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Sobre el oportunismo en los negocios: Del legítimo beneficio a la kairospatía
Sobre el oportunismo en los negocios: Del legítimo beneficio a la kairospatía
Sobre el oportunismo en los negocios: Del legítimo beneficio a la kairospatía
Libro electrónico271 páginas2 horas

Sobre el oportunismo en los negocios: Del legítimo beneficio a la kairospatía

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Teodoro Wigodski, destacado profesor e investigador en ética aplicada a los negocios, aborda la pregunta del por qué los seres humanos manifiestan conductas «no éticas». A partir de un enfoque novedoso y profundamente audaz, nos propone una mirada a ratos desesperanzadora y desafiante para las relaciones comerciales y las políticas públicas, respecto de la posibilidad de tener éxito sostenido en el mundo de los negocios manteniendo un comportamiento ético. Nos recuerda de forma descarnada: «El ser humano es un animal depredador y oportunista». Sostiene que un individuo, por sus propias predisposiciones biológicas, así como su condicionamiento cultural, ante determinadas circunstancias, con certeza cruzará su umbral ético para tomar las oportunidades privilegiando sus intereses, y siendo indiferente a las consecuencias que producirá en otros humanos, así como en animales y nuestro entorno natural. Propone un nuevo concepto para denominar a estos individualistas comportamientos oportunistas: kairospatía. Evita de este modo, calificar estas conductas a través de la negación de la ética, integrando dos conceptos, kairos como la oportunidad y psicopatía, como alteración patológica de la conducta social. El libro analiza los fenómenos sociales que caracterizan las relaciones humanas en el mercado, la empresa y los negocios, frente a las diversas oportunidades que se ofrecen para obtener beneficios. Estos se pueden obtener de manera legítima o kairóspata.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2018
ISBN9789563061314
Sobre el oportunismo en los negocios: Del legítimo beneficio a la kairospatía

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    Sobre el oportunismo en los negocios - Teodoro Wigodski

    libro.

    Capítulo 1

    A modo de introducción

    La ética no tiene cabida en los negocios y en el comportamiento de los gerentes

    Horst Albach, destacado académico alemán

    ¿Es posible tener éxito en los negocios actuando de manera ética? Esta pregunta me viene persiguiendo desde hace años. Aunque sé que la siguiente afirmación puede suscitar rechazo, las investigaciones que he realizado y la experiencia profesional que he tenido me llevan a decir que, a pesar de las exigencias de los ciudadanos y las instituciones del Estado, la conducta ética en el mercado, la empresa y los negocios puede constituir una desventaja para la competitividad y continuidad, al menos en el corto plazo.

    Una historia reciente

    Para adentrarnos en este tema hay que comenzar por el principio. Y este principio se remonta a la historia de la evolución del cerebro humano. Pero, a su vez, tenemos que remontarnos mucho más atrás del origen de nuestra especie, nada menos que al origen del universo. Ese universo que, según los científicos, nace hace unos 13.500 millones de años con el denominado Big Bang; que posteriormente, hace 4.500 millones de años, sufre la integración del sistema solar y la formación del planeta Tierra; donde a su vez, hace 2.000 millones de años, se desarrollan los primeros organismos unicelulares; y donde hace 250 millones de años, evolutivamente, empiezan a constituirse los primeros reptiles.

    Este hecho es importante pues se trata de la primera etapa de la evolución de nuestro cerebro, la que precede en cientos de millones de años al nacimiento de la especie humana. Si observamos el cerebro de los reptiles, vemos que éstos tienen un tallo cerebral. El tallo cerebral es la primera base de la constitución del cerebro humano, su parte más primitiva. En él radican los impulsos, los instintos, que constituyen la primera y automática reacción que un organismo presenta ante el entorno.

    Podemos distinguir dos instintos primarios: supervivencia y reproducción. Cualquier especie, para perdurar y evolucionar en el tiempo, requiere de ambos instintos. Estos son automáticos y determinan, por ejemplo, la respiración y los latidos del corazón.

    Más adelante en el tiempo, hace 66 millones de años, emerge un nuevo elemento significativo para la historia del cerebro humano: la evolución de los mamíferos. Los mamíferos desarrollan en su cerebro zonas complementarias al tallo cerebral: el sistema límbico. Éste se superpone al tallo cerebral y en él se radican las emociones. Estas emociones, el miedo, el amor, la rabia, etcétera, también son reacciones: conductas automáticas. Aun cuando podamos posteriormente administrarlas o transformarlas, emergen automáticamente de nuestras experiencias de vida.

    Sigue pasando el tiempo y nos encontramos con que, hace 6 millones de años, emerge la especie de los homínidos en la gran familia de los simios. Algunos de estos homínidos empiezan a transformarse en bípedos: bajan de los árboles, abandonan el andar en cuatro patas, y esto comporta una serie de cambios significativos en la configuración física de nuestra especie.

