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Independencia y educación: Cultura cívica, educación indígena y literatura infantil
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Libro electrónico533 páginas15 horas

Independencia y educación: Cultura cívica, educación indígena y literatura infantil

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Este libro centra su enfoque en el periodo de la Independencia, de 1750 a 1840. Esta época, antes, durante y después de la emancipación del reino de la Nueva España de la monarquía española, fue de cambios, innovaciones y conflicto en el ámbito educativo. Una obra más de la serie de antologías que busca ofrecer una muestra reducida pero representat
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
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    Independencia y educación - Dorothy Tank Jewel

    Primera edición, 2013

    Primera edición electrónica, 2013

    DR © EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C.

    Camino al Ajusco 20

    Pedregal de Santa Teresa

    10740 México, D.F.

    www.colmex.mx

    ISBN (versión impresa) 978-607-462-444-1

    ISBN (versión electrónica) 978-607-462-591-2

    Libro electrónico realizado por Pixelee

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL

    INTRODUCCIÓN

    I. LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO: CENTRO DE IDENTIDAD NACIONALISTA EN EL SIGLO XVIII

    II. LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA Y DE LA ESCRITURA EN LA NUEVA ESPAÑA, 1700-1821

    Introducción

    La lectura

    La escritura

    Bibliografía

    III. EL PRIMER LIBRO DE TEXTO GRATUITO EN MÉXICO: LA BIOGRAFÍA DE UNA MUJER INDÍGENA PUBLICADA EN 1784

    Libro de texto para niños indígenas

    Libro de texto y fuente de historia social

    Bibliografía

    IV. SIETE INNOVACIONES Y UNA FALACIA SOBRE LA EDUCACIÓN ELEMENTAL DURANTE LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

    La situación educativa en 1770

    El pueblo de indios como educador

    El ayuntamiento como educador

    Los grupos filantrópicos como educadores

    La prensa y la opinión pública sobre la educación

    Las Cortes de Cádiz y el papel del Estado en la educación básica

    Los nuevos métodos mexicanos de alfabetización

    Los textos escolares mexicanos

    Una falacia en relación con la educación elemental

    Conclusión

    V. EL PRIMER LIBRO RECREATIVO PARA NIÑOS EN MÉXICO, 1802

    Características de la literatura para niños antes de 1750

    Surge el primer libro recreativo para niños en Chamacuero, Guanajuato

    Fábulas morales de José Ignacio Basurto

    Las fábulas de Basurto después de 1802

    VI. EL SIGLO DE LAS LUCES

    Una celebración en el virreinato

    Una crisis educativa y política: la expulsión de los jesuitas

    Las instituciones ilustradas, centros de rivalidad entre criollos y peninsulares

    La Escuela de cirugía

    La Academia de San Carlos

    La cátedra de botánica

    El Colegio de Minería

    Cambios en la educación indígena

    Escuelas gratuitas e innovaciones pedagógicas

    Las Cortes de Cádiz y la educación

    La vida escolar

    Al comenzar el siglo XIX

    VII. PUEBLO DE INDIOS

    (Definición)

    Orientación bibliográfica

    VIII. LOS PUEBLOS Y LAS ESCUELAS EN LOS ALBORES DE LA INDEPENDENCIA

    Los pueblos de indios en medio de la guerra, 1810-1813

    Vigencia de la Constitución de Cádiz, 1813-1814

    Intentos de recuperación, 1815-1819

    Escuelas y Ayuntamientos constitucionales, 1820-1821

    Conclusiones

    Epílogo

    Bibliografía

    IX. ESTADÍSTICAS EDUCATIVAS Y POBLACIONALES, 1750-1840

    X. LOS CATECISMOS POLÍTICOS: DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA AL MÉXICO INDEPENDIENTE

    Catecismos políticos en tiempos de las Cortes de Cádiz

    Los catecismos políticos en el México independiente, 1821-1835

    Los catecismos de Ackermann

    Epílogo

    XI. LA VIDA ESCOLAR ANTES Y DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA

    El papel de la educación en la sociedad

    La vida escolar

    Bibliografía

    XII. ILUSTRACIÓN y LIBERALISMO EN EL PROGRAMA DE EDUCACIÓN PRIMARIA DE VALENTÍN GÓMEZ FARÍAS

    Términos educativos de la época

    Legislación educativa de las Cortes de Cádiz y de México independiente, 1812-1823

    Gómez Farías y su contacto con proyectos nacionales y leyes estatales referentes a la educación entre 1821 y 1833

