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Deva: Los dioses de Tiamat
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Deva: Los dioses de Tiamat
Libro electrónico313 páginas12 horas

Deva: Los dioses de Tiamat

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Tiamat está en peligro. El planeta más maravilloso del Universo es amenazado por la súbita aparición de una especie dominante de gran potencial evolutivo, el Hombre. Sin embargo la prohibición de intervenir en su desarrollo no es respetada por todos, lo que obliga al Gran Consejo de Civilizaciones a enviar a Tiamat un grupo de sabios protectores, los Devas. Guerreros ancestrales de un planeta agonizante, su misión será proteger a la joya máxima del Universo impidiendo que nazca alguna civilización. Pero algunos Devas comienzan a identificarse con la Humanidad, poniendo en riesgo la misión. Es cosa de tiempo que ocurra todo lo contrario y el Hombre se apodere de su mundo natal.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
ISBN9789563381863
Deva: Los dioses de Tiamat

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    Deva - Salvatore Pellizzari

    DEVA, los Dioses de Tiamat

    Autor: Salvatore Pellizzari

    Diseño y diagramación: Sergio Cruz

    email: iamsergiocruz@gmail.com

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Editorial Forja

    Ricardo Matte Pérez N° 448, Providencia, SantiagoChile.

    Fonos: +56224153230, 24153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    www.elatico.cl

    Primera edición: junio, 2016.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: N° 249.661

    ISBN:978-956-338-240-2

    A mi familia y a los que piensan

    que en nuestro mundo nada

    ha sucedido al azar.

    PRÓLOGO:

    LAS TABLILLAS DE TIAMAT

    Tablilla primera

    El tiempo solo tiene razón de ser si alguien lo cuenta.

    En la noche eterna del Universo dormía desde hacía milenios una joya sideral, un verdadero milagro entre miles de planetas y galaxias estériles. Un mundo escondido en una nube dorada de estrellas en donde permanecía protegido y a salvo desde el inicio de un tiempo imposible de computar. Un lugar único que navegaba silenciosamente a través del cosmos y cuya ubicación exacta era conocida solo por algunos mundos civilizados. Parecía como si en verdad alguien hubiera querido crear un micro universo en aquella perla azul, un hecho tan improbable estadísticamente que incluso se dudaba de que existiera un lugar así. No era posible siquiera imaginar tal prodigio y menos en las afueras del Universo conocido.

    Ese mundo maravilloso era llamado por varios nombres y todos ellos reflejaban la admiración que se tenía por él. En el centro del Primer Universo, donde residían las civilizaciones más evolucionadas espiritualmente, conocían a aquella pequeña roca llena de vida como Tiamat. Pero en los confines del cosmos se le llamaba el Jardín de Tiamat, debido a su infinita riqueza vital, algo único, casi mágico, pero también frágil y delicado. Tiamat no era un planeta cualquiera, sino más bien una gema azulada de valor incalculable lo que generaba inevitablemente envidia y codicia. Mientras en algunos mundos habían florecido civilizaciones de gran sabiduría y espiritualidad, en otros habían aparecido razas que sobrevivían por medio de la guerra, conquistando mundos menores de los cuales se nutrían para poder subsistir. Y es que los recursos para sostener la vida en la mayoría de los mundos eran escasos pues había planetas que poseían apenas unos pocos de ellos. Pero ninguno los tenía todos juntos y menos en una esfera planetaria tan minúscula y alejada. ¿Qué había sucedido entonces? ¿Qué diferenciaba a Tiamat del resto de los miles de planetas? ¿Cómo se había producido un milagro tan prodigioso?

