cuando veyen el anzuelo

    el pescador los tiene e los trayhe por el suelo.

    Está en los antiguos el seso e la sabiencia

    es en el mundo tiempo el saber e la ciencia.

    La mi vieja maestra ovo buena conciencia

    e dio en este pleito una buena sentencia.

    TROTACONVENTOS.—

    El cuerdo gravemente non se debe quexar

    cuando el aquexamiento no lo puede tornar:

    lo que nunca se puede reparar ni enmendar

    débenlo cuerdamente sufrir e endurar.

    A las grandes dolencias e a las desventuras,

    a los acaecimientos e yerros de locuras,

    debe buscar consejo, melecinas e curas,

    el sabedor se prueba en cuitas e en presuras.

    La ira e la discordia, a los amigos mal faz

    ponen sospechas malas en el pecho do yaz.

    Habed entre vos amos la concordia e la paz,

    el pesar a la saña tórnense en buen solaz.

    Pues que por mí decides que el daño es venido,

    por mí quiero que sea el vuestro bien habido,

    vos, sed la mujer suya e él vuestro marido.

    Todo vuestro deseo es por mi bien cumplido.

    ARCIPRESTE.—

    Doña Endrina e don Melón en uno casados son,

    alégranse las compañas de las bodas con razón.

    Si hubo alguna villanía haya de vos el perdón:

    que lo feo de esta historia se le deberá a Nasón.

    Glosario de "doña Endrina"

    cál. Calle.

    ál. (Del lat. ant. alid por aluid.) pron. indet. Otra cosa.

    poyo. (Del lat. podium.) Banco de piedra, yeso u otra materia que ordinariamente se fabrica arrimado a las puertas de las casas, en los zaguanes y otras partes.

    folía. (Del lat. folie, de fol, y éste del lat. folis, fuelle.) f. ant. Locura. fig. Cualquier música ligera, generalmente de gusto popular.

    placentería. (De placentero.) f. ant. Placer. 2° art., 1a. y 2a. aceps.

    foyas. (Del lat. fovia.) f. ant. Hoya.

    aguisado, da. adj. ant. Justo o razonable. p. p. de aguisar (de a, 2° art., y guisa.) tr. ant. Aderezar y disponer una cosa; proveer de lo necesario.

    escanto. Lic. poet. Encanto.

    atalvina. (Del ár. at-talbina.) Manjar hecho con harina, leche y miel.

    azaz. (Del lat. ad, a, y satiente, acus. de saties, saciedad.) adv. c. Bastante, harto, muy. Ú. generalmente en poesía.

    pellote. m. Pellón (del lat. pellis, piel.) m. Vestido talar antiguo, que se hacía regularmente de pieles.

    harnero. (Del lat. cribrum farinarium.) m. Criba.

    estragar. tr. Viciar, corromper. Ú. t. c. r.

    convusco. (Del lat. cum võscum, por võbiscum, ablat. ant. de pl. del pron. pers. de 2a. pers. en gén. m. y fem.) Con vos.

    guisado, da. p. p. de guisar. adj. ant. Útil o conveniente. ant. Aplicábase a la persona bien parecida o dispuesta. ant. germ. Mancebía. Justo, conveniente, razonable. Usáb. t. c. s. m.

    pitoflero, ra. (De pito, 1er. art., y el lat. flare, soplar.) m. y f. fam. Músico de corta habilidad. fig. persona chismosa, entremetida o chocarrera.

    amortecer. (Del lat. ad, a, y mor, mortis, muerte.) r. Desmayarse, quedar como muerto.

    nado, da. (Del lat. natus.) p. p. irregular ant. de nacer. Lic. poet. Nacido.

    asmar. (Del lat. adaestimãre, estimar.) tr. ant. Estimar. ant. comparar.

    labro. (Del lat. labrum. infl. por labium.) m. ant. Labio.

    escote. (Del got. skaut, orilla.) Escotadura, y especialmente la hecha en los vestidos de mujer; que deja descubierta parte del pecho y de la espalda. Parte del busto que queda descubierta por estar escotado el vestido. Adorno de encajes pequeños cosidos con una tirilla de lienzo y pegada al cuello de la camisa de las mujeres por la parte superior que ciñe los hombros y el pecho.

