El secreto del alma número diez
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Takao trabaja en un gran comunicador que le permitirá comunicarse con la vida extraterrestre; pero su vida dará un giro inesperado cuando en lugar de comunicarse con marcianos, logre escuchar y comunicarse con una figura siniestra: el alma Número Diez.
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El secreto del alma número diez - Jūza Unno
Takao
El Ondulario
El joven Takao Ichihata era un radioaficionado entusiasta como muchos. Cursaba la secundaria y tenía exámenes de admisión qué preparar para el año siguiente, pero él los dejaba de lado para dedicarse a diseñar, armar o usar sus radiotransmisores. Para esto tenía una caseta en un rincón del patio. En su interior había un pequeño taller, la estación de radio y una biblioteca. Por supuesto, contaba también con electricidad. A este espacio lo había bautizado « el Ondulario » .
Claro está que no todo radioaficionado tiene una estación con todas estas comodidades; el joven Ichihata tuvo que presionar bastante a su madre para que le instalara el estupendo Ondulario.
La madre siempre había consentido a su Takao; había sufrido mucho y se resguardaba en su único hijo. Resulta que el padre de Takao, el doctor Haruaki Ichihata, llevaba cuatro años desaparecido en una Europa azotada por la guerra. Habían intentado dar con el paradero del doctor por todos los medios, sin obtener nada de información. En la familia cada vez eran más los partidarios de desistir en la búsqueda. Así, desesperanzada, la madre había hecho del joven Takao su principal foco de atención.
El doctor era biólogo. Se sospechaba que había sido alcanzado por el fuego cruzado mientras recorría Europa en busca de unas algas que no se encuentran en Japón. Por extraño que parezca, ¿habrá sido esto lo que el hijo heredó del padre? Takao había adquirido desde pequeño un gran interés por la ciencia; y en los últimos años esa pasión se había volcado completamente a la radioafición.
Takao pasaba tanto tiempo como podía después de la escuela en su Ondulario. A veces estaba allí hasta bien entrada la noche. Incluso había ocasiones en las que llamaba a su madre por un teléfono casero para avisarle que pasaría la noche transmitiendo.
Al Ondulario venían constantemente Ninomiya y Miki, sus compañeros de clase. También ellos dos eran radioaficionados. Takao era el más ermitaño del grupo y rara vez visitaba a sus amigos.
Desde hacía algún tiempo, el joven Ichihata se encontraba ensimismado ensamblando un nuevo aparato. Se trataba de un dispositivo de radiotransmisión centimétrica que había estado diseñando. Con este nuevo dispositivo lograría reducir el ruido al mínimo. La nitidez de la señal mejoraría muchísimo y la recepción debería sentirse entre mil y tres mil veces mejor. Había otras ventajas, pero no las detallaremos aquí.
Para poder construir el receptor, cercó con una malla metálica el interior de la caseta. La tosca malla cubría toda la parte trasera, desde el suelo hasta el techo. A un lado se abría una puerta que permitía el ingreso. Dentro de esta sección, en el fondo, había una mesa. Allí tenía instalado el receptor.
El panel de control estaba instalado en la parte superior de la malla metálica. Entre el receptor y el panel había un eje largo atravesado. Al girar los diales del panel por fuera de la malla, el eje rotaba. Esto hacía que se activaran las partes móviles del receptor.
Por supuesto, la malla estaba bien conectada a tierra. Aunque alguien manipulase los diales frente al panel, no habría desequilibrios en el circuito del receptor ni interferencias en el amplificador electrónico por formación de campos desmagnetizantes. En realidad, la malla cubría el techo, el piso y cuatro paredes: el receptor se encontraba alojado en una gran jaula de malla metálica. Sin todas estas precauciones no se podría trabajar con ondas de este rango de longitud tan corto.
Takao estaba convencido de que su receptor era excelente. Incluso se preguntaba si sería capaz de captar señales desde Marte. Bueno, no es que estuviera esperando recibir ondas desde Marte. De acuerdo con los últimos estudios, no habría más que formas de vida inferiores, como líquenes. Ni siquiera habría animales. Es decir, nada de marcianos.
Pero el universo es enorme. En los rincones de este vasto universo de miles de millones de años luz de diámetro debía haber planetas parecidos a la Tierra con sus respectivos habitantes radioaficionados. Desde esa perspectiva, Takao pensaba que captar esas señales no era imposible. Su deseo era lanzar señales de radio al espacio y detectar alguna respuesta antes de que los humanos de dentro de unos veinte años lancen el primer cohete. Esas eran las grandes ambiciones y expectativas de Takao para este nuevo receptor.
El primer experimento
La instalación ya estaba lista. Emocionado, Takao acercó un asiento frente al panel que tenía por fuera de la jaula de malla y se dispuso a echar a andar el receptor.