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Doctrina cristiana: En que está comprendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios
Doctrina cristiana: En que está comprendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios
Doctrina cristiana: En que está comprendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios
Libro electrónico1063 páginas17 horas

Doctrina cristiana: En que está comprendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios

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La presente edición crítica de la obra póstuma de Constantino Ponce de la Fuente, puede decirse que son prácticamente dos libros: el texto completo de Doctrina cristiana actualizado por el profesor de la Universidad de Barcelona Dr. David Estrada Herrero partiendo del ejemplar que se guarda en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que perteneció a la colección de Luis Usoz y Río. Y las amplias introducciones, apéndices, y más de seiscientas notas aclaratorias, biográficas, informativas y explicativas, a pie de página, también del profesor David Estrada Herrero, que constituyen otro libro per se.

Doctrina cristiana constituye una primera fuente de información doctrinal o banco de material teológico extraordinario. Desde el Capítulo 1 que trata del conocimiento que debe tener el hombre para con Dios y para consigo mismo, siguiendo con la existencia de Dios, la creación, el pecado y toda la enseñanza bíblica; pasando por la enseñanza doctrinal de la Iglesia Primitiva; un extenso análisis de cada uno artículos del Credo Apostólico: desde el "Creo en Dios Padre" a la palabra "Amén"; y concluyendo con 18 capítulos de carácter apologético que dedica a "Testimonios generales a favor del cristianismo", la Doctrina Cristiana de Constantino Ponce es un texto fundamental que todo creyente debería leer. La presente edición actualizada, sin menospreciar su alto valor académico, esta hecha en un lenguaje fluido y de fácil lectura, con notas aclaratorias y explicativas, que lo ponen al alcance de cualquier lector.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2018
ISBN9788417620028
Doctrina cristiana: En que está comprendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios

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    Doctrina cristiana - Constantino Ponce de la Fuente

    DOCTRINA CRISTIANA

    EN QUE ESTÁ COMPRENDIDA TODA LA INFORMACIÓN QUE PERTENECE AL HOMBRE QUE QUIERE SERVIR A DIOS

    Constantino Ponce de la Fuente

    Edición crítica.

    Actualización del texto original,

    notas y apéndices de

    David Estrada Herrero

    El texto de Doctrina cristiana que hemos utilizado para esta edición crítica es del ejemplar que se guarda en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que perteneció a la colección de Luis Usoz y Río. No hemos podido localizar ningún otro ejemplar de las ediciones originales de esta obra.

    CONTENIDO

    PORTADA

    PORTADA INTERIOR

    ESBOZO BIOGRÁFICO Y DOCTRINAL DEL DR. CONSTANTINO DE LA FUENTE

    Apunte biográfico

    Expansión de la Reforma en España

    Instauración de un régimen de terror

    Apresamiento y muerte de Constantino

    El luteranismo de Constantino

    El ‘erasmismo’ de Constantino

    Constantino y sus escritos

    ¿La última obra de Constantino?

    Estilo y lenguaje

    Bibliografía

    PARTE PRIMERA. DE LOS ARTÍCULOS DE LA FE

    A LA S.C.C.M. DEL INVICTÍSIMO EMPERADOR CARLOS QUINTO DE ESTE NOMBRE: REY DE ESPAÑA, DE NÁPOLES Y DE SICILIA, & C. S.C.C.M.

    PREFACIO AL LIBRO DE DOCTRINA CRISTIANA

    Capítulo 1. DEL CONOCIMIENTO QUE DEBE TENER EL HOMBRE PARA CON DIOS Y PARA CONSIGO MISMO

    Capítulo 2. DEL CONOCIMIENTO DE DIOS Y DEL HOMBRE POR LA OBRA DE LA CREACIÓN

    Capítulo 3. EL ORIGEN DEL PECADO EN EL MUNDO Y LA CORRUPCIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA

    Capítulo 4. DE CÓMO EL PECADO TUVO ORIGEN Y ENTRADA EN EL MUNDO POR EL PRINCIPAL ÁNGEL

    Capítulo 5. DE LA PENA Y OBSTINACIÓN DEL PRIMER ÁNGEL Y SUS COMPAÑEROS

    Capítulo 6. PROSIGUE EL CONOCIMIENTO DE DIOS POR PARTE DEL HOMBRE

    Capítulo 7. DE LA FORMACIÓN DEL HOMBRE Y DEL ESTADO EN QUE FUE CREADO

    Capítulo 8. DEL ESTADO DE INOCENCIA DE NUESTROS PRIMEROS PADRES

    Capítulo 9. DEL PRIMER PECADO Y DE SUS CONSECUENCIAS EN EL HOMBRE

    Capítulo 10. LOS EFECTOS QUE LA CONCIENCIA DE PECADO OBRARON EN NUESTROS PRIMEROS PADRES

    Capítulo 11. DE LA MALDICIÓN QUE DIO EL SEÑOR AL DEMONIO, Y DEL MISTERIO Y AVISO QUE EN ELLA SE ENCIERRA

    Capítulo 12. DEL ESTADO DE MALDICIÓN Y DE MISERIA QUE ACARREÓ EL PECADO

    Capítulo 13. LA HERENCIA DEL PECADO ORIGINAL Y LA JUSTICIA DE DIOS

    Capítulo 14. DEL CONSEJO Y DE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL REMEDIO DEL HOMBRE

    Capítulo 15. LA VICTORIA DE CRISTO ANUNCIADA DESDE EL PRINCIPIO DEL MUNDO

    Capítulo 16. DE LA SALIDA Y DESTIERRO DE NUESTROS PRIMEROS PADRES DEL PARAÍSO

    Capítulo 17. DE LAS ENSEÑANZAS QUE NUESTROS PADRES SACARON CUANDO SALIERON DEL PARAÍSO

    Capítulo 18. DE CÓMO LA DIFERENCIA ENTRE BUENOS Y MALOS COMENZÓ A MANIFESTARSE EN CAÍN Y ABEL

    Capítulo 19. PROSIGUE LA DIFERENCIA ENTRE LOS BUENOS Y LOS MALOS

    Capítulo 20. DE LA IRA QUE DESDE EL PRINCIPIO MOSTRÓ DIOS CONTRA EL PECADO

    Capítulo 21. DEL DILUVIO QUE VINO SOBRE LA TIERRA EN LOS DÍAS DE NOÉ

    Capítulo 22. DE LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS DEL DILUVIO

    Capítulo 23. DE LAS TIRANÍAS E IDOLATRÍAS QUE ASOLARON LA TIERRA Y SU CASTIGO

    Capítulo 24. COMO ABRAHAM FUE ELEGIDO Y SACADO DE SU TIERRA

    Capítulo 25. ESTANCIA DEL PUEBLO DE DIOS EN EGIPTO Y SU POSTERIOR LIBERACIÓN

    Capítulo 26. PROMULGACIÓN DE LA LEY EN EL MONTE SINAÍ

    Capítulo 27. DE LA DIVISIÓN DE LA LEY QUE SE DIO EN EL MONTE

    Capítulo 28. LA SUMA DE LOS MANDAMIENTOS Y SU SIGNIFICADO

    Capítulo 29. ISRAEL EN TIEMPOS DE LA VENIDA DEL HIJO DE DIOS

    SÍMBOLOS: LA ENSEÑANZA DOCTRINAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA

    Capítulo 30. LOS SÍMBOLOS DE LA FE EN LA ENSEÑANZA DOCTRINAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA

    Capítulo 31. LOS TRES SÍMBOLOS DE LA IGLESIA

    DEL PRIMER ARTÍCULO DEL CREDO APOSTÓLICO

    Capítulo 32. SOBRE LA PALABRA ‘CREO’ DEL PRIMER ARTÍCULO DEL SÍMBOLO APOSTÓLICO

    Capítulo 33. DEL AUTOR Y DEL ORIGEN DE NUESTRA FE. DE LA EXISTENCIA DE DOS TIPOS DE FE

    Capítulo 34. SOBRE LA SEGUNDA PALABRA DEL PRIMER ARTÍCULO QUE TRATA DE LA NATURALEZA DEL SER DE DIOS

    Capítulo 35. MÁS SOBRE EL CONOCIMIENTO DE DIOS

    Capítulo 36. DE LA UNICIDAD DEL SER DE DIOS

    Capítulo 37. DE LA TRINIDAD DE LAS DIVINAS PERSONAS EN UNA SOLA DIVINIDAD

    Capítulo 38. DE LA CONFORMIDAD Y CONCORDIA DE LOS TRES SÍMBOLOS

    Capítulo 39. DEL FRUTO DE ESTA DOCTRINA PARA LA VERDADERA INVOCACIÓN

    Capítulo 40. SIGNIFICADO DE LA PALABRA TODOPODEROSO

    Capítulo 41. EXPOSICIÓN DE LAS PALABRAS: CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA

    Salto de capítulos debido a una errata del texto original que se ha querido conservar por motivos de deferencia.

