Pinochos: marionetas o niños de verdad: Las desventuras del deseo
Por Esteban Levin
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Los niños "pinochos" se sublevan ante las certezas de los diagnósticos predeterminados. Se mueven, inquietos, apasionados, y nunca están en la misma posición. La condición infantil corporal los torna más vulnerables al otro y a lo otro; sin embargo, al jugar se protegen, piensan y, como es de mentira, crean otra escena. Se dan cuenta de que la fantasía puede ser real y, al mismo tiempo, lo real la limita hasta hacerla existir como escenario subjetivo. Damos lugar a lo imposible para que la escena propia de la niñez sea posible. En esta singular travesía, ¿seremos capaces de crear con ellos el espacio infantil, para que advenga la desventura del deseo?
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Pinochos - Esteban Levin
Pinochos: marionetas o niños de verdad
Las desventuras del deseo
Pinochos: marionetas o niños de verdad
Las desventuras del deseo
Esteban Levin
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo a la nueva edición, revisada y actualizada
Introducción
Capítulo 1
De cómo Maese Cereza encuentra un leño que habla. Ariel descubre el sutil valor de la demanda
¿Recibir a un niño, un leño o un diagnóstico?
La amplitud de la demanda
El comienzo de la gestualidad
Capítulo 2
Maese Cereza le regala el trozo de madera a Gepetto, quien quiere fabricar un muñeco ideal. Los papás de Martín, desahuciados y angustiados por el supuesto diagnóstico están apesadumbrados, desorientados. ¿Cómo recuperar el espejo donde reconocerse en su hijo?
Padres: Incertidumbre y perplejidad
Vigilar y castigar a los más pequeños
Capítulo 3
Gepetto fabrica el muñeco y lo llama Pinocho. Juan usa el cuerpo y encuentra el placer en el movimiento corporal. Ambos comienzan las travesuras
La mirada que no ve
El uso del cuerpo
Capítulo 4
El encuentro de Pinocho con el Grillo parlante. Y el de Julián con el otro cuerpo
El pensamiento en movimiento
Plasticidad e imaginación
Capítulo 5
Pinocho tiene mucha hambre y necesita comida. Rodrigo y Carlos quieren responder al ideal de la cultura y buscan con el cuerpo alguna respuesta
Los niños más fuertes y débiles del mundo
Infancia, cultura y poder
Capítulo 6
Pinocho discute con el Grillo parlante. Agustín no siente dolor y pelea contra el diagnóstico
El rostro nos mira
El movimiento del dolor
Cuando Cenicienta se encuentra con Pinocho
Capítulo 7
Gepetto, por amor, renuncia a la comida y se la dona a Pinocho. Mientras, Luis toma distancia de los miedos y puede jugarla otra escena
Donde duele el dolor corporal
Los miedos carcomen la experiencia
Capítulo 8
El estado de excepción de Pinocho y Pedro ¿Cuál es la escuela para ellos?
Incluidos como excluidos
Capítulo 9
Una música brillante atrae a Pinocho. Vende su libro para satisfacer la curiosidad y saber qué misterio hay allí. Alberto encuentra un espacio donde experimenta y recrea lo que le pasa
El goce imaginario en la infancia
Re-crear sin hablar
Capítulo 10
En el teatro de títeres reconocen a Pinocho y festejansu llegada, pero aparece el titiritero Comefuego, el ogro. Fernando no puede reconocerse en ningún lugar. Busca denodadamente cómo hacerlo
El espacio de la complicidad
Capítulo 11
Comefuego, conmovido, decide perdonar a Pinocho, quien a su vez dona su madera para salvar a un amigo. Fernando confirma la alianza y defiende su guarida
Del uso del objeto a la alianza del sujeto
El hábeas corpus de la infancia
Capítulo 12
El gran titiritero Comefuego le regala a Pinocho cinco monedas de oro, pero el Zorro y el Gato lo engañan para sacárselas. Estela, supuestamente, está integrada e incluida. La escuela especial, ¿tiene que desaparecer?
