Ciencia nuclear: Energía, radiactividad y explosiones en la era atómica
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Por estas páginas desfilan núcleos, protones, neutrones, electrones, reacciones radiactivas e isótopos saltarines, fusiones y fisiones. Pero también hay pesquisas detectivescas, historias del vaquero John Wayne, bikinis explosivas, espías envenenados, bombas imaginarias que hacen blanco en el Obelisco de Buenos Aires, reactores que se portan mal. En resumen, una verdadera biografía de la era atómica que nos toca vivir desde mediados del siglo XX, contada por Diego Ruiz con la misma dosis de rigor y de literatura, de conocimiento y de pasión.
Bienvenidos al átomo, su núcleo, sus cambios y sus secretos, que en este libro se revelan con luz cegadora.
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Ciencia nuclear - Diego Manuel Ruiz
Índice
Tapa
Índice
Colección
Portada
Copyright
Este libro (y esta colección)
Dedicatoria
Agradecimientos
Prólogo
1. Breve historia de un átomo
El inglés de la manzana y los colores del arcoíris
Protones, electrones y neutrones: tanta fuerza, tanta fuerza
Núcleos
Glenn Seaborg y la Piedra Filosofal
2. Imagen de radio
El expediente X
El radio ataca
Matrimonio y algo más
Inestable, con probabilidad de desintegración
De Rusia con amor
Eso de durar y transcurrir
Isótopo, no marques las horas
Pura y natural
El contador está cargado
Y no lo quita la aspirina
En la salud y en la enfermedad
Radioisótopos hasta en la sopa
3. El ruido de rotas cadenas
Aunque no lo veamos, el núcleo siempre está
Divididos por la felicidad
Tirando de la cadena
Qué difícil se me hace
Todos unidos triunfaremos
Estrellita, ¿dónde estás? Quiero verte fusionar
El bueno, el malo y el feo
4. Se viene el estallido
Tiran bombas y tú no estallas
Divide y reinarás
La cola del dragón y el núcleo del demonio
Disparo contra el Sol con la fuerza del ocaso
Una sombra ya pronto serás
No es amor lo que sangra desde el cielo en la cúpula
Nada nos libra, nada más queda
La isla bonita
No bombardeen Buenos Aires
Anatomía de una explosión nuclear
Rara, como encendida
No culpes a la playa, no culpes a la lluvia
¿Dale una oportunidad a la paz?
5. Acción y reacción
El desembarco del navegante italiano
Tengo un reactor amarillo
Reactores para todos
Deja que entre el Sol
Puede fallar
Fusión, fusión, qué grande sos
6. El hombre nuclear
La única heroína en este lío
Lo que el viento no se llevó
La película más cara de John Wayne
Nevada mortal
¿Has visto alguna vez la lluvia?
Hay que pasar el invierno (nuclear)
A Seguro se lo llevaron preso
Todos los caminos conducen a Prípiat
Es un monstruo grande y pisa fuerte
Bajo el mar
El tiempo no para
Yin y yang
Epílogo
Bibliografía comentada
Fuentes de las imágenes
Acerca del autor
colección
ciencia que ladra
Dirigida por Diego Golombek
Diego Manuel Ruiz
CIENCIA NUCLEAR
Energía, radiactividad y explosiones en la era atómica
Ruiz, Diego Manuel
Ciencia nuclear: Energía, radiactividad y explosiones en la era atómica.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2015.- (Ciencia que ladra… // dirigida por Diego Golombek)
E-Book.
ISBN 978-987-629-676-2
1. Divulgación. 2. Átomos. 3. Radiactividad. I. Título.
CDD 539.77
© 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Ilustraciones de portada: Mariana Nemitz
Diseño de portada: Peter Tjebbes
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: julio de 2016
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-676-2
Este libro (y esta colección)
Con una / descarga / te desencadenaron, / viste el mundo, / saliste / por el día, / recorriste / ciudades, / tu gran fulgor llegaba / a iluminar las vidas […] / y entonces / el guerrero / te guardó en su chaleco / como si fueras sólo / píldora / norteamericana, / y viajó por el mundo / dejándote caer / en Hiroshima.
Pablo Neruda, Oda al átomo
(fragmento)
En el principio fue el átomo. O al menos eso pensaban los amigotes griegos Leucipo y Demócrito, quienes al final de alguna carrera de caballos se habrán sentado a comer una picadita de queso feta y aceitunas. Y charla va, charla viene, se pusieron a cortar el queso en pedazos cada vez más pequeños hasta que ya no pudieron partirlo más. Ya ves
, habrá dicho Demócrito, "hemos llegado a la esencia del queso, lo que no se puede dividir más. Llamemos a estos pedazos átomos, o sea, que no se pueden dividir.
Bárbaro, habrá contestado Leucipo,
ahora pasame el ánfora y las aceitunas".
Mucho tiempo después (si tenemos en cuenta que esta conversación habrá ocurrido en el siglo V a.C.), a comienzos del siglo XX, hubo que sacarle la a
a los átomos, porque sí se podían seguir dividiendo: primero en un pequeñísimo núcleo rodeado de vacío y luego en partículas subatómicas que, aun invisibles, dejan su huella al andar. Y las escalas, aunque infinitesimales, son impresionantes: como grafican un par de físicos en un libro reciente[1],* si aumentamos el tamaño del átomo un billón de veces, hasta que tenga el área de una cancha de fútbol, el núcleo tendría el tamaño de una hormiga paseando alegremente por el círculo central. El resto… puro vacío, con electrones flotando aquí y allá.