    Capítulo 44. DEL CIELO Y DE LAS CRIATURAS QUE EN ÉL HAY

    Capítulo 45. ENSEÑANZAS QUE SE INFIEREN DE ESTE PRIMER ARTÍCULO

    Capítulo 46. TERCERA CONSIDERACIÓN QUE SE INFIERE DE ESTE PRIMER ARTÍCULO

    Capítulo 47. VANIDAD DE LOS ARGUMENTOS DE LOS QUE CENSURAN LA DIVINA PROVIDENCIA

    Capítulo 48. RESPUESTA A LOS ARGUMENTOS DE LA VANA SABIDURÍA

    Capítulo 49. CUARTA CONSIDERACIÓN SOBRE EL PRIMER ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 50. QUINTA CONSIDERACIÓN SOBRE EL PRIMER ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 51. LOS QUE CUMPLEN Y LOS QUE NO CUMPLEN ESTE PRIMER ARTÍCULO

    DEL SEGUNDO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 52. DEL SEGUNDO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 53. NECESARIO ERA QUE EL HIJO DE DIOS VINIESE A SALVARNOS

    Capítulo 54. EL SIGNIFICADO DEL NOMBRE JESÚS DADO A NUESTRO REDENTOR

    Capítulo 55. SIGNIFICACIÓN DE LA SEGUNDA PARTE DEL NOMBRE DEL REDENTOR: CRISTO

    Capítulo 56. TERCERA CONSIDERACIÓN SOBRE EL NOMBRE DE CRISTO

    Capítulo 57. SOBRE LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE ESTE ARTÍCULO: ÚNICO HIJO DE DIOS, SEÑOR NUESTRO

    EL TERCER ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 58. EL TERCER ARTÍCULO DE LA CONFESIÓN DE FE

    Capítulo 59. EL CONSEJO DIVINO EN LA RESTAURACIÓN DEL LINAJE HUMANO

    Capítulo 60. LA RAZÓN POR LA CUAL SE RETRASÓ LA VENIDA DEL REDENTOR

    Capítulo 61. MÁS CONSIDERACIONES SOBRE EL TERCER ARTÍCULO

    EL CUARTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 62. EL CUARTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 63. EL PROPÓSITO DE DIOS EN LA MUERTE DE SU HIJO

    Capítulo 64. 1. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

    Capítulo 65. 2. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

    Capítulo 66. 3. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

    Capítulo 67. LA CONFIADA RESPUESTA DEL CREYENTE A ESTE GRAN ARTÍCULO DE SU FE

    EL QUINTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 68. EL QUINTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 69. DE LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

    Capítulo 70. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA RESURRECCIÓN DEL REDENTOR

    EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 71. EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 72. SEGUNDA CONSIDERACIÓN IMPORTANTE SOBRE EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE

    EL SÉPTIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 73. EL SÉPTIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 74. DEL MODO COMO HEMOS DE SER JUZGADOS

    EL OCTAVO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 75. EL OCTAVO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 76. LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

    EL NOVENO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 77. EL NOVENO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 78. EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA ‘IGLESIA’

    Capítulo 79. LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

    EL DÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 80. EL DÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 81. CONSEJOS IMPORTANTES QUE SE DERIVAN DEL DÉCIMO ARTÍCULO

    EL UNDÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 82. EL UNDÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 83. PRUEBAS BÍBLICAS DE ESTE ARTÍCULO DE LA CONFESIÓN

    Capítulo 84. ASPECTOS Y CONDICIONES DE LA RESURRECCIÓN

    Capítulo 85. MÁS CONSIDERACIONES SOBRE LA RESURRECCIÓN

    EL DUODÉCIMO Y ÚLTIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 86. EL DUODÉCIMO Y ÚLTIMO ARTÍCULO DE LA FE

    Capítulo 87. CÓMO LLEGA EL CRISTIANO A CONOCER SU ESTADO FUTURO

    Capítulo 88. CÓMO SE CONSIGUE LA VIDA ETERNA

    RECAPITULACIÓN Y SUMA DE LOS DOCE ARTÍCULOS

    Capítulo 89. RECAPITULACIÓN Y SUMA DE LOS DOCE ARTÍCULOS DE LA FE

    Capítulo 90. LA SUMA DE NUESTRA CONFESIÓN DE FE

    SIGNIFICADO DE LA PALABRA ‘AMÉN’

    Capítulo 91. SIGNIFICADO DE LA PALABRA ‘AMÉN’

    TESTIMONIOS GENERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO

    Capítulo 92. TESTIMONIOS GENERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO

    Capítulo 93. TESTIMONIOS DE ANTIGÜEDAD Y DE PROVIDENCIA

    Capítulo 94. TESTIMONIO PROFÉTICO

    Capítulo 95. TESTIMONIO DE LOS DOS TESTAMENTOS: EL ANTIGUO Y EL NUEVO

    Capítulo 96. TESTIMONIO DE CRISTO (1)

    Capítulo 97. TESTIMONIO DE CRISTO (2)

    Capítulo 98. TESTIMONIO DE CRISTO (3)

    Capítulo 99. TESTIMONIO DOCTRINAL DE CRISTO (1)

    Capítulo 100. TESTIMONIO DOCTRINAL DE CRISTO (2)

    Capítulo 101. FALSAS ACUSACIONES CONTRA LA DOCTRINA DE CRISTO

    Capítulo 102. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (3)

    Capítulo 103. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (4)

    Capítulo 104. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (5)

    Capítulo 105. TESTIMONIO DE LA VIDA DE CRISTO

    Capítulo 106. TESTIMONIO DE LOS MISTERIOS DEL CRISTIANISMO

    Capítulo 107. TESTIMONIO DE LOS MILAGROS DE JESUCRISTO

    Capítulo 108. FINES DE LA GRANDEZA DE LOS MILAGROS DE CRISTO

    Capítulo 109. TESTIMONIO DE LAS PROFECÍAS DE CRISTO

    Capítulo 110. TESTIMONIO DEL PADRE EN FAVOR DEL HIJO

    Capítulo 111. DEL TESTIMONIO DE LA VICTORIA Y PROPAGACIÓN DEL EVANGELIO

    Capítulo 112. TESTIMONIO DE LOS ENEMIGOS DEL CRISTIANISMO

    APÉNDICES

    LA AUTORIDAD DE LA BIBLIA

    LOS DOS CONOCIMIENTOS IMPRESCINDIBLES: EL DE DIOS Y EL DEL HOMBRE

    LA VOLUNTAD: ¿LIBRE O ESCLAVA?

    FEALDAD Y PECADO

    IGLESIA: CATÓLICA, PERO NO ROMANA

    OBRA DEL ESPÍRITU SANTO

    SOTERIOLOGÍA

    ¿Universalismo soteriológico?

