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Semánticas homosexuales: Reflexiones desde la antropología del comportamiento
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Libro electrónico532 páginas7 horas

Semánticas homosexuales: Reflexiones desde la antropología del comportamiento

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El presente ensayo, más que una investigación ortodoxa, supone un posible abordaje, reflexivo y de diálogo, al tema de la sexualidad
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2019
Semánticas homosexuales: Reflexiones desde la antropología del comportamiento
Autor

errjson

Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.

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    Semánticas homosexuales - errjson

    adelante.

    PRELUDIO

    EL MAR Y LA SEXUALIDAD

    El eros irriga mil redes subterráneas presentes e invisibles en cualquier sociedad, suscita miríadas de fantasmas que se levantan en cada mente. Opera la simbiosis entre la llamada del sexo, que procede de las profundidades de la especie, y la llamada del alma que busca adorar.

    Edgar Morin, El Método V.

    El mar puede ser visto, pensado, imaginado, comprendido e interpretado de mil y una maneras, incluso puede ser sentido y significado de muy distintas formas por una misma persona, según el tiempo y el lugar en que se encuentre, su edad, estado de salud, condición social o disposición anímica… y según sus deseos del momento. Paul Valéry nos ofrecía, quizás, una posible razón de ello: la mer, la mer, toujours recommencée (el mar, el mar, siempre recomenzando).

    La sexualidad, con su plural expresividad, sus sentidos y direcciones, sus superficies, vericuetos y profundidades, sus significaciones y múltiples resonancias, comparte con el mar esa cualidad que evade la forma definitiva, el color uniforme, la quietud de las certezas y las permanencias, los significados unívocos; cualidad que seduce y sorprende, que atrae y aleja, que llega a provocar miedos y generar un ilimitado espectro de emociones encontradas: ahogo, amor, vértigo, ansia, placer, temor, anhelo, nostalgia, aflicción, sorpresa, desconfianza, adicción, depresión, frustración, esperanza...

    El mar lleva y trae, construye, erosiona y diluye; la sexualidad también: arrastra y arrasa.

    Hablar de la sexualidad de los demás… de los otros, es bastante fácil si no existe un compromiso real con los sujetos o si uno se aferra a un dogma (biológico, médico, político, moral, mitológico, económico, psicológico o legal) tranquilizante, pero hacerlo así es como hablar del mar sólo en términos de cantidad de agua, de arsenal de recursos, de longitud en millas marinas, de mareas o aun de una atribuida geografía política… pero sin mojarse. Resulta más difícil hablar de sexualidad si se intenta desbordar los límites de lo establecido, de lo que impone una tradición social y cultural que sesga, recorta, condensa y arrastra añejos significados que han quedado vacíos, huecos; difícil si deseamos acceder a una comprensión flexible que dé cuenta de su variabilidad y dinamismo, de los latigazos que provoca y de las fantasías que la mueven.

    Acuñada en el siglo XIX, sexualidad es una palabra-vorágine que deviene en vocablo tránsfugo y concepto plural, en noción definitoria pero no definitiva, en concepto resbaloso, en idea a un tiempo frágil e incisiva, en vivencia polimorfa y permanentemente inconclusa, puesto que siempre está construyéndose en el perpetuo gerundio de un presente prolongado… como el mar, siempre renovándose, recreándose, resignificándose ola tras ola. Es difícil comprenderla cuando la pensamos con base en etiquetas, porque devienen así no sólo imprecisas sino engañosas; pero necesitamos concebirlas para ordenar ideas e incluso emociones. La sexualidad es disposición afectiva y política —como nos aclarara Foucault—, siempre huidiza, y es expresión de un imperativo insoslayable, mediado y atravesado por otros imperativos, comportamentales y fisiológicos, como la inquisitividad y el hambre, como la agresividad y la sed, como la territorialidad y la necesidad de respirar. Pronuncio palabras y nociones como sexo, sexo-género, preferencias sexoeróticas y sexualidad, y pienso en un abarrotado cajón de emociones y en un arsenal de intenciones, en un nudo de argumentaciones, en una algarabía de mitos rondando las cabezas, los recuerdos y las ilusiones; las escucho y me taladran las dudas y los dogmas que sostienen el orden social que me contiene, que yo mismo conformo… y que, mal que bien, alimento en tanto que sujeto social, aunque me resista tantas veces a ello. La palabra sexualidad —que contiene a todo y no contiene nada en particular— inevitablemente me remite a mí mismo y a los otros, me envuelve de otredades con las que interactúo, que me retroalimentan y rozan, que a un tiempo hieren, acarician, nutren, exprimen y desfiguran mi yo en un nosotros politípico, polimórfico... y sin duda polifónico. Y como la palabra que la nombra, la sexualidad de la que hablo es occidental y es reciente, pese a su larga historia, y me doy cuenta de que es expansiva y polisémica.

