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Tiroteo en Miami: Cinco minutos que cambiaron el FBI
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Tiroteo en Miami: Cinco minutos que cambiaron el FBI
Libro electrónico308 páginas4 horas

Tiroteo en Miami: Cinco minutos que cambiaron el FBI

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Información de este libro electrónico

Mucho se ha escrito sobre el "tiroteo en Miami" que tuvo lugar el 11 de abril de 1986: dos sanguinarios atracadores de bancos, ocho agentes del FBI y ciento cincuenta disparos.
A pesar de la proporción de cuatro a uno, los agentes se vieron abrumados por los asaltantes. En apenas cinco minutos murieron los dos atracadores y dos agentes del FBI; otros cinco resultaron heridos, tres de ellos en estado crítico. Un suceso que transformaría para siempre el FBI y la formación de los cuerpos policiales, las tácticas a emplear y el armamento.
IdiomaEspañol
EditorialMelusina
Fecha de lanzamiento15 jun 2020
ISBN9788415373933
Tiroteo en Miami: Cinco minutos que cambiaron el FBI

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    Vista previa del libro

    Tiroteo en Miami - Edmundo Mireles

    © Edmundo Mireles,

    2019

    Published in agreement with the author, c/o Mireles Consulting

    llc

    ,

    Stafford,

    va

    ,

    u.s.a

    .

    © Editorial Melusina,

    s.l.

    www.melusina.com

    Traducción del inglés: Iñaki Domínguez

    Revisión: Carlos Gual Marqués

    Editorial Melusina desea agradecer el asesoramiento prestado por el Instituto Táctico de Estudios Policiales (

    itepol

    ), cuya misión consiste en poner a disposición de las fuerzas y cuerpos de seguridad las mejores fuentes de conocimiento.

    Diseño de cubierta: Silvio García Aguirre

    Las fotografías que se incluyen en este volumen pertenecen a los archivos del

    fbi

    y al Departamento de Policía del Condado de Dade, y son de dominio público. Los dibujos fueron realizados por un artista gráfico por encargo del autor.

    Primera edición: noviembre de

    2019

    Primera edición digital: junio de

    2020

    Reservados todos los derechos de esta edición

    e

    isbn: 978-84-15373-93-3

    CONTENIDO

    Agradecimientos

    Nota del autor

    Prólogo

    Introducción

    1

    . Un chico de pueblo se las apaña

    2

    .

    fbi

    : la delegación en Washington

    3

    . Un reguero de atracos y asesinatos en Miami

    4

    . Un golpe de suerte en el caso

    5

    .

    11

    de abril de

    1986

    : Los dominós comienzan a caer

    6

    . Elizabeth: La otra Mireles

    7

    . «¡Atención a todas las unidades!»

    8

    . Detención de un vehículo por delito grave. ¡Hay disparos!

    9

    . Un tiroteo en Miami

    10

    . Decidido a finalizar el tiroteo

    11

    . Transformación

    12

    . Cuando las pistolas quedaron mudas

    13

    . «Esto no nos está pasando a nosotros»

    14

    . Recuperación

    15

    . Reconocimientos y recuerdos especiales

    16

    . Cinco minutos que cambiaron el

    fbi

    para siempre

    17

    . La actitud psicológica y sus efectos

    18

    . En la televisión

    19

    . Un propósito superior

    Epílogo

    Apéndice Lista de participantes en la vigilancia, arresto y tiroteo

    Biografías de los miembros del equipo de arresto

    Sobre el autor

    Segunda parte

    Pliego de fotos

    Bienaventurados los pacificadores,

    porque ellos serán llamados hijos de Dios.

    Mateo 5:9

    En memoria de Ben Grogan, Jerry Dove, Gordon McNeill y Ron Risner.

    En memoria de mi amigo Ewell Hunt, sheriff del condado de Franklin. No tuvimos suficiente tiempo.

    Este libro también está dedicado a los agentes y personal del

    fbi

    de la brigada

    c-1

    de Miami, especialmente a John Hanlon, Richard Manauzzi y Gilbert Orrantia.

    Agradecimientos

    Los autores a menudo se apoyan en un equipo entre bambalinas que les ayuda a materializar sus trabajos, y yo no soy una excepción. Me gustaría dar las gracias a las siguientes personas por su perspicacia, consejos y apoyo a la hora de realizar este proyecto.