    LOS TRES SÍMBOLOS ECUMÉNICOS DE LA IGLESIA

    El Símbolo Apostólico

    El Símbolo Niceno

    El Símbolo Atanasiano

    Versión latina de los tres Símbolos:

    SACRAMENTOS

    EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS

    APLACAMIENTO DE LA IRA DE DIOS

    NICODEMISMO

    UNIVERSALISMO RELIGIOSO Y CULTURAL DEL PUEBLO JUDÍO

    DICCIONARIO

    CRÉDITOS

    ESBOZO BIOGRÁFICO Y DOCTRINAL DEL DR. CONSTANTINO DE LA FUENTE

    [1]

    Constantino Ponce de la Fuente[2] ha sido unos de los grandes predicadores de la Iglesia cristiana y de la reforma evangélica española del siglo XVI en particular. Durante un tiempo los muros de la Catedral de Sevilla temblaron y fueron testigos de su poderosa oratoria bíblica. Tal era su fama y seguimiento, que cuando tenía que predicar, y predicaba por lo general a las ocho, la concurrencia de la gente era tan grande que a las cuatro de la madrugada, muchas veces incluso a las tres, apenas se encontraba en el templo un sitio cómodo para oírlo.[3]A juicio de Marcel Bataillon, el Dr. Constantino de la Fuente fue la personalidad más vigorosa que dieron los conversos a la Iglesia de España y fue, sin disputa, el predicador más célebre de España.[4]

    Apunte biográfico

    La información biográfica que hasta la fecha nos ha llegado sobre Juan de Valdés, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, Pérez de Pineda, Antonio del Corro y de otros reformadores españoles es muy inferior a la que poseemos de Constantino Ponce de la Fuente. La biografía de Constantino registra sorprendentes paralelos con la de Juan de Valdés, otro de los grandes reformistas españoles del siglo XVI. Ambos fueron conquenses, de familia judía conversa,[5] estudiantes de Alcalá, extraordinarios autodidactas, grandes biblistas, y reconocidos maestros de la lengua castellana. Constantino nació hacia 1502 en la villa manchega de San Clemente, en la provincia de Cuenca. Estudió en la Universidad Complutense de Alcalá de Henares, aunque en los registros de la Universidad no aparece su nombre —omisión posiblemente motivada por su ascendencia familiar judía —.La fuente principal de información sobre Constantino nos la ofrece Reinaldo González Montes en la segunda parte de su obra Artes de la Santa Inquisición, en la que hace referencia a destacados líderes del reformismo español —algunos de los cuales, como a Constantino, llegó a conocer personalmente—.Sin el libro de Reinaldo, nuestros conocimientos de la Reforma en Sevilla y de sus máximos representantes serían realmente pobres y fragmentarios. Ignoramos, sin embargo, quién fue realmente el autor del famoso libro. De su célebre obra podemos deducir que tuvo un conocimiento muy directo de la prisión inquisitorial de Triana que le permitió conocer de primerísima mano las perversas artes del Santo Oficio y a algunos de los reformados evangélicos allí encarcelados.

    Constantino no llegó a completar sus estudios de teología y filología bíblica en la Universidad de Alcalá. En el verano de 1533 se trasladó a Sevilla, ciudad en la que pasaría el resto de su vida y desarrollaría su fecundo ministerio de la Palabra, tanto público —como canónigo predicador de la Catedral—, como a ‘escondidas’ entre un numeroso grupo de seguidores de la doctrina reformada. Su marcha de la Universidad Complutense muy posiblemente se debió a las disposiciones discriminatorias de limpieza de sangre que se implantaron en dicho centro en el curso académico de 1532 a 1533. Las normas de limpieza de sangre se debieron al cardenal Silíceo, arzobispo de Toledo, y en virtud de las mismas los altos cargos y prebendas importantes quedaban reservados para los cristianos viejos.[6] Estas normas, sin embargo, no regían todavía en la Sevilla de aquel entonces. Las injustas leyes de limpieza de sangre estuvieron siempre presentes en la memoria de Constantino. Los ‘malos consejeros’ del Salmo primero, que comenta en el Beatus vir, con sus leyes injusta escarnecen los linajes y baja fortuna de los otros… y no perdonan de los muertos…[7] Hay aquí una clara referencia a las leyes de limpieza del cardenal Silício, que incluso llegó a determinar que en algunos casos se desenterraran y fueron profanados los sepulcros de antepasados muertos. Fue esta última práctica la que motivó el rechazo de la canonjía de Toledo que se le ofreció, pues según escribe Reinaldo, Constantino no quería ningún cargo que turbase el reposo de los huesos de sus padres y abuelos que descansaban ya sepultados hacía muchos años.[8]

    No escapa a la atención de los historiadores de la reforma española el hecho de que la mayoría de los acusados de heterodoxia por la Inquisición procedían del llamado extracto social de los cristianos nuevos. La conversión forzada de judíos y moros al catolicismo creó una nueva clase de ciudadanos que, en no pocos casos, continuaron profesando interiormente y de forma encubierta las creencias de sus mayores, o terminaron abrazando creencias religiosas de carácter evangélico reformado. Muchas fueron las tensiones de todo tipo que se originaron entre cristianos viejos y cristianos nuevos a raíz de un catolicismo impuesto a la fuerza y de una procedencia étnica no aceptada. La literatura de los siglos XVI y XVII registra puntuales referencias a estas discriminaciones sociales y religiosas en el seno de la población. Las páginas del Quijote, por ejemplo, no son ajenas a esta problemática. Recordemos al respecto el particular interés que tiene Sancho en reivindicar su condición de cristiano viejo, y la total indiferencia de Don Quijote por los distingos religiosos. No puede pasar tampoco desapercibida la fina ironía de Cervantes al afirmar que el mejor salvoconducto para viajar por España era el de poder exhibir un trozo magro u óseo de cerdo.[9] Cervantes no tomó la postura del cristiano viejo como hizo, por ejemplo, Quevedo.

    Sobre la juventud de Constantino la información que nos ha llegado es mínima, aunque suficiente para inferir que de joven su conducta no siempre brilló en lo loable. Refiere Reinaldo que en las oposiciones a la canonjía magistral de la Catedral a las que optó Constantino, su oponente le sacó a relucir todas las frivolidades de su juventud, destacando que no había contraído matrimonio antes de recibir el sacramento del orden y que no había sido ordenado en regla, ni había recibido en forma debida los grados de magisterio y doctorado.[10] Ignoramos cuánto de verdad había en esta lista de cargos y reproches, pero es significativo el hecho de que todas las acusaciones fueron ignoradas por el cabildo catedralicio y el tribunal examinador. De todos modos es evidente que su maravilloso y espiritual tratado Confesión de un pecador no surgió de un historial inmaculado de vida y que un buen lastre de culpa habría para el arrepentimiento y la contrición. De todo su pasado borroso, escribe su biógrafo, se arrepintió Constantino y llegó a ser un varón benemérito por su piedad.[11] Y por ser tal persona —corroboraba el cabildo catedralicio de Sevilla—, el Serenísimo y Católico Rey Felipe lo tuvo en su servicio, y se confesó con él.[12]

    Una vez en la ciudad bética Constantino se matriculó en el Colegio de Santa María de Jesús, fundado en 1505, y que más tarde se convertiría en la Universidad de Sevilla. En dicho centro obtuvo el doctorado en teología en el año 1534. Poco después se inició como profesor de Sagradas Escrituras en la Casa de Doctrina, reconocido colegio de niños fundado por el Ayuntamiento de Sevilla, y que bajo el rectorado de Juan Pérez de Pineda (1500-1567) se convertiría en influyente foco de doctrina evangélica reformada. La Casa amplió su oferta docente creando una cátedra pública de Sagrada Escritura, que fue la que desempeñó el Dr. Constantino, impartiendo cursos bíblicos sobre "los libros de Proverbios, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares y, una vez explicados éstos, con admirable erudición, se dedicó al libro de Job, en cuya interpretación llegó hasta más allá de la mitad."[13] A la muerte del Dr. Juan Gil, generalmente conocido como el Dr. Egidio, predicador evangélico de la catedral —que mantuvo su condición de canónigo hasta su muerte, aun a pesar de haber sido procesado y acusado de hereje—, Constantino fue elegido a ocupar la vacante dejada por su colega y amigo. La elección no contó con el beneplácito del arzobispo Fernando de Valdés, implacable Inquisidor General del Santo Oficio, pero aun así la candidatura de Constantino era favorecida por el cabildo en pleno y por un amplio sector de la población.

