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Una historia de India moderna: Volumen II: India Nacional
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Una historia de India moderna: Volumen II: India Nacional

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La imagen de la portada de Una historia de India moderna II. La articulación icónica visual de la ¿madre India? por Abanindranath Tagore (un artista de Bengala de principios del siglo XX), pone de relieve el principal enfoque de este volumen, es decir, las distintas imaginaciones, percepciones y visualizaciones de la nación y los modos diferentes d
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2019
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    Una historia de India moderna - Ishita Banerjee-Dube

    Referencias

    INTRODUCCIÓN:

    HISTORIA, NACIÓN, IMAGINACIÓN

    Para dar continuidad al espíritu de aproximación a los procesos clave del pasado de India en los siglos

    xix

    y

    xx

    como sucesos multifacéticos y no acabados, este segundo volumen de Una historia de India moderna se enfocará en los distintos modos de pensar, imaginar, identificar y actuar por la nación y en su nombre. El estudio abierto de las diferentes maneras en que los líderes, las élites, los intelectuales y la gente común de diferentes sectores de la sociedad la concibieron pretende impulsar una reflexión seria acerca de sus connotaciones, los distintos modos de identificarse o no con éstas, y las repercusiones de tal variedad de modos de pensar en la nación y pertenecer a ella. No obstante, la discusión temática y cronológica de ciertos procesos y acontecimientos en India abre un espacio amplio para reflexionar en general acerca de los conceptos y sus discretas aprehensiones en diferentes partes del mundo.

    Desde que el trabajo de Benedict Anderson (1991) marcó un parteaguas al definir la nación como una comunidad imaginada en su afán de rectificar la pobreza teórica de distintos conceptos en torno a ésta, varios académicos han dedicado sus esfuerzos a la comprensión y el análisis de los modos en que las naciones se imaginan y conservan en distintas partes del globo. Anderson no sólo había señalado la pobreza teórica, sino que también había subrayado la contradicción que subyace en las conceptualizaciones de la nación, es decir, su reciente aparición en tiempos modernos frente a la idea común también proyectada por las propias naciones que han existido desde tiempos muy antiguos.

    Es importante recordar aquí que el nacionalismo como ideología es una formación discursiva, de acuerdo con Michel Foucault (1969). El trabajo de Anderson contribuyó a esta afirmación pertinente para la demostración de cómo es importante conferir una materialidad a las formaciones discursivas de la nación y el nacionalismo a fin de conservar su vitalidad en la cotidianidad de la gente y en el proyecto del Estado-nación. Si bien la nación y el nacionalismo les ofrecen modos de pertenencia e identificación a los miembros de la comunidad imaginada, también les demandan lealtad continua por medio de una proyección del destino común.

    En palabras de Craig Calhoun, el nacionalismo entonces tiene formas multifacéticas: algunas, benignas y tranquilizantes, y otras, aterradoras; esto ha impulsado a varios científicos sociales a analizar y separar el nacionalismo bueno —o patriotismo— del nacionalismo malo —o chovinismo—, como si fueran fenómenos sociales completamente diferentes (1997, p. 3). Tal esfuerzo sirve sólo para ofuscar el hecho de que el discurso común del nacionalismo moldea tanto las manifestaciones positivas como las negativas de la identidad nacional y la lealtad (1997, p. 3). Según Calhoun, este modo de hablar acondiciona nuestra conciencia e impulsa debates constantes acerca de cómo pensar en el nacionalismo (1997, p. 3). Es por tal razón que a pesar de los procesos globales y problemas serios que han fortalecido el cuestionamiento de la validez del Estado-nación y el nacionalismo, estos conceptos-categorías siguen teniendo una presencia vital y real en las vidas de la gente, porque ayudan a conservar un sentido de pertenencia en el mundo (Calhoun, 2007, p. 27), un mundo que es cada día más inseguro y violento.

    Siete capítulos conforman este volumen. Los primeros seis siguen la trayectoria del nacionalismo indio y las imaginaciones acerca de la nación desde la segunda mitad del siglo

    xix

    hasta la independencia, en 1947, y se enfocan también en lo que se ha llamado los momentos decisivos (Bhattacharya, 2015). Aquí se exploran tanto conflictos y contradicciones como triunfos y fallas de la lucha nacionalista, y al mismo tiempo se subrayan las intersecciones importantes entre las iniciativas imperiales y los esfuerzos indios. Tal dinámica atravesó procesos de insurgencia y negociación, resistencia, resiliencia y resignación, colaboración y conflicto, y consecuentemente terminó en la independencia y la partición del país.

    La narrativa intenta realizar diferentes tareas. Traza las agudas vías del nacionalismo, lo que incluye una indagación en sus interacciones con políticas coloniales y expectativas de los grupos subalternos; estudia y analiza la aspiración de los líderes de élite del Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, para aterrizar el sentimiento del nacionalismo incipiente en un colectivo económico que se estaba consumiendo por la explotación colonial; observa la efervescencia cultural generada por el espíritu del nacionalismo en diferentes partes de India en distintos momentos, y los discordantes efectos económicos, sociales y culturales de la lucha nacionalista; comenta también cómo la historiografía india de la lucha nacionalista —siguiendo las ideas de influyentes líderes políticos— intentó proyectar, por mucho tiempo, un modo y una manera de pensar e identificar la nación como un fin muy noble y correcto para luchar por él y superar otras visiones y acciones sobre India libre. Tal ética separó los reclamos de varios grupos que, por otro lado, percibían el asunto como algo comunal y localista, lo cual confirió a la idea del comunalismo (identidad basada en la comunidad) un sentido peyorativo.

    De acuerdo con los argumentos de Calhoun de que el nacionalismo positivo y el negativo son articulaciones del mismo discurso, este libro trata de deslindar los múltiples senderos para imaginar y visualizar la nación a partir de elementos diferentes a fin de comprender mejor la contestación inherente en su configuración y también la repercusión de esto en la división del territorio indio para conformar dos Estados-naciones independientes en 1947. Como se ha indicado arriba, las exploraciones de tales perspectivas sobre la nación y los impulsos de acción engendrados por éstas van mucho más allá del caso indio y traen a la luz las tensiones y el sentimiento invertidos en el arreglo que nombramos la nación y sus constantes creación y recreación en arenas diferentes.

