El jardín de los cerezos
Por Antón Chéjov
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El jardín de los cerezos - Antón Chéjov
CUARTO
PERSONAJES
Liuba Andreevna Ranevskaia , terrateniente.
Ania, su hija, de dieciséis años.
Varia, su hija adoptiva, de veintidós años.
Leonid Andreevich Gaev, su hermano.
Ermolai Alekseevich Lopajin, comerciante.
Piotr Sergueevich Tropimov, estudiante.
Boris Borisovich Simeonov Pischik, terrateniente.
Scharlotta Ivanovna, institutriz.
Semion Panteleevich Epijodov, escribiente.
Duniascha, doncella.
Firs, Lacayo, Anciano de ochenta y siete años.
Iascha, lacayo joven.
Un transeúnte.
Una empleada de Correos.
El Jefe de Estación.
Invitados.
Servidumbre.
La acción tiene lugar en la hacienda de Liuba Andreevna Ranevskaia.
ACTO PRIMERO
Habitación llamada en tiempos cuarto de los niños
. Una de sus puertas abre sobre la alcoba de Ania. El sol está próximo a salir. Es ya mayo, En el jardín florecen los cerezos, pero hace frío. Las ventanas se mantienen aún cerradas.
ESCENA PRIMERA
Entran Duniascha y Lopajin, él con un libro y ella con una vela en la mano.
Lopajin: ¡Gracias a Dios que ha llegado el tren! ¿Qué hora es?
Duniascha: Van a dar las dos (Apagando la vela).
Ya hay claridad.
Lopajin: ¿Cuánto retraso ha traído, entonces?...
Por lo menos dos horas.
(Bostezando y estirándose). ¡También yo soy bueno!...
¡Qué manera de hacer el tonto!...
¡Vengo aquí exprofeso para ir a buscarlos a la estación, y me duermo! ¡Me duermo sentado!...
¡Qué fastidio!...
¡Si a ti, al menos, se te hubiera ocurrido despertarme!...
Duniascha: ¡Creía que se había usted marchado!
(escuchando) Me parece que aquí vienen ya.
Lopajin: (escuchando a su vez) No...
Habrá que sacar el equipaje y hacer otra porción de cosas... (Pausa) ¡Cinco años ha pasado Liuba Andreevna en el extranjero!... Yo no sé cómo estará ahora...
¡Es una persona muy buena!... De carácter fácil..., sencillo... Recuerdo que una vez..., cuando era un chiquillo de unos quince años..., mi difunto padre, que tenía entonces una tienda aquí, en la aldea, me pegó un puñetazo en la cara y me empezó a sangrar la nariz... No sé por qué había ido al patio..., y estaba algo bebido... Pues bien, Liuba Andreevna -lo recuerdo como si fuera ayer-, todavía jovencita y muy delgadita..., me trajo aquí, al lavabo..., en este mismo cuarto de los niños
..."¡No llores,
mujichok!
-me decía- ¡Pronto se te pasará! (Pausa) Mientras, yo estoy aquí ahora de chaleco blanco y zapatos marrones… ¡Claro que aunque la mona se vista de seda
!... ¡Pero, eso sí..., soy rico! Tengo mucho dinero..., aunque si se pone uno a pensarlo y a cavilarlo..., la verdad es que no soy más que un mujik
. (Hojeando el libro) ¡Este libro, por ejemplo!..., ¡Me puse a leerlo y no entendí una palabra!
¡Me quedé dormido leyéndolo! (Pausa).
Duniascha: Los perros han estado despiertos toda la noche.
Sienten la venida de los amos.
Lopajin: ¡Qué te pasa Duniascha?... ¡Por qué estás tan...?
Duniascha: ¡Me tiemblan las manos! ¡Me voy a desmayar!
Lopajin: ¡Pues no eres poco delicada!...
Te vistes, además, como una señorita..., ¡y llevas un peinado!... ¡Eso no puede ser!...
¡Uno tiene que tener presente lo que uno es!...
(Entra Epijodov con un ramo de flores. Viste americana y calza unas relucientes botas que le rechinan fuertemente cuando anda. Al entrar se le cae al suelo el ramo).
Epijodov: (Recogiéndolo) Lo envía el jardinero.
Dice que es para colocarlo en el comedor.
(Lo entrega a Duniascha)
Lopajin: ¡Tráeme un poco de " kvas"! [Bebida típica rusa sin alcohol] Duniascha: Lo que usted mande (sale).
Epijodov: ¡A estas horas estamos ya a tres grados bajo cero y tenemos los cerezos en flor!
¡No me es posible aprobar este clima nuestro… (Suspira)
¡Sí..., Ermolai Alekseevich Lopajin!... ¡Permítame que le
diga, además..., que anteayer me compré estas botas que, me atrevo a asegurarle, rechinan de un modo insoportable!...
¡No sé con qué engrasarlas!
Lopajin: ¡Déjame!... Me estás aburriendo.
Epijodov: ¡No hay día que no me ocurra una desgracia!...
¡He llegado a no lamentarme de ello siquiera!...
¡Estoy acostumbrado, y hasta me sonrío!
(Entra Duniascha, que sirve kvas
a Lopajin).
Me marcho. (Tropieza con una silla y la hace caer al suelo) ¡Ya!... (Con aire triunfante) ¿Lo ve usted?...
Perdón por el incidente..., (Sale).
Duniascha: ¿Sabe, Ermolai Alekseevich?...
Tengo que confesarle que Epijodov me ha pedido en matrimonio...
Lopajin: ¡Ahá!...
Duniascha: Yo no sé qué hacer... Es un hombre tranquilo; pero, a veces, se pone a hablar y no hay quien le entienda... Muy bien, eso sí, con mucho sentimiento..., pero de un modo incomprensible...
¡A mí también parece que me gusta!...
¡Me quiere con locura!...
¡Es un hombre muy desgraciado!
¡No hay día que no le ocurra alguna mala suerte!... Por eso -para mofarse de él- aquí le llaman las veintidós desdichas
.
Lopajin: (Escuchando) Parece que ya llegan.
Duniascha: Llegan, sí...
¡Vaya! ¡No sé lo que me pasa!... ¡Me he quedado toda fría!
Lopajin: En efecto, llegan. Salgamos a recibirles.
¿Me reconocerá ella?
¡Son cinco los años que hace que no nos vemos!
Duniascha: (Nerviosa) ¡Me voy a caer!
(Se oye a dos coches detenerse ante la casa.
Lopajin y Duniascha salen precipitadamente.
El escenario queda vacío.
De los aposentos inmediatos comienza a llegar ruido.
Firs, de vuelta de la estación, adonde ha ido a esperar a Liuba Andreevna, atraviesa la escena de prisa, apoyándose en un bastón. Va cubierto de una vieja librea y tocado con un sombrero de copa. Habla para sus adentros y es