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La Maleta de Portbou 6
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Libro electrónico245 páginas3 horas

La Maleta de Portbou 6

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La Maleta de Portbou es una revista de pensamiento, de humanidades y economía, que busca crear un espacio de reflexión, de intercambio de ideas, de debate, en un momento en que nuestras sociedades viven la inquietud, el desconcierto e incluso el desasosiego de los grandes momentos de cambio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 jun 2014
ISBN9788416072590
La Maleta de Portbou 6

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    La Maleta de Portbou 6 - Varios Autores, Varios

    Robert Solow

    Pensamientos extraviados

    sobre el capitalismo del futuro

    «Los modelos de previsión son

    en sí mismos inciertos y resulta imposible

    saber cómo responderá la política, o cómo

    afectará esa respuesta a la producción

    y a los beneficios.»

    Marina Subirats

    Una utopía disponible:

    La Cataluña independiente

    «Cataluña tenía, para su suerte o su

    desgracia, aún está por ver, una utopía de

    recambio: la independencia.»

    Abdelwahab Meddeb

    La necesidad del otro

    «Una bella lección que debería hacer

    reflexionar a los musulmanes en falta,

    si no incapaces de asumir la alteridad.»

    1979:

    El año que no cesa

    Ismet Prcic

    (Un corto que recuerdo haber visto

    y cómo lo recuerdo…)

    Ester Pino, Toni Ramoneda

    Contra la eternidad

    Michel Feher

    La condición neoliberal:

    Crédito, autoestima y vínculo

    Carles Guerra

    La fascinación del 79

    Jaime Casas

    Sed de reconstrucción:

    Revoluciones pasajeras

    Galería

    Francesc Abad

    Mis caminos

    hacia Walter Benjamin

    Historia de una amistad

    artístico-intelectual en seis etapas

    «Walter Benjamin tenía algo en común

    con mi biografía, con la historia de

    mi familia y de innumerables personas

    de mi país, es decir, con esta historia

    callada que es la historia

    de las víctimas.»

    Política y modernidad:

    Anthony Pagden

    Cosmopolitismo, patriotismo, nacionalismo

    Josep María Vallés

    Por una regeneración democrática

    Román Cuartango

    La sublime abolición de la política

    Simon Critchley

    Filosofía del eros

    «A lo mejor eros es la fuerza que da forma a

    toda la filosofía e incita al filósofo a huir de

    la caverna y a encaminarse hacia la luz.»

    Entrevista

    Pedro Alonso

    Josep Ramoneda

    Erradicar la malaria

    «Hay que abordar la inequidad inaceptable

    de que el lugar donde tú vives determine las

    posibilidades de tener una vida saludable.»

    Ignacio Palacios-Huerta

    Sobre cómo el fútbol puede

    ayudar a la ciencia económica

    «La investigación económica ha demostrado

    que la economía, como ciencia, puede

    decir muchas cosas útiles sobre el fútbol

    y otros deportes.»

    Clásicos

    Jacques Derrida

    Santiago Zabala

    «El principal postulado de la deconstrucción:

    no existe ninguna verdad, teoría o sistema que

    sea del todo completo y autosuficiente.»

    Relato

    Con mis propias manos he enterrado

    setenta y cinco cadáveres

    Samar Yazbek

    «El hombre que pinta las paredes de

    Saraqeb es quien da sepultura a las

    víctimas del bombardeo.»

    © Albert Gusi, Intrusos, 2014. Fotografía 24 x 30 cm.

    Con la colaboración del Parque Natural del Alt Pirineu, programa ESCO-DAAM. El proyecto forma parte de la exposición Fotografía 2.0 de PHotoEspaña 2014, comisariada por Joan Fontcuberta. Círculo de Bellas Artes de Madrid, del 4 de junio al 27 de julio. www.phe.es

    Imagen de un oso del Parque Natural del Alt Pirineu, captada por una de las veinte cámaras de trampeo fotográfico del programa científico que vigila constantemente a la exigua población de osos reintroducidos, procedentes de Eslovenia.

    El proyecto Intrusos de Albert Gusi recopila en un álbum aquellas imágenes que él llama el «salón de los refusés» del programa científico, es decir, aquellas fotografías que no sirven para el mismo. Además, una selección de imágenes inéditas con presencia del oso serán codificadas y ubicadas virtual y discretamente por lugares de Madrid que tienen una referencia explícita al emblemático animal.

