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Esclavitud y utopía
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Libro electrónico505 páginas16 horas

Esclavitud y utopía

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En la primera mitad del siglo XX, carismático jefe indígena amazónico peruano, José Carlos Amaringo Chico, jugó un papel clave en el liderazgo de su pueblo, los Asháninka, a través del caos generado por el colapso de la economía del caucho en 1910 y las presiones posteriores de colonos, misioneros y funcionarios del gobierno para asimilarlos a la sociedad nacional. Esclavitud y Utopía reconstruye la vida y la trayectoria política de este líder a quien la gente llamaba Tasorentsi, el nombre que los Asháninka le dan al creador-transformador del mundo y a los emisarios divinos que vienen a esta tierra para ayudar a los Asháninka en tiempos de crisis.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jul 2020
ISBN9789972519925
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    Esclavitud y utopía - Fernando Santos Granero

    1

    Un levantamiento indígena trece años después, 1928

    orla

    Yo soy hijo del Sol.

    Jefe José Carlos, alias Tasorentsi

    Cuando el capitán Mieczysław B. Lepecki llegó al poblado asháninka de Cheni, en el río Tambo, una tarde de mayo de 1928, no tenía cómo saber que estaba a punto de conocer al jefe indígena más temido y difamado del Alto Ucayali. 1 No es que Lepecki ignorase la existencia del sanguinario Tasulinchi, tal como escribía el nombre del jefe Tasorentsi, antes de encontrarlo en Cheni. Por entonces, Lepecki conocía bien la región, ya que el Gobierno polaco le había encargado acompañar a una expedición científica cuya tarea era identificar lugares idóneos para el establecimiento de una colonia polaca. Durante varios meses, anduvo viajando río arriba por el serpenteante Ucayali desde Iquitos, la capital de Loreto (véase figura 1). Una fotografía de la época muestra al entusiasta capitán en ropa de civil a bordo de la Cahuapanas, una lancha a motor que la Marina peruana había puesto a disposición de la expedición polaca (véase figura 2). Gracias a su entusiasmo y a una curiosidad sin límites, durante su largo viaje de diez meses Lepecki pudo formarse una imagen bastante acertada del estado de las relaciones entre blancos e indígenas en la región.

    Figura 1. Vista aérea del río Ucayali, década de 1940.

    El Ucayali es un río de aguas blancas que atraviesa la vasta llanura amazónica de sur a norte. También conocida como la Región de los Lagos, su cuenca se caracteriza por fuertes fluctuaciones en la precipitación y el nivel del río, lo cual determina su navegabilidad, acceso a recursos alimenticios y condiciones de salud.

    Fuente: Máximo H. Kuczynski-Godard, La vida en la Amazonía peruana: observaciones de un médico (Lima: Librería Internacional del Perú, 1944). Cortesía de la Biblioteca Nacional del Perú.

    La primera vez que Lepecki oyó hablar de Tasorentsi fue dos meses antes, cuando la Cahuapanas estaba por atracar en Puntijau, en su camino río arriba hacia Atalaya.2 José Enrique Urresti, que acompañaba a la expedición como representante del prefecto de Loreto, estando en la cubierta observando a decenas de hombres, mujeres y niños asháninkas reunidos en la orilla para darle la bienvenida a la embarcación, le advirtió: ¡Capitán, estas gentes son una tanda de asesinos!, y siguió informando a Lepecki acerca de cómo, en 1915, los pobladores de Puntijau se unieron a los rebeldes asháninkas del Gran Pajonal liderados por el jefe Tasorentsi con la intención de masacrar y expulsar a todos los blancos del Alto Ucayali. En aquella ocasión, continuó, cuando él y Julio César Delgado, propietario y capitán de la lancha Libertad, intentaron atracar en Puntijau, los asháninkas se reunieron en la orilla para impedir su desembarco. El mismo curaca que ahora les daba la bienvenida había apuntado con un rifle al capitán Delgado y lo amenazó con disparar si la embarcación osaba detenerse en el pueblo. Cuando el capitán Lepecki respondió que el comportamiento de los indígenas podría haber sido considerado bastante natural, dado que eran tiempos de guerra, Urresti exclamó indignado: ¡No, capitán! ¡No había guerra! ¡Fue una rebelión!.3

    Figura 2. El capitán Lepecki y los miembros de la expedición polaca, 1928.