    Como expresión de la vida, como vivencia, nuestra sexualidad es evolutiva, histórica y biográfica, animal y humana, personal y social, cultural, ideológica... política y onírica. Como expresión comportamental deriva desde siempre en deseos y tabúes, en rebeldías y normas, en sumisiones y resignación, en audacias y miedos, en referentes, parámetros y dispositivos, en necesidades y disposiciones metabólicas y mentales, en espacios caleidoscópicos, en ámbitos y hábitos de un saber hacer y de un constante desear hacer, en un gozar o padecer… es fuerza gravitacional afectiva y sociocultural que alude a una realidad evasiva y contundente, que aglutina biologías, desencuentros, escenarios, vínculos, reglamentos, frustraciones, juegos, momentos, padecimientos, sensaciones, fantasías y sorpresas. La sexualidad es plural y es texto; es expectativa, narración, discurso, metáfora... idea y olvido. Encarna la perpetuación de la especie y se encarna en el ser-estar del sujeto humano que cotidianamente confronta a las otredades y a su mismidad en el espejo, porque en el sujeto subyacen la actividad de los genes, de las hormonas, de las endorfinas y de otras muchas sustancias casi mágicas, pero que subyacen tanto como los prejuicios, las morales de doble cara, las posibilidades de llantos y de risas, los gemidos y los lamentos... las gestualidades significadas y significativas del ser.

    Podemos imaginar la sexualidad como un caleidoscopio y como un holograma inaprensible del todo, porque evade la forma definitiva y ofrece, dependiendo del ángulo de la mirada, de las luces y las sombras, una multiplicidad de posibilidades de imaginar, y para comprenderla, en tanto que es un intrincado laberinto, no podemos salir de él auxiliados de un hilo ariádnico (guía-conductor), ya que si en algún momento pudiéramos abandonar el laberinto dejaríamos de ser nosotros mismos: todo estudioso de la sexualidad es un ser sexual impedido de dejar en el cajón de la mesilla de noche sus emociones y excitaciones sexuales, sus miradas deseantes, sus recuerdos sensuales, sus temores aprendidos, sus concepciones, su cotidianidad y su propio erotismo cambiante. También podemos imaginar la sexualidad como un apretado nudo gordiano que oprime y sujeta; pero si intentamos cortarlo, inevitablemente dejaremos numerosos cabos sueltos que la hacen imposible de comprender... tampoco podremos —ni debemos intentar— deshacerlo, porque si deja, asimismo, de ser nudo, la sexualidad deja de ser sostén y amarre a la vida, de ser algo vivible y vivido, para convertirse en un frío y esquemático supuesto, tan inútil como un zapato tirado a medio patio durante un aguacero. La sexualidad del animal humano supone una multitud de espectros, de convenciones y prejuicios, por lo que tenemos que enfrentarnos con sexualidades que se abren y se cierran repetidas veces en el devenir eventual, azaroso, emergente y experiencial de los individuos, en tanto que miembros de una especie politípica y polimórfica, y de los grupos y sociedades en los que la especie se despliega en individuos que devienen sujetos sociales en permanente tránsito.

    Este trabajo, ensayo, estudio —como quiera que deba llamársele— es sólo uno más de los posibles abordajes de un tema interminable, que tiene como objetivo aprehender y comprender un poco de una pequeña rebanada de la sexualidad del animal humano en un instante de su historia; tiene como sujetos de estudio antropológico a seres sexuales, sexoeróticos y sexopolíticos que han heredado risas y lamentos y restricciones legales y espacios y palabras y cadenas morales y optimismos y energías… sujetos sociales que se aferran a ideas que, de tan viejas, con frecuencia se disuelven con el frotar de las manos: hombres y mujeres que no siempre responden a los cánones y expectativas del orden social en el que viven y otras veces se expresan como personas que pueden pasar inadvertidas ante el ojo crítico, quizá censor, más severo. Por lo mismo, este trabajo no es el producto de una investigación formal, sino de una investigación llevada a cabo en el día a día durante varios años, reflexiva y dialógica, que invita a escuchar y debatir con los demás, que demanda un mirar abierto, un enunciar flexible, un constante contrastar y equiparar.

    Este volumen es uno de muchos posibles productos de una investigación en la que me preocupa más mirar, contrastar, discutir y descubrir que buscar y comprobar… una investigación alejada de toda intención predictiva, porque parte del principio de incertidumbre y de los vaivenes del alea,¹ de los cambios que nosotros mismos producimos e imprimimos en nuestra sexualidad de colores brillantes u opacados, según qué luz nos dé y en qué momento. Asumo las consecuencias de no realizar una investigación de corte ortodoxo, pues, como apunta Frans de Waal (y lo suscribo):

    … en la ciencia lo que no puede ser evaluado estadísticamente o mediante gráficos corre el riesgo de ser descartado como mera anécdota. Es cierto que es difícil generalizar a partir de acontecimientos que ocurren una sola vez, pero ¿justifica acaso esto el desdén con que se tratan?²

    Se partió de una perspectiva transdisciplinaria, necesaria e inevitablemente antropológica, que sirve de bisagra para abrir un diálogo con lo que se ve y se escucha, con lo que se siente y se dice, con lo que se oculta y se hace, con lo que se calla y se sueña... Un diálogo que facilita el encuentro con algunos destellos del deseo y con ciertas opacidades de las formas, con miedos e incluso lamentables manifestaciones de odio. Un diálogo que permite que las biologías y las emociones no se oculten mutuamente ni se limiten a las convenciones de los lenguajes oficializados, sino que se expongan sin corselete alguno... o con el menos rígido posible.

