Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

No importa: Blingg, #1
No importa: Blingg, #1
No importa: Blingg, #1
Libro electrónico363 páginas4 horas

No importa: Blingg, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Sophie y su hermana Gwen son las propietarias de Blingg, una tienda de ropa con mucho éxito, y disfrutan la vida a tope. Ella nunca se ha enamorado a pesar de sus muchas aventuras de una noche con diferentes hombres... Hasta que se encuentra con el atractivo y rubio Frederick.

¿Será su amor verdadero? ¿Y podrá soportar Frederick el hecho de que el atractivo Rens sea el mejor amigo de ella? Porque ella siempre tendrá un nexo especial con él.

Durante las vacaciones que viven juntos se desata la tensión...

Esta primera parte de la serie Blingg incluye un montón de problemas dramáticos con los hombres, intercalados con escenas muy calientes.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9781071513934
No importa: Blingg, #1

Relacionado con No importa

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para No importa

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    No importa - Miranda Hillers

    No está permitido reproducir total ni parcialmente esta obra a través de fotocopias, impresiones, grabación automática de datos o cualquier otra forma sin consentimiento expreso del editor.

    ––––––––

    Otros títulos de Miranda Hillers

    No me rompas el corazón (Blingg #2) en progreso

    No te confundas (Blingg #3) en progreso

    1

    —Buenos días, cariño.

    Me desperezo lentamente. Una voz fuerte me ha sacado de mis sueños. Mi brazo estirado choca contra algo al girarme un poco. El rostro de un hombre muy guapo me sonríe y después me lanza una mirada de deseo.

    Mi mirada recorre su cuerpo de arriba a abajo. Una maraña de rizos negros, con ojos marrones, una nariz perfecta, barba de tres días en las mejillas y unos labios que invitan a...

    ¿He mencionado ya su cuerpo? Porque es absolutamente perfecto.

    Y así, sin más, ese cuerpo está tumbado a mi lado en la cama. En mi cama.

    —Buenos días... eh...

    —Julian. —Sale de esa boca tan bien formada.

    Sí, cierto. Julian. Ahora que lo dice, me suena.

    Mientras espero a ver qué hace, paso la mano por esa barba de tres. Sus ojos oscuros me miran con anhelo. Se inclina despacio hacia delante. Yo esperaba un beso profundo, pero los labios de Julian se quedan a un paso de los míos.

    —Has estado estupenda esta noche. —Sus palabras son como una suave brisa tan cerca de mi boca—. Voy a volver a mimarte de nuevo.

    Pues me parece genial, porque este pedazo de hombre tan guapo despierta mi deseo.

    Sus manos vuelven a descubrir mi cuerpo y siento esos besos suaves como mariposas en mis pechos. Uhm, sigue así, no te pares, por favor. La temperatura de mi cuerpo aumenta ligeramente; desde luego el tal Julian es un buen amante.

    Pero por desgracia no puedo disfrutar de esos mimos mucho más, porque de repente mi móvil se pone a temblar. ¡Dios, ahora no!

    Medio colgando de la cama, intento agarrar el terminal con una mano. Siempre pienso que si alguien me llama es por alguna razón, que tiene que haber pasado algo, así que tengo que contestar.

    Cuando tengo el móvil en las manos, miro la pantalla.

    —Es Gwen, mi hermana —digo bien alto; puede que él también la conozca.

    Julian no responde y sigue con lo que estaba haciendo. Su cabeza desciende despacio, y me va besando el vientre hasta mi ropa interior mientras sigue con una mano en mis pechos. Es una sensación increíble, y ya casi no puedo ni respirar.

    Mientras tanto yo, a pesar de lo excitada que estoy, he conseguido desbloquear la pantalla del móvil con un movimiento de mano. Mi otra mano está enterrada entre los rizos negros de Julian, mi Adonis particular.

    —¿Gwen? —pregunto sorprendida.

    —¡Fie! ¿Dónde te has metido? —Su voz suena enfadada—. Tenemos mucho lío en la tienda.

