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Aprendizaje-Servicio: Los retos de la evaluación
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Aprendizaje-Servicio: Los retos de la evaluación

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La responsabilidad, la reciprocidad y la solidaridad deben ser elementos imprescindibles en los programas formativos de la Universidad. En respuesta a esta exigencia, la metodología del Aprendizaje-Servicio (ApS) se ha instalado, poco a poco, en las universidades de países europeos, como España, y otros muchos de Latinoamérica, a través de experiencias innovadoras en todas las áreas de conocimiento. Su objetivo es mejorar los aprendizajes, aunando teoría y práctica y, a la vez, implicando al alumnado en el desarrollo y mejora de sus comunidades en un ejercicio de responsabilidad y compromiso cívico.

En todo el proceso de desarrollo del ApS en educación superior, hay un aspecto al que, hasta el momento, no se le había prestado la debida atención. Se trata del tema de la evaluación, fase clave de todo diseño metodológico. Con el objetivo de profundizar en esta línea de investigación, y gracias al apoyo de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), un nutrido grupo de profesores y profesoras de doce universidades españolas, expertos todos ellos en ApS, junto con la experiencia del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario, de Argentina, se reúnen para abordar la evaluación desde diferentes perspectivas.
Las propuestas, reflexiones y experiencias que aquí se presentan contribuirán a la mejora de los procesos de evaluación de aprendizaje de contenidos, de destrezas, pero también de competencias éticas y cívicas. De este modo, se enriquecerá el desarrollo de la calidad de los proyectos de Aprendizaje-Servicio en nuestras universidades.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
ISBN9788427725331
Aprendizaje-Servicio: Los retos de la evaluación

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    Aprendizaje-Servicio - Marta Ruiz-Corbella

    reto.

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    ¿Es posible evaluar los resultados de proyectos de Aprendizaje-Servicio? Las evidencias como clave del éxito

    La evaluación educativa es una potente herramienta para orientar el aprendizaje, detectar los puntos fuertes y débiles de nuestros proyectos y programas, y corregir los fallos o errores que encontremos en el proceso y en los resultados, tomando decisiones para el cambio y la mejora. Si queremos verificar la eficacia, la eficiencia y la funcionalidad de cualquier programa educativo, es necesario que sea evaluado. La evaluación es una fase transversal a todo proyecto y proceso educativo.

    En este sentido, la evaluación se convierte en un elemento clave para obtener evidencias del éxito de un proyecto educativo. Para ello es fundamental plantear claramente, desde el inicio, qué esperamos conseguir y para qué (objetivos y metas), a corto, medio y largo plazo. Si queremos convencer a la comunidad académica y a la sociedad de que un proyecto educativo es capaz de transformar a la persona, a la institución y a la propia sociedad a la que sirve, debemos ser capaces de aportar información objetiva del cumplimiento de sus metas. Para ello es imprescindible, en primer lugar, definir con máxima claridad los objetivos del proyecto y los resultados esperados, tan operativamente como sea posible. A partir de ahí, debemos concebir y planificar una evaluación adecuada y auténtica, lo que implica utilizar una metodología de evaluación (diseño, fuentes, instrumentos) que se adapte a la naturaleza del objeto evaluado.

    Lo más importante de la evaluación, en este planteamiento, es que nos ayude a verificar con objetividad si se han conseguido los fines y las mejoras pretendidas en los proyectos; por ello, plantear los criterios de evaluación y el uso de instrumentos de evaluación adecuados, ayudará a comprender las razones que nos llevan al éxito y a orientar la superación de las dificultades o errores que se cometan.

    La evaluación de proyectos y programas es un proceso sistemático y complejo que puede abordarse desde distintas perspectivas o modelos más o menos clásicos (Stake, Stufflebean, Patton, Trochim, modelos CIPP, modelos de calidad tipo normas ISO o EFQM…). Dicha complejidad ya es elevada cuando tratamos con variables relativamente fáciles de objetivar y cuantificar, como en los programas dirigidos a mejorar el rendimiento académico, la motivación o las aptitudes. Pero cuando nos enfrentamos con proyectos que abordan aspectos mucho más intangibles, como sucede en los proyectos de ApS, la complejidad y las dificultades se multiplican exponencialmente.