    La mayoría de los mundos civilizados había irradiado sus progresos y valores generosamente por el cosmos y a través de la llamada Filosofía Cósmica habían deducido que Tiamat era un paraíso sideral, resultado de las frecuentes visitas de cometas primigenios y lluvias de estrellas errantes, los verdaderos mensajeros de la vida. Esos viajeros impredecibles habían depositado durante millones de años en Tiamat los elementos moleculares fundamentales de los que emergerían las primeras formas de vida. ¡Qué afortunada había sido esa joven roca inerte al estar varias veces bajo la lluvia cósmica que portaba la vida! No todos los mundos habían tenido esa suerte, y los que sí la tuvieron ya habían sacrificado su riqueza y entorno natural para alcanzar el estado de civilización avanzada. Por todo esto el Jardín de Tiamat era considerado un verdadero tesoro y había que protegerlo a como diera lugar.

    Se determinó entonces que en el Jardín no debía florecer ninguna forma de civilización, considerando que la biósfera azul no tenía hasta ese momento especies dominantes ni en vías de desarrollo que pudieran impactar su pasiva existencia. No alterar ese orden establecido desde los albores del tiempo era la única forma de mantener a Tiamat eternamente puro y vital. Pero pronto se alzaron voces que se preguntaban si no se podría aprovechar de algún modo su riqueza en beneficio del Cosmos.

    Ya en el pasado se habían producido diferencias entre quienes proponían sacar provecho de la esfera azul y los que la defendían como prueba última de que el Primer Universo era el resultado de una energía metafísica creadora. Fue la llamada Era del Desencuentro que por primera vez hizo aparecer diferencias y rivalidades y que solo tuvo su término cuando todos los mundos habitados se unieron y decidieron declarar a Tiamat como Santuario de la Vida del Primer Universo. Esto implicaba que solo se lo podía visitar con fines espirituales y de observación.

    No se podía explotar sus valiosos recursos naturales ni mucho menos intervenir en el desarrollo evolutivo del Jardín, decisión que debió ser acatada con resignación por las civilizaciones que más ambicionaban sus tesoros. Entre ellos estaba el agua, preciado elemento catalizador de la vida que solo allí existía en grandes cantidades. Muchos mundos habían logrado producirla artificialmente pero en forma escasa, pues las condiciones para contenerla indefinidamente solo se daban en Tiamat. Solo allí se había resuelto naturalmente la ecuación física que permitía que existiera en forma líquida permanente. Su sola existencia ratificaba la convicción mística de que algo superior había creado un lugar único en el Primer Universo por alguna razón metafísica desconocida. Esto desconcertaba a la Gran Civilización, la que lideraba el Primer Universo, y que fijaba las reglas para todas las demás, pues evidentemente algo casi divino tenía que haber sucedido para dotar a Tiamat de tantas maravillas. El agua era reconocida como incubadora vital y por ser tan escasa en el Universo quedó también protegida dentro del Santuario.

    Pero las divisiones del pasado no habían quedado resueltas del todo pues pronto aparecieron cuestionamientos importantes. ¿Qué tan valioso resultaba un tesoro que no se podía usar para nada? ¿No tenían derecho acaso los mundos más frágiles y rezagados evolutivamente a beneficiarse de la afortunada existencia de Tiamat? La disensión creciente llevó a la comunidad universal a establecer la Excepción, necesaria para que cada mundo tuviera acceso a extraer una única muestra de código genético, ya sea animal o vegetal, y así mejorar su propio desarrollo vital. Muchas civilizaciones buscaban con desesperación solucionar el estancamiento evolutivo en que habían caído, mientras otras requerían resolver cuestiones biológicas y poblacionales. La Excepción se convirtió entonces en la solución para repoblar algunos planetas con especies nuevas, ayudando a otros al crecimiento de sociedades civilizadas o bien mejorando el ciclo vital de seres y especies frágiles. Tiamat se convirtió en el reservorio natural que alimentaba las necesidades de todo el universo conocido, un verdadero laboratorio planetario.