Lo original del origen
La exclusión de la inclusión
La des-integración de Estela
Capítulo 13
Pinocho, en la posada del Camarón Rojo sueña con los milagros. Claudio no quiere dejar de ser el único
El poder de Claudio frente al títere-ballena
La irrealidad de la escena
Capítulo 14
Los asesinos se apoderan de Pinocho, pero no pueden retenerlo. Víctor no sabe lo que tiene en el cuerpo, reacciona violentamente, nadie le habla de eso
Pinocho y Víctor en riesgo
Los muñecos también enferman
Capítulo 15
Los asesinos apresan a Pinocho y, para obtener las monedas, lo ahorcan. Pablo sobrevive al funesto diagnóstico
Cuando un diagnóstico inhabilita
El gesto inicial de Pablo
Los tiempos escénicos
Capítulo 16
La niña de cabellos azules usa su poder y recoge el cuerpo de Pinocho, pero… ¿estará muerto o vivo? Rodrigo, Joaquín y Cristian están en el protocolo diagnóstico: ¿son objetos o sujetos?
Vivir o morir en la infancia
¿Los padres diagnostican?
Capítulo 17
Pinocho no quiere tomar remedios y, sin ellos, va a morir. Después dice mentiras. Martín no está en condiciones de jugar, dialogar o mentir; ¿puede curarse?
Martín se mueve: los gestos demandan
De las cosas a los juguetes: el amor en juego
Representar, estereotipar, jugar
El destino de un niño no está prefijado
Capítulo 18
Pinocho encuentra al Gato y al Zorro y se decide: se va al Campo de los Milagros a sembrar las monedas. Leandro pone en escena la violencia y los temores que lo desestabilizan
Los niños y los adultos, ¿se clasifican igual?
Leandro y Pinocho juegan la otra escena
Capítulo 19
A Pinocho le roban el oro, quiere ser millonario. Sin embargo, va preso. Tobías, Marcos, María y Carlos están apresados en su cuerpo; ¿cómo liberarlos?
La experiencia fragmentada, ¿se unifica?
Las pistas para salir del encierro
Capítulo 20
Pinocho queda libre, va a la casa del hada, pero en el recorrido hay una horrorosa serpiente que se lo impide. Ezequiel, limitado en sus movimientos y para caminar, no encuentra el camino. El humor abre la posibilidad de un nuevo destino
El humor infantil y la representación
¿Qué Pinocho es Ezequiel?
El andador del deseo
La complicidad del humor
Capítulo 21
Un campesino atrapa a Pinocho con un cepo y lo obliga a ser un perro guardián. Clara, atrapada en un auto, no quiere ni puede salir. ¿Quién puede ayudarla?
Del llanto al gesto
El espacio dramático
Pasear: la demanda en acto
Los amigos juguetes
Capítulo 22
Al descubrir a los ladrones, Pinocho queda libre. Sol no puede separarse de su imagen, necesita encontrar otro espejo para reflejarse libremente
La imagen que devora
Los otros espejos
Capítulo 23
La muerte de la niña de cabellos azules conmueve a Pinocho. Una paloma lo lleva al mar y salta al agua para rescatar a Gepetto. Domingo Faustino no demanda nada, se mueve siempre de la misma manera. El goce carcome la experiencia. ¿Probamos renombrarlo sujeto?
El hijo del nombre
La postura estereotipada
La apertura de la gestualidad
Capítulo 24
Al llegar a una isla, Pinocho se encuentra solo, asustado y no sabe qué hacer. Triste, se dirige al pueblo de las Abejas Industriosas. Víctor, Laura, Christian y Marcela pueden relatar los miedos que exaltan sus sueños. Al hacerlo, otra historia sucede
Los monstruos en sueños: las pesadillas
Los miedos y la interdisciplina
Capítulo 25
Para ser un niño de verdad, Pinocho promete estudiar y obedecer. Mauricio no puede jugar, se defiende y aísla hasta que encuentra el gesto potencial de la demanda, donde la angustia sin nombre deviene escena
El cerebro de un niño no es una máquina
El llanto de Mauricio
El movimiento gestual: la espera
La plasticidad de la escena: la red
Capítulo 26
Pinocho va a la escuela. Primero es discriminado, luego endiosado, después sale corriendo para ver al gran tiburón. Vicente no termina de integrarse, lo sacan de la escuela y los tratamientos. ¿Adónde puede correr?
Herencia e inclusión
La interdisciplina, ¿es posible?