    Pasos inmediatos a la legislación de octubre de 1833

    Las leyes de 1833 referentes a la educación primaria

    Lo realizado en el campo de la educación primaria durante 1833-1834

    Siglas y referencias

    XIII. LAS ESCUELAS LANCASTERIANAS EN LA CIUDAD DE MÉXICO: 1822-1842

    ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TEMÁTICO

    SOBRE EL AUTOR

    COLOFÓN

    CONTRAPORTADA

    INTRODUCCIÓN

    Apenas vuelto Cristóbal Colón a España, después de haber encontrado las tierras que pensaba eran de la India, el papa Alejandro VI se dirigió al rey Fernando y a la reina Isabel en un documento conocido como la Donación papal. En mayo de 1493, el pontífice concedió a España los territorios al oeste de las Azores y al mismo tiempo mandó a los reyes que en virtud de santa obediencia [...] procuráis enviar a dichas tierras firmes e islas, hombres buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos, para que instruyan a los susodichos naturales y moradores en la fe católica y les enseñen buenas costumbres. Así, el cumplimiento de estas obligaciones educativas significaría que los monarcas tendrían justos títulos para controlar las regiones americanas concedidas por el papa.

    Para cumplir con los justos títulos la Corona asignó dinero y hombres a la educación indígena en los 300 años de la época virreinal: durante el siglo XVI a cargo de las órdenes religiosas; en el siglo XVII por los frailes y el clero diocesano en las parroquias; y en el siglo XVIII por medio de las autoridades civiles y leyes reales, que promovieron el establecimiento de escuelas de primeras letras, financiadas por las cajas de comunidad, en los pueblos de indios.

    También para los indios y para los demás habitantes de la Nueva España, maestros particulares, ayuntamientos y agrupaciones filantrópicas financiaron y dirigieron escuelas elementales; preceptores laicos y religiosos encabezaron el nivel medio de la enseñanza de la gramática latina y retórica (conocido como humanidades); en el siguiente nivel de tres años, los jesuitas enseñaron lógica, ciencias y metafísica (artes) en 21 ciudades y villas del virreinato; la Universidad de México, los seminarios diocesanos y las instituciones reales de arte, medicina, botánica y minería ofrecieron estudios del nivel superior.

    Esta antología centra su enfoque en el periodo de la Independencia, de 1750 a 1840. Esta época, antes, durante y después de la emancipación del reino de la Nueva España de la monarquía española, fue de cambios, innovaciones y conflicto en el ámbito educativo. El libro presenta 13 artículos relativos a la educación en este periodo. Los textos se distribuyen de la siguiente manera: seis artículos sobre la enseñanza en Nueva España antes de la Independencia; tres textos referentes a actividades educativas durante la insurgencia; y cuatro trabajos acerca de la educación después de 1821 en los Estados Unidos Mexicanos. Para facilitar la comprensión de este desarrollo los textos se han colocado según el orden crono­lógico de su contenido.

    Los artículos presentan varios temas relacionados con la educación que cobraron vigencia en distintos momentos del periodo, los cuales se pueden agrupar según las siguientes categorías:

    Vista general de los tres niveles de la educación de 1750 a 1821

    El siglo de las luces

    La educación y el desarrollo del sentido de identidad nacionalista

    La Universidad de México: centro de identidad nacionalista en el siglo XVIII

    Pueblo de indios (definición)

    Los pueblos y las escuelas en los albores de la Independencia

    Los catecismos políticos: de la Revolución francesa al México independiente

    Nuevos métodos de enseñanza

    La enseñanza de la lectura y de la escritura en la Nueva España, 1700-1821

    El primer libro de texto gratuito en México. La biografía de una mujer indígena publicada en 1784

    Siete innovaciones y una falacia sobre la educación elemental antes de la Independencia

    El primer libro recreativo para niños en México, 1802

    Los niños dentro y fuera de la escuela

    Estadísticas educativas y poblacionales, 1750-1840

    La vida escolar antes y después de la Independencia

    Las escuelas lancasterianas en la Ciudad de México: 1822-1842

    La educación liberal

    Ilustración y liberalismo en el programa de educación primaria de Valentín Gómez Farías

    Espero que esta antología contribuya a avanzar en el conocimiento del papel que ha desempañado la educación en el proceso histórico mexicano. La comprensión de nuestro pasado no puede quedarse solamente en el estudio de los acontecimientos políticos y económicos —la historia de bronce y de billetes—, sino que necesariamente debe incluir la historia social y cultural. La historia educativa se destaca en especial en estos dos aspectos, el social y el cultural, que en realidad es la historia en la que ha participado la mayoría de los habitantes.

    La influencia del Estado y la Iglesia en la historia de la educación en México es un hecho evidente; también, la situación económica y política es un hecho primordial en el éxito o fracaso de los proyectos educativos planeados durante todas las épocas. Tomar estas realidades en cuenta y combinarlas con la presencia de los anhelos y necesidades de los habitantes en una población heterogénea ha sido y seguirá siendo un desafío no sólo para los historiadores, sino también para los gobiernos, las Iglesias, la sociedad civil y las familias, ahora y en el futuro.