    Mi querida esposa, Liz, por estar siempre a mi lado y por ser la mejor lectora que un escritor pueda imaginar.

    Mi editora, Robin Widmar, por sus habilidades y consejos a la hora de transformar un borrador irregular en el libro que hace mucho que quería escribir.

    A Tom Milne, de Fotografía Milne, en Fresno, California.

    Nuestra más profunda apreciación y gratitud a nuestra prima Elizabeth Ann McGhee, que nos brindó su apoyo profesional para maquetar y publicar este proyecto.

    Nota del autor

    La información presentada en este libro procede de recuerdos personales relativos a los hechos acaecidos, junto con los informes oficiales del

    fbi

    y de la policía del condado de Dade, del sargento de homicidios del condado de Dade David Rivers, de fotos tomadas en la escena del crimen y de grabaciones de audio de las transmisiones de radio realizadas el

    11

    de abril de

    1986

    . La información añadida proviene de los cinco agentes del

    fbi

    que sobrevivieron, comentada durante las sesiones posteriores al tiroteo, junto con artículos publicados en el Miami Herald. Otra información adicional proviene del Análisis forense del

    11

    de abril de

    1986

    , del tiroteo del

    fbi

    , escrito por W. French Anderson, M.D.

    He hecho todo lo posible para representar los hechos acontecidos con la mayor fidelidad. Las opiniones e impresiones expresadas en el presente libro pertenecen al autor y no representan las opiniones e impresiones del

    fbi

    . Cualquier error u omisión es mío, y solo mío.

    Prólogo

    martes, 11 de abril de 2017

    Hace treintaiún años, en esta misma fecha, me encontraba en una calle secundaria cerca de una autopista en la periferia de Miami contemplando una de las escenas más sangrientas que jamás haya visto. Era reportero de un canal local de la

    nbc

    y acababa de llegar a la escena de un terrible tiroteo entre agentes del

    fbi

    y unos sanguinarios atracadores de bancos.

    La calle había sido acordonada al tratarse de la escena de un crimen. Pero a la vuelta de la esquina, en la autopista, había un pequeño centro comercial con un párking en la azotea. Ahí es donde aparcamos nuestra furgoneta y colocamos nuestra cámara. Desde la parte trasera del párking uno podía contemplar más abajo la escena del crimen. Ahí, en medio de la calle, había seis vehículos. Tenían más agujeros de bala que los de los automóviles en una zona de guerra en Iraq.

    Recostados en uno de dichos vehículos estaban los atracadores; ambos muertos. Eran antiguos militares adiestrados para causar bajas de guerra. En este caso, las bajas eran ellos. Detrás del mismo vehículo acribillado a balazos estaban los cuerpos de dos agentes del

    fbi

    , Ben Grogan y Jerry Dove. Ambos habían sido asesinados con armas de gran potencia empleadas por los ladrones.

    Uno podía ver signos evidentes por todos lados, recordatorios gráficos de lo que debió de ser una horrenda batalla de cinco minutos. Un chaleco antibalas blanco manchado de sangre reposaba en el suelo; un revólver de seis disparos cubierto de sangre y trozos de hueso pertenecientes a una herida recibida por uno de los agentes que no pudo acabar de recargar el arma. Una cazadora roja —de nuevo cubierta de sangre— se encontraba cerca de una escopeta.

    No tenía ni idea de a quién pertenecía el arma. A la postre, descubriría que era propiedad del hombre que neutralizó a los malos con su único esfuerzo, mientras la mayor parte de sus compañeros permanecían tendidos en el suelo a causa de sus heridas o por carecer de munición.

    No le gustaría la etiqueta que le acabaron colgando. Sin embargo, no podría impedir o denegar a otros la necesidad de llamarle por su nombre: un Héroe, con mayúscula.

    La escopeta pertenecía al agente del

    fbi

    Ed Mireles, «Eddie» o «Mundo» para los amigos. Un descomunal gigante de origen mexicano que podría quizás machacarte con un abrazo, pero que, sin embargo, normalmente solo te partía en dos con el ingenio más agudo y rápido que jamás se haya visto.

    Llegué a la escena del crimen una vez finalizado el tiroteo, pero seguí informando sobre este caso durante más de un año. No obstante, extraje las mismas conclusiones que el resto. Eddie Mireles es uno de los hombres más valientes con el que uno pueda toparse. También me odiará por hacer uso de un tópico recurrente, pero al que habré de recurrir de nuevo: Eddie fue, y es, el héroe de aquel día.

