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Cuentos zoológicos, bestiario humano
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Libro electrónico215 páginas4 horas

Cuentos zoológicos, bestiario humano

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Los cuentos reunidos en este volumen presentan un análisis crítico sobre el futuro de la humanidad y una reflexión crítica sobre la "animalidad" humana y la "humanidad" de los animales. Sobre la base de las diferentes disciplinas científicas (la Biología, la Genética, la Biopolítica, la Robótica…) estos relatos se iniciaron como una búsqueda del "Homo Novo" y en la travesía se transformaron en un bestiario humano. Si las fábulas se sirvieron de los animales para instruir a los hombres, estos cuentos se sirven de los hombres para advertir a los animales acerca de la especie humana, que domestica y explota a las demás. Estas contra-fábulas, por lo tanto, cuestionan la racionalidad humana y su preponderancia como especie dotada de razonamiento lógico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2018
ISBN9788417269425
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    Cuentos zoológicos, bestiario humano - Martín Carril

    Los cuentos reunidos en este volumen presentan un análisis crítico sobre el futuro de nuestra sociedad y una reflexión sobre la «animalidad» humana y sobre la «humanidad» de los animales. Sobre la base de las diferentes disciplinas científicas (la Biología, la Genética, la Biopolítica, la Robótica…) estos relatos se iniciaron como una búsqueda del «Homo Novo» y en la travesía se transformaron en un bestiario humano. Si las fábulas se sirvieron de los animales para instruir a los hombres, estos cuentos se sirven de los hombres para advertir a los animales acerca de la especie humana, que domestica y explota a las demás. Estas contra-fábulas, por lo tanto, cuestionan la racionalidad humana y su preponderancia como especie dotada de razonamiento lógico.

    Cuentos zoológicos

    Martín Carril

    www.edicionesoblicuas.com

    Cuentos zoológicos

    © 2018, Martín Carril

    © 2018, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    ISBN edición ebook: 978-84-17269-42-5

    ISBN edición papel: 978-84-17269-41-8

    Primera edición: abril de 2018

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    Contenido

    Génesis

    El coágulo

    El último mono

    ¿Con qué sueñan los caballos?

    El vampiro donante

    ¿Dónde se han ido las abejas?

    La muerte y la mosca

    La presa

    José Cigüeño en la era del ciberamor

    José Cigüeño y los conejos

    El zoológico

    El león de Chinchón

    Un mamut en la ciudad

    La oficina

    Cuervos, urracas y podencos

    Los animales no se ríen

    Sobre lemmings y gusanos

    ¡Cuidado con los memes!

    La pasión del ciervo rojo

    Un cuento muy real

    Si cierras los ojos

    Una salamanquesa en Tetuán

    El futuro

    Tres piernas

    Emma y la jirafa

    E si fossero…?(1)

    Asamblea

    Los palombres

    El autor

    A Conny

    El hombre puede ser más o menos que un animal,

    pero nunca un animal.

    (El puesto del hombre en el Cosmos. Max Scheler)

    Escribí para enmendarlos, no para darles gusto.

    (Jonathan Swift)

    Si Lafontaine y otros fabulistas se sirvieron de los animales para instruir a los hombres, yo me serviré de los hombres para advertir a los animales.

    Disculpadme, animales, si utilizo el lenguaje de las bestias «inteligentes» para narrar estas fábulas. Late en estas páginas la esperanza de que, algún día, estos cuentos sean traducidos y lleguen a todas las especies del bestiario conocido.

    Sirvan estas historias como cuaderno de bitácora del alma humana y testimonio de cuantos acontecimientos de importancia ocurrieron durante la navegación.

    Génesis

    … y la poesía nos escribe a pesar nuestro.

    La nuestra siempre fue una historia de aeropuertos vacíos, de relojes parados en estaciones decadentes, de ciudades que son viejas locomotoras sucias, ruidosas y contaminantes, con calles embadurnadas de oscuridad, y gente caminando sola. De modo que, a veces, no sabemos en qué ciudad estamos, en qué casa vivimos, en qué cama de qué habitación dormimos.