    Esta fotografía fue tomada a bordo de la Cahuapanas, una lancha a vapor de guerra que el Gobierno peruano puso a disposición de los representantes del Sindicato Polaco-Americano de Colonización. Muestra, entre otros, al capitán Mieczysław B. Lepecki (primer hombre sentado de izquierda a derecha) y al doctor Aleksander Freyd (segundo hombre parado de izquierda a derecha). Cortesía del Narodowe Archiwum Cyfrowe.

    Urresti tenía muy buenas razones para temer a los asháninka y recordar con pavor el levantamiento de 1915. Él era un conocido patrón del Alto Ucayali, quien, en el punto más álgido del boom gomero, se encontraba profundamente involucrado en la extracción y comercialización de gomas.4 Lepecki, quien no disimula lo mucho que le disgustaba su compañero de viaje forzado, informa que en aquellos años Urresti estaba asociado con Francisco (Pancho) Vargas Hernández, uno de los patrones más poderosos del Alto Ucayali; un hombre cuya reputación como traficante de esclavos era un secreto a voces en la región. Al igual que Vargas, Urresti también había participado en correrías contra los indígenas, y reconoció ante Lepecki, con ingenua franqueza, que en una ocasión capturó a 1500 asháninkas. Lepecki señala que esta cifra, si bien podía ser exagerada, indicaba la magnitud de la caza de esclavos en el Alto Ucayali. Informa que después de que las noticias sobre esta feroz correría llegaron a Lima, Urresti fue arrestado. Lamentablemente, nunca fue condenado. El levantamiento de 1915 puso punto final a sus lucrativos tratos como extractor gomero y comerciante de esclavos. Para evitar represalias indígenas, el esclavista se trasladó al Bajo Ucayali junto con sus peones asháninkas, donde estableció un gran fundo llamado Monte Carmelo.5 No sorprende, por lo tanto, que se refiriera a Tasorentsi y a los rebeldes asháninkas en términos tan hostiles.

    Otros ucayalinos6 también le informaron al capitán Lepecki sobre las atrocidades cometidas por los rebeldes indígenas en 1915. Julio César Paredes, piloto de la Cahuapanas, pasó largas horas contándole sobre el año terrible en el que los campas salvajes del Gran Pajonal se unieron a los peones conibos, yines y amahuacas de la zona del Alto Ucayali para luchar contra su enemigo común (véase mapa 1.1).7 Paredes le relató a Lepecki que muchos civilizados8 —más de cien familias según algunas versiones— fueron asesinados en aquella ocasión. El único sobreviviente, señaló el piloto, fue Pancho Vargas, y esto únicamente porque sus peones yines, que odiaban a los asháninka, lo defendieron.9 Los rebeldes se atrevieron incluso a atacar una embarcación que llevaba el correo, la lancha Libertad, y en solo unos meses lograron expulsar de la región a la mayoría de los patrones blancos. Pasado un tiempo, la sublevación fue sofocada por tropas del Gobierno. Muchos rebeldes abandonaron sus casas a orillas del Ucayali y se mudaron tierra adentro. Otros se refugiaron en el Gran Pajonal o en áreas remotas con escasa presencia del Estado. Pero los civilizados quedaron tan conmocionados, según Paredes, que durante muchos años nadie se aventuró a establecerse en el Alto Ucayali, más arriba de Cumaría.

    Mapa 1.1: Pueblos indígenas de la selva central.

