Ecología, economía, educación
Por José Sarukhán
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José Sarukhán
Obtuvo el título de biólogo en la Facultad de Ciencias de la UNAM, el de maestro en Ciencias en el Colegio de Postgraduados de Chapingo y el de doctor en la Universidad de Gales, en Reino Unido. Su trabajo se enfocó en la demografía y la ecología de poblaciones de plantas, en los estudios de ciclos biogeoquímicos en selvas tropicales y en la biodiversidad de México. Entre 1972 y 1996 fue investigador y director del Instituto de Biología, coordinador de la Investigación Científica y rector de la UNAM. En 1992 fue fundador de la Conabio, de la cual es coordinador nacional. Ha publicado los libros Árboles tropicales de México (en coautoría), Introducción a la ecología de poblaciones y Las musas de Darwin, y ha sido coordinador general de la obra Capital natural de México. Es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, de la National Academy of Sciences de Estados Unidos y de la Royal Society de Londres, entre otras sociedades científicas. Ha recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes, la Medalla al Mérito Cívico de la Cámara de Diputados, la Medalla John C. Phillips de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y el Premio Tyler por sus contribuciones en los campos de la diversidad biológica y del fortalecimiento institucional. Ingresó a El Colegio Nacional en junio de 1987.
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Ecología, economía, educación - José Sarukhán
Nota de la editorial:
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Primera edición: 2017
D. R. © 2017 El Colegio Nacional
Luis González Obregón 23, Centro Histórico
06020, Ciudad de México
Teléfono: 57 89 43 30
ISBN impreso: 978-607-724-214-7
ISBN digital: 978-607-724-274-1
Hecho en México
Made in Mexico
Correos electrónicos:
publicaciones@colnal.mx
editorial@colnal.mx
contacto@colnal.mx
www.colnal.mx
La transformación a libro electrónico del presente título fue realizada por
Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2017.
+52 (55) 52 54 38 52
contacto@ink-it.ink
www.ink-it.ink
Índice
Introducción
Agricultura y alimentación
¿Agricultura versus biodiversidad?
¿Agua mil veces más cara?
Alimentos y ambiente
Atunes y embarazos
¿Calorías adictivas?
Comer en el año 2050
Crisis alimentaria, amenaza real
Cultura alimentaria, I
Cultura alimentaria, II: ¿por qué tenemos un cerebro grande?
Deformar el lenguaje, un juego perverso
Dietas para el planeta
Dietas sustentables y biodiversidad
Dietas y cambio ambiental global
Espejismos agrícolas
Hacia una agricultura sustentable
Intensificación sustentable de la producción alimentaria
Investigación agrícola pública, igual a soberanía alimentaria
La Revolución Verde, ni tan verde…
Nos estamos comiendo el planeta
Preguntas sin respuesta
Producción agrícola intensiva y sustentable
¿Qué estamos comiendo?, I
¿Qué estamos comiendo?, II
Seguridad alimentaria
Seguridad alimentaria sustentable
Reflexiones sobre soberanía alimentaria
Calentamiento global
La agricultura, víctima del calentamiento
Biodiversidad y adaptación al cambio climático
Cambio climático: inacción por evasión
Cambio climático: ¿adaptar antes que mitigar?
Cerca de los umbrales
Comisión Intersecretarial de Cambio Climático
Controlar emisiones de CO2 o crecer económicamente: ¿un dilema?
¿Analgésicos o cirugía mayor?
Copenhague, ¿última llamada?
Copenhague: lo esperado
Costos actuales, pérdidas futuras
El clima en Poznan
El plan de Barack Obama ante el cambio climático
¿Estamos al borde de cambios irreversibles y de gran costo social y económico?
Hasta el Banco Mundial…
Impuestos con significado ambiental
Ley sobre cambio climático
Manejo de riesgos ambientales
Necesitamos cambiar el clima… de inacción
Nerón tocando la lira
No quieren que les caiga el veinte
…
Noticias calientes
Optimismo realista
Percepción social del cambio climático
Percepciones ciudadanas del cambio ambiental global
Por primera vez…
Por qué Nerón sigue tocando la lira
Pronóstico del tiempo: nubarrones sobre Durban
Un reporte más del ipcc
¿Y después de la CoP?
Desarrollo verde
Contrastes entre Chiapas y Costa Rica
Economía verde: ¿adónde vamos?
Economías verdes: ¿de qué tipo?
Economía y desarrollo verdes
Invertir en la Naturaleza
Mercados verdes y bosques
Nuevas opciones de desarrollo futuro verde
Reverdecer las ciudades
Sorpresas forestales
¿Tendremos un desarrollo futuro verde?
Vivir con la Naturaleza
Diversidad biológica
Capacitación estatal en biodiversidad
La Conabio, dos décadas de historia
Crónica de Calakmul
¿Cuántas especies hay en el planeta?
Estrategia estatal de biodiversidad de Chiapas
Reservas naturales, patrimonio de todos
Manejo estatal del capital natural
Los manglares de México
Manglares
En México, la Cumbre de Biodiversidad
Quo vadis, cdb?
Restauración ambiental
Memorias de una feliz decisión de la unam
Una plataforma para la biodiversidad
www.especias
Y ahora, ¿qué sigue?
Políticas ambientales, 2006-2012
Ecología
Medios, intereses corporativos y ambiente
Cortázar, ajolotes y Xochimilco
Cosechamos lo que deforestamos
Desastres de plástico en los vórtices marinos
Día de la Tierra
Encuestas, encuestas…
Impactos ambientales inesperados
La ley Federal de Responsabilidad Ambiental
Los costos de la erosión en México
Natación escatológica
Nuestros bosques
Proyecto Lago de Pátzcuaro
Reflexiones sobre nuestro consumo de cosas
Subsidios a la conservación de la diversidad biológica
Un héroe desconocido de la ecología citadina
Un smorgasbord para monarcas y polinizadores
Xochimilco, ¿evidencias de un fracaso anunciado?