    —Eh... no, si hoy es dom... —Iba a decir que es domingo, pero me paro cuando me vienen ráfagas de anoche a la mente para recordarme que hoy es sábado.

    La boca de Julian parece realmente inspirada, siento un inmenso calor. Aunque solo con verle ya casi me había derretido.

    —Estoy llegando —digo con calma mientras alejo el móvil. Joder, estoy a punto de explotar con sus lametones, sus mordiscos suaves y sus dedos—. ¡Julian! —grito en un susurro—. No voy a aguantar mucho más...

    —Vamos, cosa rica. —Su voz ronca lo está consiguiendo—. Córrete para mí, Sophie.

    Me agarro a los rizos oscuros de mi amante y me dejo llevar, incapaz de contenerme. Lo siento todo de manera muy intensa. El orgasmo me supera, y esa sensación se expande por todo mi cuerpo.

    —¡Dios, me corro! —grito. Seguro que Gwen también lo ha oído antes de que el móvil se me resbale de las manos y vaya a parar al suelo—. Perdón, perdón, hermanita. Me he quedado dormida después de apagar el despertador.

    Un cuarto de hora más tarde, aparezco en la tienda con el pelo mojado recogido en una coleta.

    Gwen se me queda mirando, se ríe y sacude la cabeza.

    —Fie—. Mi nombre suena como si lo hubiese pronunciado mi madre. ¿Estará a punto de echarme un sermón?

    Va a la caja a cobrar a dos chicas que llevan un montón de vestidos. Yo me meto en el probador de cortinas moradas para ayudar a una madre y una hija que dudan entre vaqueros de botones o de cremallera.

    —La sobrina de mis vecinos me habló por casualidad de esta tienda tan bonita. Acabamos de venir a vivir aquí —me dice la madre.

    —Me alegro de que le guste, señora. Gracias —contesto yo, con una sonrisa de orgullo en la cara.

    Su hija, de unos dieciséis años, lleva una camiseta moderna de color rosa pastel con un estampado de moda. Su madre la señala, y pregunta si también la tenemos en su talla.

    Yo saludo a otros clientes mientras voy a por ella. Cojo la talla de la señora en el estante de los tops, se lo paso y, mientras ella se lo prueba, Gwen se me pone al lado.

    —Qué suerte que vivas aquí arriba y hayas podido venir en tan poquito tiempo. —Se choca con mi hombro—. Porque de lo contrario habría ido a ver qué estabas haciendo.

    Ya sé que no lo dice en serio, pero aun así me pongo colorada al pensar en lo que ha sucedido arriba. No suelo ruborizarme, pero al recordar lo que Julian y yo hicimos anoche lo vuelvo a sentir entre las piernas.

    —¿Otra vez tan intenso? —Se ríe entre dientes al ver que no contesto, me conoce demasiado bien.

    Nos alejamos un poco de los probadores.

    —Menos mal que insonoricé el suelo.

    —Tú sola te delatas, Fie. ¿Quién ha sido el afortunado esta vez?

    —Julian. —El mismo Julian que anoche gritaba bien alto mi nombre mientras yo le daba placer con la boca.

    —Ah, será el del pelo moreno. Siempre te llevas al más buenorro. ¿Le arrastraste de los pelos hasta tu casa? No te vi marcharte...

    Ayer nos fuimos después del trabajo a tomarnos unos vinitos al bar del barrio. Y sí, había mucha testosterona en el aire, lo nunca visto.

    —Como no sabía cuál escoger, hice pito pito gorgorito —bromeo.

    —Jajaja, Fie. ¿Y has quedado en algo con él?

    Yo niego con la cabeza.

    —Solo sé su nombre de pila y que se iba a duchar y cerraría la puerta al salir. —Le doy con el dedo índice en la tripa—. ¿Y tú, Gwen? Porque te fuiste al baño y ya no volviste...