    escote. (Del germ. skot, tributo.) m. Parte de cuota que cabe a cada uno por razón del gasto hecho en común por varias personas. A escote m. adv. Pagando cada uno la parte que le corresponde por un gasto común.

    trexnar. Tresnar (De tresna.) tr. ant. Arrastrar.

    folgar. (Del lat. follicare, de follis, fuelle.) intr. ant. Holgar.

    yuy. Interj. ant. ¡Huy!

    catar. (Del lat. captare, coger, buscar.) tr. Probar, gustar alguna cosa para examinar su sabor o su sazón. Ver, examinar, registrar. Mirar, etcétera.

    barruntar. tr. Prever, conjeturar o presentir por alguna señal o indicio.

    picaza. (Del lat. pica.) f. Urraca. Chillona o manchada. Pega reborda. Marina. Flamenco.

    Picaresca

    FRAGMENTOS DE LA NOVELA PICARESCA ESPAÑOLA

    EN DOS TRANCOS

     [1958] 


    CORO.—Hombres doctísimos, graves y calificados, en cuya docrina y ejemplo ha hallado el mundo desengaño, han resistido varonilmente a gentes perdidas y holgazanas, las cuales con máscara de virtud han querido introducir hechos profanos tan inútiles como lascivos, tan gustosos para el sentido cuan dañosos para el alma, mas como sea verdad que el vicio es el más válido y sus defensores los menos y la verdad tan atropellada, ya se han introducido los tales hechos y han anegado tantos santos consejos de famosos varones y por eso atendiendo que no hay rincón que no esté lleno de romances inútiles y picantes ni pueblo donde no se representen amores en hábitos y con ademanes que incitan al amor carnal, nos hemos determinado sacar a la luz este juguete que, siendo estudiantes en Alcalá de Coapa a ratos perdidos aunque algo aumentado presentamos esto, lo hicimos por nos entretener y especular los enredos del mundo y sale a pedido de discretos e instancias de amigos, dímosles el sí, cumpliré el tratando de encajar cada cosa en su lugar breve y sucintamente porque si pusiéramos esto larga y difusamente destruyeran a nuestro mismo intento quien hoy día dice cosas espirituales difusas y largamente puede entender que no será oído, que en estos tiempos estas cosas de espíritu aun dichas brevemente cansan y aun enojan, ojalá que nosotros hayamos acertado el pío oidor también con el fin verdadero que nuestro buen celo le ofrece a honra y gloria de nuestra perfección, que es el fin de nuestros fines.

    CORO.—Daban en Madrid por los fines de julio las once de la noche en punto, hora menguada para las calles (pausa para pregonero) El Prado boqueaba carros en la última jornada de su paseo cuando don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, hidalgo a cuatro vientos, caballero huracán y encrucijada de apellidos, galán de noviciado y estudiante de profesión, aprendía a gato por un tejado huyendo de la justicia, que le venía a los alcances por un delito que no había comido ni bebido; así, no se detuvo de arrojarse desde el susodicho tejado nordesteado de una liz que por ahí se brujuleaba y en cuyo desván puso los pies y la boca a un mismo tiempo.

    CLEOFÁS.—¿Quién diablos suspira aquí?

    DIABLO COJUELO.—Yo soy, señor licenciado, que estoy en este redoma en donde me tiene preso ese astrólogo que vive ahí abajo, jaula de papagayos de azufre, pero tú has llegado a tiempo, que me puedes rescatar y no seguir de ocioso en esta botella siendo yo el espíritu más travieso del infierno.

    CLEOFÁS.—¿Eres demonio plebeyo o de los de nombre?

    DIABLO COJUELO.—Y de gran nombre y el más celebrado de entrambos mundos.

    CLEOFÁS.—¿Eres Lucifer?

    DIABLO COJUELO.—Ése es demonio de dueñas y escuderos.

