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Historia de la República de Chile: La búsqueda de un orden republicano. 1826- 1881. Volumen 2. Primera parte
Historia de la República de Chile: La búsqueda de un orden republicano. 1826- 1881. Volumen 2. Primera parte
Historia de la República de Chile: La búsqueda de un orden republicano. 1826- 1881. Volumen 2. Primera parte
Libro electrónico2152 páginas28 horas

Historia de la República de Chile: La búsqueda de un orden republicano. 1826- 1881. Volumen 2. Primera parte

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El proceso de emancipación que culmina en 1826, con la incorporación de Chiloé a la República de Chile, abre paso a lo que este volumen denomina La búsqueda de un orden republicano. El título indicado encierra, en realidad, lo que constituyó el gran desafío que se enfrentó entonces: reemplazar el orden monárquico por el republicano, esto es, por la libertad moderna, en una sociedad que desconocía cómo llevar a cabo esa verdadera revolución, en la que todavía muchos se desenvolvían de acuerdo con el imaginario del Antiguo Régimen y en la que no se podía hablar todavía de la existencia de una nación. Los caminos que se propusieron para vencer ese reto fueron variados y pusieron de relieve que las diferencias entre los grupos que se disputaban el poder nacían de la mayor o menor libertad que pretendían establecer. Como bien se sabe, se impusieron _nalmente quienes dieron vida a un autoritarismo presidencial que importó, en lo fundamental, instaurar un orden que dejó el control del parlamento y del poder judicial en manos del ejecutivo, quien fue dotado además de las armas necesarias para suspender las garantías individuales en caso de amenaza externa o interna. Sobre esa base, el país, antes que otros de América Latina, alcanzó una sorprendente estabilidad, si bien ese logro fue objetado y rechazado por quienes estimaron que se vivía bajo una dictadura, y propugnaron que el camino por seguir no era otro que reponer la libertad ganada en los campos de batalla y perdida debido al régimen despótico que, según sostenían, se implantó a partir de 1830. El desarrollo de esa lucha política, marcada por la intolerancia y la violencia, forma parte de la trama principal de un relato que convierte en una suerte de actores colectivos al espacio geográ_co, a las ciudades, al campo, al ejército, a la marina y a la Iglesia; y en los protagonistas individuales a las mujeres y a los hombres, al tiempo que sugiere que el destino de unos y otros dependió de ellos mismos, pero también de fuerzas que les resultaron desconocidas e inmanejables.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento2 ene 2019
ISBN9789561424586
Historia de la República de Chile: La búsqueda de un orden republicano. 1826- 1881. Volumen 2. Primera parte

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    Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola

    EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    Vicerrectoría de Comunicaciones

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    editorialedicionesuc@uc.cl

    www.ediciones.uc.cl

    1826

    HISTORIA DE LA REPÚBLICA DE CHILE VOLUMEN 2

    LA BÚSQUEDA DE UN ORDEN REPUBLICANO PRIMERA PARTE

    LA BÚSQUEDA DE UN ORDEN REPUBLICANO 1881

    Fernando Silva Vargas (Editor)

    Juan Eduardo Vargas Cariola (Editor)

    Misael Camus Ibacache

    José Ignacio González Leiva

    Alejandro Guzmán Brito

    Carlos Tromben Corbalán

    Waldo Zauritz Sepúlveda

    ©Inscripción N° 295.287

    Derechos reservados

    Octubre 2019

    ISBN edición impresa 978-956-14-2457-9

    ISBN edición digital: 978-956-14-2458-6

    Diseño: versión productora gráfica SpA

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    CIP - Pontificia Universidad Católica de Chile

    Historia de la República de Chile / Fernando Silva Vargas (editor), Juan Eduardo Vargas Cariola (editor).

    Incluye notas bibliográficas.

    1.Chile - Historia - Siglo 19.

    2.Chile - Política y gobierno - Siglo 19.

    I.Silva Vargas, Fernando, editor.

    II.Vargas Cariola, Juan Eduardo, editor.

    201998DCC23RDA

    AUTORES

    MISAEL CAMUS IBACACHE

    Doctor en Historia de la Iglesia por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; postdoctorado en Teología Pastoral, Universidad Católica de Lovaina; diplomado en Jurisprudencia Canónica por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; académico de la Universidad Católica del Norte.

    JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ LEIVA

    Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Pontificia Universidad Católica de Chile; diplomado en Estudios Geográficos Aplicados por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Quito; doctor en Geografía por la Universidad de Barcelona; profesor del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile; miembro de número de la Academia Chilena de la Historia.

    ALEJANDRO GUZMÁN BRITO

    Diplomado en Ciencias Políticas y Administrativas por la Universidad de Chile; licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Católica de Valparaíso; doctor en Derecho por la Universidad de Navarra; profesor de Derecho Romano en las universidades Católica de Valparaíso y de Chile; miembro del Instituto Internacional de Derecho Indiano; miembro de la Academia Chilena de la Historia.

    FERNANDO SILVA VARGAS

    Licenciado en Derecho por la Pontificia Universidad Católica de Chile; estudios de Doctorado en la Universidad de Sevilla; exprofesor agregado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile; exprofesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile; miembro de la Academia Chilena de la Historia.

    CARLOS TROMBEN CORBALÁN

    Ingeniero Naval Mecánico de la Academia Politécnica Naval; Master of Science in Aeronautical Engineering (Naval Postgraduate School, Monterey, California; magister en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Doctor of Philosophy in Maritime History por la Universidad de Exeter, Gran Bretaña; investigador del Centro de Estudios Estratégicos de la Armada de Chile.

    JUAN EDUARDO VARGAS CARIOLA

    Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Facultad de Filosofía y Educación, Pontificia Universidad Católica de Chile; doctor en Historia por la Universidad de Sevilla; exprofesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile; exprofesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile; especializado en historia colonial y republicana de Chile; miembro de número de la Academia Chilena de la Historia.

    WALDO ZAURITZ SEPÚLVEDA (1947-2015)

    General de División; magister en Ciencias Militares y en Historia Militar y Pensamiento Estratégico; director de la Corporación de Conservación del Patrimonio Histórico y Militar; miembro de la Academia de Historia Militar.

    ÍNDICE

    DOS PALABRAS

    PRIMERA PARTE:

    TERRITORIO Y SOCIEDAD

    CAPÍTULO I.

    EL ESPACIO FÍSICO

    CAPÍTULO II.

    LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

    CAPÍTULO III.

    URBANIZACIÓN Y CAMBIOS EN LA COMPOSICIÓN SOCIAL

    CAPÍTULO IV

    LA VIDA COTIDIANA EN LAS CIUDADES

    CAPÍTULO V

    LA POBLACIÓN Y LA SALUD PÚBLICA

    CAPÍTULO VI.

    LA POBLACIÓN RURAL Y MINERA

    CAPÍTULO VII.

    LA POBLACIÓN INDÍGENA

    SEGUNDA PARTE:

    LAS INSTITUCIONES REPUBLICANAS

    CAPÍTULO I.

    LA EVOLUCIÓN JURÍDICA

    CAPÍTULO II.

    LA REORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA EN CHILE: 1828-1878

    CAPÍTULO III.

    LAS FUERZAS ARMADAS

    A. El Ejército de Chile, 1826-1881

    B. La Marina de Chile, 1826-1881

    TERCERA PARTE:

    LA EVOLUCIÓN POLÍTICA

    CAPÍTULO I.

    LA CAPITAL Y LAS PROVINCIAS, 1810-1826

    CAPÍTULO II.

    LOS GOBIERNOS DE FREIRÉ Y PINTO Y EL FIN DEL FEDERALISMO

    CAPÍTULO III.

    INSERTARSE EN EL MUNDO

    CAPÍTULO IV

    EL ORDEN Y LA REPÚBLICA

    CAPÍTULO V

    PRESIDENCIA DE JOAQUÍN PRIETO

    CAPÍTULO VI.

    PORTALES Y LA GUERRA CON LA CONFEDERACIÓN

    CAPÍTULO VII.

    EL FIN DEL GOBIERNO DE PRIETO

    CAPÍTULO VIII.