    Cuando dejamos de desplazarnos en forma cuadrúpeda y nos erguimos para un caminar bípedo, el que permitía observar el entorno desde una mayor altura para buscar alimento, se ensancha la pelvis y los huesos ilíacos sostienen los órganos internos a consecuencia de la postura erecta. Esta evolución de la pelvis hace que las hembras de nuestra especie tengan alumbramientos de mayor riesgo y dificultad, debido a que el canal de parto se vuelve más largo, sinuoso y estrecho. Como consecuencia de este estrechamiento, se reduce el tiempo de gestación y, por tanto, la criatura nace mucho antes de madurar.

    La mayoría de los demás animales son autónomos al poco tiempo de nacidos: un cachorro es capaz de caminar a los pocos días, un potrillo a las pocas horas. Los seres humanos no. De ahí que los bebés humanos sean indefensos y requieran de una serie de cuidados para la alimentación, abrigo y protección.

    Es más: se ha hecho el cálculo de cuánto tiempo de gestación necesitaría un ser humano para nacer con una estructura madura, y se habla de unos veinte a veintitrés meses. Pero naturalmente eso no es factible, debido a la estrechez del canal pélvico.

    ¿Y qué hay del cerebro? El crecimiento de este órgano, gracias a la mejor calidad de alimentación, sumado al estímulo que significa la interacción social, permitió que se fuera desarrollando una nueva componente, una nueva área del cerebro: el neocórtex o neocorteza (nueva corteza). Esta estructura envuelve al tallo cerebral y al sistema límbico, y en ella radica principalmente la capacidad de razonar, reflexionar y evaluar.

    Pero, a diferencia de los instintos —alojados en el tallo cerebral— y de las emociones —alojadas en el sistema límbico— estamos aquí ante capacidades que implican un acto premeditado, consciente. Es como si cruzáramos un umbral en que tuviéramos que evaluar, considerar las alternativas, sus consecuencias, y a partir de ello tuviésemos que seleccionar conscientemente la opción más conveniente. Un logro no espontáneo, premeditado.

    Los seres humanos tenemos un cerebro que nos ha brindado la capacidad de análisis, de reflexión, de planificación de acciones para el logro de objetivos, de diseño y elaboración de herramientas. Este cerebro nos ha transformado nada menos que en el depredador más poderoso del reino animal.

    Un depredador requiere de presas para sobrevivir. A alguien tiene que cazar —o comprar— para poder alimentarse. Entonces, nos encontramos con este ser humano con un cerebro desarrollado, el cual, siendo depredador, ha podido sobrevivir gracias a su potenc­­­ial y diferenciadora capacidad de análisis y de creación y evaluación de alternativas. Ha desarrollado asimismo herramientas, las cuales le permiten tener una capacidad de control sobre el entorno y de identificación de oportunidades mucho más poderosa que otras especies.

    El buen funcionamiento de los lóbulos prefrontales del cerebro humano es determinante para la conducta normal del individuo. Las funciones ejecutivas permiten dirigir la conducta hacia el logro de un fin, para lo cual se requieren capacidades de atención, planificación, secuenciación y reorientación de las acciones a desarrollar.

    Otros desencadenantes biológicos de conductas agresivas se observan en la relación entre los niveles de las hormonas testosterona y cortisol. Los estudios1 muestran que altos niveles de esta relación son un marcador en individuos que manifiestan conductas sociales agresivas.

    Asimismo, se observa una predisposición a conductas antisociales en individuos que muestran bajos niveles de actividad de la enzima monoamino oxidasa A, la que descompone neurotransmisores en el cerebro, incluyendo dopamina, norepinefrina y serotonina, relacionados con el estado de ánimo y el comportamiento2. Esta enzima es conocida como el «gen del guerrero», pues estos individuos, mayoritariamente hombres, muestran altos niveles de respuesta agresiva ante alguna provocación.

    Por lo tanto, desde la biología tenemos determinantes de la conducta en tres campos: el cerebro, los niveles hormonales y factores genéticos.

    En el ámbito de la empresa y los negocios, caracterizado por una creciente y globalizada competitividad en los mercados, se necesitan individuos con un importante desarrollo de dichas capacidades: con sus funciones ejecutivas cerebrales capaces de lograr o superar metas. En definitiva, que produzcan el «resultado feliz de un negocio», según la definición de la Real Academia define de la palabra éxito.

    Sin embargo, un daño en los lóbulos prefrontales puede producir trastornos de la personalidad en los que, si bien se conservan las funciones ejecutivas del cerebro, se afectan de manera negativa las relaciones sociales.

    Destacaremos dos trastornos de la personalidad observables en las organizaciones sociales y en particular en las empresas: la psicopatía y el narcisismo.

    El trastorno de personalidad psicopática, que de acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la American Psychiatric Association (DSM IV), se manifiesta a través de algunos síntomas, tales como: cruel despreocupación por los sentimientos de los demás y falta de capacidad de empatía; actitud marcada y persistente de irresponsabilidad y despreocupación por las normas, reglas y obligaciones sociales; incapacidad para mantener relaciones personales duraderas; muy baja tolerancia a la frustración o bajo umbral para descargas de agresividad, dando incluso lugar a un comportamiento violento; incapacidad para sentir culpa y para aprender de la experiencia, en particular del castigo; marcada predisposición a culpar a los demás o a ofrecer racionalizaciones verosímiles del comportamiento conflictivo.