    CLEOFÁS.—¿Eres Satanás?

    DIABLO COJUELO.—Ése es demonio de sastres y carniceros.

    CLEOFÁS.—¿Eres Bercebú?

    DIABLO COJUELO.—Eso es demonio de tahúres amancebados y carreteros.

    CLEOFÁS.—¿Eres Barrabás Belial Astorot?

    DIABLO COJUELO.—Ésos son demonios de mayores ocupaciones, demonio por más menudo soy; aunque me meto en todo, yo soy las pulgas del infierno, el chisme, el enredo, la usura yo traje al mundo, la zarabanda, el bullicuzcuz, las cosquillas de la copana, el guiriguirigay yo inventé las pandorgas, las jácaras, las papalotas, los títeres, los maezecorrales y al fin yo me llamo el Diablo Cojuelo.

    CLEOFÁS.—Con decir eso hubiéramos ahorrado lo demás; vuesamerced me conozca por su servidor, que hay muchos días que le deseaba conocer, pero no me dirá señor Diablo Cojuelo que le pusieron este nombre por...

    DIABLO COJUELO.—Yo, señor don Cleofás Leandro Zambullo, que ya le sé el suyo porque fuimos vecinos por esa dama que... me llamo desta manera porque fui el primero que se levantó en el rebelión celestial y de los que cayeron y todo y como los demás cayeron sobre mí me estropearon y ansí quedé, mas no por eso menos ágil para cualquier impresa, que camino del infierno tanto anda el cojo como el viento, pero sáqueme ya de este vinagre que a vos sí os es concedido por ser hombre con el privilegio del baptismo y luego me verás visible y pausable.

    DIABLO COJUELO.—Vamos, don Cleofás, que quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo.

    CORO.—Y así volaron hasta hacer pío en el capitel de la torre de san Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la una (campana) hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco el descanso del sueño, siendo el silencio común a las fieras y a los hombres, habiendo una proeza notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones, basquinas, verdugados, guardainfantes; enaguas y guardapiés, quedando las humanidades menos mesuradas y volviéndose a los primeros originales.

    VOZ DESDE DENTRO.—Quedó el hombre tan malsano y de tan mal proceder, tan pesado que liviano, que no se puede tener si Dios no le da la mano.

    DIABLO COJUELO.—Don Cleofás, desde esta picota de las nubes te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española y para eso levantaremos los techos de los edificios y saldrá lo hojaldrado, la carne del pastelón de Madrid y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo.

    CLEOFÁS.—¡Humm...! ¡Es posible que en esta pepitoria humana haya tanto lienzo para colchones, sábanas y camisas.

    DIABLO COJUELO.—Advierte que quiero empezar a enseñarte en este teatro donde tantas figuras representan las más notables; mira allí cómo se está quejando de la orina un letrado y más allá doña Fáfula en un difícil trance, y don Toribio, su esposo, muy oficioso, como si fuera suyo lo que le entrega; mira a aquel que se las da de guapo, durmiendo con una bigotera y torcida de papel en el copete; esa vieja es grandísima hechicera haciendo una medecina de drogas restringentes para una que se casa mañana; vuelve allí y ríete de aquel marido y mujer que han gastado todo lo que tenían en un coche sin caballos y ahora comen y cenan y duermen dentro de él y no salen de su reclusión ni aun para sus necesidades corporales en cuatro años que llevan.

    CLEOFÁS.—Ésos se han de ir al infierno en coche y en alma.

    DIABLO COJUELO.—No es para menos la penitencia. Mira allí a doña Tomasa, tu dama, en enaguas, abriéndole la puerta a otro que a estas horas le oye de amor.

    CLEOFÁS.—¡Déjame, bajaré sobre ella a matarla a cocos!

    DIABLO COJUELO.—Para estas ocasiones me hizo el tate tate ¡y te espantas de poca cosa!, que sin este enamorado murciélago hay otros ochenta para quien tiene repartidas las horas del día y de la noche.

    CLEOFÁS.—Por la vida del mundo que la tenía por una santa.

