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Los cuentos de Anselmo
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Libro electrónico171 páginas2 horas

Los cuentos de Anselmo

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Antologia de los cuentos, anecdotas y vivencias de Anselmo Domingo Colella

IdiomaEspañol
EditorialBlackam
Fecha de lanzamiento24 feb 2019
ISBN9780463115022
Los cuentos de Anselmo

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    Los cuentos de Anselmo - Blackam

    ¿Cómo lograr que me entienda ese agobiante cardumen de rostros?. Ese colectivo de recelado llanto que desfila ante mí todo el tiempo para allegar la ofrenda de un clonado mohín. Y sólo por cumplir con el impuesto hábito de informarse sobre «lo que hay que saber» para no desentonar con el estereotipo preceptuado por la más egregia opinión de cada especialidad en su monocorde versión mediática.

    Es que, según parece, fui nominado insignia de lo que amablemente se recomienda que no vuelva a ocurrir y eso debiera explicar por qué cotidianamente un renovado tropel de algodonosas caras se enfila en mi stand para mirarme, o acaso secretamente anhelarme oracular para que le confirme de manera incontrovertible cierta verdad que, oficializada en un eslogan neutro, se pueda comprar alegremente y prender en la solapa como un incuestionable símbolo patrio y una personal exhibición de memoriosa valentía.

    Gestos sutilmente interrogativos todos, unos desde la sorpresa, con aprensión otros y hasta algunos intercambiados escépticamente a la manera de burlones chiquillos. Y todo eso sin que falten las criaturas que a la vista y paciencia de sus padres impunemente trepan como micos por las instalaciones, ni los adultos que con cualquier excusa optan, por el vocinglero reclamo de algún otro puesto de más tentadoras ofertas. Si, hasta en ocasiones, alguien se frota un ojo con el pañuelo como si una arenilla lo fastidiara, sin que falte el que retoma una conversación olvidada mientras raudamente tironea el brazo de su pareja, quizá urgido por alguna erótica tentación sugerida vaya a saber por qué ocasional estimulación del entorno…

    Pero tan sólo a mí me toca permanecer sin término dentro de este frasco, como una jíbara cabeza detenida en el espantoso rictus que congeló esa inédita y desaprensiva tortura causante de mi muerte e inmediata decapitación.

    Pareciera que de cierta inaudita manera los dioses me hacen persistir como conciencia intransferible, en el límite de la bóveda craneal, decididamente atascado en un remanso infranqueable del tiempo, acaso para que, desdramatizada, se pueda atribuir mi fallecimiento a fatalismo y así exculpar al conjunto hasta de convertir mi alarido en una imperdible curiosidad. Ese grito que ni cesa ni alcanza lo audible, yacido en la pasmada contracción de mi aterrorizado rostro, algo como el eco de una demanda ya extinguida o como disminuida estribación de lejanos sucesos, tan enervados por la distancia que resultan insuficientes para sensibilizar los sentidos y convencer de que en algún sitio, aun desmembrado, continúo siendo real y no una antojadiza y alucinada construcción que sólo emerge cuando algún fallido tironea sin mayor convicción para exhumarlo. Si hasta a veces creo que intenciones sobrehumanas han dispuesto que lo inconcebible que me subyace constituya en mí la concreción del dolor ajeno hasta el momento sólo concebible como supuesto teórico o quizá como divina constricción transubstanciada de la inaccesible localización del eco del Gólgota rebotado inacabablemente en la sevicia ingenuamente practicada.

    Tal vez, si pudiese ver la totalidad de la etiqueta que me endilgaron alcanzaría a descifrar ese extraño «Nunca más» que pacientemente, creo, de algún modo fui infiriendo de un collage de formas y colores que en sus restos dispersos eran indiferentes a convocar sentido: Título ese que ondula esquivo por la interposición de ese medio de rara y líquida densidad en que me encuentro inmerso, interposición como de reflectante muaré y que no alcanzo a saber si procede de lo aleatorio de una tipografía o de un intencionado diseño de dudosa imputación, ya que no termina de convencer a este estado particular en que me encuentro de que el azar llegó a adensarlo en algún incidental calidoscopio.

    Pero es cuando se apagan las luces de la feria que me quedo cósmicamente sólo, desterrado de pretérito, presente y futuro, ajeno a los otros inanimados moradores y sus mercantiles ofertas con las que nada comparto. Esos que sin testigos que lo activen se confortan en un desleído eslogan dibujado por el ingenio mercado: Simples monigotes que desatendidos por la ajena curiosidad yacen repantingados por las estructuras de los kioscos como si le hubiesen desconectados las pilas.

