Putas antifascistas: Historias desde el margen
Por Matteo Dalena
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Subversivas, amantes de anarquistas, o simplemente criminales, según el fascismo, convirtieron sus cuerpos en instrumentos de resistencia.
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Putas antifascistas - Matteo Dalena
Negri
Prólogo
La primera puta que conocí era rubia. Usaba shorts ajustados y remeras escotadas, y se sentaba a fumar en el umbral de su casa mientras cuidaba a su hija. Nosotras jugábamos en la vereda de enfrente y repetíamos, mirándola de reojo: «Es puta, es puta». Decían que trabajaba en la zona de Mitre y Gaboto. Cada vez que pasaba por ahí, yo me asomaba del auto o colectivo buscándola entre mujeres que alimentaban mi curiosidad sobre las relaciones sexuales y humanas. Pero nunca pasó. Nunca la vi. Una vez, sí, la escuché. A lo mejor fueron más, pero recuerdo una. Yo tenía ocho, nueve, diez años. Era una tarde de sol y creo que me había golpeado o tropezado jugando en la vereda. Ella se me acercó. No me acuerdo de lo que me dijo, pero sí que me sorprendió: la puta rubia tenía voz y palabras de mamá.
No sé quién fue la segunda puta que conocí. Tampoco las conté. De a poco fueron apareciendo. Travestis y mujeres cis, pobres y no tanto, y otro montón de mujeres que se cruzaron en mi vida caminando por ese margen de la moral en secreto, disfrazadas de vecinas, mamás, administrativas, niñeras, estudiantes universitarias. Antes de que fueran mis compañeras, las únicas putas sobre las que había escuchado eran las romantizadas: las putas refugio, putas piernas, putas que huelen, putas que cambian vidas, putas que van y vuelven de la cárcel pataleando en silencio. Nunca trabajadoras. Nunca sindicalizadas. Nunca convencidas. Nunca madres. Nunca agotadas. Mucho menos, putas mujeres.
Las trabajadoras sexuales pueden contarse cuando se las nombra como tales: trabajadoras sexuales, mujeres que eligen, protagonistas del escándalo social sólo por cuestionar el orden moral y sexual establecido. Son Palmira, Georgina, Giovannina, Sofía, Cunegonda, Florencia. Son las que tuvieron que salir a la esquina para mantener a su familia, las que hacen webcam cansadas de sólo cuidar chicos, las que no consiguieron trabajo en este siglo ni en el anterior por estar enfermas de sífilis, de vih, por tener antecedentes penales o simplemente por la actitud de mujer al borde de la norma.
Matteo Dalena es un periodista italiano que habla de prostitutas. Podría hablar de mujeres, de chicas pobres, de antifascistas. Hasta podría hablar de la policía. Pero no. Se zambulle en la hemeroteca de la ciudad de Cosenza y en los registros del Archivo del Estado y el de Antecedentes buscándolas por lo que son: putas. Y así las relata. Sin prejuicio ni cuestionamientos. Parece simple, pero lo cambia todo: las historias desde el margen de Dalena le ponen nombre y apellido a las registradas como subversivas, maleducadas, sifilíticas. A las que se perdieron en cárceles o manicomios, a las que cambiaron sus nombres escapándose de una ley que siempre, aquí y allá, las quiso afuera de la familia, la iglesia y el goce. Alcanzan menos de setenta páginas para que sus caras tengan rasgos, sus gestos, relieve, y sus insultos al duce resuenen años, años y años y lleguen hasta hoy.