    Pronto llegó la fama del predicador Constantino a oídos de Carlos V, que no tardó en cursar la correspondiente invitación al conquense para que se incorporara a la corte como consejero espiritual y orador de la realeza. Aceptado el honorífico requerimiento, en 1548 Constantino dejó Sevilla para unirse a la corte del infante Felipe para acompañarle en un viaje de reencuentro con su padre el Emperador por los Países Bajos y el sur de Alemania. De este viaje de Constantino acompañando al Príncipe Felipe, Juan Cristóbal Calvete de Estrella, cronista oficial de la efemérides, nos dejó la siguiente semblanza del conquense:

    El doctor Constantino, muy gran filósofo y profundo teólogo, y de los más señalados hombres en el púlpito y en la elocuencia que ha habido de grandes tiempos acá, como lo muestran bien claramente las obras que ha escrito dignas de su ingenio. Por la fiesta de Todos los Santos el predicador en Castellón hizo el oficio divino con gran solemnidad, y predicó tan singularmente como lo suele hacer siempre el Doctor Constantino. Durante la cuaresma el Príncipe pasó el tiempo en oír sermones de los grandes que en la corte había, en especial tres, los cuales eran: el Dr. Constantino, el Comisario Fray Bernardo de Fresnada y el Doctor Agustín de Cazalla, predicador del Emperador, excelentísimo teólogo y hombre de gran doctrina y elocuencia.[14]

    De los tres grandes predicadores mencionados, dos de ellos iban a ser líderes del movimiento evangélico reformado en España: Constantino y Cazalla. Sobre el Dr. Agustín Cazalla, que terminaría en la hoguera de la Inquisición en Valladolid, la breve semblanza que nos da el cronista es también sumamente elogiosa. De la oratoria sagrada de Constantino dio también elocuente testimonio el Dr. García Matamoros, catedrático de Retórica de Alcalá. Este famoso humanista, junto a un docto y nutrido grupo de profesores complutenses, se deleitó con la predicación y los excepcionales dones oratorios de Constantino durante su visita a Alcalá de Henares. Sus elogios y comentarios sobre el conquense aparecieron en su célebre tratado De asserenda Hispanorum eruditione, publicado en 1553.[15] Cipriano de Valera, en la Exhortación que precede a su revisión de la Biblia de Casiodoro de Reina, refiere que entre los que oían de muy buena gana los sermones de Constantino estaba Benito Arias Montano, por aquel entonces estudiante en Sevilla, y más tarde afamado humanista, capellán de Felipe II y director de la Biblia Políglota Regia de Amberes.

    Reinaldo habla de Constantino, como un varón erudito hasta lo prodigioso.[16] Su extensa biblioteca atestigua el amplio ámbito de intereses culturales que le cautivaban y el vasto campo de conocimientos en humanidades que complementaban su recia formación teológica. Dominaba las lenguas clásicas y excedía en las bíblicas. Según la información que se contiene en el Archivo de Protocolos de Sevilla, y que ha sido estudiada muy meritoriamente por el profesor Klaus Wagner, la biblioteca del Dr. Constantino registraba un fondo de 898 títulos y casi un millar de volúmenes.[17] La biblioteca contenía una Biblia políglota, seis en latín, la Septuaginta, dos Antiguos Testamentos en hebreo, numerosos libros del Pentateuco, los Profetas y los Salmos. Del Nuevo Testamento se constatan diez ediciones diferentes, entre ellas las de Erasmo, además de numerosas ediciones de los Evangelios y de las Epístolas —especialmente las paulinas—. En este contexto deben incluirse también importantes diccionarios y gramáticas de etimología bíblica. ¿Cómo explicar, sin embargo, que en la lista del Archivo de Protocolos no se hallaran libros ‘heréticos’? El testimonio de Reinaldo González no da lugar a la duda: la biblioteca contenía libros ‘heréticos.’ Con motivo de las asechanzas de los Inquisidores, escribe el autor de Artes, Constantino escondió en la casa de la prosélita Isabel Martínez el ajuar más selecto de sus libros, o sea, aquellos que no se pueden tener en España sin muy inminente peligro.[18] No aparecen en la lista inventariada las grandes y decisivas obras de los reformadores. Sí que aparecen un buen número de obras de teólogos católicos que polemizaron contra los luteranos. Evidentemente: la lista de libros inventariados en el Archivo de Protocolos es incompleta; no incluye la colección de títulos luteranos, ni el ‘libro enorme totalmente escrito de la propia mano de Constantino,’ al que aludiremos más adelante. Estos libros fueron de inmediato confiscados por la Inquisición y constituyeron un decisivo botín inculpatorio contra el reformador.

    Finalizado en Bélgica el viaje con la corte del príncipe Felipe, cabe en lo posible el que Constantino asistiera en algunas de las sesiones de la Dieta de Augsburgo,[19] y que incluso en el viaje de regreso a España también lo hiciera en algunas de las sesiones del Concilio de Trento. En 1551, al cesar en su cargo de capellán de la corte del príncipe Felipe, Constantino se reincorporó al cabildo de la catedral con un ardor de ánimo tan grande como nunca antes; y no era menor que su mérito el entusiasmo de toda la población para con él y sus predicaciones.[20] Pilares sólidos del movimiento evangélico en Sevilla fueron, además de Constantino, Egidio y Vargas, varones doctísimos que habían estudiado juntos anteriormente en Alcalá de Henares y propagaban ahora la piedad con un gran consenso y con un único empeño.[21] Como profesor de la Universidad de Alcalá el Dr. Francisco de Vargas ocupó la Cátedra de Escoto y también la de Moral. Juntamente con la mayoría del claustro de profesores de la Complutense aprobó la publicación de la obra de Juan de Valdés Diálogo de doctrina cristiana. Es probable que por aquel entonces hubiera ya abrazado las doctrinas reformadas. Posteriormente tomó la decisión de trasladarse a Sevilla para contribuir en su difusión junto con Egidio y Constantino. En la capital bética ocupó una cátedra de Sagrada Escritura y disertó sobre el Evangelio de Mateo y el libro de los Salmos. Murió hacia 1550, antes que la Inquisición emprendiera la persecución de los líderes reformistas de Sevilla, y aunque en los Autos de fe no aparece su nombre entre los condenados por el Santo Oficio, según escribe Cipriano de Valera, sus restos mortales fueron posteriormente desenterrados y quemados.[22] Con la muerte de Vargas y la marcha de Constantino con el séquito del Emperador, el Dr. Egidio quedó solo entre los dientes de los lobos.[23] Sobre la vida y fructífero ministerio de predicación del Dr. Egidio, Reinaldo dedica once páginas de entrañable información. Desprendido de la escolástica, vemos en Gil —observa Bataillon— un hombre cada vez más apegado al Evangelio. Es la suya, una predicación fidelísima a la Escritura. En todo, la enseñanza de Gil recuerda singularmente a la de Valdés.[24] Aunque el Dr. Egidio escribió varios comentarios sobre el Génesis, los Salmos, el Cantar de los Cantares y sobre la Epístola de san Pablo a los Colosenses, estos escritos no llegaron a publicarse. Nos dice Reinaldo que también escribió Gil más libros en la cárcel de la Inquisición que eran aun más piadosos y eruditos que los otros. Estos manuscritos tampoco los conocemos.[25] Durante más de veinte años fue canónigo magistral de la catedral de Sevilla. Es importante constatar y resaltar el hecho de que durante un buen número de años desde el púlpito de la catedral de Sevilla los Dres. Egidio y Constantino pudieran proclamar libremente las doctrinas evangélicas de la Reforma.

    Expansión de la Reforma en España

    Cuando se hace alusión a la Reforma Protestante del siglo XVI, de un modo inmediato y espontáneo la atención se dirige a países como Alemania, Suiza, Inglaterra, Holanda, los Países Escandinavos, e incluso a Francia. Pero raramente, por no decir casi nunca, se piensa en España como país afectado por el movimiento reformado. Se está en la creencia de que la tradicional fe católica del pueblo español y la enérgica y oportuna intervención de la Inquisición mantuvieron incólume la ortodoxia católica en España. Sin embargo, los estudios e investigaciones que sobre la Reforma en España se iniciaron en el siglo XIX, y que en nuestro tiempo centran la atención de prestigiosos historiadores, no parecen corroborar, en modo alguno, la tesis de una España bastión de pureza católica, completamente al margen de las ideas e inquietudes religiosas de los países europeos que conocieron la Reforma. España también tuvo su Reforma. El movimiento reformado se inició y propagó en España con gran fuerza y rapidez. A juicio de Bataillon, de no haber intervenido la Inquisición tan vigorosa y violentamente en 1558, los grupos de reforma protestante en Sevilla, Valladolid, Salamanca, Zamora, Toro, Palencia, Logroño y otras ciudades, hubieran acabado por convertirse en verdaderas comunidades protestantes, comparables con las que se estaban constituyendo en Francia por el mismo tiempo.[26] Se trataba de un evangelismo que proclamaba la salvación por la fe sola y cuyos partidarios más decididos pertenecían a la aristocracia y a las órdenes monásticas...[27] En 1602, en la Exhortación al lector, de su revisión de la Biblia de Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera afirmaba que en la España de su tiempo todavía había muy muchos doctos, muy muchos nobles y gente de lustre e ilustres en muchas villas y lugares de la geografía peninsular que por la infinita misericordia de Dios habían sido alumbrados con la luz del Evangelio.[28] Conviene constatar que los libros de Constantino, que más tarde serían incluidos en el Índice de libros prohibidos, durante algunos años circularon libremente por la Península y gozaron de licencia eclesiástica.