    Nos encontramos con dos dificultades añadidas especialmente relevantes. Por una parte, la medida de estos productos educativos no cognitivos, como puede ser la ciudadanía, la tolerancia; actitudes como el respeto a otras culturas, el trabajo en equipo, la solidaridad, etc. Estas dificultades atañen a los instrumentos de medida y evaluación, a las fuentes de recogida de información y al contexto en el que se recoge la información. Por otra parte, el tiempo necesario para verificar que el proyecto ha dado frutos. Este tipo de aprendizajes con frecuencia se manifiestan a lo largo de la vida de los sujetos que han participado en los mismos, por lo que es difícil obtener evidencias a corto plazo, tras la finalización del proyecto. Igualmente, la transferencia de estos aprendizajes consecuencia del servicio prestado, es difícil de evaluar, más aún teniendo en cuenta los diversos contextos potenciales donde tales aprendizajes podrían manifestarse.

    En todo caso, los proyectos de ApS pretender responder a grandes metas educativas, metas sin duda valiosas y que van más allá de aprendizajes académicos y competencias profesionales. Estos proyectos tienen un objetivo profundo y difícilmente cuantificable como proceso transformador personal y social. A pesar de las evidentes dificultades, debemos afrontar el reto de mostrar evidencias de las bondades de los programas de ApS para demostrar a las instituciones universitarias y a la sociedad que merece la pena invertir tiempo y dinero en esta línea. Ello pasa por tener claro qué queremos, cómo lo haremos y con qué herramientas lo evaluaremos. Este capítulo pretende mostrar un primer acercamiento y una revisión de esta cuestión en el marco universitario.

    LA EVALUACIÓN DEL ApS, UN RETO EDUCATIVO LLENO DE INTERROGANTES

    El primer paso en el planteamiento de la evaluación es comprender la naturaleza y las características del objeto evaluado. En este sentido, es necesario tomar conciencia de la relevancia, oportunidad y proyección del Aprendizaje-Servicio en la Universidad, es decir, ¿por qué el ApS en la Universidad? Para responder, utilizaremos dos ámbitos íntimamente relacionados: el reconocimiento en la institución universitaria y el valor a través de los resultados esperados y encontrados.

    Reconocimiento del Aprendizaje Servicio (ApS) en el marco de la Responsabilidad Social Universitaria

    Las universidades (…) favorecerán prácticas de responsabilidad social y ciudadana que combinen aprendizajes académicos en las diferentes titulaciones con prestación de servicio en la comunidad orientado a la mejora de la calidad de vida y la inclusión social¹.

    La Red Universitaria de Aprendizaje-Servicio, ApS(U), se creó en el año 2010 con la finalidad de fortalecer la colaboración y el intercambio de experiencias de ApS, difundir los proyectos basados en esta metodología, promover la innovación, la investigación y la formación, y apoyar los procesos de institucionalización del ApS en las universidades españolas. Es una red que reúne al profesorado de más de 40 universidades de España y, desde su creación, se han celebrado 7 congresos de Aprendizaje-Servicio Universitario.

    Pero el reconocimiento institucional llega unos años después, el 29 de mayo de 2015, cuando el Comité Ejecutivo y el Plenario de la Comisión de Sostenibilidad (grupo CADEP) de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas aprueba un documento técnico titulado Institucionalización del Aprendizaje-Servicio como estrategia docente dentro del marco de la Responsabilidad Social Universitaria para la promoción de la Sostenibilidad en la Universidad.

    Algunas universidades españolas han incluido el ApS en sus propuestas formativas más allá de proyectos específicos liderados por equipos universitarios; entre otras, las universidades de Barcelona, Rovira y Virgili, Santiago de Compostela, País Vasco, Valencia o Cádiz a través del alumnado. Un paso más en esta propuesta de institucionalización es la firma del convenio entre el Ayuntamiento de Madrid, las universidades públicas madrileñas y las universidades con sede en Madrid, la UNED y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, con el objetivo de poner en conexión a los universitarios con la ciudad, combinando el aprendizaje de sus competencias específicas con los servicios a la comunidad en la que se ubican para mejorar la calidad de vida y la inclusión social y, no menos importante, fomentar la cultura participativa, solidaria y de compromiso cívico.

    Por otra parte, en esta contextualización del reconocimiento del ApS no podemos dejar de mencionar el Premio de Aprendizaje-Servicio, organizado por Educo, Edebé y la Red Española de Aprendizaje-Servicio y apoyados por diversas empresas y entidades sociales². Se convoca anualmente desde 2015 para centros de Educación Infantil-Primaria, Secundaria-Bachillerato y Formación Profesional, y entidades sociales que desarrollen prácticas de ApS para reconocer el compromiso en el fomento de la ciudadanía activa y las acciones solidarias destinadas a mejorar la calidad de vida de la comunidad.