Capítulo 27
Los guardias arrestan a Pinocho luego de una gran pelea con sus compañeros. Alejandro también pelea, golpea las cosas sin respuesta. ¿Será un posible llamado?.
La respuesta de Alejandro
El toque sin eco
La apertura de la experiencia
Alejandro y Pinocho: ¿Homo Faber u Homo Sapiens?
Capítulo 28
A punto de ser devorado como un pescado, Pinocho pide clemencia. Los gestos de Sofía demandan ser mirados y escuchados sin el estigma que los define y clasifica
La historia infantil no se diagnostica
Capítulo 29
Después de varias peripecias, Pinocho vuelve a la casa del hada, que le promete transformarlo en un muchacho de verdad. Lorenzo des-cubre sus manchitas y puede jugar, preguntar y hablar de ellas
Las camisas del cuerpo
El duelo: la rebeldía de Lorenzo
Capítulo 30
A Pinocho le ofrecen ir al fantástico País de los Juguetes. Ambivalente, vacila. Juan Pablo no alcanza a comprender las convulsiones que padece. ¿Cómo hacer para soportarlas?
De la convulsión a la representación
El juego: un acto ético
Capítulo 31
Luego de cinco meses gozando en el fantástico País de los Juguetes, Pinocho se despierta con una desagradable sorpresa. Tomás sale del ritual y el pensamiento enlazado a la imaginación se juega en el escenario
Actuar e imaginar lo que no saben
El destino del azar
El ilimitado País de los Juguetes
Capítulo 32
Sorpresivamente, el cuerpo de Pinocho sufre una metamorfosis y se vuelve un burro de verdad. Graciela genera la musicalidad que cobra vida en la escena fundante
La musicalidad del silencio
El pentagrama ficcional: el calderón significante
Plasticidad en Pinocho y Graciela
Metamorfosis y memoria
Capítulo 33
El muñeco-marioneta convertido en borrico es vendido a un circo, pero en una función queda rengo y vuelven a venderlo, muy barato, para que hagan un tambor con su piel. La mano lastimada de Graciela, al dibujarse, acaricia el sentido que pintan los trazos
El toque musical
La intervención como bricolage
Capítulo 34
A Pinocho lo arrojan al mar, pero vuelve a ser un muñeco.Para salvarse, nada y es tragado por el gran tiburón. Graciela se rebela y pelea para integrarse a un grupo
La potencia de la integración
Identidad y diferencia
Capítulo 35
Dentro del tiburón, Pinocho encuentra a Gepetto. Ambos están atrapados. ¿Cuál será la salida? La paradoja del rey Salomón tal vez sea una respuesta al problema de Claudia
Del manual a la experiencia infantil
Interrogar el diagnóstico: del organismo al sujeto
Ética: experiencia de un objeto o de un sujeto
Capítulo 36
Finalmente, Pinocho logra salvar a su padre y el cuerpo de madera lo abandona, pero… ¿podrá convertirse en un niño de verdad? FEDERICO SE DESPIDE; ¿CUÁL SERÁ EL PRÓXIMO DESTINO?
El espejo de Pinocho
¿Dónde está el sujeto?
La despedida en escena
Epílogo
De cómo los Pinochos no coinciden con la madera
La herencia y el cuerpo: el destino secreto
Bibliografía
Colección Conjunciones
Corrección de estilo: Liliana Szwarcer
Diagramación: Ana Lía Dellacasa
Diseño de cubierta: Pablo Gastón Taborda
Ilustración de cubierta: es.123rf.com/profile_perysty
Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán el masculino para los plurales y para generalizar profesiones y ocupaciones, así como en todo otro caso que el texto lo requiera.
1ª edición, mayo de 2020
Se terminó de producir en el mes de mayo de 2020 en Prisma Gráfica Digital, Palestina 744, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Ediciones Novedades Educativas
© del Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico S.R.L.