    El primer capítulo atiende un análisis del discurso elitista cultural del nacionalismo desde una perspectiva de género, y permite ver cómo las élites nacionalistas retomaron y modificaron la primacía acordada para las mujeres indias (hindúes) y la condición de la mujer por la misión civilizatoria de los colonizadores en los principios del siglo

    xx

    a fin de convertir a la mujer india verdaderamente educada en el elemento clave de la diferencia cultural de la nación india y la indianidad, por lo que se le asignó un papel vital en el hogar familiar como la base de la nación. Este capítulo se ocupa también de las aprehensiones y apropiaciones de tal reconfiguración de su papel por parte de las mujeres de clases media alta y alta. Tal perspectiva pugna por una reformulación de los viejos debates y cuestiones acerca del nacionalismo y añade nueva luz a viejos problemas (Scott, 1986), para cambiar significativamente nuestro entendimiento sobre el tema.

    Los capítulos 1 y 2 analizan también los discretos intentos de dar sentido a la noción del colectivo o la comunidad, primero por parte de los líderes moderados del Congreso Nacional Indio, quienes montaron una crítica mordaz al Estado colonial por ejercer un régimen no-británico en India —la parte no-británica residía en la explotación continua de India como un territorio económico sin considerar nociones británicas de justicia y buen gobierno—, y luego por parte de los líderes y grupos de la clase media de Bengala, para desafiar la decisión del virrey de dividir la provincia a principios del siglo

    xx

    . Los movimientos de boicot y swadeshi (del propio país/tierra), que resultan como consecuencia de tal decisión, no sólo dieron materialidad al concepto del colectivo económico indio al dirigirse contra telas, ropas y otros productos ingleses, también impulsaron una efervescencia sociocultural y económica al fomentar la producción artesanal india, rejuvenecer productos indios, buscar alternativas en la educación y en las artes y, en general, animar un florecimiento cultural y la conciencia de orgullo no sólo en Bengala y en los bengalíes, sino también en India y Asia (el este). Es durante este periodo que Abanindranath

    Tagore pintó la primera imagen de Bharatmata (originalmente pensada como Bangamata/madre Bengala) inspirado en las finas pinceladas del estilo japonés. Desafortunadamente, a pesar de su energía y potencial, los dobles movimientos de boicot y swadeshi no lograron desarrollar un programa económico fuerte que hubiera podido atraer a los grupos subordinados y minoritarios, lo que hizo evidentes las contradicciones y posibilidades que entretejen el camino nacionalista.

    El tercer capítulo se dedica al Mahatma, el alma grande de India y más allá, el señor Mohandas Karamchand Gandhi, quien fue un enigma como líder político y como santo, razón por la cual pudo transformar una lucha de las clases medias liderada por el Congreso en una lucha nacional con entusiasta participación de clases, grupos y secciones subordinados y atrasados, así como de regiones y provincias sin mucha presencia en el Congreso. Los líderes vernáculos de las provincias, así como los campesinos y los artesanos trajeron consigo visiones muy desemejantes de la libertad. En particular, las visiones campesinas de Gandhi como Mahatma los incentivaron a aprehender su mensaje para participar en el movimiento de no-cooperación (1921), que prometía el swaraj (gobernanza propia) dentro de un año en modos que chocaron con el principio de no-violencia de Gandhi. Subrayando los traslapes y contrariedades en el nacionalismo de alta política y en el nacionalismo subalterno, este capítulo alude también al proyecto del Mahatma de dar materialidad a la nación por medio de la promoción del khadi (ropa hilada y tejida a mano en una rueda giratoria de madera llamada charkha) y su impacto sobre las mujeres, haciendo hincapié en la relación ambivalente entre la postura de Gandhi acerca de éstas y el espacio creado por ellas mismas mediante una aprehensión imaginativa de su inclusión de acuerdo con este líder.

    Los capítulos 4 y 5 siguen la trayectoria de la lucha nacionalista moldeada por la política colonial y las reformas institucionales que marcaron y perpetraron las ideas de comunidades y casta como la base de la sociedad india, a fin de reflexionar sobre su enorme repercusión en los caminos hacia la independencia de India. Si bien estos capítulos se enfocan en líderes como el doctor B. R. Ambedkar, de la comunidad dalit (oprimida o intocable) y las clases atrasadas; Mohammad Ali Jinnah, de la comunidad minoritaria musulmana, o Jawaharlal Nehru, el emergente líder del Congreso, esta visión céntrica y de alta política parte de un enfoque en los mundos y la política de los trabajadores, los industrialistas y los capitalistas; en la presencia de la izquierda y los comunistas; en el efecto de la depresión económica mundial en India, y en la cambiante relación entre Inglaterra e India en el periodo de entreguerras (la primera y la segunda guerras mundiales), que resulta en elecciones en algunas provincias, con la formación de gobiernos por el partido del Congreso. En conjunto, dichas historias pertinentes pretenden abarcar las, sin embargo, disímiles vías hacia la nación, y, simultáneamente, ponderar si ésta y el nacionalismo significan lo mismo para diferentes secciones del pueblo.

    En su análisis de procesos y visiones discordantes, el sexto capítulo trae a colación estas reflexiones, así como los proyectos y la política colonial para comprender la tumultuosa década de 1940, que llega a su fin con el evento lioso de la independencia de India del yugo colonial y con la partición del territorio en dos Estados-naciones —India y Pakistán—. No obstante, la narrativa no presenta la partición como un hecho inevitable, sino como un resultado de procesos, visiones, políticas y aspiraciones confusos y contrarios, y de las imbricaciones trágicas de la política colonial con la lucha nacionalista india.