Economía
¿Es el pib un medidor del bienestar social de un país?
Por un mejor indicador del bienestar social
Homenaje a Víctor L. Urquidi
Impuestos al carbono
Mr. Piketty & Messrs. Mian y Sufi
Reflexiones económico-ecológicas
Un Nobel de Economía para una mujer no economista
Homenaje a Elinor Ostrom
Educación
¿Qué ha pasado con los maestros y los aprendices?
Autonomofobia
Ceremonias y discursos
Clasificaciones universitarias
Comida y diversión chatarras
El Consejo Nacional de Participación Social para la Educación
Descubriendo el Mediterráneo
Día de la Tierra: ¿qué hacer personalmente?
Educación ambiental: medios y Estado
Educación asediada
Educación light
(Des)educación y cambio climático
¡Es el ejemplo, estúpido!
Espacio en las universidades
¿Fraudes individuales o sociales?
¿Homo sapiens u Homo docens?
La ciencia mexicana en el exterior
La dimensión de nuestros males
Memorias de Oviedo
No maten al mensajero…
Nuevas universidades
Perversiones de la autonomía
¿pisa? ¡Pisa!
Sustentabilidad: filosofía, ética e interdisciplina
Un llamado (¿más?) a los jóvenes, I
Un llamado (¿más?) a los jóvenes, II
Viejos clichés
Energía
Biocombustibles: ¿qué son?, ¿cómo funcionan?
Bondades y maldades de los biocombustibles
Biocombustibles, ¿una solución?, I
Biocombustibles, ¿una solución?, II
Biocombustibles: aspectos negativos
Biocombustibles: cómo deberían producirse
Cambio de horario, más no de época
Discusiones energéticas
El accidente petrolero del golfo de México
Energía al norte: políticas públicas
Fracking: ¿ilusiones sin evaluaciones?
Hidrocarburos de esquistos y futuros energéticos
Investigación para el futuro
La glotonería energética
La energía solar se calienta
Sociedad y recursos
A rezar… El Rosario
A una ciudadanía ambientalista
Agua y elecciones
Avances y retos para el año 2015 en temas ambientales
Bienvenidos al Antropoceno
Buenas noticias
Capital natural de México
¿Ceguera de taller?
Cien buenas noticias, cien
Ciencia ciudadana en la Conabio
Ciencia para la justicia
Entender el comportamiento humano para diseñar su futuro
Clase media feliz…
Con el agua al cuello
La democracia después de las elecciones
¿Desastres naturales?
Diversidades
Dos pájaros, una pedrada
Ejecutivos de finanzas y desarrollo sustentable
Especies invasoras
Una guía para comunicadores sobre el uso de drogas
La montaña mexicana
Origen y diversificación del maíz
¿Por qué en sábado?
Un gran experimento de psicología social en el Distrito Federal
En la CoP de Cancún, rescatar al menos los bosques
Siete mil millones…
Un gran esfuerzo de grupo
Varios
Ahora, ¡no los inflemos!
Año de aniversarios
Barack Obama y Kyoto
Cerebros mohosos
Colaboración México-Unión Europea
Intereses, no principios
Hace 150 años este hombre cambió el mundo
Darwin en San Ildefonso
Desviación carretera
Estados Unidos: un país azul y otro rojo
Ignorar la historia
¿Una ciudad de vanguardia?
Lecciones sísmicas
Liderazgo, el reto de Obama
Medicina de calidad y con calidez
Obama saca a Estados Unidos de un largo túnel
Pronósticos de acción internacional para encarar el calentamiento global
San Valentín y los pecados capitales
Tiempos de gula
Tres pensamientos, un eje
Trescientos cincuenta años…
Francisco y el ambiente
La visión franciscana de Francisco
Una mirada más a la encíclica Laudato si’
Vivir socialmente hemipléjicos
Discurso en el Conacyt: ingreso en la Royal Society
Palabras en la Universidad La Salle
Índice onomástico
Introducción
¿Qué motivó, en la segunda mitad de 2007, que buscara un espacio en algún diario para empezar a escribir regularmente sobre lo que consideraba —y sigo considerando— las tres E fundamentales (si las cuidamos bien) para la vida digna, cimentada e independiente de una nación? Esas tres E son la educación, la ecología y la economía. Yo tenía la impresión de que estos temas se trataban en los medios como si la mayor parte de la sociedad mexicana entendiera plenamente cuáles son las bases de los problemas que la afectan, o bien a la luz de discusiones políticas de coyuntura. En mi opinión, ninguno de los dos sesgos era útil para realmente informar a los lectores acerca de esos tres fundamentales problemas de la humanidad y de nuestro país.
En agosto de 2007 El Universal me abrió generosamente su sección de opinión; pude empezar así a escribir mi columna quincenal y lo seguí haciendo durante los siguientes ocho años. Fue un ejercicio demandante —a pesar de no ser una contribución semanal— porque, como en cualquier otro diario, el espacio es limitado y hay que tener una disciplina casi castrense para transmitir una o dos ideas centrales con claridad y de manera lo más convincente posible. Claridad y concisión son dos tiranos que no perdonan, aunque sí ayudan a comunicarse mejor con los lectores. No siempre lo logré.