    DIABLO COJUELO.—Pero ya el día no nos deja pasar adelante, que el sol ardiente viene haciendo cosquillas a las estrellas y dorando la píldora del mundo.

    CORO.—Se ilumina la escena y que empiecen a salir los personajes, que volviendo a poner la tapa al pastelón, se bajaron por las calles.

    CLÉRIGO.—Especial vicio es de gente perdida no llorar los graves desastres de su alma y sí lamentar daños ligeros del cuerpo, y así si una gallina pierden, van de casa en casa... conturbando a toda la vecindad.

    MUJER DE LA GALLINA.—¡Dónde está mi gallina!, la rubia, la de la calza bermeja, de la cresta partida, cenicienta oscura, cuello de pavo con la calza morada; ponedora de huevos, ¿quién me la hurtó?, hurtada sea su vida, ¿quién se hizo de ella?, ¡menos se le vuelvan los días de su vida, mala enfermedad, dolor de costada, rabia mortal, coma, amén!

    HUÉSPEDA.—Cada cual de sus abuelos dan a Justina una cosa, melindres el titero, el suplicacionero andar, el tropelista, engañar y locuras, el barbero, el mascarero, alégrenos gaitero quitapesares y el mesón que pida pares cuando le ofrecieron nones, mas ¿cuál será Justina, cuál su ciencia, que es de tantos enredos quintaesencia?

    MUJER DE LA GALLINA.—¡Ay, gallina mía!, gruesa como un ancaron morisca de los pies amarillos, crestibermeja, en más estima te tenía que las otras dos que me quedaron. ¡Ay, triste!, aun ahora estaba aquí, ahora salió por la puerta, ahora salió tras el gallo por aquel tejadro de mí, desventurada, que en mala hora nací cuitada; ansí salían pollos de ella como estrellas del cielo, tapadera de mis menguas, socorro de mis trabajos que mi asa, mi bolsa vía ella, nunca estaban vacíos. ¡Señora de Guadalupe, a ti te la encomiendo, no me desampares ya!

    CIEGO.—¡Oh, de la casta bellaca si te apaño, sáquete de ser picaño, que andabas roto y desnudo y dite un saye de paño y te llevas cuanto araño y mal contento y sañudo!

    LÁZARO.—Bien le trabajo y le sudo, pues es trayo por las calles como un rayo.

    CIEGO.—Ah, ¿sí?, ¿pues qué te pensabas?, tornarás a lo que andabas den refine...

    LÁZARO.—¡Sus!, va mes nuestro camino.

    CIEGO.—¡Aguija vamos aína! ¡Ay!, que me he dado mezquino.

    LÁZARO.—¿Pues que oliste el tocino, como no oliste la esquina? Ja, ja, ja...

    Yo soy Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antonia Pérez, naturales de una aldea de Salamanca; mi nacimiento fue dentro de río Tormes y fue desta manera mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer un molino que está en la ribera de aquel río y estando mi madre una noche en el molino, tomóle el parto y allí nací, por lo que puedo decir nacido en el río; después siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías en los costales que allí se molían y por lo cual fue preso y padeció persecución por justicia, espero en Dios que esté en la gloria, pues el evangelio los llama bienaventurados; luego mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó juntarse con un hombre moreno y vinieron en conocimiento, y pero mi padrastro hurtaba la mitad de salvados, leña, almohazas, mantas y mandiles de donde él trabajaba, por lo que lo azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia y la triste se esforzó y cumplió la sentencia para después irse a servir al mesón de la Solana; en este campo vino a posar un ciego que me pidió a mi madre para recibirme, no por mozo, sino por hijo, y mi madre me dijo: hijo, procura ser bueno y Dios te guíe, guíe, criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti...

    CLÉRIGO.—Oye, mozo, ¿sabes ayudar a misa?

    LÁZARO.—¿Yo?

    CORO.—De lo que has oído, hasta ahora oidor amable, colegirás que hoy día se precian de sus pecados los pecadores como los de Sodoma, que con el fuego de sus vicios merecieron el fuego que los abrasó.

