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Érase una vez… el bosque
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Érase una vez… el bosque
Libro electrónico236 páginas2 horas

Érase una vez… el bosque

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Abrir este libro supone adentrarse en un mundo mágico lleno de personajes interesantes y criaturas fabulosas. En Érase una vez… el bosque, la autora analiza el simbolismo de las forestas y su papel como telón de fondo para figuras de otros tiempos, relatos míticos o seres de fantasía. Literatura dentro de la literatura. Este libro nos anima a conocer, desde otro punto de vista, las historias que pueblan los bosques, reales o imaginados, de la literatura universal.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2019
ISBN9788417643980
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    Vista previa del libro

    Érase una vez… el bosque - Lucía Triviño Guerrero

    Primera edición digital: junio 2019

    Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com

    Composición de la cubierta e ilustraciones: Lucía Triviño Guerrero

    Maquetación: Nerea Aguilera

    Corrección: María Luisa Toribio

    Revisión: Laura Díaz Aguirre

    Versión digital realizada por Libros.com

    © 2019 Lucía Triviño Guerrero

    © 2019 Libros.com

    editorial@libros.com

    ISBN digital: 978-84-17643-98-0

    Lucía Triviño Guerrero

    Érase una vez… el bosque

    A todas esas personas que han aportado su semilla para que este libro fuera una realidad. En especial a mi familia y amigos, el sustrato que mantiene vivas las raíces de este bosque.

    Índice

    Portada

    Créditos

    Título y autor

    Dedicatoria

    Entrando en el bosque

    1. Consideraciones generales de la naturaleza imaginada

    2. ¿Por qué el bosque?

    La vida en los bosques

    1. Peligro en los caminos: proscritos y bandidos

    2. Los sabios del bosque

    3. Encuentros entre los árboles

    4. Salvajes, pero libres

    Al otro lado del espejo

    1. Del cielo a los infiernos

    2. Entrando en territorio fata

    Peripecias en el bosque encantado

    1. Aventuras y desventuras

    2. Siguiendo las migas de pan

    Los bosques del horror

    1. Frenesí gótico

    2. Las fuerzas desatadas de la naturaleza

    3. Nuevos tiempos, nuevos terrores

    Bosques extraordinarios

    1. El curioso caso de los árboles movientes

    2. Los bosques sumergidos

    3. Nuevos mundos, nuevos paisajes

    Bibliografía

    Mecenas

    Contraportada

    Entrando en el bosque

    1. Consideraciones generales de la naturaleza imaginada

    La naturaleza ha jugado, juega y jugará un papel muy significativo en la historia del ser humano. Su practicidad es incuestionable y sus recursos indispensables para el devenir de la vida cotidiana, tanto en nuestros días como en la antigüedad. Esto nos parece evidente, pero no ocurre lo mismo con la influencia que ha tenido en la creación y el desarrollo de nuestro folclore, nuestras tradiciones y nuestros mundos imaginarios.

    Actualmente vivimos en la era digital y parece que nuestra dependencia del mundo natural es cada vez menos necesaria, pero nada más alejado de la realidad. El ser humano necesita la naturaleza para subsistir, si bien, por el contrario, esta puede desarrollarse libremente sin ayuda externa. Es precisamente ese sentimiento de sometimiento, de respeto hacia unas fuerzas que no podemos controlar de forma integral, el que en muchas ocasiones motiva la creación en las diversas maneras que el ser humano tiene de imaginar, de pensar, el medio que le rodea.

    Y es que por muchas fantasías que se añadan a una idea concebida dentro del espectro imaginario siempre habrá un poso de realidad. Esto es lo que ocurre con la naturaleza imaginada. En un primer momento se describe o representa algo conocido, que se percibe a través de los sentidos.

    La naturaleza que se trabaja, de la que se extraen recursos, es auténtica, tiene un carácter positivo porque ofrece un beneficio, pero al igual que da puede destruir. Esta dualidad va a ser un elemento común en la concepción de los paisajes imaginados. Aunque la clasificación de los espacios según su carácter no es férrea, porque siempre serán muy relevantes los matices, podemos diferenciar dos grandes grupos descriptivos: el locus amœnus y el locus horridus.