Av. Corrientes 4345 (C1195AAC) Buenos Aires - Argentina
Tel.: (54 11) 5278-2200
E-mail: contacto@noveduc.com
www.noveduc.com
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-538-754-6
ESTEBAN LEVIN. Licenciado en psicología, psicomotricista, psicoanalista, profesor de educación física, profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras. Profesor Honorario del Instituto Universitario Gran Rosario. Autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales, y de los libros: La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje (Nueva Visión, 1991); La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor (Nueva Visión, 1995); La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia (Nueva Visión, 2000); La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica (Nueva Visión, 2010). La primera edición del libro Pinochos: ¿Marionetas o niños de verdad? fue presentada en Italia, Estados Unidos, Uruguay, Colombia y México. Todas las obras han sido traducidas y reeditadas al idioma portugués por la editorial Vozes. Ha reeditado con la editorial Noveduc el libro Discapacidad: clínica y educación. Los niños del otro espejo (2017) y ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo (2018) y editó Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor (2017) y Autismos y espectros al acecho. La experiencia infantil en peligro de extinción (2018).
Dedico este libro a mi muy querido hermano
Mariano quien, en el vaivén de su vida, nos dejó el
intenso vértigo que habita el deseo del porvenir.
Prólogo a la nueva edición, revisada y actualizada
¿Cómo es ser un niño de verdad?
Este es uno de los interrogantes fundamentales que se despliega en estas aventuras. Pinocho va en busca de su origen; lo apasiona saber; la intensidad lo lleva a saltar al vacío y tiene que partir constantemente. Para eso, quiebra una y otra vez la seguridad de la familiaridad: miente y corre sin parar, abandona a su padre Gepetto, se arroja a la aventura, desconoce el riesgo… El deseo se despega de la madera e, infiel, se dirige hacia el siguiente nacimiento.
¿Cuál es la sangre que lo habita?
Por amor, Pinocho escapa; como todos, tiene una deuda originaria que saldar. Al mismo tiempo, en cada desventura, se va dando cuenta de que se trata de una pretensión imposible. Los niños-pinochos necesitan olvidar para recordar; la infancia dramatiza la experiencia de construir el pasado y, al unísono, este los constituye. Cuando no pueden hacerlo, no logran separarse del cuerpo, del diagnóstico, de la dificultad y se alejan de crear gestos, recrear imágenes y de poder jugar con ellas plásticamente.
Muchos de los chicos que aparecen en estas aventuras soportan la tristeza de ser considerados la madera descarnada de un déficit, un trastorno o un pedazo de cuerpo. ¿Qué sentido tiene el desapego de un niño triste? ¿Cómo puede sostener y sustentar la sutileza de una promesa (ser el hijo deseado), cuando intempestivamente aparece la obscena astilla de un síndrome que cuestiona la genealogía?
Pinocho, como cualquier hijo/niño, es la promesa pero también la decepción, la incipiente posibilidad de tropiezo, de fracaso y luego de frustración, al no lograr cumplirla. Cada vez más se acorta el plazo; es un ideal que se actualiza en los gestos, las palabras y los pensamientos.
Ellos, nuestros niños-pinochos, representan el linaje de los diferentes, excepcionales, anormales; son los que incumplen la promesa, cuestionan el ideal y defraudan la potencia indecorosa del progreso social esperado. Incluidos pero excluidos, pertenecen a la excepción del sistema, a la coartada siempre en el borde, en la frontera entre la angustia catastrófica por fragmentar cualquier espejo y el riesgo latente, imponderable, de la propia e inefable muerte.
Sin embargo, ni Pinocho ni los niños son la madera, el cuerpo o lo deficitario. ¿Cuál es su secreto? ¿Son un cuerpo?... ¿Lo representan?… ¿Existen en él?… ¿Dónde empieza y finaliza lo corporal?... Lo carnal, ¿envuelve al sujeto, a la identidad, el dolor, el ser? Tocar el cuerpo, ¿es tenerlo, poseerlo, imaginarlo, pensarlo, dramatizarlo? ¿Se acaricia un órgano, una marioneta, un deficiente, un diagnóstico, un pronóstico…?
La madera, la organicidad, lo diagnosticado, no se acaricia; de hacerlo, remitiría cruelmente a la cosa en sí misma, a la presencia del aroma mortal del anonimato: el sujeto queda excluido de él.
La caricia impalpable no va a la búsqueda de la temperatura y el contacto; no sabe ni conoce aquello que persigue; si lo supiera, no iría. Este desconocimiento es esencial: se fuga sin proyecto previo hacia un territorio sin cartografía ni contenido. La caricia es lo intocable del toque; no se tiene, se dona en el encuentro por el otro cuyo hallazgo inexistente, previamente, se halla en cada aventura.
