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Historia mínima de Filipinas
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Libro electrónico369 páginas5 horas

Historia mínima de Filipinas

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En un contexto global de sostenido interés por la Cuenca del Pacífico, en especial por las pujantes economías asiáticas, resulta imprescindible visitar el pasado y recordar que Filipinas, durante siglos, fue la puerta de Iberoamérica en Asia. Este libro, de manera sintética, recrea el proceso de construcción de la nación filipina desde los remotos
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2020
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    Vista previa del libro

    Historia mínima de Filipinas - Paulina Machuca

    Primera edición impresa, 2019

    Primera edición electrónica, 2020

    d.r. © El Colegio de México, A. C.

    Carretera Picacho Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.com

    ISBN impreso: 978-607-628-802-3

    ISBN electrónico: 978-607-564-158-4

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2020.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    sumario

    Agradecimientos

    Introducción

    I

    Filipinas: una geografía singular

    II

    Navegantes, comerciantes y guerreros. Las sociedades filipinas hasta el siglo XV

    III

    El interludio decisivo (ca. 1450-1565)

    IV

    La hispanización de Filipinas (1565-1700)

    V

    Las reformas borbónicas: entre luces y sombras (1700-1830)

    VI

    La forja de una identidad a contracorriente (1830-1896)

    VII

    La doble revolución filipina (1896-1902)

    VIII

    Bajo el dominio estadunidense (1899-1946)

    IX

    Los desafíos de una nación independiente (1946-2016)

    X

    Los retos actuales de Filipinas

    Ensayo bibliográfico

    Índice general

    Índice de cuadros

    Índice de mapas

    Agradecimientos

    Este libro no habría sido posible sin el apoyo de colegas y amigos que directa e indirectamente colaboraron en su realización. Los valiosos comentarios de Luis Alonso Álvarez, desde la Universidad de la Coruña, y Fernando N. Zialcita, desde el Ateneo de Manila University, me ayudaron a enriquecer significativamente el contenido de la versión preliminar. Desde Michoacán, Karine Lefebvre y Verenice Heredia me hicieron acertadas críticas desde su trinchera, la arqueología, y Jorge G. Loyzaga compartió conmigo parte de sus tesoros bibliográficos sobre Filipinas. Mi agradecimiento a El Colegio de Michoacán, mi casa, a El Colegio de México y al Institute d’Études Politiques de París (Sciences Po), en cuyas bibliotecas consulté materiales sobre Filipinas y el mundo asiático que difícilmente se encuentran en México. Mi deuda más grande es, sin duda, con mi esposo Thomas, quien me acompañó a lo largo de un año en esta aventura historiográfica; a él dedico este libro.

    Introducción

    Desde que inició el proyecto de las historias mínimas de los países, impulsado por El Colegio de México en 2009, paulatinamente comenzaron a aparecer títulos de esta serie sobre algunas naciones asiáticas, como Corea (2009), China (2010) y Japón (2011), en el contexto de un renovado interés por la región de la Cuenca del Pacífico y, en especial, de las pujantes economías asiáticas y su papel en la geopolítica global. A ese esfuerzo académico se suma hoy la historia mínima de Filipinas, un país que si bien no siempre está bajo los reflectores a nivel internacional, comparte una historia común —y sin embargo olvidada— con México. Durante cerca de dos siglos y medio, entre 1565 y 1815, Filipinas y México estuvieron unidos mediante los viajes transpacíficos del Galeón de Manila, lo que permitió un dinámico intercambio sociocultural y una marcada influencia filipina que incluso hoy subsiste en algunos lugares del Pacífico mexicano, particularmente en Colima y la Costa Grande de Guerrero. La influencia mexicana también pervive del otro lado del océano; hasta se ha dicho, con cierta exageración, que Filipinas fue una colonia mexicana: la virgen de Guadalupe es la Santa Patrona del archipiélago, mientras que diversas palabras de origen náhuatl se siguen utilizando cotidianamente en Filipinas. Estos elementos comunes hacen de filipinos y mexicanos dos pueblos hermanos, a pesar de la distancia y del tiempo.

    Filipinas: una encrucijada

    de varios mundos

    Filipinas es un archipiélago conformado por 7 107 islas, de las cuales sólo un millar están habitadas. Se localiza dentro del llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, lo que deriva en una intensa actividad sísmica y volcánica; aunado a ello, se ubica en una zona de inestabilidad atmosférica, lo que ocasiona la presencia de intensos y devastadores huracanes. Todo ello la convierte en una de las naciones más vulnerables a nivel global y, según estudios recientes, en el país con mayor número de desastres en todo el planeta desde los inicios del siglo XX. Esta geografía peculiar, colmada de rasgos adversos, ha moldeado a un tipo de sociedad resiliente, es decir, que ha respondido con estrategias de adaptación y transformación de su ambiente físico durante miles de años.