    RECONOCIMIENTO DE LA INDEPENDENCIA Y DEBILITAMIENTO DEL AMERICANISMO

    CAPÍTULO IX.

    EL PRIMER GOBIERNO DE MANUEL BULNES (1841-1846)

    CAPÍTULO X.

    EL SEGUNDO GOBIERNO DE MANUEL BULNES (1846-1851)

    CAPÍTULO XI.

    LA POLÍTICA EN LAS CALLES

    CAPÍTULO XII.

    VIEJOS Y NUEVOS PROBLEMAS INTERNACIONALES

    CAPÍTULO XIII.

    EL PRIMER GOBIERNO DE MANUEL MONTT (1851-1856)

    CAPÍTULO XIV

    LAS CUESTIONES INTERNACIONALES

    CAPÍTULO XV

    ORDEN Y PROGRESO

    CAPÍTULO XVI.

    EL SEGUNDO GOBIERNO DE MANUEL MONTT (1856-1861)

    SIGLAS

    ABOArchivo de don Bernardo O’Higgins, Academia Chilena de la Historia.

    AChH, AEAcademia Chilena de la Historia, Archivo Errázuriz.

    AChH, AACAcademia Chilena de la Historia, Archivo Álvaro Covarrubias.

    AGEArchivo General del Ejército.

    AHIChAnuario de la Historia de la Iglesia Chilena. Seminario Pontificio Mayor, Santiago, Chile.

    AIChAnales del Instituto de Chile.

    AJAAArchivo Jaime Antúnez Aldunate.

    AJLSArchivo Judicial de La Serena.

    AJZArchivo Julio Zegers (propiedad particular).

    AMAEArchivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (España).

    ANHArchivo Nacional Histórico.

    ASVArchivo Secreto Vaticano.

    AUChAnales de la Universidad de Chile.

    BAChHBoletín de la Academia Chilena de la Historia.

    BSCDBoletín de Sesiones de la Cámara de Diputados.

    BSSBoletín de Sesiones del Senado.

    CHCuadernos de Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile.

    EDSMÁlvaro Góngora Escobedo (ed.), Domingo Santa María González (1824-1889), Epistolario, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2015.

    EMMCristóbal García-Huidobro Becerra (ed.), Epistolario de Manuel Montt (1824-1880), dos vols., Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2015.

    FMG, ANHFondo Ministerio de Guerra y Marina.

    FVM, ANHFondo Vicuña Mackenna.

    HAHRThe Hispanic American Historical Review, The Duke University Press. Historia Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago.

    LOLegislatura Ordinaria.

    LELegislatura Extraordinaria. MI Archivo del Ministerio del Interior.

    MJCArchivo del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública. MRREE Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. RC La Revista Católica (primera etapa, 1843-1874). RChHD Revista Chilena de Historia del Derecho. RChHG Revista Chilena de Historia y Geografía. REH Revista de Estudios Históricos. REHJ Revista de Estudios Histórico-Jurídicos.

    RHSMRevista de Historia Social y de las Mentalidades, Departamento de Historia, Universidad de Santiago de Chile.

    RMChRevista Musical Chilena.

    RMeChRevista Médica de Chile.

    SCLSesiones de los Cuerpos Legislativos.

    DOS PALABRAS

    El volumen que el lector tiene en sus manos tardó casi cinco años en concluirse. Nuestra intención, al entregar el anterior, era hacerlo en no más de tres. Pronto, sin embargo, nos dimos cuenta de que ese plazo era estrecho, sobre todo por la intención de que se elaboraran textos cuyo contenido correspondiera a lo que entendemos como narración histórica. Desde nuestro punto de vista esa opción historiográfica era la manera pertinente de acercarse al pasado, al ser la que ofrece más posibilidades para reconstituir la vida, que es en definitiva la meta que persigue el historiador.

    Dada la necesidad de darle coherencia a la exposición, ese propósito exigía consultar la mayor cantidad posible de fuentes, y examinar la abundante bibliografía nacional y extranjera que existe sobre los temas que se seleccionaron. Un camino que habría disminuido esa ardua tarea, acortando el tiempo dedicado a esta obra, hubiera sido constituir equipos de trabajo. Esto fue desechado, convencidos de la necesidad de que los autores tuvieran una relación directa con las fuentes. Solo así se evitaría la distorsión que suele producirse cuando ese cometido, al encargarse a otros, responde a inquietudes historiográficas que no son necesariamente las propias de cada investigador. La decisión indicada, discutible, como cualquier otra, importó dedicar muchas horas a la revisión de periódicos, revistas, sesiones del Congreso, archivos públicos y privados. El resultado, como era de esperar, se tradujo en el acopio de gran cantidad de material, al punto de que fue necesario distribuir el periodo que se estudia —1826-1881— en dos volúmenes.

    El paso siguiente, en una suerte de segunda etapa, consistió en el análisis de esa abundante documentación, hasta conseguir sistematizarla de tal manera que permitiera organizar una exposición ordenada y sistemática…, en vista a convertirla en una historia… en forma de relato, en el cual se le dio una función esencial a la cronología*. Al adoptar ese camino se tuvo en cuenta que el producto final, esto es, la narración, se acercara a la época estudiada, si bien nunca se perdió de vista que los datos seleccionados y la mente del historiador provocan, muchas veces de manera involuntaria, graves distorsiones del pasado. Se procuró mitigar ese peligro cotejando con especial cuidado los antecedentes y discutiendo las interpretaciones que se formulaban, hasta que los autores, concluido ese ejercicio, tuvieran cierta seguridad de que sus textos no deformaban la esquiva realidad.

    Quienes los escribieron tenían claro que ese objetivo solo sería posible en la medida en que los protagonistas de sus monografías fueran los diferentes grupos sociales que formaban nuestra sociedad, los hombres y mujeres, en suma, que la integraban. De lo contrario, el trabajo solo contendría información ordenada e interesante, pero carente de vida. La intención indicada explica que se escogiera describir en este tomo, a través del hábitat, la vida en el campo y en las ciudades, la evolución demográfica, la vida cotidiana, la sociabilidad, la salud y el mundo indígena, la conducta pública y privada de dichos grupos. Y que se optara, a través de la política, el derecho, la diplomacia, la iglesia y las fuerzas armadas, por mirar al país desde el horizonte de la participación que le cupo a los sectores dirigentes en su conducción, con la precaución de eludir cualquier asomo que apuntara a entender su intervención como una suerte de enfrentamiento entre buenos y malos, o como una pugna entre quienes defendían soluciones adecuadas a las circunstancias y quienes sostenían postulados equivocados. Ese esquema, que suele caracterizar las obras que tratan la historia política, fue descartado, adoptándose en cambio el principio de presentar la patria como fruto del empeño de todos, dando por sentado de que los actores —individuales o colectivos, y de cualquier condición social— defendían los ideales que consideraban más apropiados para que Chile progresara, sin estar del todo conscientes de que esa meta no dependía solo del tesón de cada uno, sino también de factores que no dominaban y, desde luego, del imponderable azar.

    Ese es el juego de fuerzas que generan nuestro pasado y que, entrelazándose, se constituyen, a través de la narración, en parte de la trama de este libro.

    Los editores

    ______________

    *Jaume Aurell, Tendencias historiográficas del siglo XX, Globo Editores, Santiago, 2008, p. 114 y 116.

    PRIMERA PARTE

    TERRITORIO Y SOCIEDAD

    CAPÍTULO I

    EL ESPACIO FÍSICO

    JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ LEIVA

    *

    EL PAISAJE

    El paisaje del territorio chileno de la emancipación y de los decenios iniciales de la república, que corresponde a la región de clima mediterráneo de Chile, con predominio del tipo forestal esclerófilo, es decir, de especies de hojas duras, no difería demasiado del existente en los siglos anteriores. Así, las descripciones de Jerónimo de Vivar de la zona de Atacama y Coquimbo en el siglo XVI, con los sorprendentes árboles extraños de ver, sin hojas, las cactáceas columnares, son muy semejantes a las de Gay o de Domeyko en el siglo XIX. Sin embargo, en dicho siglo se produjeron cambios dignos de considerarse.