Al poco tiempo de anunciar, en julio de 2016, que ya no continuaría mi columna en El Universal, varios amigos me llamaron o me escribieron preguntando por qué dejaba de escribir o si continuaría publicando mis textos en otro diario.
Tuve varias razones para suspender mis colaboraciones; entre ellas, una importante fue que quise dedicar más tiempo al libro acerca de mis experiencias en la Rectoría de la unam, proyecto que felizmente estoy cerca de concluir.
Sin embargo, los comentarios de mis amigos me hicieron pensar que después de haber escrito más de doscientos artículos quincenales, podría ser interesante reunirlos en un libro, agrupándolos por temas. Desde el primer artículo aclaré a mis lectoras y lectores que me concentraría principalmente en tres grandes temas que me parecían —y me siguen pareciendo cada vez más— fundamentales en la vida individual de los seres humanos y para el futuro de todas las sociedades del mundo: a] los temas ecológicos y la influencia de la sociedad sobre ellos; b] la relación de los problemas ecológicos con la economía, y c] aspectos educativos, en especial de México. Eran temas que surgían de mis experiencias académicas y profesionales, pero que además sentía que me concernían como ciudadano de este país y miembro de la sociedad en la que vivo.
Esa primera colaboración la titulé precisamente Las tres E
y en ella puntualicé mis preocupaciones y mis futuros temas a tratar. Transcribo aquí unos párrafos de ese texto:
De la educación y la ecología tengo ciertas nociones por razones de oficio y profesión; de la última, quizá no más que el sentido común del ciudadano normal, aunque su relación con la ecología me acerca mucho más que a un ciudadano regular.
En mis futuras entregas me referiré a temas que son resultado del impacto de la actividad humana sobre nuestro ambiente y el capital natural de la nación, y a asuntos en los cuales las dimensiones sociales y económicas son tan importantes como las ecológicas.
México tiene condiciones ambientales privilegiadas y una diversidad natural y cultural sólo igualadas quizá por una o dos naciones más. Todos los seres vivos y las sociedades humanas dependemos del capital natural que nuestros ecosistemas representan y que es la trama que sostiene el desarrollo del capital financiero, humano, de infraestructura, etcétera.
Es importante, en esta intersección, ver qué pasa con nuestro capital natural a consecuencia de las formas de desarrollo que hemos adoptado y cómo esto tiene a su vez consecuencias para el bienestar social y la economía de la gente y del país en el contexto del desarrollo sustentable.
Finalmente, años de docencia y una vida de investigación universitaria —y dentro de ella su administración— constituyen mis bases para tratar asuntos relacionados con la primera E. Si me forzasen a elegir cuál es la E prioritaria, sin duda la de la educación estaría al frente, en una prioridad que nunca ha tenido en nuestro país…
Como es natural, en el transcurso de los años hubo ocasión de referirme a algunas otras cuestiones puntuales que me pareció, en su momento, de particular pertinencia tratar en mi espacio editorial, pero fueron las menos.
Al reunir los artículos, preferí organizarlos en grupos temáticos y no en el orden cronológico de su publicación; esto último no tenía sentido, pues mi referencia a un tema dado (por ejemplo, educación) en momentos diferentes, respondía a situaciones o acontecimientos en el país o en el mundo que hacían oportuno expresar una opinión al respecto; vistos en conjunto, el orden en que se presentarían los artículos podría ser más útil para los lectores si no seguía una secuencia estrictamente cronológica.
Los lectores podrán encontrar también en varios casos cierta redundancia en algunos aspectos dentro de un tema; el espacio temporal que separaba un artículo de otro sobre un mismo asunto, a veces hacía necesario incluir alguna introducción similar a otra para un texto previo. Espero que no encuentren estas pocas instancias de repetición demasiado tediosas. Asimismo, deberán tener en cuenta las fechas y circunstancias en que los textos fueron escritos. Muchas cosas, y el mundo mismo, han cambiado drásticamente en los últimos tiempos, pero mis preocupaciones sobre el futuro de nuestro país, de la biodiversidad y del planeta, se mantienen invariables.
Por último, debo aclarar que las versiones incluidas en este libro están editadas respecto al original publicado en el diario; en varios casos he aprovechado la oportunidad del espacio un poco más generoso para ampliar algunos pasajes o explicar el significado de conceptos de uso poco frecuente. También he incluido unos cuantos textos que fueron publicados en un espacio diferente —a petición especial del mismo diario— o en otros medios de información.
A lo largo de los casi ocho años en que redacté estos artículos recibí sugerencias y comentarios —que mucho agradezco— sobre algunos de ellos; no puedo hacer un listado de todos aquí, pero sí debo expresar mi agradecimiento a las siguientes personas: a la actuaria Cecilia Ayón, quien heroicamente leyó casi todos los borradores antes de que yo los mandase para su publicación al diario y quien, en no pocas ocasiones, mejoró su claridad y brevedad; a la bióloga Georgina García, por su invaluable ayuda en la compilación final de los artículos y su colaboración para ordenarlos temáticamente, y a la bióloga Yessica Montiel, por diversos apoyos logísticos relacionados con el material del libro durante todo ese tiempo. Un muy especial reconocimiento va, con gran placer, a mi querido amigo, colega y editor Antonio Bolívar, quien, al alimón con Eugenia Huerta, hizo maravillas en la revisión y edición final del texto, como es su acendrada costumbre. Como es de justicia y rutinario aclarar, los errores u omisiones en el libro son exclusivamente de mi responsabilidad.
Finalmente, agradezco a El Colegio Nacional, mi casa desde hace 31 años, por su apoyo en la edición de este libro.
Agricultura y alimentación
¿Agricultura versus biodiversidad?