    Filipinas está situada en una encrucijada de varios mundos, y por ello a lo largo de su historia ha recibido la influencia de diversas culturas, desde la India, China y el Medio Oriente al mundo occidental. La implantación de un sistema colonial español (1565-1898) y estadunidense (1899-1946) marcaron significativamente el devenir de las diversas poblaciones del archipiélago, especialmente en la isla de Luzón y su capital, Manila. Este doble proceso de colonización, implementado en las islas bajo modelos diferentes pero con una matriz occidental, ha convertido a Filipinas en el país más occidental de Asia, o si se quiere ver así, en el país menos oriental del Oriente; hay incluso quienes afirman que se trata de un país latinoamericano en Asia. En efecto, es una nación de mayoría católica que, antaño, constituyó la puerta hispanoamericana en Asia. Y aquí no es posible ignorar la dramática epopeya del Galeón de Manila, una de las mayores hazañas de la humanidad. Esta embarcación enlazó, con un delgado hilo que atravesaba el océano Pacífico, a Asia y América, y a éstas con Europa, intercambiando seda china contra plata mexicana: fue la llave de la primera globalización.

    Acerca de la presente obra

    La Historia mínima de Filipinas es una obra sintética que aborda los principales acontecimientos históricos de esta joven nación. Está escrita para un público no especializado, en un lenguaje llano, sencillo y simple, siguiendo la idea de Daniel Cosío Villegas para su Historia mínima de México de 1973. Es, además, una modesta contribución a la historiografía de Filipinas desde la academia mexicana, misma que en los últimos cincuenta años ha sacado a la luz valiosas contribuciones sobre la materia.

    Coincido con el historiador Mark Dizon cuando afirma que la historia de Filipinas tiende a ser la historia de Manila y sus poblaciones periféricas, antes y hoy. Gran parte de las regiones fuera de Luzón han sido prácticamente marginadas del gran relato nacional, por lo que uno termina por conocer muy poco sobre lo ocurrido al sur de esa gran isla, donde las islas Bisayas y, sobre todo Mindanao —el sur musulmán—, han sido relegados a un segundo plano. Las Bisayas se reflejan de cara a los procesos de Manila, mientras que el sur se aborda como un fenómeno de resistencia permanente hacia el centro, cuando en realidad estas regiones tienen sus dinámicas propias. Hace falta una historia regional filipina que, por un lado, dé cuenta de su relación con el centro, se enmarque en el gran relato, pero que también reflexione sobre sus procesos internos y sus dinámicas inter-islas, más allá de Luzón.

    Esta obra no pretende subsanar totalmente ese vacío, pero al menos sí poner de relieve este problema para las futuras investigaciones sobre la historia de Filipinas. He tratado, en la medida de lo posible, de voltear la mirada hacia estas otras realidades, hasta donde las fuentes me lo han permitido. La historia regional de Filipinas es aún incipiente, y muchos de los trabajos históricos sobre las Bisayas —Cebú, Bohol, Aklan, Negros— y Mindanao —Zamboanga, Davao, Butuan, Surigao y el archipiélago de Joló— se encuentran en revistas especializadas o monografías de escasa circulación, por lo que no logran permear en el conocimiento general de la historia nacional que se imparte en el sistema de enseñanza pública. Manila, pues, es la gran protagonista de la historia de Filipinas, como una fuente de irradiación selectiva que sólo ha llegado a iluminar algunas zonas adyacentes, y que se ha negado a compartir equitativamente con el resto del archipiélago.