    Continuando un proceso que en el norte del país se había iniciado ya durante la monarquía, aumentó el ritmo de la eliminación de la flora nativa, tanto por la acción de los mineros como por la de los agricultores. La Ordenanza de Minería de Nueva España, que comenzó a regir en Chile en 1785 y se aplicó hasta 1874, cuando entró en vigencia el Código de Minería, consultaba el denuncio de bosques, que permitía al minero asegurarse judicialmente la tala de los árboles para obtener madera y combustibles en beneficio del yacimiento y de la fundición de los metales. Tal regulación, más los contratos de abastecimiento de leña suscritos entre los terratenientes y los mineros, contribuyeron a la veloz reducción de árboles y arbustos. Así, el algarrobo (Prosopis chilensis), que predominaba hasta avanzado el siglo XIX y se encontraba incluso en el sector norte de Santiago, fue cortado para su uso como combustible y para enmaderar los piques en las minas. Otro tanto ocurrió con el espino (Acacia caven)¹. Extensos espinales existían desde el río Copiapó hasta Concepción, en particular en el valle central y en los faldeos de las cordilleras de los Andes y de la costa, ocupando, por su gran adaptabilidad, los suelos semiáridos característicos del clima mediterráneo de Chile. Los viajeros extranjeros del decenio de 1820 fueron unánimes en subrayar la ausencia de otros árboles que no fueran algarrobos y espinos en Coquimbo —que entonces comprendía también a Atacama—y en los alrededores de Santiago². Aunque el espino fue ampliamente utilizado en el norte en la minería, y en la fabricación de carbón vegetal en el centro del país, en que crece en topografía plana y en las colinas, su capacidad de rebrote y su elevadísima tasa de germinación le permitió subsistir en todas aquellas áreas que no fueron destinadas a la explotación agrícola. Cuando se las dedicaba a esta actividad se procedía a talar los espinos, a arar la tierra, a sembrar trigo durante un año y a dejar después el lugar para pastoreo. Otras especies alimentaron también los hornos de fundición o debieron ceder ante la agricultura, como el chañar (Geoffrey decorticans); el molle (Schinus latifolius), el olivillo (Aextoxicon punctatum), el guayacán (Porliera chilensis) y el pimiento (Schinus molle). En el norte, el aprovechamiento de la resina extraída de la brea (Thessaria absinthioides) para calafatear embarcaciones llevó a la virtual extinción de ese arbusto en los primeros decenios del siglo XIX³.

    En las terrazas marinas costeras de la zona central la vegetación original de arbustos esclerófilos fue desplazada en el siglo XIX por el intenso cultivo de trigo, avena y legumbres, lo que originó un proceso de erosión que se hizo especialmente visible en el siglo siguiente. También en la cordillera de la costa, en especial en su vertiente occidental, la vegetación esclerófila de arbustos altos y de árboles pequeños fue talada para producir leña y carbón, y para el uso de la tierra en el pastoreo de cabras y ovejas y en la agricultura de secano⁴. En el extenso sector comprendido entre los cerros El Roble y La Campana en la cordillera de la costa entre Santiago y Valparaíso y la cordillera andina de Colchagua, por el norte, y los ríos Ñuble, en el sector andino, e Itata, en el sector costero, por el sur, abundaba el roble maulino o hualo (Nothofagus glauca)⁵. Muy pronto la tala para la obtención de madera, leña y carbón o para destinar los terrenos a labores agrícolas de tipo migratorio, a lo que deben agregarse los incendios forestales, llevaron a la virtual desaparición de los bosques de hualo en la cordillera de la costa. Revela la magnitud de este proceso el hecho de que entre 1819 y 1836 los barcos que salían del río Maule con productos del bosque destinados al norte o a Valparaíso eran el 56 por ciento del total del movimiento marítimo de Constitución⁶. Sin embargo, el elevado costo a que llegaba la madera a los yacimientos mineros por la ausencia de un adecuado sistema de transporte terrestre impulsó el traslado de las fundiciones a la costa de la zona central y, en especial, al golfo de Arauco⁷.

    Entre los ríos Choapa e Itata la aridez de la depresión intermedia contrastaba con la mayor humedad de las dos cordilleras, donde se encontraban tupidos bosques. Pero el sostenido proceso de construcción de canales, el aprovechamiento de las nuevas tierras bajo riego y las facilidades para el transporte gracias al ferrocarril cambiaron durante el siglo XIX la fisonomía del paisaje de la depresión intermedia y de sus valles de suelos más profundos. Después del terremoto de 1822 comenzaron a regarse los áridos llanos del Maipo gracias al canal de San Carlos, lo que provocó una impresionante alza del valor del suelo entre la capital y Rancagua, y una expansión de la superficie agrícola⁸. Hasta Curicó se extendía en 1874 la zona cultivada, y al sur de esa localidad la vegetación natural cubría las riberas de los ríos y las quebradas, donde aún se veían cactáceas⁹. Tanto el cultivo de nuevas tierras como la necesidad de proveer de combustible al ferrocarril —que utilizó la leña hasta después de la guerra del Pacífico¹⁰— conspiraron para eliminar las masas boscosas de bellotos (Beilschmiedia berteroana)¹¹, de bellotos del norte (Beilschmiedia miersii), de lingue (Persea lingue), de quillay (Quillaja saponaria), de pataguas (Crinodendron patagua), de peumos (Cryptocarya alba); de boldos (Peumus boldus); de litres (Lithraea caustica) y de muchas especies más, cuyas poblaciones encontraron refugio formando bosquetes en quebradas y en las laderas de ambas cordilleras.

    El transporte de cabotaje y el ferrocarril permitieron en la segunda mitad del siglo XIX un continuado abastecimiento de madera y de leña a los centros urbanos, en especial a Santiago, lo que constituyó un importante factor en la reducción de los bosques. Además, la ampliación de la red ferroviaria originó una demanda de durmientes, que provenían generalmente de los robles¹². Así, por ejemplo, Ángel Custodio Gallo, minero de Copiapó y accionista, con su familia, del ferrocarril de Valparaíso a Santiago, tuvo una flota de siete veleros destinados exclusivamente al transporte de durmientes desde Constitución, Curanipe y Llico para la mencionada vía férrea¹³.

    Los campos que iban quedando despejados en las terrazas marinas costeras de la zona central fueron utilizados para cultivos de secano de cereales y legumbres, pero los terrenos que no tenían aptitud para ellos se destinaron a la explotación ganadera extensiva, con énfasis en la ovejería¹⁴.

    También desaparecieron de la zona central algunas herbáceas como el pangue (Gunnera tinctoria), utilizado durante la colonia y parte de la república para curtir los cueros, hasta que fue reemplazado para ese fin por la corteza del lingue. De la abundancia del pangue, en especial en las quebradas y en los sectores húmedos, da prueba la toponimia.

    Se acepta como verdad inconcusa que a la llegada de los conquistadores se extendían espesísimos y a menudo infranqueables bosques desde el sur del río Laja hasta el extremo austral del país. En verdad, ellos se encontraban en las laderas de los cerros y en los piedemontes andino y de la cordillera de la costa, en tanto que los sectores llanos estaban en general despejados, lo que ocurría en la zona de Concepción, en Arauco, en la región entre los ríos Itata y Toltén, al sur del cual había un espeso bosque, en el río Cautín, y al sur de Valdivia, territorio dotado de extensísimos llanos¹⁵. Todos los testimonios indican que muy pronto, junto a la ocupación de las tierras planas, se inició el aprovechamiento del bosque para la obtención de madera. Pero parece evidente que de esa labor no se siguió la desaparición del bosque nativo. Un extranjero, Edmond Reuel Smith, que recorrió la zona araucana a mediados del siglo XIX desde Negrete a Quepe, tenía la convicción, probablemente exagerada, de que la costumbre de los indígenas de quemar todos los años los pastos estaba destruyendo rápidamente las selvas del sur de Chile¹⁶. Es muy posible que al desaparecer la presencia de los españoles en la Araucanía después del alzamiento de 1598, muchos de los terrenos despejados que en algún momento se destinaron al cultivo desarrollaran renovales, con la consiguiente reconstitución de los bosques. Pero es innegable que en la región austral coexistieron bosques y extensos llanos, como para el sector de Osorno y La Unión lo subrayaron, entre otros, Charles Darwin y Vicente Pérez Rosales¹⁷.