    I. LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO: CENTRO DE IDENTIDAD NACIONALISTA EN EL SIGLO XVIII

    [1]

    A mediados del siglo XVIII, durante un periodo de 40 años, la Universidad de México tomó el liderazgo para elaborar y divulgar la identidad nacionalista. Se realizó esto por medio de publicaciones en torno al tema de la excelencia intelectual de los habitantes de la Nueva España, en respuesta a la crítica europea sobre el nivel cultural y educativo del virreinato.

    Durante esta época se estaban desarrollando en la Nueva España varias maneras para expresar sentimientos patrióticos y nacionalistas, como el guadalupanismo, el indigenismo prehispánico y el orgullo por las riquezas minerales y la opulencia urbana.[2]

    Además de estos temas, la Universidad promovió una cuarta manifestación del espíritu nacionalista. Por medio de este movimiento, que podemos llamar de nacionalismo intelectual, se presentaron al público ideas sobre el alto nivel intelectual y académico de los moradores de la Nueva España, excelencia de los ingenios que estaba estimulada por la peculiar ubicación geográfica y situación climática del país.

    En este trabajo examinaremos seis de estas obras escritas por profesores y alumnos de la Universidad de México entre 1745 y 1784. A mediados del siglo, la Universidad estaba en su apogeo. Tenía alrededor de 500 alumnos que estudiaban en cinco facultades: artes (filosofía), medicina, jurisprudencia, cánones y teología. Los 23 catedráticos recibían su salario del patronato de la Universidad que el rey había dotado desde el siglo XVI.[3] En los concursos de oposición para las cátedras, a menudo había hasta 50 candidatos, y por eso, aun los intelectuales más destacados tenían que concursar más de una vez para ganar un puesto como profesor.[4]

    Todo empezó con 12 frases escritas en latín que publicó en España un canónigo de la catedral de Alicante. En 1735, Manuel Martí, como era costumbre entre los literatos europeos, imprimió las cartas que había escrito en su vida. Entre estas misivas latinas se incluía una dirigida a un joven que pretendía irse a vivir a América. Martí le advirtió que no debía ir a la Ciudad de México, porque ahí no había libros, bibliotecas, maestros o estudiantes y ni siquiera personas con deseos de aprender. Para Martí, México era un lugar sin cultura, donde reinaba una horrenda soledad que hacía imposible cultivar el espíritu.[5]

    Varios universitarios, ofendidos por el insulto, se organizaron para rebatir la calumnia. La primera respuesta fue de un joven médico, José Gregorio Campos Martínez. En la ceremonia para la inauguración de cursos en noviembre de 1745, frente a alumnos y profesores universitarios y estudiantes de otros colegios de la capital, Campos declamó en latín la necesidad de contestar estos insultos de los envidiosos, este colosal ultraje.[6] Pero no sólo proclamó una defensa de la Universidad, sino la extendió a todos los habitantes del virreinato. Según el orador, los universitarios debían dirigir la cruzada porque el honor nacional que se alcanzó con muchos trabajos, mucha preocupación y esfuerzo [...] fue entregado a ustedes [...] a ustedes confió la gloria, el honor y la reputación de todos los ciudadanos [...] En verdad, lo que está en juicio [...] es la suerte de todos los ciudadanos, sus recursos y sus riquezas. Campos recalcó que era necesario resaltar los logros intelectuales de los universitarios como parte de una defensa más amplia. Decía que al tachar la carta, cumplirán con su deber respecto a su patria, a sus antepasados y a sí mismos.

    El claustro universitario decidió imprimir el discurso de Campos y enviarlo al rey Fernando VI, con la petición de que tratara con severidad hacia los maldicientes. El discurso circuló entre el público de la ciudad como un folleto.

    Otro sobretiro que se publicó en 1746, pocos meses después del discurso de Campos, también se divulgó ampliamente. Esta segunda publicación fue diseñada para informar y exaltar los logros de los graduados de la Universidad de México. Las 32 páginas, escritas en latín, formaron el prólogo de un libro de texto de teología escolástica. Su autor, el catedrático universitario Juan José de Eguiara y Eguren, utilizó el gran tomo teológico como vehículo para incluir al principio una alabanza al éxito de los académicos mexicanos. El título del prólogo, en letras tipográficas muy grandes, proclamaba: La Real y Pontificia Universidad de México, esplendor máximo de América Septentrional, con los más famosos graduados, renombrados en el mundo entero.[7]

    Eguiara presentaba los nombres de 280 universitarios que habían lucido como obispos, sacerdotes, juristas, letrados, profesores en América y en España, poetas, teólogos, historiadores y lingüistas. Señalaba con completas citas bibliográficas lo que 21 autores americanos y europeos habían opinado sobre los logros intelectuales de los habitantes del virreinato. Después de las 32 páginas de Eguiara, se publicó la aprobación del texto teológico escrito por el sacerdote Julián Gutiérrez Dávila, en la cual rechazó satíricamente a Manuel Martí y presentó una alabanza a las dotes intelectuales del autor Eguiara y Eguren. Se incluyó, además, el tema de la influencia bondadosa del ambiente natural sobre los cerebros de los moradores de México y mencionó la falta de empleos dignos para los talentosos americanos.