    —Eh... sí... —De pronto veo marcas en su cuello y aprieto una de ellas. Ella se ríe y me aparta la mano—. No hagas eso.

    —¿Quién fue? —Me quedo esperando a que me diga el nombre.

    —Thomas.

    Me echo a reír flojito. No quiero espantar a los clientes con nuestros cotilleos sobre los hombres a los que nos hemos tirado.

    —¡Pero si solo ibas al baño! Buena jugada, Gwen.

    Chocamos los cinco y nos reímos como adolescentes de nuestras conquistas.

    La madre y la hija a las que había aconsejado antes vienen a la caja con sus compras. Se lo envuelvo todo y les cobro.

    —Actualizamos las colecciones cada semana —digo mientras les paso las dos sus bolsas llenas de ropa.

    —Bueno es saberlo. —La madre me sonríe amablemente, y la hija parece satisfecha con sus nuevos tops y pantalones.

    —Buen fin de semana. Gracias y hasta pronto. —Le devuelvo la sonrisa y me dirijo al siguiente cliente.

    —¿Tenéis este top de purpurina en otros colores? —pregunta una chica, que ha estado esperando tranquilamente a que acabasen la madre y la hija.

    Así se pasa el día, y a mí me parece genial. Mi propio negocio junto con mi hermana cumple nuestras expectativas.

    Pintamos las paredes de morado, plata y negro, y las combinamos con accesorios blancos para que hacer que Blingg sea más llamativa y brillante.

    —Voy a buscarte uno. Vente conmigo si quieres.

    Hace ademán de acompañarme. Yo voy delante de ella hacia la estantería donde los tenemos expuestos y le doy uno en color verde.

    —Gracias. Tenéis una ropa realmente especial. ¿Vendéis también joyas?

    —Lo siento, por el momento solo tenemos algunos chales y cinturones, pero dentro de poco sacaremos nuestra línea de bisutería.

    —¿En serio? ¿Podrías llamarme cuando salga? —pregunta entusiasmada—. Se acerca mi cumpleaños y me encantaría llevar un anillo o una pulsera con ese estilo tan particular vuestro.

    —Genial, me apunto tus datos y te aviso enseguida.

    Alegre y satisfecha, nuestra clienta sale de la tienda.

    El tiempo pasa volando, y antes de que nos demos cuenta ya son las cinco otra vez. Dispuesta y con ganas para esta noche, salgo para meter dentro el estante de prendas que está fuera.

    Saludo a Rens, nuestro vecino de arriba, que tiene una tienda de bicicletas y un pequeño garaje con su padre. Él me devuelve el saludo con una sonrisa y un guiño.

    —¿Vais a hacer algo esta noche? —me grita desde el otro lado. Yo hago que sí con la cabeza, no quiero parecer ordinaria en un medio de la calle comercial—. ¿The Matrix? —pregunta Rens, sin bajar la voz.

    No puedo evitar reírme de este fabricante de bicicletas.

    —Síiiii —digo, en voz más alta de lo que debería, y los dos levantamos los pulgares.

    Una vez dentro, le pregunto a Gwen qué dice, porque estaba mirando a través del escaparate cómo Rens metía en la tienda las bicis que tenían expuestas fuera.

    —Perdona, estaba distraída.

    —¡Fin de semana, allá voy! Y tú también, ¿no? —dice entre risas, porque sabe perfectamente que lo que vamos a hacer es ir de conquistar... o lo que es lo mismo, ligar con el sexo masculino.

    —Sí, qué ganas: bailar, ligar y... ¿echarnos unas birras? —Ya estoy pensando en lo que me voy a poner y pellizco a mi hermana en el costado.

    —¿Te vienes ya conmigo o vendrás después de arreglar la cama? —me pregunta.

    —Ya iré más tarde a tu casa. Supongo que Julian ya habrá quitado los trastos.

    Nos despedimos, y yo me voy a través de la puerta de servicio de la tienda hacia arriba por las escaleras. En realidad, la entrada a mi piso está fuera, detrás de la tienda, pero también se puede acceder por ahí.

