Casadentro y otras memorias
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Miranda Locadelamaceta
Miranda Locadelamaceta es el pseudónimo de Michelle Remond (México, 1904+60+12). En su faceta de adulto funcional, estudió comunicación y después un posgrado en historia.Ha escrito desde que se acuerda. Inició su bitácora virtual en 2006. Vive en el área de la bahía de San Francisco con sus dos hijas adolescentes. Reacciona en modo peculiar cuando escucha la Canción Mixteca.
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Casadentro y otras memorias - Miranda Locadelamaceta
Nogueira
Casadentro
I.
—Piensa en una casa.
—[Cerca del canal fluvial que facilitaba el transporte de mercancías y donde navegaron, alguna vez, barcos de vapor. A diez cuadras de la calzada por donde transita la línea cerúlea del metro. Por la ruta de la emperatriz Carlota cuando hizo escala para rezar en la iglesia de San Simón. En la calle que despertó rebautizada para honrar al juez de la Plaza de Toros. Frente a los dos liquidámbares descuadrando la banqueta. Una fachada, donde el badajo]. Ésta.
II.
Din don, don
zumbido, graznido
chicharra, aldaba, campana,
trino,
punta de llave.
Chiflidito, claxon,
piedra en vidrio.
No sirve,
toque en la F.
«No sea impaciente»,
toque duro.
Si una vez, algo quiere.
Si dos, algo vende.
Si tres, es una abuela.
Si insiste a deshoras, es la tristeza
con su paño de nostalgia y
credencial de ropavejero.
III.
El desfile está por comenzar.
Entrará por la puerta de vitral, la elegante: una comparsa de foráneos; como actores de reparto, pero de confianza. Saludarán desde su carro alegórico de abrigos y no habrá despedida que la borre.
Pero sé cosas de ellos y ellas. He visto, he oído. ¿Por qué estamos abriendo la puerta más importante? ¡Echen la cerradura reforzada!
No piensas claramente, me responden mis mayores, antes de sonar las fanfarrias que embellecen el desfile. Creen que quiero atención.
La escena se repite tantas veces que un día desconfío de mi cabeza y me integro al público entusiasta que recibe a estos personajes. Y les digo igual que mis mayores cuando ven gente leal donde no la hay: pasen, pasen.
IV.
Antes del sabor, hubo un sonido.
La tos de lija de soasar chiles.
El pocillo repelando del café de ayer.
El clavo sagaz del ¿qué estás horneando?
La Fórmula 1 de la salsa en licuadora.
El Dios del trueno aplanando el pollo en filetes.
El suspiro bombacho de la tortilla en comal.
El crepitar cabañoso de la piel de los ajos.
Éste ‘añada el chipotle’ es el momento culmen de la tinga
.
El chasquido del mar en la sal de grano.
El despertador del tocino a media mañana.
El mitin del caldo a favor del laurel y de la pimienta gorda.
Y después del sonido el metate,
la olla, la estufa, el horno. Y el trajín.
V.
Que sí, que no. Abro con la cadera, con el codo, con todas las posiciones de la sandalia y de los pretextos. Atareada, qué rico huele ese guiso, los platos apilados de los comensales (hasta repitieron ración).
Como si la casa cediera el paso, o cerrara ciclos sin azotar opciones, fuera apolítica, viera un partido de tenis entre la cocina y el apetito, en movimiento de arrecife, de eucalipto en ventolera.
Puerta de vaivén, aliada histórica del ajetreo. Y de los alcances del cochambre.
VI.
Me ocultaba bajo el comedor, una caballeriza de doce sillas, y escuchaba a un pariente al