    Empezando con el duelo y la tragedia de la matanza que acompañó a la partición, junto con la celebración del nacimiento de naciones independientes, el séptimo y último capítulo ofrece un comentario sobre la trayectoria de India independiente como un Estado-nación moderno. Se enfoca en los principios morales y éticos y las ideologías diferentes que contribuyeron a la redacción de la Constitución de India, un documento de gran importancia que experimenta con nociones aparentemente incompatibles como la igualdad liberal y la equidad sustantiva, poniendo en práctica una discriminación positiva en favor de grupos desfavorecidos en un intento de garantizar la justicia social. Se presta atención también a la presencia del legalismo plural, que cuenta con derechos universales individuales y derechos culturales/colectivos para ciertas comunidades, y a sus efectos divergentes y frecuentemente adversos sobre las mujeres. La discriminación positiva, a su vez, ha generado debates serios acerca del funcionamiento de la India democrática como una sociedad secular y ha impulsado la llegada de la derecha hindú al poder. De hecho, el camino espinoso del Estado-nación indio en sus esfuerzos para democratizar la sociedad constituye un ejemplo ilustrativo de los problemas y posibilidades que enfrentan las democracias y sociedades democráticas.

    En suma, el libro intenta propiciar el entusiasmo y la reflexión sobre el vínculo entre la historia y la nación mediante un análisis de ambos como conceptos-categorías procesales y vitales para la vida real, con la intención de presentar narrativas diferentes y paralelas que también pueden confluir en algunos momentos. Los recuadros incluidos presentan trabajos nuevos y clásicos para familiarizar a los lectores con la verosimilitud de la historia y la historiografía. Si el libro impulsa a los estudiantes, estudiosos y lectores en general a plantear nuevas preguntas sobre el pasado y el presente, habrá cumplido su propósito.

    1.

    IMAGINANDO INDIA

    En la celebrada obra que publicó hace más de 25 años, Benedict Anderson argumentó que las naciones son comunidades imaginadas a las que las instituciones, como el capitalismo de imprenta, daban forma concreta (Anderson, 1991). Desde entonces, los escritos sobre el nacionalismo han buscado analizar las distintas formas en que se han creado las naciones en diferentes partes del mundo, así como definir qué es una nación. Si bien esto subraya que los académicos aceptan la modernidad de las naciones, la idea de que la naturalidad de una identidad nacional precede a la historia aún goza de gran prevalencia en el ámbito cotidiano. En palabras de Anderson, hay una paradoja entre la modernidad objetiva de las naciones desde el ojo del historiador y su antigüedad subjetiva, según los ojos de los nacionalistas (Anderson, 1991, p. 5). Esta tensión —de crear la nación a la vez que se plantea su existencia prolongada y continua— que yace en el corazón del nacionalismo hace que el estudio de las naciones y los nacionalismos sea fascinante, pero difícil.

    Una segunda tensión subyace tras la historiografía del nacionalismo. A la vez que ésta lo define como un discurso constituido al nivel de las ideas y la conciencia, busca ubicar a la nación en el interior de instituciones, formas sociales y prácticas. Por tanto, las historias del nacionalismo preguntan por qué emergió el sentimiento o la idea, es decir, el nacionalismo, y de manera frecuente y retrospectiva brindan una explicación social del mismo vinculándolo al ascenso de la clase media, lo que otorga circularidad a su historia (Seth, 1999, p. 96). Así, aunque las naciones ya no se tratan como el resultado inevitable de factores sociológicos como la religión, la historia o una lengua común (Anderson, 1991; Winichakul, 1994), persiste la necesidad de buscar elementos concretos que configuren la comunidad imaginada.

    Se ha argumentado que esta necesidad es válida, dado que los procesos sociales desempeñan una función clave en la constitución de un todo nacional autoacotado con delimitaciones espaciales (Goswami, 1998, p. 610). Por tanto, es importante prestar igual atención a la formación discursiva y a los fundamentos sociales mediante los cuales una nación toma forma en diferentes niveles, para no desatender el contenido social nacional de la territorialidad y abordar seriamente la cuestión de por qué los movimientos nacionalistas rutinariamente afirman una correspondencia entre el pueblo, la economía y la cultura (Goswami, 1998).

    Además, se nos ha dicho que los nacionalismos no funcionan de la misma manera en todos los sitios. Efectivamente, si las naciones se imaginan y reivindican su identidad separada sobre la base de la diferencia, el nacionalismo tiene que funcionar de manera diferente en naciones diferentes (Balibar, 1989, p. 19). Por tanto, aun si aceptamos que el discurso sobre el nacionalismo en India es una versión derivada de la forma normativa europea (Chatterjee, 1986), es cierto que produce su propia diferencia, desliz y exceso para ser lo mismo, pero no del todo (Bhabha, 1994). Además, esto significa que el nacionalismo no es la única identidad que subsume u organiza a otras identificaciones. Más bien, existe en conflicto o en armonía con muchas otras (Duara, citado en Ramaswamy, 1999, p. 5).

    La idea misma del nacionalismo tiene vínculos con dos tendencias intelectuales distintas e incluso opuestas. Por un lado, se basa en la herencia del liberalismo y el secularismo, y pretende establecer una entidad política basada en la autodeterminación sin distinción de clase, credo o color. Por el otro, se vincula íntimamente con un sistema de significados políticos asociados con símbolos de la comunidad (Stein, 2010, p. 274). Tales símbolos pueden ser de religión, casta, región o lengua; pero el lenguaje compartido de la comunidad implica una convergencia percibida, una convergencia con el potencial de transformar un pueblo dispar en un cuerpo colectivo (Stein, 2010, p. 274). Esto significa que el nacionalismo tiene que malabarear constantemente diferentes modos de crear aspectos en común, así como otras identificaciones que puedan producir una comunidad fuera del grupo del nacionalismo.

    Nuestra exploración del nacionalismo indio se basará en todas estas perspectivas para entender su configuración discursiva y concreta, y prestará atención a las tensiones presentes dentro del nacionalismo y a aquéllas con modos y sentimientos de identificación alternos, como las que tiene con la lengua. Como argumenta Sumathi Ramaswamy, estos modos no deben leerse sólo dentro de la rúbrica del nacionalismo —como sus versiones diferentes y desviadas, tales como el nacionalismo lingüístico— (Ramaswamy, 1999, p. 5). Además, lo que es quizá más importante, colocaremos al nacionalismo dentro del contexto y el marco discursivo de un colonialismo que coloniza las mentes además de los cuerpos y libera fuerzas en el interior de las sociedades colonizadas para alterar sus prioridades culturales de una vez por todas (Nandy, 1983, p. vii). Por tanto, el nacionalismo no se verá como una única narrativa intacta con una historia continua. Asimismo, su expresión es diversa —es resistencia tanto al colonialismo como a la colonización—.

