El hallazgo del Gigante de Altzo
La fascinación por los gigantes siempre ha estado en el imaginario colectivo. Objeto de encantamiento y especulación, las primeras referencias a estos seres se hallan ya en antiguas civilizaciones como la hindú, la celta, la mesopotámica, la hebrea (Goliat en el Antiguo Testamento), etc. Popularmente, se les ha atribuido comerse a otros seres humanos –sobre todo a los niños– y tener una fuerza sobrenatural. Su existencia, para las mentes primitivas, era una de las posibles explicaciones de las grandes construcciones de piedra, las estatuas de tamaño y peso colosal, la presencia de megalitos y dólmenes y todo lo que parecía ser de otro mundo.
Al igual que en la mitología griega, donde encontramos desde los Titanes hasta al mismísimo Prometeo, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, en el pueblo vasco precristiano abundan las leyendas sobre estos seres mitológicos. Son fábulas que han permanecido vivas por transmisión familiar; historias de gigantes como los Jentilak y los Mairuak, habitantes de bosques y cuevas que sobrevivieron al cristianismo. (“Lo que tiene nombre, existe”), reza un ancestral dicho vasco. Es la fórmula con la que los antiguos vascones buscaban demostrar a los incrédulos la presencia en su tierra de
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