    Albert Gusi (Castellbisbal, 1970) es un artista visual que desarrolla sus proyectos alrededor de la idea de territorio y la expansión del concepto de paisaje. A través de gestos y de intervenciones artísticas efímeras –documentadas gráficamente– en sitios escogidos con esmero, propone una mirada lúdica y desinhibida sobre dichos lugares determinados. Mediante el uso de fotografía y vídeo, documenta sus acciones y cuestiona nuevas formas de relación con el paisaje interactuando con el público y haciéndolo participar.

    EN 1979, EN UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA Taula de Canvi conjuntamente con Félix Fanés escribíamos: «Los años setenta han sido unos años crepusculares. Se ha producido el final de muchas cosas, algunas de las cuales poseían la fuerza de lo que parecía inmarcesible. Han resultado ser como un cementerio colosal. Todo lo que allí llegaba con fuerza avasalladora, moría irremediablemente en su seno». Quizás lo que desapareció de una manera más destacada fue la idea de esperanza, entrábamos sin darnos cuenta en un tiempo en que el pasado y el futuro se desdibujarían en un presente continuo.

    Fue precisamente en el primer semestre de 1979 que Michel Foucault, en su curso del Collège de France, publicado bajo el título de «Naissance du biopolitique», explicó el proceso de fundación del nuevo Estado alemán en la posguerra. Sobre las ruinas del Estado totalitario nazi, sin una resistencia que pudiera dar continuidad democrática a la historia de Alemania, se requería una forma distinta de legitimación y se encontró en el crecimiento económico. «La historia había dicho no al Estado alemán. Es ahora la economía la que le va a permitir afirmarse.» Así lo entendieron Ludwig Erhard y los economistas de la Escuela de Friburgo, y surgió la ideología del «milagro alemán». Nació «así un Estado radicalmente económico, tomando radicalmente el sentido estricto del término: esto es, que su raíz es muy exactamente económica». El 28 de mayo de 1948, Erhard pronunció un discurso emblemático en el que afirmó: «Hay que liberar a la economía de las limitaciones del Estado». Había nacido el neoliberalismo casi medio siglo antes de que se convirtiera en una ideología hegemónica.

    1979 como año de referencia del cambio de paradigma. El primer mundo salía de la economía industrial y de la sociedad de clases y emprendía el camino hacia la sociedad de la información y de la economía financiera, y la fantasía de una inmensa clase media que abarcaba casi toda la escala social. Es el paradigma que ahora se tambalea. Pero el impulso de aquel año no cesa, de allí surgió el sujeto económico autosuficiente navegando cada vez más desprotegido por las aguas de un capitalismo cada vez más desregulado, y con él las nuevas formas de servidumbre voluntaria.

    De esta historia de 35 años se hace eco este número de La Maleta de Portbou. De cómo se ha ido configurando el hombre nuevo por la vía del crédito, la imagen y el vínculo (Michel Feher) y de qué experiencias culturales, morales y artísticas se han ido sembrando. Pero también de las nuevas preguntas y de las nuevas urgencias que surgen cuando parece que se han agotado las fuerzas de aquel impulso y empiezan a aparecer señales de un nuevo cambio de paradigma: la remodernización de la política, después de la vacación posmoderna, la aparición de inesperadas formas de politización («utopías disponibles», en expresión de Marina Subirats) o la reanudación de la relación con el otro, desnudada entre la indiferencia y el miedo.

    «Hay que abordar la inequidad inaceptable de que el lugar donde tú vives determine las posibilidades de tener una vida saludable», dice Pedro Alonso, que se ha pasado la vida investigando las enfermedades que matan por millones en los países en desarrollo. Y Samar Yazbek nos trae el testimonio de las guerras de aniquilación en el caos de la geopolítica global. Tampoco el neoliberalismo llevaba al paraíso. 

    © Sean Mackaoui, www.mackaoui.com

    CIEN AÑOS ES MUCHO TIEMPO , TAL VEZ NO EN UNA escala temporal evolutiva, pero sí sin duda en la económica. Los ingresos medios de una familia en Estados Unidos se elevan en la actualidad a algo más de 60.000 dólares al año. ¿Es posible imaginar que la cifra correspondiente en 2114 será cuatro veces mayor, a precios constantes? (Esto supondría un poco menos que el incremento del PIB per cápita entre 1914 y 2014, que ha sido casi de cinco veces). Sí, supongo que es imaginable. ¿Por qué esa familia no iba a poder conseguir y disfrutar dentro de un siglo lo que hoy se considera un estilo de vida de la parte alta de distribución de la renta?