    La progresiva ocupación de la Frontera implicó un desarrollo del cultivo del trigo en el siglo XVIII, aunque, por los problemas del transporte, solo se hacía en sectores próximos a los puertos. En la segunda mitad del siglo XIX la demanda por dicho cereal le proporcionó un enorme impulso a su cultivo. Esa actividad, realizada con maquinarias modernas, suponía una previa preparación de los terrenos. Esta consistía, en primer lugar, en el floreo de los bosques, es decir, el aprovechamiento de las especies maderables, y a continuación, mediante la acción del fuego —los roces—, se procedía a la limpieza de los potreros. Una larga labor posterior de destronque, con la consiguiente desaparición de la flora nativa, dejaba el suelo en disposición de ser arado y sembrado. Un cuadro parecido se produjo con la ocupación de las tierras al sur de Los Llanos hasta Puerto Montt, en la que los incendios forestales desempeñaron un papel fundamental, como lo relató detalladamente Vicente Pérez Rosales¹⁸. Por cierto que no todas las labores de despeje se tradujeron en ganancias para los cultivos agrícolas, como quedó de manifiesto en el sector entre Puerto Varas y Puerto Montt, por no ser las tierras aptas para los cultivos, o en grandes sectores de la cordillera de la costa, que muy pronto fueron víctimas de la erosión¹⁹. Tan grave como lo anterior fue que la tala de los bosques favoreció la invasión de la franja costera por las dunas, según al concluir el siglo XIX el naturalista alemán Federico Albert lo puso de relieve respecto del departamento de Chanco²⁰. Y no deja de sorprender que la preocupación que existía en el siglo XVIII en las autoridades ante la corta de la palma chilena para la obtención de miel no se reprodujera en el siglo XIX frente a la paulatina eliminación del bosque nativo. Cabe sospechar que semejante actitud fuera otra muestra del ansia por el progreso: sustituir la selva hostil, enmarañada y peligrosa por potreros ordenados, bien sembrados o con empastadas que alimentaran a grandes masas de ganados.

    Coincidió con ese proceso de reducción de la flora nativa la introducción de especies vegetales nuevas, como el álamo, que por su adaptación a los suelos y al clima del país y por el fácil trabajo de su madera se difundió desde la emancipación con extraordinaria rapidez. Fue, según se ha afirmado, el provincial de los franciscanos, fray José Javier Guzmán, quien incorporó dicha especie a Chile en 1805 al recibir 20 ejemplares que había encargado a Mendoza, que plantó en su convento y repartió entre algunos vecinos²¹. Se utilizó para el diseño de alamedas en las ciudades, con Santiago como ejemplo, pero fue su empleo en el deslinde de propiedades rurales y de potreros y en dar sombra a los caminos lo que lo convirtió en uno de los elementos más característicos del paisaje, en especial en la zona central.

    A fines del decenio de 1830 llegaron a Chile semillas de diversas especies arbóreas, y en 1841 se realizaron ensayos para introducir el pino marítimo de Francia en Copiapó²². El sauce llorón (Salix babylonica), bastante diferente del sauce chileno (Salix chilensis), se propagó con gran rapidez en el campo por su notable capacidad para controlar los cursos de agua, con la sombra para el ganado como beneficio adicional.

    A lo anterior se debe agregar, según se examina en otro capítulo, la sostenida política llevada oficialmente desde el gobierno de Manuel Bulnes por la Quinta Normal de Agricultura para introducir nuevas especies vegetales desde Europa y los Estados Unidos. Así, palmeras de innumerables variedades, robles, castaños, pinos, arces, encinas, olmos, fresnos, acebos, hayas, alisos, tuliperos y muchos más se hicieron comunes en los parques de los fundos, en las plazas y en los caminos. En 1857 Matías Cousiño plantó eucaliptus (Eucaliptus globulus) con el propósito de enmaderar los piques mineros²³, si bien según Abdón Cifuentes fue Manuel José Irarrázaval quien lo introdujo en el decenio de 1860.

    Antes de la generalización de los alambrados para cercar los potreros se utilizaron algunas especies vegetales foráneas con tal objeto, como la zarzamora o murra (Rubus ulmifolius Schott.) y el espinillo (Ulex europaeus), ambas llegadas a mediados del siglo XIX y que se convirtieron en agresivas invasoras. Se afirma que la primera fue traída por los colonos alemanes²⁴, en tanto que la segunda lo fue probablemente por la Quinta Normal, en cuyo conservatorio había en 1853 varias macetas con ese arbusto²⁵.

    RECONOCIMIENTO DEL TERRITORIO

    Una vez afianzada la Independencia, las nuevas autoridades republicanas comenzaron a hacer efectivo su dominio en los espacios territoriales que no habían sido ocupados materialmente durante el periodo monárquico, para lo cual se optó por incorporarlos mediante un proceso de colonización. Para lograr ese propósito se crearon centros poblados y se construyeron vías de comunicación con las áreas ya consolidadas²⁶.

    La ocupación del territorio chileno fue un proceso paulatino que se estructuró desde el centro del país hacia los extremos norte y sur. En algunos casos este fenómeno obedeció a la iniciativa privada, en otros fue el Estado el que impulsó su realización, y en no pocos casos correspondió a una complementación de ambos. Hubo en el siglo XIX un evidente cambio de ritmo en ese proceso, al incorporarse por el norte Tarapacá y Antofagasta —lo que, por ocurrir después de 1881, no es tratado aquí— y por el sur, la Frontera, la zona austral y Magallanes. En las áreas marítimas y patagónicas el Estado dirigió el proceso, de manera que al finalizar el siglo XIX la mayor parte del territorio nacional había recibido la estructura jurídico-administrativa propia de la república. Sin embargo, había un espacio que permanecía despoblado debido a que sus condiciones geográficas hacían difícil su ocupación: la Patagonia occidental²⁷.

    Las autoridades debieron hacer frente a la organización y administración de la nación, y uno de los problemas con que se encontraron fue la carencia de un conocimiento sistemático del territorio. Si bien existían descripciones geográficas y cartografía de la gobernación de Chile, realizadas tanto por funcionarios de la corona como por naturales del territorio, y también por cartógrafos y viajeros de otras nacionalidades, estas eran bastante generales y las representaciones cartográficas, salvo contadas excepciones, no pasaban de ser simples esquicios. Entre las hispanas podemos mencionar el mapa de Chile publicado por Antonio de Herrera el año 1601, que forma parte de la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano²⁸; el mapa de Chile elaborado por el gobernador Ambrosio Higgins, de 1768, que presentó en Madrid al ministro de Indias Julián de Arriaga, en el que se indicaba con especial detalle la localización de las misiones de los jesuitas; el notable Mapa de América Meridional del cartógrafo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, de 1775 y con tres ediciones más hasta 1785, y el Plano General del Reyno de Chile, elaborado en 1793 por el cosmógrafo Andrés Baleato por encargo del virrey del Perú Francisco Gil de Taboada. Entre la cartografía elaborada por criollos se debe mencionar el mapa de Chile que acompaña la obra de 1646 de Alonso Ovalle, Histórica relación del Reino de Chile, así como el mapa Il Chile regno del L’America Meridionale, que forma parte de la obra de Juan Ignacio Molina de 1776, Compendio de la geografía natural y civil del Reino de Chile. Entre los mapas confeccionados por cartógrafos extranjeros está el titulado Chile, Provincia Amplissima, de 1597, que integra el atlas del holandés Cornelius Wytfliet; el mapa del holandés Johannes Laet, de 1625, titulado Chili, que sirvió de modelo a otros cartógrafos europeos para representar a Chile; el mapa del cartógrafo francés Nicolás Sanson d’Abbeville, de 1656, titulado Le Chili. Por su parte, entre los viajeros, cabe mencionar el mapa levantado por la expedición de Alejandro Malaspina del año 1790, que se diferencia de los otros por la base científica con la cual fue elaborado, pero limitado esencialmente a la costa de Chile.