    Tablilla segunda

    Como todo se regía por la Ley de la Solidaridad Cósmica, también los planetas que habían albergado sociedades bélicas se vieron beneficiados de la Excepción. Solo así se evitaría que sus reclamos se convirtieran en amenazas y luego en enfrentamientos. Pero estos empezaron a traficar secretamente con las muestras genéticas, pues algunos de ellos habían formado alianzas de beneficio biológico mutuo. Algunos alcanzaron prodigiosos avances evolutivos, necesarios muchas veces aunque también riesgosos, pues no estaba contemplado usar a Tiamat para crecer como civilización guerrera. Varias civilizaciones violaron la Ley de Solidaridad, pues su avance tecnológico las hizo superiores a aquellas que eran más espirituales y solidarias, lo que supuso un peligro para la convivencia universal. Eran muchos los riesgos que se corrían pues pronto alguna de ellas podía sentir la tentación de experimentar o incluso apoderarse del apacible Tiamat. Y así sucedió.

    El mundo más belicoso de todos, Tarken, no encontraba justa la Excepción, pues eran pocos los beneficios que había obtenido de la única muestra genética que les correspondía y ordenó secretamente a Uranut, su científico más brillante, buscar en Tiamat genes clave para mejorar su código genético. Esto era necesario pues el choque de un pequeño meteoro contra el mundo Tarken había esparcido una peligrosa forma de vida microbiana que los amenazaba mortalmente. Solo adquiriendo una inmunidad genética de la que carecían, lograrían sobrevivir a una pandemia global. Los genes requeridos fueron encontrados por Uranut en el código genético de una especie muy primitiva pero promisoria evolutivamente, los humanos, quienes eran bastante compatibles biológicamente con los tarken. El científico descubrió además que la prohibición de desarrollo evolutivo para Tiamat se debía a que se temía al potencial de los humanos como especie, pues su crecimiento podía afectar la pacífica existencia del planeta.

    Admirado de ellos, Uranut los estudió un tiempo y luego se dedicó a extraer las muestras que tanto necesitaban los tarken, pero al hacerlo contaminó accidentalmente a esas criaturas, generando una mutación neuronal llamada inteligencia. Uranut afectó irremediablemente la evolución humana y tuvo el privilegio de ver el nacimiento de una nueva especie, el Hombre, el que mostró notables avances en su desarrollo cognitivo día tras día. El científico fue testigo de cómo esos primeros humanos empezaron a transmitir su código modificado a sus descendientes. Era asombroso para él ver cómo mejoraban sus condiciones de vida y su relacionamiento con el entorno que les rodeaba, su capacidad adaptativa y la aparición del pensamiento racional. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de quedarse con ellos y seguir de cerca su desarrollo como especie, estudiar las variables evolutivas y planetarias, pero la hora de volver a Tarken había llegado pronto.

    Uranut pensó que el delito no sería descubierto y volvió a su mundo gris y metalizado en el momento en que comprendió que era imposible reparar el daño causado. Pero durante el regreso a casa fue interceptado y castigado por modificar irresponsablemente una especie autóctona del Jardín. El Pecado de Uranut le costaría caro pues fue abandonado a su suerte en los Anillos de Materia Oscura, en la periferia de la comunidad cósmica. Nadie recordó jamás su nombre y el destino de Tiamat cambió para siempre irremediablemente. Otras civilizaciones entonces también se sintieron con derecho a intervenir en Tiamat, y encaminaron a los primitivos humanos en su desarrollo, creyendo que era el único modo de aminorar las consecuencias de la intervención de los tarken. Sin embargo solo las Tres Razas Cósmicas tenían la facultad de sobrevivir en la atmósfera rica en oxígeno y baja gravedad del Jardín: la raza roja, la amarilla y la blanca. Estas razas estaban presentes en muchísimos planetas del Primer Universo y se caracterizaban por adaptarse, biológicamente, con suma facilidad a nuevos mundos.