    Locus amœnus

    Se entienden como locus amœnus todos aquellos lugares con unas características positivas. Son espacios muy luminosos, sosegados, apacibles, que nos imbuyen de un estado de calma. En la misma línea, son lugares ordenados, de colores vivos, y sus habitantes son de naturaleza benévola. La vida y acciones en estos lugares son pausadas y afables, llenas de vida.

    Representan un estado de ánimo positivo y tranquilo. Pueden ejemplificarlo mares en calma, cielos despejados, jardines cuidados, calveros del bosque, oasis en los desiertos…

    Un ejemplo característico, muy conocido por todos, es la idea de paraíso. Un vergel repleto de seres vivos donde la luz alcanza hasta el más pequeño rincón. Pero no todos los paraísos son celestiales, ya que muchas arboledas terrenales serán renombradas bajo esta terminología.

    Locus horridus

    Si el locus amœnus era el orden y la perfección, el locus horridus es su antagonista. Son, por definición, lugares oscuros donde reinan el desorden y el caos. Son temidos y terribles puesto que las acciones que se producen en ellos tienen un tinte negativo y sus condiciones muchas veces son extremas. Si acogen vida en su interior, su carácter suele ser hostil. Pueden ejemplificarlo mares embravecidos, tormentas, desiertos, vegetación espinosa…

    Si el paraíso era uno de los paisajes representativos del locus amœnus, las distintas concepciones de infierno serían las abanderadas de esta tipología. Lugares yermos, oscuros y confusos, plenos de carga negativa.

    Y aunque locus amœnus y locus horridus parezcan términos incompatibles, su relación está pintada en tonos grises. Al igual que ocurre con los conceptos filosóficos de calma/caos o el archiconocido pulso entre el bien y el mal, el locus amœnus y el locus horridus se complementan entre sí. Dentro de la narrativa imaginaria es muy habitual encontrar transiciones continuas de uno a otro, ya que no se perciben simplemente como lugares físicos, sino que están muy ligados al estado de ánimo de los personajes que protagonizan la acción en ellos. Vamos a ejemplificar esta transformación a través de una de las películas más icónicas de nuestra infancia, la versión de Blancanieves de Walt Disney (1937). La escena a la que nos referimos comienza con la muchacha recogiendo flores al margen del bosque en un día soleado. Su estado despreocupado dota al paisaje de un aura tranquila, pero su acompañante entra en acción. Al enterarse de que su destino será la muerte si decide quedarse en el reino, la niña huye al bosque y este ya no es el lugar que visualizamos al comenzar la escena. Es oscuro, las siluetas de los árboles son sinuosas e intimidantes, incluso se refuerza esta imagen al convertirse los troncos flotantes del río en una especie de reptiles. Los sentidos no son fiables puesto que el terror nubla la percepción, imaginando ojos vigilantes. El idílico bosque es ahora una pesadilla.

    Ante estos datos os podréis preguntar: ¿qué ocurre con los paisajes románticos?, ya que la naturaleza desbocada, salvaje, es la preferida de la literatura romántica. Si por definición estos paisajes deberían pertenecer a la tipología horribilis, el sentir humano de evocación, inspiración y respeto convertiría a estos parajes en una especie de híbrido donde es posible apreciar el caos como una manifestación de la belleza.

    De igual modo, no podemos olvidarnos de su desarrollo cíclico, muy asociado al devenir de las estaciones y el rebrote de la vida. Encontraremos, también, épocas del año más asociadas a una tipología que a otra, siendo así la primavera el icono del locus amœnus y el invierno el del locus horridus.

    2. ¿Por qué el bosque?

    La naturaleza siempre ha servido como inspiración para la creatividad e imaginación humanas: océanos, ríos, montañas, llanuras, desiertos, bosques… Y entre toda esta amplia variedad de paisajes, el bosque, la selva y la jungla han sido nuestros elegidos por poseer una de las simbologías más ricas y extensas del mundo natural.