    Este trabajo, en principio y quizá sin tino ni derecho, se centra en las muchas semánticas que rondan, atraviesan y surgen de y en torno a las homosexualidades; semánticas, pero no centradas sólo en los ámbitos de la lingüística, sino pensadas como universos de significación social, emocional, histórica, política… semánticas que podemos reconocer en el ser, el hacer, el vivir y el amar homosexuales. Pero desde el principio se hizo evidente que no hay posibilidad de aproximarnos, y mucho menos aprehender semántica homosexual alguna, realmente viva y visible, sin un contexto semantizador… significador heterosexual; por ende, aunque el trabajo tiene como epicentro de atención las homosexualidades, un ciclorama de corte heterosexual está siempre presente, un telón de fondo que deviene en viciado y vicioso referente, y que caracteriza las lógicas que median las dinámicas de un orden social con una larga historia de permisos y prohibiciones, de ordenanzas y movimientos furtivos, de lenguajes crípticos y decálogos intransigentes, de aceptaciones, hirientes tolerancias e incluso aceptación y respeto. Por consiguiente, resulta también necesario distinguir entre el telón: la heterocentralidad-heteronormatividad, y el referente: la heterosexualidad, y como el telón interactúa con las expresiones y los miedos, con los afectos y los deseos, con las vivencias y las perspectivas homosexuales, las semánticas heterosexuales generadoras del telón no pueden (o cuando menos no deben) obviarse ni silenciarse, porque en ellas hunden sus raíces históricas todas las demás semánticas que generan, esculpen, construyen, improvisan, innovan las sexualidades desobedientes… los erotismos heterodoxos, subversivos, más que disidentes o revolucionarios per se.

    Al principio, la intención apuntaba hacia un trabajo que parecía tensar sus redes entre dos extremos distanciados, más que opuestos, por el desconocimiento, el prejuicio y las ideologías restrictivas y excluyentes: homosexualidad-heterosexualidad, pero la bisexualidad clamaba desde todos los puntos cardinales haciéndose presente, no sólo por medio de sus particularidades y resonancias, sino también de sus plurales perspectivas de ver, concebir, comprender al yo y al otro; perspectivas que se entrelazan y retroactúan en el día a día de las pasiones, de los miedos, de las desconfianzas y las entregas, de los encuentros y desencuentros, dando cuerpo al complejo nudo gordiano, al laberinto de los afectos y deseos, al caleidoscopio de las sexualidades y las identidades... al mar de los placeres y las experiencias sexuales. Era lógico esperarlo, pero, ¿cuántas veces pensamos con seriedad que, sin una realidad sexual en particular, el resto de la sexualidad humana se desdibuja y diluye?

    Constantemente y de numerosas formas, las diferentes semánticas sexuales se penetran, fracturan, colisionan, intersectan y retroactúan; de hecho, todas se trasminan e impregnan de lo diferente, de lo ajeno, de lo extraño, al ser atravesadas y texturizadas por el hegemónico telón de fondo de la heterosexualidad vuelta referente y por las normas de las binariedades impuestas por el pensamiento reduccionista, simplificador. Los significados y los significantes están en los mismos estallidos de sonoridad y visibilidad que anuncian las construcciones diversas del soy y del siento… porque, finalmente, el significado no está en las cosas, sino entre ellas.

    Podríamos decir —asumiendo los peligros intrínsecos al uso (o posible abuso) de la metáfora— que la heterosexualidad es un caudal de agua en un mar amplio, profundo y dinámico, azul, verde, gris o negro, en el que irrumpen también otras aguas con corrientes cálidas y frías, oleajes y maremotos homosexuales, con fuertes remolinos y resacas bisexuales y con cada vez más evidentes arrebatos de espumas trans, que engalanan con encajes el horizonte; y todas esas aguas, en algún momento, tocan playas contenedoras y constrictoras o chocan contra cortantes y majestuosos arrecifes: normas y normalidades, regulaciones y dogmas de perfiles heterocentristas, heteronormadores, que detienen, debilitan o incluso violentan las corrientes y las fuertes sacudidas de los estallidos no heterosexuales, no binarios o simplemente no serviles a una sexualidad que quiere justificarse como el referente, a partir de la capacidad genésica que tiene aunque no necesariamente expresa. Pero las mismas heterosexualidades en ocasiones revientan con estruendo en los filosos farallones de sus normas, sin conseguir llegar con rítmica tranquilidad a las arenas de una playa luminosa.

    La utilización de la metáfora marina, sin embargo, nos permite comprender que mientras uno nada o navega por las aguas de la sexualidad plural, no es fácil distinguir los múltiples matices de color y las diferencias térmicas, las profundidades desconocidas y las alarmantes sacudidas de sus aguas... por lo que se producen hundimientos, múltiples y diversos tipos de naufragios, así como precisos ámbitos y microsistemas ecológicos (llamémoslos, si se quiere, hábitat, refugios o guetos). Inmersos en el mar y zarandeados por el vaivén de las violentas corrientes de las sexualidades hegemónicas, pareciera que los deseos y los encuentros sexoeróticos individuales sólo son pequeñas balsas que siguen una ruta más o menos precisa hacia un puerto conocido: de la heterosexualidad al matrimonio y de éste a la reproducción y a la crianza de una nueva generación que, se presupone, hará su debut heterosexual con nuevos matrimonios… pero en realidad son infinitas las balsas, y todas ellas van y vienen en medio del remolino: el mar concentra todas sus cualidades y llega a marear, golpear y desdibujar las perspectivas… el horizonte se pierde, por momentos, aunque se reconozcan distancias y se suponga ver siluetas reconocibles en lontananza. Lo aparentemente diseñado y prefijado se borra y da paso a posibilidades de encuentros alternados y alternativos con uno y otro sexo, desde una pluralidad de identidades y sexo-géneros no siempre reconocidos por el que mira asombrado desde la imperturbable orilla del decreto oficial o la ortodoxia. En medio de una corriente o en la cresta de la ola, se contemplan diversidad de puertos y horizontes enmarcados por las playas y los acantilados, puertos y horizontes redibujados por las homosexualidades que se desplazan, se elevan, se hunden y sólo pueden arribar a la calma playera estrellándose contra las normas, rompiéndose como olas que, con calma pero sin pausa, erosionan los litorales que se pretendían ya bien definidos por cartesianos cartógrafos del orden e intransigentes capitanes de puerto.