    Por su parte el trastorno narcisista de la personalidad, de acuerdo al DSM IV, se caracteriza porque el individuo manifiesta al menos cinco de las siguientes posibilidades: tiene un grandioso sentido de autoimportancia, está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez; cree que es «especial» y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status; exige una admiración excesiva; es muy pretencioso; es interpersonalmente explotador; carece de empatía, es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás; frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él; presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias.

    Los avances en neurociencias están permitiendo el uso de técnicas de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) para visualizar el estado y actividad de la corteza orbitofrontal, localizada en los lóbulos prefrontales. Las investigaciones científicas establecen que la corteza orbitofrontal sería responsable del proceso cognitivo de la toma de decisiones, así como de la capacidad para establecer relaciones sociales empáticas.

    La detección por fMRI de anomalías anatómicas u operacionales de la zona orbitofrontal, permite establecer la hipótesis —a ser validada con procedimientos psiquiátricos— de que el individuo con estas anomalías manifiesta comportamientos oportunistas para lograr el éxito, pero carece de empatía respecto de las consecuencias negativas de sus acciones u omisiones. Por tanto, podríamos inferir que los trastornos de la personalidad psicopático y narcisista inducen a que estos individuos tomen decisiones y realicen acciones no éticas.

    De cazadores-recolectores a la acumulación de los bienes

    Hasta hace unos diez mil años, nuestra especie se desplazaba por el planeta en forma nómade, de acuerdo a la disponibilidad de alimento, alimentándose como cazadores-recolectores.

    ¿Cuántos seres humanos había, en ese entonces, en el planeta? Solo unos cinco millones3, organizados en grupos de aproximadamente 150 personas.

    Existía un cuidado recíproco: no estaba establecido el modelo de familia nuclear, sino que los humanos funcionaban en comunidad. Las mujeres tenían un rol de recolectoras, parían sus hijos y los cuidaban. Por su parte el hombre, gracias a su mayor tamaño y fortaleza física, cazaba y traía el alimento.

    Pero resulta que, hace diez mil años, ocurre una gran sequía. Esta sequía provoca que nuestra especie, entonces dispersa por los continentes, empiece a migrar hacia las zonas fértiles más cercanas. Dichas zonas fértiles corresponden a las cercanías de grandes ríos: por ejemplo, el Tigris y el Éufrates determinan Mesopotamia, donde está radicada una de las primeras civilizaciones: Babilonia.

    El caso es que, a consecuencia de esta gran sequía, las personas empiezan a migrar hacia las ciudades que tenían recursos alimenticios, se empiezan a concentrar en ellas y aprovechan los adelantos en la producción agrícola y ganadera que han empezado a desarrollar los habitantes de las zonas fértiles. Así, los seres humanos, en la mayor parte del planeta, dejan de ser cazadores recolectores y empiezan a producir a voluntad, de manera artificial, los alimentos que consumen —tanto vegetales como animales.

    Con el aumento de la población, por primera vez, emerge la pregunta por la propiedad de los factores productivos. Antes no tenía sentido hablar de quién era el dueño de la tierra y de los alimentos, pues solo se capturaba aquello que era necesario para la sobrevivencia. Cuando ya empezamos a vivir en ciudades y aumenta la población y se requiere una producción de alimentos, emerge el problema de la propiedad de la tierra agrícola, de los excedentes de la producción, de la herencia.

    Seguimos avanzando en el tiempo y sigue aumentando la población. La capacidad para producir alimentos a partir de los recursos propios se hace escasa. Así, para alimentar y proteger a la población de la ciudad, el ser humano necesita conseguir más tierras. Entonces, comienza el desarrollo de nuevas herramientas de carácter bélico, para tomar el control de nuevos territorios o proteger el propio.

    Mayor número de personas implica la posibilidad de especializarse en las distintas labores necesarias para la sobrevivencia de la población: el encargado de la producción del pan, el encargado de la producción de la ropa, etcétera. Así, surge un nuevo concepto, el de la especialización de las distintas artes y oficios para la producción de bienes; los cuales, a su vez, son distribuidos, comercializados, intercambiados entre los habitantes de las ciudades.

    Una consecuencia importante, tanto de la especialización como del aumento de la población, es que comienzan a realizarse intercambios con individuos que no forman parte de la comunidad: personas con las cuales es posible que nunca se vuelva a contactar. Y por lo tanto el comportamiento, la manera de relacionarse, es distinta: ya no son transacciones dentro de una comunidad en la cual todos se conocen, sino transacciones con desconocidos.

    Los desconocidos son, al menos en una primera etapa, vistos como una eventual amenaza para la supervivencia. La conducta de los individuos en estas circunstancias se ajusta al comportamiento estratégico descrito en el modelo de matemáticas aplicadas denominado Teoría de Juegos, para el caso del Dilema del Prisionero. En este

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