    Lepecki no quedó convencido con las historias de Urresti, Paredes y otros miembros de la élite ucayalina, quienes condenaban a los indígenas como asesinos salvajes. Estaba familiarizado con la situación social y económica de la región, y, en una breve acotación que revela sus pensamientos más íntimos sobre el tema, reflexiona:

    Es esta gente, orgullosa, hermosa y noble, a quienes llaman asesinos en el Ucayali. ¿Y quiénes lo hacen? Aquellos por cuyas manos ha corrido tanta sangre indígena que podría llenar varios ríos; aquellos cuyas conciencias les pesan tanto con tantas tragedias de gente perseguida para ser esclavizada y forzada a trabajar, que aun las desgracias de quienes han vivido los disturbios sociales más sangrientos parecen insignificantes en comparación.10

    Sin embargo, Lepecki también era un hombre de su época, que no podía escapar de los prejuicios de sus contemporáneos. Así, después de mencionar en términos para nada ambiguos por qué sentía que las hostilidades indígenas eran justificadas, añadía: Los campas son tal como los he descrito, pero no debe olvidarse que, al mismo tiempo, son también salvajes cuya sangre bulle con pasiones indómitas. Gentiles y nobles en épocas de paz, se revelan crueles e inexorables en tiempos de guerra.11

    Es claro, entonces, que cuando el capitán Lepecki ingresó al río Tambo en su viaje hacia Lima estaba muy bien informado del impacto que tuvo el levantamiento de 1915 en la élite blanco-mestiza12 de la región y acerca del papel central que jugó Tasorentsi en él. También sabía que el río Tambo era una zona que estaba fuera del control del Gobierno peruano —un río de sangre y de muerte, según un conocido misionero franciscano—13 y habitada por indios bravos, que rechazaban a los blancos y no dudaban en atacar a los extranjeros que pasaban por allí.14 Por ese entonces, eran muy pocos los blancos que habían recorrido todo el Tambo. En 1920, el líder de una expedición científica sueco-peruana, el geógrafo sueco Otto Nordenskjöld, se dispuso a explorar todo el Tambo, pero solo pudo recorrer las partes altas.15 Recién en 1921, el fraile franciscano Juan M. Uriarte logró esta hazaña.16 En su informe de viaje, publicado en el prestigioso Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, sostiene que todo el río estaba habitado por campas salvajes, entre los cuales los más agresivos eran los que vivían en la mitad superior. La navegación comercial, advertía, era muy peligrosa, sobre todo si los viajeros andaban en grupos pequeños.

    Lo que Lepecki y sus compañeros no sabían era que el valle del Tambo era una de las zonas donde, después de ser derrotados, se ocultaron muchos de los líderes de la sublevación de 1915. Esto se hizo evidente poco después de que la Mantaro, la gran canoa hecha de un solo tronco en la que viajaban los miembros de la expedición, llegara a Cheni. Después de anunciar su arribo con bengalas y disparos, los visitantes fueron recibidos por el jefe Ompikiri,17 a quien Lepecki describe como un hombre de unos cuarenta años, vestido con una cushma (túnica de algodón) y un tocado de plumas (véanse figuras 3 y 34). Durante la conversación que entablaron, Lepecki se enteró de que Ompikiri era un pinkatsari (jefe) que gobernaba a diversos pueblos —nampitsi o grupos relacionados por lazos de parentesco— que vivían a lo largo de un extenso tramo del río Tambo, entre Poyeni y Anapati.18 Ni él ni su gente estaban por ese entonces bajo las órdenes de un patrón, pero en el pasado habían trabajado para Carlos Fermín Fitzcarrald, el legendario empresario gomero que en 1893 descubrió el paso entre los ríos Purús y Sepahua, el cual abrió nuevos horizontes para la extracción gomera, y amasó una gran fortuna en el proceso. Lo que Ompikiri no le contó al explorador polaco es que él había sido uno de los líderes de la revuelta de 1915 y que su pueblo rompió todo vínculo con la familia Fitzcarrald tras su derrota y forzoso escape al valle del Tambo. Tras conversar un rato, Ompikiri finalmente se atrevió a preguntarle a Lepecki lo que más le preocupaba: ¿Así que realmente no son soldados?. Cuando Lepecki le respondió que no, Ompikiri dijo: Eso está muy bien; pensé que eran soldados que habían venido a matarnos.19

    Figura 3. El jefe asháninka Ompikiri, 1928.