    Algunos vientos repentinos o pequeños farallones hacen que las aguas marinas adquieran momentáneas formas caprichosas, con salpicaduras como encajes y quiebres casi góticos; imágenes reales pero no duraderas, mucho menos generalizables... pero que tienen resonancias y muchas veces dejan su huella en las rocas y las arenas. Lo mismo ocurre en el mar de nuestras sexualidades; y esas formas caprichosas, esos quiebres devienen con frecuencia en la creación de imágenes distorsionadas, que se plantean como realidades y quedan prendidas en la mirada y en la mente, en las emociones y las opiniones que median y regulan gran parte de nuestras dinámicas sociales, de nuestros días y, muy significativamente, de nuestras maneras de pensar, concebir y tratar al otro… porque rara vez (si es que alguna vez ocurre) nos reconocemos en esas imágenes borrosas, imprecisas, esquematizadas que se hacen los demás de nosotros mismos:

    —el macho heterosexual: cazador y conquistador, fuerte, incansable, emprendedor, dirigente, proveedor, inconmovible y valiente… prototipo y referente de la especie;

    —la hembra heterosexual: delicada, débil, sumisa y complaciente, servicial, protectora, maternal y aguantadora… referente subalterno (y prototipo con el que se contrasta el anterior);

    —el hombre homosexual: afeminado, delicado, frágil y cobarde, misógino, inestable, promiscuo, desapegado, acicalado y frívolo… anomalía, perturbación de la noción de lo masculino;

    —la mujer homosexual (lesbiana): tosca, de gesto agrio y reacción violenta, desconfiada, andrófoba, masculinizada, inconmovible y terca… trastorno de la noción misma de lo femenino y caricatura de lo masculino, y

    —el y la bisexual: indefinidos, imprecisos, inconstantes, inexistentes... homosexuales escapistas y vergonzosos... invisibles violadores de la norma binomial.

    Y así sucesivamente...

    ¡Qué manera de simplificar lo complejo, la vida y las vivencias sexuales! Como si las olas, las corrientes marinas y los remolinos fueran siempre iguales, indistinguibles entre sí, rítmicos y predecibles... de unívoco sentido y constantes en su dirección.

    No obstante, en este trabajo no se pueden dejar de lado los estereotipos y las caricaturas que se hacen, imponen y manejan, pues también son manifestaciones de las semánticas que subyacen y sobrevuelan en el vivir cotidiano, y terminan siendo maneras sexualizadas de las dinámicas de convivencia (de pareja, familiar o social); forman parte importante de la compleja red de significaciones y emociones que inciden en nuestras maneras de tratar lo sexual, de vivirlo y sentirlo, de contemplarlo... incluso de pretender entenderlo. En el universo expansivo de las caricaturas y estereotipos sexuales y eróticos resuenan las palabras, las imágenes mentales y las metáforas que devienen ingredientes en el cocinado permanente de nuestra sexualidad, promoviendo direcciones y generando sentidos en el contexto-entorno psico-socio-cultural… de y hacia el sujeto. Es, por ende, necesario no olvidarlas, pensarlas con detenimiento, porque con frecuencia tales caricaturas e instituciones se introyectan y, más allá del acto volitivo, llegan a poseer al sujeto deformándolo.

    No es poca la tentación de romper y tirar a la basura las etiquetas, pero éstas también han echado raíces, y en nuestro ahora-aquí son parte de la misma sexualidad; no sólo de la sexualización del discurso... sino de las construcciones identitarias. Por ello, en este investigar-reflexionar tanto las denominaciones como las etiquetas y los motes importan... no deben ser silenciados ni ignorados. Los qué y los cómo no sólo retumban y cimbran en el concierto ↔ desconcierto social y cultural, emocional y vivencial, sino también en el tratamiento académico (pretendidamente objetivo) de las sexualidades. En virtud de ello, una herramienta importante para esta investigación-reflexión ha sido ¿el testimonio?, la palabra de los sujetos sexoeróticos: sus voces, sus recuerdos, sus reflexiones y sus opiniones. Lo que, aunado a la observación, da acceso a una aproximación sensible al conocimiento, no sólo del fenómeno sexo-comportamental, sino de los procesos del vivir sexoerótico y social, emocional… con frecuencia oculto entre las ideas y los miedos. Más que decir cómo son, se pretende conocer, reflexionar y discutir cómo se significan, a través de cómo se viven a sí mismos y entre ellos; qué puertas abren o cierran, cómo se ven, se encuentran, reconocen y piensan frente a… y con los demás. Qué fenómenos los atraviesan o fracturan, o procuran alientos vivificantes. Qué tan iguales, qué tan distintos, tan cerca o lejos se sienten y sienten a los otros (a los iguales y a los diferentes). Trabajo interminable, sin duda, que sólo podrá quedar en esbozo tentativo, en boceto inacabado, por más que se escuche, observe, dialogue, explore, interrogue y analice.