    Comienzos imperceptibles

    Hasta la década de 1980 era razonablemente sencillo para los historiadores ubicar los primeros indicios de nacionalismo a fines del siglo

    xix

    , con un vínculo directo a la fundación del Congreso Nacional Indio en 1885. La idea de que la existencia de una nación se puede realizar por medio de la imaginación ha descartado esta identificación fácil. La imaginación implica emoción, experiencia y pasión, todo lo cual añade matices y sutileza al entendimiento del nacionalismo y hace imposible trazar su trayectoria como un fenómeno estrictamente político. La experiencia subraya que el nacionalismo es un proceso y no un fenómeno declarado que haga erupción repentinamente en un momento particular, además de que diferentes grupos pueden vivirlo de maneras distintas. La historiografía del nacionalismo refleja este cambio de noción, pues pasó de enfocarse en factores que llevaron al crecimiento del nacionalismo y las actividades del Congreso Nacional Indio (Desai, 1959; Masselos, 1985; McCully, 1940; Mehrotra, 1971; Rothermund, 1979) a analizar la configuración discursiva y material del nacionalismo (Chakrabarty, 1994; Chatterjee, 1986; 1993; Goswami, 1998; Guha, 1988b; Trivedi, 2003, por ejemplo).

    Al hablar del nacionalismo como proceso, también debemos considerar seriamente un recordatorio importante y desafiante de que el nacionalismo indio no debe verse únicamente como resultado directo del colonialismo. Sin duda, se solidificó bajo el gobierno colonial, pero se basó en patrones anteriores de relaciones sociales, sentimientos de apego a la tierra, lealtades y patriotismos antiguos a los que dio nueva forma durante el curso de su constitución (Bayly, 1998). Al mismo tiempo, estos sentimientos anteriores con frecuencia engendraron pasiones por la región y la lengua, lo que en unas ocasiones fortaleció la lucha nacionalista y en otras la debilitó. Tales pasiones, que la narrativa maestra del nacionalismo definió como nacionalismos regionales, demostraron las negociaciones constantes que debe realizar el nacionalismo para establecerse como la forma dominante de identidad.

    Por último, las categorías del colonizador y el colonizado, lejos de ser fijas y evidentes, se construyeron históricamente y se redefinieron de acuerdo con los imperativos del dominio colonial. Por tanto, cualquier intento por comprender el nacionalismo requiere una exploración de las experiencias y los procesos variopintos que dieron forma a la interacción del colonizador y el colonizado en formas particulares, y que contribuyeron al crecimiento de los sentimientos nacionalistas.

    Desde luego, es imposible realizar un seguimiento de las experiencias y los emprendimientos de todos los sectores de la población de un país tan vasto y variado como India. Comenzaremos, entonces, con la clase media histórica, la que según muchos estuvo a la vanguardia del nacionalismo. También en India esta clase se consideraba a sí misma como perteneciente a una nación y expresaba demandas nacionalistas (Seth, 1999, p. 96). Se componía de grupos que tuvieron contacto temprano con el gobierno colonial y de miembros que conscientemente se veían a sí mismos como los líderes de la sociedad —los grupos con educación académica (occidental) de Calcuta, Bombay y Madrás, ciudades plenas de oportunidades ofrecidas por el gobierno de la Compañía—. Los tomamos como representantes de las clases medias que aparecieron en toda India, aunque con diferente composición y carácter. Algunos historiadores de la India moderna sostienen que los factores que contribuyeron al crecimiento de la clase media, como la educación inglesa y un sistema jurídico uniforme, también fueron cruciales para el crecimiento del nacionalismo (Griffiths, 1962, p. 67;

    McCully, 1940). Rothermund incluso afirma que la conciencia nacionalista en India emergió de la visión de una élite en constante crecimiento y con educación inglesa que aprendió a mirar a India con el arsenal intelectual de sus conquistadores (Rothermund, 1979, p. 13).

    Estamos conscientes de que la difusión de la educación occidental fue desigual y dispareja. Las presidencias de Calcuta, Bombay y Madrás obtuvieron el mayor beneficio de la educación superior tras la apertura de las universidades en 1857. El número de estudiantes en estas regiones, particularmente en las ciudades, excedió las cifras en las enormes localidades del norte, el noroeste y el centro de India, agrupadas en las provincias del noroeste y Awadh, Punjab y las provincias centrales. Incluso en las presidencias, ciertos grupos aprovechaban más que otros la educación inglesa y la superior. En Bengala este grupo se componía principalmente de personas de las tres castas superiores, los brahmanes, los baidyas y los kayasthas, que no eran insignificantes en términos numéricos debido a que kayastha se refería a un grupo muy amplio y diverso. Los brahmanes chitpavan y los parsis monopolizaron la educación en la presidencia de Bombay, mientras que en Madrás los brahmanes tamiles —iyeres e iyengares— asumieron el liderazgo.

    Los aristócratas musulmanes mantuvieron su distancia de los británicos hasta mediados del siglo

    xix

    , debido a lo cual sintieron que sus contrapartes hindúes los sobrepasaron (capítulo 4 del primer volumen). La distribución desigual de la educación inglesa se puso de manifiesto en el dominio de los asuntos públicos en la presidencia de Bengala por parte de los bengalíes y en la exclusión de los biharis, los asameses y los oriyas. Las regiones hablantes de marathi de la presidencia de Bombay adquirieron una mayor prominencia sobre las regiones hablantes de gujarati, mientras que los tamiles dominaban en el sur a costa de los telugus y los malayalam. Además, se excluyó casi por completo a los miembros de las castas bajas. Esta disparidad generó diferentes reacciones y marcó la lucha nacionalista en maneras significativas.