¿Cómo nombrar la cruel densidad del aislamiento que sufren los niños-pinochos? ¿Acaso la soledad desolada no prefigura la voluptuosidad mortal de lo diferente? ¿Se puede integrar e incluir a un niño como un ser-cuerpo excepcional?
La infancia parte del desconocimiento y el no saber. Pinocho no entiende lo que es el dolor; en la primera noche de vida no solo se quema los pies sin registrarlo, sino que tampoco sabe qué es llorar. Los chicos, con el tiempo, se van dando cuenta de que los adultos también lloran y que incluso sus papás, que parecen muy seguros de sí mismos, no pueden evitarlo. De a poco, toman conciencia de la vulnerabilidad, comienzan a percibir la humanidad gestual del acto de llorar, no debido a un golpe, una lastimadura o un accidente carnal, sino por el dolor de existir siempre en relación al Otro y al deseo que lo invoca y convoca por fuera de lo corporal. Solo en este sentido los recuerdos duelen, alegran e historizan.
Los niños-pinochos representan la vitalidad móvil, paradojal e inverosímil de la experiencia infantil. Atraviesan la niñez entre la realidad y lo irreal, la seguridad y la incertidumbre, el placer y el dolor. En este contexto juegan; al hacerlo, inventan lo disparatado, el absurdo, el humor, la comicidad, la ironía, la mentira y la incongruencia propios de la creencia y la desventura, en donde despliegan y habitan lo sensible, sus afectos más intensos, rebeldes, arcaicos y originarios.
Cuando por cualquier motivo (miedos, síntomas, hechos traumáticos, pandemias que implican cuarentenas...), los pequeños no pueden poner en escena el cuerpo, el movimiento, lo corporal dramatiza la angustia y el encierro del sufrimiento. La experiencia se empobrece, opacándose hasta desligarse de la chispa infantil; la plasticidad estalla en sentido inverso, desliga y escinde peligrosamente la propia sensibilidad hasta perder la curiosidad. Frente a esto, buscamos relacionarnos con los chicos, recuperar lo infantil de la experiencia a través del acontecimiento que implica jugar, esencial para la puesta en juego de la plasticidad simbólica y la constitución de la subjetividad.
Los niños y Pinocho, frente al desamparo, encuentran una posible salida, no sin riesgo ni temor. Cuando pueden, intrépidos, se lanzan al campo de la ficción. Los chicos que aparecen en este libro sufren y no pueden jugar; para poder hacerlo, compartimos con ellos (como lo hacemos a través de las aventuras) la opacidad de la experiencia que producen, para poder, desde allí, establecer una relación, un entredós
que nos permita descubrir el horizonte de la plasticidad lúdica. Entonces lo disparatado cobra vida a la par de la narración de Collodi, el autor de Pinocho. Hablamos con las cosas; los juguetes invitan a jugar; emerge la fantasía, el ritmo del lenguaje donde la materialidad, la imaginación y el símbolo transgreden y generan la potencia afectiva en un territorio temporal y espacial en el que pueden constituir y hacer uso de la imagen corporal. (1)
Como en todas las historias, en el encuentro con estos chicos es preciso atravesar desafíos: Pinocho es fiel reflejo de ellos.
Con los niños es necesario encontrar y consolidar puertas relacionales, detalles, variaciones que abran y provoquen acontecimientos, quiebres en el tiempo que rompan con el encierro defensivo de ellos y marquen un antes y un después de la realización.
En las narraciones se recurre a el hada azul, a varitas y polvos mágicos, a hechizos, a lámparas maravillosas, a encantamientos más o menos diabólicos; en nuestra práctica profesional apelamos a la ficción para salir del círculo reproductivo del sufrimiento, para romper la incredulidad y constituir la creencia, para apostar sin tapujos a lo impensado de un pensamiento por venir.
De esta manera re-creamos junto al niño la complicidad e intensidad de una nueva desventura, donde no todo está dicho ni prefigurado de antemano. A partir de ella descubrimos la natalidad de una nueva experiencia –imprevisible, originaria– tanto de la plasticidad neuronal como de la simbólica, donde nuestros niños-pinochos toman el cuerpo, la palabra y la imaginación escénica para ser y pensar como otros que les permiten ser ellos, no como una madera ni como un órgano, sino sujetos deseantes en la ficción del tiempo venidero.