Para producir alimentos, la humanidad —desde hace miles de años— ha transformado ecosistemas (bosques, selvas, praderas naturales) que por sus características (cercanía a los núcleos de población, suelos profundos y fértiles, disponibilidad de agua, etc.) resultaban ideales para establecer cultivos, una vez inventada la agricultura y dominada la capacidad para domesticar las especies con las que se alimentaba. Este proceso se ha intensificado con el crecimiento de la población, que tuvo un incremento exponencial en la segunda mitad del siglo xx.
Con lo anterior se ha ganado capacidad de producción de comida, indispensable para alimentar a una creciente población con amplias demandas per cápita, pero se han perdido servicios que esos ecosistemas prestan a la humanidad, como la captura del agua de lluvia que mantiene manantiales, ríos y lagos, o la fertilidad de suelos que se han erosionado en grandes áreas volviéndolas inútiles para la producción agrícola; además, se han contaminado suelos, ríos, lagos y mares por el uso creciente —y frecuentemente ineficiente— de fertilizantes y plaguicidas en la agricultura altamente tecnificada.
Durante varios siglos, la agricultura ha sido el factor más importante de transformación de los ecosistemas naturales terrestres y por lo tanto de pérdida de la diversidad biológica. No puede evitarse la perturbación de los sistemas naturales ni el deterioro ambiental en la producción de alimentos. Lo que sí se puede hacer es reducir su impacto y, más importante aún, incrementar la capacidad de producir esos alimentos de manera sustentable, sin el deterioro ocasionado en casi todo el mundo y que hace inviables muchos modos de producción agrícola en el largo plazo.
El problema se vuelve mucho más serio al analizar las perspectivas de intensificación de la producción alimentaria con miras a la población que existirá a mediados del presente siglo. La duplicación de la producción agrícola en las últimas tres o cuatro décadas condujo a aumentar casi siete y tres y media veces la fertilización con nitrógeno y fósforo, respectivamente; a un incremento de 1.7 veces el volumen de agua para irrigación (la mitad de la cual se desperdicia en países como el nuestro) y a un incremento de la superficie agrícola.
Para alimentar a la población mundial a mediados de siglo (lo mismo que ocurrirá en México), habrá que casi duplicar la actual producción agrícola, lo que implicará triplicar el uso de fertilizantes, aumentar sensiblemente el área irrigada y ampliar casi 20% el área de cultivo.
Los efectos de esta producción serán muy severos, especialmente en los cuerpos de agua dulce y en los mares, reduciendo aún más las pesquerías y la vida acuática de estos sistemas. El drenaje al mar de enormes cantidades de residuos de fertilizantes de las zonas agrícolas, por los grandes ríos, crea extensas zonas marinas muertas
, donde no hay vida animal. Por ejemplo, la zona muerta
del golfo de México por el drenaje del río Misisipi, cubre unos 20 000 kilómetros cuadrados. Hay cerca de 150 de estas zonas muertas
en el mundo. Un efecto adicional será el incremento de gases de efecto invernadero, por la emisión de óxidos de nitrógeno por los fertilizantes.
Son motivo de análisis algunas de las circunstancias centrales que afectarán nuestra capacidad de alimentar a los 135 millones de habitantes que poblarán México en los años cincuenta del presente siglo, y las opciones para lograrlo sin destruir los ecosistemas naturales remanentes de nuestro país.
[20 de marzo de 2009]
¿Agua mil veces más cara?
El gobierno tomó, por decisión del Congreso en 2013 varias medidas importantes, entre ellas la de imponer un impuesto de 8% a las bebidas con alto contenido de azúcares. Un estudio publicado en la revista British Medical Journal (21-10-13) afirma que para que haya un cambio sensible en los hábitos de consumo, el impuesto debería ser del orden de 20%; como sea, la medida tomada es un paso en la dirección correcta que debe complementarse con otras acciones gubernamentales, la más importante de las cuales es la provisión de agua potable de manera segura para el mayor número de personas. También se aprobó la instalación de bebederos en escuelas en un lapso de tres años. Otra buena medida, pero de nuevo limitada y lenta: los bebederos deben instalarse ya, además, en todos los edificios y espacios públicos del país.
Como bien sabemos, México es el mayor consumidor mundial de refrescos per cápita: 163 litros anuales. Es menos sabido que también somos, por mucho, los mayores consumidores de agua embotellada: más de 230 litros anuales por habitante; el consumo promedio mundial es unas ocho veces menor. Tales cifras significan que cada mexicano bebe anualmente casi 400 litros de líquidos que no salen de la red de agua potable del país; es decir, alrededor de 45 millones de metros cúbicos de agua al año. Podría uno preguntarse cuánta agua bebe en promedio una persona al día. Esto depende de muchas circunstancias. Por lo pronto sabemos que cada mexicano bebe al menos 1.1 litros al día entre agua embotellada y refrescos. Un estudio de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos estima que alrededor de 75% de la población de ese país bebe al menos 2 litros de agua diarios. Extrapolando estos datos, eso significa que a ojo de buen cubero
, la población mexicana debe comprar cerca de la mitad de su ingesta diaria de agua.
El negocio de la venta de agua embotellada ha resultado ser, además de muy lucrativo para quienes la producen, una útil válvula de escape al cumplimiento de la obligación de los gobiernos de proveer agua potable confiable en calidad y cantidad a la población del país. Parte de las medias verdades contenidas en la propaganda de las refresqueras en los medios de comunicación era que había muchas razones para que la gente optase por los refrescos en lugar de beber agua de la llave, lo cual es cierto, aunque las razones para ello sean diversas.