    Dada las imprecisiones de los mapas existentes, las autoridades republicanas se abocaron a la tarea de disponer de cartografía confiable tanto del territorio marítimo como del continental. Para satisfacer lo anterior se realizaron diversos intentos. En el plano marítimo, el piloto Claudio Vila, radicado en Valparaíso, interesó en 1823 al ministro del Interior Mariano Egaña para crear allí una academia náutica, la que, además de formar a los pilotos para la navegación, debería levantar cartografía hidrográfica tanto del litoral como de los puertos, teniendo en consideración la extensa costa del país. Sin embargo, la muerte sorprendió al piloto Vila antes de ver hecho realidad su proyecto. Un propósito similar persiguió en 1837 José de Villegas, director de la Escuela Náutica de Valparaíso, junto a Manuel García y Castilla, que tampoco tuvo éxito. Sin embargo, los levantamientos hidrográficos hechos por algunas potencias europeas, en especial Inglaterra y España, comenzaron a ser muy frecuentes en esta parte de América. En ella se inscribió la cartografía del territorio chileno austral y central levantada por el hidrógrafo inglés John William Norie y publicada en 1822 y 1824, labor a la que colaboró posteriormente el Almirantazgo británico. Los marinos españoles, continuadores de la escuela de Vicente Tofiño de San Miguel, hicieron importantes contribuciones a la cartografía náutica de las costas chilenas, como la realizada por la ya mencionada expedición de Alejandro Malaspina de finales del siglo XVIII.

    Las exploraciones marítimas de los hidrógrafos británicos durante el segundo y tercer decenio del siglo XIX, en especial en la región austral, merecen especial atención. De suma importancia fue la expedición encargada por el Almirantazgo al comandante Philip Parker King, quien, con las naves Adventure y Beagle y un destacado grupo de oficiales y científicos, realizó el relevamiento hidrográfico del estrecho de Magallanes y canales adyacentes en tres campañas de diciembre de 1826 a marzo de 1827; de enero a agosto de 1828 y de abril a mayo de 1830. Una misión complementaria, al mando del comandante Robert Fitz Roy en el bergantín Beagle, que zarpó de Davenport en diciembre de 1831, dio término a una labor sin precedentes por lo extensa, seria y completa, marcada, además, por dificultades de toda índole²⁹. A un gobierno como el británico, que estaba aplicando un sistemático proceso de expansión colonial por todo el mundo para asegurar su comercio, con seguridad no le era indiferente obtener la más completa información sobre el paso marítimo entre los océanos Atlántico y Pacífico, etapa previa a una posible ocupación territorial. En las indicadas campañas los marinos ingleses exploraron y relevaron también los canales que desde la bahía Tamar se abren hacia el norte. Fitz Roy le encomendó a los tenientes Skyring y Graves esos trabajos, quienes, a bordo del Adventure, llegaron hasta el golfo de Penas. Entre los frutos de esa expedición debe anotarse la exploración por el teniente Skyring y el piloto Kirke del asombroso fiordo de Última Esperanza, descubierto en diciembre de 1557 por el capitán Juan Fernández Ladrillero, y reconocido por tierra solo a partir del decenio de 1870³⁰. Por su parte, el comandante Pringle Stokes, a bordo del Beagle, realizó el reconocimiento y levantamiento de la costa exterior hasta el área del golfo de Penas, en el sector de la península de Tres Montes³¹. En lo que corresponde al área conocida como Aysén, a principios del cuarto decenio el capitán Robert Fitz Roy reanudó las exploraciones, y su práctico William Low recorrió el archipiélago de los Chonos, desde Guafo a Tres Montes. Esos trabajos permitieron disponer de las primeras representaciones cartográficas modernas de la zona occidental de Aysén³². La actividad hidrográfica inglesa se reanudó entre 1866 y 1869 con los levantamientos de la corbeta Nassau, al mando del capitán Richard C. Mayne, y los del Alert, en 1880, y del Sylvia, en 1882-1884³³.

    El interés por disponer de una cartografía de calidad para la seguridad de la navegación de cabotaje en las costas chilenas llevó a que el Ministerio de Marina de Chile publicara en 1843 una carta de gran parte del litoral chileno titulada Carta incompleta de la Costa de Chile, basada en los trabajos hidrográficos realizados por Fitz Roy. Entre 1841 y 1844 los marinos Domingo Salamanca y Leoncio Señoret levantaron pequeños tramos del litoral chileno al norte de Chiloé. Los trabajos iniciales se concentraron en el litoral entre Atacama y Aconcagua, en los cursos y en las desembocaduras de los ríos de la zona central y sur, y en la búsqueda de una comunicación entre el archipiélago de los Chonos y el golfo de Penas³⁴.

    La labor de hidrógrafos chilenos de la Armada comenzó a tener significación a mediados del siglo XIX gracias a los levantamientos en el litoral de las provincias de Llanquihue y Arauco, así como también por los realizados en los cursos de los ríos Biobío, Toltén, Imperial, Cruces, Calle Calle, Futa, Maullín y las hoyas de los río Valdivia y Bueno³⁵. Conviene recordar que el plano de la desembocadura de este último río, hecho en 1834, es la primera expresión de la hidrografía nacional³⁶. Destacaron de manera especial las labores de la primera comisión hidrográfica a cargo del teniente Francisco Hudson entre 1855 y 1857 en el extenso litoral entre Chiloé y Magallanes. Posteriormente, entre 1870 y 1874, le correspondió al capitán de fragata Enrique Simpson llevar adelante varias campañas de reconocimiento marítimo para garantizar una navegación segura y para tratar de encontrar pasos que comunicaran la Patagonia occidental con la oriental, lo que supuso la exploración de los ríos y de las llamadas internaciones del mar entre los paralelos 44° y 46° de latitud sur³⁷.

    En 1874 se creó la Oficina Hidrográfica, dependiente del Ministerio de Marina, cuyo cometido era la publicación de cartas hidrográficas y la elaboración del Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile. A partir de ese año se iniciaron los trabajos de exploración y relevamiento de la región del estrecho por el comandante Simpson, al mando de la corbeta Chacabuco. Este ciclo hubo de interrumpirse entre 1879 y 1884 con motivo de la guerra del Pacífico³⁸. En enero de 1879 el teniente de la Armada Ramón Serrano Montaner inició la exploración interior de la Tierra del Fuego, partiendo desde la bahía Gente Grande y recorriendo un sector de la sección norte de la isla así como la parte central de ella. La existencia de placeres auríferos en varios ríos fueguinos interesó a un ex oficial de marina, Jorge Porter, quien exploró a fines de 1880 la parte noroccidental de la isla y descubrió la bahía que denominó Porvenir, de la cual hizo un levantamiento preliminar cartográfico e hidrográfico³⁹.

    En 1880 asumió la dirección de la Oficina Hidrográfica el destacado especialista Francisco Vidal Gormaz, momento a partir del cual los progresos de esa cartografía en el reconocimiento del litoral fueron muy significativos.

    La cartografía continental, representada en este caso por la cartografía topográfica, exhibió también un considerable desarrollo, que tuvo implicaciones científicas, económicas y políticas. En cuanto a lo científico, comenzó a ser confeccionada con métodos cada vez más rigurosos, a fin de asegurar la necesaria confiabilidad para conocer, por ejemplo, las verdaderas dimensiones del territorio chileno. En lo concerniente a lo económico, ella se utilizó para determinar la disponibilidad y localización de los recursos humanos y naturales, y en su dimensión política fue la base fundamental para diseñar la organización político-administrativa de la nación y la correspondiente representación ciudadana.

    El desarrollo de la cartografía topográfica nacional durante los primeros decenios del siglo XIX supuso numerosos ensayos para contar con un mapa confiable de Chile, antes de disponer de un levantamiento con cierto grado de exactitud. Ejemplo de un intento frustrado fue el realizado en 1823 por Carlos Francisco Ambrosio Lozier junto a Alberto D’Albe⁴⁰. Un nuevo rumbo se dio en esta materia con la presencia en el país del joven naturalista francés Claudio Gay y después con la del geógrafo y geólogo Amado Pissis.