    Las Tres Razas educaron al Hombre para vivir y usar responsablemente los recursos naturales del Jardín. El Hombre era considerado la cuarta raza, la única originaria de Tiamat y que fue evolucionando muy rápido a lo largo de milenios. Pero para ese entonces había ocurrido algo peor que el Pecado de Uranut: los enviados de las Tres Razas habían engendrado hijos con mujeres humanas, agravando aún más las cosas. Las mutaciones genéticas derivadas aceleraron aún más el proceso evolutivo de los humanos, quienes crecían muy poco espiritualmente pues los genes guerreros de los tarken se habían vuelto dominantes en el Hombre. De los millones de especies de Tiamat, la de los humanos era la única capaz de desarrollar una civilización compleja pero al parecer también la única capaz de destruir su entorno. A las Tres Razas les fue prohibido entonces el ingreso al Jardín, además de ser despojadas de toda tecnología y desarrollo civilizado como castigo. El daño que causaron era peor aún que la intervención de Uranut.

    Tablilla tercera

    Todos estos acontecimientos obligaron al Gran Consejo de Civilizaciones a decretar la cuarentena total del Jardín de Tiamat. No habría más excepciones y de ahora en adelante la perla azulada sería un planeta protegido, donde nadie más podría intervenir. Se ordenó el retiro de todo aquel que no fuera habitante original y nacido en el Jardín. Sin la autorización expresa del Gran Consejo, ni siquiera era posible visitar Tiamat y la veda planetaria se amplió a los nueve planetas del sistema de la estrella Heliox, el que quedó cerrado a todo visitante bajo pena de muerte. Y así fue durante milenios, a pesar del descontento de los mundos y civilizaciones que seguían exigiendo explotar Tiamat en vez de conservarlo como una especie de parque protegido. Las consecuencias imprevisibles de la visita de Uranut fueron supervigiladas por fuerzas externas, pero sin autoridad para modificar el curso de la historia de los humanos. Solo se permitía apariciones ocasionales para intentar despertar la Fe y los sentimientos religiosos, lo que dio resultados dispares dado lo primitivo y diverso de las primeras comunidades humanas. Algunas habían avanzado más que otras, e incluso existían rivalidades entre aquellos primeros grupos. No todos comprendían las señales luminosas en el cielo, las que inclusive tuvieron un efecto contrario, despertando el miedo y la superstición durante milenios en los que no hubo avances evolutivos importantes, sino más bien un estancamiento degenerativo en el que aparecieron creencias oscuras.

    Este período crítico coincidió con los últimos azotes del Invierno Planetario, una época glacial seguida de terremotos y gran actividad volcánica, tras lo cual la especie humana quedó abandonada y al borde de la extinción. Esto provocó la decisión del Gran Consejo de intervenir para salvar a los humanos, por cuanto sentían responsabilidad por los hechos acaecidos en el pasado. Dejarlos solos significaba entregarles la posesión del Jardín sin saber qué consecuencias podía tener eso en el futuro. Y la forma de intervenir fue enviando a un grupo de vigilantes a Tiamat, los que velarían por conducir a la Humanidad hacia un bienestar global sustentable y contenerla en su desarrollo para que jamás alcanzara la fase de civilización. Este derecho le fue negado al Hombre para asegurar la subsistencia del Jardín.

    Estos vigilantes serían los devas, sabios marciales y herederos de un mundo agonizante. Se trataba de los guardianes inmortales de un pequeño y antiquísimo planetoide conocido como Naarsuk, el que estaba condenado a desaparecer pues giraba en torno a una inestable estrella a punto de explotar como supernova. Los devas eran reconocidos universalmente por su sabiduría y justicia, aunque ser inmortales no era una bendición para ellos pues paralelamente no tenían la capacidad de procrear. Su raza era la única en el Primer Universo que tenía una cantidad fija de habitantes, que no crecía en cantidad sino que se había ido reduciendo inevitablemente a lo largo de incontables siglos hasta casi desaparecer. Solo quedaban diez de ellos, los que debían ser reubicados en otros mundos para salvarlos del inminente desastre planetario. De hecho eran los únicos habitantes en todo Naarsuk, en espera de que el Gran Consejo les asignara un nuevo mundo donde vivir.