    Dejo las llaves en el mueble blanco y saludo a Edward, que me mira travieso desde la foto. Es mi personaje favorito de la serie Crepúsculo. Les pongo un poco de comida a mis peces, Bella y Jake, que vienen nadando hacia la parte de arriba de la pecera redonda y se comen la comida a la vez.

    Mi mirada va a parar a una tarjeta de visita que hay encima del mueble. Apuesto a que es de Adonis Julian... y obviamente acierto.

    Vamos a ver qué dice... Al parecer tiene un despacho de eventos en una ciudad cercana. Le doy la vuelta a la tarjeta.

    He disfrutado mucho con tu precioso cuerpo. X

    Sonrío al pensar en lo de anoche. Él a mí también me ha hecho disfrutar. Dejo la tarjeta con las demás en el cajón donde también tengo los menús de la pizzería y del chino.

    Ordeno un poco las revistas que quedaban por ahí y las pongo en el revistero. Es la hora de la ducha, pero primero voy a arreglar la cama.

    Mi armario vestidor, con suficiente espacio para toda mi ropa, está bastante lleno. Tengo un buen surtido de lencería, chales, joyas y zapatos bien colocados, además de la ropa ordenada por colores.

    Esta noche me voy a poner ese vestido ajustado negro que ya me había dejado preparado antes de meterme en la ducha.

    Casi se me cae la toalla de la cabeza, y eso que me la he enrollado tan bien como he podido. Bueno, a tomar por saco.

    Escojo mi loción corporal favorita del armarito del baño, que está lleno de botes de crema, lociones y perfumes. Se esparce de manera fluida como una segunda piel por mi cuerpo. Y encima me deja un efecto brillante. Perfecto.

    Me seco el pelo largo y oscuro con el secador hasta que me queda por encima de los hombros y me maquillo con cuidado: Un poco de maquillaje de base, sombra de ojos y raya azul por encima y por debajo de los ojos para que resalte bien mis iris oscuros. Con una brocha gorda, me pongo un poco de polvo en la cara para quitar los brillos, y por último saco el pincelito de la funda del lápiz de labios y esparzo el color por los labios. Este es claramente mi pintalabios favorito: 24 horas a prueba de besos. Ideal.

    Saco la pulsera morada, un prototipo que hemos desarrollado nosotras mismas, de uno de los joyeritos que tengo abiertos. Me siento muy orgullosa de ella. Es nuestro primer ejemplar. Como estoy sola, tengo que hacer un apaño para que el cierre se enganche, pero no me desánimo y al final lo consigo. Ahora, solo me queda ponerme el vestido negro y lista.

    También busco mis zapatos de tacón de terciopelo negro. ¿Dónde los habré puesto? Miro bajo la cama y en el salón, y ese par no está ahí, pero sí hay otro.

    Al llegar a la puerta veo los tacones que buscaba. Están esperándome en el recibidor. ¡Qué bien! Me cambio de zapatos ahora mismo.

    Esta noche, Gwen y yo hemos quedado con nuestras amigas Claudia y Rosalie. Cenaremos en casa de mi hermana y después nos vamos a The Matrix, el nuevo club que ha abierto hace apenas un mes.

    Como no vivimos muy lejos una de la otra, voy a su casa a pie. Con esta falda tan ajustada, ir en bici no es una opción, y además eso haría que el pelo se me moviera hacia todos lados. No, he hecho bien en caminar esos diez minutos.

    Las calles comerciales están desiertas. Voy mirando en los escaparates para ver cómo presenta nuestra competencia sus colecciones. Paso por el bar y saludo con la mano a algunos conocidos. Ahí está Rens con sus amigos en la puerta, y sale con una cerveza en la mano.

    —¡Hombre, Fietje! ¿Me estabas buscando? —Levanta las cejas como signo de interrogación, y me da un beso en la mejilla, casi en la boca.

    —No, no. Voy a casa de Gwen. —Le doy un toquecito en el hombro.