Las putas antifascistas de Dalena no difieren tanto de las putas feministas de la Argentina del siglo xxi. De puta antifascista a puta antiyuta, del burdel al porno mainstream, de la esquina porteña a la del barrio de Santa Lucía: el poder, anclado a la familia y al prostíbulo (que sí, aunque las leyes lo prohíban, sigue existiendo), siempre las va a contar como escandalosas, protagonistas del disenso político y el conflicto social. Las putas antifascistas de Dalena no difieren tanto de las putas feministas de la Argentina porque ni una ni otras son otra cosa que mujeres comunes, catalogadas como proxenetas, antifascistas, provocadoras, violentas, etcétera, pero nunca como trabajadoras ni como sujeto de derecho. Ni allá ni acá importa si eligen su trabajo o si corren de la pobreza. Sea el año que sea, van a ser siempre las sin dignidad porque escapan a todos los mandatos establecidos: maternidad, matrimonio, familia, hogar y amor romántico.
No es casual que Putas antifascistas se traduzca, edite e imprima en Rosario, la Chicago Argentina. Desde las polacas, croatas y rusas que llegaron a Pichincha, hasta Rita La Salvaje y Sandra Cabrera, las prostitutas marcaron el pulso y la historia de la ciudad. Más allá del romanticismo impregnado de putas de los poemas y las canciones locales, el trabajo sexual estuvo siempre en el ojo de la escena política y social. Pasó de estar reglamentado a fines del siglo xix a ser perseguido por la Moralidad Pública, y en 2004 se cobró la vida de la secretaria general del sindicato de las meretrices (ammar), Sandra Cabrera.
Las páginas de este libro saltan el charco para aterrizar en una ciudad donde no existe la posibilidad de habilitar prostíbulos, whiskerías o cabarets, ni la diferencia entre trata de personas y trabajo sexual. Las putas en Rosario son empujadas al abismo del estigma y la clandestinidad. Sin embargo, en esas mismas calles nace la resistencia. Tan vox populi como que existe la prostitución al alcance de todas las manos es que esas trabajadoras independientes tejen redes de compañía, seguridad y empoderamiento. Y a la luz brotan, cada vez más, las que se ponen la camiseta de las Putas Feministas, las que abrazan a las que siguen al margen, las que llenan los espacios donde se le da un micrófono a la que tiene el coraje de mostrarse como es: mujer, puta, trabajadora, con nombre, apellido, piel, voz.
Los relatos con nombre y apellido, datos y sin suspicacias son indispensables. Tanto como que aparezca un periodismo que escriba sobre mujeres de carne y hueso, sobre cómo se las nombró y nombra, sobre qué dicen, piensan, desean y a quién insultan cada vez que el patrullero o el militar se las quiere llevar. Son tal vez los trabajos más sencillos y de los que menos se encuentran. Y esto, sin ánimos de quitarle valor al trabajo de Dalena. Todo lo contrario: enaltece su rol como periodista. Es que es tan fácil a veces el oficio: alcanza con un poco de voluntad, escarbar un poquito, parar el oído, reconocer a la otra. Cambiar las palabras a la hora de contar, dar voz, poner nombres y apellidos, reconocer fuentes y cuidarlas, tomar aire, respirar profundo e ir por todos los frentes sin vacilar.
Laura Hintze
Periodista
Rosario, Octubre de 2018
Prólogo a la edición italiana
La relación entre la experiencia femenina y la historia —y las reconstrucciones institucionales de los hechos— es un vínculo históricamente controversial y jugado sobre la oposición crítica. De un lado, la historia institucional relega a la mujer a un espacio de confinamiento; del otro lado, existen historias diversas, calladas, que persisten a través de las sombras y que aparecen a pedazos, de manera discontinua, en narraciones y representaciones ambivalentes. Son espacios, a menudo, colmados por el silencio; son lugares cerrados, que forman parte del ámbito privado, de lo doméstico, del cuidado. Estas culturas están ligadas a los ritos diarios que habitan los márgenes, los actos que faltan, los olvidos de las representaciones masculinas. Constituidas por un lenguaje que no se confía sólo de las palabras sino de otros sistemas de comunicación: el cuerpo, el movimiento, el gesto, el canto.
En los últimos años, la historiografía ha comenzado