E.L. Junio de 2020
1- Recuerdo en este instante, mientras escribo el Prólogo, uno de los ritmos infantiles de la primera infancia: En la casa de Pinocho, todos cuentan hasta ocho, pin uno, pin dos, pin tres, pin cuatro, pin cinco, pin seis, pin siete, pin ocho
. Un juego corporal, rítmico y sensual, que nos permitía, sin darnos cuenta, apropiarnos del lenguaje y poner en escena la imagen del cuerpo a través del juego.
Introducción
Los círculos perfectos de los dibujantes y los geómetras no interesan al niño. Los círculos imperfectos del niño no interesan al adulto. Los llama garabatos, no ve lo principal, el impulso, el gesto, el recorrido, el descubrimiento, la reproducción exaltante del acontecimiento circular en el que una mano débil, inexperta, se afianza.
Henri Michaux
En este escrito, procuraremos conservar la originalidad rebelde y creativa del texto que tomamos como base. Por esa razón, nuestro análisis saldrá de los cánones semiológicos y normativos del análisis textual y evitará, por sobre todas las cosas, convertirse en un estudio comparativo y metodológico. Precisamente, es el saber sensible de estas aventuras lo que queremos destacar como experiencia infantil que nos permita pensar los enigmas actuales de la infancia. En la medida de lo posible, buscaremos las líneas de fuga, de ruptura, en las que el texto nos convoque a pensar lo impensado.
La lectura de Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, produjo en mí la intensidad y la fuerza de una experiencia que es la que deseo transmitir en lo que sigue. En cada capítulo del texto original encontré otra historia que se multiplica en interrogantes, ideas y reflexiones que comparto con ustedes.
¿Cuáles son los misteriosos secretos de este cuento devenido leyenda? ¿Por qué cautiva a los niños? Pinocho, ¿puede ayudar a comprender la actual experiencia infantil? Los diagnósticos, pronósticos, síntomas y malestares de la niñez, ¿pueden ser repensados al leer la historia del títere-muñeco-marioneta?
Desde que vino al mundo, Pinocho nunca coincidió con el cuerpo de madera, por eso en sus desventuras siempre nos remite a otras escenas en las que se juegan fantasías, travesuras, miedos, verdades y dolores. Estos escenarios se realizan en la experiencia infantil que debe atravesar y vivir durante la infancia. Cuando no puede hacerlo, en nuestra práctica con los niños, a través del cuerpo, las palabras, los gestos, damos lugar a que otra escena se constituya, nos rebelamos a la fijeza y la inmovilidad sufriente, sin artificios y ficciones.
Al leer y dialogar con Pinocho, él nos ubica en una espiral donde somos otro con cada una de las situaciones a las que nos convoca. Cuando intentamos relacionarnos con un niño, cambiamos de voz, de actitud corporal y nos transformamos en títeres, garabatos, palabras; le abrimos un espacio para que pueda separarse del cuerpo-carnal del malestar y construir otra aventura, a veces como personaje y otras como parte del cuento, del dibujo devenido gesto. El encuentro con él conforma una espacialidad cómplice, íntima e indeterminada. Estas instancias permiten estructurar un sujeto y enlazar lo corporal en un mundo que, como el de Pinocho, se presenta por primera y única vez.
La vida de Pinocho potencia la experiencia del pensamiento. Atraviesa lugares: el artesanal taller de carpintería, la modesta casa de Gepetto, la euforia del teatro de títeres, la voraz furia del ogro Comefuegos, el inhóspito y peligroso bosque, la persecución y la muerte bajo la rama del gran árbol. Las peripecias lo llevan al territorio intrigante del Hada, al majestuoso campo de los milagros y al increíble País de los Juguetes, pero no puede descansar; se enfrenta a la oscura cueva de Pescador Verde, cae en el tenebroso cuerpo del gran tiburón y nada en el desolador océano.
El cuerpo de Pinocho delata lo que no quiere decir; le crece la nariz, tiembla la madera, se le cierra la boca, se queman las piernas, muere y revive. Goza, sufre, se arriesga, transgrede, aprende, actúa, representa. Entonces descubre, asombrado, que su cuerpo, más allá de él, habla. No lo puede dominar y necesita del otro (Gepetto, Hada, Grillo, amigos, ogros). Solo puede separarse de lo corporal si se refleja en los espejos que le devuelven la imagen de un sujeto, sin la cual sería únicamente un pedazo de leño y coincidiría con él. Los pequeños nos transmiten ese saber: para apropiarse del cuerpo, es preciso separarse de él, dividirse y mirarse en el deseo del otro.