Desde luego, una razón importante es que los diferentes órdenes de gobierno, en especial el municipal, han descuidado su obligación de proveer agua potable de forma regular y segura a los hogares. Por otro lado, es cierto que al menos en zonas del Distrito Federal y otras capitales y grandes ciudades en los estados, el agua en la red púbica de distribución es perfectamente potable; el problema surge al almacenarla en tinacos mal mantenidos y poco aseados, los cuales son indispensables, ya que las redes de distribución de agua no están en condiciones adecuadas para garantizar que llegue a los hogares sin contaminarse y con la suficiente presión. Por la propaganda tendenciosa y descuido gubernamental, la imagen del agua de la llave es tan mala que la gente prefiere pagar ¡de 100 a 1 000 veces más por cada litro de agua embotellada!, al no tener un servicio eficiente a un precio justo en su hogar. Las instancias responsables de surtir este bien público tienen la doble obligación de proveer del líquido a todos los ciudadanos y de informarlos creíblemente acerca de la calidad del agua que beben.
Por esa actitud pragmática
y conformista hemos dejado que un bien público esencial, como el agua, se privatice, en gran medida por la incapacidad de quienes tienen la obligación de hacerla disponible sana y confiablemente a todos los usuarios. Es verdad que hay zonas rurales de difícil acceso a una red de distribución, pero también existen ecotecnias baratas y accesibles (como las que ha distribuido la Fundación Gonzalo Río Arronte en muchas comunidades marginadas del país) para potabilizar los volúmenes de agua necesarios para beber y cocinar, que deberían ponerse al alcance de las comunidades rurales, mientras se construyen pequeñas presas, colectores comunitarios de agua pluvial y sistemas de purificación, para proveer a esos pequeños asentamientos humanos de agua potable en forma permanente.
Hay una gran tarea que todos deberíamos realizar, ciudadanos y dependencias de gobierno, para lograr que la población reciba en su hogar agua limpia y confiable, propia de una sociedad moderna.
[3 de enero de 2014]
Alimentos y ambiente
El impacto de nuestra especie sobre su ambiente empezó al extenderse el proceso de cacería organizada en diferentes partes del planeta, hace muchas decenas de miles de años. Dicho impacto aumentó sustancialmente con el aprendizaje de la domesticación de animales y de plantas, y la subsecuente invención de la agricultura.
Desde entonces, obtener alimentos para la humanidad, inicialmente por la agricultura y más tarde por la ganadería y la pesca extensiva, ha constituido la actividad más transformadora (y usualmente destructiva) de los ecosistemas y en consecuencia de la diversidad biológica contenida en ellos.
Ciertamente, la domesticación de plantas —y en menor escala de animales— ha producido nuevas entidades biológicas, inexistentes antes de la interacción humana con la naturaleza, y nuestra especie ha creado nuevos ecosistemas manipulados: los diferentes tipos de agricultura, ganadería y agroforestería. Sin embargo, su número es menor comparado con las especies que se han extinguido y el número y la extensión de ecosistemas que se han perdido por la actividad agrícola, ganadera y pesquera de alta mar, sobre todo después de la segunda mitad del siglo xx.
La cumbre alimentaria organizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en Roma, del 3 al 5 de junio de 2008, terminó con algunas coincidencias y otras no coincidencias
(como las referentes a acuerdos comerciales, subsidios agrícolas y biocombustibles), que tienen que ver más con las raíces causales del hambre en el mundo, y reflejaron las inamovibles agendas nacionales, en ocasiones del todo despreocupadas de las afectaciones globales que ocasionan los modos de producción dominantes en la economía mundial. Dos áreas de acuerdo en la reunión fueron la ayuda alimentaria para países o regiones con severos problemas de acceso a alimentos, y la necesidad de impulsar la investigación y el desarrollo agrícolas con fondos públicos en los países.
En el primer caso, diversos compromisos de ayuda económica —aunque nada precisos en cuanto a cómo operarán— permitirán, al parecer, que el Programa Mundial de Alimentos se acerque a cumplir el primer acuerdo. Respecto a la necesidad de impulsar la investigación agrícola, las cosas no se ven claras ni a escala global ni específica de muchos países, al grado de que Emile Frison, representante del Grupo Consultor sobre Investigación Agrícola Internacional (cgiar), comentó en la reunión que sería indispensable que la disponibilidad de apoyo económico fuese vinculada al grado de retórica sobre el tema: Estados Unidos reclama mayor apoyo a la formación de investigadores y a las instituciones de investigación, al mismo tiempo que reduce, en 2008, en 30 millones de dólares sus apoyos al sistema cgiar.
Gran parte del problema en casi todo el mundo reside en la captura, por parte de la industria, de los elementos básicos de la producción agrícola, como la investigación en agricultura, la producción de semillas para las necesidades nacionales, los mecanismos (especialmente los internos) de distribución de alimentos, etc. La falta de desarrollo de tecnologías y avances acorde con las características ecológicas, sociales y económicas de muchos países —especialmente los pobres— es una consecuencia de esto.
La posición de México, presentada en la cumbre por el titular de Sagarpa, puntualizó correctamente preocupaciones sobre una política de bioenergéticos dependiente de granos básicos, el mantenimiento e incluso incremento de subsidios agrícolas como lo propone la nueva Ley Agrícola de Estados Unidos y los riesgos de que una agricultura mal planificada amplíe aún más la frontera agrícola en el caso de México.
En relación con esto último es importante remarcar que no será posible desarrollar una política de seguridad alimentaria nacional independiente del contexto ambiental, en especial cuando las actuales directrices presidenciales —acertadamente— apuntan a una protección e incluso una recuperación del capital natural verde
(léase ecosistemas naturales) del país. En adición, lo anterior será muy difícil de lograr sin investigación agrícola propia y fuerte, basada en criterios ecológicos, y desde luego sociales y culturales, que nunca se logrará a partir de las empresas privadas o desde fuera de México.
