Atlas de islas sin coches. Primera parte.
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Atlas de islas sin coches. Primera parte. - Ander Claver Goicoechea
Créditos
Atlas de islas sin coches
Primera parte
Escritores: Ander Claver Goicoechea y Janire Nogales
Corrector: Iñigo López
Ilustradores: Laura de La Cruz González y Jorge Calvo
Prefacio: Jorge González de Matauco
Colección: Atlas sensible
, tomo 2
Editorial Saure
Polígono industrial de Goiain – Avenida San Blas, 11
01171 ES-Legutio
Páginas web
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Para coleccionistas de poesía ilustrada:
www.imartgine.es
I.S.B.N.: 978-84-16197-88-0
© 2017 Editorial Saure
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
Prólogo
Las islas siempre han representado un destino exótico y misterioso. Han sido mucho más que una porción de tierra rodeada de agua por todas partes, como dice el diccionario, y dentro de la literatura han tenido una función mítica: la de alcanzar un objetivo imposible, una utopía o una quimera, como aquella ínsula Barataria del Quijote
. Así definí las islas en uno de mis libros, en el que buena parte de los capítulos narraban carreras en islas, a veces afrontando recorridos de más de cien kilómetros que incluían noches en vela.
Como atleta, buscaba carreras que atravesaran islas de un extremo a otro porque ese hecho aportaba un fin claro a la competición, más allá de hacer kilometradas sin sentido. Cuando se atraviesa una isla, se cumple una misión, termina un objetivo lógico. Nada hay más allá, aparte del mar. Unos años antes, con motivo de otro de mis libros, había visitado la isla de Sark, incluida en el grupo de islas del Canal de la Mancha, conocidas en inglés como las Channel Islands. Sark reúne varias peculiaridades, pero la que más saltaba a la vista era la ausencia de coches. Este Atlas de islas sin coches que nos presentan Janire y Ander me ha recordado tanto mi pasión por cruzar islas corriendo de un lado a otro como mi viaje a aquella isla de Sark.
Se dice que la buena literatura de viajes ha de reunir dos requisitos. En primer lugar, tiene que entretener al lector. No es esta exigencia diferente a la que se pide a cualquier tipo de literatura. Cuando alguien afirma que un texto es aburrido, lo más probable es que lo abandone rápidamente, pese a que objetivamente sea muy interesante o esté muy bien escrito. En segundo lugar, un libro de viajes debe aportar nuevos conocimientos. Por más ameno que pueda resultar conocer grandes aventuras, si al final de un libro de viajes no queda nada más allá de pasar un buen rato, habría tenido más sentido leer una novela de suspense.
El libro que el lector tiene en sus manos cumple sobradamente con ambos requisitos. Por un lado, entretiene con la variada descripción de unas islas cuyo único punto en común es carecer de vehículos motorizados. Los autores ceden todo el protagonismo a sus islas y utilizan un tono distendido, cercano y en nada pretencioso. Muchos de los textos tienen una breve introducción que incluye acertadas reflexiones sobre el arte de viajar, sobre la naturaleza o sobre la vida misma, de la que, en definitiva, viajar es solo un aspecto más.
Por otro lado, he de confesar que, con excepción de Venecia o Lamu, jamás había oído hablar de ninguna de las islas que se enumeran en el libro, por lo que, evidentemente, la función de saciar la sed de conocimientos del lector queda más que cumplida.
La lectura de este libro también me ha recordado al viajero Wilfred Thesiger, el famoso explorador del Rub al Khali, el desierto de Arabia, que nos dejó una obra maestra de la literatura de viajes, como es Arenas de Arabia. Thesiger odiaba los vehículos a motor y, aunque solo fuera por ese hecho, seguramente se habría sentido muy a gusto leyendo este libro.
Hace algunos meses cayó en mis manos un libro titulado Atlas de islas remotas, escrito por Judith Schalansky. En él, la autora compartía con el lector historias de algunas de las islas más aisladas del mundo. Pero, como la propia autora confesaba, se trataba de islas a las que nunca había ido y a las que nunca iría. Con este Atlas de islas sin coches, el lector viajero va a disfrutar por partida doble, primero conociéndolas en el texto, y después, con el hecho de que, a diferencia de las islas remotas de Schalansky, son islas accesibles para cualquier viajero más o menos intrépido; algunas de ellas, y Venecia es el mejor ejemplo, quizá,