    No son verdades lo que se busca en este trabajo, sólo aproximaciones; encontrar algunas huellas y retazos que permitan imaginar posibilidades y conseguir algunos acercamientos a una realidad-cualidad plural, dinámica... con y sin lógica. Por eso tras este preludio, en la primera parte del volumen: Eros, misos y fobos, se abordan dos problemáticas que se viven a contrapelo: los sujetos del deseo y los circuitos y las resonancias de la homofobia, y se ofrecen algunas reflexiones acompañadas de fragmentos testimoniales y de un análisis quizás heterodoxo de uno y otro fenómenos: los deseos como irrupciones y generadores de diversidad de sujetos y objetos, y la homofobia que, a estas alturas, tiende a englobar la diversidad de la erotofobia, y que hoy está en la mesa de debates, en las agendas políticas y en los programas del activismo con sus otras connotaciones: lesbofobia, bisexofobia y transfobia, entre otros.³ En la segunda parte: Del movimiento sodomita decimonónico al activismo cibernético LGBT, se presenta una revisión (visión panorámica y evidentemente resumida) de la historia del movimiento, del activismo y de la militancia de las sexualidades que no se ajustan a las expectativas heterocéntricas, partiendo de los primeros pasos dados por algunos hombres que amaban a otros hombres en el siglo XIX hasta aterrizar en el ahora de un activismo que se revoluciona a través de las nuevas tecnologías. En otras palabras, se invita a hacer un viaje de reflexión histórica sobre la sexopolítica homosexual, que despega de la Revolución Industrial para arribar a la Revolución Informática, sobrevolando aquella época de ilusiones utópicas que también se concibió como la revolución sexual.⁴ La tercera sección: El clóset: institución heterosexual, por medio de dos textos articulados entre sí: Los esclavos sexoeróticos y ¿Ser y no callar?... he ahí la pregunta, plantea algunas de las problemáticas del llamado clóset (o armario, para los españoles), reflexiones e incluso debates sobre sus significados, alcances y repercusiones, sus semejanzas con otras situaciones de avasallamiento… y se discute la propuesta de aquellos que aún lo defienden y consideran tener fuertes argumentos para hacerlo, incluso para proclamarlo como un derecho. Y el volumen cierra con un posludio que, en alusión al rompimiento vivencial y afectivo del homosexual en el ámbito heterocentralizado en que vivimos, retoma el peso de la reflexión y la metáfora para discutir y concluir lo que, sin duda, es la problemática central que motivó la investigación bibliográfica y de campo: las numerosas semánticas del cuerpo, del placer, del deseo y de las denominaciones del soy, del eres y del son sexoeróticos, que derivan en vivencias plurales, algunas liberadoras, tranquilizadoras, integradoras, renovadoras… pero muchas de ellas también lacerantes, demoledoras y que se prestan al juego de la manipulación no sólo ideológica sino también afectiva, familiar y de pareja. Finalmente, es en la ambigüedad de estar y no ser parte, y de ser pero no estar en plenitud, donde cotidianamente y a lo largo de muchos años se cocinan miedos y rechazos que siguen dando cabida a la homofobia, a la discriminación, a la ignorancia que orilla a la confrontación, pero también se maceran y maduran esperanzas, rebeldías, osadías, subversiones y teatralizaciones alternativas.

    Ahora bien, aunque no en todos los capítulos aparecen fragmentos de los testimonios recogidos durante varios años, todo el libro debe a los participantes las diferentes reflexiones que se ofrecen, en tanto que fueron vitales para comprender finalmente, como se dijo en párrafos anteriores, que toda la sexualidad es como el mar: uno y múltiple... imparable, inabarcable, insondable; para reconocer que el mar y la sexualidad pueden ser (y han sido) significados, descritos y dibujados de numerosas formas, las más de las veces mediante estereotipos, caricaturas y rasgos impresionistas que muchas veces, más que metaforizar, distorsionan los contenidos. Sin embargo, mientras que las caricaturas y los estereotipos no condicionan ni estorban ni influyen al mar, la sexualidad inevitablemente se ve improntada, permeada, presionada, afectada y socavada por las caricaturas y los estereotipos lacerantes y miserables que la simplifican y que, por lo mismo y con irritante frecuencia, llegan a tergiversar y torcer el hacer y el decir de un investigador, de un terapeuta o de un observador casual y desprevenido… afectando al sujeto social que se debate entre sonreír y aguantar… entre ser y obedecer.


    ¹ Alea… la fuerza de la aleatoriedad.

    ² Frans de Waal, El mono que llevamos dentro, 2007, p. 256.

    ³ Una primera y reducida versión del capítulo Los sujetos del deseo se presentó como ponencia en el VII Congreso Nacional de Educación Sexual y Sexología, organizado por FEMESS en Oaxtepec, Morelos, en septiembre de ²⁰⁰⁹; una versión anterior de Los resonantes circuitos de la homofobia (menor y con otro nombre: Homofobia: patología y agente patógeno), escrita en coautoría con Luis Guillermo Juárez Martínez, se expuso en foros de debate, y una primera y más reducida versión, con el título Homofobia: enfermedad y germen, se publicó en ²⁰⁰⁵ en la Revista de Estudios de Antropología Sexual, pp. ³³-⁴² (Lizarraga Cruchaga, ²⁰⁰⁵).