[13 de junio de 2008]
Atunes y embarazos
Hace poco el diario El País publicó en primera plana la noticia de que el atún que se come en España tiene niveles más altos de mercurio que los aprobados por organismos tales como la Administración de Alimentos y Medicamentos (fda) de Estados Unidos y otras agencias europeas. La nota trae a colación lo que está pasando con la contaminación de los mares y su efecto en la salud de quienes comemos pescados y mariscos.
El mercurio está presente de manera natural —en cantidades muy pequeñas— en el ambiente. Pero en este caso hablamos de concentraciones muy altas, generadas en procesos industriales, como la producción de cloro y acetaldehído y por la quema de carbón en las plantas termoeléctricas, cuyas emisiones son lavadas
por la lluvia y van a dar a suelos, ríos, lagos y mares, donde el mercurio es transformado por bacterias en metilmercurio, que es consumido y asimilado por una gran variedad de animales y entra así a la cadena trófica.*
Los atunes tienen altas concentraciones de mercurio porque están al final de la cadena trófica en el mar, ya que se alimentan de peces, que a su vez se alimentaron de otros más pequeños (el pez grande come al pequeño…) y así van concentrando el volumen de mercurio. Por ello no sólo los atunes, sino todos los peces de mayor talla y más viejos, que han comido por más tiempo, tienen concentraciones más altas de mercurio, como los picudos
(los marlines y el pez espada) y los tiburones. Todas las especies de atún contienen mercurio, incluso el llamado atún ligero
. Los atunes blancos
(albacoras) tienen en especial concentraciones altas de mercurio.
Hasta mediados del siglo pasado se ignoraban los efectos del mercurio en la salud. Fue en una población japonesa de pescadores, en la bahía de Minamata, poco después de instalarse una industria productora de acetaldehído que descargaba al mar sus residuos industriales con alto contenido de mercurio, donde se encontró que los gatos se comportaban de manera errática, dando brincos repentinos; luego se empezó a notar que la gente que consumía fundamentalmente productos marinos, tenía convulsiones incontrolables, perdía el control de actividades motoras (escribir, abotonarse la ropa) y del habla.
Las investigaciones permitieron saber que el metilmercurio es una neurotoxina que ataca el cerebelo, centro controlador de la actividad motora y del equilibrio. Este compuesto se elimina naturalmente de los tejidos humanos con el tiempo, pero puede durar más de un año en niveles altos, por lo que podría estar presente en las mujeres al momento de embarazarse.
En Estados Unidos se ha encontrado que uno de cada seis niños recién nacidos ha sido expuesto a niveles tan altos de mercurio en su desarrollo fetal que está en serio riesgo de deficiencias de desarrollo motor e intelectual; por ello la Agencia de Protección Ambiental (epa) y la fda, emitieron en 2004 una advertencia conjunta al respecto (véase en internet <fda & epa advisory on tuna mercury>) en la que recomiendan a mujeres embarazadas abstenerse de comer y dar de comer a niños hasta los tres o cuatro años de edad atún en ninguna forma. El efecto dañino de ingerir atún en el resto de las personas es menos serio. Igualmente, en el sitio mencionado se presenta una tabla del consumo adecuado de atún según la edad de la persona y el tipo de atún que se compre, así como de otros peces y mariscos de bajo contenido de mercurio. Sin duda, los productos marinos son saludables como parte de la dieta de todo el mundo.
Dos reflexiones, en resumen: primero, el impacto ambiental de industrias irresponsables y no reguladas sigue contaminando severamente los ecosistemas marinos en todo el globo y se revierte al fin contra la sociedad, no necesariamente contra la industria. Segundo, ¿por qué no tenemos en México esta información de salud pública ampliamente disponible para la sociedad, sobre todo las madres de familia? De nuevo la pregunta: ¿sabemos a ciencia cierta lo que estamos comiendo en nuestro país?
[8 de julio de 2011]
Es el proceso de transferencia de energía y nutrientes que se establece entre las distintas especies de un ecosistema.
¿Calorías adictivas?
Aunque por razones varias no tuve oportunidad de seguirla personalmente, he leído mucho acerca de cómo fue la guerra de propaganda masiva que las tabacaleras organizaron, a partir de los setenta, para distorsionar la información científica acumulada y contrarrestar la creciente opinión negativa hacia el hábito de fumar.
Ahora, desde hace un par de semanas mi asombro crece cada día por la intensidad y la calidad argumentativa de la campaña que los grupos de compañías refresqueras y de quienes hablan en nombre de los miles de expendedores de esas bebidas, promueven en los principales diarios del país en respuesta a la medida tomada por las autoridades de incrementar el precio de las bebidas azucaradas.
Uno de sus argumentos más baratos ha sido utilizar el nombre del alcalde de Nueva York como si fuese el promotor de una campaña contra las bebidas endulzadas. Citan que el alcalde ha invertido hasta 10 millones de dólares en desprestigiar
a los refrescos. Primero, ¿qué tiene que ver el alcalde de una ciudad estadounidense con lo que se está ventilando en México? En los desplegados se afirma que lo hace porque en su ciudad no logró aplicar la medida. Hmm… En segundo lugar, sería sano que quienes eso dicen, informen a la sociedad que una sola de las compañías refresqueras tiene un presupuesto anual de publicidad dos veces mayor que el presupuesto bianual total de la Organización Mundial de Salud.