    Claudio Gay (1800-1873) llegó a Chile en 1828 para incorporarse a un proyecto pedagógico que fracasó. En 1830 el gobierno chileno firmó con él un contrato en consideración a su formación científica, siendo Diego Portales ministro del Interior. Mediante dicho contrato, Gay se obligó a hacer un reconocimiento geográfico del territorio⁴¹, el que incluía, entre otros aspectos, la realización de una cartografía nacional, tanto general como de cada una de las provincias chilenas. Firmado el convenio, efectuó la exploración del territorio entre 1830 y 1842. A fines de 1830 comenzó su recorrido por la provincia de Colchagua, instalándose en la ciudad de San Fernando, a partir de la cual visitó durante 1831 su sector costero, central y cordillerano. A mediados de ese mismo año regresó a Santiago e incursionó por el norte de la provincia, para posteriormente dirigirse a Valparaíso, donde, a la espera de un barco que lo llevara a Francia, visitó el archipiélago de Juan Fernández a comienzos de 1832. Su viaje a Francia tenía por finalidad adquirir los instrumentos necesarios para efectuar el levantamiento cartográfico comprometido con el gobierno. Tras su regreso en 1834, reinició el reconocimiento del territorio, abordando el área sur y costera de la provincia de Santiago, para seguidamente dirigirse a recorrer las provincias de Valdivia y Chiloé durante los años 1835 y 1836. Remontó el río Valdivia, visitó las localidades de Corral, Osorno, los lagos Llanquihue, Villarrica, Panguipulli y la Isla Grande de Chiloé, entre otros lugares. En mayo de 1836 inició su regreso al centro del país. Durante ese mismo año se dirigió a la provincia de Coquimbo y se instaló en La Serena, a partir de la cual recorrió la costa de la provincia y el valle del río Elqui. Permaneció en la provincia de Coquimbo gran parte de 1837, ocasión en que incursionó en el valle del río Limarí y el centro-sur de dicha provincia, tanto en el sector costero como en su parte central. El final del año 1837 lo destinó a visitar el área costera y central de la provincia de Aconcagua. A principios de 1838 hizo un reconocimiento del sector cordillerano de la provincia de Santiago por el valle del río Maipo, para dirigirse después al centro-sur del país y recorrer las provincias de Colchagua, Talca, Maule y arribar a la de Concepción por su sector costero. En 1839 reinició su viaje de regreso a Santiago por la depresión intermedia, pasando por las localidades de Chillán, San Carlos, Linares, Talca, Curicó, San Fernando y Rancagua, entre otras. En marzo de ese año viajó al Perú con el objeto de buscar documentación para abordar la historia de Chile, tarea que lo mantuvo ocupado prácticamente todo el resto de 1839 y gran parte de 1840. A fines de 1841 se dirigió a Copiapó para visitar la provincia de Atacama, donde reconoció las localidades de Caldera, Tierra Amarilla, Vallenar y Freirina a comienzos de 1842, culminando con ello el recorrido por todas las provincias de Chile. El único sector que no visitó fue la extensa área comprendida entre el sur de la Isla Grande de Chiloé y Magallanes, aunque la consideró en el mapa general de Chile de 1854 que confeccionó⁴². Allí representó el área comprendida entre el sur de la Isla Grande de Chiloé y el Cabo de Hornos sobre la base en un mapa levantado por la expedición de Alejandro Malaspina de finales del siglo XVIII. Cabe advertir, para el caso específico de Aysén, que solo se tenía una ligera idea de su fachada occidental y se desconocía totalmente su interior, aunque se sabía que se extendía allende la cordillera de los Andes. Muy lentamente se logró entender a Aysén como una unidad territorial claramente diferenciada de Chiloé y su archipiélago, y de Magallanes, aunque carecía de una denominación geográfica⁴³.

    Después de recorrer Gay el país, inició en 1834 la cobertura cartográfica, al disponer de los instrumentos necesarios para ese cometido. El resultado final se alcanzó en 1854, cuando se publicó en París el Atlas de la Historia Física y Política de Chile. La obra cartográfica de Gay está compuesta de un mapa general de Chile a escala de 1:2.000.000 aproximadamente, y de un conjunto de 12 mapas particulares que representan las provincias de Chile con escalas variables entre 1:800.000 y 1:1.500.000⁴⁴. El mérito de la cartografía de Gay radica en que el país pudo contar por primera vez con un levantamiento cartográfico con base científica, pues la localización de una parte importante de los diferentes lugares registrados en los mapas, con su correspondiente latitud y longitud, fueron determinados astronómicamente, y otros tantos mediante el uso de la brújula⁴⁵. Se ha afirmado, y con razón, que el trabajo de Gay fue la base del desarrollo cultural y científico posterior del país, pues fue a partir de sus trabajos que naturalistas como Ignacio Domeyko, Amado Pissis, Rodulfo Amado Philippi, entre otros, iniciaron, completaron y aportaron a la obra de reconocer las características físicas del territorio e inventariar sus riquezas naturales⁴⁶.

    Mientras tanto, y dado el retardo de Gay, motivado, entre otras cosas, por la envergadura y magnitud de la tarea encomendada, el gobierno decidió contratar en 1848 los servicios del geógrafo y geólogo francés Amado Pissis (1812-1889), atendiendo a la necesidad que tenía ahora el país de avanzar hacia su desarrollo económico, por lo que era menester disponer de una representación cartográfica con la localización de los recursos naturales, especialmente mineros, así como de un instrumento para la gestión y la administración territorial. Dicho contrato fue firmado durante el gobierno de Manuel Bulnes con el ministro del Interior Manuel Camilo Vial. Pissis inició de inmediato sus actividades sin recorrer el país previamente como lo había hecho Gay, sino que se abocó directamente a la realización de lo requerido en el contrato:

    D. Amado Pissis se obliga a hacer la descripción geológica y mineralógica de la República de Chile, cuya obra se compondrá de texto y mapas. El texto lo dividirá en dos partes: una correspondiente a la geografía del país en que se indicará la posición geográfica, esto es, la latitud y la longitud de las ciudades, pueblos, cerros y otros puntos notables, calculadas por observaciones astronómicas, sus alturas sobre el nivel del mar, y los demás elementos que deben servir de base a los mapas. Al formar esta parte, el señor Pissis dedicará una especial atención a la Cordillera de los Andes, que examinará del modo más prolijo que le sea posible, a fin de señalar con precisión el filo o línea más culminante que separa las vertientes que van a las Provincias Argentinas de los que se dirigen al territorio chileno, y la situación geográfica de los diversos boquetes que permitan el paso por dichas cordilleras a las varias provincias de la República.

    La otra parte comprenderá la geología y mineralogía de Chile; y en ella se dará a conocer la composición geológica de cada provincia, y de todos los productos mineralógicos que se encuentren en ella y puedan ser útiles a algunas industrias, como la indicación exacta de sus asientos.

    Los mapas serán el complemento y el resumen del texto, presentando al ojo la configuración exacta de cada provincia, la distancia de un punto a otro, sus alturas respectivas, la extensión de cada formación geológica, la posición de las minas y de todos los productos minerales útiles a las artes y agricultura⁴⁷.

    Las operaciones indispensables para el levantamiento cartográfico, basadas en el método de la triangulación geodésica, obligaron a Pissis a recorrer el país desde el desierto de Atacama hasta el sector inicial de la Araucanía, territorio que no pudo visitar a causa de la belicosidad de sus habitantes. Contó con varios colaboradores, muchos de ellos solo ocasionales, como el astrónomo Carlos Guillermo Moesta, el capitán de ingenieros José Antonio Donoso Fantoval, los tenientes Félix Blanco Gana y Alberto Blest Gana, el ingeniero de minas Pedro Lucio Cuadra, el ingeniero geógrafo Enrique Concha y Toro y el agrimensor Gabriel Izquierdo⁴⁸.