    Otro gran tema que se plantea es el de las fuentes; lo resaltó claramente el historiador Renato Constantino: los historiadores filipinos eran cautivos de la historiografía española y estadunidense, en que ambas veían inevitablemente la historia de Filipinas a través del prisma de sus propios prejuicios. En otras palabras, la doble experiencia colonial de Filipinas de los últimos cuatro siglos, con toda la documentación generada en español e inglés, con el sesgo intrínseco de sus respectivas administraciones, ha generado un tipo particular de historia, una mirada desde afuera. Y a eso se agrega el problema de la lengua, ya que las fuentes españolas ahora son prácticamente ajenas a las nuevas generaciones angloparlantes de filipinos. Pero este fenómeno ha tenido asimismo su contrapartida, que ha derivado en una historia nacionalista que se ha venido forjando desde la segunda mitad del siglo XX, y que se ha encargado de idealizar a los héroes nacionales. Una historia que además ha privilegiado lo político frente a lo social y lo cultural, que se ha enfocado en el estudio de las élites y ha relegado a un segundo plano la historia de la gente ordinaria, con todo y que debemos reconocer que éste no es el caso único de Filipinas. Finalmente, una historiografía que ha cultivado la lección política estadunidense, que ha dedicado más tiempo al estudio de los periodos recientes, de la Revolución hasta su Independencia, y ha descuidado los tiempos hispanos y su leyenda negra.

    Afortunadamente, estas realidades de la historiografía filipina —centrada en Manila, escrita desde afuera, con preeminencia sobre lo político y su desencuentro con lo hispano— han ido cambiando en los últimos años. Los avances en la profesionalización de la carrera de historia en universidades filipinas y las becas que numerosos estudiantes obtienen para realizar estancias en archivos de España, México y Estados Unidos, principales repositorios de su memoria en el exterior, han permitido que salgan a la luz nuevas aproximaciones a la historia de Filipinas, escritas por filipinos.

    I. Filipinas:

    una geografía singular

    Existen cuatro elementos fundamentales para entender cómo el espacio que conforman las islas Filipinas ha sido determinante en el devenir de su historia y sus pobladores. En primer lugar, su localización geográfica dentro del llamado Cinturón de Fuego del Pacífico provoca una intensa actividad sísmica y volcánica, lo que lo convierte en un país en permanente riesgo. En segundo lugar, la fragmentación de su territorio en más de siete mil islas ha ocasionado la dispersión de sus habitantes, quienes se movilizaban casi exclusivamente por vía fluvial y marítima hasta hace muy poco tiempo; eran, pues, otras formas diferentes, aunque no menos eficientes. En tercer lugar, la particularidad de su aislamiento, pues Filipinas no limita con ninguna masa continental, está rodeada por mares y fosas marinas profundas, lo que evitó que gran parte de los animales de la megafauna característica del sudeste de Asia, como tigres y elefantes, se desarrollaran allí. Pero en contraste, Filipinas es un país megadiverso, un país de naturaleza exuberante que alberga un alto número de especies endémicas de animales y vegetales. El influjo de un clima tropical marítimo ha sido capaz de estimular el crecimiento de una de las floras más ricas del mundo. Y, en cuarto lugar, Filipinas se localiza en una zona atmosférica inestable, lo que la convierte en un verdadero enjambre de huracanes: aproximadamente veinte tifones anuales azotan las islas, y de éstos cuando menos cinco tienen proporciones devastadoras.

    Esta geografía peculiar, colmada de rasgos adversos, ha moldeado a un tipo de sociedad resiliente, es decir, que ha respondido con estrategias de adaptación y transformación de su ambiente físico por miles de años. Huracanes, sismos y erupciones volcánicas hacen de Filipinas una de las naciones más vulnerables a nivel global y, como quedó dicho anteriormente, el país con mayor número de desastres en todo el planeta desde los inicios del siglo XX. Hay que añadir que esto se agrava actualmente con la muy alta densidad de población (347 habitantes por km²), lo que trae como consecuencia que cada desastre se traduzca en tragedias humanas y un gran lastre económico. Pero es precisamente ese contraste entre vida y muerte lo que se ha vuelto el sello de los pobladores del archipiélago, motivo por el cual dedico las primeras páginas del libro a la geografía tan particular de las islas Filipinas.

    La complejidad geográfica

    El archipiélago filipino está conformado por 7 107 islas, aunque solamente un millar de ellas están habitadas. La superficie total es de 300 mil km² y tiene de costa 36 mil km lineales. Apenas una decena de islas comprende casi el 95% del territorio nacional y la inmensa mayoría de la población: Luzón, Mindanao, Samar, Negros, Palawan, Panay, Mindoro, Leyte, Cebú y Bohol, en orden de tamaño. Filipinas se divide en tres grandes regiones: Luzón, al norte; las Bisayas, al centro, y Mindanao, al sur. Filipinas no tiene fronteras continentales: limita al norte con el Estrecho de Luzón, próximo a Taiwán o isla Formosa, y al sur con el Mar de Célebes, entre Indonesia y Borneo; al este con el Mar de Filipinas y al oeste con el Mar de China Meridional, cuyos límites se encuentran actualmente en disputa por varios países, incluyendo el propio archipiélago.

