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Mejor sin plástico: Guía para llevar una vida sostenible
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Mejor sin plástico: Guía para llevar una vida sostenible
Libro electrónico276 páginas3 horas

Mejor sin plástico: Guía para llevar una vida sostenible

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Vivimos rodeados de plástico, ajenos a su toxicidad. Lo utilizamos constantemente en nuestro día a día: para almacenar alimentos, embotellar agua, transportar nuestras compras, etc., sin tener
en cuenta el devastador impacto que tiene en la naturaleza y en nuestra salud.

¿Qué podemos hacer para solucionarlo? Yurena González lleva años viviendo una vida más eco, sin plástico y sin generar basura, y sin renunciar un ápice a su comodidad. ¿Cómo lo ha conseguido?
En Mejor sin plástico, la autora desmonta mitos y demuestra que, contrario a lo que se piensa, vivir de manera sostenible no significa dedicar nuestros recursos a intentar salvar el planeta. De hecho, nos permite desapegarnos de las cosas superfluas y simplificar nuestra vida, con el fin de tener más tiempo y dinero para disfrutar de todo aquello que de verdad importa.

Este libro ha sido elaborado sin plástico, con papel 100 % reciclado y con tintas vegetales.
IdiomaEspañol
EditorialPlataforma
Fecha de lanzamiento8 ene 2019
ISBN9788417622176
Mejor sin plástico: Guía para llevar una vida sostenible

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    Mejor sin plástico - Yurena González

    él?

    1.

    Un mundo insostenible

    La cultura del usar y tirar

    Vivimos la época de mayor abundancia material y comodidad jamás conocida por los seres humanos, y mucho le debemos a la Revolución Industrial y al capitalismo, pero también todo ello ha traído consigo la pérdida de valores, la desigualdad social y una vida que gira en torno a las cosas materiales y en la que estamos más centrados en poseer que en vivir.

    La economía lineal en la que estamos inmersos, en la que se extrae materia prima, se fabrica, se usa y se desecha, es una economía insostenible fomentada por el capitalismo, que nos incita a consumir de manera perpetua, basada en la falsa creencia del crecimiento infinito, pero se ha extendido el miedo de que, si no hay crecimiento, no hay prosperidad, de que, si no producimos sin límites, el sistema colapsa, y es este mismo miedo el que nos hace olvidar que vivimos en un mundo de recursos finitos en el cual es totalmente imposible crecer indefinidamente.

    Sin embargo, el mundo va a una velocidad abrumadora, lo suficientemente rápida como para que no tengamos tiempo de ver ni de pensar, y esto nos hace vulnerables y fácilmente manipulables, y perdemos la capacidad de discernimiento que nos permite diferenciar entre una necesidad real y una impuesta.

    Entre todos hemos creado una cultura superficial, comodona y perezosa, que se ve rápidamente seducida por cualquier cosa que se presente como una «solución» para hacer nuestra vida más fácil y llevadera. Enseguida nos sentimos atraídos por lo nuevo, por el cambio, por lo rápido y cómodo, por el falso placer del consumo.

    Y con este modelo de consumo, de comprar, usar y tirar, impulsado por la facilidad que tenemos actualmente para adquirir casi cualquier cosa que deseemos a bajo coste económico y sin necesidad de invertir mucho esfuerzo, hemos llenado el planeta de basura, algo de lo que generalmente no nos hace especial ilusión hablar y mucho menos responsabilizarnos, y esto pone en evidencia la relación tan curiosa que tenemos con la basura que generamos, a pesar de que es una consecuencia de nuestro estilo de vida, al cual le damos mucho valor.

