La literatura en peligro
Por Tzvetan Todorov
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Con estas palabras, Tzvetan Todorov reivindica su amor por la literatura, lejos de los derroteros que la crítica literaria ha tomado en las últimas décadas, lo cual, como él mismo señala, no tendría más trascendencia si no fuera porque de ello dependen los criterios con que la literatura se enseña y se enseñará en el futuro. En La literatura en peligro, Todorov, a la par que ofrece un recorrido por la historia de las ideas estéticas y un repaso de los motivos que lo llevaron a convertirse en nombre señero del estructuralismo, anima a disfrutar de nuevo de las obras en sí mismas, a dialogar con sus autores. Porque, como él mismo dice, es muy probable que dentro de unos años nadie se acuerde de tantos y tantos teóricos y, sin embargo, siempre habrá quien seguirá emocionándose y comprendiendo el mundo gracias a la literatura.
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Comentarios para La literatura en peligro
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un libro muy interesante, en especial, para los docentes y estudiantes de humanidades. Básicamente, explica que las clases de literatura de hoy son aburridas, porque estas han perdido su función primordial de ser una reflexión sobre la naturaleza humana. En este sentido, Todorov muestra como la literatura ayuda a comprender la psicología, sociología e historia humanas de un modo nuevo y que, por tanto, pueden ser útiles e interesantes para todos.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Me parece interesante la inquietud del autor sobre las diferentes formas de interpretar la literatura y su posible influencia en un lector. A la Literatura hay que darle facilidades para que penetre en la mente de los estudiantes, y así, motivarlos a continuar entendiendo los diferentes mensajes que nos dejan los escritores. Buen ejemplo entre Sand y Flaubert.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Tres grillas de lectura hermanadas entre sí y fuertemente arraigadas hoy en los modos de producir e interpretar literatura amenazan con desplazar de la mirada del lector común ‒y de la imaginación del escritor en formación‒ el vasto terreno de la existencia humana sobre el que precisamente adquieren su sentido, forma y trascendencia histórica las obras literarias.
Formalismo, nihilismo y solipsismo vienen a ser, según lo explica Todorov en su lúcido ensayo, las ramas de un mismo árbol a cuya sombra se hacen tanto escuelas como universidades francesas del último siglo a la hora de enjuiciar obras. El peligro radica en que, bajo esa sombra cómoda, las experiencias vitales a partir de las cuales los autores urden sus historias y construyen sentidos diversos que enriquecen y complejizan el concepto de humanidad quedan fuera de foco, pues las voces autorizadas en la materia suponen (desde que la modernidad introdujera el ideal de belleza como fin último del arte y luego los románticos y vanguardistas exageraran los efectos de esa premisa en consonancia con el ideal libertario de insubordinación respecto de ideologías alienantes) que las obras se bastan a sí mismas como un sistema autorreferencial, que procuran exclusivamente su coherencia interna mediante las técnicas disponibles en el material verbal de que echan mano sus demiurgos; y que con eso se acerca a lo divino por encima de cualquier preocupación terrenal; es decir, más allá de las finalidades monótonas de un utilitarismo burgués capaz de traficar incluso con significados serviles.
Apostarle a una comprensión semejante de lo literario es caer por la pendiente de un tecnicismo exagerado; es someter la imaginación interpretativa del lector a fórmulas tortuosas, las cuales reprimen su deseo siempre latente de construir sentidos posibles a partir de la evaluación del mundo a que invita el autor mediante sus personajes e historias. A ese respecto, Todorov describe su padecimiento personal mientras cursaba la carrera de Letras bajo la propaganda comunista que reinaba en su natal Bulgaria, cuya censura avasallante de contenidos no oficiales lo obligó a decantarse por un trabajo de grado en el que el análisis comparativo de los tiempos verbales entre dos versiones de una misma obra sepultó sin más cualquier posibilidad de direccionar su crítica por los caminos que conducen a la relación más honesta literatura-mundo.
Sometido a los axiomas de un formalismo ruso que no suponía peligro alguno para la ideología oficial, pues no controvertía ninguna idea alusiva al mundo real sino que prefería manipular con pinzas el verbo, Todorov sintió la necesidad de emigrar a Francia para darle rienda suelta a sus deseos reprimidos de conectar las obras literarias con la dimensión humana, más allá de los métodos disponibles en la estantería teórica de los especialistas.
Sin embargo, el cambio de geografía y de espacio cultural no fue tan promisorio como lo fue en un principio de la mano de Gerard Genette y Roland Barthes. A través de su hijo, Todorov confirmó que también los profesores y gestores literarios de Francia tenían sus gafas empañadas de la niebla enceguecedora de los métodos y del tecnicismo conceptual que tanto repudió él en su vida de estudiante universitario, y que empañaban de paso la mirada de los escolares en el intento de que estos se encaramaran hábilmente en los andamiajes de la teoría literaria y se dieran por bien servidos con tamaña proeza retórica.
Al parecer, la constatación de patrones técnicos y discursivos que se repiten en varias obras parece ser hoy el objetivo en la enseñanza escolar de la literatura, con lo que esta viene a ser, ante todo, un modo particular de ejecutar la lengua que no remite a un afuera textual porque (dicen los de-construccionistas amparados en un relativismo exacerbado de corte nietzscheano) también la realidad es un texto más entre los que propone la literatura, así que para qué intentar entablar un diálogo con un mundo cuyas verdades no son más que sedimentos simbólicos superpuestos.