    En 1928, tras adoptar la fe adventista, Ompikiri se mudó con su gente a orillas del río Tambo, a la espera del maestro y la inminente transformación del mundo prometidos por Stahl.

    Fuente: Haynes 1929b: 12. Cortesía del Office of Archives, Statistics and Research, General Conference of Seventh-day Adventists.

    Fue en ese momento que Tasorentsi hizo su entrada, un tanto teatral, saliendo de entre la muchedumbre que se había congregado en la orilla del río para echar un vistazo a los visitantes extranjeros. En un español bastante bueno, según el capitán Lepecki, el recién llegado dijo: Contento se puso mi corazón cuando me enteré que ustedes no eran mala gente,20 lo que reveló indirectamente que había estado escuchando de incógnito la conversación entre Lepecki y Ompikiri. No sorprende que lo hubiera hecho. Si bien Lepecki no tenía cómo saberlo, en esos precisos instantes Samuel Figueroa, comisario del río Tambo, estaba camino a Cheni para confrontar a Tasorentsi, acusado de ser un agitador adventista que buscaba sublevar a los peones indígenas y atacar la misión franciscana de Puerto Ocopa.21 Por entonces, Tasorentsi, Ompikiri y otros líderes del levantamiento de 1915 andaban propagando una versión indigenizada de la doctrina adventista que el misionero Ferdinand A. Stahl venía predicando en la región desde 1921. Cientos de seguidores asháninkas se reunieron en Cheni, atraídos por la proclamación de la segunda llegada de Cristo y la inminente destrucción del mundo. Muchos habían abandonado a sus patrones, dejando sus deudas impagas, a fin de sumarse a sus paisanos. Tasorentsi debió haber sabido que era solo cuestión de tiempo antes de que los patrones y las autoridades locales reaccionaran contra los nuevos creyentes. Fue por esta razón que se abstuvo de aparecer hasta asegurarse de que Lepecki y sus compañeros no tenían intenciones hostiles.

    Inmediatamente después de que hablara Tasorentsi, el capitán Lepecki le preguntó a Ompikiri quién era el recién llegado. Cuando Ompikiri le dijo que era un jefe del Gran Pajonal, Lepecki se alegró mucho, pues quería conocer más sobre esa remota zona, que sabía era totalmente inaccesible a los blancos. Muy pronto, sin embargo, su entusiasmo se vio interrumpido por Asencio, su traductor de origen mixto yine-asháninka, quien le susurró al oído que ese hombre era Tasulinchi, famoso en toda la montaña. Tras haber oído tanto sobre el temible Tasorentsi, el hombre que se había cubierto de sangre durante la guerra de los grupos confederados del Gran Pajonal y el río Ucayali,22 el capitán Lepecki parece haber estado un tanto desilusionado ante el aspecto del jefe asháninka. Lepecki describe al líder nativo como un hombre bajo, más bien delgado, que usaba una cushma larga tradicional y una gorra de ciclista no tan tradicional del tipo de las que se ven en Wola o en Czerniaków (barrios obreros de Varsovia).23 Su apariencia no tenía nada de extraordinaria, según Lepecki, y su "cushma mugrienta y grotesca gorra de ciclista contribuyeron muy poco a mejorar esa primera impresión. Solo su rostro denotaba algo especial, el cual expresaba, según Lepecki, la astucia de un zorro, desconfianza, implacabilidad y una serena y fría crueldad".24