    La clase media en Calcuta —que no estaba unida por vínculos de casta, sino por intereses económicos comunes, estilo de vida y estatus, y que estaba compuesta por mercaderes, terratenientes ausentes y profesionales en los escalafones más bajos de la administración de la Compañía, y más adelante en especialidades independientes como el derecho y la medicina— era heterogénea, pero a lo largo del siglo

    xix

    se constituyó a sí misma como un grupo reconocible, los bhadralok, en virtud de sus actividades relacionadas con el Estado y la sociedad. Las primeras décadas del siglo

    xix

    estuvieron plenas de contracorrientes de ideas e ideología que pusieron en peligro los emprendimientos frenéticos y entusiastas entre las élites de Bengala. El interés en la ciencia y la lógica occidentales creció con el interés en la lectura y la literatura inglesas y con los inicios de la escritura india en inglés. La tradición se redefinió en términos racionales debido a encarnizados debates sobre las costumbres, las prácticas y los intentos de reforma social hindúes. Desde luego, nada de ello fue nacionalista, pues no confrontaba al raj de la Compañía como adversario. Más bien, en un nivel más profundo, esta actividad amplia y ferviente adquirió forma por un sentido de inferioridad que refleja la penetración de las teorías raciales occidentales. En términos de Ashis Nandy, esto ejemplificó la cooptación cultural de los hombres reformistas en el gobierno colonial debido a su identificación con el agresor (Nandy, 1983, p. 7).

    En gran medida, el celo reformista estaba impulsado por una aceptación no crítica de la definición colonial de la sociedad hindú como degradada e inferior. El discurso civilizador del poder imperial produjo entre los intelectuales indios el deseo activo de participar en la comunidad mundial de países, en donde los pueblos y las naciones se clasificaban jerárquicamente, pues deseaban fervientemente mejorar la condición de India para colocarla en un nivel más elevado (Chakrabarty, 1994, p. 54). Por tanto, la reflexión crítica sobre su propia cultura estuvo dictada por categorizaciones coloniales (Nandy, 1983) y terminó por objetivar a la cultura como una entidad evidente por sí misma a la que era posible citar, comparar y hacer referencia (Bandyopadhyay, 2004, p. 209).

    La sociedad civil y el ámbito público evolucionaron a inicios del siglo

    xix

    a partir de debates sobre la educación, las reformas sociales y el mejoramiento social. Estos temas ocasionaron la formación de numerosos cuerpos semioficiales, como las sociedades de libros de texto y las asociaciones voluntarias. Asimismo, causaron una proliferación de prensas que imprimían y difundían material relacionado con temas de interés público (Chakrabarty, 1994, p. 69). Estas asociaciones asumieron el carácter de cuerpos formales —se conducían con base en asambleas con elecciones, votos, resoluciones y el registro de minutas, en pocas palabras, con todos los rituales de la vida pública integrados a ellos (Chakrabarty, 1994)—, actividad colectiva que resultó en el crecimiento del sentido de identidad y de comunidad que necesitaba unidad y mejoramiento. Fue en la primera mitad del siglo

    xix

    cuando las palabras pueblos y naciones, que se usaban de manera intercambiable, figuraron prominentemente en libros y textos escritos en bengalí, y cuando las naciones llegaron a identificarse en términos de la lengua. Por tanto, al crear entre los intelectuales indios el impulso de trabajar para el beneficio de la comunidad y el país, la misión civilizadora del gobierno colonial fomentó indirectamente el crecimiento de los sentimientos nacionalistas.

    Bombay, la otra metrópoli que prosperaba gracias al intercambio y el comercio, era paralela a Calcuta en términos de la actividad pública organizada. Ahí, los shetia (mercaderes exitosos) que se habían vuelto socios en emprendimientos comerciales se identificaban los unos con los otros cada vez más como un grupo definido a pesar de la competencia y la rivalidad. Se les unieron los comerciantes y profesionales parsis acaudalados y con preparación académica. Al igual que la élite bengalí, estos hombres se consideraban líderes naturales y buscaron consolidar su posición obteniendo acceso a puestos en el sistema administrativo, y lo que era más importante, como miembros del Gran Jurado y como Jueces de Paz en la ciudad. Con el tiempo, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales llegó a verlos como representantes de la opinión pública, y su gobierno recurría a sus servicios en diversos cuerpos públicos oficiales y semioficiales. Por tanto, la visión que ellos tenían de su propia importancia se reforzó por medio de actos del gobierno colonial.

    Este grupo también emuló a su contraparte bengalí al formar numerosas asociaciones voluntarias, aunque sus objetos y sus propósitos eran diferentes. Tanto los mercaderes de Bombay como los intelectuales bengalíes eran miembros de las sociedades nativas de libros de texto y servían en las juntas directivas de escuelas y universidades, pero las asociaciones de reforma, como Atmiya Sabha y Dharma Sabha, eran únicas en Calcuta. La primera gran asociación de Bombay fue la Cámara de Comercio de Bombay, que se fundó en 1836 como un emprendimiento conjunto de mercaderes ingleses, comerciantes europeos e intermediarios indios para proteger los intereses mercantiles. No es sólo que hubiera una divergencia de propósito, sino también que muchas de estas asociaciones tuvieron una vida muy corta. Aun así, tales experimentos tentativos en el trabajo público fomentaron un sentido de identidad dentro de un grupo social cuyos límites se definieron por intereses económicos y la conciencia de un estatus común (Masselos, 1985, p. 46).

    En contraste con Bombay, la distancia entre Madrás y Calcuta, sede de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales y, más adelante, del Gobierno de India, convirtió parcialmente a Madrás en una isla administrativa, lo que causó que sus élites aprendieran a valerse de sus propios recursos (Irschick, 1969, introducción), lo cual limitó en cierta medida sus horizontes políticos y administrativos. Al mismo tiempo, la ciudad de Madrás fue testigo del ascenso de un grupo de comerciantes ricos que compraban propiedades en tierra y obtuvieron influencia y prestigio. Diferentes en composición a los grupos en Calcuta y Bombay, no se unieron para proteger sus derechos feudales. Lo que los unió fue su oposición a la actividad y la legislación de los misioneros cristianos, como las leyes lex loci de 1850, que protegían el derecho a la propiedad de los conversos al cristianismo. La Asociación Nativa de Madrás se conformó para contrarrestar esta ofensa a la religión.