    Filipinas se localiza en una zona de transición entre dos continentes, Asia y Oceanía, cuya principal característica es estar rodeada por mares muy profundos. Al oeste se ubica la Fosa de Sulú-Negros y al sur la de Cotabato. Al este se sitúa la Fosa de Filipinas o de Mindanao, la tercera más profunda del mundo, sólo después de la Fosa de las Marianas y la Fosa de Tonga. En su punto más abismal tiene 10 500 m de profundidad, donde es llamada Galatea, en homenaje a la fragata danesa que realizó su exploración en 1951 y que comprobó que existe vida animal incluso en los abismos más hondos. Actualmente se discute si las islas filipinas alguna vez estuvieron unidas a las masas continentales, ya que es posible que la isla de Palawan, en el extremo occidental, alguna vez estuviera unida a Borneo, cuando los niveles del mar estuvieron en su mínimo histórico en fases climáticas extremas.

    Al estar situada en el Cinturón de Fuego del Pacífico, en Filipinas se concentran algunas de las zonas de subducción más importantes en el mundo, de lo que se deriva una historia geológica de intensa actividad sísmica y volcánica. El 90% de los terremotos acontecidos a nivel global se reportan en el cinturón, donde también se concentra aproximadamente el 75% de los volcanes más activos, algunos de ellos en territorio filipino. La gran Falla de Filipinas, situada entre los conjuntos tectónicos de la Placa euroasiática y la Placa de Filipinas, atraviesa la mayor parte del territorio nacional, desde Luzón hasta Mindanao. En la Falla de Filipinas se ubican diversas manifestaciones de vulcanismo activo y algunas de las mayores altitudes del país.

    Según datos del Instituto Filipino de Vulcanología y Sismología, a través del Observatorio de Manila, existen en la actualidad diez provincias con mayor riesgo sísmico: Surigao del Sur, La Unión, Benguet, Pangasinán, Pampanga, Tarlac, Ifugao, Davao Oriental, Nueva Vizcaya y Nueva Écija. La Unión y Pangasinán son propensos a los temblores de mucha profundidad debido a la Fosa de Manila; Surigao del Sur y Davao Oriental presentan riesgos por la Fosa de Filipinas y sus fallas activas inmediatas. La frecuencia de sismos de poca profundidad en Nueva Vizcaya, Nueva Écija, Pangasinán Oriental, Benguet y La Unión está relacionada con su localización a lo largo de la zona de la Falla de Filipinas.

    El registro histórico de temblores en el archipiélago se debe al trabajo del Observatorio de Manila, creado a finales del siglo XIX. Fue entonces cuando se publicaron dos obras importantes de Miguel Saderra Masó: La seismología en Filipinas (1895) y, más tarde, bajo el periodo de ocupación estadunidense, Catalogue of Violent and Destructive Earthquakes in the Philippines (1910), cuyo estudio abarca desde 1599 hasta 1909. A través de éstas es posible tener una cronología de los terremotos más importantes, así como su intensidad. Desde entonces y hasta la actualidad se adoptó la escala Rossi-Forel, desarrollada a finales del siglo XIX, que estuvo vigente internacionalmente durante cerca de veinte años, hasta que fue reemplazada por la escala de Mercalli, en 1902. Sin embargo, en Filipinas aún se conserva la Rossi-Forel, la cual ha sido modificada con el paso del tiempo. En el siglo XX, con la aparición de escalas de magnitud como la de Richter en 1935, ha sido posible medir la magnitud de los sismos en el archipiélago (ver cuadro 1).

    Cuadro

    1. Sismos violentos y destructores en Filipinas, 1599-2013

    Fuente

    : Saderra, 1910;

    PHILVOCS

    , 2018.

    Poco se sabe de los sismos que acontecieron en el archipiélago antes de la llegada de los españoles. A diferencia de otras sociedades, como la mesoamericana, donde los nativos plasmaron a través de códices y anales las catástrofes ocurridas en ese vasto territorio, los isleños dejaron poco rastro sobre ello. Sin embargo, el hecho de que los movimientos telúricos ocuparon un lugar preponderante en su vida cotidiana lo confirma la veneración a deidades del inframundo relacionadas con los sismos, como Panlinugun entre los bisayas, o la preponderancia del temblor de tierra como personaje clave en el mito de la creación del universo entre los habitantes de Luzón. Asimismo, a través de sus chamanes o babaylan, distintas sociedades pedían a los terremotos que no les causaran daños a sus familias, y para ello les dedicaban ofrendas.