    Somos animales presuntamente libres y decididamente confusos. Al despertar en medio de la noche, escuchamos nuestra propia respiración sincopando el silencio del mundo y tememos morir si volvemos a dormirnos.

    El tiempo nos lleva como pasajeros desconcertados de un barco sin rumbo, decantándonos lentamente en el curso de la humanidad.

    Llenamos nuestras obras de anécdotas que contaminan la belleza original de las fuentes. Nuestra pequeña biografía transforma lo sublime en humano y olvidamos lo más importante, lo soñado y lo por soñar, lo que nos trasciende y nos convierte en infinitos.

    En lo que a mí respecta, en los últimos tiempos solo bebo el agua cristalina de la fuente en ocasiones contadas, con el viejo Dylan cantándome al oído.

    En algún momento nos extinguiremos y nuevas civilizaciones encontrarán los restos de nuestro naufragio flotando en el agua y enterrados en las playas, aquello que sobrevive a la estulticia: imágenes atrapadas en una película, borradores de poemas que no terminamos, alguna canción que aún resuena, el recuerdo de nuestro encuentro en un lago cuando nuestros cuerpos brillaban como las nutrias jóvenes y el éxtasis del impermeable amor.

    El coágulo

    Se la veía avanzar de lejos sobre la faz de la Tierra, como una masa que iba coagulándose, dejando un cuajarón de sangre seca.

    A veces, en esa multitud informe, podía distinguirse una avanzadilla, que adoptaba la forma de una prominencia o de una inflamación, como un destacamento a la vanguardia que arrastrara al resto de ese magma exterior con una fuerza centrífuga.

    Pero el gigantesco coágulo volvía a reagruparse, recuperaba su movimiento uniforme siguiendo la dirección de la gravedad y se deslizaba por la pendiente curvada del globo terráqueo. El desplazamiento de aquel gentío a veces era impetuoso, como una bandada en estampida que aplasta todo cuanto encuentra a su paso. Otras, era más sutil. Adoptaba la forma de una amalgama pegajosa que iba tapando todos los orificios y conducía lentamente hasta la asfixia. En noches de luna llena su rastro parecía más bien una hilera de gotas de mercurio.

    El ejército humano, ávido de dominación, iba sembrando cadáveres de todas las especies en la tierra, cavando zanjas profundas para extraer la savia de las rocas. Incluso en el desierto trazaba sus carreteras. Aquella cuadrilla hincaba sus banderas en las madrigueras y esculpía con cincel sus leyes sobre la antigua ley de la naturaleza.

    La destrucción de las cosas iba acompañada de una algarabía de voces que ensordecía a las plantas y a las bestias. Y ya no hubo más silencio, solo ruido de máquinas.

    Los animales contemplaban absortos el advenimiento de aquella nueva especie cuyo progreso sonaba a redoble de tambores antes de una ejecución. La Hu-manada dejaba a su paso árboles arrancados, aves electrocutadas, camellos atropellados y el negro olor de las hogueras.

    El resto de las criaturas desconocían el daño que iban a sufrir y se mostraban confiados. La inocencia es una hoja de loto capaz de mantenerse blanca en el agua sucia.

    El último mono

    Contemplo en el periódico el rostro del último mono encontrado en el corazón del Congo. Tengo miedo de los animales con cara de hombre. En sus facciones, en las que se dibuja una aceptación resignada, veo al habitante cansado de un continente viejo en este siglo de utopías aniquiladas. Es como un espejo deformado en el que me miro intentando entender algo más sobre mí mismo

    ¿Es un mono parecido a un hombre o un hombre parecido a un mono?

    En mis años escolares estudié la teoría de la evolución de Darwin. Los humanos llevamos dentro un antropoide y no es extraño identificar rasgos simiescos en la fotografía de alguno de nuestros bisabuelos. Quizá no seamos más que un primate que sobrevivió con éxito en la noche de los tiempos. Pero este mono conformista lleva un hombre dentro. Es como si se hubiera tragado entero y sin masticar a uno de nosotros, que ahora estuviera asomado a sus ojos reventones, de carnero degollado. Esos ojos que nos miran fijamente en la fotografía, como si tuviéramos monos en la cara.