    La basura nos genera repulsión y asco y una necesidad abrumadora de librarnos de ella, de que desaparezca de nuestra vista. Con este sentimiento, escondemos la basura en una bolsa, la cerramos a conciencia y nos deshacemos de ella. Y es justamente este gesto, tan repetido y automatizado, el que nos hace creer que, una vez que desechamos la basura, esta deja de ser nuestra, deja de existir. Pasa a ser invisible a nuestros ojos y pensamos que ello nos exime de la obligación de actuar frente a nuestro modelo de consumo, de modo que dejamos que recaiga en terceros esta responsabilidad. Personalmente, nunca me preocupé de lo que pasaba con mi basura después de desecharla; sí que me frustraba generar tanta, pero, una vez que la tiraba, me resignaba y me olvidaba de ella. Pero podríamos decir que lo que hemos estado haciendo todo esto tiempo, por lo general, ha sido solamente cambiar nuestra basura de lugar, y que hemos acumulado cada año entre 1.300 y 2.200 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos,1 el equivalente a casi diez millones de estatuas de la libertad. Y esto sin contar otro tipo de residuos que dispararían las cifras a niveles inimaginables.2 El problema está en que, junto con toda esta basura, desechamos mucho más de lo que muestran las cifras.

    De continuar con nuestro modelo de consumo actual en todos los ámbitos de nuestra vida, en el año 2050 necesitaremos tres Tierras para satisfacer nuestras «necesidades humanas». Esto nos lleva a un punto de inflexión que nos obliga a replantearnos nuestro estilo de vida y a reflexionar sobre nuestras necesidades reales para disminuir nuestro consumo de cosas superfluas y aumentar el consumo de aquello que aporta valor a nuestra vida, que no necesariamente tiene que ser siempre algo material.

    ¿Qué pasa con el plástico?

    Aunque el plástico se desarrolló en el siglo XIX, no fue hasta la década de los años cincuenta que su uso comenzó a masificarse. Su bajo coste, versatilidad, ligereza y resistencia hicieron que ganara terreno con rapidez y que se convirtiera en el sustituto perfecto de materiales como la madera, el acero o el hierro, entre otros. En poco más de medio siglo, se ha vuelto imprescindible por el papel tan importante que desempeña en numerosas aplicaciones. No se puede negar que gracias al plástico hemos podido avanzar en muchos campos, y eso ha hecho que nuestra vida no solo haya sido más cómoda, sino también más próspera; solo tenemos que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que prácticamente todo lo que usamos en nuestro día a día es de plástico. Sin embargo, su uso se nos ha ido de las manos.

    Cuando se inventó el plástico, se hizo con la finalidad de crear objetos y piezas resistentes, reutilizables y duraderas; de hecho, es perfecto para crear productos que requieran estas características. Pero hubo alguien, que en un brote de «inteligencia humana» (o avaricia), a quien se le ocurrió crear productos desechables con un material prácticamente inmortal, lo que dio el pistoletazo de salida a un mundo de usar y tirar. El problema reside en que está tan introducido en nuestras vidas que no nos damos cuenta de que estamos utilizando un material, destinado a crear objetos durables en el tiempo, para fabricar objetos desechables que usaremos tan solo una vez durante unos pocos minutos y que después permanecerán en la Tierra entre ciento cincuenta y mil años, hasta que se degraden, si llegan a hacerlo, como pueden ser una simple bolsa de plástico o una pajita. Entendiendo esto, podemos darnos cuenta de que el problema no es el plástico, sino el uso irracional y desproporcionado que estamos haciendo de él.

    Los datos demuestran que nuestra adicción al plástico es más que preocupante, que el reciclaje está muy lejos de ser una solución, aunque nos respaldemos en él, que la incineración de plásticos, junto con la liberación de aditivos químicos, metales pesados y otros compuestos perjudiciales, puede acarrear problemas mayores y que estamos frente a un problema global de graves consecuencias tanto medioambientales, como sociales y económicas. Tenemos un 79 % de basura plástica repartida entre vertederos, océanos y en medio de la naturaleza con la que tenemos que lidiar sin tener idea de cómo gestionarla.

    El plástico puede tardar entre ciento cincuenta y mil años en degradarse. Con el tiempo, y según las condiciones medioambientales a las que esté expuesto, puede permanecer intacto durante siglos o puede ir fragmentándose poco a poco, en trocitos cada vez más pequeños, hasta convertirse en microplásticos que son imperceptibles al ojo humano. Muchos de los plásticos que se usan a diario acaban en el mar y, aunque la gente lo relacione con que hay unos cuantos desconsiderados que tiran la basura allí directamente en lugar de hacerlo en el contenedor, lo cierto es que el plástico tiene muchas vías para llegar a los océanos, y es muy probable que muchos de los plásticos que usamos a diario, o que hemos usado, ya sean parte de la basura marina.