De manera reiterada, la campaña en favor de los refrescos insiste en que la obesidad es un problema de salud multifactorial. Sí, es innegable, pero también lo es que los niveles de consumo de refrescos per cápita en México son, por mucho, los más altos del mundo. En parte porque hay zonas del país (sobre todo las rurales) donde el agua potable es inaccesible; esto es una falla de los tres órdenes de gobierno, que debe ser atendida adecuadamente, en especial con la recaudación del impuesto a bebidas azucaradas. La sociedad debe exigir tener agua doméstica potable en cantidad y con calidad suficientes.
Según los desplegados de la industria, la medida (el impuesto de 1 peso por litro) sólo reduciría 1% la ingesta calórica (supongo que diaria, no lo dicen) de la población. Esas cuentas son sospechosas: suponen que el mexicano promedio consume 3 700 calorías diarias, lo que haría de la Cruzada Nacional contra el Hambre un dispendio innecesario…
Otro más de sus argumento es que no hay relación estadística concluyente
que vincule el incremento de la obesidad
con el consumo de refrescos. Empiezan a aparecer los argumentos
que fueron usados insistentemente por las tabacaleras para negar los efectos nocivos del tabaco. Sin embargo, aparte de la innegable relación entre el consumo de azúcares y la obesidad, se ha acumulado una considerable cantidad de evidencia científica <http://1.usa.gov/1gC8oQU>. Uno de los estudios, realizado en el Hospital Infantil de Boston y la Escuela de Medicina de Harvard, concluye que el azúcar de los refrescos estimula áreas del cerebro que inducen al organismo a la necesidad de mayor ingestión de azúcar, generando algo similar a una adicción [American Journal of Clinical Nutrition, 98 (3), pp. 641-647, septiembre de 2013]. Si se refuerza la evidencia científica de que el azúcar (y los ingredientes de muchos alimentos procesados) producen un efecto similar al de una adicción, empezaremos a ver una repetición similar a la de las insidiosas campañas defensivas de la industria tabacalera y, en otro tema —el del cambio climático—, de la industria petrolera. Los lectores se beneficiarían mucho de leer el texto de la Organización Panamericana de la Salud / Organización Mundial de la Salud al respecto, publicado en forma resumida en El Universal el 17 de octubre de 2013.
Seguramente se dirá que es injusto hablar de adicciones alimentarias porque necesitamos comer para sobrevivir; pero el argumento omite del todo el hecho de que esas bebidas y alimentos no solamente no son necesarios para la sobrevivencia, sino que afectan a la misma por el incremento de las enfermedades y de la mortalidad.
[25 de octubre de 2013]
Comer en el año 2050
En cuatro décadas más, México tendrá entre 120 y 135 millones de habitantes (cerca de una cuarta parte más de los actuales), cuya esperanza de vida será superior a los 80 años. El país tendrá que proveer mucho más de 25% de comida adicional a sus habitantes que en el presente, porque la demanda per cápita de alimentos seguirá aumentando, como lo ha hecho desde las últimas tres o cuatro décadas, periodo en el que el consumo de carne de res se multiplicó por siete en el este asiático (fundamentalmente en China) y en América Latina se triplicó.
De acuerdo con proyecciones para el primer cuarto de siglo, en México el consumo de carne de res crecerá de 1.6 millones a 2.6 millones de toneladas y se espera que ese crecimiento sea más alto en los hogares de la población ubicada en los deciles de menor ingreso (Alejandra Salazar Adams et al., Técnica Pecuaria en México, 44, pp. 41-52, 2006); además, si sigue la tendencia actual en el crecimiento de los niveles de producción, la demanda interna de carne de res no podrá ser satisfecha con la producción nacional, a menos que se abran nuevas tierras a la ganadería, a costa de tierras agrícolas o ecosistemas relativamente conservados.
Los principales motores de aumento de la demanda per cápita de alimentos son, entre otros, mayor poder adquisitivo, cambios en la estructura demográfica y la liberalización de mercados y de capitales.
En México, como en el resto del mundo, la forma en que se satisfaga la necesidad futura de alimentos, en particular de proteína animal, determinará en gran medida el estado de conservación de los ecosistemas —de los que obtenemos bienes directos y servicios indispensables— y consecuentemente del estado de conservación de nuestra biodiversidad.
México tiene que tomar decisiones estratégicas ahora para encarar de manera adecuada la necesidad de mantener la seguridad alimentaria de sus ciudadanos. Para ello, tiene que contestar preguntas importantes: ¿cómo incrementar la producción agrícola y ganadera sin ampliar la frontera agrícola a áreas productivamente marginales o de vocación forestal y esenciales para el mantenimiento de servicios ecosistémicos? ¿Dónde se encuentra el punto óptimo de uso de insumos agrícolas (fertilizantes, plaguicidas, agua) manteniendo al mínimo los costos ecológicos que tales prácticas representan? ¿Cómo proteger y ampliar el patrimonio de la variabilidad genética de los cultivos originarios de nuestro país (como maíz, frijol, jitomate, calabazas, etc.), junto con los conocimientos culturales y tradicionales que han generado por miles de años estos cultivos?
La rectoría de tales decisiones y los programas que se deriven de ellas son, fundamentalmente, responsabilidad del Estado, y deben apoyarse en investigaciones que conduzcan a una agricultura y una ganadería sustentables, basadas en principios ecológicos, cosa que no es frecuente encontrar, no sólo en nuestro país sino tampoco en el resto del mundo. El panorama de crisis ambientales que se vislumbra para las siguientes décadas en todo el mundo —y México no es una excepción— no debe estar exacerbada y acompañada de una crisis de inseguridad alimentaria. No hay nación que pueda encarar esta situación sin costos sociales incalculables.