    Las actividades públicas que iniciaron en las grandes ciudades pronto se diseminaron a muchas otras provincias y poblados en toda India. Para dar sólo un ejemplo, los jefes, los príncipes menores, los exnobles y los terratenientes de Poona unieron esfuerzos en la década de 1840 para proteger sus intereses —emprendimiento que se formalizó con la creación de un cuerpo público de corta duración—. Efectivamente, con frecuencia ciudades antiguas con ricas tradiciones culturales rivalizaron y contrarrestaron el esfuerzo de las sociedades en las grandes ciudades, una historia fascinante que aún sigue prácticamente sin estudiarse. El compromiso de trabajar para el beneficio de una comunidad definida laxamente y entendida en diversas formas contribuiría al establecimiento de asociaciones semipolíticas y políticas más formales en las décadas de 1860 y 1870. Pero antes de tornar a dichas asociaciones, debemos echar un vistazo a otro suceso importante que resultó del nacionalismo y los sentimientos nacionalistas y que les dio sustancia —los experimentos con las lenguas y la literatura vernáculas, su florecimiento y la necesidad relacionada de aterrizarlas en el territorio de una región o del país mediante la historia—.

    Lengua, nación, historia

    Los apasionados debates públicos sobre las reformas sociales y la educación no sólo contribuyeron a la creación de un ámbito público, sino también al crecimiento de una literatura vernácula que incluía novelas históricas y esfuerzos relacionados para escribir la historia de India. Es importante recordar que las primeras décadas del siglo

    xix

    fueron cruciales para el desarrollo de estilos de prosa en diversas lenguas vernáculas, y que éstos guardaron un cercano vínculo con la empresa de los maestros europeos e indios de la universidad de Fort Williams y de los misioneros evangélicos (King, 1994, pp. 26-27). En Bengala los polémicos panfletos y tratados de Rammohan Roy, que escribió para apoyar la abolición de la sati, produjeron un tipo de prosa bengalí que no había existido en la misma forma. El educador y reformador social Iswar Chandra Vidyasagar estuvo involucrado directamente en la creación de una nueva forma de prosa bengalí. Sus libros de lectura y de texto de mediados de siglo, principalmente el manual básico Barnaparichay, no sólo se convirtieron en el modelo para todos los otros manuales de su tipo, sino que fueron los más utilizados incluso en las escuelas misioneras (Sengupta, 2011, p. 41).

    Para la década de 1870, la escritura y la publicación de material educativo en lengua bengalí habían superado a las de cualquier otra lengua, incluyendo el inglés (Sengupta, 2011, p. 47). El mercado estaba dominado por múltiples panfletos —almanaques y manuales religiosos, historias puránicas y persas— que editores battala publicaban a bajo costo (Ghosh, 2006). El lenguaje de estos panfletos era simple y más cercano a la lengua hablada: muy diferente de la prosa de Vidyasagar, una posible indicación de la distancia entre las clases más bajas y los bhadralok. No es necesario entrar en detalles, lo importante para nuestros propósitos es el giro patriótico e histórico de la literatura vernácula que produjeron los literatos del periodo.

    Bankim Chandra Chatterjee, una encumbrada figura de la literatura bengalí de finales del siglo

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    , cuya novela Anandamath ha sido tema de una considerable controversia debido a sus matices nacionalistas hindúes (Heimsath, 1964, por ejemplo), convocó a que los indios escribieran la historia india como la única manera de aclarar las cosas. Como argumenta Prathama Banerjee, este llamado a la historia surgió de un involucramiento directo y bilateral con las prácticas discursivas coloniales, no de la interacción de las clases medias con la cotidianidad (Banerjee, 2006, p. 42).

    Para los intelectuales marathi, la historia, junto con otras ciencias —la lógica, las matemáticas, la gramática—, era esencial para el progreso de la humanidad. La primera mitad del siglo

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    había visto intentos por introducir estas ciencias en la enseñanza y se acuñaron nuevos vocablos en marathi para designarlas. Pronto, la historia y la historiografía atrajeron la imaginación de los intelectuales y se prestó mucha atención al desarrollo de una tradición histórica nativa, que tristemente se consideraba carente en India. Estos intelectuales se inspiraron en la tradición historiográfica inglesa y tradujeron la History of Saxons [Historia de los sajones] al marathi para infundir en los jóvenes estudiantes el conocimiento de la historia. Argumentaron que estudiar historia era crucial para enfrentar y superar la vergüenza y el bochorno que sentían los indios cuando se les preguntaba por los reyes y los sucesos pasados de su país (Deshpande, 2007, pp. 95-96).

    Vishnushastri Chiplunkar, otro intelectual marathi, estuvo de acuerdo en que la historiografía sobre la India antigua no estaba desarrollada y en que había que agradecer a la tradición intelectual occidental por introducirla. Al mismo tiempo, creía firmemente que la historia de India sólo podían escribirla los indios, dado que únicamente el pueblo de una nación puede manifestar de manera adecuada una expresión de afinidad y cercanía con una cultura. Chiplunkar, más preocupado por el poder emotivo y expresivo de la historia y no por su método, como Bhandarkar, intentó superar el sentido de impotencia y vergüenza por medio de una afirmación de orgullo que podía encontrarse en la historia. Para Maharashtra, el orgullo que derivaba de la historia radicaba en su glorioso pasado, no por sus logros literarios o artísticos, sino por el establecimiento de poder político y militar durante el gobierno de Shivaji.

    Para inculcar a la gente este orgullo, Chiplunkar subrayó la necesidad de contar con una historia completa de Maharashtra que revelara las cualidades especiales del pueblo maratha que le había permitido alcanzar gloriosas cumbres con Shivaji. En un ensayo programático que delinea los contornos de esta historia completa, ofreció un recuento de sucesos políticos, administrativos, sociales y religiosos en un marco amplio del ascenso y la caída de los gobernantes, pero su insistencia en el ingrediente crucial —el orgullo— lo llevó a enfatizar el ascenso del poder político y militar maratha como el elemento clave de la nueva historiografía marathi. Además, propugnaba el uso de una nueva prosa en marathi con raíces sánscritas que permitiría a los intelectuales absorber el inglés y sus conceptos sin sofocarse.

