Los Rolling Stones y la ciencia: ¡No es sólo rock and roll!
Por Ernesto Blanco
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Por eso, nuestro autor de Los Beatles y la ciencia, Ernesto Blanco, decidió poner manos a la obra (o mejor, a la investigación) y meterse de lleno en la ciencia del rock and roll. Porque allí donde a primera vista sólo hay riffs, acordes y distorsiones, aplicando las dosis justas de física, matemática y biología, él encuentra los colores, las ondas, la evolución, las siete (o más) vidas de Richards explicadas desde el más puro raciocinio.
La distorsión del sonido de la guitarra en "Satisfaction" analizada matemáticamente, todo lo que la estadística tiene para decir sobre la existencia del club de los 27 (del que Brian Jones forma parte), el aporte de los labios de Mick Jagger a la paleontología (y a la música, claro), una mirada evolutiva al hecho de que "no siempre puedes conseguir lo que quieres" y hasta un recorrido por el espacio a 2000 años luz de casa, comandados por Mick, Keith y nuestro físico-músico-superhéroe están en las páginas de este libro.
¡Porque no es sólo rock and roll… y nos gusta!
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Los Rolling Stones y la ciencia - Ernesto Blanco
on…
1. La música amansa a las fieras (¿o no?)
En 1967 Brian Jones, el guitarrista (y multiinstrumentista) de los Rolling Stones, visitó en Gibraltar una colonia de monos, cuando iba camino a reunirse con sus compañeros en Marruecos. Estaba acompañado por dos de las mujeres más influyentes de la historia de esta banda: Anita Pallenberg (en ese momento su pareja y luego pareja de Keith Richards) y Marianne Faithfull (por entonces pareja de Mick Jagger). En su autobiografía, Marianne cuenta un interesantísimo experimento
, realizado por Brian con aquellos monos. Tal vez se sintió inspirado por la leyenda del flautista de Hamelin:
Nos acercamos al grupo de monos muy ceremoniosamente y les dijimos que íbamos a pasarles algunos sonidos maravillosos. Ellos nos escuchaban muy atentamente, pero cuando Brian encendió el grabador, parecían asustados y se dispersaron chillando. Brian estaba muy disgustado. Se lo tomó como algo personal. Estaba tan molesto por su reacción que se puso a llorar.
La música que Brian quiso compartir con estos primates no era de los Rolling Stones, era una cinta con composiciones suyas para la banda de sonido de una película protagonizada por Anita llamada A Degree of Murder. Pero ¿por qué los monos reaccionaron tan mal? ¿No es que la música calma a las fieras? ¿Habría tenido más suerte con otro tipo de música? ¿Qué nos puede enseñar la ciencia sobre esta experiencia?
Utilizar grabaciones para realizar experimentos de comportamiento animal es una metodología muy frecuente en biología. El primer experimento con monos en el que se utilizaron grabaciones de audio fue realizado por Richard L. Garner en 1891 en el zoológico del Central Park. Por medio de un fonógrafo reprodujo los saludos
de un grupo local de monos Rhesus a un grupo de nuevos monos que llegaban al zoológico. Aparentemente, los novatos respondieron a las grabaciones con gran entusiasmo.
Según los estudios de Charles Snowdon y David Teie, el efecto en monos de la música humana es, sin embargo, muy distinto. Estos investigadores consideraron la hipótesis de que el efecto emocional de la música tiene que ver con las características de los sonidos que se perciben en el útero materno durante el proceso de desarrollo del sistema nervioso de un mamífero. Por ejemplo, un pulso repetido y regular como el latido del corazón es una característica típica de la música y también de los sonidos intrauterinos. La frecuencia de repetición en la música humana normalmente está entre los 40 y 240 pulsos por minuto, una frecuencia que coincide aproximadamente con los pulsos que un feto puede percibir en el útero provenientes de actividades de la madre como la respiración, el latido del corazón y los golpes del pie contra el piso durante la locomoción. Por otra parte, la importancia de las notas musicales en los humanos tendría su origen en la voz de la madre, que consiste sobre todo en señales de frecuencia definida que proceden de la emisión de las vocales durante el habla. Las propiedades acústicas del útero atenúan los sonidos de forma diferente dependiendo de su frecuencia. Debido a la absorción de los tejidos que lo rodean, las frecuencias altas sufren más atenuación que los sonidos graves. Por lo tanto, las consonantes del habla prácticamente no se escucharían en el útero, mientras que la melodía formada por las frecuencias de las vocales sería audible. Otro dato que apoya esta teoría es que el rango de frecuencias de los instrumentos melódicos en una gran variedad de culturas está entre 200 y 900 Hz,[1] que es el rango de frecuencia típico de la voz de una mujer adulta.
De ser cierta su teoría, es de esperar que en especies cuyas vocalizaciones y movimientos son distintos de los nuestros, la música humana tenga un efecto muy diferente. Incluso sería posible generar música específica para otras especies animales tomando en cuenta estas diferencias.