    JUSTINA.—Quiero confesar una verdad, aunque no la doy de diezmo: más gana conmigo el alcabalero de las mentiras que el diezmero de las verdades.

    PASEANTE 1.—Justina es mujer de raro ingenio, feliz memoria, amorosa y risueña, de buen cuerpo, talle y brío; ojos negros, pelinegra, naricilla y color morena.

    JUSTINA.—Yo, mi señor, soy la melindrosa escribana, la honrosa pelona, la manchega al use la engullefisgas la que contrafisga la fisguera, la festiva...

    PASEANTE 2.—La bailona.

    PASEANTE 3.—La mesonera astuta.

    PASEANTE 4.—La espabilagordos.

    PASEANTE 2.—La del adufe y la del rebenque.

    PASEANTE 3.—La entretenedora.

    PASEANTE 1.—La escalfafulleros.

    PASEANTE 2.—La trueca burras.

    PASEANTE 4.—La del engaño meloso.

    PASEANTE 3.—La mirona.

    PASEANTE 2.—La nieta pegadiza.

    PASEANTE 1.—La devota maridable.

    PASEANTE 4.—La busca Roldanes.

    PASEANTE 3.—La del megollón.

    PASEANTE 2.—La santiguadera.

    PASEANTE 1.—La depositaria.

    PASEANTE 4.—La gitana, la palatina y la lloradora.

    PASEANTE 3.—Y sobre todo la viuda con chirimías.

    JUSTINA.—¡Momento!, y sobre todo la castañera novia de mi señor, don Pícaro Guzmán de Alfarache, a quien ofrezco cabraigar su picardía para que dure los años de mi deseo.

    GUZMÁN DE ALFARACHE.—Vos le decís, señora.

    PASEANTE 3.—Acordaos de un olvidado que por vos está pelado.

    PASEANTE 4.—Señora Justina, si vuestra merced me quiere por su criado de las puertas adentro para almorzar su mula, ensillar su yegua, lavar sus paños, coser sus sayas y para otros oficios, aquí estoy y hágase su voluntad.

    JUSTINA.—Ser Tonasclade dígame por esas barbas de oropel ¿no halló otro oficio que me cuadrase más que el de tornero veraniego?

    PASEANTE 2.—Sora mía, yo le diré a voarced de lo que me había de servir si matrimoniáramos los dos: habíame de hacer cordeles de cerro y amolar las puntas a los trompos para que los muchachos dejaran toda la ganancia en casa.

    JUSTINA.—¡Muy pícaro de a ocho en cuarterón!, lo que ha de hacer es ir a buscar moza a Úbeda, donde son los buenos cerros ¡aun a esta gente bruta puso Dios donde dé precio!

    GUZMÁN DE ALFARACHE.—Larga es la cofradía de los asnos, ¡ved a lo que se extiende su fuerza!

    CORO.—Lleva un calzón de terciopelo morado largo el escaramuza y forrado en tela de plata, el jubón de tela de oro coleto de ante con un brabato pasamanos milanés casi de tres dedos de ancho el sombrero muy galán bordado y muy aderezado de plumas, un capote de raja o paño también morado, su pasamanos de oro a la redonda como el del coleto y calzones. Aquí se vino a dar cuenta de lo que vale el vestido para ser querido y respetado.

    GUZMÁN DE ALFARACHE.—Quisiera que aquellas gotas de agua cayeran en mi corazón para si acaso pudieran apagar el fuego de él.

    DIABLO COJUELO.—Sígueme y no te amohínes; ésta es la casa de los locos, donde se castigan y curan locuras que hasta agora no lo habían parecido.

    CLEOFÁS.—Vamos y veamos esta novedad de locos.

    DIABLO COJUELO.—Aquél es un loco arbitrista que ha dado en decir que hará la reducción de los impuestos, en ese aposentillo está un ciego enamorado que está con aquel retrato de su dama y dice que mira por los oídos; en ese otro lleno de papeles está un gramaticón que perdió el juicio buscándole el gerundio a un verbo griego; allí está un bailarín que se ha quedado sin son bailando en seco; en aquel pobre aposentillo pintado por de fuera de llamas está un demonio casado que se volvió loco por su mujer.