    Algunos académicos recientes consideran a Chiplunkar como el padre del movimiento de resurgimiento hindú en Maharashtra. Deshpande disiente, pues afirma que la postura de Chiplunkar sobre el sánscrito en relación con el inglés no tendía al resurgimiento: rechazaba claramente el aprendizaje sanscrítico tradicional, pero buscó utilizar su herencia lingüística para anclar la expresión marathi conforme adoptó géneros ingleses. En diversas ocasiones Chiplunkar habló del sánscrito, el persa y el árabe como "los tres cimientos del marathi y de la importancia de continuar con los tres en la educación colonial". Esta posición fue claramente diferente de la de Hindutva, que insiste en la necesidad de purgar las lenguas indias de la influencia del árabe y el persa (Deshpande, 2007, pp. 101-102).

    La historiografía que desarrolló Chiplunkar fue significativa por su nuevo estilo de prosa, que mostró mucha más confianza en sus afirmaciones anticoloniales. Los escritos del famoso líder nacionalista Balgangadhar Tilak llevarían la huella de la prosa de Chiplunkar y su tono sería aún más agresivo (Deshpande, 2007, p. 103). A su vez, el método empírico de Bhandarkar permitió a los historiadores y filólogos indios subrayar las conexiones entre las lenguas clásicas, como el griego y el sánscrito, y afirmar una paridad con la civilización occidental. Ellos desafiaron los comentarios de los indólogos europeos sobre la civilización india argumentando que era moderna y racional (Deshpande, 2007, p. 100). Además, el análisis que Bhandarkar hizo de textos en sánscrito se dictó parcialmente por su involucramiento en debates sociales y religiosos: quería descubrir qué tenían que decir dichos textos sobre el segundo matrimonio de las viudas. Sus hallazgos lo llevaron a concluir que, más que representar una profanación de la tradición, las segundas nupcias para las viudas en realidad significaban un retorno al pasado prístino.

    En Punjab, donde la administración colonial alentó el uso del urdu en detrimento del punjabi, la qissa, una mezcla de epopeya y romance en la tradición de la narrativa árabe y persa actual en la región del siglo

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    , se desarrolló hasta convertirse en un importante género de literatura punjabi en el siglo

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    (Mir, 2010, pp. 4-5). Se compusieron e imprimieron numerosas qisse y se buscó forjar una tradición literaria regional continua y una comunidad literaria. La historia de Hir-Ranjha, la qissa más antigua y conocida (se compuso en 1605), se convirtió en la característica más distintiva de la cultura literaria punjabi y ayudó a dar forma a la identidad y a la conciencia política de la zona. El romance y la tragedia inherentes en la historia del amor intenso pero frustrado de Dhido (Ranjha) y Hir sirvieron para crear vínculos afectivos entre los habitantes del Punjab y su lengua y su literatura (Mir, 2010, p. 185). Esto se haría evidente en el siglo

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    cuando el revolucionario Udham Singh, enjuiciado por el homicidio del general O’Dwyer tras la masacre de Jallianwala Bagh (capítulo 7), prestara juramento sobre una versión de la historia de Hir-Ranjha.

    Orissa ofrece un interesante ejemplo de las expresiones desordenadas de patriotismo, lengua, historia y territorio. Los oriyas de clase media estaban fragmentados administrativamente, pues grandes sectores pertenecían a la presidencia de Bengala y otros a la de Madrás y las provincias centrales. Además, se sentían humillados por la pobre opinión que los funcionarios coloniales tenían de ellos, y abrumados por la idea de que sus avasallantes vecinos al norte y al sur los sobrepasaban, todo lo cual los condujo a la acción a finales de la década de 1860. Esto fue consecuencia directa del intento de un grupo de bengalíes por remplazar al oriya con la lengua bengalí en oficinas de gobierno y escuelas en los distritos costeros. Estos bengalíes argumentaron que el oriya no era una lengua independiente, sino una forma corrupta del bengalí (Das Mohapatra, 2007, pp. 6-7). La controversia surgió en un momento en que intelectuales oriyas de Cuttack y Balasore habían emprendido un esfuerzo serio por impulsar su idioma. Utkal Dipika, el primer periódico en esa lengua, apareció en 1866. Además, se habían establecido imprentas para publicar revistas, ediciones periódicas y libros de texto en oriya (Mohanty, 2005, p. 55). Se habían iniciado experimentos en expresiones literarias, y la historia y la geografía de Orissa encontraron un sitio prominente en la literatura. El término matru bhasha (lengua materna) se puso en boga para vincular el espacio y la lengua por medio de la evocación emotiva de la madre.

    Por tanto, la controversia oriya-bengalí se transformó en una lucha para salvar el oriya de la aniquilación y para liberarlo del bengalí —esta agitación centrada en la lengua dio ímpetu a un fuerte movimiento que propugnaba la unificación de las zonas hablantes de oriya y que con el tiempo llevó a la formación de lo que hoy es Orissa—. Desde luego, en el contexto del nacionalismo emergente indio esta iniciativa en pos de la identidad política llegó a clasificarse como subnacionalista (Mohanty, 2005, p. 45), mientras que para muchos bengalíes era antinacionalista.

    El amor por la lengua alcanzó proporciones notables en el caso del tamil, donde el habla vernácula llegó a venerarse como a una diosa, devoción que dio lugar a una comunidad imaginada de hablantes de tamil a fines del siglo

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    (Ramaswamy, 1999, p. 11). Sumathi Ramaswamy anota que la ideología de la modernidad, centrada en las personas, genera "una imaginación patrimonial" en la que la lengua se vuelve una posesión personal y material de sus hablantes, quienes forman una comunidad cuya vida, a su vez, se basa en tal posesión (Ramaswamy, 1999). Esta aguda identificación con la lengua (y devoción por la misma) era distinta del nacionalismo; rivalizaba con la comunidad de la nación al brindar un elemento supremo de identificación.