    Si bien este juicio tan duro deriva sin duda de las propias imágenes que Lepecki tenía del salvajismo indio, sus primeras impresiones parecen ser confirmadas por las dos fotografías acreditadas que conocemos del jefe Tasorentsi (véanse figuras 4 y 28). Tasorentsi era, en efecto, bajo incluso para los estándares asháninkas. Era un hombre enjuto de brazos fuertes con un corte de pelo estilo fraile, que vestía con sencillez y no tenía ningún rasgo distintivo, salvo su porte orgulloso, sus cejas pobladas y un marcado gesto de determinación en la boca. Y, sin embargo, según Lepecki, cuando este hombre de apariencia discreta se acercó a los visitantes, la multitud se hizo a un lado no solo con respeto, sino incluso con temor. El doctor Aleksander Freyd, presente en el encuentro, confirma las impresiones de Lepecki y declara que los ojos del jefe Tasorentsi eran los ojos fuertes, varoniles, intrépidos y buenos de un hombre libre de la selva.25

    Tasorentsi hablaba español fluidamente, si bien Lepecki señala que a menudo usaba palabras solemnes, que no siempre tenían que ver con el tema tratado. Lepecki sabía suficiente español como para comunicarse sin problemas, tanto con los blancos como con los indígenas. La conversación que siguió entre ambos hombres, además de sumamente reveladora, permitió vislumbrar no solo los prejuicios que Lepecki tenía acerca de los indígenas, sino también, sobre todo, la manera en la que el jefe-chamán asháninka había construido su imagen y persona política.

    Lo primero que le preguntó Lepecki al jefe asháninka fue: Curaca, ¿eres Tasulinchi?. El pinkatsari asháninka, de acuerdo con Lepecki, le lanzó una mirada recelosa y respondió en términos evasivos: Yo soy hijo del Sol. ¿Por qué el líder asháninka se mostraba tan desconfiado? ¿Y por qué contestó de manera evasiva? Para responder estas preguntas, es necesario precisar, primeramente, la manera en la que el jefe asháninka pudo haber tomado la pregunta de Lepecki; en segundo lugar, cómo interpretó Lepecki la respuesta del curaca; y finalmente, lo que el jefe asháninka pudo haber querido decir con su respuesta.

    Figura 4. El jefe Tasorentsi con miembros de la expedición polaca, 1928.

    El jefe Tasorentsi (segundo parado desde la izquierda) aparece flanqueado a la izquierda por el doctor Aleksander Freyd y a la derecha por su segundo al mando, su esposa, dos de sus hijos y el capitán Lepecki. No queda claro si su segundo al mando es Ompikiri o Napoleón, quienes estaban presentes en Cheni cuando este encuentro tuvo lugar. La mujer debe ser Santana, la primera esposa de Tasorentsi.

    Fuente: Freyd 1928: 653.

    El término asháninka tasorentsi —también tasorintsi, tahorentsi o tosorintsi26 no es un nombre personal, cuyo significado varía según el contexto. En su primera acepción, tasorentsi es el apelativo usado para designar a los espíritus buenos asháninkas conocidos como amatsenka (paisanos) u, opcionalmente, como maninkari (los ocultos).27 En este sentido, el término se refiere a una categoría de espíritus buenos o dioses reconocidos por su capacidad de crear algo mediante el acto de soplar o insuflar su aliento. De hecho, según Weiss, la expresión tasorentsi es la forma sustantiva de la raíz verbal —tasonk— (soplar).28 En la medida que estos seres son creadores gracias a su poderoso aliento, sugiero que el término tasorentsi, en su sentido colectivo o categórico, podría traducirse como los todopoderosos sopladores creadores del mundo. Sin embargo, considerando que entre los asháninka, según Weiss, no se da el caso de una creación a partir de la nada, sino solo la transformación de algo a partir de otra cosa,29 una traducción más precisa de tasorentsi en tanto noción categórica podría ser la de todopoderosos sopladores transformadores del mundo.