    Durante los siguientes años, Eguiara y Eguren trabajó afanosamente. Escribió cartas a intelectuales de todo el virreinato, de Durango hasta Yucatán, y de La Habana, Guatemala y Caracas, avisándoles del insulto de Martí y pidiéndoles información sobre los autores y obras de los literatos de cada región. De esta manera iba construyendo entre los intelectuales de la región un espíritu de unidad y cohesión como defensores de la patria.[8] Vendió varias propiedades para poder financiar la compra de una imprenta en Europa y así imprimir personalmente su magna obra, una recopilación bibliográfica de todo el virreinato, escrita en latín, bajo el título de Bibliotheca Mexicana.

    En 1755 salió la obra en que Eguiara escribió en latín 20 capítulos o prólogos en refutación a Martí y luego, en orden alfabético, presentó las biografías y obras de los autores que se habían destacado en el virreinato. Debido al enfoque histórico y el contenido de los prólogos, se puede considerar a la Bibliotheca Mexicana como el primer libro de la historia de la Nueva España.[9] En las primeras páginas explicó a sus lectores la indignación y cólera que le había causado la carta del canónigo español. Además, Eguiara, quien había sido rector de la Universidad, explícitamente asumió la tarea de responder no sólo por parte de su institución, sino para vindicar de injuria tan tremenda y atroz a nuestra patria y a nuestro pueblo, y propuso aniquilar, detener, aplastar y convertir en aire y humo la calumnia levantada a nuestra nación. En cada prólogo contestaba las críticas de Martí, informando sobre los colegios, las bibliotecas, los catedráticos y los autores de la Nueva España. A diferencia de su ensayo de 1746, ahora Eguiara presentó a varios literatos que no eran graduados de la Universidad, como sor Juana Inés de la Cruz.[10]

    Lo insólito y nunca antes visto de su enfoque fue que incluyó en su historia los logros culturales de los indígenas prehispánicos. Para Eguiara, la historia de México no era únicamente la historia de los españoles y tampoco la que había comenzado en 1521, sino que era el conjunto de lo realizado por indígenas y criollos durante más de 500 años; era un proceso continuo, antes y después de la Conquista. Prueba de este nuevo y asombroso concepto histórico fue el hecho de dedicar siete de los 20 prólogos a las instituciones educativas, legales, religiosas y literarias de los antiguos mexicanos y de destacar a varios poetas, astrónomos y músicos de la cultura prehispánica.

    En esta obra Eguiara concibió a todo el territorio de la Nueva España como la América Mexicana, aunque a veces se refería en los prólogos a la América Boreal o a la América Septentrional. Escogió nombrar a todos sus habitantes como mexicanos y poner como título de su libro la Bibliotheca Mexicana.

    La razón de haber llamado mexicana a esta biblioteca está declarada en su mismo título y refrendada por la costumbre geográfica en virtud de la cual se designa a toda esta región de la América Septentrional con el calificativo de mexicana, tomado del nombre de su más famosa y principal ciudad; sujetándonos nosotros a dicha costumbre y habiendo de tratar de los escritores que florecieron en la América Boreal, intentaremos abarcarlos bajo el indicado título.[11]

    Además, Eguiara explicó que intencionalmente llamaba a los habitantes del virreinato mexicanos, y así aplicaba el término a personas que vivían lejos de la ciudad capital; por ejemplo, en la audiencia de Guadalajara, en Durango, o Sonora. Él mismo aclaró este uso de la pa­labra mexicano:

    Entiéndase que los que llamamos de nación mexicanos son los nacidos en América, a menos que expresamente digamos haber sido hijos de padres indios, por lo que el lector no debe extrañarse de ver calificados de mexicanos en nuestra obra a algunos escritores que otras bibliotecas registran como hispanos. Ambos criterios son igualmente exactos: son españoles en efecto, si se entiende a su origen y sangre, pues lo fueron sus padres, y mexicanos, por haber nacido en suelo de México o de la América mexicana.[12]

    De esta manera, a mediados del siglo XVIII, 70 años antes del establecimiento de los Estados Unidos Mexicanos, Eguiara divulgaba la idea de llamar a todos los habitantes de la Nueva España mexicanos y, por extensión, de llamar México a toda la vasta región. Esta unidad geográfica se combinaba con una unidad demográfica: los moradores, tanto los indígenas y los habitantes de la ciudad capital, como los pobladores de cualquier parte del virreinato, eran todos mexicanos. Por medio de la Bibliotheca Mexicana el autor promovía este vocabulario patriótico y nacionalista con el uso del término mexicano y no utilizaba, como otros escritores, la designación de españoles americanos.