    ⁴ Una primera versión (de unas escasas quince cuartillas) se presentó como conferencia magistral en la IX Semana Cultural de la Diversidad Sexual, que se realizó en Monterrey en mayo de ²⁰¹⁰, versión que se entregó para su publicación en las Memorias del encuentro.

    EROS, MISOS Y FOBOS

    Ahora sabe que la identidad personal es una torre demasiado frágil para sostenerse por sí sola, sin testigos cercanos que la certifiquen ni miradas que la reconozcan.

    Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos

    LOS SUJETOS DEL DESEO

    El deseo es inherente a toda materia, pues toda materia se atrae y se repele desde sus mismos adentros, a la vez que atrae y repele a las otras materias. Y el ser, que sería la materia viviente y consciente de su propia vida, está todo él ocupado por el deseo, es concentración de deseo limitado por la piel.

    Jesús Ferrero, Las experiencias del deseo. Eros y misos.

    El primate humano es singularmente paradójico:¹ en tanto que mamífero es egocéntrico, se tiene a sí mismo como referente y como prioridad sobre todo lo demás, y como animal gregario es sociocéntrico, no puede sobrevivir por sí solo, sin las relaciones e incluso las jerarquías internas de un orden en la manada, en el grupo… y para conseguir dicho orden social, el animal humano se crea referentes que van más allá de sí mismo, referentes sociales y culturales —alguno incluso con larga historia—, a los que se obliga a ajustarse, a los que con frecuencia se aferra para no extraviarse aunque con frecuencia lo atormenten, le duelan y perturben su conciencia de sí mismo, hiriéndola gravemente; y también se impone límites, controles para la acción individual en la dinámica del grupo… límites que constantemente intenta evadir, violentándolos. Así también, a la par que se denomina a sí mismo sapiens, porque su mente es compleja y le permite pensar, evaluar y valorar, razonar, crear, controlar y significarse a sí mismo tanto como significar todo aquello que le rodea (incluidos, por supuesto, los demás individuos del grupo), dándole con ello un sentido para sí al mundo, a las cosas y al momento, también es demens, porque es capaz de soñar absurdos, imaginar lo inimaginable y hacer lo insospechado, lo absurdo quizá, lo más inadecuado e irracional, y porque tan pronto se encierra en sí mismo en soliloquios inquietantes o tranquilizadores como se deja llevar como un borrego más en un rebaño conducido por alguien o algo que no termina de comprender, incluso también se da el lujo de dudar del momento en que respira (¿duda neurótica?), de estallar en alegrías pirotécnicas (¿expresión maniaca?), y es dominado por temores y pánicos angustiantes (¿ansiedad?) o se hunde en una parálisis, cuyas raíces no alcanza a ubicar concretamente (¿depresión o crisis de los deseos?).² No, el animal humano no es sólo un mono sabio, también es un primate delirante… Al respecto, cabe recordar las palabras de Edgar Morin:

    La idea de que se podría definir Homo adjudicándole la calidad de sapiens, es decir, la de ser razonable y sabio, es una idea poco razonable y poco sabia. Homo también es demens: manifiesta una afectividad extrema, convulsiva, con pasiones, cóleras, gritos, cambios de humor; lleva en sí mismo una fuente permanente de delirio [...].

    La locura humana es fuente de odio, crueldad, barbarie, ofuscación. Pero sin los desórdenes de la afectividad y los excesos de la imaginación, sin la locura de lo imposible no habría impulso, creación, invención, amor, poesía.

    El hombre es, pues, un animal que no sólo carece de la suficiente razón sino que también está dotado de sinrazón.³

    Somos, qué duda cabe, un animal sorprendente que se permite sobreponerse a los miedos y a los abandonos, que se deja arrastrar por la curiosidad, por temores de muy diverso color, así como por pasiones intensas sobre las que rara vez se pone a reflexionar, porque entonces la pasión se debilita, se agota, se diluye; animales que generamos nuevas cadencias y ritmos cuando nos aplastan las rutinas, las desilusiones o las dificultades… y, sonriendo ante el espejo o ante una multitud, nos tomamos suficientemente en serio como para exigir respeto (¿a quién, si no es a nosotros mismos?), pero seguimos siendo tan impertinentes como para seguir adelante, caiga quien caiga, viviéndonos en un desear perpetuo, imparable, inevitable. Somos un primate permanentemente movido, zarandeado, texturizado por la frustración, la avaricia y la rendición, la inconformidad y la aceptación pasiva, los rechazos, las indolencias y los antojos repentinos, las apetencias sorpresivas, las ganas… los deseos.