    CLEOFÁS.—Vámonos de aquí, no nos detengan por alguna locura, que nosotros ignoramos porque en el mundo todos somos locos, los unos de los otros.

    DIABLO COJUELO.—Dejemos las vanidades agora que ya sé que eres muy bien nacido en verso y en prosa y vayamos en busca de un figón a almorzar y después seguiremos nuestras aventuras.

    CORO.—Hay mesoneros tan mal inclinados y disolutos que hallarás en sus casas aposentados más vicios que personas en ellas se aposentan, la codicia, la sensualidad, el ocio, la parlería y el engaño, y sobre todo el mal ejemplo y libertad, lo cual es causa de gran perdición en la república.

    CLÉRIGO.—Es muy saludable y provechoso cenar poco para tener el estómago desocupado.

    ¿Garbanzos negros?, sin duda son de Etiopía; ¿estarán de luto?, ¿quién se les habrá muerto?

    ¡Ah, que son cuentas del rosario de esa vieja!...

    Toma, come y triunfa, que para ti es el mundo; mejor vida tienes que el papa.

    LÁZARO.—Tal te da Dios.

    CLÉRIGO.—Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber y por eso yo no me desmando como otros.

    LÁZARO.—(Aparte.) ¡Lacerado!, mentís falsamente porque en cofradías y en entrecerros a costa ajena comes más que un lobo y bebes más que un curandero.

    CLÉRIGO.—(Saboreando.) Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula (se relame) todo esto es salud y otro tanto ingenio.

    LÁZARO.—(Aparte.) Mal ingenio te acabe.

    CLÉRIGO.—(Asomado a la olla.) ¿Nabos hoy?, no hay para mí perdiz que se me iguale. (A Lázaro.) Como que me huelgo de verte comer. (Pausa.) Humm... confortan realmente y son cordiales; come, que mozo eres, y me huelgo de ver tus buenas ganas.

    LÁZARO.—(Aparte.) Mal te haga Dios y lo que has comido lacerado, que tu amenaza has hecho a mis tripas.

    CLÉRIGO.—Quede esto para los criados, los que también han de comer, no lo queramos todo; demos lugar a la gentecilla que se repapile y vayamos los dos a hacer ejercicio, no nos haga mal lo que hemos comido.

    LÁZARO.—Ja, ja, yo he tenido dos amos; el primero traíame muerto de hambre y dejándolo topé con estotro que me tiene con ella en la sepultura, pues si deste desisto y doy con otro más bajo, ¿qué será sino fenecer?

    MUJER DE LA GALLINA.—¡Maldita sea tal vida, maldita sea tal vecindad, que no es el hombre señor de tener una gallina, llamada la trotaconventos de mi prima, que vaya de casa en casa buscando mi gallina rubia. ¡Ay!, gallina mía rubia, ¿adónde estarás ahora?, ¿quién os comió?, bien sabía que os quería yo bien y lo hizo por enojarme; enojos y amarguras y pesares le vengan de manera que mi alma sea vengada, amén. ¡Señor, cúmplelo tú por aquel que eres, y de cuantos milagros has hecho en este mundo, haz ahora éste para que sea sonado! ¡Amén!

    MUJER DE LA GALLINA.—Pío, pío, pío, pío...

    LÁZARO.—¡Oh!, cuerpo que Dios ama, mejor hubiérades muerto un hombre o hurtado moneda al rey, cosa que yo pudiera callar, y no haber hecho lo que habéis hecho, que es imposible dejarlo de decir, malaventurado de mí y de vos.

    MUJER DE LA GALLINA.—Pues ¿yo qué he hecho?, si te burlas no me aflijas más.

    LÁZARO.—¿Cómo burlas? ¡Pesía tal!, yo no puedo dejar de dar parte a la inquisición porque si no estaré descomulgado.

    MUJER DE LA GALLINA.—¿Inquisición? (tiembla visiblemente), pues ¿yo

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