    Aunque Eguiara en su obra no utilizó el argumento de que la ubicación geográfica de México propiciaba superiores intelectos, esta idea fue expresada en un ensayo previo a los 20 prólogos. Escrito por el amigo de Eguiara, el jesuita Vicente López, se declaraba que

    para alentar los ingenios, entre los diversos climas del orbe, ninguno es más apto que el cielo de México; de suerte que los que han conocido la antigua Atenas y ahora contemplan la Ciudad de México, las consideran muy allegadas en semejanza por la benignidad de su cielo y de sus aires con que sustenta, afina la perspicacia, habilidad y grandeza de sus ingenios.[13]

    Aun antes de las teorías del conde de Buffon y de Cornelio de Paw sobre la degenerada condición de todo lo que vivía en el Nuevo Mundo, algunos mexicanos estaban exponiendo ideas sobre la influencia benéfica de la geografía americana sobre los cerebros.

    Uno de los dictaminadores reconoció que la magnífica obra de historia cultural del rector de la Universidad de México era una defensa de la vida educativa e intelectual de todo el virreinato: "En bien de la patria y en pro del buen nombre de esta América Septentrional, engalanó [Eguiara] esta riquísima Bibliotheca, en la [que] manifiestamente da a saber que nuestra América no sólo abunda en oro y plata [...] con que abastece a España y, más aún, a toda Europa, sino que también de innúmeros varones, preclaros por su nobleza, piedad y doctrina".[14]

    La trilogía latina del nacionalismo intelectual (dos de 1746 y la Bibliotheca Mexicana en 1755), en la cual los universitarios rechazaban la calumnia de Martí y pregonaban la excelencia de la vida intelectual de México, fue seguida por tres obras escritas en español por académicos que también fomentaban la identidad nacionalista.

    El clima político cambió radicalmente en torno a la posición privilegiada de la Universidad con el régimen de Carlos III. Entre 1760 y 1775 se promovió la sustitución de criollos por peninsulares en los puestos civiles y eclesiásticos de la Nueva España. La expulsión de los jesuitas en 1767 significó la pérdida de unos 120 educadores criollos de gran talento y capacidad en los colegios jesuitas de 21 ciudades y villas del virreinato.[15] La supervisión gubernamental y el control de las universidades en España amenazaban con extenderse a la Universidad de México. Posiblemente para defenderse de esta nueva práctica de la intervención real en los asuntos universitarios, y porque ya no había ejemplares de la última ley reglamentaria de la Universidad de México, expedida en 1645, en 1775 el claustro decidió reimprimir las constituciones. Se aprovechó la ocasión para añadir como introducción un ensayo sobre los logros de los graduados universitarios. Esta letanía de los intelectuales mexicanos fue escrita ahora en español, y no en latín, como había aparecido anteriormente en el prólogo del texto teológico de 1746 o en la Bibliotheca Mexicana en 1755.

    Su enfoque era menos amplio, ya que se pregonaban únicamente las hazañas de los académicos, especialmente los más recientes. El autor de la introducción era Pedro Rodríguez Arizpe, catedrático de la Universidad, canónigo de la catedral y amigo del difunto Eguiara y Eguren (muerto en 1763). Basándose en los archivos universitarios y en las obras de Eguiara, señalaba los más destacados intelectuales y anotaba que la causa de abundar en esta América tantos grandes ingenios es beneficio del cielo, el sol y el suelo, que, como de Atenas dice la fama, contribuyen a formar un temperamento de suave proporción para habilitar en sus ejercicios las potencias.[16]

    La influencia del aire mexicano daba a Rodríguez el pretexto para celebrar a Sor Juana, que no era graduada pero sí receptora de los beneficios del clima. Incluía en la lista a hombres contemporáneos, como José Ignacio Bartolache, Juan Benito Díaz de Gamarra, Joaquín Velázquez de León y Antonio López Portillo. En este sentido, la introducción sirvió para poner al corriente la letanía de intelectuales y divulgarla con más facilidad y relevancia a los coetáneos, por estar escrita en castellano y tratar principalmente de personas del siglo XVIII. Rodríguez proclamaba que los notables graduados mostraban

    eficaces pruebas de que esta incomparable Academia, gobernada por los adjuntos estatutos, ha tenido desde su erección hasta el año presente, no sólo laudables, sino maravillosos progresos, que con la real protección de que se gloria no decaerá en lo futuro, mereciendo que se diga siempre de nuestro México, por la formal brillantez y abundancia de sus ingenios y magníficas producciones de letras, lo que por su material opulencia y hermosura.

