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Muerte en primavera
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Libro electrónico157 páginas2 horas

Muerte en primavera

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Una muchacha se enfrenta, desde muy niña, a terribles abusos sexuales y elige para resolver la situación una forma extrema, no exenta de justicia poética y, en cierto modo también, de justicia divina. Un hombre y una mujer reencuentran su pulso vital al hacer realidad, después de muchos años, una pasión juvenil no consumada. Estas dos líneas, que en el curso de la narración se despliegan en tres vertientes narrativas, configuran el universo temático de Muerte en primavera. Con una prosa ágil que ilumina con precisión un universo contradictorio y complejo, esta novela nos asoma por igual a la precariedad de las normas sociales y a los problemas inherentes a la condición humana para reafirmar, por encima de nuestra fragilidad, la intensidad vital de la existencia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2020
ISBN9781005172794
Muerte en primavera

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    Muerte en primavera - Lino Salsón González

    Primera edición: junio de 2020

    Copyright © 2020 Lino Salsón González

    Editado por Editorial Letra Minúscula

    www.letraminuscula.com

    contacto@letraminuscula.com

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Índice

    A MODO DE INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    CAPÍTULO XIII

    CAPÍTULO XIV

    CAPÍTULO XV

    CAPÍTULO XVI

    CAPÍTULO XVII

    CAPÍTULO XVIII

    CAPÍTULO XIX

    CAPÍTULO XX

    CAPÍTULO XXI

    CAPÍTULO XXII

    CAPÍTULO XXIII

    CAPÍTULO XXIV

    CAPÍTULO XXV

    A Luci, mi esposa, nervio conductor

    de mis afectos, inspiradora de este relato.

    A mis hijos, Elisabet y Carlos,

    platillos en mi balanza de precisión

    que me obligan a mantener el equilibrio.

    A mis nietos, Jesús, Carla, Luca y Rodrigo a quienes deseo que la vida les permita conservar la ingenuidad, generosidad

    y bonhomía que necesitarán para

    alcanzar sus objetivos en la vida.

    A mi amigo del alma, Leoncio García Jiménez, Maestro (Con mayúsculas), consejero

    y confidente a quien debo el ánimo

    y el empuje necesarios para que

    esta novela haya podido ver la luz.

    A MODO DE INTRODUCCIÓN

    Muerte en primavera es una obra escrita con pasión, con un lenguaje directo, que en algunas ocasiones parece fotografiar las escenas escabrosas que pueden, incluso, llegar a herir al lector. Historias de personas que se cruzan y se enlazan, pasiones inacabadas en un entramado que convierte esta narración en algo que al lector le puede resultar familiar en algunos aspectos.

    Muerte en primavera es algo más que una novela. Se trata de un relato comprometido, audaz, que entronca con aquellos autores clásicos de nuestra literatura, (valga como muestra, a don Ramón María del Valle Inclán, sobre la Galicia furtiva, de lágrimas contenidas y suspiros soterrados). De allí nos llega el eco silencioso, las penas amasadas con las lágrimas, el drama de una sociedad que va más allá del aldeanismo. Se trata más bien de una cultura consentida, donde el maltrato físico y psicológico, la pederastia o pedofilia, las violaciones y demás abusos sexuales han terminado por convertirse en elementos más o menos aceptables culturalmente para una sociedad machista y, en todos los casos, reprimida. Es un mundo en el que, de alguna manera, pocos son los que se libran de haberse visto acosados o en situaciones embarazosas cuando aún no se tenía edad para discernir entre lo que la sociedad valora como bueno y ético, por una parte, y sanciona, por otra, como inmoral y abominable. El problema radica en el sentido que el individuo tiene de la dignidad humana, del respeto a la persona, no sólo a la ajena, sino a uno mismo, porque no hay cosa tan degradante como quien empieza por no respetarse así mismo ultrajando a los demás, sobre todo cuando se trata de personas indefensas e inocentes niños y niñas. Ante esto, se impone la necesidad de inculcar desde la escuela el respeto a la persona como una tarea prioritaria de los educadores, en el momento en que los niños y las niñas, así como los adolescentes, comienzan a asomarse a la vida, no tanto para descubrirles los peligros como para evitarlos.