[27 de junio de 2008]
Crisis alimentaria, amenaza real
Quizá el componente más serio que representa el reto de conducir a nuestro país hacia la sustentabilidad es encontrar la forma de alimentar a la población mexicana de mediados del siglo presente —que será de casi 135 millones de personas— sin destruir lo que queda de nuestros ecosistemas naturales, tanto terrestres como marinos.
Ese reto no está presente, ni por asomo, entre las preocupaciones que deberían hoy captar nuestra atención hacia el rumbo futuro que nuestro país tendría que tomar, cuando estamos por celebrar 200 años de independencia y 150 de una revolución estallada para resolver muchos de los problemas de desigualdad, hambre y marginación de la mayoría de la población mexicana de principios del siglo xx.
El estudio Capital natural de México, coordinado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, presentado el 5 de junio de 2009 y en el que participaron más de 650 expertos mexicanos en ecología, biodiversidad, sociología, economía, etc., apunta, en relación con esto, a que el reparto agrario resultante de la Revolución y que se aceleró en los años treinta logró parcialmente su objetivo de justicia social, pero tuvo serias repercusiones ambientales. Los dueños de ese capital natural no recibieron durante mucho tiempo los beneficios del aprovechamiento directo de la biodiversidad, y las políticas públicas fomentaron la deforestación para promover las actividades agropecuarias.
Es decir, se mejoraron sólo parcialmente las condiciones de bienestar de la población rural, pero se perdió la mitad de nuestros ecosistemas, y la agricultura tiene hoy limitaciones para abastecer las necesidades alimentarias del país.
Retomo esta idea después de leer un informe de expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao), que establece que el desmoronamiento económico mundial ha provocado el incremento de 100 millones de personas más de las que había en 2008 y que ingieren por debajo de 1 800 calorías diarias (límite establecido por la fao para definir que una persona está subalimentada), al grado de que uno de cada seis habitantes actuales del planeta (pertenecientes a la porción más vulnerable de la humanidad) sufre hambre crónica. Según Jacques Diouf, ex director general de la fao, no hay región del mundo inmune a este problema, que más que una crisis humanitaria es ya un problema de tipo político.
La crisis económica contribuye de forma importante a la desnutrición, pues dificulta a la gente de muy escasos recursos la obtención de granos básicos, que han aumentado su precio 25% en promedio a escala global. El informe de la fao coincide con otra evaluación, del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, en la que el número de personas con hambre crece a una tasa mayor que la de la población mundial.
Lo anterior hace ver como una imposibilidad que la meta propuesta por el G-8 de reducir a la mitad las cifras de hambruna en el mundo en 2015 se alcance, por muchos esfuerzos (aunque fuesen reales) que se hagan. Sólo hay tres posibles salidas para las poblaciones que se encuentren en esta encrucijada del hambre: emigrar a otro país, desatar una revuelta social o morirse de hambre.
México no escapa a las predicciones globales de dificultad para mejorar la situación alimentaria. Poner en el centro de la discusión nacional los posibles escenarios de cómo se encarará en el país el reto de la alimentación de 135 millones de habitantes para mediados del siglo (y sus repercusiones ambientales, sociales y económicas) es una necesidad ineludible y una responsabilidad de la presente generación.
[26 de junio de 2009]
Cultura alimentaria, I
Varias frases célebres se refieren a las relaciones entre la cultura alimentaria y la humanidad. Una breve y certera es la de Jean Brillat-Savarin, jurista y escritor gastronómico francés, quien decía Dime qué comes y te diré quién eres
. Esta frase esconde una significativa verdad: el hecho que, de todas las expresiones de la cultura (literatura, danza, música o pintura), la comida es la única que incorporamos a nuestro cuerpo y se convierte en parte integral de nosotros. Las otras quedan en la memoria y en eso que llamamos el espíritu
. Otras expresiones al respecto, menos profundas, reflejan el papel central que la cultura alimentaria ha tenido en relación con las sociedades. Los franceses, por ejemplo, han dicho con sorna de los ingleses que tienen casi 100 religiones, pero una sola salsa
; y es famosa la frase de Charles de Gaulle respecto a lo difícil que era gobernar un pueblo que comía más de 300 tipos de quesos.
Es conocida la gran relación entre diversidad biológica y diversidad cultural. Las culturas más diversas se han desarrollado en las regiones del mundo con mayor diversidad biológica y ecológica. Menos reconocido es que la diversidad cultural resulta, en buena medida, de la transformación de la biodiversidad en una cultura alimentaria, propia de cada sociedad.
La cocina ha desempeñado (y tristemente está dejando de hacerlo) un papel central en la socialización y transmisión de experiencias en el proceso de evolución cultural de nuestra especie y en el reforzamiento de los vínculos familiares o de los grupos sociales a los que se pertenece. Quizá más que banderas e himnos, la cultura culinaria es un elemento definitorio de pertenencia social y nacional. Si no estamos irremediablemente corrompidos por la comida rápida
, nuestra alimentación es la reafirmación cotidiana de nuestra identidad cultural. Lo que comemos define quiénes somos y quiénes no somos culturalmente.
Los procesos y las formas que la gente ha seguido para alimentarse son producto de la interacción de sus necesidades nutricionales, de su entorno ecológico, de las diferentes técnicas de cocinar y, en muchas ocasiones, de un puro accidente. Los humanos hacemos comida, pero parafraseando a Karl Marx acerca de cómo decía él que se hace historia, no la hacemos simplemente como se nos pega la gana
.
Hay limitaciones para ello;