    Dos fueron los centros más influyentes de testimonio reformado en Sevilla: uno era el Monasterio de Jerónimos de San Isidoro del Campo, cerca de Sancti Ponce —antigua Itálica, fundación de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno—, y el otro la casa de Isabel de Baena, donde, según escribe Cipriano de Valera, se recogían los fieles para oír la palabra de Dios.[29] El Monasterio de los Jerónimos se convirtió en centro misionero de propagación del Evangelio. En palabras de Reinaldo: Aquella divina luz no se encerraba en los muros del monasterio, sino que se extendía incluso a la ciudad y pueblos del entorno comunicándose por medio no sólo de libros sino también de sermones.[30] Fue bajo la predicación y enseñanza de García Arias, prior del monasterio, que la mayoría de los monjes llegaron a abrazar el mensaje evangélico. Tal era el entusiasmo fortísimo por las Sagradas Escrituras, que las horas de coro y rezo se convirtieron en explicaciones de la Sagrada Escritura.[31] Deseando los monjes ampliar sus conocimientos doctrinales, de un modo milagroso les llegó una remesa de literatura no católica romana, y en la que había libros de lo mejor y más exquisito de cuantos hasta entonces se habían publicado en Ginebra, o en toda Alemania.[32] Estos libros les vinieron a los frailes, no por medio del Maestro Arias, sino de alguna otra fuente no reseñada. Es significativo y elocuente el hecho de que estos libros luteranos y calvinistas llegaron a San Isidoro después de que los monjes hubieran abrazado el mensaje evangélico. Este hecho revela, una vez más, el carácter autóctono del protestantismo sevillano, y español en general, en sus orígenes. Doce monjes de San Isidro del Campo consiguieron huir de la Inquisición y refugiarse en Ginebra. Entre estos se encontraban Francisco de Frías, Antonio del Corro, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. Algunos de estos huidos llegaron a ser eruditos reformados de reconocido prestigio: Antonio del Corro destacó como comentarista de las Escrituras y como profesor de teología en la Universidad de Oxford, Casiodoro de Reina fue el gran traductor de la Biblia al castellano y Cipriano de Valera —que revisaría más tarde la traducción de Reina— fue autor de obras históricas y doctrinales, y traductor al castellano de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino.[33]

    Instauración de un régimen de terror[34]

    Ante el desarrollo del movimiento reformado y el incremento de prosélitos, el Inquisidor General Fernando de Valdés — como ya hemos dicho, ‘el más inflexible de los inquisidores’—[35] con plenos poderes del Papa Pablo IV pone en marcha en Sevilla la siniestra máquina de la muerte y el suplicio, lo que Bataillon llama el nuevo método represivo fundado en el terror del ejemplo.[36] Ya desde sus orígenes la Inquisición española asoció el éxito de sus fines con la instauración de un régimen de prácticas inflexibles de terror sobre la población. La pedagogía del miedo se juzgaba esencial para el logro de las metas contempladas en la preservación de una ortodoxia religiosa de la que el Santo Oficio se sentía depositario. El terror es el marchamo de las actuaciones inquisitoriales; el miedo es el sentimiento que se busca en todas sus políticas. En palabras del historiador escocés Thomas M’Crie: La moderna Inquisición estrechó en sus brazos de hierro a toda una nación, sobre la cual se extendía como un monstruoso íncubo, paralizando sus esfuerzos, aplastando sus energías y extinguiendo todo otro sentimiento que no fuera el de la debilidad y terror.[37] La crueldad de las penas no hacía distinción entre vivos y muertos: los cadáveres de los sentenciados que habían muerto antes de pasar por la hoguera eran desenterrados y también quemados; si esto no era posible, por huida de los herejes, se entregaba a las llamas una efigie de su persona. La ‘pedagogía del miedo’ sólo podía tener éxito dentro de un esquema de globalizada estructuración en el que no quedara excluido ningún sector de la población. El proceder inquisitorial, comenta Kamen, se fundamentaba en el temor y en el secretismo. La actividad pública del Santo Oficio se basaba en la premisa —común a todos los sistemas autoritarios y policíacos— de que el miedo es el método más apropiado de disuasión. El miedo provocado por la Inquisición está fuera de toda duda.[38] "La Inquisición muy pronto se convirtió en un eficiente organismo centralizado, basado en una modélica estructura de poder, de carácter muy moderno y con una eficacia excepcional de actuación. La autoridad de los inquisidores, directa o indirectamente, provenía de Roma, sin cuya autoridad no habría podido existir. De la aprobación previa de Roma dependían las bulas de nombramiento, las regulaciones canónicas y las esferas de jurisdicción.[39]

    La gran mayoría de los inquisidores generales ocuparon otros cargos importantes simultáneamente. Seis de ellos fueron arzobispos de Toledo y, consiguientemente, primados de España; doce llegaron a ser cardenales. Un elevado número de estos prelados habían recibido una sólida formación universitaria y habían destacado en el campo teológico, e incluso en la esfera política y administrativa. Fernando de Valdés —el tristemente recordado martillo de los protestantes sevillanos—, ocupó varios obispados antes de ser nombrado arzobispo de Sevilla, miembro del Consejo Supremo de la Inquisición, gran Inquisidor y presidente del Consejo de Estado en el reinado de Felipe II. José-Ramón Guerrero describe al inquisidor Valdés como un hombre de intransigencia rayana en el fanatismo; unía un rigor tal en la persecución y el castigo, que todo sentido de piedad desaparecía de su mente cuando se trataba de inculpar a aquellos que se consideraban peligrosos para la paz de la Iglesia. Por otra parte, su enemistad hacia todo lo que llevara un sello de reforma era de antiguo conocida.[40] Es realmente sorprendente que estos hombres, tan cultos y tan estrechamente vinculados a la alta jerarquía ‘de la verdadera Iglesia,’ fueran los dirigentes de una institución que durante un largo periodo de tiempo instauró el miedo y el terror en España y sembró de muerte la disidencia religiosa en el país.

    Gracias a la obra de Reinaldo, la persecución y los métodos represivos de la Inquisición española llegaron a ser ampliamente conocidos en todos los países protestantes europeos. El primer auto de fe en Sevilla contra un grupo de reformados españoles tuvo lugar el 24 de septiembre de 1559 en la plaza de San Francisco. Como resultado de la primera gran redada de la Inquisición, escribe Reinaldo, viéronse, entonces, juntos en sola Sevilla, ochocientos cautivos por causa de su piedad, y casi veinte, o más, quemados en una misma hoguera...[41] La presa fue tan grande, que se llenaron las cárceles, y aun algunas casas de particulares… cosa que asombró a los mismos inquisidores. Hubo entre estos presos, y entre los que prendieron después, hombres muy excelentes en vida y en doctrina.[42] En un documento histórico del tiempo se constata que, a causa de la multitud de herejes que había en Sevilla en el año 1559, hubieron de ponerse puertas al puente de Triana ‘de una y otra parte,’ las cuales se cerraban de noche para evitar que se produjesen fugas. Las hogueras inquisitoriales encendidas en Sevilla y en Valladolid hacían presagiar un negro futuro de intolerancia para el país. Se diría, comenta Bataillon, que España entera se congregaba tras una especie de cordón sanitario para salvarse de alguna terrible epidemia.[43]

    En el subsuelo del mercado sevillano de Triana yacen los restos arquitectónicos del castillo del mismo nombre, que durante mucho tiempo fue sede y prisión de la Santa Inquisición. De 1481 a 1785, sus 26 cárceles se convirtieron en antros de horror del Santo Oficio. En la actualidad, los restos excavados se han convertido en Museo Histórico. Ahora, se dice, ‘su recuerdo saldrá a la luz, pero no como museo de los horrores, sino como lugar de reflexión sobre las injusticias.’ Estas ruinas, actualmente parcialmente rescatadas, son testimonio acusatorio en contra de una Institución que de santa no tenía nada y de cristiana aún menos. Las piedras de estas ruinas evocan un pasado histórico que dejó tras sí una negra estela de muerte y sufrimiento, y suscitan en el que escribe estas líneas una sobrecogedora reflexión: de haber vivido en aquellos días también habría ocupado una de aquellas inicuas celdas de sufrimiento. El Santo Tribunal lo habría encontrado culpable de herejía y condenado a la hoguera por profesar las doctrinas reformadas de la justificación por la fe, la autoridad de las Escrituras y el señorío de Cristo en la salvación y en la Iglesia. Pero no sólo de este pasado nos quedan las piedras del castillo de Triana, que tanto nos dicen con su silencio evocador, hay otros restos históricos que nos hablan también de lo que fueron aquellos días y de los que pagaron con sus vidas el ciego furor de la intransigencia religiosa. Las piedras de estos restos históricos son los libros y escritos que nos legaron los reformadores evangélicos españoles y, al igual que las del viejo Castillo, han estado secularmente enterradas en el mal intencionado olvido de los que siempre han blasonado de la existencia de una sola y única inveterada nación: la España del catolicismo romano. Pero también un buen número de estas piedras escritas han sido ‘excavadas’ y, desde mediados del siglo XIX, nos vienen hablando de otra España de cuya historia se han arrancado y faltan muchas páginas.