    ANIMAL ANHELANTE: VIVIDOR DE DESEOS Y DESEADO

    El animal humano, que devino en especie hegemónica y planetizada tras el doble proceso de hominización y humanización (evolución e historia),⁴ comportamentalmente tiende, como cualquier ser vivo, al hedonismo, a la búsqueda del bienestar, pero no se satisface con eso, por lo que inevitablemente también tiende a la desmesura… que le permite volcarse en las mencionadas pasiones, perderse en sueños, embelesarse con sonidos, colores, formas e historias, y ponerse retos cada vez más difíciles de alcanzar… metas siempre un poco o mucho más allá.⁵ En nuestros contextos cotidianos, sin mayor profundidad de análisis, sin realmente una reflexión, solemos considerar que tanto el hedonismo como la desmesura no son cualidades, sino defectos, vicios quizá, fuentes de peligros sociales e individuales… ¿pecados? Pero detengámonos a pensar un momento, a hacer un rápido repaso de nuestras vidas y, por qué no, de la historia humana: el hedonismo es lo que nos ha movido a buscar o construir refugios (como a muchos otros animales), a crear obras de arte y museos, a buscar alimentos con variedad de propiedades, a preferir las comodidades, a descubrir e innovar medicamentos, a concebir calentadores de agua y mecanismos para producir aire cuando hace mucho calor, a aprovechar los momentos de oportunidad, a disfrutar de ciertos lugares para construir o hacer ejercicio o contemplar sin obligación de nada, y entre muchos posibles bienestares, a experimentar formas agradables de estar con alguien, vincularnos emocional y eróticamente con otros (de lo que con frecuencia depende la reproducción de la especie), y la desmesura nos ha empujado hacia la agricultura, la ganadería, la escritura, la ingeniería, la exploración de territorios desconocidos, las travesías en avión y en submarinos, los trasplantes de órganos, los viajes al espacio, los teléfonos celulares, los DVD y la posibilidad de comunicarnos con inmediatez asombrosa, digital y virtualmente vía Internet, con amigos o parientes que están lejos, e incluso con muchos a los que probablemente jamás conoceremos personalmente. El hedonismo y la desmesura no son cualidades unívocas; también nos han hecho soberbios, prepotentes y petulantes, así como han favorecido el incremento de patologías, como la diabetes, y de trastornos, como la anorexia, desgracias como las guerras, los asesinatos en serie, el exterminio xenófobo o las barbaridades de los fundamentalistas… tanto la Santa Inquisición durante siglos, como el atentado del 11 de septiembre en el World Trade Center de Nueva York, pueden servirnos de ejemplos lamentables; y en todo ello, para lo que nos parece positivo y para lo que significamos como negativo, los deseos tanto razonables como delirantes son ingredientes imprescindibles. Por otra parte, aunque el hedonismo y la desmesura fueran cualidades unívocas y negativas, son inevitables, forman parte de nosotros mismos por evolución, por historia y por nuestras muy personales biografías… por más insignificantes que éstas puedan parecerles a otros.⁶

    Reconozcámoslo: somos un animal que disfruta su ser y su estar-siendo en el mundo (cuando las calamidades no nos arrastran a la tragedia: huracanes, terremotos, hambruna, pandemias, holocaustos…) y que le gusta disfrutar de una y mil maneras los momentos, los lugares y a los otros (plantas, animales, personas); siempre explorando, ideando, imaginando esas maneras llenas de matices, de perímetros diversos, de texturas y profundidades… de resonancias, tan intensas y significativas que se expanden por todo el planeta y por los calendarios. Sí, somos un animal permanentemente insaciable en sus apetitos, casi siempre insatisfecho y sacudido por los retos y los desplantes, las rebeldías, las quejas, los miedos, las proximidades y las distancias, por las rabietas, las inconformidades, las presunciones, los lamentos, los amores y los odios, los desprecios y los embelesos —sí, todo en plurales casi infinitos, potencialmente ilimitados—. Pero también somos un animal más o menos fácil de domesticar, al punto de que no pocas veces nos convertimos en títeres de nuestras propias creaciones y creencias, de nuestros hedonismos y desmesuras que, como sutiles fantasmas, nos sugieren atrocidades u osadías: de nuestros más oscuros o frágiles deseos; somos un animal que obedece con rigor casi matemático y que viola con descaro y prepotencia sus propias normas, que analiza y sueña y reflexiona y desvaría y conquista y se rinde y se deja llevar por las cadencias casi coreográficas de los otros, por las sonrisas de otros, por las impertinencias de un otro semejante, pero diferente… aunque tampoco cada uno de nosotros nos privemos de criticarlo incluso cuando no ha hecho nada ni ha abierto la boca o siquiera se ha percatado de que ahí estamos, de que existimos, pero, ¿podemos permitir y soportar mayor agravio que ése de no darse cuenta de quiénes somos? —se preguntarán algunos dando libre curso a un cinismo divertido o patético, según el caso—. Somos un animal que se crece constantemente por su capacidad de crear y organizarse, al tiempo que se deja avasallar, humillar y devaluar por el orden social que construye y por los dioses que venera, pero ante todo ello también se revela para recrear su orden y su mundo, para revolucionarlo una y otra vez, porque, sabios y locos como somos, sabemos que todo es perfectible… y desechable: porque sabemos, aunque no siempre queramos reconocerlo, que las verdades son tan efímeras como lo sea nuestra necesidad de creer en ellas o la utilidad que nos presten.