    Y mientras me asimilo a la inexistencia que me aloja y me circunda, aunque diferenciado por esa presunción de encontrarme como a un tris de volver a ser (huelgo al fin entre un borde y el otro de la nada), otro día fenece sin haber alcanzado la capacidad de persuadir al entorno de que inconcebiblemente no he muerto del todo. Que aún algo intangible me sobrevive como una ecuación irresoluta que en algún lugar mantiene suspendida su inquietante incógnita.

    Entonces, azorado me pregunto, acaso como angustiosa necesidad de cobrar sentido, si alguna vez podré componer el explícito gesto y eficaz comunicador que pueda normalizar el fiel de nuestra balanza, pariendo un diálogo mudo pero unívoco que torne genuinamente compartibles, al admitir que las tengo, las mutuas vivencias, los puntos de vista divergentes o al menos las perspectivas integradoras cuando de un solo y mismo hecho se trate.

    Con pavor me pregunto si podré al fin hallar una sílaba mágica susceptible de evocar un estrato de inédito lenguaje comprometido realmente con el hombre. Y si podrá la jaqueada humanidad de los devoradores de espectáculo no interpolar su anamórfica visión propia de multitud condicionada o de caterva subsumida en el enajenador consumo.

    Pero… ¿Si así ocurriese quisiera poder preguntar a ese hombre nuevo si está en condiciones de evaluar desapasionadamente, aunque sólo fuera por piedad hacia su conciencia, la real dimensión de la tortura en el otro y la implicancia insoslayable que, por acción u omisión, le incumbe en toda crueldad que pudo evitar?.

    AMÉRICO

    Al despertar, pese a pestañar porfiadamente, siguió desconcertándolo la persistencia de la impenetrable oscuridad en que estaba inmerso, también la presión que soportaba su pecho y la vaga inquietud que pugnaba por vincular significativamente ambas sorprendentes circunstancias.

    No obstante, se preguntó si antes que eso sin poder precisar cuánto, somnoliento aún, no habría intentado comprender el porqué del remoto e inusual ronquido de motores desgranándose mientras parecían alejarse definitivamente, incidental detalle activado por su memoria al aceptar angustiado, luego de ese suspensivo y esperanzador silencio, que no retornarían ya.

    Pero también competía reclamando protagonismo temprano la presunción de que en un principio, algún sobresalto en la vigilia generado por irresueltas secuencias de un complejo de sueños, tal vez devino alegóricamente en ansiedad por dilucidar a qué obedecía el acallamiento súbito de esa cosa indiscernible que durante un tiempo incalculable estuvo rascando tenazmente en cierta ubicua y turbadora localización. En todo caso dudó si esa elucubración pertenecía a lo onírico o si ya estaba transitando lúcidamente cierta realidad de espectro tan discontinuo que no terminaba de resolverse en una dirección unificada.

    Plantearse estos interrogantes y tratar de integrarlos comprensivamente lo llevó por su misma imprecisión y por la paliativa necesidad de un ordenado abordaje, a priorizar un sondeo en el espesor y calidad del pasaje vincular desde su piel a ese enigma exterior ásperamente concreto: Lo que provisoriamente definió como una caverna de sombras enigmáticas en la que parecía preso desde siempre.

    Así querer circunscribir lo definible, aunque sólo fuera como tenue franja de colisión entre lo real táctil y lo especulativo posible concentró su atención en esa cosa dura, bronca, pesando abrumadoramente sobre su esternón. Eso que intentar remover, y por sólo lograrlo de manera casi imperceptible, le reportó un muy leve pero consolador alivio.

    No obstante debió interrumpir la acción al ser alertado de un derrame. Cierta materia que sin saber claramente porqué al recibir su furibunda aspereza lo refirió, acaso por fatalista asociación, a un incipiente desmoronamiento. Tal vez escombro filtrado por alguna grieta, que al restregarle la piel cada vez más espaciadamente, le sugirió un desembocadero de arenal estrangulándose hasta devenir en obstinada y agresiva llovizna. Recién cuando cesó del todo, cuando ya no le impactó en el párpado defensivamente cerrado corpúsculo alguno, se atrevió a abrir los ojos. Vio entonces una informativa estrella en el tenebroso espacio a través de una ocasional rendija, exactamente arriba de esa encepada posición corporal. Un tenue indicio que aportó una inferencia entre tanta intrigante y acorazada totalidad indiscriminada.