    Al año siguiente el tono optimista había cambiado a pesimismo. La Universidad, el Ayuntamiento de la Ciudad de México y el cabildo eclesiástico habían recibido dos reales cédulas de 1776 que ordenaban, según la Universidad, que los patricios de estos reinos no obtengan las dignidades de sus iglesias catedrales. Se convocó a una reunión del claustro universitario para discutir la gravedad del punto, y se comisionó a dos profesores, ambos clérigos, a preparar una protesta al rey.[17]

    El documento, en manuscrito de 20 páginas, resumió la queja de la Universidad en contra de limitar a una tercera parte la participación de los americanos en los puestos en los cabildos de las catedrales, de nombrar a un peninsular al puesto de deán en México y de proponer a europeos para los tribunales civiles y eclesiásticos en América. Reclamaba que la legislación tradicionalmente había ordenado que para los puestos se prefirieran a los graduados de la Universidad sobre los naturales de la Europa. La limitación de esos premios significaba que estos sujetos de antigüedad, mérito y aptitud son el común lamento del reino porque, después de una penosa [y] dilatada carrera, no han podido llegar a terminar con el descanso y honor de empleos. La falta de puestos para los abogados y sacerdotes desanimaba a los alumnos y causaba que los destacados intelectuales fueran el objeto de la compasión y tal vez del desprecio casi inseparable de la pobreza. La Universidad solicitó que, no obstante las reales resoluciones, se permitiera a los indianos obtener puestos altos en América y que se respetara la legislación antigua. La representación de la Universidad, con fecha de mayo de 1777, precedió por dos meses la protesta del Ayuntamiento de la Ciudad de México a Carlos III sobre el mismo tema.[18] No se ha registrado la respuesta del rey a la Universidad, pero al cabildo municipal le ordenó dejar de enviar quejas infundadas.[19]

    Finalmente, un graduado de la Universidad, Francisco Xavier Clavigero, cuando publicó en 1780 la Historia antigua de México sobre la cultura indígena prehispánica, dedicó la obra a la Universidad de México, el cuerpo literario más respetable de ese Nuevo Mundo.[20] Con tono patriótico, el jesuita exiliado en Italia explicó que su libro era un esfuerzo atrevido de un ciudadano que, a pesar de sus calamidades, se ha empleado en esto por ser útil a su patria. Recordó, con sagrado respeto, que se guardaban en el aula mayor de la Universidad los retratos de los varones famosísimos que ilustraron así la Nueva como la antigua España y que se oían los nombres inmortales de Veracruz, Hortigosa, Naranjo, Cervantes, Salcedo, Sariñana, Siles, Sigüenza, Bermúdez, Eguiara, Miranda, Portillo, etc., que harían honor a las más célebres academias de la docta Europa. Después de alabar vuestro relevante mérito, Clavigero pidió a la Universidad que promoviera el estudio de la historia de nuestra patria y que volviera a tener un profesor de antigüedades.

    Yo espero que vosotros, que sois en ese reino los custodios de las ciencias, trataréis de conservar los restos de las antigüedades de nuestra patria, formando en el magnífico edificio de la Universidad, un museo [...] en donde se recojan las estatuas antiguas [...] las armas, las obras de mosaico [...] las pinturas mexicanas [...] y sobre todo, los manuscritos así de los misioneros [...] como los de los mismos indios.[21]

    La campaña universitaria para promover el conocimiento y respeto de los logros de sus graduados y de todos los habitantes de la Nueva España había tenido éxito, por lo menos en uno de sus hijos, que era, probablemente, el intelectual mexicano más reconocido en Europa.

    Mientras tanto, en la Nueva España iba tomando forma la segunda etapa del movimiento de nacionalismo intelectual. Los habitantes no sólo expresaban orgullo en el nivel cultural y académico del virreinato, sino que se quejaban de la falta de puestos para los criollos y del favoritismo a los peninsulares. Ahora el pleito no era con los autores europeos que calumniaban el nivel cultural de México, sino con los abogados, contadores, militares, eclesiásticos y profesores que llegaron de España al final del siglo XVIII para ocupar los empleos que los criollos pensaban que merecían debido a su talento y lealtad.[22]

    El desarrollo del nacionalismo intelectual en la Nueva España a partir de 1745 significó que, antes del resto de la América española e inglesa, los universitarios entraran en la polémica que se ha denominador disputa del Nuevo Mundo.[23] De manera organizada, la Universidad de México tomó la delantera para defender a los mexicanos del desprecio europeo. Sus opositores no eran Buffon o Paw, que divulgaron sus teorías en la década de los años setenta, ni su temario era la supuesta inferioridad del mundo natural y animal en América, sino que se dirigió a contestar desde los cuarenta a Manuel Martí, y su punto de controversia era la capacidad intelectual de la población mexicana.

    Alfonso Reyes, al comentar la Bibliotheca Mexicana, ha señalado lo que creemos se puede aplicar no sólo al libro de Eguiara sino a todo el movimiento para defender y destacar el nivel intelectual de los habitantes de la Nueva España: que la base documental es valiosísima y el espíritu de la obra es ya nacional.[24]

    NOTAS AL PIE

    [1] En David Piñera Ramírez (coord.), La educación superior en el proceso histórico de México, tomo I, Panorama general, épocas prehispánica y colonial, México, Secretaría de Educación Pública, Universidad Autónoma de Baja California, Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, 2001, pp. 267-274.