    Es por ello que las casas nativas del archipiélago, llamadas bahay kubo, estaban construidas con materiales ligeros, y por ello se adaptaban perfectamente a las condiciones sísmicas de las islas. Incluso aquellas que se elevaban a unos metros de la superficie, soportadas por resistentes postes de madera, permitían que éstos se mecieran de manera flexible durante un temblor, con lo cual el daño era menor. Tras la llegada de los españoles en el siglo XVI se comenzó la edificación de casas tipo bahay na bato, con materiales de piedra y ladrillo, lo que aumentó el número de víctimas mortales tras la violencia de movimientos telúricos. Por esa razón, la arquitectura española en las islas fue incorporando los contrafuertes, especialmente en las iglesias, para evitar que las paredes se vinieran abajo, así como el uso de arigues —vocablo filipino derivado de aligui—, que eran vigas de madera utilizadas para fortalecer los techos, y que en las islas se reportan desde cuando menos la segunda mitad del siglo XVII.

    Otro tema importante es el de la actividad vulcanológica. De acuerdo con los datos históricos de los últimos 600 años, existe una veintena de volcanes activos, a los que hay que agregar otros 26 potencialmente activos. La cifra se incrementa significativamente si tomamos en cuenta los volcanes inactivos, cuyo número supera los 300. Los volcanes más activos del archipiélago son el Mayón, con una elevación de 2 462 m, y el Taal, con apenas 311 m. Ambos están situados en la isla de Luzón y representan una seria amenaza para la población asentada en sus alrededores. Una erupción del Mayón en 2009 obligó la evacuación de 33 mil personas. Por su parte, el volcán Pinatubo (1 445 m), también en Luzón, tuvo una gran erupción en 1991 después de un periodo prolongado de inactividad, y se trató de la mayor erupción volcánica de Filipinas y una de las más grandes a nivel global durante el siglo XX. Otros volcanes históricamente activos son el Kanlaon (2 435 m, en Negros), Bulusan (1565 m, en Sorsogón) y Hibok-Hibok (1 332 m, en Camiguin), los cuales son monitoreados permanentemente.

    Islas de valles y montañas

    El archipiélago filipino presenta una gran variedad de paisajes fisiográficos, de ahí que existan diferencias significativas entre una isla y otra, donde es posible observar montañas, colinas pequeñas, mesetas y valles. Aunque el paisaje montañoso predomina en cerca del 65% del territorio nacional, en las islas más grandes, como Luzón, Mindanao, Negros y Panay, existen valles y tierras bajas de notable extensión. La elevación del terreno va de 0 msnm en las líneas costeras hasta el pico más alto, el Monte Apo en Mindanao, con 2 954 msnm. Aun siendo un archipiélago fragmentado y poco extenso, con sus 300 mil km² de superficie, Filipinas presenta una elevación promedio de 442 msnm, en cuya configuración resulta una serie de montañas rodeadas de mar, con estrechas llanuras litorales, salvo en algunos casos, como los valles centrales de Luzón. Por esta peculiaridad se pueden encontrar unas costas accidentadas, con bahías y otras protecciones que han permitido la instalación de puertos a lo largo de su geografía, facilitando con ello las comunicaciones marítimas. Manila y su puerto de Cavite se sitúan en un lugar privilegiado: su bahía natural es una de las mejores del mundo, con una entrada de 19 km de ancho y una extensión de 48 km hacia el interior. Otros puertos, como Cebú e Iloilo en las Bisayas, o Zamboanga en Mindanao, han sido aprovechados históricamente, sobre todo a partir de la época colonial española. Pero las costas bajas con sus marismas también son numerosas, y han dado realidad a formas de vida que tienen gran importancia en la conformación de estas islas, como los manglares, sobre los cuales volveré más adelante.

    Históricamente, la mayor densidad de población se localiza en las proximidades de las tierras agrícolas, sobre todo al noroeste y centro-sur de Luzón. Es un patrón que se mantiene con la atracción de la capital: tan sólo la ciudad de Manila concentra un octavo de la población total del territorio; otras zonas con alta densidad son las islas de Cebú y Negros, en las Bisayas. La superficie agrícola total es del 41%, que se distribuye de la siguiente manera: 18% de tierra arable (arroz o palay, maíz, mijo, tubérculos), 18% de cultivos permanentes (mango, plátano, coco, café, abacá, piña), y 5% de pastizales permanentes. En el mismo rubro de la superficie agrícola, la tierra irrigable se estima en los 16 mil km², lo que equivale al 5% y que da vida al granero filipino. Los bosques, que han sufrido una severa devastación en las últimas décadas, cubren el 26% del territorio, mientras que las zonas habitacionales y otros espacios suman alrededor del 33% restante: esta proporción se relaciona con la alta densidad poblacional, que constituye uno de los elementos determinantes en el archipiélago.