    Su estudio puede enfocarse desde diversas disciplinas, tanto desde la rama científica como desde las ciencias humanas, pero, atendiendo a un parecer personal, es la corriente interdisciplinar la que consigue crear una idea más completa y compleja sobre la realidad de estos gigantes verdes.

    Para conocer cómo se concibe el bosque en los esquemas mentales de muchas culturas, lo primero que hay que tener en consideración es un apunte muy básico: ¿cómo es el bosque? Las masas arbóreas del planeta varían dependiendo de su situación geográfica, de su variedad botánica y zoológica, entre otros muchos factores. A pesar de tener elementos comunes, todos ellos condicionan su imagen proyectada en la vida y la mentalidad de las poblaciones humanas, ya que un bosque del occidente atlántico no será igual que una selva asiática. Lo que sí hay que tener claro es que un bosque, o una selva, una jungla, tiene una rica biodiversidad —formada por la conjunción de diversas especies vegetales, animales, fúngicas y micróbicas—, está escudado por un extenso sotobosque y, sobre todo, es natural: no ha sido modificado por el hombre en un largo período de tiempo. Hacemos esta aclaración porque en ocasiones utilizamos el mismo término para denominar a amplias plantaciones de monocultivo de una sola especie —pino o eucalipto, mayoritariamente— guiados por un criterio económico. Este último ejemplo, por tanto, no lo consideraríamos un bosque per se, sino un fruto de la actividad humana.

    Si nos acercamos a los libros de historia en busca de información sobre la naturaleza en clave genérica, vamos a encontrar muchos datos que resaltan su importancia práctica: agricultura, ganadería, pesca, recolección, caza, industria…, actividades normalmente asociadas a los campos económico y jurídico, pero, como vais a poder comprobar, su importancia va mucho más allá de sus recursos. A pesar de que el objetivo de este libro no es incidir en el análisis del uso y explotación de estos paisajes, sí es necesario exponer unas pinceladas de su importancia en el plano real.

    Breve historia del bosque y el ser humano

    Ya hemos apuntado la importancia del carácter dual de los bosques y selvas, y no será la última vez que lo hagamos. El medio natural influye sobremanera en la vida cotidiana de las poblaciones que lo habitan. Sirve de sustento y ofrece numerosos beneficios, pero a su vez tiene la capacidad de destruir: terremotos, inundaciones, tornados, erupciones volcánicas, catástrofes… Es por ello que el ser humano ama y respeta la naturaleza al mismo tiempo que la teme, pero esta dualidad no exime de obedecer a los instintos primarios. La supervivencia del individuo, o del grupo, lo empuja a enfrentarse, en ocasiones, a la faceta más cruenta del medio natural.

    Desde la prehistoria el ser humano ha necesitado al bosque. Madera, corteza, frutos, semillas, hongos, resinas o taninos son sólo algunos de los recursos que pueden extraerse de este ecosistema, pero ¿son todos los bosques tan ricos en recursos? Claramente no. Dependiendo de su localización geográfica, podremos encontrar mayor o menor porcentaje de ellos. Gracias a la arqueobotánica podemos saber cómo eran los bosques en la antigüedad, qué materiales se extraían de ellos y para qué se usaban.

    En este contexto práctico lanzamos una pregunta: ¿podríais definir en pocas palabras cómo ha sido la explotación del medio forestal a lo largo de la historia? Seguramente muchos de vosotros usaríais términos como devastación, exceso, descontrol o alguno de sus múltiples sinónimos. Su desarrollo merece, en parte, estos adjetivos, pero no en todas las épocas ni en todas las geografías se ha intervenido de una manera furibunda. Por ejemplo, en las sociedades cazadoras-recolectoras prehistóricas, las evidencias arqueológicas nos brindan ejemplos de un aprovechamiento selectivo de recursos o incluso una intervención consciente en suelo forestal para la adecuación a las necesidades de los grupos humanos; y no estamos hablando de una acción ocurrida en una geografía concreta, sino en prácticamente todo el planeta, desde Europa hasta el Amazonas, y desde allí hasta Oceanía. Bien es cierto que, según fuimos avanzando en el tiempo, la acción humana en las masas forestales fue cada vez mayor, propiciada por el aumento de población y, por ende, por la necesidad de abastecimiento de la misma. Al tiempo que las sociedades avanzaban en el estadio de civilización, también la actividad industrial crecía y se desarrollaba con ellas; desde el primer utillaje y las primeras viviendas construidos en madera hasta las grandes construcciones navales y las máquinas de asedio, la madera se coronaba como la reina de los materiales de construcción y combustión antes de la llegada de los combustibles fósiles.