    Al reflexionar acerca de todo esto no se debe perder de vista el desplazamiento constante del gasto de los consumidores hacia el sector servicios en detrimento de los bienes materiales. En 1960, el 47% de todo el gasto (nominal) del consumo se destinaba a servicios; en 2009, el porcentaje se había elevado al 68%. Dicho desplazamiento no tiene visos de interrumpirse; cabe esperar que la educación, el cuidado personal, el turismo, el ocio, los servicios financieros y otros ámbitos por el estilo aumenten la elasticidad de la demanda, aunque el área de la salud presenta más complicaciones y podría estancarse.

    Existe una incertidumbre mayor, con importantes repercusiones en los patrones de consumo, relacionada con la evolución de las decisiones trabajo-tiempo libre. Durante la primera mitad del siglo XX, la media anual de horas trabajadas de un trabajador estadounidense a tiempo completo tendió a disminuir de forma lenta pero constante. Pero hace cuarenta o cincuenta años, esa tendencia pareció atenuarse sustancialmente o desaparecer. Hoy en día, los trabajadores estadounidenses (y japoneses y coreanos) trabajan más horas por año que sus homólogos en los países de la Europa desarrollada. La media de horas anuales trabajada en Estados Unidos es un 25% mayor que en Francia y Alemania.

    Hay quien alega que el origen de la diferencia es «cultural». A los estadounidenses les gusta tomar la delantera. En una sociedad «de consumo»: eso significa ganar y gastar más dinero. Es posible que los europeos no estén tan interesados en los bienes y sí en el ocio. En el momento en que un aumento de la productividad fuerza un cambio, los estadounidenses tienden a elegir más bienes, mientras que es más probable que los europeos escojan una jornada laboral más corta y vacaciones más largas. Desde otro punto de vista, el sueldo neto por hora en un trabajo marginal es bastante más alto en Europa que en Estados Unidos. Incluso aunque no existieran diferencias relevantes en las preferencias o normas sociales, una respuesta rutinaria de comportamiento llevaría a los europeos a trabajar menos horas que los estadounidenses.

    ¿Y qué hay de las horas anuales de trabajo de una unidad de capital real, una «máquina»? En mi opinión, no existe ninguna razón física o lógica para que las horas anuales de trabajo de una máquina no debieran incrementarse. Pero resulta más probable que el incremento del tiempo libre a lo largo del próximo siglo debiera ir acompañado por un stock menor de capital (por trabajador), una menor inversión bruta (por trabajador) y, en consecuencia, una mayor tasa de consumo en el PIB. Por supuesto, esta tendencia se verá casi con toda seguridad compensada por un incremento de la intensidad de capital, incluso en el sector servicios.

    Clima, medio ambiente,

    recursos naturales

    Cien años es un período lo bastante amplio para que los efectos del calentamiento global limiten el crecimiento económico. Los modelos de previsión son en sí mismos inciertos y, además, resulta imposible saber cómo responderá la política, o cómo afectará esa respuesta a la producción y a los beneficios. Hasta ahora, la respuesta más probable sería «muy poco», pero tal vez la respuesta política deba variar en el transcurso de un siglo en la medida en que se desarrollen distintos acontecimientos relacionados con el clima.

    Aparte del cambio climático, podrían manifestarse otros efectos inducidos en el medio ambiente, tanto en el aire, como en el agua, como en el uso de la tierra o la habitabilidad urbana, que conllevarían cambios en la vida económica. El uso continuado y expansivo de los recursos naturales no renovables podría llevar tanto a su agotamiento efectivo como a un aumento brusco de los precios relativos. Ambas posibilidades alterarían las perspectivas de crecimiento a lo largo de un siglo. Una reflexión a la ligera (tal vez demasiado a la ligera) sugeriría que la mayoría de los servicios sustituyen el capital humano por capital material y otros recursos. (¡He añadido «la mayoría» porque mañana tengo hora con mi excelente dentista de capital intensivo!) Si el mundo fuera a seguir las tesis de Voltaire y dedicarse sobre todo a cultivar, la tabla de inversiones-beneficios variaría mucho. La producción pondría menos presión sobre la escasa base de recursos naturales y la capacidad de eliminar residuos del medio ambiente.