    Apresamiento y muerte de Constantino

    Cuando se publicaron los libros del Doctor Constantino, escribe Bataillon su ortodoxia era tan poco sospechosa que, cuando Gil murió, por unanimidad se le dio la canonjía magistral.[44] Sin embargo, por cartas del Consejo de la Inquisición fechadas en 1553, sabemos que por aquel entonces los escritos de Constantino eran examinados bajo la lupa de la sospecha. Ya desde las primeras ediciones de la Suma de doctrina la Inquisición empezó a acumular datos para un eventual proceso. En una carta del Santo Oficio de dicho año, sabemos que la Inquisición no otorgó licencia de publicación a un manuscrito de Constantino intitulado Espejo del estado del hombre en esta presente vida.[45] Nada sabemos sobre el contenido de este escrito. Estas sospechas, comenta Nieto, explicaría la precaución de Constantino en el uso y forma de sus publicaciones, algo así como un camuflaje de ortodoxia en algunas de sus ediciones.[46] Este evidente ‘camuflaje de ortodoxia’ al que alude Nieto, confirma, una vez más, nuestra tesis de que tanto en la biografía como en los escritos de Constantino —y en otros reformistas españoles— el velo nicodémico de ocultación ha de tenerse muy en cuenta a la hora de interpretar correctamente su vida y su doctrina.[47]

    Pero no solo los escritos, sino también la predicación de Constantino despertó en los inquisidores sospechas de heterodoxia. El reformador fue cuestionado varias veces en la sede del castillo de Triana. Sin embargo, la talla intelectual del personaje, su amplia cultura teológica y la agudeza de su capacidad argumentativa hacían de él un ‘hereje’ difícil de caer en las redes de la ‘ortodoxia católica tridentina.’ Pero el Santo Oficio sabía cómo proceder con las presas difíciles; sabía que el factor tiempo jugaba siempre a su favor y, que tarde o temprano, las sospechas y acusaciones de heterodoxia terminarían plasmándose en decisivas pruebas de inculpación. Y así fue: el 16 de agosto de 1558, el inquisidor Fernando de Valdés cursó una definitiva orden de apresamiento. El reformador predicó su último sermón en la Catedral de Sevilla el 1 de agosto de 1558. La prueba final y decisiva de heterodoxia en contra de Constantino el Santo Oficio la encontró en los libros heréticos hallados en el registro efectuado en la casa de Isabel Martínez, una fiel seguidora de las doctrinas de los evangélicos sevillanos. En su domicilio Constantino había escondido el ajuar más selecto de sus libros, o sea, aquellos que no se pueden tener en España sin muy inminente peligro.[48] Entre éstos fue hallado un libro enorme totalmente escrito de su propia mano en el que de una manera clara, según el testimonio de los inquisidores, Constantino expresaba sus ideas sobre ‘la verdadera Iglesia,’ en contraste con la ‘iglesia del Papa,’ a quien llamaba el Anticristo; del sacramento de la eucaristía y del invento de la misa, asunto del que afirmaba que el orbe estaba fascinado por ignorancia de la Sagrada Escritura; del purgatorio, al que llamaba cabeza de lobo e invento de frailes para llenar su vientre, de las bulas e indulgencias papales; de los méritos de los hombres; y, finalmente, de todos los otros capítulos de la religión cristiana.[49] Añade Reinaldo:

    Después de haber sido examinado este libro, interrogado Constantino por los Inquisidores sobre si reconocía su letra, habiendo eludido la respuesta durante muchos días mediante subterfugios rebuscados desde todas partes, reconociendo, al fin, la voluntad de Dios que le había cortado toda ocasión de utilizar ya más pretextos, dijo: ‘Reconozco mi letra y, por tanto, confieso que yo he escrito todas esas cosas las cuales también manifiesto sinceramente que son verdaderas. Y no tenéis por qué esforzaros más en buscar contra mí otros testimonios: aquí tenéis ya una confesión clara y amplia de mi opinión, actuad en consecuencia y haced de mí lo que mejor os parezca.’[50]

    El reformador español pasó más de un año y medio en la cárcel de Triana. Sabido era que la salud de Constantino no fue nunca buena. Por lo que se desprende de los documentos del cabildo de la catedral sevillana, Constantino sufriría de alguna dolencia hepática seria, o quizá de alguna enfermedad de corazón.[51] En ocasiones, tan exhausto estaba de fuerzas que a la mitad del sermón reponía energías mediante algún que otro sorbo de vino aguado.[52] El escribir Doctrina cristiana, nos dice en el Prefacio de la obra, le supuso un gran esfuerzo por razón de su quebrantada salud: "No quiero dejar de decir cuán gran esfuerzo ha sido este, sobre todo para una persona tan asediada de enfermedades y de impedimentos como soy yo."

    Las condiciones infrahumanas de la miserable celda precipitaron el deterioro físico de su débil salud corporal. A esto se sumaba el agónico sentimiento de "una tristeza enorme y absolutamente inconsolable al ver que con la devastación tan truculenta de aquella piadosísima Iglesia quedaban aniquilados tantos y tan continuados esfuerzos suyos y de sus piadosos compañeros…"[53] Afectado de disentería, y al no poder soportar el sofocante sol en el horno de su celda, Constantino empezó a sentirse enfermo, y en quince días, escribe Reinaldo, entregó a Cristo su alma feliz y del todo digna de tal final de una vida que había consagrado a promover valientemente la gloria de Cristo.[54] Constantino murió, muy probablemente, el 9 de febrero de 1560. Carlos V, al conocer en su retiro de Yuste la noticia del proceso inquisitorial de herejía contra su antiguo capellán, declaró: Si Constantino es hereje, entonces debe ser un gran hereje.[55] El recuerdo del gran orador parece haberlo retenido siempre el Emperador. Después de su muerte, en el inventario que se hizo de los pocos libros que el César poseía en su retiro de Yuste, estaba la Doctrina cristiana de Constantino.[56]

    En el auto de fe del 22 de diciembre de 1560 Constantino fue declarado hereje en efigie. Su cadáver fue exhumado, y en sustitución del muerto se puso una estatua de paja colocada sobre un pulpito con una mano levantada y con la otra agarrada al pulpito, ejecutada con tan gran artificio, que representaba en vivo a Constantino con aquel ademán con que habitualmente había predicado. Y no hay duda de que aquella estatua vacía predicó a las almas de muchos igual de eficazmente que como lo había hecho antes en vida aquel a quien por escarnio representaba.[57] La lectura de la sentencia duró más de una hora, y se centró principalmente en los ‘errores’ que se contenían en el libro manuscrito hallado en la casa de Isabel Martínez. Los demás libros de Constantino, incautamente aprobados con anterioridad por los inquisidores, fueron también condenados, para que en lo sucesivo no quedara nada que honrase su recuerdo.[58] En la sentencia inquisitorial se decía:

    Debemos declarar y declaramos que el dicho Constantino Ponce de la Fuente al tiempo que murió y vivió haber perpetrado y cometido los delitos de herejía y apostasía, de que fue acusado, y haber sido y muerto hereje apóstata, fautor y encubridor de herejes, excomulgado de excomunión mayor, y por tal lo declaramos, y pronunciamos, y dañamos su memoria y fama. Y mandamos que el día del auto sea sacada al cadalso una estatua que represente su persona, con coraza de condenado y con un sambenito, que por la una parte de él tenga las insignias de condenado, y por la otra un letrero del nombre del dicho Constantino de la Fuente; lo cual, después de ser leída públicamente esta nuestra sentencia, sea entregada a la justicia y brazo seglar; y sus huesos sean desenterrados y entregados a la dicha justicia para que sean quemados públicamente en detestación de tan graves y tan grandes delitos, y quitar y raer cualquier título si lo tuviese puesto sobre su sepultura; por manera que no quede memoria del dicho Constantino sobre la faz de la tierra, salvo de nuestra sentencia y de la ejecución que nos por ella mandamos hacer.[59]

    El luteranismo de Constantino

    Conscientes somos que solo la enseñanza de la verdad de Dios puede abrir a los hombres el sendero de la bienaventuranza y hacer que sea prosperada la Iglesia —aún en medio de los sufrimientos de la cruz y de la oposición de los poderes del mundo—. Cuando esto falta, y por muchas que sean las pompas y lustrosas riquezas del mundo, la Iglesia no tendrá el beneplácito de la majestad divina.[60]

    La confesión de luteranismo de la que los propios evangélicos españoles hacían profesión, no designaba un credo religioso acorde en todo con la teología de Lutero, sino que expresaba conformidad y acuerdo con las enseñanzas básicas del reformador alemán, como la autoridad de la Biblia, la justificación por la fe y la soteriología de la pura gracia de Dios en la salvación del pecador. Constantino fue un relevante converso del reformismo evangélico español. En modo alguno puede suponerse que Constantino abrazó la fe reformada como resultado de posibles contactos con líderes protestantes europeos. Conviene resaltar el hecho de que fue en 1548 cuando Constantino dejó Sevilla para acompañar al príncipe Felipe en su viaje a los Países Bajos y al sur de Alemania para reunirse con su padre el emperador Carlos V. Por esta fecha ya se habían publicados todas las obras que hoy conocemos como suyas; y fue precisamente en esta fecha de 1548 que se imprimió Doctrina cristiana, su última obra. Al unirse a la Corte Real Constantino era ya luterano. ¿Cómo, pues, llegó Constantino a abrazar las doctrinas de la Reforma del Siglo XVI? De hecho la pregunta la hacemos también extensiva a los otros representantes del reformismo español. Contrariamente a lo que se ha llegado a afirmar, no fue por la influencia directa de los escritos de Martín Lutero u otros líderes reformados europeos que se inició en España el movimiento evangélico de retorno a las fuentes bíblicas del cristianismo. Si bien los escritos del reformador alemán tuvieron una temprana distribución en la Península,[61] y en ellos los evangélicos españoles vieron reflejadas sus propias creencias. En palabras del profesor José Nieto: "Los ‘luteranos’ de Sevilla y Valladolid no recibieron el luteranismo, o protestantismo, como la semilla incipiente de su fe herética, sino como la semilla consecuente a una fe evangélica que ellos ya habían adquirido de diversas maneras."[62]

    Ya a principios del siglo XVI se registraba en España un importante movimiento de pre-reforma protestante que no era resultado de contactos con focos religiosos de inspiración bíblica que se daban en otros lugares de Europa. La España del siglo XVI era, de hecho, un fermento de inquietudes religiosas. Amplios sectores del pueblo buscaba y se afanaban por conseguir una directa y personal comunión con Dios a través de la lectura y meditación de relevantes pasajes de la Escritura en lengua vernácula entonces disponibles. Si bien es cierto que desde tiempos de los Reyes Católicos la lectura de las Sagradas Escrituras no estaba oficialmente permitida entre los legos, la prohibición, sin embargo, no llegó a tener una estricta implantación y muchos fueron los que tuvieron acceso al texto bíblico y llegaron a redescubrir importantes enseñanzas del cristianismo primitivo. Fue especialmente entre los llamados ‘alumbrados dexados’ de Toledo y de amplios lugares de Castilla que se originó un influyente movimiento de reforma evangélica. Destacados líderes de estos grupos de disidencia fueron Isabel de la Cruz en Guadalajara, Francisca Hernández en Salamanca, María Cazalla en Pastrana y Cifuentes y Pedro Ruíz de Alcaraz en Escalona, Toledo y diversos lugares de la meseta.

    Alcaraz, escribe Nieto, es responsable de la aparición de algo completamente nuevo en la vida espiritual de aquel tiempo.[63] Las reuniones que dirigía Alcaraz se caracterizaban por un marcado carácter bíblico, centradas de un modo muy especial en el estudio y comentario de pasajes paulinos y joaninos del Nuevo Testamento. Alcaraz nació en Guadalajara, alrededor del año 1480. Sus padres, Juan de Alcaraz y Catalina Ortíz, descendían de judíos conversos. Fue discípulo de Isabel de la Cruz, y todos los indicios apuntan a que fue un aventajado autodidacta en su formación cultural y religiosa. A instancias de Alonso Manrique, Inquisidor General, por el Edicto de Toledo de 23 de septiembre de 1525, los dexados fueron condenados como herejes lectores de las Sagradas Escrituras.[64] Pedro Ruíz de Alcaraz ya había sido detenido un año antes acusado de heterodoxia. Después de seis años de prisión, torturas e interrogatorios, se le declaró culpable de herejía y fue condenado a encarcelamiento perpetuo. En febrero de 1539 se le concedió la libertad a cambio de rigurosas penitencias. A partir de ese momento desaparece de la historia y ni siquiera se conoce la fecha de su muerte. Alcaraz introdujo a Juan de Valdés (Cuenca, 1494?-1541) en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, y sobre la base de la herencia espiritual de los dexados coronó Valdés su investigación bíblica con la doctrina de la justificación por la fe —la aportación más sobresaliente de su Diálogo de doctrina cristiana—.[65]

    El Diálogo de doctrina cristiana fue primer libro protestante escrito y publicado en España. Auspiciada su publicación por la Universidad de Alcalá, la obra fue impresa en los prestigiosos talleres de Miguel de Eguía el 14 de enero de 1529. Por aquel entonces Valdés cursaba su segundo año de estudios en dicha universidad —joya cultural y religiosa del Cardenal Cisneros—. La atmósfera de reforma evangélica que se respiraba en amplios e influyentes círculos académicos y jerárquicos en la España de aquel entonces —como nos dice Cipriano Valera en la Exhortación al lector en su revisión de la Biblia de Casiodoro de Reina—, encuentra en esta obra de Valdés una elocuente y concreta expresión. Valdés tradujo y comentó la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento; legándonos, además, una excelente versión del libro de los Salmos y de un gran número de pasajes del Antiguo Testamento. En el texto del Diálogo de doctrina cristiana se constatan 341 referencias explícitas de la Biblia. Para hacer más fácil y amena la lectura de sus contenidos, Valdés siguió el ejemplo de Erasmo en sus Coloquios y estructuró su obra en forma de un diálogo entre tres personajes: un monje, un arzobispo y un sacerdote de pueblo. Eusebio, el monje, afligido por la falta de conocimientos reinante sobre las doctrinas básicas del evangelio, invita a Antonio, el ignorante, pero bien intencionado, sacerdote de pueblo que estaba enseñando a los niños de la aldea Doctrina Cristiana, a acompañarle a ver al arzobispo para consultar con él la manera más eficaz de llevar a cabo esta tarea. El arzobispo no sólo les da pautas sobre la manera de enseñar la doctrina, sino también les indica las doctrinas más relevantes que deberían enseñar. El diálogo gira en torno a los contenidos del Credo Apostólico, los Diez mandamientos y el Padrenuestro, y en todos los contextos la atención se centra en la historia de la salvación y en la redención obrada por Jesucristo, el Mesías prometido y fundamento de la justificación del creyente. (fols. 11v-12r).