    En definitiva, en la actualidad, el reconocimiento y la institucionalización del ApS, como metodología docente diseñada para que los estudiantes realicen aprendizajes curriculares mientras dan respuesta a necesidades reales de la comunidad y de colectivos en riesgo de exclusión, avala el desarrollo de proyectos universitarios basados en el Aprendizaje-Servicio como fomento de la ciudadanía activa.

    El consenso conseguido en 2015 para definir los objetivos de desarrollo sostenible (ODS)³ (figura 1.1) nos ayudan a centrar los problemas reales de las sociedades y, en consecuencia, dirigir los proyectos de ApS, concebidos como proyectos orientados a dar respuesta a estas necesidades reales de la sociedad.

    Figura 1.1. Objetivos de Desarrollo Sostenible (Agenda 2030).

    Fuente: Naciones Unidas, 2015.

    Para ello, se plantea una metodología docente diseñada para que los estudiantes realicen aprendizajes curriculares mientras dan respuesta a necesidades de la comunidad/sociedad, particularmente:

    •Concienciar en temas sociales y ambientales.

    •Generar compromiso y responsabilidad social.

    •Desarrollar competencias del currículo académico.

    El valor del ApS en la Educación Superior ¿Qué efectos se han encontrado? ¿Qué evaluar?

    Desde el punto de vista de la investigación, se han observado efectos suficientemente relevantes en la aplicación del ApS que permiten suponer que la apuesta por el uso de ApS merece la pena.

    Desde la Declaración de Bolonia, las reformas universitarias emprendidas en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) se fundamentan en un aprendizaje activo, auténtico y centrado en el estudiante. La implicación y motivación del estudiante se relaciona directamente con el aprendizaje y el rendimiento educativo.

    Por ello, el uso de metodologías activas e innovadoras supone mejorar la calidad de la educación superior. El ApS cumpliría con muchos de los componentes esenciales de una metodología pedagógica que contemple estas características. El rendimiento académico se considera un indicador del éxito del proceso formativo, si bien no es el único logro esperado en la concepción y contextualización del ApS. Como metodología de aprendizaje y servicio, se espera mejorar el conocimiento de los estudiantes en una determinada disciplina y ampliar su compromiso de responsabilidad cívico-social, es decir, efectos cognitivos, afectivos y sociales (Mella-Núñez, Santos-Rego y Malheiro-Gutiérrez, 2015).

    Los primeros resultados de la investigación apuntan a que el Aprendizaje-Servicio muestra efectos positivos en cinco áreas: actitud hacia uno mismo, actitudes hacia la universidad y el aprendizaje, compromiso cívico, competencias sociales y rendimiento académico (Celio, Durlak y Dymnicki, 2011). Pero esta relación no es directa sino que, posiblemente, se produce a través de la cantidad y calidad de interacción con el profesorado y, sobre todo, mediante variables aptitudinales del estudiante, mediadoras de los buenos resultados, como son la autoestima y el autoconcepto académico, la motivación, el compromiso e implicación académica, la percepción de utilidad, la conducta prosocial y el empoderamiento (Furco, 2005; Mella-Núñez, et al. 2015); pero también la satisfacción de los estudiantes relacionada con la percepción que tienen sobre la adquisición de aprendizajes auténticos, sentirse protagonistas y la posibilidad de vincular la teoría y la práctica (Folgueiras, Luna y Puig, 2013).

    En definitiva, parece que los estudiantes que participan en ApS, evalúan más positivamente la materia, tienen una mayor percepción de aprendizaje logrado, valores y creencias más positivas hacia el servicio y la comunidad, mayor aprendizaje y rendimiento final, y mayor satisfacción, motivación e interés. En cualquier caso, parece que podemos esperar resultados positivos en diferentes áreas: personal, ciudadana, curricular…, lo que, en consecuencia, exige abrir el abanico de los resultados deseables, tanto procesuales como finales, que deben ser evaluados.

    Por consiguiente, evaluar ApS supone evaluar, de forma inmediata, las diferentes competencias relacionadas con el aprendizaje: competencias específicas de los estudios realizados; competencias genéricas necesarias para el desarrollo del servicio y vinculadas a aprender a ser y aprender a convivir (comunicación, toma decisiones, iniciativa y creatividad); y valores de responsabilidad, cooperación, justicia, empatía y justicia social.