    La labor efectuada por Amado Pissis se tradujo, en su parte cartográfica, en el Plano topográfico y geológico de la República de Chile, a escala 1:250.000, publicado en París en 1873, obra compuesta de 13 hojas, realizada mediante una triangulación geodésica, método que aseguraba un levantamiento de calidad y precisión⁴⁹. Años más tarde, en 1888, siendo jefe de la sección de Geografía de la Oficina Central de Estadística, publicó un mapa geográfico general de todo el país a escala 1:1.000.000, titulado Mapa de la República de Chile desde el río Loa hasta el cabo de Hornos, basado en los datos acumulados para su mapa a escala 1:250.000.

    Por otra parte, la relación escrita de su trabajo fue recogida en los diferentes informes publicados en los Anales de la Universidad de Chile a partir de 1850, tanto de índole monográfica como específica de algunas de las provincias visitadas. En ellos dio a conocer las características físicas y humanas del territorio chileno, producto del conocimiento directo adquirido en sus viajes a terreno, así como de la consulta de otros viajeros y exploradores, en especial de lo realizado por Claudio Gay. Entre estos informes cabe destacar Investigación sobre la altitud de los cerros culminantes de la cordillera de los Andes, de 1852, y Descripción de la provincia de Valparaíso, de 1858. Todo este trabajo tuvo su expresión final en su obra Geografía Física de la República de Chile, publicada en 1875, en la que reseña en su primera parte, y con gran extensión, la orografía, geología, meteorología e hidrografía de país, bajo el título de Reino Orgánico, y en su segunda parte todo lo relacionado con la vegetación, agricultura y fauna, bajo el nombre de Geografía Botánica⁵⁰.

    Los mapas de Pissis, a pesar de las críticas de que fueron objeto, junto con su texto Geografía Física de la República de Chile, tuvieron gran influencia durante el último tercio del siglo XIX y contribuyeron notablemente al conocimiento de la geografía del país, sobre todo en lo referente a sus potencialidades económicas.

    En el proceso de descripción del territorio conviene tener presente también a otros individuos que cumpliendo deseos personales o bien encargos del gobierno o de gobiernos extranjeros exploraron con fines científicos el país durante el siglo XIX. Así, se hicieron reconocimiento de zonas más específicas del país, como ocurrió con Valdivia. En ellos participaron los hermanos Bernardo y Rodulfo Amando Philippi, Benjamín Muñoz Gamero —en 1849 reconoció el lago de Todos los Santos⁵¹—, los hermanos Guillermo y Eduardo Frick, Guillermo Dðll, que completó el trabajo de Muñoz Gamero y publicó un mapa de la zona, y varios agrimensores, como Reuter, Harnecker, Siemsen, Eisendecher, Geisse y otros⁵². Guillermo Cox exploró en 1859 la desembocadura del río Petrohué, y en 1862 emprendió un viaje que lo llevó hasta el lago Nahuel Huapi. Consecuencia de estas exploraciones fue, además de las descripciones del territorio y de sus habitantes y de un mejor conocimiento de la flora y de la fauna, la elaboración de una abundante cartografía, como el mapa de la provincia de Valdivia de Bernardo Philippi, impreso en Alemania en 1846; el de Eduard Poeppig, grabado en París en 1859; el de Guillermo Frick, de 1864, y el de este mismo, de una parte de la provincia, de 1885.

    Por su magnitud deben recordarse los viajes realizados por Ignacio Domeyko y Rodulfo Amando Philippi, el primero al desierto de Atacama y a la Araucanía, y el segundo también al desierto de Atacama. Ignacio Domeyko, con estudios en la Escuela de Minas de París, ostentaba el título de ingeniero en minas, y fue contratado por el gobierno chileno con el propósito de formar sus propios cuadros de profesionales y técnicos para fortalecer el desarrollo económico, así como para reconocer los recursos naturales de que disponía el territorio. Recién llegado al país se radicó en La Serena como profesor de Química y Mineralogía en el liceo de esa ciudad. Escribió, asimismo, ensayos y artículos referentes a los minerales existentes en el país y recorrió Atacama, poniendo especial interés en Copiapó, Huasco y Chañarcillo⁵³. Al visitar Domeyko la Araucanía en 1845, lo hizo motivado esencialmente por su curiosidad de científico en el pueblo mapuche y en las características de ese territorio. Las opiniones que formuló en sus escritos tuvieron gran importancia para las autoridades de gobierno ante el debate surgido sobre lo que convenía hacer en una región aún no sometida a la soberanía del Estado chileno⁵⁴.

    Rodulfo Amando Philippi, médico de profesión pero naturalista por vocación, se desempeñó como profesor de Geografía y de Historia Natural en el Colegio Politécnico de Cassel. Inducido por su hermano Bernardo, quien actuaba como agente de colonización de Chile, llegó al país a fines de 1851. Muy pronto fue nombrado rector del Liceo de Valdivia, para trasladarse posteriormente a Santiago, donde ejerció el cargo de profesor de Botánica y Zoología del Instituto Nacional. En 1853 fue nombrado director del Museo Nacional de Historia Natural. La contribución de Philippi al país es muy amplia, pero en lo referente al conocimiento del territorio ella se deriva de las diferentes expediciones científicas que lo llevaron a recorrer gran parte del territorio, lo que le permitió hacer interesantes aportes a la taxonomía de la flora chilena. Mediante decreto del 10 de noviembre de 1853 se le encargó explorar y reconocer el desierto de Atacama, misión que emprendió de inmediato junto a Guillermo Dðll y al célebre cateador Diego de Almeida. El objeto de la exploración era conocer la geología de esa parte del territorio y los diferentes minerales que podía contener para su explotación, así como obtener más información geográfica para el mejor conocimiento de esa porción del país y sus posibilidades de recibir asentamientos humanos⁵⁵. Aunque la formación académica de Philippi no era la misma que la de Ignacio Domeyko o Amado Pissis, fue el primer naturalista en explorar una zona temida por aislada e inhóspita. Su informe, importante en la descripción y sistematización de la flora y fauna del desierto, no fue alentador respecto de las posibilidades de ocupación, así como de la explotación minera, especialmente por la carencia de recursos hídricos.

    El 3 de agosto de 1848 el Congreso de los Estados Unidos encargó al secretario de Marina la preparación de una expedición astronómica al hemisferio sur, destinada a calcular la distancia entre la tierra y el sol. Esta tarea, que se centró en Chile y en los territorios interiores de Argentina, fue llevada a cabo entre los años 1849 y 1852 por el teniente de la Armada James M. Gilliss, quien contó con la colaboración de tres ayudantes. A los trabajos astronómicos y sobre magnetismo terrestre agregó numerosas y agudas observaciones sobre Chile, su población, sus actividades económicas y su vida política. Pero también, y sobre la base de los trabajos de Pissis, Allan Campbell, Gay, los originales inéditos de los archivos de Santiago y las propias determinaciones astronómicas de la expedición, elaboró tres planchas que cubrían desde los supuestos límites de Bolivia, en el paralelo 25, hasta la isla de Chiloé. Al ayudante principal de Gilliss, el teniente Archibald MacRae, le cupo la tarea de hacer observaciones entre Santiago y Buenos Aires, fruto del cual, en lo que hace relación a Chile, fue el mapa de los pasos de Uspallata y Portillo⁵⁶.

    Menos numerosos y más tardíos fueron los viajes de reconocimiento al interior del territorio magallánico. Aunque se sabe que este era recorrido por baqueanos dedicados al comercio con los indígenas y a la caza de caballos salvajes o baguales, escasas son las descripciones de la región. En mayo de 1869 el inglés Charles Chaworth Musters, ex oficial de marina, salió de Punta Arenas con un grupo de soldados enviados a capturar a un grupo de desertores. Musters llegó al establecimiento de Luis Piedra Buena en la isla Pavón, en el río Santa Cruz, y después, junto a un grupo de tehuelches, realizó una travesía de casi tres mil kilómetros hasta llegar a Carmen de Patagones. El relato de su viaje, publicado en Londres en 1871, puso énfasis en la forma de vida de los tehuelches y dio interesantes antecedentes acerca de las relaciones de estos con los mapuches⁵⁷.