    —Bueno, pero luego vamos a echarnos unos bailes, ¿no? —dice mientras marca unos pasos de baile un tanto raros.

    No puedo evitar reírme con Rens, es tan majo...

    En el reloj de la iglesia veo que es hora de irme, ya llego tarde.

    —Me voy, Rens. Luego nos vemos. —Le doy un beso en la mejilla yo a él y sigo mi camino.

    Doce minutos después, entro sin llamar en casa de Gwen, donde las chicas ya están sentadas a la mesa.

    —Hola, Fie. —Claudia se levanta y me da un beso—. ¿Qué tal?

    Rosalie me abraza.

    —Sophie, estás tan guapa como siempre.

    —Bien, gracias. ¿Y vosotras? —Las dos asienten y miran con cara de hambre a Gwen, que viene de la cocina con una sartén de nasi humeante.

    —Uhm, huele a chino. ¡Rico, rico! —Me desplomo en una silla, estiro los brazos y a continuación doy un sonoro bostezo.

    —¿Estás cansada o algo? —me pregunta Rosalie.

    ¿Cansada?

    —No, solo algo contrariada. —Puede que sí esté un poco cansada de anoche, pero estoy contenta. Gwen se ríe con malicia y yo le saco la lengua—. Yo creo que es Gwennie la que está cansada.

    —No, Gwen nunca. —Se ríe fuerte.

    —¿Y eso? —pregunta Claudia con curiosidad. Mueve su pelo rubio y largo por encima de los hombros y nos mira con interés.

    —Es que Fie estuvo haciendo gimnasia anoche. —Gwen aplaude mi noche salvaje, pero, ¿y la suya?

    —Oh, ¡cuenta, cuenta! —Rosalie se sienta a mi lado, es todo oídos.

    Como quien no quiere la cosa, me encojo de hombros.

    —Lo normal. Esta mañana cuando me he despertado había un tío bueno en mi cama.

    Ellas se ríen por mi manera fría de contarlo.

    —¿Y? —Claudia no puede ocultar su curiosidad.

    —¿Y qué?

    Ella matiza la pregunta:

    —¿Ha estado bien?

    Yo suelto un suspiro exagerado.

    —¿Me pasas la salsa picante? —Mi hermana ha entendido lo que quería decir y me pasa el bote que hay en la mesa. Con una cucharita, saco la salsa—. ¿Veis esto? —Claudia y Rosalie asienten, esperando lo que viene ahora—. Prestad atención. —Y me meto la cuchara entera en la boca.

    —¿Qué estás haciendo? —chilla Rosalie, asustada.

    Por el rabillo del ojo veo que Claudia se queda con los ojos y la boca como platos. Gwen se echa a reír anticipadamente. Esto es algo que solemos hacer.

    Me trago toda la salsa y digo:

    —Así de fuerte fue con Julian.

    Ellas se retuercen de risa, no entienden cómo me he podido tragar eso sin problema.

    —¿Y cómo va con vuestra línea de bisutería? La semana que viene tengo una cita. Un futuro médico. —A Rosalie le brillan los ojos—. Y necesito una gargantilla nueva.

    —Ya falta poco. Nuestro fabricante español nos ha enviado alguna muestra, y tienen muy buena pinta —le digo.

    —Mirad, este es un modelo de prueba. —Gwen les enseña un anillo que destaca por la forma y la combinación de colores.

    —¡Es precioso! —Claudia levanta su copa de cerveza—. ¡Venga, chicas, por las joyas! ¡Y por esta noche!

    2

    Hay muchísimas bicis y coches en la entrada del Matrix. Parece que todo el mundo ha decidido salir el sábado por la noche.

    Entregamos las chaquetas en el guardarropa y al seguir hacia delante tenemos que ir acostumbrándonos a la oscuridad de la sala. Por todas partes, hay luces brillantes que centellean.