    En su segunda acepción, sin embargo, y escrito con T mayúscula, Tasorentsi es el nombre de un dios en particular, cuya identidad varía de acuerdo con los diferentes subgrupos que componen el conjunto asháninka. Algunos sostienen que Tasorentsi es el Sol, conocido como Katsirinkaiteri, el ardiente, en lenguaje cotidiano, y como Pabá, Nuestro Padre, en contextos rituales.30 Otros señalan que Tasorentsi fue uno de los humanos primordiales, cuñado de Manchakori, Luna, el dios creador original, a quien Luna dejó como su reemplazo en la Tierra cuando ascendió al cielo.31 Otros más sostienen que Tasorentsi es el padre de los dioses de la categoría tasorentsi, la cual incluiría, entre otros, tanto a Pabá (Sol) como a Manchakori (Luna).32 Y algunos incluso dicen que Tasorentsi es hijo de Pabá.33 Sea como fuere, el dios conocido como Tasorentsi es siempre representado como un poderoso transformador del mundo.

    En otros contextos, sin embargo, el término tasorentsi tiene connotaciones más terrenales. En algunos casos es usado simplemente como sinónimo de poderoso. Entre los matsiguenga, arahuacohablantes como los asháninka, con los que comparten muchas tradiciones culturales, se puede decir de una persona que es tasorentsi si sobresale en alguna actividad determinada, sobre todo cuando otros han fallado en la misma tarea.34 La expresión también puede aplicarse a personas poderosas —chamanes, jefes, hombres de dios— que sobresalen por sus capacidades personales o el poder de sus pensamientos. En dichos casos, el término tasorentsi recobra nuevamente sus connotaciones divinas, en la medida que es empleado para indicar que un individuo considerado poderoso ha llegado a poseer las cualidades creadoras/transformadoras que distinguen a los dioses tasorentsi; es decir, que tiene el potencial de convertirse en un transformador del mundo. Según Esteban Arias Urízar, cuando se usa en este sentido, la palabra parece tener una doble vida, funciona como un sustantivo adjetival, o como un término que describe un proceso paulatino de reconocimiento del status de ‘todopoderoso’.35 Este es el proceso por el cual, en palabras de France-Marie Renard-Casevitz, los "hombres —y mujeres— reformadores, grandes líderes, revolucionarios, todos ellos tasorentsi, terminan siendo deificados, reemplazando a los dioses desgastados".36

    Dadas las importantes connotaciones del término y el hecho de que no se trata de un nombre personal, no sorprende que el jefe asháninka mostrara desconfianza cuando Lepecki le preguntó si era Tasorentsi. ¿El extranjero le estaba preguntando si él era el antiguo dios creador? ¿Quería saber si tenía las facultades de los todopoderosos sopladores transformadores del mundo? ¿O simplemente le preguntaba si era un hombre poderoso? En general, tasorentsi no es una palabra que se emplea para aludir a uno mismo, sino más bien usada por otros para referirse a una tercera persona. Ningún asháninka diría "yo soy tasorentsi". Algo así sería considerado no solo pretencioso, sino una clara señal de la falsedad de la afirmación. Son los demás los que deben sugerir que una persona es Tasorentsi o que tiene las cualidades de los espíritus buenos tasorentsi. Del mismo modo, ningún asháninka diría "yo soy tasorentsi, en el sentido de poderoso", porque un hombre —o una mujer— de verdad poderoso no necesita proclamarlo a los cuatro vientos.