    Las consecuencias de los plásticos desechables son catastróficas y todas las ventajas que han acompañado al plástico en su corta vida útil se convierten automáticamente en desventajas en el mismo momento en que se desecha (ver imagen de la página siguiente).

    Hay muchas maneras en que el plástico puede llegar al mar:

    A través del viento y de la lluvia: plásticos que se depositan fuera del contenedor, en papeleras al aire libre o que la gente tira directamente al suelo pueden ser arrastrados con facilidad por el viento y la lluvia hacia las alcantarillas debido a su ligereza.

    A través de las aguas residuales y de los ríos.

    Por el agua que fluye a través de los vertederos, que arrastra residuos y micropartículas plásticas.

    Vertido directo de basura al mar o cerca de las costas, muchas veces como consecuencia del turismo y las actividades recreativas.

    Actividad pesquera: redes perdidas o descartadas, boyas, nailon…

    Su alcance es tal que se ha encontrado plástico en lugares tan remotos como la Antártida, las Galápagos e incluso en el lugar más profundo de la Tierra, a 10.898 metros de profundidad, en la fosa de las Marianas, donde se han encontrado bolsas de este material. En nuestra historia, tan solo dos personas han podido llegar a este lugar. De hecho, han estado más personas en la Luna que en el lugar más profundo de la Tierra. Sin embargo, el plástico ha conseguido llegar hasta ahí, y esto pone en evidencia nuestro impacto sobre el planeta y el alcance de la contaminación por plásticos.

    El informe Marine Plastic Debris & Microplastics de la UNEP,3 al hacer referencia a todo lo que conlleva este desastre, dijo que el problema de las basuras marinas debería ser considerado moralmente una preocupación común de la humanidad.

    Sylvia Earle, investigadora oceanográfica, ha dedicado su vida a los océanos y fue nombrada por la revista Time «Heróina del planeta» en 1998. Ella nos habla sobre la importancia de proteger los océanos. «Cada gota de agua que bebe, cada respiro que toma, está conectado con el mar, no importa en qué lugar de la Tierra viva»,4 y así es, nuestro planeta es nuestra fuente de vida, dependemos íntegramente de los océanos y de toda la naturaleza en su conjunto, y ponerlo en jaque es lo mismo que poner a nuestra propia especie.

    Por otro lado, los efectos que tiene en la salud humana también son impactantes.5

    A los polímeros plásticos se les añaden aditivos para modificar y mejorar sus prestaciones, como retardantes de llama, estabilizantes, plastificantes, colorantes, metales pesados, biosidas, disolventes y un largo etcétera, pero la mayoría de estos no están químicamente ligados al plástico,6 y eso hace que se desprendan con facilidad. Estas sustancias migran a los alimentos o al agua que están en contacto con el plástico, así como a nuestra piel a través de la ropa o el contacto, incluso podemos respirarlas.

    Varios de estos aditivos son disruptores endocrinos que mimetizan y alteran la función de las hormonas. Los más conocidos son los flatatos y el bisfenol A (BPA), aunque hay muchísimos más. Este último podemos encontrarlo en el recubrimiento interno de las latas, en papeles térmicos como los tickets (que no pueden reciclarse por este motivo), botellas de plástico, juguetes y en muchos otros productos y, aunque ahora hay una infinidad de plásticos en el mercado con la etiqueta «libre de BPA» para que el consumidor esté más tranquilo, se está demostrando que los aditivos que sustituyen a este bisfenol pueden tener los mismos efectos, incluso peores.

    Los disruptores están relacionados con enfermedades como la diabetes, la pérdida de fertilidad, diferentes tipos de cáncer, malformaciones, desórdenes en el neurodesarrollo, asma, obesidad...

    Sus efectos son alarmantes, por ello, lo mejor es que evitemos en la medida de lo posible que el plástico esté en contacto con el agua o los alimentos en ciertas condiciones:

    Sustituir las botellas y las fiambreras de plástico por acero o vidrio una vez que acabe su vida útil y haya que reemplazarlas.

    No poner comida caliente ni alimentos con aceites o grasas en recipientes de plástico, ni calentarla en el microondas.