    Los devas representaban toda la sabiduría y fortaleza de una civilización con millones de años de existencia, que había florecido y decaído innumerables veces y que era envidiada por su inmortalidad. Eran ocho devas masculinos: Ozirid, Qetzakotl, Kronoz, Virakot, Anubki, Bhaal, Marduk y Makemak, y dos femeninos: Terasu y Khali. Aquellos diez sabios marciales aún cuidaban su mundo materno pues eran una hermandad que lo había defendido militarmente de otras civilizaciones que les amenazaban. Y es que en su sistema planetario coexistía la civilización que portaba el estigma de haber privado al Primer Universo de la riqueza natural de Tiamat, los tarken, quienes desafortunadamente habían encontrado además un modo de exterminar a los inmortales. Pero hacía mucho que los devas habían renunciado a las armas como forma de solucionar conflictos con ellos, reemplazando su dominio de las artes militares por la diplomacia y la negociación. Esto se debía a la sencilla razón de que tanto devas como tarken verían desaparecer muy pronto sus planetas de origen. Su dominio de las artes militares no les salvaría de la hecatombe que estaba por desatarse.

    El Gran Consejo decidió entonces enviar a esos diez devas a Tiamat, con lo cual pensaron se podría enmendar el daño causado y además dar un nuevo hogar a los sabios guerreros. Pero aunque formaban una hermandad, había diferencias entre ellos pues no todos querían abandonar su mundo natal, ni mucho menos trasladarse hasta el Jardín. Había temor de que se tratara de un viaje sin retorno, a lo cual no se podían negar pues Naarsuk tenía los días contados. Aunque los dos planetas eran similares física y geológicamente, había dudas respecto a si Tiamat era un lugar totalmente seguro para los devas. Se sabía que solo las Tres Razas podían sobrevivir ahí, pero estas nunca dejaron saber al Gran Consejo cuál era la cualidad biofísica que les permitía hacerlo. Y como habían sido desterradas en castigo, se rehusaron a revelar todo lo que habían descubierto y aprendido en Tiamat. Pero se estimó que los devas como entidades bioplásmicas podrían vivir normalmente, por lo que el Gran Consejo aprobó su envío allá, pues consideraron que al darles un nuevo hogar ellos estarían de acuerdo en quedarse protegiendo la perla azulada del Primer Universo. El deva Marduk fue quien más se rehusó a esta decisión pues intuyó que lo único verdaderamente importante era el bienestar de Tiamat. Para el Gran Consejo había solo dos caminos para mantener a Tiamat intacto y eternamente puro: enviar a los devas como vigilantes, o exterminar a la especie humana para que no alcanzase un estado evolutivo peligroso para Tiamat.

    El destino de los devas estaba sellado. El rescate se produjo justo antes de que el sol rojo de Naarsuk se convirtiera en una gigantesca supernova, incinerando su sistema solar de dieciocho planetas, incluido el de los tarken, en una fracción de segundo. Esta tragedia quedó grabada en el alma de los devas para siempre, quienes arrastraron su tristeza y desolación durante el largo viaje interdimensional hacia su nuevo hogar. Ozirid y los devas más cercanos a él no superaron nunca el triste final de Naarsuk.

    Por otro lado los tarken para ese entonces ya habían abandonado su planeta natal, pues era pobre en comparación con los otros que formaban parte de su creciente imperio. Ellos además apoyaron por primera vez al Gran Consejo, pues sabían que en el fondo se estaba sacrificando a los últimos devas. Con esto, nadie se podría interponer en sus planes futuros de extender más aún su imperio planetario. Incluso hicieron ver lo inconveniente de destruir a la especie humana, pues se perderían todas sus cualidades genéticas, las que podrían ser útiles al resto del Primer Universo en el futuro. Pero a pesar de esta interesada opinión, la cuarentena se mantuvo y los tarken nunca más tuvieron acceso al sistema planetario Heliox. Solo quedaba esperar el desarrollo de los eventos, pues no se sabía a ciencia cierta cuál sería el destino que tendrían los últimos habitantes de Naarsuk al quedarse en Tiamat, su nuevo mundo. Un destino inesperado sin duda.