    No menos importante es la satisfacción con el aprendizaje y servicio realizado y la percepción de la utilidad de los estudios, el aprendizaje y el servicio y la sensación de participar en la construcción social más justa y cohesionada. Muchos de los resultados esperados deberán ser evaluados a medio y largo plazo, precisamente aquellos vinculados al ejercicio de la ciudadanía activa y participativa, empática y respetuosa con la diversidad, crítica, responsable, comprometida y transformadora.

    Y, como metodología transformadora, se debe plantear conjuntamente la evaluación de su concepción pedagógica y la calidad de la experiencia. Es decir, ¿es eficaz el ApS para la formación de profesionales más competentes y motivados y ciudadanos más activos, responsables y participativos, y para la capacidad de resolver problemas reales de la comunidad y corregir desigualdades de la sociedad?

    El ApS exige abrir la universidad a la sociedad y a la colaboración entre diferentes estructuras y entidades. Por ello, las relaciones eficaces entre la universidad, la comunidad y las entidades sociales se deben incluir en el foco de la evaluación. Todas las estructuras deben percibir la interacción como valor, beneficiosa para todos los implicados y con un impacto probable vinculado a la transferencia social.

    ¿Evaluar la implementación exitosa en la institución universitaria?

    Otro aspecto esencial a considerar es la institucionalización propuesta por la CRUE (2015). Para potenciar la institucionalización, se propone:

    •Iniciar los procesos de ApS con un proceso de reflexión sobre su estatus en la institución universitaria, que debería finalizar con una declaración institucional sobre la forma de integrarlo en la política, la cultura y la práctica de compromiso cívico, la responsabilidad social y la innovación docente de cada universidad.

    •Diseñar una estructura colaborativa que apoye y consolide los proyectos de ApS en el marco de programaciones docentes, prácticas externas y realización de trabajos fin de estudios (TFG, TFM). Esta estructura debe orientar y ayudar a los equipos docentes en la gestión de recursos, convenios con entidades sociales y redes que faciliten la puesta en marcha y la financiación básica. Además, debe colaborar en la formación del PDI, dando visibilidad y reconocimiento del impacto de los proyectos y, sobre todo, permitir la sostenibilidad a lo largo del tiempo.

    •Identificar áreas-problema de la comunidad que puedan ser abordados en el marco de los estudios universitarios, así como evaluar la viabilidad del proyecto e identificar cambios.

    •Evaluar la eficacia, eficiencia y transferencia social, celebrando los logros y reconociendo el trabajo de los equipos docentes mediante su inclusión en los procesos de evaluación institucional.

    Una vez introducido el ApS en la cultura universitaria, Holland (2001) resume lo que supone una implementación institucional exitosa:

    Capacidad para cumplir con la misión. Nuevas ideas y proyectos. Iniciar nuevos servicios. Incrementar la capacidad para responder a los usuarios. Articular feedback positivo y negativo.

    Impacto económico. Valor del ApS. Reducir o incrementar los costes asociados con las actividades de ApS. Financiación nueva.

    Percepción de la reciprocidad mutua. Articulación de los objetivos, de los beneficios para el campus, los estudiantes y la organización.

    Conciencia del potencial. Análisis de la misión y visión, desarrollo de nuevas redes, percepción de utilidad y que merece la pena el esfuerzo.

    Sostenibilidad de la colaboración. Articulación de criterios de éxito, análisis costo-beneficio, percepción de confianza, sugerencias de cambio o mejoras.

    Satisfacción. Intención de continuar, capacidad de embarcar a estudiantes, referencias y publicaciones, recaudación de fondos, nuevas ideas.

    El enfoque de evaluación diagnóstica de Holland (2001) plantea que la universidad y la entidad participante en el proyecto de ApS consensúen los criterios de evaluación y decidan en función de la facilidad o riqueza de datos, en torno a:

    Objetivos. Qué deseamos conocer. Por ejemplo, incrementar la responsabilidad social.

    Variables. Qué buscamos. Qué evidencias.

    Indicadores de cada variable. Qué podemos medir.

    Método. Cómo mediremos.

    A continuación se muestra un ejemplo de criterios para la evaluación de un proyecto de ApS, espeficando los objetivos, las variables, los indicadores y el método (tabla 1.1).