    Los esfuerzos de los escritores en lengua télugu por llevar el teatro a la gente infundieron vida al habla vernácula. A partir de la segunda mitad del siglo

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    los escritores ya no seguían los modelos de la literatura sánscrita, pues ahora el télugu era un habla vernácula moderna, y los escritores y dramaturgos utilizaban nuevos estilos a fin de que sus obras fueran relevantes para la sociedad. Hubo un cambio notable en el contenido hacia fines del siglo

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    , cuando la causa de las reformas sociales se promovió activamente en obras como Prahasanas, de Veerasalingam, y Kanyasulkam, de Chilakamarti y Gurjada Apparao (Ramakrishna, 1993, p. 72).

    El interés en el aprendizaje y la literatura occidentales, así como la tradición clásica india, aunados a la conciencia sobre la crítica colonial de las costumbres y las prácticas hindúes, produjeron otra consecuencia intrigante. Los derozian, miembros del grupo Young Bengal [Bengala joven], temerarios en su revuelta contra la ortodoxia y su desacato de las tradiciones indias, y extáticos ante los esplendores de la lengua y la cultura inglesas (capítulo 3), estuvieron entre los primeros en reflexionar sobre los problemas de la crítica colonial de India.

    Tomemos un ejemplo. Kasiprasad Ghosh, un joven estudiante del Hindu College, escribió un ensayo titulado "Critical remarks on the first four chapters of Mr Mill’s History of British India [Comentarios críticos sobre los primeros cuatro capítulos de History of British India (Historia de la India británica), del sr. Mill] en 1828, 11 años antes de que H. H. Wilson intentara corregir algunas de las tergiversaciones" de Mill. Por ser una pieza que se basó en gran medida en los estudios académicos orientalistas, H. H. Wilson

    alentó la crítica de Kasiprasad. Siguiendo a los académicos orientalistas, Kasiprasad trazó una clara separación entre el pasado hindú y el musulmán de India, y buscó defender un concepto secular de una era de oro entre los hindúes (Chaudhuri, 2002, p. 65). Como un ejemplo perfecto de cooptación cultural, el ensayo de Kasiprasad intentó demostrar la base racional y científica de la cronología, la ley, las instituciones y las prácticas hindúes, e insistió en la necesidad de restaurar la antigua gloria. Al mismo tiempo, desafió el rechazo generalizado de Mill a las leyes y las instituciones hindúes.

    Para nosotros, Kasiprasad es significativo como representante de un tipo de conciencia en la que la identidad india se entrelazó con el nacionalismo emergente, y la identidad nacional encontró expresión en el inglés, un medio poco probable. Kasiprasad y, aún más, sus amigos y compañeros poetas de Young Bengal inconscientemente fueron cómplices de un proceso que con el tiempo subrayó la separación de las tradiciones y las culturas hindú y musulmana. Se involucraron en las literaturas y los modos literarios en inglés y en sánscrito y experimentaron con los mismos. Los liberales y los anglicistas fomentaban activamente el inglés y las élites indias lo apoyaban con gran vigor, mientras que el sánscrito se mantenía vivo gracias al patronazgo del gobierno y a la presión orientalista.

    El persa, una lengua clásica y el idioma oficial de Bengala hasta 1837, fue presa de estas corrientes opuestas y poco a poco perdió su importancia, hecho que a duras penas se notó y que rara vez se ha registrado. La década de 1830 fue testigo del remplazo del persa como lengua oficial en diferentes provincias, y fue una época en la que hubo encarnizados debates sobre la lengua y la educación entre los administradores coloniales y los misioneros, así como entre los intelectuales indios (King, 1994, pp. 54-55). Como sabemos, Rammohan Roy era conocedor de la lengua persa y Kasiprasad adquirió conocimientos básicos en ella. Sin embargo, conforme avanzaba el siglo, el interés en el persa menguó junto con el número de personas que lo hablaban, mientras que la tradición persa se volvió casi sinónimo de la tradición clásica. Más adelante, algunos desplegaron esta identificación de lo clásico y el sánscrito para presentar una tradición india/hindú continua mediante textos en sánscrito a los que se dio un uso nuevo en contextos contemporáneos (Dalmia, 1997, p. 15).

    Bharatendu Harishchandra, a quien se reconoce casi universalmente como el primer gran escritor en lengua hindi khari boli que utilizó tanto el hindi sanscritizado como el persianizado en sus composiciones, defendió apasionadamente la causa del hindi y la escritura nagari, que consolidó gracias al enorme volumen de su producción literaria, con el establecimiento de varias publicaciones periódicas y el aliento que brindaba a los autores en hindi más jóvenes (King, 1994, pp. 32-33). Todo esto generó un cambio y una modificación inmediatos en las preferencias del público lector. Sin embargo, la evasión de las tradiciones islámicas, el prolongado gobierno musulmán y la identificación de hindi con hindú y de urdu con musulmán harían que la identidad común que se estaba forjando fuera tanto exclusiva como inclusiva y mostrarían el nacionalismo como problemático y desafiado.

    Sin embargo, sería apresurado considerar que aquéllos como Chiplunkar o Kasiprasad fueron inherentemente comunales. Lo que revelan respuestas como la de Kasiprasad es la profunda huella de las críticas británicas a las costumbres hindúes (que, para ellos, sostuvieron su misión civilizadora y otorgaron legitimidad a su gobierno) y las maneras confusas y contradictorias en las que esta crítica llegó a dar forma al pensamiento de los intelectuales indios.

    La epopeya literaria bengalí Megnadbad Kavya (1861), que escribió otro deroziano, Michael Madhusudan Dutta, brinda un ejemplo ilustrativo. Esta epopeya vuelve a contar el Ramayana de modo tal que Rama y Lakshmana, los héroes tradicionales, se convierten en villanos sin carácter, pasivo-agresivos y femeninos, y al demonio Ravana y a su hijo Megnad en héroes modernos, majestuosos y masculinos (Nandy, 1983, p. 19). Aunque mantuvo la división de género que asocia lo débil con lo femenino y lo majestuoso con lo masculino, Madhusudan se basó en

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