    Dosificó el intento de librarse de aquello que lo encorsetaba ya que cada ansioso movimiento suyo terminaba amagando con un desplome preanunciado por un mínimo pero preocupante drenaje de material. Al fin, abrumado por el titubeo lo durmió tal vez la esperanza de que el reposo lo habilitara para escampar mágicamente al despertar la insostenible situación o al menos le permitiera comenzar a esclarecer qué cosa era ese incomprensible embrollo y cómo llegó a involucrarse en él, ya que algo como un ofuscamiento de la memoria le impedía alcanzar recuerdos anteriores y, en un extremo de desesperación, dudar sobre si realmente alguna vez existieron.

    ---0---

    Con suma lentitud rotaba el rayo obviamente del sol iluminando periódicamente como tomas parciales de una fotografía panorámica, encuadres que una vez integrados por la razón explicarían, según esperaba, qué cosa era la inmediatez de ese cubículo y esa dura yacija que lo mantenía inmóvil.

    La mezquina claridad bastó para enterarlo que lo atascaba un fragmento de mampostería por lo que a partir del vislumbre se tomó su tiempo, otra no le quedaba, para planificar la forma de librarse sin agravar su ya peligrosa y desesperante posición. Lo mejor, dedujo, era postergar imprácticas explicaciones y concentrarse en la más prudente forma de soliviar su cuerpo. Para lograrlo, le pareció adecuado, de resultar posible, iniciar cautelosamente el socavado progresivo del piso que contenía su espalda, mediante un ahuecado suficiente para escurrirse sin resentir los sostenes del derribo, ya que un despeñamiento quizá concatenado, cuya potencial intensidad se presentaba imprevisible, seguramente lo sepultaría.

    Diseñada la acción y sobreponiéndose a la tendinitis, forzó el brazo izquierdo hasta ubicarlo en una posición algo dolorosa pero funcional debajo del cuerpo y empezó a rastrillar con los dedos lo que por fortuna no resultó ser más que tierra sin compactar, materia por otra parte reveladora de que la mole que lo constreñía repartía su peso entre otros paramentos paralelos a la fosa donde yacía. Algo más tranquilo por la deducción, contendían no obstante con su paciencia y esperanza el desgaste del esfuerzo y el angustiante temor de que a su fin la faena se revelara inútil, tal vez porque hubiera un límite para el piso de tierra blanda, alguna losa impenetrable, decepción que le acarrearía agonizar pautado por una extenuante lentitud. Todo un delicado balance entre optimismo y pesimismo que, a través de la vida, siempre y hasta consolidar el hábito había resuelto con esa fe pertinaz que aún jaqueada por las circunstancias presentes, afortunadamente en buena medida conservaba.

    Por momentos los brazos, empleados en uno y otro lateral se le acalambraban, exasperándolo la ansiedad al comparar la extendida lasitud de la tarea con lo apabullante que restaba hacer y eso pese a que periódicamente cambiaba de mano y la sustitución con el refresco renovaba esperanzadas y optimistas presunciones.

    Acuciado por la sed y el hambre midió el esfuerzo desplegado por períodos de avara claridad y agobiante negrura, interrumpiendo y reiniciando la extenuante empresa bajo la regencia natural del cansancio y el sueño. Al fin, agregó un nuevo elemento comparativo cuando intentó cuantificar lo cavado, sin más técnica que evaluar la soltura en correr milimétricamente el cuerpo. Pero al constatar que apenas había logrado desplazarse algún centímetro pese a la supuesta desmesura del esfuerzo aplicado, su ritmo estuvo a punto de sofocarse en un definitivo desaliento.

    Cuánto tiempo le llevó eyectarse de esa prisión, es algo que, cuando lo logró, dejó de preocuparle en lo especulativo concentrándose en la forma práctica de paliar las consecuencias: Erguido al fin, desentumeció suavemente los miembros, confiando en olvidar el dolor con desviar la atención hacia otras demandas. En reemplazo, exigió entonces protagonismo el hambre y la sed causantes de la astenia que llegaba incluso a embotarle el pensamiento, justo cuando más ágil precisaba tenerlo para posicionarse indubitablemente a fin de sostener la esperanza.

    Prescindiendo de si aquello era el infierno aunque persuadido de que no alucinaba, comenzó a ordenar prioridades para librarse del insoportable enredo. Así consideró primordial el hallazgo de un método que lo orientara entre la impenetrable lobreguez para encontrar comida y agua, si

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