    Así, en una tensa y plural relación entre lo habitable (escenarios, entorno) y quien habita (organismos, grupos), se produce lo que se vive y cómo se vive (reacciones, respuestas, conductas, comportamientos, experiencias, vivencias). Sí, es en una relación tensa y a veces aparentemente relajada, siempre frágil, donde se da la indisoluble interacción entre las cualidades de las biologías-individuos (las endogenias)⁷ y las cualidades de los entornos-ambientes (las exogenias)⁸ en que nacen, se desarrollan y expresan los individuos y los grupos que configuran la especie, y esa relación tensa y plural deriva en comportamientos diversos, con frecuencia contradictorios, muchos de ellos renovadores, no siempre afortunados.⁹ No son sólo las cualidades de la especie (y de los individuos) las que nos hacen ser y nos permiten desear y estar en el mundo, son los intercambios entre los cuerpos y los entornos los que nos dan concreción, consistencia, así como le dan sentido y significado a la vida… al animal humano casi inaprehensible que somos. Y esos significados y sentidos hacen posible tanto la supervivencia (permanencia) de los grupos y de la especie como las vivencias enriquecedoras y fugaces que les permiten a los individuos abrir un abanico de disfrutes, gozos o alivios… Así, y casi sin saber cómo ni cuándo, nos percatamos de que la especie somos todos y en todo momento, y que mientras estemos vivos, existimos; luego entonces: estamos adaptados y siempre preparándonos para lo que ocurra en el próximo instante, en el más allá hipotético de los calendarios.

    De hecho, hablar de individuos o grupos desadaptados es hacer una desafortunada analogía con la idea de fracaso o de indeseable; más aún, es una manipulación ideológica, retorcida, de la noción de adaptación, que podemos manejar-significar como encaje, pero que no necesariamente tiene que suponer integración o mimetización: Lewis Carroll nos dejó bien claro que para que todo permanezca debe estar constantemente en movimiento, cambiando… idea que le permitió a Leigh van Valen postular en 1973 la hipótesis de la Reina Roja (o efecto Reina Roja).¹⁰ Los mal llamados grupos (o individuos) inadaptados son aquellos que, haciendo lo que hacen o viviendo como viven, a contracorriente pero deseando y buscando satisfacer sus deseos, consiguen encajar (a modo de cuña) en un fragmento de un mundo saturado de posibilidades y obstáculos; al hacerse de un fragmento de mundo que manipulan y transforman, lo transforman y hacen a su medida, y por consiguiente lo defienden como cualquier otro animal territorial defiende los territorios o huecos que consigue marcar como propios; consecuentemente, tales grupos e individuos, mal que bien, consiguen sobrevivir en un entorno que les resulta adverso: la resistencia y la rebeldía son maneras de encajar, formas de seguir vivos y actuantes, son adaptaciones producidas a fuerza de deseos y acciones, satisfaciendo siempre de manera parcial las necesidades que los momentos y los mismos deseos generan. ¿O es que las mujeres que a lo largo de la historia (a todas luces misógina) se revelan y llegan a generar un movimiento feminista son unas inadaptadas? ¿Los homosexuales somos unos inadaptados porque no encajamos los golpes de la homofobia y transgredimos el orden heterocentralizado y heteronormalizado? Difícilmente alguien con un poco de vergüenza y algo de sentido común podrá suponer que somos unos inadaptados, que las feministas son mujeres inadaptadas. Y podrán dar sus argumentos… de seguro mediados por creencias e ideologías más que cuestionables en términos de la especie y de su politipia y polimorfia. Desde la perspectiva de una antropología del comportamiento, no podemos menos que pensar siempre en términos de adaptación cuando hablamos de lo que hacen o dejan de hacer las mujeres, los negros, los homosexuales, los indígenas, los discapacitados, los miserables de la calle, los enfermos, los drogadictos, incluso los locos… categorías todas ellas permeadas por la discriminación, denominaciones que suponen infinitos significados y que, con frecuencia y a lo largo de una historia que se pierde en los ayeres más remotos, imprimen al individuo, al sujeto social, laceraciones que inevitablemente se transforman en quejas, protestas, rebeldías, levantamientos y luchas, tanto internas como al exterior… o que siembran tantos miedos en el ánimo, que debilitan, frustran y paralizan, degradan.

    Casi me atrevería a decir, arriesgándome a un largo, y probablemen­te eternizable, debate, que por lo menos en el caso del animal humano, la adaptación siempre hunde sus raíces y absorbe fuerza y posibilidad de darse a través de los deseos… puesto que la probabilidad de que los individuos —en grupo o solos— respondan de una y mil maneras a las bondades y a los obstáculos del entorno y de las situaciones, así como a los goces y a los trastornos emocionales, afectivos, que experimentan, se debe en gran medida a las numerosas y constantes emergencias del deseo y a la fuerza que éstos le dan para actuar, para acometer, para estimular ese potencial de agresividad (que no violencia) que se necesita no sólo para seguir estando, sino también para seguir siendo...¹¹ pues, como atinadamente apunta William B. Irvine:

    El deseo mueve al mundo. Está presente en el bebé que llora porque tiene hambre, en la niña que se afana por resolver un problema de matemáticas, en la mujer que corre al encuentro de su amante y más tarde decide tener hijos, y en la anciana que, encorvada sobre su andador, recorre a paso de tortuga el pasillo del asilo para recoger su correo. Desterremos el deseo de la faz de la tierra y tendremos un mundo de seres congelados, carentes de razones para vivir y para morir.¹²

    De ahí que sean tan básicas, fundamentales e imprescindibles las conductas que hacen posibles las complejas estrategias (personales, sociales, políticas, económicas) de vida de los individuos y pueblos, como también lo son aquellas conductas individuales y grupales sin aparente utilidad o sentido, como jugar o contemplar un paisaje o el cielo estrellado, como bailar o

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