    Tablilla cuarta

    Hacía mucho que se estaban produciendo cambios en Tiamat, no estando claro aún si para bien o para mal. Los humanos habían abandonado sus hogares ancestrales en busca de nuevas oportunidades de supervivencia. La Primavera Planetaria les había alentado a salir de su cuna natal, Afarak, el continente en que había tenido lugar el Pecado de Uranut, y se habían desperdigado a gran velocidad por todos los rincones de Tiamat. Ya estaban recorriendo las playas y costas de nuevas tierras, mejorando ostensiblemente su alimentación pues habían comenzado a cazar. La dieta rica en proteínas les hizo más fuertes e inteligentes, y el pensamiento abstracto y lenguaje hablado hicieron su aparición. Los humanos consiguieron así tener presencia en todos los continentes y desarrollar distintos grados de sociedad.

    Pero esos humanos primigenios también portaban la esencia belicosa e intolerante de los tarken, pues muchas de esas primeras sociedades humanas pronto entraron en conflicto y fueron aniquiladas por el odio y la envidia, así como por la inestabilidad y naturaleza cambiante del Jardín. Quizás los primeros humanos eran demasiado frágiles para ese entorno impredecible y hostil, pero aún así habían conseguido lo impensable colonizando casi todos los rincones del Jardín. Los humanos no fueron detenidos por los vastos desiertos que nacían al término de cada Verano Planetario, ni tampoco intimidados por los inviernos glaciales de milenios.

    Mientras otras especies de Tiamat habían reinado y desaparecido consecutivamente, la inteligencia del Hombre le permitió encontrar la manera de sobrevivir a varias extinciones, hasta que la siguiente Primavera de Tiamat llegó para quedarse por diez milenios. Fue en esa época florida en que los humanos de Uranut forjaron los cimientos de sociedades básicamente civilizadas, que ya dominaban en parte el espíritu indómito de su planeta natal. Los frutos del Jardín dieron bienestar y armonía a una época dorada, una pausa luminosa y breve tras una larga sucesión de eras oscuras y destructivas.

    El Hombre al parecer había encontrado un modo de convivir equilibradamente con su entorno, independiente de cual fuera este, selvas o desiertos, hielos o bosques. Esto dio lugar a varios focos de desarrollo y progreso cultural, casi todos a orillas de ríos que garantizaban la supervivencia gracias a sus aguas, aunque algunas comunidades siguieron siendo nómades sobre la faz de Tiamat sin jamás establecer asentamientos permanentes. En algunos de los continentes vírgenes estos asentamientos eran pequeños poblados, en otros, fortalezas en la cumbre de colinas y solo en las cercanías de los grandes ríos eran agrupaciones urbanas prósperas y de gran futuro socio-cultural. Qué orgulloso se habría sentido Uranut al ver el desarrollo que habían alcanzado esos primates que había estudiado hacía tanto tiempo atrás.

    Ese fue el panorama con el que se encontraron los devas cuando arribaron a Tiamat, descendiendo en el lugar más desarrollado culturalmente, la Tierra de los Ríos Vitales. Esta elección no fue sencilla pues también había otros lugares similares dispersos por los siete continentes del planeta que merecían la bendición de una visita celestial. Pero la propuesta de Marduk se impuso a la de Ozirid, quien proponía establecerse en Nilub al norte de Afarak y en donde el desarrollo social humano avanzaba imparable. En ambos casos se buscaba evitar un impacto adverso en la vida y creencias de los habitantes, pues se supuso que siendo desarrollados podrían asimilar mejor la llegada de los visitantes.

    Pero los habitantes de la desértica región de los Ríos Vitales recibieron con temor y desconfianza a los devas atacándolos con sus armas rudimentarias. Definitivamente no parecían preparados para seguir a entidades protectoras, lo que decepcionó profundamente a los visitantes quienes vieron la herencia tarken en estos hechos, una herencia que resultaría nefasta y difícil de erradicar en el futuro.

    Tablilla quinta

    Los visitantes eran enormes para los humanos y sus apariencias inspiraban temor en algunos. Las armaduras contenedoras de su cuerpo bioplásmico impresionaron a

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