    En 1877 el comandante general de Marina dispuso la exploración de los valles orientales de los Andes y en particular de la región situada al sur del río Santa Cruz. Estuvo a cargo de la expedición el teniente Juan Tomás Rogers, más un guardiamarina, dos marinos, dos baqueanos y el joven naturalista Enrique Ibar. El grupo no solo llegó al río Santa Cruz, sino reconoció el lago donde nace, bautizado como Santa Cruz, hoy Argentino. La instrucción que recibió de dar término a la comisión como consecuencia del motín de los artilleros en Punta Arenas frustró los objetivos geográficos, aunque no los científicos de la expedición. Un segundo intento iniciado a principios de enero de 1879 permitió el reconocimiento del macizo montañoso del Paine y del impresionante distrito lacustre de la zona. Con la información proporcionada por Rogers, el ingeniero Alejandro Bertrand pudo diseñar la primera carta de la Patagonia oriental austral⁵⁸.

    Como consecuencia de la suscripción del tratado de límites con Argentina de 1881 y dado que ese país impulsaba el establecimiento de colonos en la Patagonia, en la vertiente oriental de la cordillera andina, el gobierno chileno redobló sus esfuerzos para reconocer puntos y áreas de interés destinados a la colonización en la vertiente occidental de dicho territorio. Por tal motivo encomendó al capitán de fragata Ramón Serrano Montaner la exploración del valle y río Palena, para, por una parte, conocer su potencialidad colonizadora, y por otra, determinar la relación en que los mismos se encontraban con respecto de la línea divisoria internacional⁵⁹, en especial en lo relativo al nacimiento del río sobre la base de la divisoria de las aguas o de las altas cumbres.

    LOS LÍMITES DE CHILE

    La imprecisa delimitación septentrional de Chile contenida en las constituciones de 1823, 1828 y 1833, el despoblado o desierto de Atacama, es un claro reflejo del desconocimiento que las primeras autoridades republicanas tenían de esa región, unido, con seguridad, a un desinterés por ella. No de otra manera se puede explicar la inercia del gobierno de Santiago ante la medida adoptada por Simón Bolívar, a tres meses de fundarse la nueva república de Bolivia en lo que había sido el Alto Perú, de darle a esta un puerto a cualquier costo. La orden fue comunicada por Antonio José de Sucre al irlandés Burdett F. O’Connor, quien, desde Cobija y a bordo del bergantín Chimborazo reconoció la costa hacia el sur. Desechó a Mejillones por carecer de agua, y a Paposo por las dificultades del tránsito desde ese lugar hasta Atacama, concluyendo que Cobija tenía el mejor fondo para ancla y el puerto más cómodo también. Por decreto de 28 de diciembre de 1825 Bolívar habilitó a Cobija, como puerto mayor de estas provincias, con el nombre de Puerto La Mar⁶⁰.

    Lo más notable de esta determinación de Bolívar —producto de la ignorancia de la realidad americana por parte de los próceres de la independencia, muchos de ellos provenientes de muy distantes lugares del continente, unida a la actuación arbitraria de estos, interesados en rehacer libremente el mapa de América, y a la generalizada inestabilidad producida por el proceso emancipador— fue que la ocupación de territorios pertenecientes al Perú y a Chile y su asignación a una entidad nueva, de naturaleza mediterránea y altiplánica, no generara reacción alguna en los países afectados. Al margen de las normas de la legislación indiana y de la cartografía de la época, muy imprecisa, como se ha indicado, pero perfectamente clara en cuanto a fijar el límite norte de Chile con el Perú —y no con el virreinato del Río de la Plata, al que perteneció el Alto Perú desde 1776, y que nunca pretendió tener costa en el Pacífico— ya en el río Loa⁶¹, ya en el Salado o en puntos intermedios, son numerosísimos los testimonios que muestran la presencia de chilenos y los actos positivos de jurisdicción del gobierno en el territorio del despoblado de Atacama. Baste recordar las encomiendas de indios changos que habitaban en la costa otorgadas al conquistador Francisco de Riberos Figueroa, vecino de La Serena y a sus descendientes, todavía en el siglo XVIII⁶², o los reiterados actos jurisdiccionales del gobernador Ambrosio Higgins, pasando por la concesión de mercedes de tierras, como la de Paposo dada al corregidor de Copiapó Francisco de Cisternas⁶³. Al dar Chile sus primero pasos con alguna autonomía, de no menor importancia fueron los censos realizados en el territorio de Paposo, como el de 1813.

    El descubrimiento de guano en Mejillones y de yacimientos de cobre en las proximidades llevó a la dictación de la ley de 31 de octubre de 1842, que declaró de propiedad nacional los guanos de Coquimbo, del desierto de Atacama y de las islas adyacentes. Esto originó un largo debate con Bolivia —matizado con solicitudes a Chile de su mediación ante el Perú para lograr la cesión de Arica—, que se examina en detalle más adelante, y que concluyó con la firma, el 10 de agosto de 1866, de un tratado que fijó como límite entre ambos países el paralelo 24 de latitud sur. Se agregó en el citado instrumento que los derechos de exportación del guano y de los minerales extraídos entre los paralelos 23°, un poco al norte de Punta Angamos, y 25°, casi exactamente en Paposo, se repartirían por mitades entre ambos países. Otro tratado, suscrito el 6 de agosto de 1874, sustituyó al anterior convenio, pero dejó subsistente el límite. Lo que interesa subrayar, en consecuencia, es que a partir de 1866 y hasta 1881, término del periodo aquí examinado, Chile deslindó con Bolivia por una línea recta de mar a cordillera, el paralelo 24° de latitud sur.

    Los límites con Argentina no debían dar lugar a dificultades mayores, pues un elemento natural, la cordillera de los Andes, separaba a ambos países. Tal deslinde era, sin embargo, bastante más complejo que lo imaginado en la primera mitad del siglo XIX. ¿Qué criterios habrían de utilizarse para determinar cuál de los varios cordones longitudinales que forman la cordillera era el límite preciso entre Chile y Argentina? En segundo lugar, el análisis de los títulos coloniales agregaba una nueva dificultad. En efecto, el distrito que se le asignó a Pedro de Valdivia para su gobierno en 1548 y 1554 tenía un ancho de 100 leguas, lo que explica que las provincias de Tucumán y Cuyo pertenecieran a Chile, la primero hasta 1563 y la segunda hasta la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776, fecha en que fue incorporada a este. Su límite sur, el río Diamante, quedó, pues, como límite norte del Chile transandino, y su límite oriente, el meridiano 65°, que llegaba al Atlántico al sur de la península Valdés, la península San José, en latitud 42°, como escribió con precisión Bernardo O’Higgins al indicarle al capitán inglés Coghlan los deslindes de esa parte del país. Son bien conocidos los intentos de los jesuitas de Chiloé de establecerse en las riberas del lago Nahuel Huapi, pero salvo iniciativas de índole misionera, no hubo esfuerzos desde el Chile antiguo por conocer y ocupar la Patagonia oriental.

    La toma de posesión del estrecho de Magallanes el 21 de septiembre de 1843, el establecimiento del fuerte Bulnes y la posterior fundación de Punta Arenas dieron origen a una tardía protesta argentina, de 15 de diciembre de 1847, en la que el canciller transandino alegó derechos de su país en la región. El gobierno chileno invitó al de Buenos Aires a que ambos exhibieran sus títulos de dominio, lo que no fue aceptado en ese momento por Argentina. Sin embargo, en 1856, al firmarse entre Chile y Argentina un tratado comercial, se incluyó un artículo, el 39, que se refirió a la cuestión limítrofe y dio las bases para resolver las posibles diferencias:

    Ambas partes contratantes reconocen como límites de sus respectivos territorios, los que poseían como tales al tiempo de separarse de la dominación española el año de 1810, y convienen en aplazar las cuestiones que han podido o pueden suscitarse sobre esta materia para discutirlas después pacífica y amigablemente, sin recurrir jamás a medidas violentas, y en caso de no arribar a un completo arreglo, someter la decisión al arbitraje de una nación amiga.

    Como puede apreciarse, se estableció allí un criterio central en materia de delimitación fronteriza, el principio conocido como uti possidetis de 1810. Aunque esta materia se

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