    Tabla 1.1. Ejemplo de criterios de evaluación para la valoración de un proyecto de ApS.

    Fuente: Holland, 2001.

    EJEMPLOS DE INDICADORES PARA VALORAR EL IMPACTO DEL ApS EN LA UNIVERSIDAD

    Como se ha mencionado en párrafos anteriores, no existe una única manera de evaluar un proyecto porque los aspectos a considerar son muy diversos, lo que dificulta la elaboración de indicadores y su medición. La evaluación exige indicadores orientados hacia la gestión y la eficiencia –entendidas como un rendimiento óptimo de los insumos, recursos y esfuerzos para alcanzar los objetivos propuestos en un tiempo y costo adecuado– y hacia el logro y la eficacia –también llamados indicadores de éxito– porque miden el grado en que las acciones han logrado los resultados esperados (Barbosa y Moura, 2013).

    Por tanto, la evaluación de los proyectos en ApS se ajustará en función de varias situaciones, condiciones o factores, entre ellos (Campo, 2014, citado por Rubio, Puig, Martín y Palos, 2015, p. 113):

    El momento (inicial, formativa o sumativa), la posición institucional (externa o interna), la relación por parte del evaluador con el objeto evaluado (distante, participativa, cooperativa, capacitadora o empoderadora), el objetivo de evaluación (necesidades, diseño o producto), el diseño metodológico de la misma (desde las propuestas experimentales hasta las de carácter cualitativo) o los instrumentos utilizados (cuestionarios, observaciones, entrevistas, grupos de discusión, videos o fotografías).

    Una revisión de estudios recientes confirma la complejidad de la medición de los resultados de ApS. Se observa cómo los estudios se enfocan hacia la percepción de los involucrados (Flynn, Carter y Craig, 2017; Jacob, Palanisamy y Chung, 2017; Sheil y Rivera, 2016), el aprendizaje y las competencias académicas y profesionales (Brugués, 2016; Dienhart, et al. 2016; Kohlbry, 2016; Schvaneveldt y Spencer, 2016), el compromiso (Trader y Kobayashi, 2017) y la institucionalización del servicio (Bringle y Hatcher, 2000), reduciéndose aún más los estudios que miden el impacto en la comunidad, entidades sociales u otros elementos del proyecto (Tapia, 2006 citado por Rubio, Puig, Martín y Palos, 2015, p.114). Tanto es así que se aminoran las investigaciones y experiencias en donde se elaboran indicadores para valorar el ApS en la universidad y también para las escuelas. Veamos algunos ejemplos a continuación.

    Campo (2014) propone diez indicadores para valorar la calidad de una experiencia universitaria en ApS, cada uno de los cuales se evalúa según el grado de eficacia y eficiencia alcanzados:

    Enfoque de aprendizaje. El proyecto genera aprendizajes que inciden en cómo los estudiantes comprenden y entienden esa realidad a la que se han enfrentado, lo que hace que su visión se modifique y sean agentes de cambio. Los intereses/motivaciones de los estudiantes están presentes en el diseño del proyecto, aunado a retos complejos cognitivos que se transformen en fuentes de curiosidad para la indagación y reflexión sobre el aprendizaje.

    Nivel de participación. Los estudiantes toman decisiones en el proyecto, en las necesidades detectadas en donde se lleva a cabo el ApS o con entidades/instituciones que conocen. Los estudiantes generan nuevos espacios y mecanismos de participación y aprenden sobre las competencias propias de la participación y los procesos participativos.

    Competencias. Se trabajan competencias curriculares propias de la asignatura en donde se desarrolla el proyecto así como las competencias instrumentales con especial atención a la competencia investigadora.

    Seguimiento académico en la entidad. Existe un seguimiento continuo, fluido, frecuente y cercano de los estudiantes entre los profesores/tutores de la universidad y la entidad en donde se lleva a cabo el proyecto.

    Transdisciplinariedad. En el proyecto trabajan estudiantes de distintas disciplinas y ámbitos de conocimiento con la finalidad de complementarse y así abordar el problema o la necesidad detectada.

    Impacto y proyección social. El proyecto se institucionaliza en la entidad por lo que esta asume esas necesidades más allá de la ejecución del servicio. El impacto del servicio perdura en el tiempo, por lo que la comunidad asume el cambio y continúa atendiendo esas necesidades.

    Trabajo en red. La universidad trabaja junto con una o varias entidades en donde los lazos permiten espacios para la generación, intercambio y reflexión de ideas, recursos y propuestas.