Hace falta valorar la literatura desde aquella perspectiva que reconoce en ella la vivacidad de las experiencias individuales que narra. Ahí está su función: hacer que el hombre comulgue más y mejor con sus congéneres a través de mundos y situaciones imaginadas que enriquecen las posibilidades de ser un humano en todo el sentido de la palabra.
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La literatura en peligro - Tzvetan Todorov
Tzvetan Todorov (Sofia, 1939-París, 2017) está considerado uno de los mayores intelectuales del último medio siglo. Su obra ha merecido, entre otros reconocimientos, la medalla de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia y el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008.
Su obra se ha centrado, desde una posición radicalmente humanista, en la teoría literaria, la historia de las ideas, los totalitarismos del siglo XX, los peligros que acechan a las democracias, la relación entre arte y pensamiento, el conflicto entre el individuo y las ideologías, y entre los creadores y los poderes políticos.
Galaxia Gutenberg ha traducido gran parte de su obra al español en títulos como Elogio del individuo, Los aventureros del absoluto, El espíritu de la Ilustración, El miedo a los bárbaros, La literatura en peligro, La experiencia totalitaria, Vivir solos juntos, Goya a la sombra de las Luces, Elogio de lo cotidiano, La pintura de la Ilustración e Insumisos.
«Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir. Ya no le pido, como en la adolescencia, que me evite las heridas que podría sufrir en mis contactos con personas reales. Más que excluir las experiencias vividas, me permite descubrir mundos que se sitúan en continuidad con ellas y entenderlas mejor. Creo que no soy el único que la ve así. La literatura, más densa y más elocuente que la vida cotidiana, pero no radicalmente diferente, amplía nuestro universo, nos invita a imaginar otras maneras de concebirlo y de organizarlo.» Con estas palabras, Tzvetan Todorov reivindica su amor por la literatura, lejos de los derroteros que la crítica literaria ha tomado en las últimas décadas, lo cual, como él mismo señala, no tendría más trascendencia si no fuera porque de ello dependen los criterios con que la literatura se enseña y se enseñará en el futuro.
En La literatura en peligro, Todorov, a la par que ofrece un recorrido por la historia de las ideas estéticas y un repaso de los motivos que lo llevaron a convertirse en nombre señero del estructuralismo, anima a disfrutar de nuevo de las obras en sí mismas, a dialogar con sus autores. Porque, como él mismo dice, es muy probable que dentro de unos años nadie se acuerde de tantos y tantos teóricos y, sin embargo, siempre habrá quien seguirá emocionándose y comprendiendo el mundo gracias a la literatura.
Título de la edición original: La littérature en péril
Traducción del francés: Noemí Sobregués
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: marzo 2017
© Flammarion, 2007
© de la traducción: Noemí Sobregués, 2009
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-8109-800-6
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, a parte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Prólogo
Hasta donde soy capaz de recordar, me veo rodeado de libros. Tanto mi padre como mi madre eran bibliotecarios, de modo que en casa siempre había libros de sobra. Constantemente estaban haciendo planes para colocar nuevas estanterías que pudieran absorberlos, y mientras tanto los libros se acumulaban en las habitaciones y los pasillos formando frágiles pilas entre las que yo me deslizaba. Tardé poco en aprender a leer y empecé a devorar relatos clásicos adaptados para jóvenes: Las mil y una noches, los cuentos de Grimm y de Andersen, Tom Sawyer, Oliver Twist y Los miserables. Un día, cuando tenía ocho años, leí una novela entera. Seguramente me sentí muy orgulloso de mí mismo, porque escribí en mi diario: «¡Hoy he leído Sur les genoux de grand-père, un libro de 224 páginas, en una hora y media!».
En mi época de estudiante en la escuela y en el instituto seguí amando la literatura. Entrar en el universo de los escritores, clásicos o contemporáneos, búlgaros o extranjeros, cuyos textos ahora leía íntegramente, siempre me hacía estremecer de placer. Podía satisfacer mi curiosidad, vivir aventuras y sentir miedos y alegrías sin sufrir las frustraciones que acechaban mis relaciones con los niños y las niñas de mi edad entre los que vivía. No sabía lo que quería hacer en la vida, pero estaba seguro de que tendría que ver con la literatura. ¿Escribir? Lo intenté, escribí poemas malísimos, una obra de teatro en tres actos que trataba sobre la vida de los enanos y los gigantes, e incluso empecé una novela, pero no pasé de la primera página. No tardé en intuir que no era ése mi camino. Aunque todavía no sabía en qué acabaría la cosa, terminado el instituto no dudé al elegir mi carrera universitaria: estudiaría Letras. En 1956 ingresé en la Universidad de Sofía. Hablar de libros se convertiría en mi profesión.
Bulgaria formaba entonces parte del bloque comunista, de modo que el estudio de las humanidades estaba muy influido por la ideología oficial. Las clases de literatura eran en un cincuenta por ciento erudición y en el otro cincuenta, propaganda, ya que las obras tanto del pasado como del presente se valoraban en función de su conformidad con el dogma marxista-leninista. Había que mostrar en qué medida esos textos ilustraban la ideología correcta, o en qué medida no lo