    Desigualdad

    El actual episodio (si es que se trata tan sólo de un episodio) de creciente desigualdad salarial en los Estados Unidos se remonta a los años setenta. Las posibilidades de que se alargue dependen de sus raíces económicas o sociales más profundas. ¿Se trata fundamentalmente de una consecuencia del crecimiento del sector financiero y su tendencia a pagar enormes sumas tanto si el resultado es un éxito como si es un fracaso? ¿O tiene que ver con una tendencia subyacente en el mercado a la compensación relativa del trabajo, el capital humano, el capital tangible y el espíritu emprendedor? Y no he mencionado aquí otras posibles influencias como el comercio internacional, la migración, la década de sindicalismo o la distribución de las oportunidades educativas. Se trata de preguntas difíciles y la valoración del futuro y de la respuesta política adecuada (que podría alterarlo) dependen de la respuesta.

    Antes pensábamos en la proporción en la que el beneficio se divide entre trabajo y capital como una de las grandes constantes de la economía. Sin embargo, esto no es así desde 1960: se ha producido un giro definitivo en detrimento del rendimiento del trabajo. Los beneficios no relacionados con el trabajo, pago de la inversión de capital tangible, recompensas al espíritu emprendedor, beneficios de monopolio y otros han aumentado a expensas del rendimiento que recibe el trabajo. Éste es el resultado de las complicadas fuerzas del mercado.

    ¿Pueden seguir así las cosas?

    ¿Cabe esperar que este desplazamiento se prolongue en el futuro? Para ello tendríamos que saber más sobre esas «fuerzas del mercado», entre las que se incluyen: a) cambios en la facilidad con la cual puede sustituirse el capital por trabajo a medida que se incrementa la intensidad de capital de la economía global; b) cambios en la naturaleza de las nuevas tecnologías; c) cambios en la composición industrial del PIB; d) cambios en la cantidad y distribución del poder monopolístico, por no mencionar cambios institucionales tales como e) la decadencia del sindicalismo y f) los equilibrios de poder político. «Todo lo anterior» constituye la poco reveladora respuesta.

    En el contexto de las especulaciones acerca de los próximos cien años, resulta interesante pensar en las implicaciones que tendría el hecho de que esta tendencia se alargase en el tiempo. Si la raíz subyacente está incrustada en la composición del PIB y la naturaleza de la tecnología, entonces el desplazamiento de los ingresos laborales sería difícil de revertir. La redistribución a gran escala de la riqueza no parece dársenos muy bien, y no da la sensación de que estemos mejorando al respecto. Así pues, una posibilidad es una reducción despiadada del porcentaje de beneficios destinada al trabajo humano, probablemente acompañada por una desigualdad creciente. (Mientras los salarios absolutos, por supuesto, siguen aumentando.) Esta historia evoca la pesadilla recurrente de una economía en la cual los robots llevan a cabo toda la producción, incluida la producción de robots, mientras los trabajadores miran desde fuera.

    Para ello habría que empujar bastante la tendencia sin ninguna prueba real. Pero incluso una extrapolación moderada parecería demandar una respuesta, que podría adoptar la forma de una democratización del capital: en tanto los ingresos del salario se reducen (en relación con el total), la gente corriente podría obtener un beneficio mayor de sus rentas de capital. El capital tendría que provenir en parte de sus propios ahorros (por ejemplo, planes de pensiones) y en parte del capital acumulado en su nombre por el Estado, tal vez en forma de fondos de inversión. Queda claro que se trata de una fantasía. La realidad es mucho más prosaica.

    El resto del mundo

    Todo lo dicho hasta ahora hace referencia a los países ricos y desarrollados, pero, por supuesto, la mayor parte de la población mundial no vive en ellos, sino en los países pobres o en las economías «emergentes». Para ellos, el rompecabezas adopta una forma distinta: ¿se estancarán esas economías o, si no es así, se industrializarán antes de desindustrializarse, siguiendo más o menos el patrón histórico? O, en su defecto, y siguiendo el ejemplo de los países ricos, ¿pasarán de trabajar a tirarse a la bartola en un número mucho menor de generaciones?

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