    [2] Jorge Alberto Manrique, Del Barroco a la Ilustración, en Historia general de México, tercera reimpresión, México, El Colegio de México, 1998, vol. 1, pp. 647-672.

    [3] Juan José de Eguiara y Eguren, Prólogos de la Biblioteca Mexicana, traducción del latín al español por Agustín Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 102.

    [4] Un ejemplo de la competencia para ocupar las cátedras en la Universidad de México se ve en la vida de Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763). Después de haber obtenido el grado de bachiller en artes, en 1709 (filosofía o estudios mayores de lógica, física y metafísica), pasó a la Universidad, donde estudió cuatro años en la facultad de teología para obtener el grado de bachiller en teología, en 1712. Por nueve años, entre 1713 y 1722, fue catedrático sustituto de retórica, teología y sagrada escritura. Durante estos años participó en diez ocasiones en las oposiciones para las cátedras de filosofía, teología y retórica (1709, 1715 [tres veces], 1717 [dos veces], 1720, 1721 [dos veces ] y 1722). En 1723 ganó la cátedra de vísperas de filosofía, contra 96 opositores; en 1724 ganó la cátedra de vísperas de teología, y en 1738, en una competencia de 49 opositores, ganó la cátedra de prima de teología. Noticia biográfica de Don Juan José de Eguiara y Eguren, en Juan José de Eguiara y Eguren, Prólogos a la Biblioteca Mexicana, 2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 23-51.

    [5] Ibid., pp. 55-58

    [6] José Gregorio de Campos y Martínez, Oratio Apologetica Quae Velut Supplex Libellus Potentissimo Hispaniarus Regi, México, Imprenta de María de Rivera, 1746. Agradezco a Chantel Melis la traducción del latín al español de este discurso de Campos. Se analiza este escrito de Campos en Dorothy Tanck de Estrada, La Universidad a la carga: orígenes de la Bibliotheca Mexicana en 1746, en Historia y nación. Historia de la educación y enseñanza de la historia, Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.), México, El Colegio de México, 1998, pp. 39-46.

    [7] Juan José de Eguiara y Eguren, Selectae Dissertationes Mexicanae ad Scholasticam Spectantes Theologiam, México, Imprenta de la Viuda de D. Joseph Bernardo Hogal, 1746. Además de los seis escritos de profesores de la Universidad, durante este periodo de 40 años otros autores publicaron poemas, sermones, dictámenes, ensayos, historias y discursos que criticaron a Martí y alabaron las dotes intelectuales de los habitantes de la Nueva España. El análisis de estas obras está en progreso.

    [8] Efraín Castro Morales, Las primeras bibliografías regionales hispanoamericanas. Eguiara y sus corresponsales, Puebla, Ediciones Altiplano, 1961, pp. 13-14.

    [9] Juan José de Eguiara y Eguren, Bibliotheca Mexicana Sive Eruditorum Historia Virorum, qui in America Boreali nati, vel alibi geniti, in ipsam Domicilio aut Studijs asciti, quavis lingua scripto aliquid tradiderunt, Imprenta de la Biblioteca Mexicana, 1755. Edición facsimilar preparada por Ernesto de la Torre Villar, traducción al español de Benjamín Fernández Valenzuela, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, 5 vols. Para las citas en este artículo se usa la siguiente edición que está más disponible al lector: Juan José de Eguiara y Eguren, Prólogos a la Biblioteca Mexicana, 2ª ed., nota preliminar de Federico Gómez Orozco, versión española anotada, con un estudio biográfico y la bibliografía del autor por Agustín Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 56-59.

    [10] Ibid., 1984, pp. 109-110.

    [11] Ibid., pp. 206-207. Septentrional: que cae al Norte, Oso mayor, norte; Boreal: viento norte.

    [12] Ibid., pp. 211-212. Millares Carlo, traductor de los Prólogos del latín al español, escribe raza por el latín genus. He cambiado la traducción de genus por origen. Eguiara usa la palabra mexicanos para referirse a los intelectuales nacidos en el virreinato en las páginas 106, 107, 108, 166, 172, 186, 187 y 196.

    [13] Vicente López, Diálogo abrileño, en Eguiara y Eguren, 1986, vol. 2, pp. 34-35.

    [14] Juan Antonio de Oviedo, Aprobación, en Eguiara y Eguren, 1986, vol. 1, p. 15.

    [15] Dorothy Tanck de Estrada, Tensión en la torre de marfil. La educación en la segunda mitad del siglo XVIII mexicano, en Ensayos sobre historia de la educación en México, México, El Colegio de México, 1981, pp. 60-61.