    Campo profesional. Los estudiantes tienen la oportunidad de trabajar con profesionales de diferentes disciplinas. La aproximación al mundo real laboral amplía la perspectiva y los posibles horizontes del futuro desempeño profesional.

    Institucionalización académica. Incluye la difusión de los proyectos y su replicabilidad, el reconocimiento al Aprendizaje-Servicio, la disponibilidad de recursos y el reconocimiento del tiempo empleado por el profesorado, y se ofrecen premios y ayudas como reconocimiento social a la tarea emprendida.

    Evaluación. Implica una evaluación de todos los agentes que intervienen en el proyecto –estudiantes, profesores, personas a cargo de la entidad y quienes se benefician del servicio– así como de los componentes que conforman el ApS, como son el aprendizaje, el servicio y el proyecto en sí mismo.

    Otro ejemplo es el caso de The Council on Higher Education⁴ en Suráfrica, con la participación de otros profesores de la Universidad de Stanford, en su trabajo Service-Learning in the Curriculum. A Resource for Higher Education Institutions. Esta organización propone cuatro grandes dimensiones para la evaluación formativa –seguimiento de los estudiantes durante el proyecto– y sumativa –en qué medida los estudiantes alcanzaron los resultados de aprendizaje esperados al finalizar el proyecto–, cada una de las cuales se valora en función del nivel de desempeño logrado según los dominios cognitivo, afectivo, conductual y de responsabilidad social (figura 1.2).

    Además, este mismo grupo de profesores universitarios propone una lista de verificación de 12 indicadores para medir la calidad del ApS (Bender, Daniels, Lazarus, Naude y Sattar, 2006):

    1. La estructura y organización con los socios comunitarios favorece la colaboración.

    2. El Aprendizaje-Servicio está integrado en el currículum (plan de estudios).

    3. La planificación es un requisito previo para la implementación del proyecto.

    4. El estudiante recibe formación y seguimiento durante todo el proyecto.

    5. Las relaciones entre entidades y socios comunitarios son sostenibles.

    6. La evaluación del aprendizaje del estudiante es formativa.

    7. El proceso del Aprendizaje-Servicio es gestionado.

    8. El impacto del proyecto requiere seguimiento y evaluación.

    9. La evaluación del aprendizaje del estudiante es sumativa.

    10. La finalización del proyecto se demuestra a través de evidencias y se celebra.

    11. La evaluación y el seguimiento es para la mejora del proyecto.

    12. La relación con los socios comunitarios se amplía (o finaliza).

    Figura 1.2. Dimensiones para la evaluación formativa y sumativa.

    Fuente: adaptado de Bender, Daniels, Lazarus, Naude, y Sattar, 2006.

    Continuando con otras propuestas, no deja de ser interesante conocer el trabajo realizado por organizaciones y coaliciones norteamericanas con una larga trayectoria desde hace varios años en la elaboración de indicadores de calidad –para la valoración de estudios sustentados en evidencias basadas en la investigación–, como son The Center for Comprehensive School Reform and Improvement y What Works Clearinghouse (WWC), iniciativas ambas del Departamento de Educación de Estados Unidos.

    No siendo un estudio reciente ni tampoco desarrollado para la universidad, Alliance for Service Learning in Education Reform (1993)⁵, amparado por The Center for Comprehensive School Reform and Improvement⁶, propone también estándares de calidad para el Aprendizaje-Servicio en las escuelas. En ella, el ApS se concibe como un método:

    •Por el cual los estudiantes aprenden y desarrollan competencias a través de la participación activa en experiencias de servicio cuidadosamente organizadas que satisfacen las necesidades reales de la comunidad y que se coordinan en colaboración con el centro educativo y la comunidad.

    •Que está integrado en el currículo académico, por lo que existe un tiempo estructurado real para que el estudiante reflexione sobre el proyecto.

    •Que ofrece oportunidades a los estudiantes para demostrar y aplicar sus habilidades y conocimientos adquiridos en la escuela en situaciones reales con necesidades propias de la comunidad.

    •Que incrementa lo aprendido en la escuela transformándose en un aprendizaje para la vida con un sentido crítico de ciudadanía y ayuda a los demás.

    Para esta organización, el ApS se mide a través de tres grandes indicadores relacionados con el proceso, los participantes, y el impacto y sus beneficios (tabla 1.2):

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