Pinocho es una marioneta, pero no tiene hilos que sustenten sus movimientos. Es un títere, pero no tiene guante que le dé movilidad, ritmo, vida. Es un muñeco, pero nadie le presta la voz, los gestos, la musicalidad. Es un niño que difiere del resto: proviene de un árbol y su cuerpo es duro, de madera. En este sentido, la ambigüedad, la vulnerabilidad y la metamorfosis nominan las aventuras.
Los niños –pinochos– se rebelan y sublevan a las certezas del desarrollo y a los diagnósticos predeterminados. Se mueven; inquietos, apasionados, nunca están en la misma posición. La condición infantil corporal los torna más vulnerables al otro y a lo otro; sin embargo, al jugar se protegen, piensan y, como es de mentira, crean otra escena. Se dan cuenta de que la fantasía puede ser real y, al mismo tiempo, lo real la limita hasta hacerla existir como escenario subjetivo. Damos lugar a lo imposible para que la escena propia de la niñez sea posible. En esta singular travesía, ¿seremos capaces de crear con ellos el espacio infantil, para que advenga la desventura del deseo?
Nos preocupa Juan, que no siente el dolor. Sin él, ¿cuál es el límite del cuerpo? ¿Podemos orientar a los papás de Ariel y Martín, desahuciados por el supuesto pronóstico de sus hijos? Claudia, Ana, Fernando y Pedro difieren del resto: están integrados pero excluidos. ¿Existe un lugar para ellos? Pablo, Tomás y Valentina sufren. Intranquilos, se mueven. ¿Pueden sobrevivir al funesto diagnóstico? ¿Son objetos o sujetos? Clara, Tobías y Marcos están atrapados en su cuerpo; ¿cómo liberarlos? Sol no puede separarse de una imagen… ¿le ofrecemos otro espejo en el que reflejarse? Luis, tenso, inestable, no puede parar de correr; ¿adónde se dirige? Alejandro sufre, golpea todas las cosas que encuentra. ¿Podremos relacionarnos con él? Los gestos de Sofía demandan ser mirados sin estigmas que la definan y clasifiquen; ¿es posible hacerlo? ¿Qué esconden y requieren las manchitas de Agustín? Juan Pablo no alcanza a comprender las convulsiones que constantemente padece… ¿cómo puede soportarlas? ¿A quién nombra Domingo Faustino: ¿a un síndrome, un déficit? Graciela no habla, hace ruido; el sonido monótono ensordece, rebota, repite siempre el mismo intervalo sin eco. ¿Se podrá transformar en musicalidad? Federico y Pinocho se despiden… ¿será el próximo destino ser un niño de verdad?
Capítulo 1
De cómo Maese Cereza encuentra un leño que habla
Ariel descubre el sutil valor de la demanda
Las aventuras de Pinocho comienzan así: Había una vez... ‘¡Un rey!’, dirán enseguida mis pequeños lectores. No, muchachos, se han equivocado. Había una vez un pedazo de madera
. (1) Estas frases enuncian, en un primer momento, un supuesto ideal: había una vez un rey
. Seguidamente, suspende nuestro saber expectante y lo defrauda, niega y confronta con una realidad no esperada. Lo verosímil se va a construir a partir de había una vez un pedazo de madera
(lo inverosímil). He allí el comienzo, el anticipo, no solo del cuento en tanto singularidad, sino (y fundamentalmente) como originalidad.
Para los padres, el nacimiento de un hijo remite al propio ideal a partir del cual se proyecta y anticipa en él. El nacimiento de Pinocho no es el del rey ideal, sino el del pedazo de madera, uno como esos que se utilizan en invierno para encender el fuego y calentar el ambiente. Produce asombro y perplejidad lo que no es, la lectura inesperada del rey que es puro supuesto o, quizá, como muchas veces ocurre en la infancia, está presente en la ausencia y se transforma a su vez en un ideal mayor. La clínica de la primera infancia nos contrapone diariamente con ese hijo-ideal-rey que no nació y se confronta con el hijo-real, el de madera
, el que nunca logra alcanzar a su doble, aquel rey que no había una vez
pero que, por eso mismo, está.