    La respuesta del jefe asháninka —yo soy hijo del Sol— que Lepecki consideró evasiva fue, creo yo, la mejor manera que encontró de eludir una situación complicada —aun cuando, al igual que con el término tasorentsi, un asháninka también evitaría afirmar ser hijo de Pabá, la divinidad solar—.37 El capitán Lepecki creía que los asháninka eran el único pueblo en el Perú que todavía mantenía el antiguo culto inkaico al dios Sol. Dios y Sol, señala, son sinónimos para ellos, que se consideran hijos del siempre ardiente Pahua o, en quechua, Tahuanty.38 Desde su punto de vista, entonces, cuando el pinkatsari asháninka afirmó yo soy hijo del Sol no estaba siendo literal, sino que subrayaba, por un lado, la ascendencia común que vinculaba a los asháninka con los antiguos inkas y, por otro, el hecho de que todos ellos son hijos de la divinidad solar Pabá.

    ¿Tenía razón Lepecki? ¿Es eso lo que el jefe-chamán asháninka quiso decir al declarar yo soy hijo del Sol? Obviamente, nunca lo sabremos con seguridad, pero podemos formular algunas conjeturas razonables. En asháninka, la expresión en español yo soy hijo del Sol se traduciría como itomi Pabá. Como hemos visto, Pabá es el dios Sol asháninka, hijo de Luna, según algunos, cuyo nombre puede traducirse como Nuestro Padre. De modo que itomi Pabá podría formularse como yo soy hijo de Nuestro Padre. Ahora bien, antes de convertirse al cristianismo, todos los asháninka se consideraban hijos —en el sentido de criaturas— de Pabá, el dios Sol. Esto es válido para muchos asháninkas incluso hoy en día. Esta noción está implícita en el nombre que usan para referirse a la divinidad solar: Nuestro Padre. De modo que la afirmación de ser itomi Pabá sería una redundancia innecesaria, a menos que el que habla deseara transmitir un significado más profundo y teológico.

    Weiss sostiene que los asháninka consideran que los espíritus buenos —amatsenka o maninkari— son itomi Pabá, hijos del dios Sol.39 Estos espíritus buenos, generalmente ocultos, se hacen a veces visibles tomando la forma de algunos animales o aves, tales como el gavilán tijereta, la espátula rosada, algunos colibríes o la nutria neotropical.40 Se dice que estas manifestaciones materiales de los espíritus buenos son también itomi Pabá. Más importante aún, Weiss señala que los asháninka "creen también que los espíritus buenos, cuando así lo desean, pueden materializarse en una forma humana visible, como un amatsenka, a fin de instruir y guiar a un grupo campa durante cierto tiempo".41 Estos espíritus con forma humana son igualmente considerados itomi Pabá, hijos del dios Sol, y suelen aparecer disfrazados como un forastero pobre y harapiento para anunciar el fin del mundo y ayudar a los asháninka a alcanzar la inmortalidad.42 Dado que los asháninka piensan que Pabá es uno de los dioses de la categoría tasorentsi, que por lo menos algunos consideran que es el propio dios Tasorentsi y que otros sostienen incluso que Tasorentsi es hijo del dios Sol, al responder la pregunta de Lepecki afirmando que él era itomi Pabá, el líder asháninka no se refería al hecho obvio que él, al igual que sus paisanos, eran criaturas del dios solar, ni proclamaba su afiliación con los antiguos incas, sino que estaba afirmando de una forma que no sonara pretenciosa, pero sin dejar lugar a dudas en las mentes de sus oyentes, que en efecto era tasorentsi, en el sentido de sobrenaturalmente poderoso. La cuestión de si este poder extraordinario derivaba de ser Tasorentsi con T mayúscula, un espíritu bueno amatsenka encarnado en ser humano, o uno de los emisarios del dios Tasorentsi, quedaba a juicio de sus seguidores. Cualquiera que fuese el caso, al afirmar ser hijo del Sol o itomi Pabá, el jefe asháninka dejaba saber a todos los que lo escuchaban que estaba dotado de los poderes extraordinarios de los dioses o espíritus buenos tasorentsi. En otras palabras, así como otros tasorentsi, él era un poderoso soplador transformador del

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