    En Luzón sobresalen tres cadenas montañosas: la Cordillera Central (250 km de longitud) —la más alta del país—, la Sierra Madre (560 km de longitud) y la Sierra de Zambales (130 km de longitud), que se abren espacio para albergar los fértiles valles de Cagayán y el Valle central —con 11 mil km²—, proveedores naturales de arroz. Es aquí donde se localizan las terrazas de arroz declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1995. En la región de las Bisayas las serranías son más bajas y de menor extensión, aunque algunos de sus picos superan los dos mil metros de altura. Mindanao, en cambio, es una isla de similar proporción a Luzón pero con una masa terrestre más expandida; allí, las cadenas montañosas se vuelven a elevar y a prolongarse: la también llamada Cordillera Central (200 km de longitud) y la Cordillera Pacífica (300 km de longitud) dominan el paisaje, además de algunas llanuras costeras en la Península de Zamboanga.

    Es precisamente por esta compleja geografía que Filipinas es un país rico en recursos naturales y minerales, como petróleo, níquel, oro, cobalto, plata, cobre y cromita, que se han explotado de manera diferenciada según las etapas históricas. En la actualidad, el oro representa la segunda fuente de ingresos por concepto de producción de metales, sólo detrás del níquel. En el distrito minero de Baguio, al sur de la Cordillera Central de Luzón, se localiza la producción aurífera más importante de toda Asia oriental; a éste se suma una serie de yacimientos situados en la gran Falla de Filipinas, como Paracale y Masbate, también en Luzón, además de Surigao y Masaro, en Mindanao.

    Los principales ríos se localizan en el norte y en el sur del país, algunos de los cuales son navegables en cortos y medianos recorridos. El afluente más importante de Luzón es el Río Grande de Cagayán con 354 km, seguido del Río Grande de Pampanga con 260 km, que se originan en la parte más elevada de la Cordillera Central. El río Pampanga se comunica con la Bahía de Manila y, a partir del siglo XVI, fungió como arteria fluvial para el transporte de maderas y otros insumos para la construcción de galeones. El río Pasig es de menor extensión pero de importancia estratégica y simbólica porque conecta a Manila con la Laguna de Bay, el lago más grande del archipiélago. Discurre a lo largo de 25 km, y durante varios siglos sirvió como ruta de navegación altamente transitada, convirtiéndose en punto neurálgico para el comercio de la ciudad. La fragmentación que caracteriza a las islas Bisayas no permite la existencia de ríos extensos, lo que sí ocurre en el sur del archipiélago, donde el Río Grande de Mindanao supera los 370 km de longitud y desemboca en el Mar de Célebes, mientras que el río Agusan atraviesa la mayor parte de la isla de Mindanao a través de 350 km hasta desembocar en el Golfo de Davao.

    El clima de Filipinas es tropical marino, con la presencia de fuertes calores y alta humedad. La temperatura media anual en las tierras bajas es de 27º C; sin embargo, existen variables climáticas regionales que tienen que ver con la altitud en las zonas montañosas, así como con fenómenos meteorológicos tales como los monzones que se originan de la confrontación de masas de aire continental y marítimo. Un monzón es una corriente estacional a gran escala, una circulación atmosférica desde el mar más tibio hacia la tierra más caliente y que descarga toda su humedad llegando a las costas. Son dos los monzones que se presentan cada año en Filipinas y determinan las estaciones: amihan, el que procede del noreste, es el monzón de invierno, y habagat, del suroeste, es el monzón de verano. El de invierno (estación de secas) aparece en octubre pero cobra su mayor intensidad en enero; después se va debilitando gradualmente hasta que desaparece en abril; sus vientos son fríos y secos. El de verano (estación de lluvias) aparece en mayo y cobra su mayor fuerza en agosto, para luego aminorarse en octubre aunque persiste ligeramente en noviembre y diciembre; sus vientos son cálidos y húmedos. Históricamente, estos fenómenos se conocieron como vendavales, y favorecían la salida de los galeones del mar interior de Filipinas hacia el Pacífico, navegando a través del desembocadero de San Bernardino, en los meses de julio-agosto.

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