El restaurante de los sueños
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Buscando algo de paz para su maltratado corazón, Nicolás encuentra por casualidad un extraño restaurante en una pintoresca calle de Barcelona.
Pero al parecer no es un restaurante cualquiera, pues allí, los sueños se hacen realidad.
Eduardo Schamis, Sr
Nací en el año 1970 en Buenos Aires. Crecí y estudié allí, y también conocí el amor y la pérdida. Me casé y tuve dos hijos maravillosos, Camila y Bautista. 15 años después nos divorciamos, y me he vuelto a casar con Andrea, una mujer extraordinaria. Después de recibirme de Licenciado en Administración de empresas, volqué mi profesión al área comercial, pasando por compañías multinacionales. Esa carrera me llevó a la posición de Director Comercial, puesto que mantuve hasta el año 2015, cuando por la terrible crisis económica y social de Argentina decidimos radicarnos en Barcelona al año siguiente. Desde pequeño he sido un lector voraz. Comics, historietas, libros. Todo lo que caía en mis manos lo devoraba con pasión. Pero la idea de escribir vino muchos años después, motivada por un indescriptible dolor. A causa de la pérdida de mi hijo, me dediqué a escribirle lo que sentía en un blog dedicado a su memoria, y con el paso de los años, recibí muchas críticas positivas, que se me daba muy bien escribir. Primero se formaron ideas, luego personajes, y de ellos surgieron historias. El restaurante de los sueños tiene un valor sentimental muy profundo para mí. Espero que les guste mucho leerla, quizás tanto como a mí me ha gustado escribirla.
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El restaurante de los sueños - Eduardo Schamis, Sr
El restaurante de los sueños
Eduardo Schamis
Para Andrea
Si una persona cualquiera pasara por casualidad por la vereda de esa calle tan pintoresca en la ciudad española de Barcelona, y levantara la vista y prestara atención hacia la ventana de ese restaurante en particular, tres cosas podrían suceder.
La primera es que vería a través del cristal a dos personas comiendo en una mesa junto a la ventana, aparentemente muy interesadas en su conversación.
La segunda opción es que vería solo a una persona comiendo en esa mesa, sumida en sus pensamientos.
Y la tercera cosa que podría ver seria las luces apagadas y el restaurant cerrado.
De una u otra forma, ninguna de las tres imágenes podría transmitir realmente lo que sucede en ese restaurante, y es que allí…
Allí los sueños se hacen realidad…
1
Esa mañana de invierno, Nicolás y Martina discutían una vez más, como lo venían haciendo desde hacía un mes, en el piso que alquilaban en el centro de la ciudad de Barcelona.
—Deberías dejar ese orgullo de lado y pedirle ayuda a tu padre de una vez por todas —gritaba Martina desde la cocina.
—Hace más de 25 años que no hablo con mi Padre, y aunque lo hiciera, no tendría ningún sentido, a esta altura somos dos extraños —respondió desde el dormitorio Nicolás, todavía recostado en la cama.
Habían llegado a España hacia seis meses ya, escapando de la crisis económica que castigaba duramente a su país, Argentina, pero todavía no habían conseguido trabajo, en el caso de Nicolás por culpa de un retraso con los papeles de la ciudadanía.
Los últimos meses no habían sido fáciles. Habían pasado muchos buenos momentos juntos, y también los habían pasado muy malos, pero rara vez se lo contaban a alguien. Guardaban esos secretos que eran dolorosos, era cierto, pero eran suyos y de nadie más. Se contaban todo, compartían todo, y eso los unía cada vez más, a pesar de las discusiones.
A sus 45 años, nieto de abuelos italianos por parte de su madre, y españoles por parte de su padre, Nicolás hizo lo que sus abuelos habían hecho dos generaciones atrás, y emigró en busca de mejores oportunidades.
—Además es bien sencillo —continuó Nicolás —lo llamo y le digo Hola Papa, ha pasado tiempo sabes, necesito dinero
, a lo que el responderá "claro hijo, pero mira que has crecido, ¿cuánto necesitas? —sostuvo con ironía, mirando al techo.
—Haz lo que quieras, como siempre —balbuceo Martina —me voy a una entrevista de trabajo, luego hablamos.
La puerta se cerró con un portazo y Nicolás se quedó tumbado en la cama, apoyado sobre un par de almohadas, lamentando que una vez más había dejado pasar una de las escasas oportunidades que la vida le fue poniendo delante.
Desde hacía unas semanas Martina se comportaba de forma un poco nerviosa. Le preocupaban los planes y proyectos, y había empezado con sus preguntas habituales:
—¿qué íbamos a hacer con el poco dinero que quedaba? ¿podríamos quizás pedir prestado a alguien?
Sobre la mesilla de noche de Nicolás descansaban un par de libros, uno de ellos todavía sin leer.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se dedicó a la lectura,
aunque siempre había sido una de sus grandes pasiones.
Le gustaba leer todo lo que se le cruzaba por delante, pero en especial lo atrapaban las novelas policiales de autores como Grisham o Connelly, y también las románticas, Nicholas Sparks en particular.
Había conocido a Martina tres años atrás, en medio de un controvertido y triste divorcio con su ahora ex mujer, Julieta, y madre de sus dos hijos, Agustina y Lucas, y se habían casado un mes antes de viajar a España.
Tenía un carácter un tanto particular. La gente solía pensar que Martina era muy reservada, muy introvertida, pero con Nicolás no era así. Sin que le preguntara nada, en la primera cita le contó todo sobre su familia, y en especial el profundo amor que sentía por su madre.
Se quedó pensando en su padre, y recordó cuando al cumplir sus dieciocho años éste lo echo de su casa, ante las reiteradas faltas de respeto que Nicolás le prodigó a la mujer que había vuelto a elegir para casarse, al morir su madre luego de un largo y agónico sufrimiento producto de un virulento cáncer cerebral.
—Mi padre, jaja, tendré que hacer lo que he hecho toda mi vida, y eso es
arreglármelas solo —murmuró.
Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño, se lavó la cara y los dientes,
y después de secarse con la toalla de mano, se detuvo a contemplar su imagen en
el espejo.
La imagen que le devolvía era la de un hombre con sus 45 años bien puestos, alto y delgado, bien parecido, calvo por herencia de su padre y con unos cautivantes ojos color miel por parte de su madre.
—A ver si hoy hay más suerte, aunque eso es difícil de creer —se dijo a sí mismo y volvió al dormitorio.
Al pasar por el comedor, se detuvo a observar el jardín que Martina había creado en la terraza y que cuidaba con tanto esmero.
Su madre decía que tenía el dedo verde
, porque todo lo que plantaba, crecía y florecía con fuerza.
Cuidaba con mucho esmero azaleas, geranios, margaritas,