    El bosque no es únicamente un lugar del que se extraen recursos, también es un espacio donde se trabaja y se vive. La actividad ganadera es buen ejemplo de ello. Desde la prehistoria hasta nuestros días, los calveros, bien naturales, bien creados por acción humana, sirven de paraíso proteínico para ovejas, cabras o cerdos. De igual modo, resineros, carboneros, leñadores y demás trabajadores de la madera también transitan los senderos forestales, uniéndose al ajetreado ritmo de vida que se desarrolla entre los árboles. Como dato, os recomendamos no perder de vista estos oficios, ya que su presencia en los cuentos es más que reconocida; si no, preguntadle a Caperucita…

    Y con todo este trajín de trabajos, idas y venidas del bosque, aparece la gran y compleja pregunta que plantea dónde se encuentran los límites del bosque. Pues bien, su respuesta también es extensa y compleja. Que existieron leyes que regían el paso, la explotación y los recursos de la foresta es algo más que evidente, y la Edad Media y Moderna europeas están llenas de ejemplos de ello. Estas iban redactándose acorde a las necesidades y reclamaciones de las sociedades, y es curioso descubrir cómo muchas de ellas se han conservado casi hasta nuestros días. El contenido de estos documentos jurídicos lo formaban leyes que regían cuándo podían realizarse los trabajos, algo muy relacionado con el calendario religioso —prohibición de trabajar los domingos o las fiestas de guardar—; el control de la explotación forestal y sus recursos, qué y cuándo se extraían —por ejemplo, la madera de una especie muy valorada, como el tejo—; las multas y castigos por desobediencia; la persecución de la piromanía, cuyo buen ejemplo lo encontramos en Alfonso X el Sabio y el castigo de morir quemado en el propio fuego para quien calcinara superficie boscosa —«y al quelo fallaren faziendo quel echen dentro»—; o la limitación y diferenciación entre las zonas de bosque o monte real, reservadas para las élites, y las zonas de explotación común. Es curioso apuntar que eran los propios individuos locales los que debían velar por que se cumplieran estas leyes; sí, pensáis bien si no os fiais de que muchas de ellas se cumplieran, pero es que la picaresca nunca pasa de moda, existía en el siglo XI y seguirá existiendo en el siglo XXII.

    Hemos apuntado que no todos los montes gozaban de la misma productividad, pero no hay desabastecimiento que no arregle una buena relación comercial. La escasez de recursos podía tener dos causas principales: la inexistencia de estos en el territorio que se reclama, bien por motivos naturales —es decir, porque realmente esa especie vegetal no existe y se debe importar (como las especias orientales o como en el ámbito islámico medieval, donde las zonas montañosas de los montes Tauro, los montes Zagros, el Magreb y Palestina servían de madera a un vasto territorio mayormente árido)— o bien porque su número ha disminuido debido a la acción humana, como en la Inglaterra del siglo XI, donde el bosque sufrió un drástico recorte de superficie.

    El clima también es un agente importante a la hora de distribuir los recursos. Los cambios climáticos datados en la Edad Media europea nos facilitan información sobre una recuperación de flora local más húmeda en el norte, con helecho, haya y roble, y de árboles resinosos como pinos o cedros en el sur, junto a alcornoques o castaños. De igual modo, hay que tener en cuenta que en la antigüedad, al igual que sucede hoy en día, cuando el ritmo de vida iba más adelantado que el ciclo natural se echaba mano de especies más productivas, véanse los famosos pino y eucalipto, tan conocidos en la península ibérica.

    Pero el bosque no siempre se ha usado únicamente

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