Vivimos tiempos convulsos, marcados por la incertidumbre. Al cambio climático y las consecuencias que aún arrastramos de la crisis financiera de 2008 hay que sumarle la nueva configuración geopolítica sobrevenida tras la invasión rusa de Ucrania y la crisis energética, alimenticia y migratoria desatada a causa a esta nueva «Guerra Fría» que ha vuelto a dividir el mundo en dos bloques, como en los tiempos del Telón de Acero y la amenaza nuclear.
Si a ello añadimos una pandemia como la COVID-19 que sacudió nuestras vidas durante meses y causó cerca de 1,2 millones de muertos (estimados), o catástrofes naturales en pleno cambio climático como la erupción del volcán Cumbre Vieja de La Palma, nos encontramos ante un escenario cuanto menos inquietante, el caldo de cultivo idóneo para que agoreros y sectas de corte apocalíptico coleccionen acólitos de un rincón a otro del planeta, haciendo uso en muchos casos de la infoxicación y el poder imparable de las redes sociales.
De un rincón a otro del planeta proliferan grupos religiosos que usan estos trágicos sucesos para advertir de la inminente llegada del fin de los tiempos, profetizada en textos sagrados, vaticinios cibernéticos o panfletos negacionistas. Desde movimientos religiosos con bastante solera a otros cuyo nombre nos suena menos en Occidente, como las sectas chinas «Iglesia de Dios Todopoderoso» o Falun Gong, todos anuncian ese fin que acompañará a la segunda venida de Cristo o parusía, el advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos. En las próximas líneas veremos cuáles son sus armas para captar seguidores, cómo tergiversan los acontecimientos y las catástrofes para realizar una relectura interesada del presente y cuáles son esos grupos que han nacido al amparo de la pandemia, el cambio climático y los conflictos bélicos contemporáneos, su