El asunto es que los átomos están armados, básicamente, con protones y neutrones (en el núcleo) y electrones (alrededor), y la cantidad relativa de estas partículas define uno u otro tipo de átomos. Si bien algunos núcleos son estables, responsables y sientan cabeza para toda la vida, otros son más tarambanas e inestables, se desintegran y travisten en otro tipo de átomo y, en algunos casos, insaciables, se siguen transformando en otros tipos diferentes. En este cambio o descomposición se libera energía, y todo el proceso, en honor al estudiado por los famosísimos esposos Curie, define a los elementos radiactivos. Así, ciertas formas de uranio, radio, polonio y otros poemas se van descomponiendo en otros isótopos
Hecha la descomposición, hecha la trampa: ¿qué ocurre si aprovechamos la energía que se libera en estos mecanismos? Y hablamos de mucha energía, como la que se libera en los procesos de fisión (un átomo gordo que se divide) o la fusión (la unión de dos núcleos de átomos más o menos livianos). El asunto es, desde luego, qué hacer con toda esa energía y… tenemos nuestrrrros métodos, Borrrris. Sí, una de las aplicaciones de la energía nuclear (quizá la más tristemente conocida) es la bélica, y allí están Hiroshima y Nagasaki para atestiguarlo. Pero también, de este lado del mostrador, están los otros usos, como la generación de energía a partir de los reactores nucleares o la medicina nuclear, que aprovecha las formas más inocuas de estas radiaciones.
Claro, la mala fama de la energía nuclear se debe sobre todo a las bombas y a los accidentes que ocurrieron (y pueden ocurrir) en las centrales nucleares. De ahí a afirmar que la ciencia es mala
o puede ser mala
hay sólo un paso… falso. La ciencia no es ni buena ni mala, se trata de conocer el mundo, controlarlo, experimentarlo. Pero (y es un gran pero
) a la ciencia la hacen y aplican los científicos que –hasta que no se demuestre lo contrario– son personas de carne y hueso, con intereses, éticas, temblequeos y sueños a cuestas. Y, por supuesto, pueden aprovechar esa energía maravillosa como santos o demonios. Lo que es seguro es que conviene conocerla de cerca, y para eso está este libro de Diego Ruiz quien, una vez más, se mete en la intimidad de la naturaleza –ya nos paseó por aires y tierras– para desnudar sus secretos más íntimos, más pequeños y, también, más energéticos. Y así, bien conocida, podrá hacer realidad el final de los versos de Neruda: tu magnetismo desencadenado / para fundar la paz entre los hombres, / y así no será infierno / tu luz deslumbradora, / sino felicidad, / matutina esperanza, / contribución terrestre
.
Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.
Ciencia que ladra... no muerde, sólo da señales de que cabalga.
Diego Golombek
1 José Edelstein y Andrés Gomberoff, Antimateria, magia y poesía, Universidad de Santiago de Compostela, 2014.
A mis abuelos Clyde, Raquel, Panchito y Tolo.
Por todo lo que me enseñaron.
Agradecimientos
A Andreina Raimundo, mi copiloto de la vida, por toda la ayuda, la colaboración y, sobre todo, por el apoyo y el aguante que me hace, le agradecí, agradezco y agradeceré con todo el amor del mundo. Y también por revisarme el libro. A los siempre atentos lectores beta: Natalia Fagali, Gustavo Pasquale y Jorge Llanos, no sólo por tomarse el tiempo de leer la versión más temprana del libro, sino también por sus comentarios que ciertamente lo mejoraron y, más que nada, por seguir confiando en el autor después de eso. A Diego Golombek, por el apoyo constante, sus aportes y consejos que guiaron esta obra y las demás. A Marisa García, por su impecable y minucioso trabajo de edición. A Carlos Díaz, por seguir dándome lugar en esta hermosa casa que es Siglo XXI.
Prólogo
Soy de las que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es sólo un técnico: es también un niño colocado ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas.
Marie Curie, científica
En el cementerio Pacific View Memorial Park de Corona del Mar, California (Estados Unidos), hay una tumba que dice: El mañana es lo más importante en la vida. Llega a nosotros limpiamente a medianoche. Es perfecto cuando llega y se pone en nuestras manos. Espera que hayamos aprendido algo del ayer
. La persona que allí descansa se llamó Marion Robert Morrison, pero fue su nombre artístico el que trascendió: John Wayne. Se conocen muchísimas historias vinculadas con este ícono del cine norteamericano, aunque poco se dice sobre la posible relación entre su muerte y una explosión atómica.
* * *
El encargado de seguridad de la central nuclear de Forsmark, en Suecia, no dejaba de asombrarse. La primera sorpresa fue la detección de una radiación superior a la habitual en las ropas de todos los trabajadores. Se estableció un operativo para localizar una fuga en el lugar, con resultados tan negativos como desconcertantes. Luego, vino la segunda sorpresa: la radiación procedía de afuera de la central. Sobre la base de los vientos predominantes en esas semanas, dedujeron que el origen debería estar en la zona fronteriza entre Ucrania y Bielorrusia. Era el 27 de abril de 1986, y lo que habían detectado fue la primera evidencia de un accidente sucedido en Ucrania y que el gobierno soviético había ocultado. A 1100 kilómetros de la planta sueca se ubicaba la Central Eléctrica Nuclear Memorial V. I. Lenin, situada al noroeste de la ciudad de Chernóbil; su reactor había estallado el día 26, liberando material cuya radiación daría la vuelta al mundo en un par de semanas, más o menos el tiempo que se tomó el secretario general Mijaíl Gorbachov en comunicarlo oficialmente.
* * *
Louis Réard tenía un problema: acababa de diseñar una prenda de baño femenina de dos piezas que emulaba la ropa interior de la mujer, algo tan osado para la época que ninguna de sus modelos se atrevía a exhibirla en una pasarela. Entonces tuvo que