    Es él quien mejor puede describir en este libro lo que ocurrió, en sus propias palabras. Este es un deslumbrante recordatorio de lo que alguien es capaz de hacer sobreponiéndose a tremendas dificultades mientras mira de frente a la muerte. Eddie tratará de minimizar su papel, pero yo nunca he conocido a nadie que no hable de él en términos elogiosos, en especial entre los agentes que estuvieron presentes ese día y que sobrevivieron a sus respectivas heridas.

    Trate de imaginar el lector lo que ocurrió el

    11

    de abril de

    1986

    . Imagine que es un agente del

    fbi

    que, junto a tus compañeros, acaba de dar con dos atracadores de bancos. Les están siguiendo mientras conducen su vehículo en una concurrida carretera. Ambos hombres son responsables de una serie de atracos, de dos asesinatos (posiblemente más) y del intento de homicidio de un tercero.

    Usted y otros siete agentes de su brigada son capaces de arrinconarlos en un lado de la calle, y logran que su vehículo se estampe contra una pared, bloqueando su huida. En lugar de entregarse, los sospechosos se ponen a disparar una Ruger Mini-

    14

    y otras armas de gran potencia en un fuego supresor que acaba con la vida de dos miembros de su equipo y hiere a otros cuatro. Los refuerzos están todavía muy lejos. Usted y sus compañeros están gravemente heridos. Usted y los demás agentes han herido a los atracadores de gravedad, pero todavía están tratando de escapar en un vehículo que apenas funciona. Si los ladrones son capaces de arrancarlo, arrollarán a sus compañeros, ya seriamente heridos.

    Usted mismo ha recibido un disparo. Su brazo cuelga, inutilizado, tras haber sido alcanzado por la Mini-

    14

    . Cuenta con una escopeta que no puede cargar porque necesitas dos brazos. Aun así, la coloca entre sus piernas para cargarla, la apoya luego sobre un vehículo y dispara. Lo hace de nuevo, una y otra vez, hasta que se queda sin munición. Las detonaciones de la escopeta han hallado su objetivo, hiriendo a su enemigo de nuevo, pero sin incapacitarle. Los atracadores todavía están tratando de arrancar el vehículo para huir a toda velocidad.

    Se está desmayando por el shock y la pérdida de sangre. Maldice a los atacantes, se maldice a sí mismo por estar tan malherido y no ser capaz de ayudar a sus compañeros. Sin embargo, en lugar de dejarse atrapar por la inconsciencia, se pone en pie, apunta su revolver con seis balas en la recámara y empieza a disparar, apuntando lo mejor que puede, a través de una visión de túnel, a los hombres que se encuentran en los asientos delanteros del vehículo.

    Corriendo, tropezando, cargando el arma y disparando contra el enemigo, las balas alcanzan su objetivo. Finalmente, logra matar al conductor y a su compañero. A pesar de que ya no le quedan balas, continúa apretando el gatillo hasta que uno de sus compañeros heridos le agarra y le dice que todo ha terminado.

    Hasta el día de hoy no puedo relatar esta historia, contársela a otros o pensar en ella sin emocionarme. No sé si es un efecto de un estrés postraumático secundario tras haber conocido a Eddie y los demás agentes, o por haber cubierto esta historia, o si se trata del tipo de respuesta emocional inducida al ver izarse la bandera en un homenaje, o al contemplar una medalla en el uniforme de un veterano de guerra, o al escuchar una historia heroica que llevó a alguien a ocupar esa categoría humana, exclusiva y poco frecuente, del héroe, ya sea hombre o mujer.

    Quizás todo se deba al hecho de que Eddie y dos de sus malheridos compañeros me permitieron conocerlos personalmente, algo que me sobrecoge. Entre ellos estaba Gordon McNeill, su supervisor ese día, el apuesto jugador de fútbol americano que casi quedó parapléjico tras ser herido; y John Hanlon, el malhumorado agente de origen irlandés conocido por no seguir los métodos ortodoxos, pero que sabía obtener resultados.

    Comenté al

    fbi

    de Miami que en el primer aniversario del tiroteo me gustaría contar lo que ocurrió entrevistando a los propios agentes. La organización y los agentes estuvieron de acuerdo. No solo me hice con un gran material que dio lugar a varios reportajes y un documental sino que, más importante aún, sentí que había hecho nuevos amigos y que lo serían para el resto de mis días.