    El Consejo de la Suprema, máximo organismo de la Inquisición, juzgó heréticos los contenidos doctrinales del Diálogo de doctrina y en agosto del mismo año de su publicación, prohibió su lectura y ordenó el secuestro de los ejemplares en poder de libreros. La efectividad represiva de la Inquisición se evidencia en el hecho de que sólo un ejemplar de esta obra ha llegado hasta nosotros: el que en1925 el historiador francés Marcel Bataillon descubrió en Lisboa en el Real Monasterio de San Vicente de Fora, que actualmente se guarda en la Biblioteca Nacional de Lisboa. En el mismo año Bataillon publicó una edición facsímile de la obra. En la portada del libro el nombre del autor se esconde bajo el seudónimo de un religioso. Ignoramos si bajo este título Valdés pretendía eludir los controles de la Inquisición, que seguía muy de cerca las tendencias luteranas que se daban en Alcalá. El adverbio nuevamente, que aparece después del título, significaba en aquel tiempo, según el Diccionario de la lengua, hecho recientemente. Sumamente interesante es la dedicatoria de la obra al Marqués de Villena que aparece al pie de la portada. El Marqués de Villena, D. Diego López Pacheco, emparentado con la poderosa familia de los Mendoza de Guadalajara, fue un noble de profundos intereses humanísticos y religiosos. Su palacio en Escalona, sobre el valle del río Alberche, cerca de Toledo, llegó a ser el centro de reunión del importante grupo evangélico de los dexados, dirigido por Pedro Ruiz de Alcaraz. Fue en Escalona, allá por los años 1509-1512, donde se estableció la primera comunidad evangélica en España de la que tenemos noticia. Podemos, pues, hablar de unos orígenes autóctonos del protestantismo español, ya que fue más tarde, en el año 1517, que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Fue en el palacio del Marqués de Villena, bajo las enseñanzas bíblicas de Pedro Ruíz de Alcaraz, que Juan de Valdés llegó a conocer el Evangelio. No sabemos cómo y a instancias de quién llegó Valdés a Escalona, pero es evidente, por las declaraciones de la mujer de Alcaraz ante los inquisidores de Toledo, que el joven Valdés llegó a identificarse muy estrechamente con las enseñanzas de este predicador laico, y que mucho de lo que aprendió de él quedó reflejado en los contenidos del Diálogo de doctrina cristiana.

    En Alcalá Constantino llegaría a tener conocimiento muy directo de la teología de Valdés, y que, a instancias del Dr. Francisco de Vargas, hubiera incluso leído y estudiado a fondo el Diálogo de doctrina cristiana. En estimación de Bataillon, la influencia que sobre Constantino ejerció el Diálogo de Valdés es incuestionable: "En Suma de doctrina Constantino utilizó, hasta en detalles el Diálogo de doctrina cristiana de Valdés."[66] Como ya hemos mencionado, el Dr. Vargas fue uno de los profesores de Alcalá que respaldó la publicación de dicha obra y más tarde se trasladó a Sevilla para hacer causa común con Egidio y Constantino en la propagación de las doctrinas reformadas en la capital bética.

    Personaje importante de los cimientos preluteranos del reformismo en Sevilla y que ejerció también una importante influencia teológica sobre Constantino y Egidio, fue Rodrigo Valer. Según el testimonio de Cipriano de Valera: Valer fue el primero que abiertamente, y con gran constancia descubrió las tinieblas en nuestros tiempos en Sevilla.[67] Valer fue un precoz autodidacta. Leía en latín las Sagradas Escrituras, y dotado de una prodigiosa memoria las citaba con una especial destreza y milagrosa prontitud. Fue condenado y encarcelado por los inquisidores como seudoprofeta y seudoapóstol e impostor muy malvado.[68] Según William B. Jones: la singularidad del pensamiento de Valer consistía en el énfasis en la fe viva, en combinación con la noción agustiniana de la omnipotencia de la gracia de Dios como remedio a la inhabilidad del hombre de ganar su propia salvación.[69] Además de Constantino y Egidio, también Antonio del Corro, Casiodoro de Reina y el propio Cipriano de Valera manifestaron deuda de gratitud con Rodrigo Valer por la enseñanza bíblica sobre el Evangelio de la gracia que de él recibieron.[70] A la hora, pues, de estudiar y establecer los orígenes del movimiento evangélico reformado en España, en modo alguno puede pasarse por alto la importancia del trasfondo teológico autóctono que le caracterizó y condicionó. Las influencias luteranas y calvinistas recibidas posteriormente corroboraron y explicitaron más ampliamente la base doctrinal de este movimiento religioso bíblico de profundas raíces autóctonas. Las obras de Constantino que, como hemos dicho, se publicaron antes de que el conquense acompañara a don Felipe y al Emperador por tierras europeas, son de elocuente contenido teológico reformado. En ellas Constantino hace causa común con Lutero, Calvino y demás líderes de la reforma protestante del siglo XVI en la defensa y proclama de la sola Escritura, la sola fe, la sola gracia, y solo a Cristo y solo a Dios la gloria.[71]

    Todos los escritos de Constantino encierran una constante apelación al mensaje y autoridad de las Escrituras. En repetidas ocasiones advierte a sus lectores que los contenidos de sus obras no son doctrinalmente novedosos, sino que, antes por el contrario, son evocadores de un mensaje antiguo: el de la predicación de la Iglesia cristiana de los primeros siglos fundamentada en las Sagradas Escrituras. La proclama de Lutero y demás reformadores de que ‘solo en Cristo hay salvación’ es doctrina central en la teología de Constantino. Afirmaciones como éstas se repiten una y otra vez en sus escritos: "El Hijo de Dios descendió a la condición humana para levantarnos a la condición de hijos de Dios, y justificarnos con justicia de Dios."[72] "La justicia de Cristo es tan grande delante de los ojos del Padre, que de sus sobras y demasías se suplen nuestros defectos; porque su justicia es nuestra justicia."[73] En el primer sermón del Beatus vir Constantino utiliza los términos paulinos y reformados de ‘justificación’ y ‘justificar.’ Evidentemente, uno puede discrepar de Lutero sobre cuestiones doctrinales de contenido eclesial o sacramental —como en estos temas discrepó Calvino—, pero en el tema de la ‘justificación por la fe’ todos los reformadores, incluyendo a los españoles, fueron luteranos, y lo defendieron y proclamaron como doctrina bíblica. La justificación no es por las obras, es por pura gracia. No es la recompensa de algo que pueda haber en nosotros, o que haya sido obrado por nosotros, sino que proviene única y exclusivamente del favor gratuito de Dios.[74] Escribe Constantino: Ya desde antiguo el hombre fue justificado por Jesucristo.[75] Todos los profetas, desde Moisés en adelante, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo, proclaman como mensaje central la muerte del Hijo de Dios. Esta es también la enseñanza que se encierra en los sacrificios y ceremonias de la antigua Ley.[76] "Lo que era imposible al hombre —que es ser justificado y ser amigo de Dios— el Hijo de Dios, tomando nuestra carne, crucificó en ella nuestra flaqueza, condenó nuestro pecado, para que la justificación que pide la ley y la obra de sus mandamientos fuese cumplida en nosotros. (Ro. 8). Grande cosa es esta que hemos enseñado; y no solo grande, mas tan necesaria para la salvación del hombre, que es imposible alcanzarla por otra vía."[77] También para Constantino la fe, y sólo la fe, guarda estrecha relación con la justificación. Somos justificados por la fe, o través de la fe, o mediante la fe.[78] El acto justificante de Dios se da en contemporaneidad con el acto de la fe ejercitada por el creyente. Las razones por las cuales la justificación es por la fe, y sólo por la fe, son obvias según la enseñanza bíblica. La fe y la gracia se complementan mutuamente: Por lo tanto es por la fe, para que sea por gracia. (Ro. 4, 16). La cualidad específica de la fe es la de descansar sobre algo, y en nuestro caso, sobre la justicia de Cristo. La justificación por la fe pone de manifiesto la absoluta gratuidad del Evangelio de la gracia. Si la justificación fuera por las obras, afirmaban al unísono los reformadores, ¿qué obras de justicia podría ofrecer a Dios el hombre pecador? La fe es la antítesis de las obras. (Gá. 5,4).La justificación no constituye el único contenido del evangelio de la gracia redentora. A los que Dios justifica, Dios también regenera y santifica.

    Al igual que los demás teólogos de la Reforma, Constantino enfatiza una y otra vez la función salvífica que ejerce la ley de Dios para llevar al pecador a Cristo. Todos al unísono se hacen eco de la afirmación paulina de que la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (Gá. 3,24). A través del ministerio de la Ley, el Señor hiere para sanar.[79] "En las cosas de Dios no hay posibilidad de ‘ingenuos ablandamientos’ de sus exigencias espirituales y morales. La ley de Dios no puede cambiar ni dejar que sus aceros dejen de cortar nuestros pecados."[80] Sobre la relevancia de la Ley en la teología de Constantino, Bataillon comenta: "Tal vez nunca se ha

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