    Miro a mi alrededor y veo a muchas chicas que ya están moviendo las caderas en una pista de baile petadísima. En cambio, la mayoría de los hombres están distribuidos por las tres barras que forman un triángulo tomando cerveza.

    —¡Yo invito a la primera! —grita Claudia, para que se la oiga bien por encima de la música.

    Todas nos decantamos por la cerveza: buena y barata.

    Mientras esperamos impacientes nuestras cervezas, vamos observando el Matrix. Unos minutos después, ya tenemos las birras en la mano.

    —¡Salud! ¡Por nosotras y por esta noche! —dice Claudia, y chocamos las copas.

    Rens se me acerca con una gran sonrisa.

    —Hola, Fie.

    —El fabricante de bicis. —Le doy un abrazo y le toqueteo un poco ese pelo rubio rizado.

    —¿Te he dicho ya lo guapa que estás, nena? —Me besa en la mejilla—. Bueno, vosotras también, chicas. Vamos, estamos ahí, venid si queréis.

    Me pone el brazo en el hombro y nos lleva un poco más allá, donde están sus amigos. Ya los he visto antes en el bar, y a Joey, su mejor amigo, le conocemos desde hace tiempo.

    —¿Cómo os han dejado entrar? —les digo en broma a los amigos.

    —Eh, ¡que ya tenemos veintiuno! —contesta uno de ellos.

    —Veintiuno ya... ¿habéis oído, chicas? En comparación con vosotros, somos unas ancianas.

    Veo que algunos de los amigos me miran asombrados. Uno de ellos formula la pregunta:

    —¿Cuántos años tiene usted pues, señora?

    Nosotras nos echamos a reír. Claudia opina que ellos deberían hacer una estimación.

    —Aquí mi Fietje tendrá unos veinticinco—. Rens me acerca un poco más hacia él.

    —Sh, no me traiciones —Le doy un puñetazo en su torso musculoso, lo que le hace reír, y él me planta un beso en el pelo.

    —Es un número perfecto —dice Rosalie, y se lleva a Gwen del brazo a la pista de baile, donde suena Armin van Buuren.

    Una hora después, Rens y sus amigos se vuelven al bar. Nosotras nos quedamos bailando un par de canciones más al ritmo de la música de baile que suena a todo trapo por los altavoces.

    Cuando ya hemos bailado suficiente, nos hacemos un gesto y nos vamos a la barra cuadrada, donde ya hay mucha gente bebiendo y charlando.

    —¡Qué sed! Ahora me toca a mí ir a por las bebidas. —Todas las mesas están ocupadas y no hay sitio para sentarse junto a la barra—. Yo me quedo de pie.

    Cinco minutos después, hemos conseguido encontrar dos taburetes libres, y les indico a Claudia y Rosalie con un gesto que pueden sentarse. Yo casi no siento las piernas, pero como llevo puesto el vestido ajustado será mejor que me quede de pie.

    —¿Queréis otra cerveza? —Miro a mis amigas a la espera de su respuesta.

    —¡Síiiiiiii! —gritan ellas a coro.

    Entre risas me doy la vuelta y vuelvo a la barra. Intento pasar entre la gente que hay, pero resulta difícil, con lo lleno que está esto hoy.

    Cuando por fin llego a la barra, me gustaría pedir, pero todos los camareros están muy ocupados. Con mucha agilidad, van llenando los vasos uno tras otro. Cuando les contrataron, seguro que lo hicieron por su aspecto: Son unos chicos jóvenes y atractivos, con camiseta blanca y vaqueros azules. Muchas chicas se esfuerzan por llamar su atención, y no me extraña: hace un par de años, yo también habría suspirado por esos tíos tan guapos.

    Tardan demasiado. Parece que llevo una eternidad aquí de pie. Con cierta elegancia, me inclino quizás demasiado hacia la barra. Parece un gesto descuidado, pero sé perfectamente lo que hago.

    —¡Cuatro cervezas! —le grito por fin al camarero en cuanto me mira.

    Él se ríe con esos dientes perfectamente blancos.