    Es cosa poco común que el

    fbi

    otorgue a un reportero acceso sin restricciones para cubrir un caso tan personal para sus agentes. Habían perdido a dos de sus hermanos, al tiempo que sufrieron heridas que hicieron peligrar sus vidas. Pero se abrieron a mí y me relataron una historia increíble.

    Aquí me hallo, en el trigésimo primer aniversario del tiroteo de Sunniland (donde tuvo lugar el incidente) y todavía siento un escalofrío emocional, el orgullo de conocer a Eddie y a esos hombres. Es un honor y privilegio que valoro todos los días.

    El año pasado, en el trigésimo aniversario, fui invitado por el

    fbi

    a asistir a la inauguración de una de sus nuevas oficinas, dedicada a los agentes asesinados ese día, Ben Grogan y Jerry Dove. No estaba ahí para cubrir el evento sino para honrar la memoria de esos agentes caídos.

    Vi a Eddie por primera vez en aproximadamente veintinueve años. John Hanlon y yo nos habíamos visto durante ese tiempo y permanecimos en contacto. Desafortunadamente, el tercer agente que entrevisté para mi historia, Gordon McNeill, murió de cáncer en

    2004

    . McNeill sufrió lo indecible durante años tras quedar casi paralizado físicamente por sus heridas. Más tarde llegó a ser bien conocido por su buen hacer en el caso del secuestro de Polly Klass, que tuvo lugar en California.

    Tenía muchas ganas de volver a ver a Eddie en el homenaje. Finalmente me lo encontré con su mujer, Liz, también antigua agente del

    fbi

    . Eddie era portador de una contagiosa sonrisa bajo su bigote de siempre.

    Uno de los familiares de Eddie me preguntó de qué lo conocía. Al no querer sacar el tema del tiroteo y mi reportaje del mismo, simplemente le dije que fuimos amigos cuando él vivía en Miami. Sin perderse por un momento ningún detalle de esta solemne ocasión, Eddie metió baza: «Espera, eres reportero, tú no tienes amigos». Bueno, ahora ya sabéis algo de Eddie y su sentido del humor.

    Resulta que yo, en realidad, tampoco sabía mucho de él. Su historia personal es mucho más que los acontecimientos que tuvieron lugar ese

    11

    de abril de

    1986

    . La historia de sus inicios en la pobreza y de cómo llegó a ser un agente del

    fbi

    que estuvo presente en esa zona de muerte que era Miami ese día resulta conmovedora. Algo así como ascender desde la nada. Lo logró con esfuerzo, dedicación y sentido del humor.

    Este marine de los Estados Unidos, agente del

    fbi

    , esposo y padre encarna aquello que hace grande a esta nación. Un héroe silencioso que hizo del mundo un lugar más seguro al pagar un precio que no todos estarían dispuestos a afrontar. Te saludo, Eddie, y siempre estaré orgulloso y me sentiré honrado de poder llamarte amigo y uno de los más grandes hombres que jamás he conocido.

    Bob Gilmartin

    Bob Gilmartin es un antiguo reportero que trabajaba para la

    nbc

    de Miami cuando el tiroteo del

    fbi

    tuvo lugar. Es productor de Dateline

    nbc

    y vive en Nueva York con su mujer —también productora de la

    nbc

    — y sus dos hijos.

    Introducción

    Podía sentir la tensión en la voz de Ben.

    «Estamos detrás de un Monte Carlo negro, matrícula de Florida

    ntj

    -

    891

    ». Ben dio su orden por la radio: «Detenemos un vehículo por delito grave, ¡vamos!».

    Inmediatamente supe que Ben, el agente especial más experimentado presente

    en la escena, había tomado una buena decisión al llamarnos para iniciar la acción.

    Acabábamos de salir de la ruta 1, en el sur de Miami, que, al ser hora punta, estaba todavía colapsada. Había una escuela a unas pocas manzanas de donde nos encontrábamos. Había un muro entre nosotros y un centro comercial. Nos colocamos al lado del Monte Carlo robado. Comprendí la preocupación de Ben cuando crucé la mirada con la de William Russell Matix, en el asiento del conductor, sospechoso de asesinato y de atracar varios bancos. Era un despiadado asesino decidido a escapar. Yo estaba igualnente decidido a no dejarle escapar.