    Los abusos sexuales a los adolescentes, como vemos en Muerte en Primavera, les dejan marcados para toda la vida creándoles un complejo de culpabilidad que, en palabras del autor …tengo la sensación de estar manchada, sucia, como si fuera un trapo que únicamente sirve para limpiar el suelo, valga la metáfora, no les abandona. Y es que, generalmente, el acoso sexual, viene acompañado por la impotencia de defenderse del chantaje, la amenaza o el soborno, obligando a la víctima a vivir en el más trágico de los silencios que, en muchos casos, se convierte en una carga insoportable, difícil de sobrellevar, y en otros, conduce a la víctima a despreciar la sociedad en que vive cuando no, al suicidio. La sociedad debe ser más rigurosa, desde el punto de vista criminal, contra los abusos sexuales a niños y niñas, así como a adolescentes, de esa lacra social, teniendo en cuenta que buena parte de estos acosos sexuales surgen en el seno de la propia familia o en su entorno. Por otra parte, los niños y niñas que aún no tienen capacidad de discernir el mal que se les hace, por no ser conscientes de ello, sólo más tarde ven con horror las prácticas a las que han sido sometidos. Es entonces cuando comienza a torturarles un sentimiento despreciativo de sí mismos. ¿Cuántos adolescentes, cuántos niños y niñas, antes de asomarse a la vida, se han visto acosados por indeseables; gentes sin escrúpulos, que no miran el mal que hacen ante sus desenfrenadas apetencias?

    Seguimos asistiendo a algo que se sabe de antemano, pero que nadie denuncia por tratarse de pedófilos que representan la alta moralidad de la sociedad, manteniéndolos en secreto o encubriéndoles para evitar un escándalo por lo que representan socialmente. Los protectores de estas personas no pueden quedar libres de culpa, por lo que debe ser castigado juntamente con el culpable. El autor de este relato se adentra por los vericuetos del alma humana atormentada en un adolescente que tiene que hacer frente a un problema del que no sabe cómo salir, como sucede en buena parte de las personas que sufren acoso sexual.

    El maltrato o violencia de género, que afecta de una manera particular a las mujeres, tienen el peligro de convertirse en algo tradicional, es decir, es algo que se hereda, se mantiene, se consiente; en una palabra, pertenece a la cultura, al modo de entender la relación hombre-mujer. Nunca entenderemos bien la razón de cómo se ha llegado a esta situación sin echar una ojeada al concepto en que la civilización judeocristiana se inspiró para llegar a esta concepción machista de la mujer. De los judíos viene esa herencia, que asumieron cristianos y musulmanes, según el mito de la creación del hombre y la mujer, la cual fue creada para satisfacer el deseo del varón de procrear como lo hacían los animales, una especie de semental. Yahvéh accedió a esa petición, dejando muy claro para qué servía la mujer, y aún se radicalizó más con la civilización cristiana. Por otra parte, la Biblia quiso dejar muy claro que fue la mujer la que introdujo el pecado en el mundo; a ella se debe que todos los seres humanos nazcan con el pecado original. Y dicho esto:

    Pocas cosas hay tan graves en el mundo actual como el concepto que cada cultura tiene de la mujer, en las que, en muchas ocasiones, se la considera como seres inferiores al varón, y de este concepto surge el maltrato y la sumisión. El concepto de posesión que hereda el hombre respecto a la mujer le predispone a convertirlo inconscientemente en un soterrado maltratador, que no concibe la posible independencia, ni contempla la libertad de la mujer. No tolera la insumisión, no concibe que pueda en un momento determinado ejercer el derecho de emanciparse del marido. No existe la conciencia, no ya de pecado, que eso pertenece a otro ámbito, de que maltratar a una persona es un delito sancionado por las leyes, y eso porque así lo ha decidido la sociedad en la que vivimos, por lo que, quebrantar la ley, merece todo el desprecio del mundo. Tuvo que ser la Declaración Universal de los Derechos Humanos, frente al concepto religioso de la mujer, quien tuvo que deshacer esa idea injusta de que ésta está para tener hijos y, por lo tanto, el macho podía hacer lo que quisiera con sus cuerpos, porque no se las contemplaba como personas sino como objetos.