    [16] Constituciones de la Real y Pontificia Universidad de México, segunda edición, dedicada al Rey Nuestro Señor Don Carlos III, México, Imprenta de D. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1775.

    [17] Alberto María Carreño, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México según sus libros de claustros, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963, vol. 2, pp. 676-680.

    [18] Representación de la Real y Pontificia Universidad de México al rey, en Archivo General de la Nación, Universidad: Libro de Claustros, vol 25, ff. 199v-207v, 27 de mayo de 1777. En este documento se usaba el término indianos para los criollos y el de europeos para los españoles. Véase Dorothy Tanck de Estrada, El común lamento del reino, la representación de la Universidad de México a Carlos III en 1777, en Memoria del Segundo Encuentro sobre Historia de la Universidad, México, Centro de Estudios sobre la Universidad-Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, pp. 51-67.

    [19] Eusebio Ventura Beleña, Copias a la letra ofrecidas en el primer tomo de la Recopilación sumaria de todos los autos acordados de la Real Audiencia y Sala de Crimen de esta Nueva España, edición facsimilar de la de 1787, México, Universidad Nacional Autónoma de México, vol. 2, pp. 161-162.

    [20] Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, prólogo de Mariano Cuevas, México, Editorial Porrúa, 1991, pp. xvii-xix. Clavigero escribió una segunda carta a la Universidad desde Italia, con fecha de 29 de febrero de 1784, en la cual envió 50 ejemplares de la Historia antigua de México para los miembros del claustro universitario. Carreño, op. cit., pp. 734-735.

    [21] En 1931, en la celebración de los 200 años del nacimiento de Clavigero, se propuso cumplir con la petición del jesuita y establecer una cátedra de historia antigua en la Universidad. Esta cátedra se estableció en 1933. Charles E. Ronan, Francisco Javier Clavigero, S. J. (1731-1787), Figure of the Mexican Enlightenment: His Life and Works, Chicago, Loyola University Press, 1977, p. 135, nota 198.

    [22] Tanck de Estrada, op. cit., pp. 88-107.

    [23] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900, traducción al español de Antonio Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1960. Este muy completo estudio de las numerosas respuestas de los americanos a las ideas negativas de los europeos en relación con la naturaleza y los habitantes del Nuevo Mundo comienza con los escritos del conde de Buffon, alrededor de 1750. No toma en cuenta el desarrollo de la polémica en la Nueva España, que empezó en una fecha más temprana y se enfocó en la crítica de Manuel Martí acerca del nivel cultural de México.

    [24] Alfonso Reyes, Letras de la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 107.

    II. LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA Y DE LA ESCRITURA EN LA NUEVA ESPAÑA, 1700-1821[1]

    INTRODUCCIÓN

    En la sociedad de la Nueva España se daba importancia a la capacidad de leer, principalmente porque la lectura ayudaba en el aprendizaje del catecismo y en la formación moral de los cristianos. Para muchos novohispanos, la instrucción básica consistía en los rudimentos de la lectura y de la doctrina cristiana. No se percibía una conexión tan directa entre la habilidad para escribir y el aprovechamiento de la enseñanza religiosa. Por otra parte, las prácticas pedagógicas de la época, tanto en América como en los países europeos, prescribían que se enseñara primero a leer y que sólo después de adquirida esta capacidad se instruyera en la escritura y la aritmética. Por eso, debido a las prioridades sociales y a los métodos educativos, en la Nueva España más personas aprendían a leer que a escribir.

    Durante las últimas décadas del periodo colonial, se introdujeron cambios en los métodos de enseñanza. La Sociedad Vascongada de los Amigos del País, una organización filantrópica, promovía en España innovaciones importantes en la pedagogía, ya que patrocinaba las obras de Francisco Xavier de Santiago Palomares, Arte nueva de escribir (1776) y El maestro de leer (1786). Poco después de la publicación de estos textos, maestros mexicanos empezaron a desarrollar nuevos métodos y cartillas para la alfabetización.

    Además del interés por mejorar la enseñanza, al final del siglo

    XVIII

    existían mayores estímulos para leer y escribir. Aparecieron dos formas nuevas de literatura: los periódicos, con noticias internacionales y locales, anuncios e informes de acontecimientos raros y curiosos; y los pronósticos, unos folletos de información sobre el clima, con predicciones astrológicas sobre temas de salud, educación y ciencia. Tales impresos ofrecían mayor cantidad y variedad de lecturas y ampliaban más allá de lo religioso y lo moral los temas y contenidos de las publicaciones. También, en estos años, la economía novohispana florecía, el comercio aumentaba y la burocracia crecía. Había más necesidad de escribanos y pendolistas y mayor utilidad para las personas que adquirían la habilidad de escribir.

    Al principio del siglo

    XIX

    surgieron otras motivaciones, cívicas o políticas, para que la gente aprendiera a leer. Según la Constitución de Cádiz de

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