    El

    11

    de abril de

    1986

    la ciudad de Miami, Florida, amaneció luminosa y soleada. Al atardecer, sin embargo, dos agentes del

    fbi

    junto con dos atracadores de bancos yacían muertos, y cinco agentes del

    fbi

    habían resultado heridos en el «Tiroteo de Miami», también conocido como el día más sangriento en la historia del

    fbi

    . Este incidente indujo a diversas agencias policiales del país a reexaminar los equipos de armas de fuego empleados para la protección de sus agentes, junto con las tácticas utilizadas para perseguir y capturar sospechosos. Las enseñanzas aprendidas en este caso siguen siendo estudiadas en los círculos policiales.

    El incidente levantó críticas tanto entre los expertos en la materia como entre los «expertos de salón». Ha sido incluido en programas televisivos y documentales de temática criminal, y sirvió de base a un telefilme de

    1988

    . No todos estos proyectos han presentado informaciones completas, al tiempo que el telefilme estaba repleto de inconsistencias. En mi opinión, el único que acertó fue el docotr W. French Anderson, autor de Análisis forense del 11 de abril de

    1986

    , del tiroteo del

    fbi

    . Contó con el apoyo del Departamento de Policía Metropolitana de Miami y del

    fbi

    , Gordon McNeill y yo incluidos.

    Es por esta razón que he querido escribir este libro: para dejar las cosas claras. Quiero que el presente libro sirva para acabar con todas las insinuaciones e inexactitudes.

    Cuando miras la lista de agentes especiales del

    fbi

    que participaron en este incidente, encontrarás mi nombre entre ellos. Hace ya mucho tiempo que quería contar desde mi punto de vista lo ocurrido aquel día, pero las normas del gobierno de Estados Unidos y del

    fbi

    que prohíben cualquier trabajo al margen de sus instituciones lo han impedido. Ahora espero que este libro sirva de cierre a este caso, que representa un verdadero punto de inflexión y que recibió tanta atención en el ámbito policial. He tratado de documentar todo lo que ocurrió antes, durante y después del incidente para que el lector pueda ver las cosas a través de mis ojos y experimente los pensamientos, temores y angustia que sentí ese terrible día.

    Escribí este libro para Ben Grogan, Jerry Dove, Gordon McNeill, Ron Risner, John «Jake» Hanlon, Richard Manauzzi, y Gilbert Orrantia. Este es el equipo que estaba conmigo esa mañana de abril.

    Ernest Hemingway dijo en una ocasión: «Sin duda, no hay cacería como la caza de hombres y aquellos que han cazado hombres armados durante el suficiente tiempo y les ha gustado, en realidad nunca se interesarán por nada más». Yo amaba cazar hombres armados. ¿Por qué? Porque un hombre desesperado y armado es el animal más peligroso del mundo, más que cualquier león, tigre u oso. Cazar hombres armados es un reto y a mí me encantaban los retos. Al igual que Dios se interpuso entre mí y el mal, yo me interponía entre la sociedad y esos peligrosos animales, y me encantaba ir a trabajar cada día.

    1

    . Un chico de pueblo se las apaña

    El camino que lleva a ser agente del

    fbi

    es diferente en cada caso, pero para muchos como yo, comenzó como un sueño de la niñez. Después de todo, yo era parte de una generación que creció viendo a Efrem Zimbalist Jr. en el programa de televisión

    fbi

    en acción. Sin embargo, no eran las pistolas ni los vehículos ni los trajes lo que me intrigaba. Era la misión, el trabajo que realizaban los agentes del

    fbi

    . Incluso siendo un niño, sabía que estos agentes representaban una estirpe especial que realizaba un importante trabajo en todo el país. Para un niño que nunca había viajado más de veinte millas de su casa, ¡eso era lo máximo y era algo de lo que yo quería formar parte! Pero había momentos en los que ese sueño parecía muy lejano. La jungla urbana de Washington, D.C., estaba muy lejos de las llanuras del sur de Texas.

    Crecí en Alice, Texas, una pequeña población justo al oeste de Corpus Christi. Mis abuelos eran trabajadores migrantes que, finalmente, dejaron de migrar y se compraron su propia granja en Michigan. Mi madre fue también una trabajadora migrante hasta que se casó con mi padre. Mi padre trabajaba mientras mi madre permanecía en casa para cuidar de sus cuatro hijos. Ambos progenitores nacieron en ranchos del sur de Texas en los años veinte. Como producto de la Gran Depresión, trabajaban duro y no desperdiciaban

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