Sin trama y sin final - 99 Consejos para escritores
Por Antón Chéjov
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Sin trama y sin final - 99 Consejos para escritores - Antón Chéjov
Brunello
INTRODUCCIÓN
1. La nariz rota del escritor
Este libro recoge algunos consejos de escritura de Antón Chéjov, entresacados de su epistolario. Son sugerencias minuciosas que Chéjov extraía de su propia experiencia de lector y de escritor. «Una mala crítica es mejor que nada… ¿no te parece?», escribía a su hermano mayor Aleksandr[1]. De ese modo pensaba ayudarlo, aliviando la soledad que acompaña la escritura. En una de las cartas a Gorki, Chéjov observó una vez que «escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir[2]».
En su cuaderno de apuntes Chéjov ironizaba sobre el papel de cierta crítica: «La opinión de un profesor: lo que cuenta no es Shakespeare, sino el comentario a Shakespeare[3]». Por tanto, este librito presenta los consejos de Chéjov sin comentario, pero con la recomendación de tomarlos en serio. En un principio fueron elegidos para uso personal, pero las sugerencias de un gran escritor pueden ser provechosas para mucha gente. De ahí nació la idea de componer un libro, dividido en función de los argumentos.
Sin trama y sin final es un pequeño vademécum del que pueden beneficiarse no sólo quienes quieran afrontar la escritura por primera vez, sino también quienes ya la practican. Baste un ejemplo: Raymond Carver, que dio muchos años clases de escritura creativa, ha declarado que Chéjov tuvo «una enorme importancia» en su trabajo. Y los consejos de escritura de Carver lo demuestran: preferir «un lenguaje común pero preciso», rechazar «las palabras sobrecargadas por una emoción descontrolada», escribir para presentar «un testimonio serio de nuestras vidas»; en fin, sentir que la crítica «puede aliviar el sentido de soledad» de quien escribe[4].
2. Hacía tanto tiempo que no bebía champán
Chéjov escribió en una carta: «Leer detalles de mi propia vida y, aún más, escribir para la imprenta sobre ese particular, constituye para mí un auténtico martirio[5]». Ante una frase como ésa, resulta difícil trazar una semblanza, no ya de Antón Chéjov, sino de cualquier persona. Por tanto, mejor hacerlo con sus propias palabras. El siglo se estaba cerrando, Chéjov tenía treinta y nueve años y, no pudiéndose negar a enviar un currículo, escribió esta rápida autobiografía:
Yo, A. P. Chéjov, nací el 17 de enero de 1860 en Taganrog. Primero estudié en la escuela griega próxima a la iglesia del zar Constantino, luego en el instituto de Taganrog. En 1879 ingresé en la Facultad de Medicina de la Universidad de Moscú. En general, en aquella época tenía un concepto vago de las distintas facultades y no recuerdo en qué consideraciones me basé para decantarme por la Medicina, pero no me arrepiento de la elección. Ya en el primer año empecé a publicar en revistas semanales y en periódicos, y a comienzos de la década de 1880 esas ocupaciones literarias adquirieron un carácter permanente y profesional. En 1888 me concedieron el premio Pushkin. En 1890 viajé a la isla de Sajalín y más tarde escribí un libro sobre nuestras colonias penitenciarias y prisiones. Sin contar las reseñas, las recensiones, los artículos, los sueltos y todo lo que he escrito día tras día en los periódicos, y que ahora me sería difícil buscar y reunir, en veinte años de actividad literaria he escrito y publicado más de cinco mil páginas impresas de relatos y cuentos. También he escrito obras de teatro.
Estoy convencido de que la práctica de la medicina ha ejercido una profunda influencia en mi actividad literaria, pues ha ampliado notablemente el campo de mis observaciones y me ha proporcionado conocimientos cuyo verdadero valor para un escritor sólo puede comprender un médico; también ha ejercido una influencia orientativa; probablemente, gracias a mi familiaridad con la medicina he evitado muchos errores. El conocimiento de las ciencias naturales, del método científico, siempre me ha tenido en guardia; siempre que me ha sido posible he tratado de atenerme a los datos científicos y, cuando no ha sido posible, he preferido no escribir. En ese sentido me gustaría señalar que en el arte las convenciones no siempre permiten una correspondencia plena con los datos científicos; no se puede representar en el escenario una muerte por envenenamiento como sucede en la realidad. Pero la correspondencia con los datos científicos debe percibirse también en tales circunstancias; es decir, es necesario que el lector o el espectador comprenda que se encuentra ante un escritor experto. No pertenezco a esa clase de escritores que manifiestan una actitud hostil a la ciencia ni me gustaría formar parte de quienes extraen conclusiones sobre cualquier tema con la única ayuda de su cabeza.
En cuanto al ejercicio de la profesión médica, siendo estudiante trabajé en el hospital provincial de Voskresensk (cerca de Nueva Jerusalén), en la sección del renombrado médico provincial P. A. Arjanguelski; más tarde, durante un breve período he trabajado como médico en el hospital de Zvenigorod. En los años del cólera (92-93), dirigí el sector de Mélijovo, en el distrito de Seppujov[6].
En ese escrito Chéjov no menciona su enfermedad, de la que sólo hablaba con personas amigas, y disminuyendo su gravedad. A los quince años tuvo una peritonitis que estuvo a punto de costarle la vida. Desde entonces sufrió desarreglos intestinales. A los veinticuatro años aparecieron los esputos de sangre y los primeros síntomas de tuberculosis. A los treinta y siete la enfermedad se agravó. Estaba cenando en un restaurante de Moscú con el editor Suvorin. «Acababa de sentarse frente a Suvorin —así reconstruye Raymond Carver el episodio en un famoso relato dedicado a su maestro Chéjov— cuando, de pronto, sin ninguna señal previa, la sangre empezó a salir a borbotones de su boca. Suvorin y dos camareros lo acompañaron al baño y trataron, sin éxito, de parar la hemorragia con compresas de hielo». Se recupero en una clínica. «Cuando Suvorin fue a visitarlo, Chéjov se excusó por el escándalo