    Evitar comprar alimentos envasados en plástico y en lata en la medida de lo posible.

    Evitar el agua embotellada en plástico y, sobre todo, no reutilizar estas botellas desechables para rellenar nuevamente de agua.

    El plástico daría para muchos libros, pero creo que todos estos datos son más que suficientes para entender la urgencia de actuar y contrarrestar los efectos de nuestro impacto en la naturaleza.

    Estamos frente a la extinción de miles de especies y frente a la pérdida de la biodiversidad y de ecosistemas enteros, y es el momento de pararnos, respirar profundo y reflexionar sobre si el uso que estamos haciendo de los recursos, de la manera en que lo hacemos, está justificado. Si realmente vale la pena esa «falsa comodidad» que nos proporciona el plástico a cambio de la vida de millones de especies, de la nuestra propia y del único lugar que tenemos para vivir.

    2.

    Abriendo los ojos y desmontando mitos

    Reciclar no es suficiente

    Todas las campañas de gobiernos, empresas, organizaciones y demás se centran en la importancia de que el ciudadano de a pie recicle, y lo presentan como la medida más eficaz para acabar con muchos de los problemas medioambientales a los que nos enfrentamos en la actualidad debido a los residuos que generamos y que acaban en vertederos o en el medio natural. Es normal, ninguna industria nos va a decir que consumamos menos, iría en contra de sus principios, pero todavía falta mucho para que el reciclaje reduzca nuestro impacto en el medioambiente de manera significativa.

    Cuando ponemos nuestros residuos en su contenedor específico, lo que estamos haciendo es simplemente separarlos para que sean gestionados, pero eso no es una garantía de que posteriormente lleguen a reciclarse. De hecho, desconocemos cómo se gestionan los residuos que depositamos en el contenedor, qué se hace con ellos, si realmente se llegan a reciclar o no…, prácticamente no sabemos nada porque la información que se da es mínima y confusa. De hecho, pocas personas sabíamos, y yo me incluyo, que casi el cincuenta por ciento de los residuos plásticos y de papel de la Unión Europea, Estados Unidos y Japón se exportaban a China desde los años noventa, y nos enteramos cuando el 1 de enero de 2018 este país decidió prohibir la entrada de veinticuatro tipos de residuos por la mala calidad de algunos de ellos.7 Estos países, además, incluyen en sus tasas de reciclaje estos residuos que envían al exterior, sin embargo, no se sabe cuánto se llega a reciclar realmente y cuánto acaba en el vertedero.

    El reciclaje reduce las emisiones de CO2, ayuda a ahorrar materia prima, energía, agua y otros recursos, pero ¿cómo puede ser eficiente que nuestra basura viaje tantos miles de kilómetros para acabar en un vertedero chino o para que vuelva a nosotros en forma de juguetes, barreños y un sinfín de productos inútiles de mala calidad que no podrán volver a ser reciclados? A mí no me salen las cuentas, y no se debería permitir que un país pueda producir más basura de la que es capaz de gestionar.

    Materiales como el vidrio, el acero o el aluminio se reciclan bien, porque son materias que se pueden reciclar infinidad de veces sin límite. El del papel tiene sus limitaciones, entre cinco o seis veces, aunque cuenta con la ventaja de su biodegradabilidad, pero el mayor problema nos lo volvemos a encontrar con el plástico, que como máximo se puede reciclar entre cinco o seis veces, aunque generalmente solo llega a reciclarse una vez siendo optimistas, ya que es complejo, costoso e inviable en la mayoría de los casos, debido a los muchos tipos de plásticos que existen, todos ellos con multitud de aditivos que dificultan aún más el proceso. De hecho, si el reciclaje del plástico fuera eficiente, no tendría sentido que solo se recicle un nueve por ciento a nivel global, y mucho menos sentido tendría que se continuaran produciendo millones de toneladas cada año a partir de materia prima virgen.

    Además, la mayoría de las veces en que se reciclan los plásticos son para fabricar productos de peor calidad después de mezclarlo con otros tipos de plástico, lo que hace imposible que puedan volver a reciclarse.

    Hoy por hoy, no hay capacidad para hacer frente a tantos

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