Con esta idea en mente ambos investigadores decidieron determinar qué características debería tener el rango de frecuencias, el número de notas por minuto, el ritmo e incluso el timbre para componer música adecuada para los monos tití de cabeza blanca, una especie endémica de Colombia. Se propusieron evaluar la respuesta de estos animalitos a diferentes composiciones musicales, algunas pensadas para humanos y otras compuestas especialmente para ellos. En el caso de la música humana utilizaron dos canciones cuyas características sonoras despiertan emociones de afiliación −el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber y The Fragile
, de Nine Inch Nails− y otras dos vinculadas a emociones de temor o amenaza −Of Wolf and Man
, de Metallica y The Grudge
, de Tool−. Por otra parte, en las melodías compuestas para los titís de cabeza blanca se usó un número mayor de notas por minuto (en algunos casos casi el doble) y un rango de frecuencias entre 10 y 20 veces mayor, según las características naturales de las vocalizaciones y los ritmos corporales de estos animalitos. Se generaron con esas características cuatro composiciones para titís, dos afiliativas y dos de temor o amenaza. ¿Qué ocurrió cuando los titís las escucharon? ¿Les pasó lo mismo a Snowdon y Teie que a Brian Jones con los monos de Gibraltar?
Para ver la reacción de los titís a la música se esperó a que estuvieran calmados durante unos 5 minutos. Luego reprodujeron un fragmento de treinta segundos de alguna de las composiciones y observaron su comportamiento en los siguientes 5 minutos. Mientras sonaba la música compuesta para ellos, no se notó ninguna reacción particular de los titís. Sin embargo, en los 5 minutos posteriores a la exposición a la música compuesta para ellos que buscaba generar temor, mostraron un incremento significativo de su movimiento, comportamiento de ansiedad y comportamiento social. En cambio, en los 5 minutos posteriores la música afiliativa producía una disminución del movimiento y comportamiento social y un aumento del comportamiento de búsqueda de alimentos. Los titís parecían estar reaccionando de forma adecuada a los objetivos de la música compuesta para ellos, lo que demostraría que las ideas de los investigadores no estaban muy erradas.
Pero ¿qué ocurrió con la música humana? En primera instancia no hubo gran diferencia de comportamiento con un tipo u otro de música humana, pero sí dos efectos interesantes. Primero, los comportamientos de ansiedad se redujeron al escuchar la música afiliativa humana y, segundo, el movimiento se redujo al escuchar la música atemorizante humana. En otras palabras, escuchar a Metallica parecía calmar a los titís, algo que contrasta con la respuesta típica en los seres humanos (ponerse a saltar y sacudir la cabeza… o algo así). Esto puede deberse a que estos animalitos tienen un ritmo cardíaco muy elevado y aun la frenética The Grudge
, con sus 220 pulsos por minuto, está suficientemente cerca del ritmo cardíaco de reposo de un tití. En este experimento la música efectivamente calmó a las fieras
, pero se trata de un caso muy particular. Sea como sea, las respuestas emocionales adecuadas sólo se pueden lograr con música compuesta especialmente para el tipo de animal al que nos interese influenciar.
A partir de estos resultados los autores obtuvieron apoyo para su teoría de que la música está construida a partir de características de los sonidos que los mamíferos perciben en el útero durante el desarrollo de su sistema nervioso. También mostraron que es posible lograr en otras especies el contagio emocional a partir de la música, si nuestras composiciones reflejan el conocimiento que tenemos de sus tipos de vocalizaciones. Pero Brian Jones ignoraba esto. Su música podía generar ciertas sensaciones en los humanos, pero algo muy distinto en los monos de Gibraltar. No debió tomarlo como algo personal: el efecto de la música no es tan universal entre especies. Pero, a partir de lo que vimos hasta aquí, ¿podemos entender por qué los monos de Brian se asustaron tanto?
Primero debemos decir que en Gibraltar existe una única especie de primates y su nombre científico es Macaca sylvanus.[2] Estos animales se mueven fundamentalmente en tierra, aunque suelen trepar a los árboles y acantilados en busca de refugio durante la noche o en momentos de reposo. Los adultos tienen una altura de 40 cm y su longitud total, incluyendo la cola, ronda los 60 cm. Los machos llegan a pesar un poco menos de 20 kg y las hembras, alrededor de 15 kg. Viven en grupos sociales muy numerosos y lo más interesante de todo es que tienen un amplio repertorio de vocalizaciones, muy estudiadas por los científicos en los últimos años. En particular se han examinado los sonidos que emite la hembra durante la cópula (el macho, en general, se mantiene silencioso) y se ha observado que las características de estos sonidos se relacionan con la probabilidad de que resulte en una fertilización. Pero no sólo de cópula viven los primates: estos animales tienen, además, un amplio repertorio de sonidos que pueden clasificarse, como se hizo anteriormente, en afiliativos o