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Miss Taqui
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Libro electrónico66 páginas47 minutos

Miss Taqui

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The town of Ovlop has the highest concentration of vacuums per habitant, which isn't surprising, because of all the dust that gets collected from the factory. Miss Taqui takes a trip to space in search of the cure for dust allergies. Upon her return, she proves that she has become immune and shares her findings with the town, forever changing their lives.

El pueblo de Ovlop es el lugar del mundo con mayor cantidad de aspiradoras por habitante, y no es de sorprenderse, pues con el polvo que colectan de la fÁbrica, emprende un viaje al espacio, despuÉs de heredar la recicladora, en busca de una cura para su alergia al polvo. A su regreso comprobarÁ que era inmune a Él y que con sus hallazgos cambiarÁ para siempre la tranquila vida de los ovlopianos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 mar 2017
ISBN9786078237449
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    Miss Taqui - Catalina González

    Jose

    1. El edificio sobre la colina

    Probablemente nunca hayas oído hablar de Ovlop, y mucho menos hayas estado allí. Después de todo es una ciudad pequeña, de esas cuyas calles ordenadas y sencillos monumentos no ofrecen demasiados atractivos. Sin embargo, hubo un tiempo, hace ya algunos años, en los que Ovlop fue un lugar más interesante de lo que hoy podría parecer.

    Si buscas en la biblioteca de la ciudad números atrasados del Libro de los Records Guinness, comprobarás que durante casi dos décadas, y para orgullo de sus habitantes, Ovlop apareció citada puntualmente en cada nueva edición. El record era siempre el mismo, ser la ciudad con más aspiradoras por habitante del mundo. El último año en el que Ovlop apareció en el Libro Guinness, precisamente el año en el que comienza nuestra historia, la media era exactamente de una aspiradora y pico por ciudadano. El pico se debía a que además de la aspiradora personal que todo ovlopiano poseía, cada hogar contaba, como mínimo, con una robusta aspiradora familiar.

    Esta extraordinaria proliferación de aspiradoras se encontraba estrechamente relacionada con un gran edificio situado a las afueras de la ciudad. Ya que nuestra historia comienza exactamente allí, me parece necesario advertir que no se trata de unas afueras tal y como solemos imaginarlas, una zona industrial con anchas y ruidosas carreteras, destartaladas vallas publicitarias y viejos contenedores de basura. Nada de eso. El edificio se levanta en un tranquilo margen de la ciudad, sobre una colina con su correspondiente parcela de césped bien cortado, abundantes papeleras con el dorado emblema del Ayuntamiento en su frente y varias farolas debidamente situadas para que al atardecer ni un rincón quede fuera de su cálida y protectora luz.

    No encontrarán allí, sin embargo, por más que busquen, pista alguna sobre la actividad que se lleva a cabo en el interior del edificio, ni siquiera un sencillo cartel sobre su fachada de ladrillo rojo. Esto, en opinión de los ovlopianos, hubiese resultado del todo innecesario. Al fin y al cabo no hay nadie en la ciudad que no sepa perfectamente que aquella es la fábrica y el hogar de los Malacara, y que lo que se hace en su interior es reciclar el polvo.

    A primera hora del día, si miran con atención hacia lo alto de su fachada principal, podrán ver tras el gran rosetón de vidrio la silueta de una niña. Se trata de Eustaquia Malacara, nieta de Eleuterio Malacara, fundador de la fábrica e inventor de su prodigioso sistema de reciclaje. Según dicen, en sus diez años de vida la señorita Malacara jamás, jamás, jamás, ha salido del ala izquierda del edificio, ni siquiera para cruzar la puerta que comunica su hogar con la fábrica, que ocupa la totalidad del ala derecha. Fue el propio Eleuterio Malacara quien ordenó que así fuese, pues no quería que se repitiese lo sucedido con su propia hija, quien después de dar a luz había muerto inesperadamente debido a una extraña, repentina y fatal alergia al polvo. Fue por ese motivo por el que Eleuterio ordenó sellar una a una las grandes ventanas del ala izquierda y dispuso un sistema de potentes extractores que recogían automáticamente hasta las más minúsculas partículas de polvo de aquella zona del edificio, llevándolas por las correspondientes canalizaciones directamente hasta el depósito familiar, y devolviendo únicamente un aire limpio e impoluto.

    Es pues por este temor a morir repentina y fatalmente que Eustaquia Malacara no ha salido jamás de su casa ni ha tenido oportunidad de conocer a demasiada gente. Exactamente ha tratado con tres personas en su corta vida. La primera fue su abuelo, demasiado ocupado en su laboratorio como para prestarle la debida atención. La segunda, una vieja nodriza que le cuidó durante su primera infancia. Y la tercera, el Operario Jefe de la Sala de Máquinas, que ocupa ese puesto desde que la fábrica abrió y con el que cada día, haga sol o granice, Miss Malacara juega al parchís o

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