    Hoy, como ayer, sigue el drama de la mujer silenciosa, que no puede protestar porque no tiene claro qué es peor, denunciar o seguir soportando la humillación por ser mujer, que siente la amenaza permanente, el temor, la agresión del macho, lo que las convierte en seres humillados, obedientes, temerosos y dependientes. Por otra parte, esta sociedad dejó al hombre el deber de mantener a la familia y a la mujer, atender a los hijos, y esta situación fue la que la llevó al ostracismo, de modo que era imposible independizarse del hombre por convertirse en dependiente de esa economía. La mayor parte de las mujeres siguen hoy dependiendo de la economía del marido.

    Esta problemática, esta rebeldía, esta denuncia es lo que ha llevado al autor de esta narración a escribir este relato, no ya para reivindicar el derecho de la mujer, que hoy bien saben defenderlos por sí mismas, sino como acusación de quienes tratan de tapar tanto pedófilo suelto y consentido que andan por nuestro mundo esperando que alguien los saque de su impunidad.

    Muerte en Primavera hará reflexionar al lector, porque va a sentir algo que se ha propuesto el autor de esta novela, que el maltrato a las mujeres, la violencia de género, la pederastia y la pedofilia se vean y se sientan como algo repugnante, dignos de todo desprecio. Aquí juega un papel esencial la escuela y la familia, quienes deben promover los valores éticos y morales que lleven a los educandos a vivir en el respeto y la dignidad de la persona, porque este puede ser el mejor antídoto contra este mal que la sociedad no termina de erradicar. El autor ha conseguido meterse en la piel de una sociedad que está exigiendo y denunciando cada vez más que ya ha llegado la hora de que, a quien corresponda, saque del anonimato a tanto maltratador oculto para que nadie pierda la dignidad cuando todavía apenas ha estrenado la vida.

    Leoncio García Jiménez

    Finalista del Premio Planeta 1977

    CAPÍTULO I

    ¡Demasiada tensión! El viaje, y las circunstancias que me acompañaban, me habían dejado extenuado. Necesitaría realizar un gran esfuerzo mental para que mi cabeza pudiera volver a regir y coordinar como en momentos anteriores. El estrés había hecho impacto y la huella depositada en mi ánimo, era más que evidente. Siempre me había considerado capaz de sobreponerme a la adversidad y, en esta ocasión, con todo lo ocurrido y, lo que era más importante, con todo lo que había en juego, no iba a ser de otra manera.

    Empezaba a sentirme mejor. Tras unos días de descanso dedicando las horas a intentar liberarme de la presión que venía acumulando desde los tres últimos años, comencé a normalizar mi actividad. Era domingo y en la aldea se celebraba la fiesta del patrón. Hacía calor. La gente, formando corrillos bajo la sombra de las higueras, esperaba a que terminara la misa, fuera de la ermita, abarrotada por un buen número de veraneantes que aguardaba la despedida para entonar el himno al santo del pueblo, San Esteban. No me pasó desapercibida la figura de una bella mujer que, mientras me desplazaba por las inmediaciones de la pequeña plaza, observaba minuciosamente cada uno de mis movimientos. En un par de ocasiones pude comprobar cómo, al cruzarse nuestras miradas, ella desviaba, con disimulo, su cabeza mirando para otro lado y ocultando sus ojos tras unas grandes gafas de sol.

    Sabiéndome centro de atención por parte de los aldeanos que, cuchicheando entre ellos, no dejaban de observarme, me dirigí a la zona trasera de la capilla y, empujando una desvencijada puerta de hierro oxidado, entré en el cementerio. Son originales los cementerios de las aldeas gallegas. Sus tumbas se alinean en el suelo, sin lápidas ni cruces, simplemente marcadas sobre el terreno como pequeñas y sinuosas panzas de tierra amontonada. Un grupo de

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