    —Pide lo que quieras—. Se da la vuelta y señala a un grupo de hombres—. Ellos invitan.

    En efecto, en la parte de arriba a la izquierda de la barra veo que hay unos chicos. Vale, esto va a ser fácil. Siempre está bien sacarse las bebidas gratis.

    Les miro uno por uno con elegancia y les levanto el pulgar. Luego decido que iré a darles personalmente las gracias.

    —Chicas —Levanto cuatro copas—. Mirad, he conseguido mojitos.

    Con cuidado para que las copas no se caigan, ellas me quitan los mojitos de las manos.

    —Has tardado mucho... —La cara de Claudia está roja por el calor. En este rato han conseguido una mesa alta y han recopilado un par de taburetes.

    —La larga espera ha valido la pena... esos chicos de ahí nos los han pagado.

    Señalo con la cabeza en dirección a ellos. Son bastante altos y destacan por encima del resto de los presentes, pero como está todo oscuro no se les ve bien la cara. Levantamos las copas y les dedicamos unas sonrisas de gata a nuestros generosos benefactores.

    —¿Sabés dónde está Gwen?

    Gwen se ha ido de la pista de baile antes que las demás. Claudia y Rosalie se encogen de hombros para decir que no mientras miran a su alrededor.

    —Pues voy a dar una vuelta a ver si la veo —propone Claudia.

    —Voy contigo. —Rosalie salta de su taburete y ambas le echan un sorbo rápido a sus mojitos.

    —Vale, yo me quedo aquí hasta que volváis.

    Ellas asienten y se van codo con codo.

    Antes de que me dé cuenta, los chicos de los mojitos se me han puesto al lado, y tengo a esos cinco muchachos tan guapos reunidos a mi alrededor. Hay uno que está bastante mejor que el resto, pero todos parecen tener muy buen gusto a la hora de vestir.

    —¿Qué tal, señorita? ¿Te gusta? —pregunta el primero, de pelo moreno y corto.

    Yo la pillo al vuelo y pregunto:

    —¿Se me nota?

    Todos se echan a reír a carcajadas... excepto el número cuatro, que se le ve claramente incómodo. Le miro para ver por qué no se ríe con nosotros. Cuando nuestras miradas se cruzan, siento una especie de sacudida por dentro.

    Esos ojos... Guau.

    Sí, una sonrisa aparece en esa cara tan bonita. ¡Y vaya sonrisa! Le hace todavía más atractivo.

    Él número cinco me los presenta uno por uno:

    —Estos son Rutger, Joshua, Vince y Frederick. Y yo me llamo Christian.

    —Hola, soy Sophie y he venido con mi hermana y dos amigas.

    —Y te han dejado aquí solita... —observa el número tres, Vince, mientras se echa parte del pelo negro hacia atrás.

    —Bueno, no importa, yo me divierto igual.

    —Puede que tus amigas se hayan asustado por lo feos que somos —argumenta el número tres, o sea, Joshua. Lleva el pelo con el mismo corte que Rutger.

    Se ríen de nuevo y se van chocando unos con otros.

    Mi mirada se dirige a Frederick, el número cuatro, que ahora también se ríe, aunque no sin dificultad.

    —¿Y hace mucho que os conocéis? —pregunto con la mirada puesta en Frederick, que parece que no puede articular palabra. Tal vez sea tímido.

    —Nos hacemos llamar Los Cinco. —Christian se ríe de su propio chiste.

    Una pareja que está detrás de él se da la vuelta, parecen enfadados.

    —¿Y eso? —Mi mirada vuelve automáticamente hacia Frederick, que me está haciendo un escáner de la cara con sus ojos verdes.

    Vale, tiene mi aprobación para hacerlo, porque me parece el más guapo de todos. Creo que se acaba de abrir la veda para mí esta noche.

    Joshua mira a Frederick, y como él no contesta, lo hace él en su nombre:

    —Nos conocemos desde el colegio y

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1