Cuando trabajamos con niños que tienen problemas en el desarrollo y la estructuración psíquica, muchas veces nos inquieta el efecto dramático del niño-rey que se desea alcanzar en el imaginario parental y social. Este doble ideal, inaccesible e imposible de representar, adquiere el estatuto de un competidor frente al cual está en una posición de inferioridad y en calidad de perdedor. En esta zona, el trabajo con los padres se transforma en uno de los ejes centrales del tratamiento con el niño, ya que se trata de ubicar al rey
en otro lugar, para que pase a ser su hijo, pese a la problemática que, por distintas razones, porte.
La historia de Pinocho y su padre, Gepetto, está marcada por el doble (2), aquel que no es, pero quiere ser: un niño de verdad, hecho de carne y hueso, que se transforma desde el inicio en el rey que no había una vez. Probablemente los padres depositen sobre las espaldas de sus hijos un pequeño-gran rey ideal inexistente, con el cual el niño debe convivir diariamente; él lo percibe y siente, lo ama y odia, pero nunca lo representa del todo. Es un rey invisible, clandestino, ya que existe donde no había una vez y hasta allí nunca se puede llegar.
El viejo carpintero llamado Maese Cereza (a causa de la punta de su nariz que siempre estaba brillante y violácea, como una cereza madura
) iba a cortar en trozos un pedazo de madera cuando oyó una vocecita suave, proveniente del leño, que decía: ¡No me golpees tan fuerte!
. Esas fueron las primeras palabras de Pinocho, que todavía no era más que un simple pedazo de madera destinado a ser la pata de una mesita, que nunca fue. Esta misteriosa vocecita, que lloraba y reía como un niño que aún no lo era, causó perplejidad y miedo en Maese Cereza, quien se detuvo aterrorizado, sin saber qué hacer. ¿Estaré imaginando?
–pensó. ¿Cómo es posible que hable algo que no puede hablar?
.
El poder de la vocecita suave y vigorosa de los niños se mezcla con el imaginario del otro, del que lo recibe, cuida y escucha como si fuera su propia voz. La voz del bebé solo puede escucharse a través de la propia. La escucha aquel que está dispuesto a dar sentido al ruido de una llamada, a realizar del grito una palabra, de un movimiento, un gesto.
El pequeño penetra en el imaginario del Otro a través de una presencia que causa asombro; de miradas imaginarias, de voces escuchadas, de gestos realizados, del deseo contenido en cada reflejo que funciona como demanda de amor. Pinocho, que todavía no es, llora y se ríe como un bebé que recibe la respuesta del Otro, lo refleja en la humanidad de una imagen que se mueve y habla.
Nos alarma cuando esta transformación mutua no se produce; cuando los espejos, las voces y los gestos no se entrelazan y bifurcan, como si Maese Cereza (o, posteriormente, Gepetto) no registrase el llamado del pedazo de madera, no lo viera ni lo imaginara y ni siquiera se dejara impactar por esa vocecita débil y suave. Sin sorpresa por lo inesperado del encuentro, la madera seguiría siendo madera o, a lo sumo, la pata de una mesa. Siguiendo la imagen, en el caso del bebé, su cuerpo sería un organismo, a lo sumo un cuerpo con patologías o un diagnóstico, cuyo destino y pronóstico se escriben en un manual.
Un leño habla; es extraño, se lo puede escuchar, mirar, sondear lo que dice, tratar de comprender qué le pasa, por qué quiere hablar, qué comunica con una vocecita apenas audible, o se lo puede considerar un problema, una voz que trastorna e interrumpe el normal desenvolvimiento cotidiano.
¿Recibir a un niño, un leño o un diagnóstico?
A la mamá de Ariel, de dos años, le informan drásticamente: Su hijo es un TGD (Transtorno General del Desarrollo) no especificado; aunque a veces sonríe y parece estar alegre por las conductas, es un TGD
. La vocecita, la gestualidad, la expresión y la alegría se aplastan, se pierden y aparece la dureza de la madera. El leño, que no cumple su función, al hablar y quejarse del dolor no sirve para