    Solo le falta hablar. No dice nada, porque las fotografías guardan silencio, pero su cara es un poema. Es como el hijo problemático que se sienta en la mesa familiar y se come su plato sin decir palabra. En cualquier momento va a descoser su boca de espuerta y, en lugar de sus vocalizaciones mono-fonemáticas de la mañana, nos va a sorprender con un monó-logo sobre el fracaso de la evolución. Pienso que su voz sonará más parecida a la de un hombre que a la de un chimpancé.

    Dicen de él que es tranquilo, sociable aunque un poco tímido, que cuida de su familia y se junta con otros monos —principalmente quedan para comer—. Los monos son como los hombres, se imitan unos a otros. Estos monos multicolores se quedaron a vivir en el suelo, como los hombres, aunque a veces les entra la morriña(1) y se encaraman en las ramas bajas de los árboles para robar los frutos, y nos recuerdan el pecado original y sus nefastas consecuencias en el árbol genealógico.

    Mientras no conocía los espejos ha vivido en un paraíso terrenal en la cuenca del río Lomami, en las antípodas de la mentira, alimentándose de raíces frescas; columpiándose plácidamente en las regiones secretas donde no ha llegado la epidemia de la razón. Ahora parece que al Cercopithecus lomamiensis —ese es su nombre oficial— le han echado los trópicos encima. El pobrecito…, parece que se lamenta de haber sido descubierto y piensa: «Con lo bien que estaba yo».

    En su delgadez vegana es un mártir pintado por el Greco, con esos largos brazos que desembocan en unas manitas apalmadas, que para los supersticiosos son «mano de santo». En algunas aldeas los indígenas, que son monos muy sesudos, les cortan la pata para usarla como talismán. Dicen que agitándola en la mano derecha nos concede tres deseos. Pero dicen las malas lenguas que cada deseo anula el anterior y al final nos quedamos «con una mano atrás y otra delante».

    Otros indígenas han preferido incluirlos en su dieta, ya que su carne es muy apreciada. A mí me parece que es como comerse al abuelo, pero hay gente con menos escrúpulos.

    Aislado del mundo exterior, es como un amish(2) barbudo al que se ha arrancado de su vida sencilla en la selva inexplorada para arrojarle a un caos de electricidad, teléfonos móviles y otras conexiones con el mundo.

    A este mico con cara de icono bizantino quizá lo exhiban en un zoo (los hombres solo ven con frecuencia los iconos de las cosas). Es tan probable que los antropólogos lo consideren el eslabón perdido como que le traten como «al último mono». Los científicos seguramente comprobarán si es capaz de construir una torre con tres cajones para alcanzar un plátano colgado y no faltaran los oportunistas que le apunten en un concurso chino de tocar con los pies el piano.

    Este mono es una mina y los humanos sabemos mucho de cómo amonedar el metal. Puede trabajar de acróbata enmascarado en Yakarta; como camarero en un restaurante en Tokio mientras no incluyan en el menú cerebro de mono; explotarle como mono de feria en la India o vestirle con un mono para limpiar cristales o con un blusón encarnado de mono-sabio y montarle en mono-ciclo o mandarle como a los monicacos-Albert y otros chimponautas(3) al espacio.

    Como primer ejemplar criado en cautividad tendrá el honor de donar su cráneo a la investigación, que será expuesto en una vitrina con su etiqueta plastificada y tendrá que soportar las burlas de los descerebrados escolares que visitan el Museo de la Ciencia. En cualquier caso, un feto humano con menos sentimientos que una ameba merecerá mayor respeto y protección legal que el Lesula —que ese es su nombre de pila— a no ser que la caza y la mala vida lo ponga en peligro de extinción.

    Este pobre simio carilargo y narigudo enmarcado en su barba dorada tiene algo de filósofo. Resignado hasta caer en la apatía, es un Maimón-ides(4) monótono, un estoico de nariz perfilada que ve impasible su selva desbrozada por el machete del entendimiento y la flor de la pasión arrancada que se seca en el asfalto.

    Raptado de las regiones hiperbóreas(5), nos mira con ojeras, atribulado por el cansancio que genera la vida, pálido, inocente y desnudo, aceptando su destino, el fatum(6) de la especie humana que convierte en fuego fatuo el aliento de la razón.

    El Lesula es testigo de la caída del Imperio, pero mantiene su boca de crema cerrada. Guarda secretos que podrían derrocar la monarquía del hombre en el reino animal. Tarde o temprano le vamos a oír, en mono o en estéreo. En cualquier momento va a hacer una monada, va a girar su pulgar oponible hacia abajo como hacían los emperadores en el circo y nos vamos a ir todos haciendo autostop al infierno.

    Mientras los científicos hacen fotografías, toman sus medidas y concluyen sus análisis morfológicos, taxonómicos y genealógicos, junta sus manitas cual devota que rezara —«Gottes Wille»(7)— por el alma de los hombres. Esa alma que sin fantasía no es más que una tabula rasa(8), una meliflua cortesana del cuerpo, una inocente campesina que ahorra para comprarse una granja. Y es que este mono me transmite miedo y tristeza, porque el Lesula soy yo: un salvaje multicolor convertido en esclavo monocromo, un revolucionario transformado en semoviente(9). Y estoy contemplando mi reflejo, sometido, sin palabras.

    (1) morriña: coloq. Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal.

    (2) grupo etnoreligioso cristiano anabaptista, conocidos principalmente por su estilo de vida sencilla, vestimenta modesta, tradicional y su resistencia a adoptar comodidades y tecnologías modernas.

    (3) chimponauta: juego de palabras – chimpancé y cosmonauta.

    (4) Maimón-ides: juego de palabras – maimón: mico, mono/Maimónides: médico, rabino y teólogo judío español de la Edad Media. Su filosofía tuvo mucha influencia en el pensamiento medieval.

    (5) hiperbóreas: Se dice de las regiones muy septentrionales y de los pueblos, animales y plantas que viven en ellas.

    (6) fatum:cult. hado. En la tradición clásica, fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos.

    (7) Gottes Wille: del alemán. Si Dios quiere.

    (8) tabula rasa: del latín. Entendimiento sin cultivo ni estudios

    (9) semoviente: animal de granja.

    ¿Con qué sueñan los caballos?

    Vio un trillado sendero, donde había

    diversas en tamaño y en figura,

    ¡huellas de cuatro pies con herradura!

    -Ya (exclamó) no hay cuidado:

    estoy en un país civilizado:

    solo en un pueblo culto se procura

    que gasten los cuadrúpedos calzado.

    Juan Eugenio Hartzenbusch

    El día en que Josephine Danae cumplió once años, soñó con un caballo.

    La mañana siguiente, en la escuela, tuvo un presagio. Pensó que mientras ella estaba despierta el caballo podía saltar la valla del sueño y romperse una pata.

    A Josephine Danae le gustaban las fotos vacías porque en ellas siempre puede verse un lugar donde aún no se ha llegado. En un catálogo vio la foto de una hacienda donde podía aprender a montar a caballo. Convenció, sin gran dificultad, a su madre para comenzar las clases cuanto antes. En la foto había un establo rodeado por una valla de estacas, un árbol frondoso y un caballo. Se veían pequeñitos a lo lejos, enmarcados por un paisaje llano. Había tanto aire en la foto que había sitio para soñar. Y Josephine Danae se soñaba a sí misma cabalgando a lomos de un caballo bayo(1) por aquel prado.

    En su sueño el caballo era tan negro que la luz reflejada en su piel deslumbraba. Josephine hablaba con el caballo en una lengua que tenía un sonido nasal. El idioma era extraño, pero Josephine lo entendía y usaba con gran fluidez. El caballo preguntó: ¿Con qué sueñan los hombres? Y Josephine le contestó: Los hombres mayores ya no sueñan. Entonces el caballo se puso triste, porque los caballos tienen emociones y se les nota en la cara. Entonces Josephine le preguntó: ¿Y los caballos? ¿Con qué soñáis? En ese preciso momento la madre de Josephine abrió la puerta de su habitación y antes de que

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